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EL EVANGELIO
COMO ME HA SIDO REVELADO
Autor: María Valtorta
« PARTE 4 de 7 »
TERCER AÑO DE LA
VIDA PUBLICA DE JESUS
Partes:
[ 1 ]
[ 2 ]
[ 3 ]
[ 4 ]
[ 5 ]
[ 6 ]
[ 7 ]
313. Preparativos para salir de Nazaret, después de la visita de Simón de Alfeo con su familia. Durante el tercer año,
Jesús será el Justo
314. La cena en la casa de Nazaret. La dolorosa partida
315. El viaje hacia Yiftael y las reflexiones de Juan de Endor
316. Jesús se despide de Juan
de Endor y de Síntica
317. La oración de Jesús por la salvación de Judas Iscariote
318. En barca de Tolemaida
a Tiro
319. Partida de Tiro en la nave del cretense Nicomedes
320. Prodigios en la nave en medio de una tempestad
321. Arribo a Seleucia.
Se despiden de Nicomedes
322. Partida de Seleucia en un carro y llegada a Antioquía
323. La visita a Antigonio
324. Las pláticas de los ocho apóstoles antes de dejar Antioquía. El adiós a Juan de Endor y a Síntica
325. Los ocho apóstoles se reúnen
con Jesús
cerca de Akcib
326. Un alto en Akcib
327. En los confines de Fenicia. Palabras de Jesús sobre la igualdad de los pueblos.
Parábola de la levadura
328. En Alejandrocena donde los hermanos de Hermiona
329. En el mercado de Alejandrocena. La parábola
de los obreros de la viña
330. Santiago y Juan "hijos del trueno". Hacia Akcib
con el pastor Anás
331. La fe de la mujer cananea y otras conquistas. Llegada a Akcib
332. La sufrida separación de Bartolomé, que con Felipe
vuelve a unirse al Maestro
333. Con los diez apóstoles
hacia Sicaminón
334. También Tomas y Judas Iscariote se unen de nuevo al grupo apostólico
335. La falsa amistad de Ismael ben Fabí, y el hidrópico
curado en sábado
336. En Nazaret con cuatro apóstoles. El amor de Tomás
por María Santísima
337. El sábado en Corazín. Parábola sobre los corazones imposibles de labrar. Curación
de una mujer encorvada
338. Judas Iscariote pierde el poder de milagros.
La parábola del cultivador
339. La noche pecaminosa
de Judas Iscariote
340. El enmendamiento de Judas Iscariote y el choque con los rabíes junto al sepulcro de Hil.lel
341. La mano herida de Jesús. Curación de un sordomudo en los confines sirofenicios
342. En Quedes. Los fariseos piden un signo.
La profecía de Habacuc
343. La levadura de los fariseos. El Hijo del hombre.
El primado a Simón Pedro
344. Encuentro con los discípulos en Cesárea de Filipo y explicación de la sedal de Jonás
345. Milagro en el castillo
de Cesárea Paneas
346. Primer anuncio de la Pasión y reprensión a Simón Pedro
347. En Betsaida. Profecía sobre el martirio de los Apóstoles y curación de un ciego
348. Manahén da algunas noticias acerca de Herodes Antipas, y desde Cafarnaúm va con Jesús a Nazaret. Revelación de las transfiguraciones
de la Virgen
349. La Transfiguración en el monte Tabor y el epiléptico curado al pie del monte. Un comentario para los predilectos
350. Lección a los discípulos sobre el poder de vencer
a los demonios
351. El tributo al Templo pagado con la moneda hallada
en la boca del pez
352. Un convertido de María de Magdala. Parábola para el pequeño Benjamín y lección sobre quién es grande
en el reino de los Cielos
353. La segunda multiplicación de los panes y el milagro de la multiplicación de la Palabra
354. Jesús habla sobre el Pan del Cielo en la sinagoga
de Cafarnaúm
355. El nuevo discípulo Nicolái de Antioquía y el segundo anuncio de la Pasión
356. Hacia Gadara. Las herejías de Judas Iscariote y las renuncias de Juan,
que quiere sólo amar
357. Juan y las culpas de Judas Iscariote. Los fariseos y la cuestión del divorcio
358. En Pel.la. El jovencito Yaia y la madre de Marcos de Josías
359. En la cabaña de Matías cerca de Yabés Galaad
360. El malhumor de los apóstoles y el descanso en una gruta. El encuentro
con Rosa de Jericó
361. Los dos injertos que transformarán a los apóstoles. María de Magdala advierte a Jesús de un peligro. Milagro ante la riada del Jordán
362. La misión de las "voces" en la Iglesia futura. El encuentro con la Madre y las discípulas
363. En Rama, en casa de la hermana de Tomás. Jesús habla sobre la salvación.
Apóstrofe a Jerusalén
364. En el Templo. Oración universal y parábola del hijo verdadero y los hijos bastardos
365. Judas Iscariote insidia la inocencia de Margziam. Un nuevo discípulo, hermano de leche de Jesús. En Betania, en la
casa de Lázaro, enfermo
366. Anastática entre las discípulas. Las cartas de Antioquía
367. El jueves prepascual. Preparativos en el Getsemaní
368. El jueves prepascual. En Jerusalén y en el Templo
369. El jueves prepascual. Parábola de la lepra de las casas
370. El jueves prepascual. En el convite de los pobres en el palacio de Cusa
371. El jueves prepascual. Por la noche en el palacio de Lázaro
372. El día de la Parasceve. Despertar en el palacio de Lázaro
373. El día de la Parasceve.
En el Templo
374. El día de la Parasceve. Por las calles de Jerusalén y en el barrio de Ofel
375. La cena ritual en casa de Lázaro y el banquete sacrílego en la casa de Samuel
376. Lección sobre la obra salvífica de los santos, y condena al Templo corrompido
377. Parábola del agua y del junco para María de Magdala, que ha elegido la mejor parte
378. La parábola de los pájaros, criticada por unos judíos enemigos que tienden una trampa
379. Una premonición del
apóstol Juan
380. El amor de los apóstoles, de la contemplación a la acción
381. La parábola del administrador infiel y sagaz. Hipocresía de los fariseos y conversión de un esenio
382. Un alto en casa de Nique
383. Discurso sobre la muerte junto al vado del Jordán
384. El anciano Ananías, guardián de la casita de Salomón
385. Parábola de la encrucijada y milagros cerca del pueblo
de Salomón
386. Hacia la orilla occidental
del Jordán
387. En Guilgal. El mendigo Ogla y los escribas tentadores. Los apóstoles comparados con las doce piedras del
prodigio de Josué
388. Exhortación a Judas Iscariote, que irá a Betania
con Simón Zelote.
