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EL EVANGELIO
COMO ME HA SIDO REVELADO
Autor: María Valtorta
« PARTE 4 de 7 »
TERCER AÑO DE LA
VIDA PUBLICA DE JESUS
Partes:
[ 1 ]
[ 2 ]
[ 3 ]
[ 4 ]
[ 5 ]
[ 6 ]
[ 7 ]
313. Preparativos para salir de Nazaret, después de la visita de Simón de Alfeo con su familia. Durante el tercer año,
Jesús será el Justo
314. La cena en la casa de Nazaret. La dolorosa partida
315. El viaje hacia Yiftael y las reflexiones de Juan de Endor
316. Jesús se despide de Juan
de Endor y de Síntica
317. La oración de Jesús por la salvación de Judas Iscariote
318. En barca de Tolemaida
a Tiro
319. Partida de Tiro en la nave del cretense Nicomedes
320. Prodigios en la nave en medio de una tempestad
321. Arribo a Seleucia.
Se despiden de Nicomedes
322. Partida de Seleucia en un carro y llegada a Antioquía
323. La visita a Antigonio
324. Las pláticas de los ocho apóstoles antes de dejar Antioquía. El adiós a Juan de Endor y a Síntica
325. Los ocho apóstoles se reúnen
con Jesús
cerca de Akcib
326. Un alto en Akcib
327. En los confines de Fenicia. Palabras de Jesús sobre la igualdad de los pueblos.
Parábola de la levadura
328. En Alejandrocena donde los hermanos de Hermiona
329. En el mercado de Alejandrocena. La parábola
de los obreros de la viña
330. Santiago y Juan "hijos del trueno". Hacia Akcib
con el pastor Anás
331. La fe de la mujer cananea y otras conquistas. Llegada a Akcib
332. La sufrida separación de Bartolomé, que con Felipe
vuelve a unirse al Maestro
333. Con los diez apóstoles
hacia Sicaminón
334. También Tomas y Judas Iscariote se unen de nuevo al grupo apostólico
335. La falsa amistad de Ismael ben Fabí, y el hidrópico
curado en sábado
336. En Nazaret con cuatro apóstoles. El amor de Tomás
por María Santísima
337. El sábado en Corazín. Parábola sobre los corazones imposibles de labrar. Curación
de una mujer encorvada
338. Judas Iscariote pierde el poder de milagros.
La parábola del cultivador
339. La noche pecaminosa
de Judas Iscariote
340. El enmendamiento de Judas Iscariote y el choque con los rabíes junto al sepulcro de Hil.lel
341. La mano herida de Jesús. Curación de un sordomudo en los confines sirofenicios
342. En Quedes. Los fariseos piden un signo.
La profecía de Habacuc
343. La levadura de los fariseos. El Hijo del hombre.
El primado a Simón Pedro
344. Encuentro con los discípulos en Cesárea de Filipo y explicación de la sedal de Jonás
345. Milagro en el castillo
de Cesárea Paneas
346. Primer anuncio de la Pasión y reprensión a Simón Pedro
347. En Betsaida. Profecía sobre el martirio de los Apóstoles y curación de un ciego
348. Manahén da algunas noticias acerca de Herodes Antipas, y desde Cafarnaúm va con Jesús a Nazaret. Revelación de las transfiguraciones
de la Virgen
349. La Transfiguración en el monte Tabor y el epiléptico curado al pie del monte. Un comentario para los predilectos
350. Lección a los discípulos sobre el poder de vencer
a los demonios
351. El tributo al Templo pagado con la moneda hallada
en la boca del pez
352. Un convertido de María de Magdala. Parábola para el pequeño Benjamín y lección sobre quién es grande
en el reino de los Cielos
353. La segunda multiplicación de los panes y el milagro de la multiplicación de la Palabra
354. Jesús habla sobre el Pan del Cielo en la sinagoga
de Cafarnaúm
355. El nuevo discípulo Nicolái de Antioquía y el segundo anuncio de la Pasión
356. Hacia Gadara. Las herejías de Judas Iscariote y las renuncias de Juan,
que quiere sólo amar
357. Juan y las culpas de Judas Iscariote. Los fariseos y la cuestión del divorcio
358. En Pel.la. El jovencito Yaia y la madre de Marcos de Josías
359. En la cabaña de Matías cerca de Yabés Galaad
360. El malhumor de los apóstoles y el descanso en una gruta. El encuentro
con Rosa de Jericó
361. Los dos injertos que transformarán a los apóstoles. María de Magdala advierte a Jesús de un peligro. Milagro ante la riada del Jordán
