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EL EVANGELIO
COMO ME HA SIDO REVELADO
Autor: María Valtorta
« PARTE 4 de 7 »
TERCER AÑO DE LA
VIDA PUBLICA DE JESUS
Partes:
[ 1 ]
[ 2 ]
[ 3 ]
[ 4 ]
[ 5 ]
[ 6 ]
[ 7 ]
313. Preparativos para salir de Nazaret, después de la visita de Simón de Alfeo con su familia. Durante el tercer año,
Jesús será el Justo
314. La cena en la casa de Nazaret. La dolorosa partida
315. El viaje hacia Yiftael y las reflexiones de Juan de Endor
316. Jesús se despide de Juan
de Endor y de Síntica
317. La oración de Jesús por la salvación de Judas Iscariote
318. En barca de Tolemaida
a Tiro
319. Partida de Tiro en la nave del cretense Nicomedes
320. Prodigios en la nave en medio de una tempestad
321. Arribo a Seleucia.
Se despiden de Nicomedes
322. Partida de Seleucia en un carro y llegada a Antioquía
323. La visita a Antigonio
324. Las pláticas de los ocho apóstoles antes de dejar Antioquía. El adiós a Juan de Endor y a Síntica
325. Los ocho apóstoles se reúnen
con Jesús
cerca de Akcib
326. Un alto en Akcib
327. En los confines de Fenicia. Palabras de Jesús sobre la igualdad de los pueblos.
Parábola de la levadura
328. En Alejandrocena donde los hermanos de Hermiona
329. En el mercado de Alejandrocena. La parábola
de los obreros de la viña
330. Santiago y Juan "hijos del trueno". Hacia Akcib
con el pastor Anás
331. La fe de la mujer cananea y otras conquistas. Llegada a Akcib
332. La sufrida separación de Bartolomé, que con Felipe
vuelve a unirse al Maestro
333. Con los diez apóstoles
hacia Sicaminón
334. También Tomas y Judas Iscariote se unen de nuevo al grupo apostólico
335. La falsa amistad de Ismael ben Fabí, y el hidrópico
curado en sábado
336. En Nazaret con cuatro apóstoles. El amor de Tomás
por María Santísima
337. El sábado en Corazín. Parábola sobre los corazones imposibles de labrar. Curación
de una mujer encorvada
338. Judas Iscariote pierde el poder de milagros.
La parábola del cultivador
339. La noche pecaminosa
de Judas Iscariote
340. El enmendamiento de Judas Iscariote y el choque con los rabíes junto al sepulcro de Hil.lel
341. La mano herida de Jesús. Curación de un sordomudo en los confines sirofenicios
342. En Quedes. Los fariseos piden un signo.
La profecía de Habacuc
343. La levadura de los fariseos. El Hijo del hombre.
El primado a Simón Pedro
344. Encuentro con los discípulos en Cesárea de Filipo y explicación de la sedal de Jonás
345. Milagro en el castillo
de Cesárea Paneas
346. Primer anuncio de la Pasión y reprensión a Simón Pedro
347. En Betsaida. Profecía sobre el martirio de los Apóstoles y curación de un ciego
348. Manahén da algunas noticias acerca de Herodes Antipas, y desde Cafarnaúm va con Jesús a Nazaret. Revelación de las transfiguraciones
de la Virgen
349. La Transfiguración en el monte Tabor y el epiléptico curado al pie del monte. Un comentario para los predilectos
350. Lección a los discípulos sobre el poder de vencer
a los demonios
351. El tributo al Templo pagado con la moneda hallada
en la boca del pez
352. Un convertido de María de Magdala. Parábola para el pequeño Benjamín y lección sobre quién es grande
en el reino de los Cielos
353. La segunda multiplicación de los panes y el milagro de la multiplicación de la Palabra
354. Jesús habla sobre el Pan del Cielo en la sinagoga
de Cafarnaúm
355. El nuevo discípulo Nicolái de Antioquía y el segundo anuncio de la Pasión
356. Hacia Gadara. Las herejías de Judas Iscariote y las renuncias de Juan,
que quiere sólo amar
357. Juan y las culpas de Judas Iscariote. Los fariseos y la cuestión del divorcio
358. En Pel.la. El jovencito Yaia y la madre de Marcos de Josías
359. En la cabaña de Matías cerca de Yabés Galaad
360. El malhumor de los apóstoles y el descanso en una gruta. El encuentro
con Rosa de Jericó
361. Los dos injertos que transformarán a los apóstoles. María de Magdala advierte a Jesús de un peligro. Milagro ante la riada del Jordán
