Saturday November 02,2024
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EL EVANGELIO
COMO ME HA SIDO REVELADO


El Evangelio como me ha sido revelado

Autor: María Valtorta

« PARTE 4 de 7 »

TERCER AÑO DE LA
VIDA PUBLICA DE JESUS

Partes: [ 1 ] [ 2 ] [ 3 ]
[ 4 ] [ 5 ] [ 6 ] [ 7 ]



313. Preparativos para salir de Nazaret, después de la visita de Simón de Alfeo con su familia. Durante el tercer año,
Jesús será el Justo

314. La cena en la casa de Nazaret. La dolorosa partida

315. El viaje hacia Yiftael y las reflexiones de Juan de Endor

316. Jesús se despide de Juan
de Endor y de Síntica

317. La oración de Jesús por la salvación de Judas Iscariote

318. En barca de Tolemaida
a Tiro

319. Partida de Tiro en la nave del cretense Nicomedes

320. Prodigios en la nave en medio de una tempestad

321. Arribo a Seleucia.
Se despiden de Nicomedes

322. Partida de Seleucia en un carro y llegada a Antioquía

323. La visita a Antigonio

324. Las pláticas de los ocho apóstoles antes de dejar Antioquía. El adiós a Juan de Endor y a Síntica

325. Los ocho apóstoles se reúnen con Jesús
cerca de Akcib

326. Un alto en Akcib

327. En los confines de Fenicia. Palabras de Jesús sobre la igualdad de los pueblos.
Parábola de la levadura

328. En Alejandrocena donde los hermanos de Hermiona

329. En el mercado de Alejandrocena. La parábola
de los obreros de la viña

330. Santiago y Juan "hijos del trueno". Hacia Akcib
con el pastor Anás

331. La fe de la mujer cananea y otras conquistas. Llegada a Akcib

332. La sufrida separación de Bartolomé, que con Felipe
vuelve a unirse al Maestro

333. Con los diez apóstoles
hacia Sicaminón

334. También Tomas y Judas Iscariote se unen de nuevo al grupo apostólico

335. La falsa amistad de Ismael ben Fabí, y el hidrópico
curado en sábado

336. En Nazaret con cuatro apóstoles. El amor de Tomás
por María Santísima

337. El sábado en Corazín. Parábola sobre los corazones imposibles de labrar. Curación
de una mujer encorvada

338. Judas Iscariote pierde el poder de milagros.
La parábola del cultivador

339. La noche pecaminosa
de Judas Iscariote

340. El enmendamiento de Judas Iscariote y el choque con los rabíes junto al sepulcro de Hil.lel

341. La mano herida de Jesús. Curación de un sordomudo en los confines sirofenicios

342. En Quedes. Los fariseos piden un signo.
La profecía de Habacuc

343. La levadura de los fariseos. El Hijo del hombre.
El primado a Simón Pedro

344. Encuentro con los discípulos en Cesárea de Filipo y explicación de la sedal de Jonás

345. Milagro en el castillo
de Cesárea Paneas

346. Primer anuncio de la Pasión y reprensión a Simón Pedro

347. En Betsaida. Profecía sobre el martirio de los Apóstoles y curación de un ciego

348. Manahén da algunas noticias acerca de Herodes Antipas, y desde Cafarnaúm va con Jesús a Nazaret. Revelación de las transfiguraciones
de la Virgen

349. La Transfiguración en el monte Tabor y el epiléptico curado al pie del monte. Un comentario para los predilectos

350. Lección a los discípulos sobre el poder de vencer
a los demonios

351. El tributo al Templo pagado con la moneda hallada
en la boca del pez

352. Un convertido de María de Magdala. Parábola para el pequeño Benjamín y lección sobre quién es grande
en el reino de los Cielos

353. La segunda multiplicación de los panes y el milagro de la multiplicación de la Palabra

354. Jesús habla sobre el Pan del Cielo en la sinagoga
de Cafarnaúm

355. El nuevo discípulo Nicolái de Antioquía y el segundo anuncio de la Pasión

356. Hacia Gadara. Las herejías de Judas Iscariote y las renuncias de Juan,
que quiere sólo amar

357. Juan y las culpas de Judas Iscariote. Los fariseos y la cuestión del divorcio

358. En Pel.la. El jovencito Yaia y la madre de Marcos de Josías

359. En la cabaña de Matías cerca de Yabés Galaad

360. El malhumor de los apóstoles y el descanso en una gruta. El encuentro
con Rosa de Jericó

361. Los dos injertos que transformarán a los apóstoles. María de Magdala advierte a Jesús de un peligro. Milagro ante la riada del Jordán

362. La misión de las "voces" en la Iglesia futura. El encuentro con la Madre y las discípulas

363. En Rama, en casa de la hermana de Tomás. Jesús habla sobre la salvación.
Apóstrofe a Jerusalén

364. En el Templo. Oración universal y parábola del hijo verdadero y los hijos bastardos

365. Judas Iscariote insidia la inocencia de Margziam. Un nuevo discípulo, hermano de leche de Jesús. En Betania, en la
casa de Lázaro, enfermo

366. Anastática entre las discípulas. Las cartas de Antioquía

367. El jueves prepascual. Preparativos en el Getsemaní

368. El jueves prepascual. En Jerusalén y en el Templo

369. El jueves prepascual. Parábola de la lepra de las casas

370. El jueves prepascual. En el convite de los pobres en el palacio de Cusa

371. El jueves prepascual. Por la noche en el palacio de Lázaro

372. El día de la Parasceve. Despertar en el palacio de Lázaro

373. El día de la Parasceve.
En el Templo

374. El día de la Parasceve. Por las calles de Jerusalén y en el barrio de Ofel

375. La cena ritual en casa de Lázaro y el banquete sacrílego en la casa de Samuel

376. Lección sobre la obra salvífica de los santos, y condena al Templo corrompido

377. Parábola del agua y del junco para María de Magdala, que ha elegido la mejor parte

378. La parábola de los pájaros, criticada por unos judíos enemigos que tienden una trampa

379. Una premonición del
apóstol Juan

380. El amor de los apóstoles, de la contemplación a la acción

381. La parábola del administrador infiel y sagaz. Hipocresía de los fariseos y conversión de un esenio

382. Un alto en casa de Nique

383. Discurso sobre la muerte junto al vado del Jordán

384. El anciano Ananías, guardián de la casita de Salomón

385. Parábola de la encrucijada y milagros cerca del pueblo
de Salomón

386. Hacia la orilla occidental
del Jordán

387. En Guilgal. El mendigo Ogla y los escribas tentadores. Los apóstoles comparados con las doce piedras del
prodigio de Josué