362. La misión de las "voces" en la Iglesia futura. El encuentro con la Madre y las discípulas
363. En Rama, en casa de la hermana de Tomás. Jesús habla sobre la salvación.
Apóstrofe a Jerusalén
364. En el Templo. Oración universal y parábola del hijo verdadero y los hijos bastardos
365. Judas Iscariote insidia la inocencia de Margziam. Un nuevo discípulo, hermano de leche de Jesús. En Betania, en la
casa de Lázaro, enfermo
366. Anastática entre las discípulas. Las cartas de Antioquía
367. El jueves prepascual. Preparativos en el Getsemaní
368. El jueves prepascual. En Jerusalén y en el Templo
369. El jueves prepascual. Parábola de la lepra de las casas
370. El jueves prepascual. En el convite de los pobres en el palacio de Cusa
371. El jueves prepascual. Por la noche en el palacio de Lázaro
372. El día de la Parasceve. Despertar en el palacio de Lázaro
373. El día de la Parasceve.
En el Templo
374. El día de la Parasceve. Por las calles de Jerusalén y en el barrio de Ofel
375. La cena ritual en casa de Lázaro y el banquete sacrílego en la casa de Samuel
376. Lección sobre la obra salvífica de los santos, y condena al Templo corrompido
377. Parábola del agua y del junco para María de Magdala, que ha elegido la mejor parte
378. La parábola de los pájaros, criticada por unos judíos enemigos que tienden una trampa
379. Una premonición del
apóstol Juan
380. El amor de los apóstoles, de la contemplación a la acción
381. La parábola del administrador infiel y sagaz. Hipocresía de los fariseos y conversión de un esenio
382. Un alto en casa de Nique
383. Discurso sobre la muerte junto al vado del Jordán
384. El anciano Ananías, guardián de la casita de Salomón
385. Parábola de la encrucijada y milagros cerca del pueblo
de Salomón
386. Hacia la orilla occidental
del Jordán
387. En Guilgal. El mendigo Ogla y los escribas tentadores. Los apóstoles comparados con las doce piedras del
prodigio de Josué
388. Exhortación a Judas Iscariote, que irá a Betania
con Simón Zelote.