362. La misión de las "voces" en la Iglesia futura. El encuentro con la Madre y las discípulas
363. En Rama, en casa de la hermana de Tomás. Jesús habla sobre la salvación.
Apóstrofe a Jerusalén
364. En el Templo. Oración universal y parábola del hijo verdadero y los hijos bastardos
365. Judas Iscariote insidia la inocencia de Margziam. Un nuevo discípulo, hermano de leche de Jesús. En Betania, en la
casa de Lázaro, enfermo
366. Anastática entre las discípulas. Las cartas de Antioquía
367. El jueves prepascual. Preparativos en el Getsemaní
368. El jueves prepascual. En Jerusalén y en el Templo
369. El jueves prepascual. Parábola de la lepra de las casas
370. El jueves prepascual. En el convite de los pobres en el palacio de Cusa
371. El jueves prepascual. Por la noche en el palacio de Lázaro
372. El día de la Parasceve. Despertar en el palacio de Lázaro
373. El día de la Parasceve.
En el Templo
374. El día de la Parasceve. Por las calles de Jerusalén y en el barrio de Ofel
375. La cena ritual en casa de Lázaro y el banquete sacrílego en la casa de Samuel
376. Lección sobre la obra salvífica de los santos, y condena al Templo corrompido
377. Parábola del agua y del junco para María de Magdala, que ha elegido la mejor parte
378. La parábola de los pájaros, criticada por unos judíos enemigos que tienden una trampa
379. Una premonición del
apóstol Juan
380. El amor de los apóstoles, de la contemplación a la acción
381. La parábola del administrador infiel y sagaz. Hipocresía de los fariseos y conversión de un esenio
382. Un alto en casa de Nique
383. Discurso sobre la muerte junto al vado del Jordán
384. El anciano Ananías, guardián de la casita de Salomón
385. Parábola de la encrucijada y milagros cerca del pueblo
de Salomón
386. Hacia la orilla occidental
del Jordán
387. En Guilgal. El mendigo Ogla y los escribas tentadores. Los apóstoles comparados con las doce piedras del
prodigio de Josué
388. Exhortación a Judas Iscariote, que irá a Betania
con Simón Zelote.