388. Exhortación a Judas Iscariote, que irá a Betania
con Simón Zelote.

389. Llegada a Engadí con
diez apóstoles

390. La fe de Abraham de Engadí y la parábola de la semilla
de palma

391. Curación del leproso Eliseo de Engadí

392. La hostilidad de Masada, ciudad-fortaleza

393. En la casa de campo de María de Keriot

394. Parábola de las dos voluntades y despedida de los habitantes de Keriot

395. Las dos madres infelices de Keriot. Adiós a la madre de Judas

396. En Yuttá, con los niños. La mano de Jesús obradora
de curaciones

397. Despedida de los fieles
de Yuttá

398. Palabras de despedida en Hebrón. Los delirios
de Judas Iscariote

399. Palabras de despedida en Betsur. El amor materno de Elisa

400. En Béter, en casa de Juana de Cusa, la cual habla del daño provocado por Judas Iscariote ante Claudia

401. Pedro y Bartolomé en Béter por un grave motivo.
Éxtasis de la escritora

402. Judas Iscariote se siente descubierto durante el discurso de despedida en Béter

403. Una lucha y victoria espiritual de Simón de Jonás

404. En camino hacia Emaús
de la llanura

405. Descanso en un henil y discurso a la entrada de Emaús de la llanura. El pequeño Miguel

406. En Joppe. Palabras inútiles a Judas de Keriot y diálogo sobre el alma con algunos Gentiles

407. En los campos de Nicodemo. La parábola de los dos hijos

408. Multiplicación del trigo en los campos de José de Arimatea

409. El drama familiar del Anciano Juan

410. Provocaciones de Judas Iscariote en el grupo apostólico

411. Una lección extraída de la naturaleza y espigueo milagroso para una viejecita. Cómo ayudar a quien se enmienda

412. Elogio del lirio de los valles, símbolo de María. Pedro se sacrifica por el bien de Judas

413. Llegada a Jerusalén para la fiesta de Pentecostés y disputa con los doctores del Templo

414. Invectiva contra fariseos y doctores en el convite en casa
del Anciano Elquías

415. Un alto en el camino
en Betania

416. Un mendigo samaritano en el camino de Jericó

417. Historia de Zacarías el leproso y conversión
de Zaqueo el publicano

418. Curación del discípulo José, herido en la cabeza y recogido en la casita de Salomón

419. Curaciones en un pueblecito de la Decápolis. Parábola del escultor y de las estatuas

420. Curación de un endemoniado completo. La vocación de la mujer al amor

421. El endemoniado curado, los fariseos y la blasfemia contra
el Espíritu Santo

422. El Iscariote, con sus malos humores, ocasiona la lección sobre los deberes
y los siervos inútiles

423. Partida del Iscariote, que ocasiona la lección sobre
el amor y el perdón

424. Pensamientos de gloria y martirio ante la vista de la costa mediterránea

425. En Cesárea Marítima. Romanos mundanos y parábola de los hijos con destinos distintos

426. Con las romanas en Cesárea Marítima. Profecía en Virgilio.
La joven esclava salvada

427. Bartolomé instruye
a Áurea Gala

428. Parábola de la viña y del viñador, figuras del alma y del libre albedrío

429. Con Judas Iscariote en la llanura de Esdrelón

430. El nido caído y el escriba cruel. La letra y el espíritu
de la Ley

431. Tomás prepara el encuentro de Jesús con los campesinos
de Jocanán

432. Con los campesinos
de Jocanán, cerca de Sefori

433. Llegada a Nazaret. Alabanzas a la Virgen.
Curación de Áurea

434. Trabajos manuales en Nazaret y parábola
de la madera barnizada

435. Comienzo del tercer sábado en Nazaret y llegada de Pedro con otros apóstoles

436. En el huerto de Nazaret, revelado a apóstoles y discípulas el precio de la Redención

437. Coloquio
de Jesús con su Madre

438. María Santísima con María de Alfeo en Tiberíades, donde Valeria. Encuentro con Judas Iscariote

439. María Santísima enseña a Áurea a hacer la voluntad de Dios

440. Otro sábado en Nazaret. Obstinación de José de Alfeo

441. Partida de Nazaret. Un incendio de brezos durante el viaje viene a ser el tema de una parábola

442. Judas Iscariote en Nazaret en casa de María

443. La muerte del abuelo de Margziam

444. Las dotes de Margziam. Lección sobre la caridad, sobre la salvación, sobre los méritos del Salvador

445. Dos parábolas durante una tormenta en Tiberíades. Llegada de Maria Stma., e impenitencia de Judas Iscariote

446. Llegada a Cafarnaúm en medio de un cálido recibimiento

447. En Cafarnaúm unas palabras de Jesús sobre la misericordia y el perdón no encuentran eco

448. Encuentro de barcas en el lago y parábola sugerida por Simón Pedro

449. El pequeño Alfeo desamado de su madre

450. Milagros en el arrabal cercano a Ippo y curación del leproso Juan

451. Discurso en el arrabal cercano a Ippo sobre los deberes de los cónyuges y de los hijos

452. El ex leproso Juan se hace discípulo. Parábola de los diez monumentos

453. Llegada a Ippo y discurso en pro de los pobres. Curación de un esclavo paralítico

454. María Santísima y su amor perfecto. Conflicto de Judas Iscariote con el pequeño Alfeo

455. La Iglesia es confiada a la maternidad de María. Discurso, al pie de Gamala, en pro
de unos forzados

456. Despedida de Gamala y llegada a Afeq. Advertencia a la viuda Sara y milagro en su casa

457. Discurso en Afeq, tras una disputa entre creyentes y no creyentes. Sara se hace discípula

458. Una curación espiritual en Guerguesa y lección sobre
los dones de Dios

459. El perdón a Samuel de Nazaret y lección sobre
las malas amistades

460. Fariseos en Cafarnaúm con José y Simón de Alfeo. Jesús y su Madre preparados
para el Sacrificio

461. Confabulación en casa de Cusa para elegir a Jesús rey. El griego Zenón y la carta de Síntica con la noticia de la muerte de Juan de Endor

