536- En el Templo en la fiesta de la Dedicación, Jesús se manifiesta a los judíos, 
               que intentan apedrearle
             
             No es posible estar parados en  esta mañana fría y ventosa. 
               
               En la cima del Moria el viento que sopla en  dirección nordeste arremete punzante, de forma que hace ondear los vestidos y  pone rojos los ojos y las caras.
               
No obstante, hay gente que ha subido al Templo  para las oraciones. Pero faltan completamente los rabíes con sus respectivos  grupos de alumnos. Así que el pórtico parece más grande y, sobre todo, más  digno, no estando esa concurrencia vociferante y pomposa, que de ordinario lo  ocupa. 
               
Debe ser cosa muy extraña  verlo vacío así, porque todos se asombran como de una cosa nueva. Y Pedro se  escama. Pero Tomás, que arropado como está en un amplio y grueso manto, parece  aún más robusto, dice: 
-Se habrán encerrado en alguna  estancia por miedo a perder la voz. ¿Los añoras? -y se ríe. 
-¡Yo no! ¡Ojalá no los viera  nunca! Pero mi miedo es que... -y mira a Judas Iscariote, que no habla pero que  aferra la mirada de Pedro y dice: 
                            -Verdaderamente han prometido  no crear más dificultades, excepto en el caso de que el Maestro los...  escandalizara. 
               
               Está claro que vigilan, pero no están porque aquí ni se peca ni  se daña. 
               
               -Mejor así. Y que Dios te  bendiga, muchacho, si has conseguido hacerles razonar. 
               
               Es pronto todavía. En el  Templo hay poca gente. Digo "poca", y es lo que parece, dadas las  dimensiones del Templo, que para parecer lleno necesita masas de gente. Dos o  trescientas personas ni se ven en ese complejo de patios, pórticos, atrios,  corredores... 
               
               Jesús, único Maestro en el  vasto Pórtico de los Paganos, camina arriba y abajo hablando con los suyos y  con los discípulos que ha encontrado ya en el recinto del Templo. Responde a  sus objeciones o preguntas, aclara puntos que ellos no han sabido aclararlos ni  a sí mismos ni a otros. 
               Vienen dos gentiles, lo miran,  se marchan sin decir nada. Pasan algunos que tienen algún cometido en el  Templo, lo miran; tampoco dicen nada. Algún fiel se acerca, saluda, escucha.  Pero son pocos todavía. 
               
               -¿Vamos a seguir aquí?  -pregunta Bartolomé. 
               -Hace frío y no hay nadie.  Pero es agradable estar aquí con tanta paz. Maestro, hoy estás justamente en la  Casa de tu Padre. Y como amo -dice sonriendo Santiago de Alfeo. Y añade: 
               
               -Así debía ser el Templo en  tiempos de Nehemías y de los reyes sabios y píos. 
               -Yo sugeriría marcharnos. Allá  nos espían... -dice Pedro. 
               -¿Quién? ¿Fariseos? 
               
               -No. Los que han pasado antes  y otros. Vámonos, Maestro... 
               -Espero a enfermos. Me han  visto entrar en la ciudad; la voz se ha esparcido, sin duda. Con las horas más  calientes vendrán. Quedémonos, al menos, hasta un tercio de sexta -responde  Jesús, y reanuda su marcha adelante y atrás para no quedarse parado con ese  aire crudo. 
               
               En efecto, pasado un rato,  cuando el sol trata de mitigar 
               los efectos de la tramontana, viene una mujer  con una niña enferma y pide la curación. Jesús la complace. La mujer deposita  su óbolo a los pies de Jesús y dice: 
               
               -Esto para otros niños que  sufren. 
               Judas Iscariote recoge las  monedas. 
             Más tarde, en unas angarillas,  traen a un hombre anciano, enfermo de las piernas. Y Jesús lo cura. 
               
               Los terceros en venir son un  grupo de personas que ruegan a Jesús que salga fuera de los muros del Templo  para expulsar a un demonio de una jovencita cuyos desgarradores gritos se oyen  incluso allí. Y Jesús se encamina detrás de ellos y sale a la calle que lleva a  la ciudad. 
               
               Una serie de personas, entre  quienes hay unos extranjeros, están apiñados alrededor de los que sujetan a la  jovencita, que babea y forcejea y tuerce horriblemente los ojos. Palabrotas de  todo tipo salen de sus labios, y aumentan a medida que Jesús se acerca a ella,  como también crece su esfuerzo por librarse de los cuatro hombres jóvenes y  fuertes que, no sin mucha dificultad, la tienen sujeta.
               