389. Llegada a Engadí con
diez apóstoles
390. La fe de Abraham de Engadí y la parábola de la semilla
de palma
391. Curación del leproso Eliseo de Engadí
392. La hostilidad de Masada, ciudad-fortaleza
393. En la casa de campo de María de Keriot
394. Parábola de las dos voluntades y despedida de los habitantes de Keriot
395. Las dos madres infelices de Keriot. Adiós a la madre de Judas
396. En Yuttá, con los niños. La mano de Jesús obradora
de curaciones
397. Despedida de los fieles
de Yuttá
398. Palabras de despedida en Hebrón. Los delirios
de Judas Iscariote
399. Palabras de despedida en Betsur. El amor materno de Elisa
400. En Béter, en casa de Juana de Cusa, la cual habla del daño provocado por Judas Iscariote ante Claudia
401. Pedro y Bartolomé en Béter por un grave motivo.
Éxtasis de la escritora
402. Judas Iscariote se siente descubierto durante el discurso de despedida en Béter
403. Una lucha y victoria espiritual de Simón de Jonás
404. En camino hacia Emaús
de la llanura
405. Descanso en un henil y discurso a la entrada de Emaús de la llanura. El pequeño Miguel
406. En Joppe. Palabras inútiles a Judas de Keriot y diálogo sobre el alma con algunos Gentiles
407. En los campos de Nicodemo. La parábola de los dos hijos
408. Multiplicación del trigo en los campos de José de Arimatea
409. El drama familiar del Anciano Juan
410. Provocaciones de Judas Iscariote en el grupo apostólico
411. Una lección extraída de la naturaleza y espigueo milagroso para una viejecita. Cómo ayudar a quien se enmienda
412. Elogio del lirio de los valles, símbolo de María. Pedro se sacrifica por el bien de Judas
413. Llegada a Jerusalén para la fiesta de Pentecostés y disputa con los doctores del Templo
414. Invectiva contra fariseos y doctores en el convite en casa
del Anciano Elquías
415. Un alto en el camino
en Betania
416. Un mendigo samaritano en el camino de Jericó
417. Historia de Zacarías el leproso y conversión
de Zaqueo el publicano
418. Curación del discípulo José, herido en la cabeza y recogido en la casita de Salomón
419. Curaciones en un pueblecito de la Decápolis. Parábola del escultor y de las estatuas
420. Curación de un endemoniado completo. La vocación de la mujer al amor
421. El endemoniado curado, los fariseos y la blasfemia contra
el Espíritu Santo
422. El Iscariote, con sus malos humores, ocasiona la lección sobre los deberes
y los siervos inútiles
423. Partida del Iscariote, que ocasiona la lección sobre
el amor y el perdón
424. Pensamientos de gloria y martirio ante la vista de la costa mediterránea
425. En Cesárea Marítima. Romanos mundanos y parábola de los hijos con destinos distintos
426. Con las romanas en Cesárea Marítima. Profecía en Virgilio.
La joven esclava salvada
427. Bartolomé instruye
a Áurea Gala
428. Parábola de la viña y del viñador, figuras del alma y del libre albedrío
429. Con Judas Iscariote en la llanura de Esdrelón
430. El nido caído y el escriba cruel. La letra y el espíritu
de la Ley
431. Tomás prepara el encuentro de Jesús con los campesinos
de Jocanán
432. Con los campesinos
de Jocanán, cerca de Sefori
433. Llegada a Nazaret. Alabanzas a la Virgen.
Curación de Áurea
434. Trabajos manuales en Nazaret y parábola
de la madera barnizada
435. Comienzo del tercer sábado en Nazaret y llegada de Pedro con otros apóstoles
436. En el huerto de Nazaret, revelado a apóstoles y discípulas el precio de la Redención
437. Coloquio
de Jesús con
su Madre
438. María Santísima con María de Alfeo en Tiberíades, donde Valeria. Encuentro con Judas Iscariote
439. María Santísima enseña a Áurea a hacer la voluntad de Dios
440. Otro sábado en Nazaret. Obstinación de José de Alfeo
441. Partida de Nazaret. Un incendio de brezos durante el viaje viene a ser el tema de una parábola
442. Judas Iscariote en Nazaret en casa de María
443. La muerte del abuelo de Margziam
444. Las dotes de Margziam. Lección sobre la caridad, sobre la salvación, sobre los méritos del Salvador
445. Dos parábolas durante una tormenta en Tiberíades. Llegada de Maria Stma., e impenitencia de Judas Iscariote
446. Llegada a Cafarnaúm en medio de un cálido recibimiento
447. En Cafarnaúm unas palabras de Jesús sobre la misericordia y el perdón no encuentran eco
448. Encuentro de barcas en el lago y parábola sugerida por Simón Pedro
449. El pequeño Alfeo desamado de su madre
450. Milagros en el arrabal cercano a Ippo y curación del leproso Juan
451. Discurso en el arrabal cercano a Ippo sobre los deberes de los cónyuges y de los hijos
452. El ex leproso Juan se hace discípulo. Parábola de los diez monumentos
453. Llegada a Ippo y discurso en pro de los pobres. Curación de un esclavo paralítico
454. María Santísima y su amor perfecto. Conflicto de Judas Iscariote con el pequeño Alfeo
455. La Iglesia es confiada a la maternidad de María. Discurso, al pie de Gamala, en pro
de unos forzados
456. Despedida de Gamala y llegada a Afeq. Advertencia a la viuda Sara y milagro en su casa
457. Discurso en Afeq, tras una disputa entre creyentes y no creyentes. Sara se hace discípula
458. Una curación espiritual en Guerguesa y lección sobre
los dones de Dios
459. El perdón a Samuel de Nazaret y lección sobre
las malas amistades
460. Fariseos en Cafarnaúm con José y Simón de Alfeo. Jesús y su Madre preparados
para el Sacrificio
461. Confabulación en casa de Cusa para elegir a Jesús rey. El griego Zenón y la carta de Síntica con la noticia de la muerte de Juan de Endor
462. Discurso y curaciones en las fuentes termales de Emaús
de Tiberíades
463. En Tariquea. Cusa, a pesar del discurso sobre la naturaleza del reino mesiánico, invita a Jesús a su casa. Conversión de una pecadora
464. En la casa de campo de Cusa, intento de elegir rey a Jesús. El testimonio
del Predilecto
465. En Betsaida para un encargo secreto a Porfiria. Apresurada partida de Cafarnaún
466. Un alto en la casa de los ancianos cónyuges Judas y Ana
467. Parábola de la distribución de las aguas. Perdón condicionado para el campesino Jacob. Advertencias a los apóstoles camino de Corazín
468. Un episodio de enmendamiento de Judas Iscariote, y otros que
ilustran su figura
469. Despidiéndose de los pocos fieles de Corazín
470. Lección a una suegra sobre los deberes del matrimonio
471. Encuentro con el levita José, llamado Bernabé, y lección
sobre Dios-Amor
472. Solicitud insidiosa de un juicio acerca de un hecho ocurrido en Yiscala
473. Curación de un niño ciego de Sidón y una lección
para las familias
474. Una visión que se pierde en un arrobo de amor
475. Abel de Belén de Galilea pide el perdón para sus enemigos
476. Lección sobre el cuidado de las almas y perdón a los dos pecadores castigados con la lepra
477. Coloquio de Jesús con su Madre en el bosque de Matatías. Los sufrimientos morales
de Jesús y María
478. Coloquio de Jesús con José y Simón de Alfeo, que van a la fiesta de los Tabernáculos
479. Con Juan al pie de la torre de Yizreel en espera de los campesinos de Jocanán
480. Parten de Yizreel tras la visita nocturna de los campesinos de Jocanán
481. Llegada a Enganním. Maquinaciones de Judas Iscariote para impedir una trama
de los fariseos
482. En camino con un pastor samaritano que ve
premiada su fe
483. Polémica de los apóstoles sobre el odio de los judíos. Los diez leprosos curados en Samaria
484. Alto obligado en las cercanías de Efraím y parábola de la granada
485. Jesús llega con los apóstoles a Betania, donde ya están algunos discípulos con Margziam
486. En el Templo para la fiesta de los Tabernáculos. Discurso sobre la naturaleza del Reino
487. En el Templo para la fiesta de los Tabernáculos. Discurso sobre la naturaleza del Cristo
488. En el Templo para la fiesta de los Tabernáculos. Partida secreta hacia Nob después
de la oración
489. En Nob. Parábola del rey no comprendido por sus súbditos. Jesús calma el viento
490. En el campo de los Galileos con los primos apóstoles y encuentro con el levita Zacarías
491. TEn el Templo el último día de la fiesta de los Tabernáculos. Sermón sobre el Agua viva
492. En Betania se evoca la memoria de Juan de Endor
493. Jesús habla cabe la fuente de En Royel, lugar en que hicieron un alto los tres Sabios
494. La mujer adúltera y la hipocresía de sus acusadores
495. Jesús instruye acerca del perdón de los pecadores, y se despide de sus discípulos en el camino de Betania
496. Un alto en la casita de Salomón. Improvisa turbación
de Judas Iscariote.