389. Llegada a Engadí con
diez apóstoles
390. La fe de Abraham de Engadí y la parábola de la semilla
de palma
391. Curación del leproso Eliseo de Engadí
392. La hostilidad de Masada, ciudad-fortaleza
393. En la casa de campo de María de Keriot
394. Parábola de las dos voluntades y despedida de los habitantes de Keriot
395. Las dos madres infelices de Keriot. Adiós a la madre de Judas
396. En Yuttá, con los niños. La mano de Jesús obradora
de curaciones
397. Despedida de los fieles
de Yuttá
398. Palabras de despedida en Hebrón. Los delirios
de Judas Iscariote
399. Palabras de despedida en Betsur. El amor materno de Elisa
400. En Béter, en casa de Juana de Cusa, la cual habla del daño provocado por Judas Iscariote ante Claudia
401. Pedro y Bartolomé en Béter por un grave motivo.
Éxtasis de la escritora
402. Judas Iscariote se siente descubierto durante el discurso de despedida en Béter
403. Una lucha y victoria espiritual de Simón de Jonás
404. En camino hacia Emaús
de la llanura
405. Descanso en un henil y discurso a la entrada de Emaús de la llanura. El pequeño Miguel
406. En Joppe. Palabras inútiles a Judas de Keriot y diálogo sobre el alma con algunos Gentiles
407. En los campos de Nicodemo. La parábola de los dos hijos
408. Multiplicación del trigo en los campos de José de Arimatea
409. El drama familiar del Anciano Juan
410. Provocaciones de Judas Iscariote en el grupo apostólico
411. Una lección extraída de la naturaleza y espigueo milagroso para una viejecita. Cómo ayudar a quien se enmienda
412. Elogio del lirio de los valles, símbolo de María. Pedro se sacrifica por el bien de Judas
413. Llegada a Jerusalén para la fiesta de Pentecostés y disputa con los doctores del Templo
414. Invectiva contra fariseos y doctores en el convite en casa
del Anciano Elquías
415. Un alto en el camino
en Betania
416. Un mendigo samaritano en el camino de Jericó
417. Historia de Zacarías el leproso y conversión
de Zaqueo el publicano
418. Curación del discípulo José, herido en la cabeza y recogido en la casita de Salomón
419. Curaciones en un pueblecito de la Decápolis. Parábola del escultor y de las estatuas
420. Curación de un endemoniado completo. La vocación de la mujer al amor
421. El endemoniado curado, los fariseos y la blasfemia contra
el Espíritu Santo
422. El Iscariote, con sus malos humores, ocasiona la lección sobre los deberes
y los siervos inútiles
423. Partida del Iscariote, que ocasiona la lección sobre
el amor y el perdón
424. Pensamientos de gloria y martirio ante la vista de la costa mediterránea
425. En Cesárea Marítima. Romanos mundanos y parábola de los hijos con destinos distintos
426. Con las romanas en Cesárea Marítima. Profecía en Virgilio.
La joven esclava salvada
427. Bartolomé instruye
a Áurea Gala
428. Parábola de la viña y del viñador, figuras del alma y del libre albedrío
429. Con Judas Iscariote en la llanura de Esdrelón
430. El nido caído y el escriba cruel. La letra y el espíritu
de la Ley
431. Tomás prepara el encuentro de Jesús con los campesinos
de Jocanán
432. Con los campesinos
de Jocanán, cerca de Sefori
433. Llegada a Nazaret. Alabanzas a la Virgen.
Curación de Áurea
434. Trabajos manuales en Nazaret y parábola
de la madera barnizada
435. Comienzo del tercer sábado en Nazaret y llegada de Pedro con otros apóstoles
436. En el huerto de Nazaret, revelado a apóstoles y discípulas el precio de la Redención
437. Coloquio
de Jesús con
su Madre
438. María Santísima con María de Alfeo en Tiberíades, donde Valeria. Encuentro con Judas Iscariote
439. María Santísima enseña a Áurea a hacer la voluntad de Dios
440. Otro sábado en Nazaret. Obstinación de José de Alfeo
441. Partida de Nazaret. Un incendio de brezos durante el viaje viene a ser el tema de una parábola
442. Judas Iscariote en Nazaret en casa de María
443. La muerte del abuelo de Margziam
444. Las dotes de Margziam. Lección sobre la caridad, sobre la salvación, sobre los méritos del Salvador
445. Dos parábolas durante una tormenta en Tiberíades. Llegada de Maria Stma., e impenitencia de Judas Iscariote
446. Llegada a Cafarnaúm en medio de un cálido recibimiento
447. En Cafarnaúm unas palabras de Jesús sobre la misericordia y el perdón no encuentran eco
448. Encuentro de barcas en el lago y parábola sugerida por Simón Pedro
449. El pequeño Alfeo desamado de su madre
450. Milagros en el arrabal cercano a Ippo y curación del leproso Juan
451. Discurso en el arrabal cercano a Ippo sobre los deberes de los cónyuges y de los hijos
452. El ex leproso Juan se hace discípulo. Parábola de los diez monumentos
453. Llegada a Ippo y discurso en pro de los pobres. Curación de un esclavo paralítico
454. María Santísima y su amor perfecto. Conflicto de Judas Iscariote con el pequeño Alfeo
455. La Iglesia es confiada a la maternidad de María. Discurso, al pie de Gamala, en pro
de unos forzados
456. Despedida de Gamala y llegada a Afeq. Advertencia a la viuda Sara y milagro en su casa
457. Discurso en Afeq, tras una disputa entre creyentes y no creyentes. Sara se hace discípula
458. Una curación espiritual en Guerguesa y lección sobre
los dones de Dios
459. El perdón a Samuel de Nazaret y lección sobre
las malas amistades
460. Fariseos en Cafarnaúm con José y Simón de Alfeo. Jesús y su Madre preparados
para el Sacrificio
461. Confabulación en casa de Cusa para elegir a Jesús rey. El griego Zenón y la carta de Síntica con la noticia de la muerte de Juan de Endor
462. Discurso y curaciones en las fuentes termales de Emaús
de Tiberíades
463. En Tariquea. Cusa, a pesar del discurso sobre la naturaleza del reino mesiánico, invita a Jesús a su casa. Conversión de una pecadora
464. En la casa de campo de Cusa, intento de elegir rey a Jesús. El testimonio
del Predilecto
465. En Betsaida para un encargo secreto a Porfiria. Apresurada partida de Cafarnaún
466. Un alto en la casa de los ancianos cónyuges Judas y Ana
467. Parábola de la distribución de las aguas. Perdón condicionado para el campesino Jacob. Advertencias a los apóstoles camino de Corazín
468. Un episodio de enmendamiento de Judas Iscariote, y otros que
ilustran su figura
469. Despidiéndose de los pocos fieles de Corazín
470. Lección a una suegra sobre los deberes del matrimonio
471. Encuentro con el levita José, llamado Bernabé, y lección
sobre Dios-Amor
472. Solicitud insidiosa de un juicio acerca de un hecho ocurrido en Yiscala
473. Curación de un niño ciego de Sidón y una lección
para las familias
474. Una visión que se pierde en un arrobo de amor