462. Discurso y curaciones en las fuentes termales de Emaús
de Tiberíades

463. En Tariquea. Cusa, a pesar del discurso sobre la naturaleza del reino mesiánico, invita a Jesús a su casa. Conversión de una pecadora

464. En la casa de campo de Cusa, intento de elegir rey a Jesús. El testimonio
del Predilecto

465. En Betsaida para un encargo secreto a Porfiria. Apresurada partida de Cafarnaún

466. Un alto en la casa de los ancianos cónyuges Judas y Ana

467. Parábola de la distribución de las aguas. Perdón condicionado para el campesino Jacob. Advertencias a los apóstoles camino de Corazín

468. Un episodio de enmendamiento de Judas Iscariote, y otros que
ilustran su figura

469. Despidiéndose de los pocos fieles de Corazín

470. Lección a una suegra sobre los deberes del matrimonio

471. Encuentro con el levita José, llamado Bernabé, y lección
sobre Dios-Amor

472. Solicitud insidiosa de un juicio acerca de un hecho ocurrido en Yiscala

473. Curación de un niño ciego de Sidón y una lección
para las familias

474. Una visión que se pierde en un arrobo de amor

475. Abel de Belén de Galilea pide el perdón para sus enemigos

476. Lección sobre el cuidado de las almas y perdón a los dos pecadores castigados con la lepra

477. Coloquio de Jesús con su Madre en el bosque de Matatías. Los sufrimientos morales
de Jesús y María

478. Coloquio de Jesús con José y Simón de Alfeo, que van a la fiesta de los Tabernáculos

479. Con Juan al pie de la torre de Yizreel en espera de los campesinos de Jocanán

480. Parten de Yizreel tras la visita nocturna de los campesinos de Jocanán

481. Llegada a Enganním. Maquinaciones de Judas Iscariote para impedir una trama
de los fariseos

482. En camino con un pastor samaritano que ve
premiada su fe

483. Polémica de los apóstoles sobre el odio de los judíos. Los diez leprosos curados en Samaria

484. Alto obligado en las cercanías de Efraím y parábola de la granada

485. Jesús llega con los apóstoles a Betania, donde ya están algunos discípulos con Margziam

486. En el Templo para la fiesta de los Tabernáculos. Discurso sobre la naturaleza del Reino

487. En el Templo para la fiesta de los Tabernáculos. Discurso sobre la naturaleza del Cristo

488. En el Templo para la fiesta de los Tabernáculos. Partida secreta hacia Nob después
de la oración

489. En Nob. Parábola del rey no comprendido por sus súbditos. Jesús calma el viento

490. En el campo de los Galileos con los primos apóstoles y encuentro con el levita Zacarías

491. TEn el Templo el último día de la fiesta de los Tabernáculos. Sermón sobre el Agua viva

492. En Betania se evoca la memoria de Juan de Endor

493. Jesús habla cabe la fuente de En Royel, lugar en que hicieron un alto los tres Sabios

494. La mujer adúltera y la hipocresía de sus acusadores

495. Jesús instruye acerca del perdón de los pecadores, y se despide de sus discípulos en el camino de Betania

496. Un alto en la casita de Salomón. Improvisa turbación
de Judas Iscariote.

497. Simón Pedro atraviesa una hora de abatimiento

498. Exhortación a Judas Tadeo y a Santiago de Zebedeo después de una discusión
con Judas Iscariote

499. Fuga de Esebón y encuentro con un mercader de Petra

500. Reflexiones de Bartolomé y Juan después de un retiro
en el monte Nebo

501. Parábola de los hijos lejanos. Curación de dos hijos ciegos del hombre de Petra

502. Otro abatimiento en Pedro. Lección sobre las posesiones (divinas y diabólicas)

503. Los apóstoles indagan acerca del Traidor. Un saduceo y la infeliz mujer de un nigromante. Saber distinguir lo sobrenatural de lo oculto

504. Margziam preparado para la separación. Regreso a la aldea de Salomón y muerte de Ananías

505. En el Templo, una gracia obtenida con la oración incesante y la parábola del juez y la viuda

506. En el Templo, oposición al discurso que revela que Jesús
es la Luz del mundo

507. El gran debate con los judíos. Huyen del Templo con la ayuda del levita Zacarías

508. Juan será la luz de Cristo hasta el final de los tiempos. El pequeño Marcial-Manasés acogido por José de Seforí

509. El anciano sacerdote Matán acogido con los apóstoles y discípulos que han huido
del Templo

510. La curación de un ciego
de nacimiento

511. En la casa de Juan de Nob, otra alabanza a la Corredentora. Embustes de Judas Iscariote

512. Profecía ante un pueblo destruido

513. En Emaús Montana, una parábola sobre la verdadera sabiduría y una advertencia
a Israel

514. Consejos sobre la santidad a un joven indeciso. Reprensión a los habitantes de Bet-Jorón después de la curación de un romano y una judía