Y, con los improperios,  estallan gritos de reconocimiento del Cristo y angustiosas súplicas del  espíritu que la tiene poseída para no ser expulsado, y también verdades,  repetidas con monotonía: -¡Vete! ¡Que no vea yo a este maldito! ¡Márchate!  ¡Fuera! Causa de nuestra ruina. Sé quién eres. Tú eres... Tú eres el Cristo. Tú  eres... Sólo te ha ungido el óleo de arriba, no otro. La potencia del Cielo  está sobre ti y te defiende. ¡Te odio! ¡Maldito! No me expulses.
¿Por qué nos  expulsas a nosotros y no nos aceptas, mientras que tienes cerca de ti una  legión de demonios en uno solo? ¿No sabes que todo el infierno está en uno? Sí  lo sabes... Déjame aquí al menos hasta la hora de... 
               La palabra se corta a veces,  como ahogada; otras veces cambia; o primero se para y luego se prolonga en  medio de gritos inhumanos, como cuando grita:
               
«¡Déjame entrar al menos en él!  ¡No me mandes allá al Abismo! ¿Por qué nos odias, oh Jesús, Hijo de Dios? ¿No  te basta con lo que eres? ¿Por qué quieres mandar también sobre nosotros? ¡No  queremos que nos manden! ¿Por qué has venido a perseguirnos, si nosotros te  hemos renegado? 
¡Márchate! ¡No arrojes sobre nosotros los fuegos del Cielo!  ¡Tus ojos! Cuando se cierren reiremos ¡Ah! ¡No! ¡Ni siquiera entonces!... ¡Tú  nos vences! ¡Nos vences! ¡Maditos seáis Tú y el Padre que te ha enviado y el  que de vosotros proviene y es vosotros...! ¡Aaaah! 
               
               El último grito ya hay que  decir que es espantoso, de criatura degollada en que lentamente entrase el  hierro homicida, y ha sido originado por el hecho de que Jesús, después de  haber truncado muchas veces por imperativo mental las palabras de la poseída,  pone fin a ellas tocando con un dedo la frente de la jovencita. Y el grito  termina en una convulsión horrenda, hasta que, con un fragor que es parte  carcajada y parte grito de un animal de pesadilla, el demonio la deja,  gritando: 
               
               -¡Pero no me voy lejos!...  ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! -seguido inmediatamente por un estallido seco como de rayo, a  pesar de que el cielo esté tersísimo. 
               
               Muchos huyen aterrorizados.  Otros se apiñan aún más para observar a la jovencita, que se ha calmado de  golpe, desfalleciendo entre los brazos de los que la sujetaban. 
               
               Está así unos  pocos instantes y luego abre los ojos, sonríe. Se ve sin velo que cubra su cara  ni su cabeza, rodeada de gente, y entonces alza un brazo y reclina la cara  sobre él para esconderla. 
               
               Los que están con ella  quisieran que diera las gracias al Maestro Pero Él dice: -Dejadla con su pudor.  Su alma ya me está dando las gracias. Llevadla a casa, con su madre. Es su  lugar como jovencita que es... -y vuelve las espaldas a la gente paraentrar  en el Templo… al lugar de antes. 
               
               -¿Has visto, Señor, que muchos  judíos habían venido a espaldas nuestras? He reconocido a algunos de ellos...  ¡Ahí están! Son los que nos espiaban antes. Mira cómo disputan entre sí...  -dice Pedro. 
               
               -Estarán estableciendo en  quién de ellos ha entrado el diablo Está también Nahúm, el apoderado de Anás.  Reúne las condiciones... -dice Tomás. 
               
               -Sí. Y tú no has visto, porque  estabas vuelto de espaldas, pero el fuego se ha abierto justo encima de su  cabeza -dice Andrés, y casi le castañean los dientes. 
               -Yo estaba cerca de él. ¡He  tenido un miedo!... 
               
               -Realmente estaban todos  juntos ellos. Pero yo he visto el fuego abrirse encima de nosotros y me he  sentido morir... Es más, he temido por el Maestro. Parecía justamente  suspendido sobre su cabeza -dice Mateo. 
               
               -¡No, hombre! Yo lo que he  visto ha sido que salía de la niña y estallaba sobre la muralla del Templo  -rebate Leví, el pastor discípulo. 
               