389. Llegada a Engadí con
diez apóstoles
390. La fe de Abraham de Engadí y la parábola de la semilla
de palma
391. Curación del leproso Eliseo de Engadí
392. La hostilidad de Masada, ciudad-fortaleza
393. En la casa de campo de María de Keriot
394. Parábola de las dos voluntades y despedida de los habitantes de Keriot
395. Las dos madres infelices de Keriot. Adiós a la madre de Judas
396. En Yuttá, con los niños. La mano de Jesús obradora
de curaciones
397. Despedida de los fieles
de Yuttá
398. Palabras de despedida en Hebrón. Los delirios
de Judas Iscariote
399. Palabras de despedida en Betsur. El amor materno de Elisa
400. En Béter, en casa de Juana de Cusa, la cual habla del daño provocado por Judas Iscariote ante Claudia
401. Pedro y Bartolomé en Béter por un grave motivo.
Éxtasis de la escritora
402. Judas Iscariote se siente descubierto durante el discurso de despedida en Béter
403. Una lucha y victoria espiritual de Simón de Jonás
404. En camino hacia Emaús
de la llanura
405. Descanso en un henil y discurso a la entrada de Emaús de la llanura. El pequeño Miguel
406. En Joppe. Palabras inútiles a Judas de Keriot y diálogo sobre el alma con algunos Gentiles
407. En los campos de Nicodemo. La parábola de los dos hijos
408. Multiplicación del trigo en los campos de José de Arimatea
409. El drama familiar del Anciano Juan
410. Provocaciones de Judas Iscariote en el grupo apostólico
411. Una lección extraída de la naturaleza y espigueo milagroso para una viejecita. Cómo ayudar a quien se enmienda
412. Elogio del lirio de los valles, símbolo de María. Pedro se sacrifica por el bien de Judas
413. Llegada a Jerusalén para la fiesta de Pentecostés y disputa con los doctores del Templo
414. Invectiva contra fariseos y doctores en el convite en casa
del Anciano Elquías
415. Un alto en el camino
en Betania
416. Un mendigo samaritano en el camino de Jericó
417. Historia de Zacarías el leproso y conversión
de Zaqueo el publicano
418. Curación del discípulo José, herido en la cabeza y recogido en la casita de Salomón
419. Curaciones en un pueblecito de la Decápolis. Parábola del escultor y de las estatuas
420. Curación de un endemoniado completo. La vocación de la mujer al amor
421. El endemoniado curado, los fariseos y la blasfemia contra
el Espíritu Santo
422. El Iscariote, con sus malos humores, ocasiona la lección sobre los deberes
y los siervos inútiles
423. Partida del Iscariote, que ocasiona la lección sobre
el amor y el perdón
424. Pensamientos de gloria y martirio ante la vista de la costa mediterránea
425. En Cesárea Marítima. Romanos mundanos y parábola de los hijos con destinos distintos
426. Con las romanas en Cesárea Marítima. Profecía en Virgilio.
La joven esclava salvada
427. Bartolomé instruye
a Áurea Gala
428. Parábola de la viña y del viñador, figuras del alma y del libre albedrío
429. Con Judas Iscariote en la llanura de Esdrelón
430. El nido caído y el escriba cruel. La letra y el espíritu
de la Ley
431. Tomás prepara el encuentro de Jesús con los campesinos
de Jocanán
432. Con los campesinos
de Jocanán, cerca de Sefori
433. Llegada a Nazaret. Alabanzas a la Virgen.
Curación de Áurea
434. Trabajos manuales en Nazaret y parábola
de la madera barnizada
435. Comienzo del tercer sábado en Nazaret y llegada de Pedro con otros apóstoles
436. En el huerto de Nazaret, revelado a apóstoles y discípulas el precio de la Redención
437. Coloquio
de Jesús con
su Madre
438. María Santísima con María de Alfeo en Tiberíades, donde Valeria. Encuentro con Judas Iscariote
439. María Santísima enseña a Áurea a hacer la voluntad de Dios
440. Otro sábado en Nazaret. Obstinación de José de Alfeo
441. Partida de Nazaret. Un incendio de brezos durante el viaje viene a ser el tema de una parábola
442. Judas Iscariote en Nazaret en casa de María
443. La muerte del abuelo de Margziam
444. Las dotes de Margziam. Lección sobre la caridad, sobre la salvación, sobre los méritos del Salvador
445. Dos parábolas durante una tormenta en Tiberíades. Llegada de Maria Stma., e impenitencia de Judas Iscariote
446. Llegada a Cafarnaúm en medio de un cálido recibimiento
447. En Cafarnaúm unas palabras de Jesús sobre la misericordia y el perdón no encuentran eco