515. Las razones del dolor salvífico de Jesús. Elogio de la obediencia y lección sobre
la humildad

516. En Gabaón, milagro del mudito y elogio de la sabiduría como amor a Dios

517. Hacia Nob. Judas Iscariote, tras un momento polémico, reconoce su error

518. En Jerusalén, encuentro con el ciego curado y palabras que revelan a Jesús como
buen Pastor

519. Inexplicable ausencia de Judas Iscariote y alto en Betania, en casa de Lázaro

520. Conversaciones en torno a Judas Iscariote, ausente. Llegada a Tecua con el anciano Elí-Ana

521. En Tecua, Jesús se despide de los habitantes del lugar y del anciano Elí-Ana

522. Llegada a Jericó. El amor terreno de la muchedumbre y el amor sobrenatural del
convertido Zaqueo

523. En Jericó. La petición a Jesús de que juzgue a una mujer. La parábola del fariseo y el publicano tras una comparación entre pecadores y enfermos

524. En Jericó. En casa de Zaqueo con los pecadores convertidos

525. El juicio sobre Sabea
de Betlequí

526. T526 Curaciones cerca del vado de Betabara y discurso en recuerdo de Juan el Bautista

527. Desconocimiento y tentaciones en la naturaleza humana de Cristo

528. En Nob. Consuelo materno de Elisa y regreso inquietante de Judas Iscariote

529. Enseñanzas a los apóstoles mientras realizan trabajos manuales en casa de Juan de Nob

530. Otra noche de pecado de Judas Iscariote

531. En Nob, enfermos y peregrinos venidos de todas partes. Valeria y el divorcio. Curación del pequeño Leví

532. Preparativos para las Encenias. Una prostituta enviada a tentar a Jesús, que deja Nob

533. Hacia Jerusalén con
Judas Iscariote

534. Enseñanzas y curaciones en la sinagoga de los libertos romanos. Un encargo
para los gentiles

535. Judas Iscariote llamado
a informar a casa de Caifás

536. Curación de siete leprosos y llegada a Betania con los apóstoles ya reunidos. Marta y María preparadas por Jesús
a la muerte de Lázaro

537. En el Templo en la fiesta de la Dedicación, Jesús se manifiesta a los judíos, que intentan apedrearle

538. Jesús, orante en la gruta de la Natividad, contemplado por los discípulos ex pastores

539. Juan de Zebedeo se acusa de culpas inexistentes

540. La Madre confiada a Juan. Encuentro con Manahén y lección sobre el amor a los animales. Conclusión del tercer año

 

477- Coloquio de Jesús con su Madre en el bosque de Matatías. Los sufrimientos morales de Jesús y María


Jesús está solo; solo, en un rellano un poco cóncavo que con leve pero continua ondulación asciende por la vertiente de los collados que ciñen el lago de Galilea.

Es ciertamente éste, porque lo veo abajo, a la derecha, oscureciéndose su bellísimo azul por la llegada del ocaso, que retira de mucha de la superficie del lago las fulgurantes saetadas de los rayos solares. Detrás de la concavidad, al norte, las montañas de Arbela; más allá, más altas, las de allende el lago, donde se alzan Meirón y Yiscala; al nordeste, lejano, pero poderoso y regio siempre, desde cualquier parte que se vea, el gran Hermón, cuyo pico mayor el sol hiere caprichosamente en esta hora del ocaso, poniéndolo de un color topacio rosa en la parte occidental, y dejándole su aspecto opalino, tendente a esa indefinible, leve tonalidad nívea azulina que he visto algunas veces en las cúspides de nuestros Alpes fronterizos.

Yo miro al norte, y veo esto, como también veo sin esfuerzo, a la derecha, abajo, el lago, y a la izquierda los collados, que impiden ver la llanura de la costa. Pero, si me vuelvo hacia el mediodía, veo el Tabor, más allá de unas suaves colinas (sin duda, las que ciñen Nazaret). Abajo hay una pequeña ciudad, al pie de un camino de mucho tránsito por donde la gente va deprisa para llegar a los lugares señalados como etapas.

Jesús no mira nada de lo que miro yo. Busca sólo un sitio para sentarse, y lo elige al pie de una corpulentísima encina que con su follaje ha resguardado del sol tórrido a la hierba del suelo, por lo cual está todavía fresca y tupida, como si el verano no hubiera pasado agostando. Así, Jesús tiene frente a sí el lago; a su lado el sendero entre árboles por el que ha subido; al otro lado las ondulaciones que ciñen al norte la hondonada pradeña y boscosa en que se encuentra, y toda verde, porque los árboles son en su mayoría encinas y otros -o sea, árboles de hoja perenne-a los que el otoño no toca. Sólo acá o allá muestran un punto rojo-sangre debido a una hoja que cambia de color antes de caer, cediendo el puesto a esa otra, embrional, que ya nace al lado de la que muere.

Jesús, muy cansado, se apoya en el tronco robusto y está un tiempo con los ojos cerrados, como para descansar. Pero luego toma su postura habitual, separándose del tronco, echándose un poco hacia adelante, los codos en las rodillas, los antebrazos sobresaliendo hacia adelante, las manos unidas con los dedos entrelazados. Y piensa. Y, sin duda, ora.

De vez en cuando, por algún ruido que se produce cerca de Él -pájaros que pelean buscando un sitio para la noche, algún animal entre la hierba que hace rodar un canto por la pendiente, una rama que choca contra otra por un solitario soplo de vientó alza los ojos y, con una mirada absorta que ciertamente no ve, los vuelve en la dirección del ruido, especialmente si éste está en la dirección del caminito que sube entre las encinas.

Luego vuelve a bajarlos y se concentra de nuevo en sí mismo. Dos veces mira con atención al lago, ahora ya en sombra, y luego vuelve la cabeza para mirar a occidente, donde el sol ha desaparecido tras los collados boscosos: y la segunda vez se levanta y va al sendero y mira si sube alguno, luego vuelve a su sitio.

En fin, se oye un ruido de pasos y se dejan ver dos figuras: María, vestida de azul oscuro; Juan, cargado de sacas. Y Juan llama dos veces:

-¡Maestro! -y, en cuanto Jesús se vuelve, dice:
-Aquí tienes a tu Madre -y la ayuda a salvar un regatillo y algunas piedras grandes, puestas en el sendero con intención de darle solidez y hacerle cómodo para quien sube o baja, pero que en realidad su resultado ha sido el transformarse en verdaderas trampas para el pie semidescalzo.