               -No discutáis entre vosotros.  El fuego no ha indicado ni una cosa ni la otra. Ha sido sólo la señal de que el  demonio había huido -dice Jesús. 
               -¡Pero ha dicho que no se  marchaba lejos!... -objeta Andrés. 
               
               -Palabras de demonio... Na hay  que escucharlas. Más bien, alabemos al Altísimo por estos tres hijos de Abraham  curados en el cuerpo y en el alma. 
               
               Entretanto, muchos judíos,  surgidos de una u otra parte -no había entre ellos fariseos o escribas o  sacerdotes, ni siquiera uno se acercan a Jesús y se ponen en torno a Él.  Uno toma la iniciativa y dice: 
               
               -¡Grandes cosas has hecho en  este día! Obras verdaderamente de profeta, de gran profeta. Y los espíritus de  los abismos han dicho de ti cosas grandes. 
               
               Pero sus palabras no pueden ser  aceptadas, si no las confirma tu palabra. Esas palabras nos estremecen, pero  también tememos un gran engaño, porque es sabido que Belcebú es espíritu de  falsedad. No quisiéramos equivocarnos ni ser engañados. Dinos, pues, quién  eres, con tu boca de verdad y justicia. 
             -¿Y no os he dicho muchas  veces quién soy? Hace casi tres años que os lo llevo diciendo, y antes de mí os  lo dijo Juan en el Jordán y la Voz de Dios desde los Cielos. 
             -Es verdad. Pero nosotros no  estábamos las otras veces. Nosotros... Tú, que eres justo, debes comprender  nuestra congoja. Quisiéramos creer en ti como Mesías. Pero ya demasiadas veces  el pueblo de Dios ha sido engañado por falsos Cristos. Consuela con una palabra  segura nuestro corazón, que tiene esperanza y que espera, y te adoraremos. 
               
               Jesús los mira severamente.  Sus ojos parecen perforar las carnes y poner al desnudo los corazones. Luego  dice: 
               -En verdad, muchas veces los  hombres saben decir mentiras mejor que Satanás. No. Vosotros no me adoraréis.  Nunca. Os dijera lo que os dijera. Y, aunque llegarais a hacerlo, ¿a quién  adoraríais? 
               -¿A quién? ¡Pues a nuestro  Mesías! 
               -¿Seríais capaces? ¿Quién es  para vosotros el Mesías? Responded, para que sepa cuánto valéis. 
             -¿El Mesías? Pues el Mesías es  aquel que por mandato de Dios reunirá al esparcido Israel y lo convertirá en un  pueblo triunfal, bajo cuyo poder estará el mundo. ¿Qué, es que Tú no sabes lo  que es el Mesías? 
               -Lo sé como vosotros no lo  sabéis. ¿Para vosotros, pues, es un hombre que, superando a David y a Salomón y  a Judas Macabeo, hará de Israel la Nación reina del mundo? 
               -Así es. Dios lo ha prometido.  Toda venganza, toda gloria, toda reivindicación, vendrán del Mesías prometido. 
               -Está escrito: "No  adorarás sino al Señor Dios tuyo". ¿Por qué, entonces, me adoraríais, si  en mí sólo podríais ver al Hombre-Mesías? 
               
               ¿Y qué otra cosa tenemos que  ver en ti? 
               -¿Que qué? ¿Y con estos  sentimientos venís a hacerme preguntas? ¡Raza de víboras taimadas y venenosas!  Y sacrílegas también. Porque si en mí no pudierais ver más que el Mesías  humano, y me adoraseis, seríais idólatras. 
               
               Sólo Dios ha de ser adorado. Y en  verdad os digo, una vez más, que el que os habla es más que el Mesías que  vosotros os inventáis, con la misión, las tareas, los poderes que vosotros  -desprovistos de espíritu y de sabiduría-os imagináis.
               
El Mesías no viene a dar  a su pueblo un reino como el que creéis, no viene a ejercer venganza sobre  otros poderosos. Su Reino no es de este mundo y su poder supera a todos los  poderes limitados del mundo. 
             -Nos humillas, Maestro. Si  eres Maestro y nosotros somos ignorantes, ¿por qué no quieres instruirnos? 
               
               -Hace tres años que lo vengo  haciendo, y vosotros estáis cada vez más en las tinieblas porque rechazáis la  Luz. 
               -Es verdad. Quizás es verdad.  Pero lo que ha sido en el pasado puede dejar de serlo en el futuro.
               
¿Es que Tú,  que tienes compasión de los publicanos y las meretrices y que absuelves a los  pecadores quieres no tener piedad de nosotros, sólo porque somos de dura cerviz  y nos cuesta comprender quién eres? 
               