475. Abel de Belén de Galilea pide el perdón para sus enemigos
476. Lección sobre el cuidado de las almas y perdón a los dos pecadores castigados con la lepra
477. Coloquio de Jesús con su Madre en el bosque de Matatías. Los sufrimientos morales
de Jesús y María
478. Coloquio de Jesús con José y Simón de Alfeo, que van a la fiesta de los Tabernáculos
479. Con Juan al pie de la torre de Yizreel en espera de los campesinos de Jocanán
480. Parten de Yizreel tras la visita nocturna de los campesinos de Jocanán
481. Llegada a Enganním. Maquinaciones de Judas Iscariote para impedir una trama
de los fariseos
482. En camino con un pastor samaritano que ve
premiada su fe
483. Polémica de los apóstoles sobre el odio de los judíos. Los diez leprosos curados en Samaria
484. Alto obligado en las cercanías de Efraím y parábola de la granada
485. Jesús llega con los apóstoles a Betania, donde ya están algunos discípulos con Margziam
486. En el Templo para la fiesta de los Tabernáculos. Discurso sobre la naturaleza del Reino
487. En el Templo para la fiesta de los Tabernáculos. Discurso sobre la naturaleza del Cristo
488. En el Templo para la fiesta de los Tabernáculos. Partida secreta hacia Nob después
de la oración
489. En Nob. Parábola del rey no comprendido por sus súbditos. Jesús calma el viento
490. En el campo de los Galileos con los primos apóstoles y encuentro con el levita Zacarías
491. TEn el Templo el último día de la fiesta de los Tabernáculos. Sermón sobre el Agua viva
492. En Betania se evoca la memoria de Juan de Endor
493. Jesús habla cabe la fuente de En Royel, lugar en que hicieron un alto los tres Sabios
494. La mujer adúltera y la hipocresía de sus acusadores
495. Jesús instruye acerca del perdón de los pecadores, y se despide de sus discípulos en el camino de Betania
496. Un alto en la casita de Salomón. Improvisa turbación
de Judas Iscariote.
497. Simón Pedro atraviesa una hora de abatimiento
498. Exhortación a Judas Tadeo y a Santiago de Zebedeo después de una discusión
con Judas Iscariote
499. Fuga de Esebón y encuentro con un mercader de Petra
500. Reflexiones de Bartolomé y Juan después de un retiro
en el monte Nebo
501. Parábola de los hijos lejanos. Curación de dos hijos ciegos del hombre de Petra
502. Otro abatimiento en Pedro. Lección sobre las posesiones (divinas y diabólicas)
503. Los apóstoles indagan acerca del Traidor. Un saduceo y la infeliz mujer de un nigromante. Saber distinguir lo sobrenatural de lo oculto
504. Margziam preparado para la separación. Regreso a la aldea de Salomón y muerte de Ananías
505. En el Templo, una gracia obtenida con la oración incesante y la parábola del juez y la viuda
506. En el Templo, oposición al discurso que revela que Jesús
es la Luz del mundo
507. El gran debate con los judíos. Huyen del Templo con la ayuda del levita Zacarías
508. Juan será la luz de Cristo hasta el final de los tiempos. El pequeño Marcial-Manasés acogido por José de Seforí
509. El anciano sacerdote Matán acogido con los apóstoles y discípulos que han huido
del Templo
510. La curación de un ciego
de nacimiento
511. En la casa de Juan de Nob, otra alabanza a la Corredentora. Embustes de Judas Iscariote
512. Profecía ante un pueblo destruido
513. En Emaús Montana, una parábola sobre la verdadera sabiduría y una advertencia
a Israel
514. Consejos sobre la santidad a un joven indeciso. Reprensión a los habitantes de Bet-Jorón después de la curación de un romano y una judía
515. Las razones del dolor salvífico de Jesús. Elogio de la obediencia y lección sobre
la humildad
516. En Gabaón, milagro del mudito y elogio de la sabiduría como amor a Dios
517. Hacia Nob. Judas Iscariote, tras un momento polémico, reconoce su error
518. En Jerusalén, encuentro con el ciego curado y palabras que revelan a Jesús como
buen Pastor
519. Inexplicable ausencia de Judas Iscariote y alto en Betania, en casa de Lázaro
520. Conversaciones en torno a Judas Iscariote, ausente. Llegada a Tecua con el anciano Elí-Ana
521. En Tecua, Jesús se despide de los habitantes del lugar y del anciano Elí-Ana
522. Llegada a Jericó. El amor terreno de la muchedumbre y el amor sobrenatural del
convertido Zaqueo
523. En Jericó. La petición a Jesús de que juzgue a una mujer. La parábola del fariseo y el publicano tras una comparación entre pecadores y enfermos
524. En Jericó. En casa de Zaqueo con los pecadores convertidos
525. El juicio sobre Sabea
de Betlequí
526. T526 Curaciones cerca del vado de Betabara y discurso en recuerdo de Juan el Bautista
527. Desconocimiento y tentaciones en la naturaleza humana de Cristo
528. En Nob. Consuelo materno de Elisa y regreso inquietante de Judas Iscariote
529. Enseñanzas a los apóstoles mientras realizan trabajos manuales en casa de Juan de Nob
530. Otra noche de pecado de Judas Iscariote
531. En Nob, enfermos y peregrinos venidos de todas partes. Valeria y el divorcio. Curación del pequeño Leví
532. Preparativos para las Encenias. Una prostituta enviada a tentar a Jesús, que deja Nob
533. Hacia Jerusalén con
Judas Iscariote
534. Enseñanzas y curaciones en la sinagoga de los libertos romanos. Un encargo
para los gentiles
535. Judas Iscariote llamado
a informar a casa de Caifás
536. Curación de siete leprosos y llegada a Betania con los apóstoles ya reunidos. Marta y María preparadas por Jesús
a la muerte de Lázaro
537. En el Templo en la fiesta de la Dedicación, Jesús se manifiesta a los judíos, que intentan apedrearle
538. Jesús, orante en la gruta de la Natividad, contemplado por los discípulos ex pastores
539. Juan de Zebedeo se acusa de culpas inexistentes
540. La Madre confiada a Juan. Encuentro con Manahén y lección sobre el amor a los animales. Conclusión del tercer año
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329- En el mercado de Alejandrocena. La parábola de los obreros de la viña
El patio de los tres hermanos está la mitad en sombra, la mitad luminoso de sol. Está lleno de gente que va y viene para sus compras, mientras que fuera del portón, en la placita, vocea el mercado de Alejandrocena en medio de un confuso ir y venir de adquisidores y compradores, de asnos, de ovejas, de corderos, de volatería; porque se comprende que aquí tienen menos remilgos y llevan al mercado también a los pollos, sin miedo a ningún tipo de contaminación. Rebuznos, balidos, cacareos de gallinas y triunfales quiquiriquíes de gallitos se mezclan con las voces de los hombres, formando un alegre coro que, de vez en cuando, adquiere notas agudas y dramáticas por algún altercado.