448. Encuentro de barcas en el lago y parábola sugerida por Simón Pedro
449. El pequeño Alfeo desamado de su madre
450. Milagros en el arrabal cercano a Ippo y curación del leproso Juan
451. Discurso en el arrabal cercano a Ippo sobre los deberes de los cónyuges y de los hijos
452. El ex leproso Juan se hace discípulo. Parábola de los diez monumentos
453. Llegada a Ippo y discurso en pro de los pobres. Curación de un esclavo paralítico
454. María Santísima y su amor perfecto. Conflicto de Judas Iscariote con el pequeño Alfeo
455. La Iglesia es confiada a la maternidad de María. Discurso, al pie de Gamala, en pro
de unos forzados
456. Despedida de Gamala y llegada a Afeq. Advertencia a la viuda Sara y milagro en su casa
457. Discurso en Afeq, tras una disputa entre creyentes y no creyentes. Sara se hace discípula
458. Una curación espiritual en Guerguesa y lección sobre
los dones de Dios
459. El perdón a Samuel de Nazaret y lección sobre
las malas amistades
460. Fariseos en Cafarnaúm con José y Simón de Alfeo. Jesús y su Madre preparados
para el Sacrificio
461. Confabulación en casa de Cusa para elegir a Jesús rey. El griego Zenón y la carta de Síntica con la noticia de la muerte de Juan de Endor
462. Discurso y curaciones en las fuentes termales de Emaús
de Tiberíades
463. En Tariquea. Cusa, a pesar del discurso sobre la naturaleza del reino mesiánico, invita a Jesús a su casa. Conversión de una pecadora
464. En la casa de campo de Cusa, intento de elegir rey a Jesús. El testimonio
del Predilecto
465. En Betsaida para un encargo secreto a Porfiria. Apresurada partida de Cafarnaún
466. Un alto en la casa de los ancianos cónyuges Judas y Ana
467. Parábola de la distribución de las aguas. Perdón condicionado para el campesino Jacob. Advertencias a los apóstoles camino de Corazín
468. Un episodio de enmendamiento de Judas Iscariote, y otros que
ilustran su figura
469. Despidiéndose de los pocos fieles de Corazín
470. Lección a una suegra sobre los deberes del matrimonio
471. Encuentro con el levita José, llamado Bernabé, y lección
sobre Dios-Amor
472. Solicitud insidiosa de un juicio acerca de un hecho ocurrido en Yiscala
473. Curación de un niño ciego de Sidón y una lección
para las familias
474. Una visión que se pierde en un arrobo de amor
475. Abel de Belén de Galilea pide el perdón para sus enemigos
476. Lección sobre el cuidado de las almas y perdón a los dos pecadores castigados con la lepra
477. Coloquio de Jesús con su Madre en el bosque de Matatías. Los sufrimientos morales
de Jesús y María
478. Coloquio de Jesús con José y Simón de Alfeo, que van a la fiesta de los Tabernáculos
479. Con Juan al pie de la torre de Yizreel en espera de los campesinos de Jocanán
480. Parten de Yizreel tras la visita nocturna de los campesinos de Jocanán
481. Llegada a Enganním. Maquinaciones de Judas Iscariote para impedir una trama
de los fariseos
482. En camino con un pastor samaritano que ve
premiada su fe
483. Polémica de los apóstoles sobre el odio de los judíos. Los diez leprosos curados en Samaria
484. Alto obligado en las cercanías de Efraím y parábola de la granada
485. Jesús llega con los apóstoles a Betania, donde ya están algunos discípulos con Margziam
486. En el Templo para la fiesta de los Tabernáculos. Discurso sobre la naturaleza del Reino
487. En el Templo para la fiesta de los Tabernáculos. Discurso sobre la naturaleza del Cristo
488. En el Templo para la fiesta de los Tabernáculos. Partida secreta hacia Nob después
de la oración
489. En Nob. Parábola del rey no comprendido por sus súbditos. Jesús calma el viento
490. En el campo de los Galileos con los primos apóstoles y encuentro con el levita Zacarías
491. TEn el Templo el último día de la fiesta de los Tabernáculos. Sermón sobre el Agua viva
492. En Betania se evoca la memoria de Juan de Endor
493. Jesús habla cabe la fuente de En Royel, lugar en que hicieron un alto los tres Sabios
494. La mujer adúltera y la hipocresía de sus acusadores
495. Jesús instruye acerca del perdón de los pecadores, y se despide de sus discípulos en el camino de Betania
496. Un alto en la casita de Salomón. Improvisa turbación
de Judas Iscariote.