               -No es que os cueste. Es  que no queréis comprender. Padecer idiotez no sería una culpa. Dios tiene  tantas luces, que podría iluminar al intelecto más obtuso, obtuso pero lleno de  buena voluntad. Ésta falta en vosotros. Es más, tenéis voluntad opuesta. Por  eso no comprendéis quién soy Yo. 
             -Será  como dices. Ya ves que somos humildes. Pero te rogamos en nombre de Dios,  responde a nuestras preguntas, no nos tengas más tiempo a la expectativa.  ¿Hasta cuándo nuestro corazón debe estar en la incertidumbre? Si eres el  Cristo, dínoslo abiertamente. 
             -Os  lo he dicho. Os lo he dicho en las casas, en las plazas, por los caminos, en  los pueblos, en los montes, en las orillas de los ríos, frente al mar o a los  desiertos, en el Templo, en las sinagogas, en los mercados, y no creéis.
               
No hay  un lugar de Israel que no haya oído mi voz. Hasta los lugares que abusivamente  llevan el nombre de Israel desde hace siglos, pero que están separados del  Templo; hasta los lugares que han dado el nombre a esta tierra nuestra, pero  que de dominadores se transformaron en dominados, y que nunca se liberaron  completamente de sus errores para venir a la Verdad; hasta en Siro-Fenicia,  evitada por los rabíes como tierra de pecado, han oído mi voz y conocido mi  ser. Os lo he dicho y no creéis en mis palabras.
He hecho obras y a mis obras  no habéis dirigido vuestra mente con espíritu bueno. Si lo hubierais hecho, con  una intención recta de cercioraros acerca de mí, habríais llegado a la fe,  porque las obras que hago en el nombre del Padre mío dan testimonio de mí. Los  de buena voluntad, que me han seguido porque me han reconocido como Pastor, han  creído en mis palabras y en el testimonio que dan mis obras. ¿Qué? ¿Acaso  creéis que lo que Yo hago no tiene un fin útil para vosotros, útil para todas  las criaturas? 
Desencantaos. No penséis que lo útil está en la salud que una  persona recupera por mi poder, o en la liberación de uno u otro de la posesión  o del pecado. Esta es una utilidad circunscrita al individuo. Demasiado poco  para ser la única utilidad respecto a la potencia que se desprende, y respecto  a la fuente de donde se desprende, que es sobrenatural, más que sobre-natural: divina. 
Hay una utilidad colectiva de las obras que realizo. La utilidad de  eliminar toda duda de los que titubean, de convencer a los contrarios, además  de reforzar cada vez más la fe de los creyentes. Para esta utilidad colectiva,  en favor de todos los hombres, presentes y futuros (porque mis obras me darán  testimonio ante los que vendrán, y los convencerán respecto a mí), el Padre mío  me da poder de hacer lo que hago. En las obras de Dios nada se hace sin un fin  bueno. Recordadlo siempre. Meditad sobre esta verdad. 
             Jesús  se detiene un momento. Fija su mirada en un judío que está cabizbajo, y dice: 
               
               -Tú,  que estás pensando así, tú que llevas túnica de color de oliva madura, te estás  preguntando si también Satanás tiene un fin bueno. No seas necio poniéndote en  contra de mí y buscando el error en mis palabras. Te respondo que Satanás no es  obra de Dios, sino de la libre voluntad del ángel rebelde. Dios lo había hecho  ministro suyo glorioso, y, por tanto, lo había creado con buen fin. Mira, ahora  tú, hablando con tu yo, dices:
               
"Entonces Dios es insipiente, porque había  donado la gloria a un futuro rebelde y confiado sus deseos a un  desobediente". Te respondo: "Dios no es insipiente, sino perfecto en  sus acciones y pensamientos. Es el Perfectísimo. Las criaturas, incluso las más  perfectas, son imperfectas. Siempre en ellas hay un punto de inferioridad  respecto a Dios. Pero Dios, que las ama, ha concedido a las criaturas la  libertad de arbitrio, para que a través de ella la criatura se complete en las  virtudes y se haga, por tanto, más semejante a su Dios y Padre".
Y te digo  más, a ti, escarnecedor y astuto buscador del pecado en mis palabras: que del  Mal, que se forma voluntariamente, Dios todavía saca un fin bueno: el de servir  para hacer a los hombres poseedores de una gloria merecida. Las victorias sobre  el Mal son la corona de los elegidos. Si el Mal no pudiera suscitar una  consecuencia buena para los que quieren con buena voluntad, Dios lo habría  destruido. Porque nada de lo que hay en la Creación debe estar totalmente  privado de incentivo o consecuencia buenos. 
             