497. Simón Pedro atraviesa una hora de abatimiento
498. Exhortación a Judas Tadeo y a Santiago de Zebedeo después de una discusión
con Judas Iscariote
499. Fuga de Esebón y encuentro con un mercader de Petra
500. Reflexiones de Bartolomé y Juan después de un retiro
en el monte Nebo
501. Parábola de los hijos lejanos. Curación de dos hijos ciegos del hombre de Petra
502. Otro abatimiento en Pedro. Lección sobre las posesiones (divinas y diabólicas)
503. Los apóstoles indagan acerca del Traidor. Un saduceo y la infeliz mujer de un nigromante. Saber distinguir lo sobrenatural de lo oculto
504. Margziam preparado para la separación. Regreso a la aldea de Salomón y muerte de Ananías
505. En el Templo, una gracia obtenida con la oración incesante y la parábola del juez y la viuda
506. En el Templo, oposición al discurso que revela que Jesús
es la Luz del mundo
507. El gran debate con los judíos. Huyen del Templo con la ayuda del levita Zacarías
508. Juan será la luz de Cristo hasta el final de los tiempos. El pequeño Marcial-Manasés acogido por José de Seforí
509. El anciano sacerdote Matán acogido con los apóstoles y discípulos que han huido
del Templo
510. La curación de un ciego
de nacimiento
511. En la casa de Juan de Nob, otra alabanza a la Corredentora. Embustes de Judas Iscariote
512. Profecía ante un pueblo destruido
513. En Emaús Montana, una parábola sobre la verdadera sabiduría y una advertencia
a Israel
514. Consejos sobre la santidad a un joven indeciso. Reprensión a los habitantes de Bet-Jorón después de la curación de un romano y una judía
515. Las razones del dolor salvífico de Jesús. Elogio de la obediencia y lección sobre
la humildad
516. En Gabaón, milagro del mudito y elogio de la sabiduría como amor a Dios
517. Hacia Nob. Judas Iscariote, tras un momento polémico, reconoce su error
518. En Jerusalén, encuentro con el ciego curado y palabras que revelan a Jesús como
buen Pastor
519. Inexplicable ausencia de Judas Iscariote y alto en Betania, en casa de Lázaro
520. Conversaciones en torno a Judas Iscariote, ausente. Llegada a Tecua con el anciano Elí-Ana
521. En Tecua, Jesús se despide de los habitantes del lugar y del anciano Elí-Ana
522. Llegada a Jericó. El amor terreno de la muchedumbre y el amor sobrenatural del
convertido Zaqueo
523. En Jericó. La petición a Jesús de que juzgue a una mujer. La parábola del fariseo y el publicano tras una comparación entre pecadores y enfermos
524. En Jericó. En casa de Zaqueo con los pecadores convertidos
525. El juicio sobre Sabea
de Betlequí
526. T526 Curaciones cerca del vado de Betabara y discurso en recuerdo de Juan el Bautista
527. Desconocimiento y tentaciones en la naturaleza humana de Cristo
528. En Nob. Consuelo materno de Elisa y regreso inquietante de Judas Iscariote
529. Enseñanzas a los apóstoles mientras realizan trabajos manuales en casa de Juan de Nob
530. Otra noche de pecado de Judas Iscariote
531. En Nob, enfermos y peregrinos venidos de todas partes. Valeria y el divorcio. Curación del pequeño Leví
532. Preparativos para las Encenias. Una prostituta enviada a tentar a Jesús, que deja Nob
533. Hacia Jerusalén con
Judas Iscariote
534. Enseñanzas y curaciones en la sinagoga de los libertos romanos. Un encargo
para los gentiles
535. Judas Iscariote llamado
a informar a casa de Caifás
536. Curación de siete leprosos y llegada a Betania con los apóstoles ya reunidos. Marta y María preparadas por Jesús
a la muerte de Lázaro
537. En el Templo en la fiesta de la Dedicación, Jesús se manifiesta a los judíos, que intentan apedrearle
538. Jesús, orante en la gruta de la Natividad, contemplado por los discípulos ex pastores
539. Juan de Zebedeo se acusa de culpas inexistentes
540. La Madre confiada a Juan. Encuentro con Manahén y lección sobre el amor a los animales. Conclusión del tercer año
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361- Los dos injertos que transformarán a los apóstoles. María de Magdala advierte a Jesús de un peligro. Milagro ante la riada del Jordán
Por fin puedo escribir lo que desde el rayar del alba de esta mañana ocupa mi vista y oído mentales, y me hace sufrir por el esfuerzo de oír cosas externas y de casa mientras que lo que debo ver y oír son las cosas de Dios, y me hace intolerante respecto a todas las demás cosas que no sean lo que el espíritu ve.
¡Cuánta paciencia necesito para... no perder la paciencia esperando el momento de decir a Jesús: «¡Aquí me tienes!
¡Ahora puedes seguir adelante»! Porque -lo he dicho otras veces y ahora lo repito -cuando no puedo proseguir o empezar la narración de lo que veo, la escena se detiene al principio, o en el punto en que me interrumpen, y luego continúa su secuencia o empieza de nuevo, cuando puedo seguirla libremente. Creo que Dios quiere esto para que no omita o confunda ni siquiera un detalle particular, lo cual podría sucederme si escribiera un tiempo después de haber visto.
Aseguro por mi conciencia, que cuanto escribo, por verlo u oírlo, lo escribo mientras lo veo y oigo.
Así pues, esto es lo que veo desde el comienzo de la mañana, y mi interno consejero me dice que es el comienzo de una larga y hermosa visión.
Jesús, con un tiempo de lobos, va por un camino campestre embarradísimo. El camino es un pequeño río de lodo que a cada pisada cede y salpica; un lodo amarillento, pegajoso, resbaladizo cual jabón blando, que se agarra a las sandalias y las aspira como si fuera una ventosa, y al mismo tiempo se desliza bajo sus suelas, haciendo penosa la marcha en medio de muchos patinazos.
Debe haber llovido y requetellovido en esos días. Y el cielo (un cielo bajo, plúmbeo, recorrido por nubarrones densos impulsados por los vientos siroco o gregal, tan densos que el aire parece, en la boca, un cuerpo dulzarrón, una pátina empalagosa) todavía promete más lluvia.
No alivia este rítmico soplo de viento, que plega hierbas y ramas y luego pasa para tornar todo a la inmovilidad pesada del bochorno tempestuoso. De vez en cuando, un nubarrón se abre, y gruesas gotas, calientes como si provinieran de una ducha templada, caen para formar borbollones en el lodo, que salpica aún más en las túnicas y las piernas.
Los bajos de las túnicas -a pesar de que Jesús y los suyos las hayan recogido, disponiéndolas muy abolsadas en torno a las caderas con la ayuda del cordón que las ciñe a las cinturas -son una entera cazcarria de fango, muy húmedo en la parte más baja, casi seco en las salpicaduras más altas. Túnicas y mantos -éstos también los llevan lo más alto posible: los han plegado en dos y así los llevan, por limpieza y para protegerse doblemente de los chaparrazos breves pero violentos -están enteramente sucios de barro.