También dentro del patio de los hermanos hay bullicio, y no falta algún que otro altercado, o por el precio o porque un marchante ha tomado lo que otro para sus adentros había elegido. No falta el quejido lastimero de los mendigos que, en la plaza, cerca del portón, recitan la letanía de sus miserias con una cadencia cantora y triste como un aúllo de moribundo.
Soldados romanos, con aire de dueños, van y vienen por el fondac y la plaza; supongo que en servicio, porque los veo armados y nunca solos, en medio de los fenicios, que también van todos armados.
Jesús pasea arriba y abajo por el patio, con los seis apóstoles, como esperando el momento adecuado para hablar. Luego sale a la plaza un momento. Pasa cerca de los mendigos y les da una limosna. La gente se distrae unos minutos a mirar al grupo galileo y se pregunta quiénes serán esos extranjeros. Hay quien informa de quiénes son los huéspedes de los tres hermanos, porque les ha pedido a éstos información.
Un rumor sigue los pasos de Jesús, que va tranquilo, acariciando a los niños que encuentra en su camino. En el rumor no faltan risitas irónicas y epítetos poco halagüeños para los hebreos, como tampoco falta el honesto deseo de oír a este «Profeta», a este «Rabí», a este «Santo», a este «Mesías» de Israel (sí, se lo señalan unos a otros con tales nombres, según su grado de fe y su rectitud de corazón). Oigo a dos madres:
-¿Pero es verdad?
-Me lo ha dicho Daniel, precisamente a mí. Y él ha hablado en Jerusalén con gente que ha visto los milagros del Santo.
-Sí, de acuerdo. ¿Pero será el mismo hombre?
-Me ha dicho Daniel que no hay duda de que es Él, por lo que dice.
-Entonces... ¿qué piensas... me concederá la gracia aunque sea sólo prosélito?
-Yo diría que sí... Inténtalo. Quizás no vuelve. ¡Inténtalo, inténtalo! ¡Mal no te hará, eso está claro!
-Sí -dice la mujercita, y, dejando plantado a un vendedor de loza con el que estaba contratando unos cuencos, se marcha. Vendedor que ha oído la conversación de las dos, y ahora, defraudado, enfadado por el buen trato que se ha esfumado, se abalanza contra la mujer que queda y la cubre de improperios cuales: «Maldita neófita. Sangre de hebrea. Mujer vendida» etc., etc.
Oigo a dos hombres, barbudos y de porte grave:
-Me gustaría oírlo hablar. Dicen que es un gran Rabí.
-Un Profeta debes decir. Mayor que el Bautista. ¡Me ha dicho Elías unas cosas! ¡Unas cosas! Él las sabe porque tiene una hermana que está casada con uno que vive al servicio de un rico de Israel, y, para saber de ella, va a preguntar a los compañeros de servicio. Este rico es muy amigo del Rabí...
Un tercero, un fenicio quizás, que, estando cerca, ha oído la conversación, asoma su cara enjuta, satírica, entre los dos, y, con sardónica risotada, dice:
-¡Pues vaya santidad! ¡Aderezada con riquezas! ¡Por lo que yo sé, el santo debería vivir en pobreza!
-Calla, Doro, mala lengua. Tú, pagano, no eres digno de juzgar estas cosas.
-¡Ah, vosotros sí sois dignos, especialmente tú, Samuel!
Mejor sería que me pagaras esa deuda.
-¡Ten, y no sigas dando vueltas alrededor de mí, vampiro
de cara de fauno!...
Oigo a un anciano semiciego, que está acompañado de una muchachita y que pregunta:
-¿Dónde está, dónde está el Mesías? -y la niña: « ¡Dejad paso al viejo Marcos! ¡Por favor, decidle al viejo Marcos dónde está el Mesías!».
Las dos voces -la senil, feble y trémula; la niña, argentina y segura -se expanden en vano por la plaza,
hasta que otro hombre dice:
-¿Buscáis al Rabí? Ha vuelto hacia la casa de Daniel. Ahí está, parado, hablando con los mendigos.
Oigo a dos soldados romanos:
-Debe ser ese al que persiguen los judíos. ¡Menudos bichos, ésos! A simple vista se ve que es mejor que ellos.
-¡Eso es lo que los fastidia!
-Vamos a decírselo al alférez. Ésa es la orden.
-¡Disparatada, Cayo! Roma se guarda de los corderos, y soporta, diría incluso que acaricia, a los tigres.
-¡No creo, Escipión! ¡A Poncio matar le es fácil!
-Sí... pero no cierra su casa a las hienas rastreras que lo adulan.
-¡Política, Escipión! ¡Política!.
-Vileza, Cayo, y necedad. De éste debería hacerse amigo. Ganaría una ayuda para mantener obediente a esta gentuza asiática. No sirve bien a Roma Poncio desatendiendo a este hombre bueno y adulando a los malos.
-No critiques al Procónsul. Somos soldados. El superior es sagrado como un dios. Hemos jurado obediencia al divino César y el Procónsul lo representa.
-Eso está bien en lo que respecta al deber hacia la Patria, sagrada e inmortal, pero no para el juicio interno.
-Pero la obediencia viene del juicio. Si tu juicio se rebela contra una orden y la critica, ya no obedecerás totalmente. Roma se apoya en nuestra obediencia ciega para tutelar sus conquistas.
-Pareces un tribuno, y es correcto lo que dices. Pero te hago una observación: Roma es reina, pero nosotros no somos esclavos, sino súbditos. Roma no tiene, no debe tener, ciudadanos esclavos, y esclavitud es imponer silencio a la razón de los ciudadanos. Yo digo que mi razón juzga que Poncio hace mal no ocupándose de este israelita... llámalo Mesías, Santo, Profeta, Rabí, lo que quieras. Y siento que puedo decirlo porque, diciéndolo, no viene a menos ni mi fidelidad a Roma, ni mi amor; es más, si deseo esto es porque siento que Él, enseñando respeto a las leyes y a los Cónsules, como hace, ayuda al bienestar de Roma.
-Eres culto, Escipión... Llegarás lejos. ¡Ya vas adelante! Yo soy un pobre soldado. Pero, ¿ves, mientras, allí? La gente se ha amontonado en torno al Hombre. Vamos a decírselo a los jefes militares...