               ¿No  contestas? ¿Te resulta duro deber proclamar que he leído tu corazón y que he  vencido las deducciones injustificadas de tu pensamiento tortuoso? No voy a  forzarte a hacerlo. Te dejo en tu soberbia en presencia de muchos. No reclamo  que me proclames victorioso. Pero cuando estés solo con estos que te asemejan,  y con los que os han enviado, entonces confiesa que Jesús de Nazaret leyó los  pensamientos de tu mente y te estranguló las objeciones en la garganta sin más  arma que su palabra de verdad. 
             Pero  vamos a dejar esta interrupción personal y a volver a los muchos que me  escuchan. Si siquiera, de tantos, uno, por mis palabras, convirtiera su  espíritu a la Luz, resultaría recompensada mi fatiga por hablar a piedras, es  más, a sepulcros llenos de víboras. 
               
               Estaba  diciendo que los que me aman me han reconocido como Pastor por mis palabras y  mis obras. Pero vosotros no creéis, no podéis creer, porque no sois de  mis ovejas. 
             ¿Qué  sois vosotros? Os lo pregunto. Preguntáoslo en lo íntimo del corazón. No sois  estúpidos. Podéis conoceros conforme a lo que sois. Basta con que escuchéis la  voz de vuestra alma, que no se siente tranquila de seguir ofendiendo al Hijo de  Aquel que la ha creado. Vosotros, aun conociendo lo que sois, no lo diréis. No  sois ni humildes ni sinceros. Pues Yo os voy a decir lo que sois. 
               
               Sois en parte  lobos, en parte chivos salvajes. Pero ninguno de vosotros, a pesar de la piel  de cordero que lleváis para aparentar que lo sois, es verdadero cordero. 
               
               Bajo  la lana blanda y blanca tenéis todos colores chillones, cuernos puntiagudos,  colmillos de cabro o garras de fiera, y queréis seguir siendo eso porque os  complace serlo, y soñáis con la crueldad y la rebelión. 
               
               Por eso no me podéis  amar y no podéis seguirme ni comprenderme. 
             Si  entráis en el rebaño, es para producir daños, para causar dolor o introducir el  desorden. Mis ovejas tienen miedo de vosotros. Si fueran como vosotros, os  deberían odiar. Pero ellos no saben odiar. Son los corderos del Príncipe de  paz, del Maestro de amor, del Pastor misericordioso. Y no saben odiar. No os  odiarán nunca, como Yo no os odiaré nunca. 
               
               Os dejo a vosotros el odio, que es  el mal fruto de la ternaria concupiscencia con el yo desenfrenado en el animal  hombre, que vive olvidado de que es también espíritu, además de carne. Yo me  quedo con lo que es mío: el amor. Y es esto lo que comunico a mis corderos y os  ofrezco también a vosotros para haceros buenos. Si os hicierais buenos, me  comprenderíais y entraríais a formar parte de mi rebaño, siendo semejantes a  los otros que ya están en él. Nos amaríamos. Yo y mis ovejas nos amamos. Me  escuchan, reconocen mi voz. 
             Vosotros  no comprendéis lo que es en verdad conocer mi voz. Es no abrigar dudas sobre su  Origen y distinguirla entre mil otras voces de falsos profetas como verdadera  voz venida del Cielo. Ahora y siempre, incluso entre los que se creen, y en  parte lo son, seguidores de la Sabiduría, habrá muchos que no sabrán distinguir  mi voz de otras voces que hablarán de Dios, más 
               o menos con justicia,  pero que serán, todas, inferiores a la mía... 
               
               Dices  siempre que pronto te vas a ir, ¿y ahora pretendes decir que siempre hablarás?  Si te marchas, ya no hablarás objeta un judío con el tono despreciativo con  que hablaría a un deficiente mental. 
             Jesús  responde con su tono paciente y afligido, que ha manifestado un acento severo  solamente cuando ha hablado al principio a los judíos, y después cuando ha  respondido a las objeciones interiores del judío aquél: 
             -Hablaré  siempre para que el mundo no se haga todo él idólatra. Y hablaré a los míos,  elegidos para que os repitan mis palabras. El Espíritu de Dios hablará, y  comprenderán aquello que ni siquiera los sabios sabrán comprender. Porque los  estudiosos estudiarán la palabra, la frase, el modo, el lugar, el cómo, el  instrumento a través de los cuales la Palabra habla, mientras que mis elegidos  no se abstraerán en estos estudios inútiles; antes bien, me escucharán  embargados en el amor y comprenderán, porque será el Amor el que hable.  
               