¿Y los pies y las piernas?: hasta la mitad de las espinillas parecen cubiertos de una espesa media de lana cascarriosa, y que, sin embargo, es lodo, lodo y más lodo encostrado.
Hasta aquí el comienzo. Ahora prosigue.
Los discípulos se quejan un poco del tiempo y del camino, y, digámoslo también, de las ganas poco... aconsejables del Maestro de estar por ahí caminando con un tiempo como éste.
Jesús parece que no oye. Pero oye. Y dos o tres veces se vuelve levemente -van casi en fila india para seguir el lado izquierdo del camino, que, por su nivel un poco más alto que el derecho, está menos cenagoso -, se vuelve para mirarlos, pero no habla.
La última vez es el más anciano de los apóstoles el que dice:
-¡Pobre de mí! ¡Con esta humedad que se me está secando encima voy a tener dolores para tomar y dejar! ¡Yo ya soy viejo! ¡Ya no tengo treinta años!
También Mateo refunfuña:
-¿Y yo, entonces? Yo es que no estaba acostumbrado... Cuando llovía en Cafarnaúm, ya sabes, Pedro, que no salía de mi casa. Ponía a unos siervos en la mesa de los impuestos y ellos me traían a los que tenían que pagar. Había organizado un verdadero servicio para esto. ¡Hombre, claro! ¿Quién salía cuando hacía mal tiempo? ¡Pues... algún que otro melancólico y nada más! Mercados y viajes se hacen con el buen tiempo...
-¡Callad! ¡Que oye! -dice Juan.
-No, hombre, que no oye. Está pensando, y cuando piensa... es como si nosotros no existiéramos -dice Tomás.
-Y cuando establece una cosa no la remueve ninguna justa consideración. Quiere hacer lo que quiere Él. Sólo se fía de sí mismo. Será su ruina. Si se asesorase un poco conmigo... ¡Que yo sé muchas cosas! -dice Judas con ese empaque de "yo hago todo" y de "soy más que los demás".
-¿Qué sabes tú?-pregunta Pedro, ya rajo como un gallito.
¡Tú sabes todo! ¿Qué amigos tienes? ¿Qué es, que eres una personalidad de Israel? ¡Vete por ahí, hombre! Tú eres un pobre hombre como yo y los demás. Un poco más guapo... Pero la belleza de juventud es una flor que dura un día. ¡Yo también era guapo!
-Una fresca carcajada de Juan quiebra el aire. También los otros se ríen, y toman un poco el pelo a Pedro por sus arrugas, sus piernas divergentes, como las de todos los marineros, sus ojos un poco prominentes y enrojecidos por los vientos del lago.
-Reíos si queréis, pero es así. Y... no me interrumpáis.
Di, Judas. ¿Qué amigos tienes? ¿Qué sabes? Para saber lo que das a entender, debes tener amigos entre los enemigos de Jesús. Y quien tiene amigos entre los enemigos es un traidor. ¡De modo que, muchacho, cuida de ti, si te preocupa tu belleza! Porque, si bien es verdad que ya no soy guapo, es verdad que soy todavía fuerte, y no me costaría mucho esfuerzo dejarte desdentado o deshacerte un ojo -dice Pedro.
-¡Qué modos de hablar! ¡Verdaderamente propios de un tosco pescador! -dice Judas con un desprecio de príncipe ofendido.
-Sí señor, y a mucha honra. Pescador, pero sincero como mi lago, que si quiere hacer tormenta no dice: "Hago bonanza", sino que se estremece y se pone, como testigos en el zócalo del cielo, unas borlas de nubes que para qué; de forma que basta con que uno no sea un animal o esté borracho para que entienda la alusión y tome las medidas que correspondan. Tú... tú me asemejas a este barro, que parece sólido y, mira» (y pisa enérgicamente, y el barro salpica hasta el mentón del guapo Iscariote).
-¡Pero Pedro! ¡Son modales indignos! ¡Pues sí que dan en ti buen fruto las palabras del Maestro sobre la caridad!
-Y en ti sobre la humildad y la sinceridad. Venga. Escupe lo que sabes. ¿Qué sabes? ¿Es verdad que sabes, o te das importancia para hacer creer que tienes amigos poderosos? ¡Tú, que eres sólo un pobre gusano!
-Yo sé lo que sé, y no vengo a decírtelo a ti para que se produzcan riñas como te gustaría, como galileo que eres. Repito que sería una cosa muy buena que el Maestro fuera menos testarudo. Y menos violento. La gente se cansa de oír que la ofenden.
-¡Violento! Si lo fuera, debería hacerte volar al río, inmediatamente. Un buen vuelo por encima de aquellos árboles. Así te lavarías el barro que te ensucia el perfil. ¡Ojalá sirviera para lavarte el corazón, que... me equivocaré, pero debe estar más costroso que mis piernas embarradas!
Efectivamente, Pedro, velludo y bajo de estatura, tiene las piernas más embarradas. El y Mateo son verdaderamente de arcilla casi hasta la rodilla.
-Dejadlo, ¿no?! ¡Ya está bien! -dice precisamente Mateo.
Juan, que ha notado que Jesús ha aminorado la marcha, sospecha que haya oído, y, acelerando el paso, pasando a dos o tres compañeros, se llega hasta Él, se pone a su lado y lo llama:
-¡Maestro! -dulcemente como siempre, y con esa mirada suya de amor, volviendo la cabeza hacia arriba, porque es más bajo y porque va hacia el centro del camino y, por tanto, fuera del ligero desnivel por el que todos marchan.