Efectivamente, cerca del portón de los tres hermanos, hay un montón de gente alrededor de Jesús, al cual se le ve bien por su alta estatura. Luego, de repente, se eleva un grito y la gente se agita. Otros, que estaban en el mercado, acuden corriendo, y algunos del remolino de gente corren hacia la plaza e incluso más allá de la plaza.
Preguntas... respuestas...
-¿Qué ha pasado? ¿Qué sucede?
-¡El Hombre de Israel ha curado a Marcos, el anciano! El velo de sus ojos se ha disipado.
Jesús, entretanto, ha entrado en el patio, seguido de una cola de gente. Renqueando, al final, viene uno de los mendigos: un renco que se arrastra más con las manos que con las piernas. Pero, si las piernas están torcidas y carecen de fuerza -por lo cual, sin los bastones, no andaría -, la voz, por el contrario, es bien vigorosa. Parece una sirena que desgarra el aire luminoso de la mañana:
-¡Santo! ¡Santo! ¡Mesías! ¡Rabí! ¡Piedad de mí! -grita desgañitándose y sin tregua.
Se vuelven dos o tres personas:
-¡No malgastes energías! Marcos es hebreo, tú no. ¡Para los israelitas verdaderos hace milagros, no para los hijos de perro!
-Mi madre era hebrea...
-Y Dios la ha castigado dándole a ti, un monstruo, por su pecado. ¡Fuera, hijo de loba! Vuelve a tu sitio, lodo en el lodo...
El hombre se pega a la pared, acobardado, atemorizado ante los amenazadores puños levantados...
Jesús se detiene, se vuelve, mira. Ordena:
-¡Hombre, ven aquí!
El hombre lo mira, mira a los que lo amenazan... y no se atreve a avanzar.
Jesús se abre paso entre la pequeña muchedumbre y se acerca a él. Lo toma de la mano (o sea: le pone la mano en el hombro) y dice:
-No tengas miedo. Ven aquí delante conmigo -y, mirando a los despiadados, dice severo: «Dios es de todos los hombres que lo buscan y que son misericordiosos».
Comprenden la alusión, y ahora son ellos los que se quedan al final; más aún, los que se quedan parados donde están.
Jesús se vuelve de nuevo. Los ve allí, confusos, casi decididos a marcharse, y les dice:
-No, venid también vosotros. Os vendrá bien también a vosotros, para enderezar y fortalecer vuestra alma, de la misma forma que enderezo y fortalezco a éste porque ha sabido tener fe. Hombre, Yo te lo digo, queda curado de la enfermedad.
Y quita la mano del hombro del renco, tras haber experimentado éste como una sacudida.
El hombre se yergue, seguro, sobre sus propias piernas, arroja las muletas ya consumidas por el uso, y grita:
-¡El me ha curado! ¡Bendito sea el Dios de mi madre! -y se arrodilla para besar los bordes de la túnica de Jesús.
El tumulto de quien quiere ver, o ya ha visto y ahora comenta, alcanza su culmen. En el profundo atrio, que de la plaza conduce al patio, las voces resuenan con sonoridad de pozo y producen eco contra las murallas del Castro.
Los soldados deben temer que se haya producido una reyerta -debe ser fácil en estos lugares, con tantos contrastes de razas y fes, de forma que acude un pelotón y se abre paso rudamente preguntando que qué sucede.
-¡Un milagro, un milagro! Jonás, el renco, ha sido curado.
Ahí está, al lado del Hombre galileo.
Los soldados se miran unos a otros. No hablan hasta que no ha pasado toda la muchedumbre (detrás se ha agregado más gente, de la que había en los locales del fondac y en la plaza, donde ahora se ve solamente a los vendedores, enojadísimos por el imprevisto reclamo, que hace fracasar el mercado de ese día). Luego, al ver pasar a uno de los tres hermanos, preguntan:
-Felipe, ¿sabes lo que piensa hacer ahora el Rabí?
-Va a hablar, a adoctrinar. ¡Y además en mi patio! -dice Felipe todo alborozado.
Los soldados se consultan. ¿Quedarse? ¿Marcharse?
-El alférez nos ha dicho que vigilemos...
-¿A quién? ¿Al Hombre? Por Él podríamos ir a jugarnos a los dados un ánfora de vino de Chipre -dice Escipión, el soldado que antes defendía a Jesús ante su compañero.
-¡A mí me parece que es Él el que necesita ser protegido, no el derecho de Roma! ¿No lo veis? Ninguno de nuestros dioses tiene un aspecto tan manso, y al mismo tiempo tan viril. Esta gentuza no es digna de Él. Y los indignos son siempre malos. Vamos a quedarnos a protegerlo. Si hace falta le guardamos las espaldas, y se las acariciamos a estos bribones -dice, medio sarcástico, medio admirado, otro.
-Bien dices, Pudente. Es más, para que Prócoro, el alférez, que siempre está soñando complots contra Roma y... ascensos para él, por gracia y mérito de su solícita vigilancia por la salud del divino César y de la diosa Roma, madre y señora del mundo, se convenza de que aquí no va a conquistar brazalete o corona, ve a llamarlo, Acio.
Un soldado joven se marcha corriendo, y corriendo vuelve, diciendo:
-Prócoro no viene, manda al triario Aquila...
-¡Bien! ¡Bien! Mejor él que el propio Cecilio Máximo. Aquila ha servido en África, en Galia, y estuvo en las crueles selvas que nos arrebataron a Varo y a sus legiones. Conoce a griegos y bretones y tiene buen olfato para distinguir... ¡Salve! ¡Aquí tenemos al glorioso
Aquila! ¡Ven, enséñanos, a nosotros, míseros, a comprender el valor de los seres!
-¡Viva Aquila, maestro de soldados! -gritan todos, dándole afectuosos zarandeos al viejo soldado, marcado de cicatrices en el rostro (y, como el rostro, así tiene sus brazos y pantorrillas desnudos).
Él sonríe bonachón y exclama:
-¡Viva Roma, maestra del mundo; no yo, que soy un pobre soldado! ¿Qué sucede, pues?
-Vigilar a ese hombre alto y rubio como el más claro cobre.
-Bien. Pero, ¿quién es?
-El Mesías, según dicen. Se llama Jesús y es de Nazaret. Es aquel, ¿ya sabes, no?, por el que se comunicó aquella orden...
-¡Mmm! Bien... pero me parece que perseguimos nubes.
-Dicen que quiere hacerse rey y suplantar a Roma. El Sanedrín, los fariseos, saduceos y herodianos, lo han denunciado ante Poncio. Ya sabes que los hebreos tienen esta obsesión en la cabeza y, de vez en cuando, aparece un rey...
-Sí, sí... ¡Pero si es por este hombre!... De todas formas, vamos a oír lo que dice. Creo que se dispone a hablar.