               Distinguirán las adornadas páginas de los doctos o las engañosas de los falsos  profetas, de los rabíes de hipocresía, que enseñan doctrinas inficionadas, o  enseñan lo que ellos no practican, de las palabras sencillas, verdaderas,  profundas que de mí vendrán. Pero el mundo los odiará por esto, porque el mundo  me odia a Mí-Luz y odia a los hijos de la Luz, el tenebroso mundo que desea las  tinieblas propicias para pecar. 
             Mis  ovejas me conocen y me conocerán y me seguirán siempre incluso por los caminos  de sangre y dolor que Yo recorreré a la cabeza y ellas recorrerán después de  mí. Los caminos que llevan las almas a la Sabiduría. Los caminos hechos luminosos  por la sangre y el llanto de los perseguidos por enseñar la justicia, caminos  hechos luminosos para que resalten en la calígine de los humos del mundo y de  Satanás, y sean como estelas de estrellas para guiar a quienes buscan el  Camino, la Verdad, la Vida, y no hallan a nadie que hacia ellos los guíe.  Porque de esto tienen necesidad las almas: de alguien que las conduzca a la  Vida, a la Verdad, al Camino bueno. 
             Dios  es compasivo para con las almas que buscan y no encuentran, no por culpa propia  sino por desidia de los pastores ídolos. Dios es compasivo para con aquellas  almas que, abandonadas a sí mismas, se extravían y son acogidas por ministros  de Lucifer, que están preparados para acoger a los extraviados y hacer de ellos  prosélitos de sus doctrinas.
               
Dios es compasivo para con aquellos que caen en el  engaño por el simple hecho de que los rabíes de Dios, los llamados rabíes de  Dios, se han desinteresado de ellos. 
Dios se muestra compasivo con todos estos  que caminan hacia el desaliento, las brumas, la muerte, por culpa de los falsos  maestros, que de maestros no tienen más que las vestiduras y el orgullo de que  así los llamen. 
Y para estas pobres almas, de la misma forma que envió a los  profetas para su pueblo, de la misma forma que me ha enviado a mí para el mundo  entero, pues, después de mí, enviará a los servidores de la Palabra, de la  Verdad y del Amor, para repetir mis palabras. Porque son mis palabras las que  dan la Vida. De manera que mis ovejas de ahora y del futuro tendrán la Vida que  Yo les doy a través de mi Palabra, que es Vida eterna para quien la acoge, y no  perecerán nunca y ninguno podrá arrancarlas de mis manos. 
             -Nosotros  no hemos rechazado nunca las palabras de los verdaderos profetas. Hemos  respetado siempre a Juan, que ha sido el último profeta -responde con ira un  judío, y sus compañeros le hacen coro. 
             -Murió  a tiempo para no despertar vuestro odio y ser perseguido también por vosotros.  Si estuviera todavía entre los vivos, el "no es lícito", dicho por un  incesto carnal, os lo diría también a vosotros, que cometéis adulterio  espiritual fornicando con Satanás contra Dios. Y lo mataríais, de la misma  manera que abrigáis la intención de matarme a mí. 
             Los judíos se agitan  furiosos, dispuestos ya a agredir, cansados de tener que fingirse mansos. Pero  Jesús no se preocupa. Alza la voz para dominar el tumulto y grita: ¿Y me habéis  preguntado que quién soy Yo, hipócritas? 
               
               ¿Decíais que queríais saber para estar  seguros? ¡Y ahora decís que Juan fue el último profeta? Dos veces os condenáis  por pecado de embuste: una, porque decís que no habéis rechazado nunca las  palabras de los verdaderos profetas; la otra, porque, diciendo que Juan  es el último profeta y que creéis en los verdaderos profetas, excluís que Yo  sea también profeta, al menos profeta, y profeta verdadero. ¡Bocas  embusteras! ¡Corazones de engaño! 
               
               Sí,  en verdad, en verdad Yo aquí en la casa de mi Padre proclamo que soy más que  Profeta. Yo tengo lo que mi Padre me ha dado. Lo que mi Padre me ha dado es más  precioso que todo y que todos, porque es algo en que ni la voluntad ni el poder  de los hombres pueden meter las manos rapaces. 
               