-¡Juan! ¿Me has alcanzado?
Jesús le sonríe.
Juan, estudiando con amor y preocupación su rostro para tratar de ver si ha oído, responde:
-Sí, Maestro mío. ¿Me quieres contigo?
-Siempre te quiero conmigo. A todos os querría tener al lado, ¡y con tu corazón! Pero, si sigues caminando por ahí, te acabarás de mojar.
-¡No me importa, Maestro! ¡Nada me importa, con tal de estar a tu lado!
-¿Siempre quieres estar conmigo? Tú no piensas que soy imprudente y que puedo meteros en líos también a vosotros. ¿No te sientes ofendido porque no atiendo tus consejos?
-¡Maestro! ¿Entonces has oído? -Juan está consternado.
-He oído todo. Desde las primeras palabras. De todas formas, no te aflijas. No sois perfectos. Lo sabía desde cuando os llamé. Y no pretendo que seáis perfectos rápidamente. Antes deberéis ser transformados de agrestes en delicados, con dos injertos...
-¿Cuáles, Maestro?
-Uno de sangre, otro de fuego. Después seréis héroes del Cielo y convertiréis al mundo, empezando por vosotros.
-¿De sangre? ¿De fuego?
-Sí, Juan. La Sangre: la mía...
-¡No, Jesús!
Juan le interrumpe con un gemido.
-Serénate, amigo. No me interrumpas. Sé tú el primero en escuchar estas verdades. Lo mereces. La Sangre: la mía. Ya sabes que para esto he venido. Soy el Redentor... Piensa en los Profetas. No omitieron ni una iota describiendo mi misión.
Seré el Hombre descrito por Isaías. Y, cuando me desangren, mi Sangre os fecundará a vosotros. Pero no me limitaré a esto. Sois tan imperfectos, débiles, obtusos y miedosos, que Yo, glorioso al lado del Padre, os enviaré el Fuego, la Fuerza que procede de mi ser por generación del Padre y que vincula al Padre y al Hijo en una arra indisoluble, haciendo de Uno, Tres: el Pensamiento, la Sangre, el Amor.
Cuando el Espíritu de Dios, o mejor, el Espíritu del Espíritu de Dios, la Perfección de las Perfecciones divinas, descienda sobre vosotros, vosotros dejaréis de ser lo que ahora sois. Seréis nuevos, potentes, santos... Pero para uno nula será la Sangre y nulo el Fuego. Porque la Sangre, para él, significará poder de condenación, y para toda la eternidad conocerá otro fuego, en el cual arderá, arrojando y tragando sangre, porque verá sangre en todos los lugares donde ponga sus ojos mortales o sus ojos espirituales, desde cuando haya traicionado la Sangre de un Dios.
-¡Oh, Maestro! ¿Quién es?
-Lo sabrás un día. Ahora ignora. Y, por la caridad, no trates ni siquiera de indagar. La averiguación presupone sospecha. No debes sospechar de tus hermanos, porque la sospecha es ya falta de caridad.
-Me basta con que me asegures que no seremos ni yo ni Santiago los que te traicionemos.
-¡No, tú no! Y tampoco Santiago. ¡Tú eres mi consuelo, Juan bueno! -y Jesús le pone un brazo encima de los hombros y lo arrima hacia sí, y prosiguen así unidos.
Van en silencio un rato. También los demás ahora guardan silencio. Se oyen sólo las pisaduras sobre el lodo.
Luego, otro ruido. Es un susurro, un gorgoteo: me asemeja al pesado ronquido de una persona acatarrada. Un ronquido monótono, interrumpido de vez en cuando por pequeños chasquidos.
-¿Oyes? -dice Jesús -El río está cerca.
-Pero al vado no llegaremos antes de la noche. Dentro de poco empezará a oscurecer.
-Dormiremos en alguna cabaña. Y mañana pasaremos. Hubiera querido llegar antes, porque cada hora que pasa se engrosa más el río. ¿Oyes? Los cañizares de las orillas se rompen bajo el peso de las aguas crecidas.
-¡Te han entretenido mucho en las ciudades de la Decápolis! Nosotros se lo decíamos a aquellos enfermos: "¡Otra vez será!" pero...
-Pero quien está enfermo quiere curarse, Juan. Y quien tiene piedad cura inmediatamente, Juan. No importa. Pasaremos de todas formas. Quiero recorrer la otra orilla antes de volver a Jerusalén para Pentecostés.
Callan de nuevo. Cae la tarde con la rapidez de las tardes lluviosas. La marcha, en el crepúsculo cada vez más oscuro, se hace aún más difícil. Y los árboles que hay a lo largo del camino aumentan la oscuridad con su follaje.
-Vamos a pasar a la otra margen del camino. Ya estamos muy cerca del vado. Vamos a buscar una cabaña.
Cruzan. Los demás los siguen. Salvan un pequeño canal cenagoso -más cieno que agua -que va a afluir, burbujeando, al río. Casi a tientas pasan entre los árboles, y se dirigen hacia el río, cuyo rumor se oye cada vez más cercano y fuerte.
Un primer rayo de luna perfora las nubes, penetra entre dos nubes y baja haciendo brillar el agua limosa del Jordán, que está muy engrosado y ancho en ese punto. (Si calculo bien, el río tiene una anchura de cincuenta o sesenta metros. Soy una verdadera calamidad en cuestión de cálculo de medidas, pero creo que mi casa cabría en ese cauce, al menos, nueve o diez veces, y tenía una anchura de aproximadamente cinco metros y medio).