Jesús se alza inmediatamente para ir al encuentro de su Madre. La ayuda, con Juan, a subir el cúmulo de piedras desprendidas, que debían sujetar el rellano. En realidad, sólo las gruesas raíces de las encinas hacen este oficio. Ahora Jesús sujeta a María, y la observa  y le pregunta:

-¿Estás cansada?
-No, Jesús -y le sonríe.

-Sin embargo, me parece que lo estás. Siento haberte hecho venir. Pero no podía ir Yo...

-¡No es nada, Hijo mío! Estoy un poco sudorosa. Pero aquí se está bien... Más bien, Tú eres el que está muy cansado, y también el pobre Juan...

Pero Juan menea la cabeza sonriendo; y deja la saca nueva y bien hinchada de Jesús, y la suya, en la hierba, al pie de la encina, para retirarse mientras dice:
-Voy a bajar. He visto una fuentecita. Voy a refrescarme un poco en esa agua. Pero, si me llamáis, oigo -se retira y deja libres a los Dos.

María se afloja el manto y se quita el velo. Se seca el sudor que aljofara su frente. Mira a Jesús. Le sonríe y bebe su sonrisa, porque Él también le sonríe mientras le acaricia la mano y la apoya en su mejilla, para recibir a su vez de ésta la caricia. ¡Tan "hijo" en este gesto que le he visto hacer otras veces!... María libera la mano y le ordena los cabellos; le quita un trocito de corteza de árbol que se le había quedado entre el pelo (y cada movimiento de los dedos está hecho con tanto amor, que es una caricia). Y habla:

-Estás todo sudado, Jesús. El manto en la espalda está húmedo como si te hubiera llovido encima. Bueno, ahora podrás ponerte otro. Este lo retiro yo. Está descolorido por el sol y el polvo. Tenía todo preparado, y... ¡Espera! Sé que hace poco has comido una corteza de pan ya viejo con un puñado de aceitunas tan saladas que te mordían la garganta.

Me lo ha dicho Juan, que desde el momento que llegó no hacía más que beber. Pero te he traído pan reciente. Lo acababa de sacar del horno. Y un panal de miel que había quitado ayer de la colmena para dárselo a los niños de Simón.

Para ellos tengo otros panales. Tómalo, Hijo mío. Es de nuestra casa... -y se agacha a abrir la saca, que tiene, encima de todas las cosas que contiene, una cesta baja de mimbre con fruta dentro y -encima de la fruta-un panal envuelto en hojas de vid; ofrece todo a su Hijo, con pan reciente y crujiente.

Y, mientras Jesús come, saca del talego los vestidos que ha preparado para los meses invernales, fuertes, calientes, adecuados para proteger del frío y del agua, y se los enseña a Jesús, que le dice:

-¡Cuánto trabajo, Mamá! Tenía todavía los del pasado invierno...

-Los hombres, cuando están lejos de las mujeres, deben tener todo nuevo para no tener necesidad de arreglar nada para estar en orden. Pero no he desperdiciado nada. Este manto mío es el tuyo, acortado y vuelto a teñir. Para mí está bien todavía. Pero para ti ya no estaba bien. Tú eres Jesús...

Es imposible expresar lo que hay en esta frase. «Tú eres Jesús».Una frase sencilla. Pero en estas pocas palabras está todo el amor de la Madre, de la discípula, de la antigua hebrea hacia el Prometido Mesías, y de la hebrea del tiempo bendito que tiene a Jesús.

Si la Madre se hubiera postrado adorando a su Hijo como Dios, no habría expresado sino una forma limitada, a pesar de rebosar veneración. Pero en estas palabras hay más que una adoración formal de unas rodillas que se doblan, una espalda que se pliega, una frente que toca el suelo: aquí está todo el ser de María, su carne, su sangre, su mente, su corazón, su espíritu, su amor, adorando totalmente, perfectamente, al Dios-Hombre.

Nunca he visto una cosa más grande, más absoluta, que estas adoraciones de María al Verbo de Dios, que es su Hijo, pero que Ella siempre recuerda que es su Dios.

Ninguna de las criaturas que, curadas o convertidas por Jesús, veo que adoran a su Salvador (ni siquiera las más ardientes, ni siquiera las que sin darse cuenta se manifiestan teatrales bajo el ímpetu del amor), ninguna tiene "algo que asemeje a esto. Aman totalmente, pero siempre como criaturas, a las que les falta constantemente algo para ser perfectas. María ama, me atrevo a decirlo, divinamente.

Ama más que como criatura. ¡Oh, es realmente la hija de Dios inmune de culpa! ¡Por eso puede amar así!... Y pienso en lo que perdió el hombre con el pecado original... Pienso en lo que nos robó Satanás abatiendo a nuestros Progenitores. Nos quitó esta potencia de amar a Dios como lo ha amado María... Nos ha quitado la potencia de amar bien.

Mientras considero estas cosas mirando a la Pareja perfecta, Jesús, acabada su comida, se ha sentado en la hierba a los pies de su Madre y ha puesto su cabeza sobre las rodillas de Ella, como un niño cansado y triste que busca refugio en la única que lo puede confortar. Y María le acaricia los cabellos, y toca levemente la frente lisa de su Jesús. Parece como querer alejar con esa caricia todos los cansancios y las penas que hay en ese Hijo suyo.

Jesús cierra los ojos y María suspende la caricia, permaneciendo con la mano sobre los cabellos, mirando de frente, pensativa, inmóvil. Quizás cree que Jesús se está durmiendo. Está muy cansado...

Pero Jesús casi enseguida abre de nuevo los ojos, ve que se viene la noche, ve que no es dable prolongar esa hora de confortación, y alza la cabeza; permanece sentado donde estaba y habla:

Mamá, ¿sabes de dónde vengo?
-Lo sé. Me lo ha dicho Juan. Dos almas que vuelven a Dios. Una alegría para ti y para mí.
-Sí. Bajo a Jerusalén con esta alegría.