               Yo tengo lo que Dios me ha dado  y que, aun estando en mí, está siempre en Dios, y nadie puede arrebatarlo de  las manos del Padre mío, ni a mí, porque es la Naturaleza Divina igual. Yo y el  Padre somos Uno. 
             -¡Ah!  ¡Horror! ¡Blasfemia! ¡Anatema! 
             El  griterío de los judíos retumba en el Templo, y una vez más las piedras usadas  por los cambistas y por los vendedores de ganado para mantener estables sus recintos  son el abastecimiento de los que buscan armas adecuadas para agredir. 
             Pero  Jesús se yergue con los brazos recogidos sobre el pecho. Se ha subido encima de  un asiento de piedra para ser más alto de lo que ya es y para ser visto bien, y  desde allí los domina con los rayos de sus ojos de zafiro.
               
Domina y flecha. Se  muestra tan majestuoso que los paraliza. En vez de lanzar las piedras, las  dejan caer o las tienen en las manos, pero ya sin la audacia de lanzarlas  contra Él. Los gritos también mueren en un estado de turbación extraño. Es  verdaderamente Dios el que refulge en Cristo. Y, cuando Dios refulge así, hasta  el hombre más arrogante se empequeñece y amedrenta.
Y pienso en qué misterio se  cela en que los judíos hayan podido manifestarse tan fieros el día de Viernes  Santo; qué misterio, en la ausencia de este poder de dominación en Cristo en  aquel día. Verdaderamente era la hora de las Tinieblas, la hora de Satanás, y  sólo ellos reinaban... La Divinidad, la Paternidad de Dios había abandonado a  su Cristo, y Él no era nada más que la Víctima... 
             Jesús  está así unos minutos. Luego sigue hablando a esta turba vendida y vil que ha  perdido toda prepotencia con sólo haber visto un destello divino: 
             -¿Y  entonces? ¿Qué queréis hacer? Me habéis preguntado que quién era. Os lo he  dicho. Os habéis puesto furiosos. 
               
               Os he recordado las cosas que he hecho, he  puesto ante vuestros ojos y vuestra memoria muchas obras buenas provenientes  del Padre mío y cumplida; con el poder que me viene de mi Padre. ¿Por cuál de  estas obras me lapidáis? 
               
               ¿Por haber enseñado la justicia? ¿Por haber traído a  los hombres la Buena Nueva? ¿Por haber venido a invitaros al Reino de Dios?  ¿Por haber curado a vuestros enfermos, devuelto la vista a vuestros ciegos,  dado movimiento a los paralíticos, palabra a los mudos; por haber liberado a  los poseídos, resucitado a los muertos, favorecido a los pobres, perdonado a  los pecadores; por haber amado a todos, incluso a los que me odian, a vosotros  y a los que os envían? ¿Por cuál de estas obras, entonces, me queréis lapidar? 
             -No  te lapidamos por las obras buenas que has hecho, sino por tu blasfemia; porque  Tú, siendo hombre, te haces Dios. 
               
               -¿No  está escrito en vuestra Ley (Salmo 82, 6. Y MV, en una copia mecanografiada,  observa: Santo Tomás define al hombre "un infinito en potencia",  precisamente porque está ordenado a hacerse lo más que pueda 'parecido a Dios y  a Dios semejante"):
               
"Dije: vosotros sois dioses e hijos del  Altísimo"? Ahora bien, si Dios a aquellos a quienes habló llamó  "dioses", dando un mandato: el de vivir de manera que la semejanza y  la imagen respecto a Dios, que están en el hombre, aparezcan en modo manifiesto  y que el hombre no sea ni demonio ni bruto; si la Escritura llama  "dioses" a los hombres, la Escritura, que ha sido enteramente  inspirada por Dios (y, por tanto no puede ser modificada ni anulada según el  gusto y el interés del hombre); entonces ¿por qué me decís que blasfemo, Yo,  por el Padre consagrado y enviado al mundo, porque digo:
"Soy Hijo de  Dios"? Si no hiciera las obras del Padre mío, razón tendríais en no creer  en mí. Pero las hago. Y vosotros no queréis creer en mí. Creed, entonces, al  menos en estas obras, para que sepáis y reconozcáis que el Padre está en mí y  que Yo estoy en el Padre. 
             