Ahora no es el hermoso, calmo y azul Jordán, de aguas pacíficas y bajas que dejan al descubierto la fina arena del guijarral en las orillas, donde empiezan los cañizares, que siempre son un temblor sonoro. Ahora el agua ha invadido toda, y los primeros cañizares, combados, rotos y sumergidos, ya no se ven; todo lo más, alguna cinta de las hojas ondea en la superficie del agua y parece hacer un gesto de adiós y pedir ayuda. E1 agua está ya al pie de los primeros árboles gruesos. No sé qué árboles son. Son altos y frondosos, compactos como una muralla, oscura en la noche oscura. Algún sauce hunde las cimas de sus desordenadas frondas en el agua amarillenta.
-Por aquí ya no se puede vadear -dice Pedro.
-Por aquí no. ¿Pero allí? ¿Ves? Se pasa todavía -dice Andrés.
Efectivamente, dos cuadrúpedos están pasando con cautela e1 río. El agua toca el vientre de los animales.
Si pasan ellos, pasan también las barcas.
-Pero es mejor pasar enseguida, aunque ya sea de noche. Hay menos nubes, y hay luna. No dejemos pasar este momento. Vamos a buscar si hay una barca...
Y Pedro lanza tres veces un largo y lamentoso “¡0... eh!”Ninguna respuesta.
Vamos abajo, al pie del vado. Melquías con sus hijos debe estar. Es el mejor período del año para él. Nos pasará.
Andan lo más deprisa que pueden por el senderillo que, casi lamido por el río, lo bordea.
-¿Pero aquélla no es una mujer? -dice Jesús, mirando a los dos que ya han cruzado el río con los caballos y que ahora están parados en el sendero.
-¿Una mujer?
Pedro y los demás no ven ni distinguen si es hombre o mujer el bulto oscuro que ha bajado del caballo y está esperando.
-Sí. Es una mujer. Es... es María. Mirad, ahora que cae bajo el rayo de la luna.
-¡Dichoso Tú que ves! ¡Dichosos tus ojos!
-María es. ¿Qué querrá? -y Jesús grita: « ¡María!».
-¡Rabbuní! ¿Eres Tú? ¡Gloria a Dios, que te he encontrado! -y María corre como una gacela hacia Jesús. No me explico cómo no tropieza en el accidentado sendero. Ha dejado caer un primer manto grande y grueso, y ahora viene con su velo y un manto más ligero arrollado al cuerpo encima de una túnica oscura.
Cuando llega donde Jesús, se arroja a sus pies sin tener en cuenta el barro. Jadea, pero se la ve feliz. Repite:
-¡Gloria a Dios, que me ha hecho encontrarte!
-¿Por qué, María? ¿Qué sucede? ¿No estabas en Betania?
-Estaba en Betania con tu Madre y las mujeres, como habías dicho... Pero he venido a tu encuentro... Lázaro no podía porque sufre mucho... Entonces he venido yo con el doméstico...
-¡Tú salir de casa sola con un muchacho y con este tiempo!
-¡Rabbuní, no irás a decirme que piensas que tengo miedo!
No he tenido miedo de hacer tanto mal... no lo tengo ahora de hacer el bien.
-¿Y bien? ¿Para qué has venido?
-Para decirte que no pases... En la otra parte te esperan con intención de hacerte daño... Lo he sabido... Lo he sabido de un herodiano que hace tiempo... que hace tiempo me amaba... No sé si lo habrá dicho por amor, todavía, o por odio... Sé que anteayer me vio a través de la cancilla y me dijo: "María necia, ¿estás esperando a tu Maestro?
Haces bien, porque será la última vez, porque en cuanto pase y venga a Judea le echan mano. Míralo bien y luego huye, porque no es prudente estar cerca de Él ahora...".
Entonces... te puedes imaginar con qué coraje... he indagado... Como sabes... he conocido a muchos... y, aunque quizás llamándome loca y... poseída, todavía me hablan... He sabido que es verdad. Entonces he tomado dos caballos y he venido, sin decir nada a tu Madre... para no causarle dolor. Regresa..., vuélvete inmediatamente,
Maestro. Si saben que estás aquí, pasado el Jordán, vienen. Y estás ya demasiado cerca de Maqueronte. ¡Vete, vete por piedad, vete por piedad, Maestro!...
-No llores, María...
-¡Tengo miedo, Maestro!
-¡No! ¿Miedo tú, tan valiente que has pasado el río crecido y de noche?..,
-Pero esto es un río y ésos son hombres enemigos tuyos y que te odian... Tengo miedo del odio a ti... Porque te quiero, Maestro.
-No temas. No me prenderán aún. No es mi hora. Aunque pusieran a lo largo de todos los caminos formaciones y más formaciones de soldados, no me prenderían. No es mi hora. Pero seguiré tu deseo. Regresaré...
Judas barbota unas palabras entre dientes. Jesús responde:
-Sí, Judas. Es exactamente como dices. Exactamente en la primera mitad de tu frase. Hago caso de ésta; sí, hago caso de ella. Pero no porque sea mujer, como insinúas, sino porque es la que ha recorrido más camino de amor.
María, vuelve a casa mientras puedas hacerlo. Yo regreso. Pasaré... por donde pueda, y me iré a Galilea. Ven con mi Madre y las otras a Caná, a casa de Susana. Allí os daré instrucciones. Ve en paz, bendita. Dios está contigo.
Jesús le pone la mano en la cabeza, bendiciéndola así. María toma las manos de Cristo y las besa, luego se levanta y se vuelve. Jesús la mira mientras se marcha. La mira mientras recoge el grueso manto y se lo pone, mientras va hasta el caballo y monta, mientras entra de nuevo en el vado y pasa.
-Y ahora vamos -dice.
-Quería que descansarais, pero no me es posible. Me preocupo de vuestra incolumidad, piense lo que piense Judas en contra. Creedme: si cayerais en manos de mis enemigos sería peor para vuestra salud que el agua y el barro...