-He sabido por el soldado, que está con el centurión, que Publio Quintiliano le ha hablado de Él como de un filósofo divino...
-Las mujeres imperiales se muestran entusiastas... -dice otro soldado, joven.
-¡Claro! También yo me sentiría entusiasta de El si fuera una mujer, y querría tenerlo en mi cama... -dice, riéndose abiertamente, otro soldado joven.
-¡Cállate, impúdico! ¡La lujuria te come! -dice otro bromeando.
-¿Y tú no, Fabio? Ana, Sira, Alba, María...
-Silencio, Sabino. Está hablando y quiero escuchar -ordena el triario. Y todos guardan silencio.
Jesús ha subido encima de una caja que está colocada contra una pared. Todos, por tanto, lo pueden ver bien. Ya se ha esparcido por el aire su dulce saludo, seguido luego por las palabras: «Hijos de un único Creador, escuchad», para proseguir, en el atento silencio de la gente:
-El tiempo de la Gracia para todos ha llegado, no sólo para Israel, sino para todo el mundo. Hombres hebreos que estáis aquí por diversas razones, prosélitos, fenicios, gentiles, todos: oíd la Palabra de Dios, comprended la Justicia, conoced la Caridad. Teniendo Sabiduría, Justicia y Caridad, dispondréis de los medios para llegar al Reino de Dios, a ese Reino que no es una exclusividad de los hijos de Israel, sino que es de todos aquellos que amen de ahora en adelante al verdadero, único Dios, y crean en la palabra de su Verbo.
Escuchad. He venido de muy lejos, no con miras de usurpador, ni con la violencia del conquistador. He venido sólo para ser el Salvador de vuestras almas. Los dominios, las riquezas, los cargos, no me seducen. Para mí no son nada; son cosas a las que ni siquiera miro. Es decir, las miro con conmiseración, porque me producen compasión, siendo como son cadenas para apresar a vuestro espíritu, impidiéndole así acercarse al Señor eterno, único, universal, santo y bendito. Las miro y me acerco a ellas como a las más grandes miserias. Y trato de liberarlas del lisonjero y cruel engaño que seduce a los hijos de los hombres, para que puedan usarlas con justicia y santidad, no como crueles armas que hieren y matan al hombre (y lo primero, siempre, al espíritu de aquel que las usa no santamente).
Pero, en verdad os digo, me es más fácil curar a un cuerpo deforme que a un alma deforme; me es más fácil dar luz a las pupilas apagadas, salud a un cuerpo agonizante, que luz a los espíritus y salud a las almas enfermas. ¿Por qué? Porque el hombre ha perdido de vista el verdadero fin de su vida, y se ocupa de lo transitorio.
El hombre no sabe, o no recuerda, o, recordando, no quiere prestar obediencia a esta santa orden del Señor -y hablo también para los gentiles que me escuchan -de hacer el bien, que es bien en Roma como lo es en Atenas, en Galia o en África, porque la ley moral existe bajo todos los cielos y en todas las religiones, en todo corazón recto. Y las religiones, desde la de Dios hasta la de la moral individual, dicen que la parte mejor de nosotros sobrevive, y que según como haya obrado en la tierra así será su suerte en la otra vida.
Fin, pues, del hombre es la conquista de la paz en la otra vida; no las comilonas, la usura, el abuso de la fuerza, el placer, aquí, por poco tiempo, para pagarlos eternamente con muy duros tormentos. Pues bien, el hombre no sabe, o no recuerda, o no quiere recordar esta verdad. Si no la sabe, es menos culpable; si no la recuerda, es bastante culpable, porque hay que tener encendida la verdad, cual antorcha santa, en las mentes y en los corazones; pero, si no la quiere recordar, y, cuando resplandece, cierra los ojos para no verla, aborreciéndola como a la voz de un orador pedante, entonces su culpa es grave, muy grave.
Y, no obstante, Dios perdona esta culpa, si el alma repudia su comportamiento malo y se propone perseguir durante el resto de la vida el fin verdadero del hombre, que es conquistarse la paz eterna en el Reino del Dios verdadero. ¿Habéis seguido hasta ahora un camino malo? ¿Abatidos, pensáis que es tarde para tomar el camino recto? ¿Desconsolados, decís:
"¡No sabía nada de esto! Ahora me veo ignorante e inhábil"? No. No penséis que es como con las cosas materiales, y que hace falta mucho tiempo y fatiga para rehacer de nuevo, con santidad, lo ya hecho. La bondad del eterno, verdadero Señor Dios, es tal que, ciertamente, no os hace recorrer hacia atrás la vida vivida para colocaros de nuevo en la bifurcación en que vosotros, errando, dejarais el recto sendero para seguir el malo; es tanta que, desde el momento en que decís: "Quiero ser de la Verdad", o sea, de Dios, porque Dios es Verdad, Dios, por un milagro enteramente espiritual, infunde en vosotros la Sabiduría, siendo así que ya no sois ignorantes sino poseedores de la ciencia sobrenatural, igual que los que desde años antes la poseen.
Sabiduría es desear tener a Dios, amar a Dios, cultivar el espíritu, tender al Reino de Dios repudiando todo lo que es carne, mundo y Satanás. Sabiduría es obedecer a la ley de Dios, que es ley de caridad, de obediencia, de continencia, de honestidad. Sabiduría es amar a Dios con todo el propio ser, amar al prójimo como a nosotros mismos.
Estos son los dos elementos indispensables para ser sabios con la Sabiduría de Dios. Y en el prójimo están incluidos no sólo los que tienen nuestra misma sangre o raza o religión, sino todos los hombres, ricos o pobres, sabios o ignorantes, hebreos, prosélitos, fenicios, griegos, romanos...
Jesús se ve interrumpido por un grito amenazador de algunos exaltados. Los mira y dice:
-Sí. Esto es el amor. Yo no soy un maestro servil. Digo la verdad porque debo hacerlo así para sembrar en vosotros lo necesario para la Vida eterna. Os guste o no, tengo que decíroslo, para cumplir mi deber de Redentor; os toca a vosotros cumplir con el vuestro de personas necesitadas de Redención. Amar al prójimo, pues. Todo el prójimo. Con un amor santo. No amarlo con deshonesto concubinato de intereses, de forma que es "anatema" el romano, fenicio o prosélito -o viceversa -, mientras no hay de por medio sensualidad o dinero; y luego, si surgen en vosotros el deseo carnal o de la ganancia, ya no es "anatema"...
Se oye otra vez el rumor de la gente. Los romanos, por su parte, en su sitio en el atrio, exclaman: « ¡Por Júpiter! ¡Habla bien éste!». Jesús deja que se calme el rumor y prosigue:
-Amar al prójimo como querríamos ser amados nosotros. Porque no nos agrada ser maltratados, vejados, o que nos roben o subyuguen, ni ser calumniados o que nos traten groseramente. La misma susceptibilidad, nacional o individual, tienen los demás. No nos hagamos, pues, recíprocamente, el mal que no quisiéramos recibir nosotros. Sabiduría es prestar obediencia a los diez preceptos de Dios:
"Yo soy el Señor tu Dios. No tengas otro Dios aparte de mí. No tengas ídolos, no les rindas culto.