-Como consuelo de la desilusión que recibiste el mismo día que nos despedimos.

-¿Cómo lo sabes? ¿Te lo ha dicho Juan? Sólo él sabe...
-No. Yo le he preguntado acerca de ello, pero Juan me ha respondido: "Madre, dentro de poco vas a verlo. Pregúntaselo a Él".
Jesús sonríe y dice:
-Juan es fiel hasta el escrúpulo.
Una pausa. Luego Jesús pregunta:

-¿Quién te ha hablado de ello entonces?
-No a mí. Fueron unos... unos hombres a casa de José, tu hermano. Y... él vino a mi casa. Estaba todavía un poco...

Sí, Hijo mío. Siempre es mejor decir la verdad. Un poco inquieto después de tu encuentro con él en Cafarnaúm, y especialmente después de la conversación que tuvieron José, Judas y Santiago. Se vieron en tu ausencia, y también Santiago... Bueno, sobre todo Santiago fue severo... Mucho... Yo diría que demasiado. Pero el Eterno, que siempre es bueno, ha sacado de esta desavenencia un bien. Sin duda porque ha sido una desavenencia que venía de dos fuentes de amor. Distintas, sí, pero amor en todo caso. Imperfectas, sí; porque si hubieran sido perfectas, si al menos una hubiera sido perfecta, no se habría manifestado la ira... decir ira quizás es demasiado fuerte para dar un nombre al estado de ánimo de Santiago, pero lo que sí es cierto es que estuvo muy, muy severo...

Tú, sin duda, le habrías corregido en orden a la caridad. Yo... no aprobé, pero fui indulgente porque comprendía lo que ponía tan inquieto al siempre paciente Santiago. No se puede pretender que sea perfecto... Es un hombre. Es mucha la humanidad también en él todavía. ¡Y queda largo camino que recorrer todavía para que Santiago llegue a ser un justo como era mi José! Él... sabía dominarse siempre... y ser siempre bueno...

¡Pero... estoy divagando! Decía que el amor imperfecto de los dos por ti -¡porque te quieren mucho, mucho, sí! También José, aunque a primera vista no lo parezca.

Y realmente es amor por ti todas sus atenciones para con esta pobre mujer, y amor por ti es su modo de pensar, como viejo israelita fijo en sus ideas como su padre. ¡Qué no daría por verte amado por todos! A su manera... eso sí...

Pero, yendo al hecho, debo decirte que José -al cual no le ha venido mal la actitud firme de Santiago-ha tomado la costumbre de venir todos los días a casa. ¿Y sabes para qué? Para que le explique las Escrituras, "como tú y tu Hijo las comprendéis", ha dicho. ¡Explicar las Escrituras a la luz de la Verdad!... Es difícil cuando quien nos escucha es un José de Alfeo, o sea, uno que cree firmemente en el reino temporal del Mesías, en su nacimiento regio y en tantas otras cosas.

Pero, para hacerle aceptar la idea de que el Rey de Israel debe ser de estirpe real, de David, sí, pero que no es necesario que haya nacido en un palacio, me ha servido su propio orgullo. Él... ¡cuánto celo por ser de la estirpe de David! Le he dicho dulcemente muchas cosas... y he enderezado esta idea en él. José admite, ahora, por concordancia con las profecías, que Tú eres el profetizado.

Pero no habría logrado, no, no habría logrado, convencerlo de que Tú, de que tu grandeza verdadera está justamente en el hecho de ser Rey en el espíritu, que es lo único que te puede hacer Rey universal y eterno, si no hubiera venido en dos momentos gente a buscarlo...

Los primeros, otra vez los de Cafarnaúm y otros con ellos, después de haberlo halagado de nuevo con deslumbrantes promesas de grandeza para toda la casa, viéndolo menos propenso a ceder a su favor -pretendían que él te forzara a ti a aceptar una corona, y a mí a hacértela aceptar-, se descubrieron pasando a las amenazas... Las consabidas, veladas amenazas que usan: cuchillos afilados envueltos en blanda lana para que parezcan inocuos... Y José reaccionó diciendo:

"Yo soy el mayor, pero Él es mayor de edad, y en mi familia no tengo noticia de que haya habido nunca estúpidos o locos. Como es mayor de edad desde hace cuatro lustros, sabe lo que se trae entre manos. Id a Él, pues, y preguntadle. Y, si se niega, dejadlo en paz. Es responsable de sus acciones".

Pero luego, precisamente en la vigilia del sábado, vinieron unos discípulos tuyos... ¿Me miras, Hijo? Deja que no te diga sus nombres, y deja que te diga que los perdones... Un hijo que hubiera alzado su mano contra la canicie de su padre, un levita que hubiera profanado el altar y temiera la ira de Yeohveh no estarían como estaban ellos... Venían de Cafarnaúm, donde te habían buscado...

Habían recorrido los caminos del lago desde Cafarnaúm hasta Magdala, y luego hasta Tiberíades, esperando encontrarte. Y se habían encontrado con Hermas y Esteban, que bajaban con otros a Jerusalén después de haberse hospedado en casa de Gamaliel unos días.

No quiero decirte lo que dijeron, lo que desean ardientemente decirte. Pero sus palabras habían aumentado el dolor de los discípulos que se descarriaron hasta el punto de unirse a quienes querían traicionarte con una falaz unción. Cuando vinieron, estaba conmigo José. Y fue una cosa buena.

¡Oh, José no ha llegado todavía a la Luz, pero está ya en el crepúsculo de su aurora! José ha entendido la insidia y... nuestro José te quiere mucho ahora. Te ama, no me atrevo a decir justamente, pero sí al menos como pariente mayor que sufre con tu sufrimiento, que vela por su incolumidad, que conoce a tus enemigos... Por esto sé lo que te han hecho, Hijo mío. Un dolor... y una alegría, porque más de uno te ha reconocido por lo que eres.

Para ti y para mí, este dolor y esta alegría. ¿Y perdonamos a todos, no es verdad? Yo ya he perdonado a los arrepentidos, hasta donde me era concedido.