             La  tormenta de gritos y violencias empieza de nuevo, y más fuerte que antes. Desde  una de las terrazas del Templo, en la que ciertamente estaban escuchando y  escondidos sacerdotes, escribas y fariseos, graznan muchas voces: 
             -¡Pero  prended a ese blasfemo! ¡Ya es pública su culpa! ¡Todos lo hemos oído! ¡Muerte  al blasfemo que se proclama Dios! ¡Dadle el mismo castigo que al hijo de  Selomit de Dibrí! (Levítico 24, l0-23)¡Que sea sacado de la ciudad y  lapidado! ¡Es derecho nuestro: Está escrito: "El blasfemo sea  muerto"! 
             Las  incitaciones de los jefes agudizan la ira de los judíos. Y éstos tratan de  apoderarse de Jesús y de ponerlo, atado, en manos de los magistrados del  Templo, que, a su vez, están viniendo, acompañados por la guardia del Templo.
   
               Pero  más rápidos que ellos son una vez más los legionarios, que, vigilando desde la  Antonia, han seguido el tumulto y salen del cuartel y vienen hacia el lugar  donde se grita. Y no guardan respeto a ninguno. Las astas de las lanzas  maniobran debidamente en cabezas y espaldas. 
               
               Y se incitan unos a otros a  aplicarse contra los judíos, diciendo agudezas o profiriendo insultos: 
             -¡A  la caseta, perros! ¡Dejad paso! ¡Pégale fuerte a aquel tiñoso, Licinio! ¡Fuera!  ¡El miedo os hace oler peor que nunca! ¿Pero qué coméis, cuervajos, para  apestar así? 
               
               Tienes razón, Baso. Se purifican pero apestan. ¡Mira aquel  narigudo! ¡A la pared! ¡A la pared, que tomamos los nombres! Y vosotros,  avestruces, bajad de allá arriba. 
               
               Total... os conocemos. Buen informe va a  tener que escribir el Centurión para el Gobernador. ¡No! A ése déjalo. Es un  apóstol del Rabí. ¿No ves que tiene aspecto de hombre y no de chacal? ¡Mira!  ¡Mira cómo huyen por aquella parte! ¡Déjalos que se vayan! ¡Para tenerlos  convencidos habría que clavarlos a todos en las astas! 
               
               ¡Sólo así los tendríamos  doblegados! ¡Ojalá fuera mañana! ¡Ah, pero tú estás atrapado y no te escapas!  ¡Te he visto, eh! La primera piedra ha sido la tuya. Responderás de haber dado  a un soldado de Roma. También de esto. Nos ha maldecido imprecando contra las  enseñas. ¿Ah, sí? 
               
               ¿Verdaderamente? Ven, que vamos a enamorarte de ellas en  nuestras mazmorras... 
             Y  así, cargando y escarneciendo, prendiendo a algunos, poniendo en fuga a otros,  los legionarios despejan el vasto patio. Pero sólo cuando los judíos ven  arrestar realmente a dos de ellos se revelan como lo que son: viles, viles,  viles. O huyen chillando como una bandada de pollos que ve colarse al gavilán,  o se arrojan a los pies de los soldados para suplicar piedad con un servilismo  y una adulación nauseabundos. 
             Un  suboficial, a cuyas pantorrillas se agarra un viejo lleno de arrugas, uno de  los más apasionados contra Jesús, y que lo llama "magnánimo y justo",  se libera de éste con un vigoroso envite que manda al judío a rodar tres pasos  más atrás, y grita: 
             -¡Vete,  viejo zorro tiñoso! 
               Y,  hablando con un compañero, enseñando la pantorrilla, dice: 
               -Tienen  uñas de zorro y baba de serpiente. ¡Mira esto! ¡Por Júpiter Máximo! ¡Voy  inmediatamente a las Termas para quitarme las señales de ese viejo baboso! -y  realmente se marcha, irritado, con su pantorrilla arañada. 
             He perdido completamente de vista a Jesús. No podría  decir a dónde ha ido, por qué puerta ha salido. He visto sólo, durante un rato,  aparecer y desaparecer en el alboroto las caras de los dos hijos de Alfeo y de  Tomás, luchando por abrirse camino, y las de algunos discípulos pastores  tratando de hacer lo mismo.
               
Después también ellos han desaparecido de mi vista,  y sólo ha quedado el último correteo de los pérfidos judíos, que tratan de  alejarse en una u otra dirección para substraerse a la captura y al  reconocimiento por parte de los legionarios, para quienes tengo la impresión de  que fuera una fiesta poder cargar fuerte sobre los hebreos, para resarcirse de  todo el odio con que saben que son... remunerados.