No tomes el Nombre de Dios en vano. Es el Nombre del Señor tu Dios, y Dios castigará a quien lo use sin razón o por imprecación o para convalidar un pecado.
Acuérdate de santificar las fiestas. El sábado está consagrado al Señor, que descansó en sábado de la Creación y le ha bendecido y santificado.
Honra a tu padre y a tu madre, para que vivas en paz largamente sobre la tierra y eternamente en el Cielo.
No matarás.
No cometerás adulterio.
No robarás.
No hablarás con falsedad contra tu prójimo.
No desearás la casa, la mujer, el siervo, la sierva, el buey, el asno, ni nada que pertenezca a tu prójimo".
Ésta es la Sabiduría. Quien esto hace es sabio y conquista la Vida y el Reino que no tienen fin. Desde hoy, pues, proponeos vivir según la Sabiduría, anteponiéndola a las pobres cosas de la tierra.
¿Qué decís? Hablad. ¿Decís que es tarde? No. Escuchad una parábola.
Un amo de una viña, al amanecer de un día, salió para contratar obreros para su viña, y ajustó con ellos un denario al día.
Salió de nuevo a la hora tercera, y, pensando que eran pocos los jornaleros contratados, viendo en la plaza a otros desocupados en espera de que los contratara, los tomó y dijo: "Id a mi viña, que os daré lo que he prometido a los otros". Y éstos fueron. Habiendo salido a la hora sexta y a la hora nona, vio todavía a otros y les dijo: "¿Queréis trabajar para mí? Doy un denario al día a mis jornaleros". Aceptaron y fueron. Salió, en fin, a la hora undécima. Vio a otros, que, ya declinando el sol, estaban inactivos: "¿Qué hacéis aquí, tan ociosos?
No os da vergüenza estar sin hacer nada todo el día?", les preguntó.
"Nadie nos ha contratado. Hubiéramos querido trabajar y ganarnos el pan. Pero nadie nos ha llamado a su viña".
"Bien, pues yo os llamo a mi viña. Id y recibiréis el salario de los demás". Eso dijo porque era un buen patrón y sentía piedad del abatimiento de su prójimo.
Llegada la noche, terminados los trabajos, el hombre llamó a su administrador, y dijo: "Llama a los jornaleros y paga su salario, según lo que he fijado, empezando por los últimos, que son los más necesitados, porque no han tenido durante el día el alimento que los otros una o varias veces han tenido, y, además, son los que, agradeciendo mi piedad, más han trabajado; los he observado; licéncialos, que vayan a su merecido descanso y gocen con su familia de los frutos de su trabajo". Y el administrador hizo como el patrón le ordenaba, y dio a cada uno un denario.
Habiendo llegado al final aquellos que llevaban trabajando desde la primera hora del día, se asombraron al recibir también un solo denario, y manifestaron sus quejas entre sí y ante el administrador, el cual dijo: "He recibido esta orden. Id a quejaros al patrón, no vengáis a quejaros a mí". Y fueron y dijeron: "¡No eres justo! Hemos trabajado doce horas, primero en medio del aguazo, luego bajo el sol de fuego, y luego otra vez con la humedad del anochecer, ¡y tú nos has dado lo mismo que a esos haraganes que han trabajado sólo una hora!... ¿Por qué?". Y especialmente uno de ellos levantaba la voz juzgándose traicionado y explotado indignamente.
"Amigo, ¿y en qué te he perjudicado? ¿Qué he pactado contigo al alba? Una jornada de continuo trabajo y, como salario, un denario. ¿No es verdad?".
"Sí. Es verdad. Pero tú has dado lo mismo a ésos, por mucho menos trabajo...".
"¿Has aceptado este salario porque te parecía bueno?"
"Sí. He aceptado porque los otros daban incluso menos".
"No, en conciencia no".
"Te he concedido reposo a lo largo de la jornada, y comida, ¿no es verdad? Te he dado tres comidas. Y la comida y el descanso no habían sido pactados. ¿No es verdad?".
"Sí, no estaban acordados.”
"Entonces, ¿por qué los has aceptado?”
"Hombre, pues... Tú dijiste: `Prefiero así, para evitar que os canséis volviendo a vuestras casas'. No dábamos crédito a nuestros oídos... Tu comida era buena, era un ahorro, era...".
"Era una gracia que os daba gratuitamente y que ninguno podía pretender. ¿No es verdad?".
"Es verdad."
"Por tanto, os he favorecido. ¿Por qué os quejáis entonces? Debería quejarme yo de vosotros, que, habiendo comprendido que tratabais con un patrón bueno, trabajabais perezosamente, mientras que éstos, que han llegado después de vosotros, habiendo gozado del beneficio de una sola comida -y los últimos de ninguna -, han trabajado con más ahínco, haciendo en menos tiempo el mismo trabajo que habéis hecho vosotros en doce horas. Os habría traicionado si os hubiera reducido a la mitad el salario para pagar también a éstos.
No así. Por tanto, coge lo tuyo y vete. ¿Pretendes venir a imponerme en mi casa lo que a ti te parece? Hago lo que quiero y lo que es justo. No quieras ser malo y tentarme a la injusticia. Yo soy bueno".
¡Oh, vosotros todos, que me escucháis! En verdad os digo que el Padre Dios propone a todos los hombres el mismo pacto y les promete la misma retribución. A1 que con diligencia se pone a servir al Señor, Él lo tratará con justicia, aunque fuere poco su trabajo debido a la muerte cercana. En verdad os digo que no siempre los primeros serán los primeros en el Reino de los Cielos, y que allí veremos a últimos ser primeros y a primeros ser últimos.
Allí veremos a hombres no pertenecientes a Israel más santos que muchos de Israel. He venido a llamar a todos, en nombre de Dios. Pero, si muchos son los llamados, pocos son los elegidos, porque pocos desean la Sabiduría. No es sabio el que vive del mundo y de la carne y no de Dios. No es sabio ni para la tierra ni para el Cielo: en la tierra se crea enemigos, castigos, remordimientos, y pierde el Cielo para siempre.
Repito: sed buenos con el prójimo, quienquiera que sea. Sed obedientes, dejando a Dios la tarea de castigar a quien manda injustamente. Sed continentes sabiendo resistir a la sensualidad; honrados, sabiendo resistir al oro; coherentes, calificando de anatema a aquello que se lo merece, y no cuando os parece y luego estrecháis contactos con el objeto que antes habíais maldecido como idea. No hagáis a los demás lo que no querríais para vosotros, y entonces...