-Mamá, podías haber concedido todo el perdón, también por mí. Porque Yo ya había perdonado viendo su corazón. Son hombres... ¡Tú lo has dicho!... Y Yo también tengo la alegría de ver a José caminando hacia la aurora de la verdadera Luz...

-Sí. Él esperaba verte. Hubiera sido bueno que lo hubieras visto.

-Hoy estaba fuera hasta la puesta del sol. Le dolerá no verte. Pero podrá hacerlo en Jerusalén.

-No, Madre. No estaré en Jerusalén de forma que me vean. Necesito evangelizar la Ciudad y sus aledaños; si me descubrieran, me expulsarían inmediatamente. Tendré que actuar, pues, como uno que hace el mal, si bien quiero hacer únicamente el bien... Pero es así.
-¿Entonces no vas a ver a José? Parte mañana para los Tabernáculos. Podíais hacer el viaje juntos...
-No puedo...

-¿Tanto te persiguen ya, Hijo mío?
¡Qué congoja hay en la voz de la Madre!
-No, Madre. No. No más que antes. Tranquilízate. Es más...

Vienen a mí espíritus buenos. Otros, no buenos, se detienen meditando, mientras que antes asestaban el golpe sin razonar. Los discípulos aumentan, los antiguos se forman cada vez más, los apóstoles se perfeccionan. No hablo de Juan, él ha sido siempre una gracia que me ha dado el Padre; hablo de Simón de Jonás y de los otros.

Simón, que puedo decir que día tras día va dejando de ser el hombre que era para hacerse apóstol, y tú sabes lo que quiero decir. Y me causa mucha alegría. Y Natanael y Felipe que se desatan del vínculo de sus ideas. Y Tomás y... Bueno, qué digo, ¡todos! Sí, créelo. Todos en esta hora son buenos: son mi alegría. Debes estar tranquila sabiendo que estoy con ellos: amigos, consoladores, defensores de tu Hijo. ¡Si tú estuvieras tan defendida y fueras tan amada!

-Oh, yo tengo a María, tengo a las mujeres de José y Simón y a ellos mismos y a los niños. Tengo al buen Alfeo. Y, bueno, ¿quién no quiere a María de Nazaret en Nazaret? Estáte tranquilo... Un entero pueblo ama a tu Mamá.

-Pero no a mí todavía, excepto unos pocos. Esto lo sé, y sé que su amor a ti está empapado de la compasión que se siente por la madre de un demente y de un vagabundo. Pero tú sabes que no lo soy y que te quiero. Tú sabes que el separarme de ti es la obediencia, no digo más grande, pero sí más amorosamente dolorosa que el Padre me pide...

-¡Sí, Hijo mío! Sí. Lo sé. Yo no me quejo de nada. La verdad es que querría estar, preferiría estar contigo, en medio del fango, con el viento, a la intemperie, perseguida, cansada, sin techo ni fuego, sin pan, como Tú muchas veces... antes que en mi casa, mientras Tú estás lejos y no sé cómo estás mientras pienso en ti. Tú conmigo y yo contigo, sufrirías menos y yo menos sufriría...

Porque eres mi Hijo y te podría tener siempre entre mis brazos y defenderte del frío, de la dureza de las piedras y, sobre todo, de la dureza de los corazones, con mi amor, con mi pecho, con mis brazos. Eres mi Hijo. Te tuve mucho sobre mi corazón en la gruta, en el viaje a Egipto, y al regreso, siempre, cuando las inclemencias del tiempo y las insidias de los hombres podían dañarte. ¿Por qué no iba a poder hacerlo ahora? ¿He dejado de ser acaso, tu Madre, porque Tú seas ahora el Hombre? ¿Es que ya no puede una madre ser todo para el hijo por el hecho de que él ya no sea pequeño?

Yo creo que si estoy contigo no podrán causarte daño... porque ninguno... No. Soy una ilusa... Tú eres el Redentor... y los hombres, lo he visto, no tienen piedad ni siquiera de la propia madre... Pero, déjame ir contigo. Todo es mejor para mí que estar lejos de ti.

-Si los hombres fueran mejores, habría vuelto a Nazaret todavía. Pero también Nazaret... No importa. Vendrán a mí. Por ahora, voy a otros...Y no puedo llevarte conmigo. Sólo volveré aquí cuando sepan quién soy. Ahora voy a Judea... Subo al Templo... Luego estaré por aquellas comarcas...

Recorreré una vez más Samaria. Trabajaré en los lugares donde más trabajo hay. Por ello, Madre, te aconsejo que te prepares para venir a mí al principio de la primavera y para establecerte cerca de Jerusalén. Nos veremos con más facilidad. Volveré a subir alguna vez todavía hasta la Decápolis y nos veremos todavía... Lo espero. Pero normalmente estaré en Judea.

Jerusalén es la oveja más necesitada de cuidado, porque, en verdad, es más testaruda que un carnero viejo y más pendenciera que una cabra enrudecida. Voy a esparcir la Palabra como rocío que no se cansa de caer sobre su aridez...

Jesús se levanta, se queda parado, mira a su Madre, que a su vez lo mira fija y atentamente. Abre la boca, luego menea la cabeza y dice:

-Queda todavía por decir esto, antes de la última cosa... Madre, si José quiere hablar conmigo, que esté hacia el alba de pasado mañana en el camino que de Nazaret por el Tabor va a Yizreel. Estaré solo o con Juan.

-Lo diré, Hijo mío.
Silencio, un profundo silencio, porque los pájaros han terminado de pelear entre las frondas y también el viento calla, mientras el crepúsculo se adensa. Luego Jesús, que parece haber buscado con dificultad las últimas palabras, dice:

-Mamá, este alto aquí ha terminado... Un beso, Mamá. Y tu bendición.
Se besan y bendicen mutuamente.