Todos bajan la cabeza, porque han comprendido el reproche velado, y dado como respuesta a sus conversaciones de antes.
Caminan, caminan, caminan toda la noche, entre disipaciones de nubes y breves chubascos. A la entrada de una pobrísima aldea, que se extiende junto al río con sus casuchas de barro, los sorprende una aurora cenicienta. El río es un poco menos ancho que en el vado. Hay algunas barcas que han sido arrastradas a la tierra, incluso hasta dentro de la propia aldea, para salvarlas de la crecida.
Pedro lanza su grito:
Sale de un tugurio un hombre vigoroso, aunque anciano.
-¿Qué quieres?
-Barcas para pasar.
-¡Imposible! El río está demasiado crecido... La corriente....
-¡Eh, amigo! ¿A quién se lo estás diciendo? Soy pescador de Galilea.
-Una cosa es el mar... esto es río... no quiero quedarme sin barca. Y además... sólo tengo una, y tú y los que te acompañan sois muchos.
-¡Embustero! ¿Me vas a contar que tienes una barca sólo?
-¡Que se me sequen los ojos si miento, yo...
-Ten cuidado, no sea que se te vayan a secar de verdad. Éste es el Rabí de Galilea, que da ojos a los ciegos y que... puede complacerte secándote los tuyos...
-¡Misericordia! ¡El Rabí! ¡Perdóname, Rabbuní!
-Sí. Pero no vuelvas a mentir. Dios ama a los sinceros. ¿Por qué decir que tienes una barca sólo, cuándo todo el pueblo puede desmentirte? ¡Demasiado humillante es para un hombre la mentira y el quedar desenmascarado! ¿Me prestas tus barcas?
-Todas, Maestro.
-¿Cuántas hacen falta, Pedro?
-En tiempos normales son suficientes dos. Pero con el río crecido es más difícil la maniobra y hacen falta tres.
-Tómalas, pescador. Pero, ¿cómo voy a recuperarlas?
-Ven en una. ¿No tienes hijos?
-Tengo un hijo y dos yernos y algunos nietos.
-Dos por cada barca son suficientes para regresar.
-Vamos.
El hombre llama a los otros, y, con la ayuda de Pedro, Andrés, Santiago y Juan, empujan las barcas adentro. La corriente es fuerte y trata de arrastrarlas enseguida corriente abajo. Las cuerdas que sujetan las barcas a los troncos más cercanos están tensas come las de un arco, y crujen por la tensión. Pedro mira. Mira las barcas, el río; mira y menea la cabeza y se alborota con una mano sus cabellos entrecanos; luego lanza una ojeada curiosa a Jesús.
-¿Tienes miedo, Pedro?
-¡Hombre!... casi, casi...
-No temas. Ten fe. Y también tú, hombre. Quien lleva a Dios y a sus enviados no debe temer. Vamos a bajar a las barcas. Yo a la primera.
El dueño de las barcas hace un gesto de resignación. Estará pensando que ha llegado la última hora para sí y para sus parientes; lo mínimo que estará pensando es que va a perder las barcas o que quién sabe dónde van a terminar.
Jesús ya está en la barca. De pie, en la proa. Bajan también los otros, a ésta o a las otras dos barcas. Queda en tierra solamente un viejecito, el ayudante quizás, que vigila las sogas.
-¿Ya?
-Sí, ya.
-¿Preparados los remos?
-Preparados.
-Suelta, tú, de la orilla.
El viejecito desanuda los cabos de la espiga con que formaban nudo cabe el tronco. Las barcas, a medida que van quedando libres, dan un bandazo un poco hacia el sur en la dirección de la corriente.
Pero Jesús tiene la expresión del rostro de cuando obra milagros. No sé lo que le dice al río. Lo que sé es que la corriente casi se para (tiene sólo el movimiento lento del Jordán cuando no está crecido). Las barcas cortan el agua sin esfuerzo; es más, a una velocidad que debe asombrar al dueño de las barcas.
Ya están en la otra parte. Bajan fácilmente; y la corriente, mientras están parados los remos, no intenta arrastrar hacia abajo a las barcas.
-Maestro, veo que eres verdaderamente poderoso -dice el dueño de las barcas. Bendice a tu siervo y acuérdate de mí, que soy un pecador.
-¿Por qué poderoso?
-¿Hombre, te parece poco? ¡Has detenido la corriente impetuosa del Jordán!...
-Josué ya hizo este milagro, y mayor aún, porque desaparecieron las aguas del río, para que pasara el Arca...
-Y tú, hombre, has pasado a la verdadera Arca de Dios -dice Judas con su empaque.
-¡Oh, Dios Altísimo! ¡Sí, lo creo! ¡Tú eres el verdadero Mesías! El Hijo de Dios Altísimo. Voy a decir esto por ciudades y pueblos de la ribera. Voy a decir esto, lo que has hecho, lo que te he visto hacer. ¡Vuelve, Maestro! Mi pobre aldea tiene muchos enfermos. ¡Ven a curarlos!
-Iré. Tú, mientras, predica en mi Nombre la fe y la santidad para ser gratos a Dios. Adiós, hombre. Ve en paz. Y no temas por el regreso.
-No tengo miedo. Si tuviera miedo, te habría pedido que tuvieras compasión de mi vida. Pero creo en ti y en tu bondad y voy a la otra orilla sin pedir nada. Adiós.
Vuelve a subir a la barca. Es el primero en meter la proa en el río. Y marcha seguro y veloz. Toca la orilla.
Jesús, que ha estado parado hasta que lo ha visto en tierra, hace un gesto de bendición. Luego se retira hacia el camino.
El río reemprende su marcha vortiginosa... Y todo termina así.
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