-¡Vete, profeta molesto! ¡Nos has fastidiado el mercado!... ¡Nos has arrebatado los clientes!... -gritan los vendedores irrumpiendo en el patio... Y los que habían hecho alboroto en el patio cuando Jesús había empezado a enseñar -no todos fenicios: también hay hebreos, que están en esta ciudad por un motivo que desconozco -se unen a los vendedores para insultar y amenazar, y sobre todo, para obligar a abandonar el lugar...
Jesús no gusta porque no aconseja en orden al mal... Cruza los brazos y mira, triste, solemne.
La gente, dividida en dos partidos, se enzarza, defendiendo u ofendiendo al Nazareno. Improperios, alabanzas, maldiciones, bendiciones, gritos de:
«Tienen razón los fariseos. Eres un vendido a Roma, amigo de publicanos y meretrices», o de: « ¡Callad, lenguas blasfemas! ¡Vosotros sois los vendidos a Roma, fenicios del infierno!», «¡Sois diablos!», «¡Que os trague el infierno!», «¡Fuera! ¡Fuera!», « ¡Fuera vosotros, ladrones que venís a mercadear aquí, usureros!» etcétera, etcétera.
Intervienen los soldados diciendo: « ¡De amotinador nada!
¡Es Él la víctima!». Y con las lanzas echan fuera del patio a todos y cierran el portón.
Se quedan con Jesús los tres hermanos prosélitos y los seis apóstoles.
-¿Pero cómo se os ha ocurrido hacerle hablar? -pregunta el triario a los tres hermanos.
-¡Muchos hablan! -responde Elías.
-Sí. Y no pasa nada porque enseñan lo que gusta al hombre.
Pero este no enseña eso. Y es indigesto...
El viejo soldado mira atentamente a Jesús, que ha bajado de su sitio y está callado, como abstraído.
Fuera, la gente sigue enzarzada. Tanto que, del recinto militar salen otros soldados y con ellos el propio centurión. Instan para que les abran, mientras otros se quedan a rechazar tanto a quien grita: « ¡Viva el Rey de Israel!», como a quien lo maldice.
El centurión, inquieto, da unos pasos adelante. Arremete coléricamente contra el viejo Aquila:
-¡Así tutelas a Roma tú? ¡Dejando aclamar a un rey extranjero en la tierra dominada?
El viejo saluda con reciedumbre y responde:
-Enseñaba respeto y obediencia y hablaba de un reino que no es de esta tierra. Por eso lo odian. Porque es bueno y respetuoso. No he hallado motivo para imponer silencio a quien no iba contra nuestra ley.
El centurión se calma, y barbota:
-Entonces es una nueva sedición de esta fétida gentuza... Bien. Dadle a este hombre la orden de marcharse inmediatamente. No quiero problemas aquí. Cumplid esto y, en cuanto esté libre el trayecto, escoltadlo hasta fuera de la ciudad. Que vaya a donde quiera. A los infiernos, si quiere. Pero que se vaya de mi jurisdicción. ¿Entendido?
-Sí. Lo haremos.
El centurión da media vuelta, con grandes resplandores de coraza y ondeos de manto purpurino, y se marcha sin ni siquiera mirar a Jesús. Los tres hermanos dicen a Jesús:
-Lamentamos...
-No tenéis la culpa vosotros. No temáis. No os ocasionará ningún mal, Yo os lo digo...
Los tres cambian de color... Felipe dice:
-¿Cómo es que sabes que tenemos este temor?
Jesús sonríe dulcemente (un rayo de sol en su rostro triste):
-Conozco lo que hay en los corazones y en el futuro.
Los soldados se han puesto al sol, a esperar; y no pierden ojo, más o menos solapadamente, mientras hacen
comentarios...
-¿Podrán querernos a nosotros, si odian incluso a ése, que no los subyuga?
-Y que hace milagros, debes decir...
-¡Por Hércules! ¿Quién de nosotros ha sido el que ha venido avisar de que estaba el sospechoso y había que vigilarlo?
-¡Ha sido Cayo!
-¡El cumplidor! Ya hemos perdido el rancho y perder el beso de una muchacha!... ¡Ah, sí!
-¡Epicúreo! ¿Dónde está la bella?
-¡Está claro que a ti no te lo digo, amigo!
-Detrás del alfarero, en los Cimientos. Lo sé, unas noches...dice otro.
El triario, como paseando, va hacia Jesús. Se mueve alrededor de Él, mirándolo insistentemente. No sabe qué decir… Jesús le sonríe para infundirle ánimo. El hombre no sabe qué hacer…Pero se acerca más.
Jesús, señalando las cicatrices, dice:
-¿Son todas heridas? Se ve que eres un hombre valeroso y fiel...
El viejo soldado se pone como la púrpura por el elogio.
-Has sufrido mucho por amor a tu patria y a tu emperador... ¿No querrías sufrir algo por una patria más grande: el Cielo?; ¿por un eterno emperador: Dios?
El soldado mueve la cabeza y dice:
-Soy un pobre pagano. De todas formas, quién sabe si no llegaré también yo a la hora undécima. Pero, ¿quién me instruye? ¡Ya ves!... Te echan. ¡Éstas heridas sí que hacen daño, no las mías!... Al menos yo se las he devuelto a los enemigos. Pero Tú, a quién te hiere, ¿que le das?
-Perdón, soldado. Perdón y amor.
-Tengo razón yo. La sospecha sobre ti es estúpida. Adiós, galileo.
-Adiós, romano.
Jesús se queda solo, hasta que vuelven los tres hermanos y los discípulos, con comida: los hermanos ofrecen a los soldados; los discípulos, a Jesús. Éstos comen, inapetentes, al sol, mientras los soldados comen y beben alegremente.
Luego un soldado sale a dar una ojeada a la plaza silenciosa.
-Podemos ponernos en marcha grita -Se han ido todos. Sólo están las patrullas.
Jesús se pone en pie dócilmente. Bendice y conforta a los tres hermanos, y les da una cita para la Pascua en el
Getsemaní. Luego sale, encuadrado entre los soldados. Le siguen sus discípulos, apesadumbrados. Y recorren las calles vacías, hasta la campiña. -Salve, galileo -dice el triario. -Adiós, Aquila. Te ruego que no hagáis ningún mal a Daniel, Elías y Felipe.
Sólo Yo soy el culpable. Díselo al centurión. -No digo nada. A estas horas ya ni se acuerda de esto. Y los tres hermanos nos proveen bien, especialmente de ese vino de Chipre que el centurión prefiere a la propia vida.
Quédate tranquilo. Adiós. Se separan. Los soldados franquean, de regreso, las puertas, mientras Jesús y los suyos se encaminan por la campiña silenciosa, en dirección este.
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