Luego Jesús, agachándose a recoger el velo de su Madre y llamando a Juan como para quitar gravedad a las palabras, dice:

-Cuando vayas a Judea, llévame mi túnica más bonita. La que me tejiste para las fiestas solemnes. En Jerusalén debo ser "Maestro" en el sentido más amplio, y más sensiblemente humano, porque esos espíritus cerrados e hipócritas miran más lo externo, la túnica, que lo interno, la doctrina. Y así también Judas de Keriot se sentirá contento... y también José, que me verá regiamente vestido. ¡Será un triunfo! Y la túnica que tejiste contribuirá a ello... -y sonríe, meneando la cabeza, para suavizar la verdad cortante que celan esas palabras.

Pero María no se engaña. Se levanta y, apoyándose en el brazo de Jesús, exclama:
-¡Hijo! -y, con una congoja que me hace sufrir, Jesús la recoge en su corazón, donde Ella llora...

-Mamá, he querido hablar contigo en esta hora de paz por esto... Te confío mi secreto y todo lo que amo aquí abajo.

Ninguno de los discípulos sabe que no volveremos a estos lugares sino cuando todo haya sido cumplido. Pero tú... Para ti no hay secretos... Te lo había prometido, Mamá. No llores. Todavía muchas horas hemos de estar juntos. Por esto te digo: "Ve a Judea". Tenerte al lado me compensará la fatiga de la más difícil evangelización a esos duros de corazón que ponen obstáculos a la Palabra de Dios.

Ve con las discípulas galileas. Me seréis muy útiles. Juan se ocupará del alojamiento tuyo y de ellas. Ahora, antes de que él regrese, vamos a orar juntos. Luego tú volverás al pueblo. Yo también me acercaré durante la noche...
Oran juntos, y están en las últimas palabras del Pater cuando aparece Juan, que, en la penumbra, cuando está cerca, ve la señal del llanto en el rostro de María, y se asombra; pero no dice nada al respecto. Se despide del Maestro y le dice:

-Estaré a la aurora fuera de Nazaret, en el camino... Ven, Madre. Fuera del bosque hay todavía luz, y abajo el camino está todo iluminado por los faroles de los carros que van de camino...

María besa de nuevo a Jesús, llorando en su velo. Luego, sujetada por Juan, que la lleva del codo, baja al sendero, y sigue hacia abajo, hacia el valle.

Jesús se queda solo, orando, pensando, llorando. Porque Jesús ora mientras ve bajar a su Madre. Luego vuelve a donde estaba antes y se pone en la postura que tenía, mientras la sombra y el silencio se adensan cada vez más en torno a Él.

Dice Jesús:

-No he olvidado tampoco este dolor de María, mi Madre. Haber tenido que lacerarla con la expectativa de mi sufrimiento, haber debido verla llorar. Por eso no le niego nada. Ella me dio todo. Yo le doy todo. Sufrió todo el dolor, le doy toda la alegría.

Quisiera que, cuando pensáis en María, meditarais en esta agonía suya que duró treinta y tres años y culminó al píe de la Cruz. La sufrió por vosotros: por vosotros, las burlas de la gente, que la juzgaba madre de un loco; por vosotros, las críticas de los parientes y de las personas de importancia; por vosotros, mi aparente desaprobación:

"Mi Madre y mis hermanos son aquellos que hacen la voluntad de Dios". ¿Y quién más que Ella la hacía? Y una Voluntad tremenda que le imponía la tortura de ver martirizar al Hijo. Por vosotros, la fatiga de ir acá o allá, a donde Yo estaba; por vosotros, los sacrificios desde el de dejar su casita y mezclarse con las muchedumbres, al de dejar su pequeña patria por el tumulto de Jerusalén; por vosotros, el deber estar en contacto con aquel que guardaba dentro de su corazón la traición; por vosotros, el dolor de oír que me acusaban de posesión diabólica, de herejía. Todo, todo por vosotros.

No sabéis cuánto he amado a mi Madre. No reflexionáis en cuán sensible a los afectos era el corazón del Hijo de María. Y creéis que mi tortura fue puramente física, al máximo añadís la tortura espiritual del abandono final del Padre.

No, hijos. También experimenté los afectos del hombre: sufrí por ver sufrir a mi Madre, por tener que llevarla como mansa cordera al suplicio, por tener que lacerarla con una cadena de despedidas (en Nazaret, antes de la evangelización; ésta que os he mostrado y que precede a mi Pasión, ya inminente; aquélla, antes de la Cena, cuando ya la Pasión está desarrollándose con la traición de Judas Iscariote; aquélla, atroz, en el Calvario).

Sufrí por verme escarnecido, odiado, calumniado, rodeado de malsanas curiosidades que no evolucionaban hacia el bien sino hacia el mal.

Sufrí por todas las falsedades que tuve que oír o ver activas a mi lado: las de los fariseos hipócritas, que me llamaban Maestro y me hacían preguntas no por fe en mi inteligencia sino para tenderme trampas; las de aquellos a quienes había favorecido y se volvieron acusadores míos en el Sanedrín y en el Pretorio; aquélla, premeditada, larga, sutil de Judas, que me había vendido y continuaba fingiéndose discípulo; que me señaló a los verdugos con el signo del amor. Sufrí por la falsedad de Pedro, atrapado por el miedo humano.

¡Cuánta falsedad, y cuán repelente para mí que soy Verdad! ¡Cuánta, también ahora, respecto a mí! Decís que me amáis, pero no me amáis. Tenéis mi Nombre en los labios, y en el corazón adoráis a Satanás y seguís una ley contraria a la mía.

Sufrí al pensar que en relación al valor infinito de mi Sacrificio -el Sacrificio de un Dios-demasiados pocos se salvarían.

A todos -digo: a todos-los que a lo largo de los siglos de la Tierra preferirían la muerte a la vida eterna, haciendo vano mi Sacrificio, los tuve presentes. Y con esta cognición fui a afrontar la muerte.

Ya ves, pequeño Juan, que tu Jesús y la Madre suya sufrieron agudamente en su yo moral. Y largamente.

Paciencia, pues, si es que debes sufrir. "Ningún discípulo es más que el Maestro", lo dije.

Mañana hablaré de los dolores del espíritu. Ahora descansa. La paz sea contigo.


   


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