497. Simón Pedro atraviesa una hora de abatimiento
498. Exhortación a Judas Tadeo y a Santiago de Zebedeo después de una discusión
con Judas Iscariote
499. Fuga de Esebón y encuentro con un mercader de Petra
500. Reflexiones de Bartolomé y Juan después de un retiro
en el monte Nebo
501. Parábola de los hijos lejanos. Curación de dos hijos ciegos del hombre de Petra
502. Otro abatimiento en Pedro. Lección sobre las posesiones (divinas y diabólicas)
503. Los apóstoles indagan acerca del Traidor. Un saduceo y la infeliz mujer de un nigromante. Saber distinguir lo sobrenatural de lo oculto
504. Margziam preparado para la separación. Regreso a la aldea de Salomón y muerte de Ananías
505. En el Templo, una gracia obtenida con la oración incesante y la parábola del juez y la viuda
506. En el Templo, oposición al discurso que revela que Jesús
es la Luz del mundo
507. El gran debate con los judíos. Huyen del Templo con la ayuda del levita Zacarías
508. Juan será la luz de Cristo hasta el final de los tiempos. El pequeño Marcial-Manasés acogido por José de Seforí
509. El anciano sacerdote Matán acogido con los apóstoles y discípulos que han huido
del Templo
510. La curación de un ciego
de nacimiento
511. En la casa de Juan de Nob, otra alabanza a la Corredentora. Embustes de Judas Iscariote
512. Profecía ante un pueblo destruido
513. En Emaús Montana, una parábola sobre la verdadera sabiduría y una advertencia
a Israel
514. Consejos sobre la santidad a un joven indeciso. Reprensión a los habitantes de Bet-Jorón después de la curación de un romano y una judía
515. Las razones del dolor salvífico de Jesús. Elogio de la obediencia y lección sobre
la humildad
516. En Gabaón, milagro del mudito y elogio de la sabiduría como amor a Dios
517. Hacia Nob. Judas Iscariote, tras un momento polémico, reconoce su error
518. En Jerusalén, encuentro con el ciego curado y palabras que revelan a Jesús como
buen Pastor
519. Inexplicable ausencia de Judas Iscariote y alto en Betania, en casa de Lázaro
520. Conversaciones en torno a Judas Iscariote, ausente. Llegada a Tecua con el anciano Elí-Ana
521. En Tecua, Jesús se despide de los habitantes del lugar y del anciano Elí-Ana
522. Llegada a Jericó. El amor terreno de la muchedumbre y el amor sobrenatural del
convertido Zaqueo
523. En Jericó. La petición a Jesús de que juzgue a una mujer. La parábola del fariseo y el publicano tras una comparación entre pecadores y enfermos
524. En Jericó. En casa de Zaqueo con los pecadores convertidos
525. El juicio sobre Sabea
de Betlequí
526. T526 Curaciones cerca del vado de Betabara y discurso en recuerdo de Juan el Bautista
527. Desconocimiento y tentaciones en la naturaleza humana de Cristo
528. En Nob. Consuelo materno de Elisa y regreso inquietante de Judas Iscariote
529. Enseñanzas a los apóstoles mientras realizan trabajos manuales en casa de Juan de Nob
530. Otra noche de pecado de Judas Iscariote
531. En Nob, enfermos y peregrinos venidos de todas partes. Valeria y el divorcio. Curación del pequeño Leví
532. Preparativos para las Encenias. Una prostituta enviada a tentar a Jesús, que deja Nob
533. Hacia Jerusalén con
Judas Iscariote
534. Enseñanzas y curaciones en la sinagoga de los libertos romanos. Un encargo
para los gentiles
535. Judas Iscariote llamado
a informar a casa de Caifás
536. Curación de siete leprosos y llegada a Betania con los apóstoles ya reunidos. Marta y María preparadas por Jesús
a la muerte de Lázaro
537. En el Templo en la fiesta de la Dedicación, Jesús se manifiesta a los judíos, que intentan apedrearle
538. Jesús, orante en la gruta de la Natividad, contemplado por los discípulos ex pastores
539. Juan de Zebedeo se acusa de culpas inexistentes
540. La Madre confiada a Juan. Encuentro con Manahén y lección sobre el amor a los animales. Conclusión del tercer año
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335- La falsa amistad de Ismael ben Fabí, y el hidrópico curado en sábado
Veo a Jesús que va andando rápidamente por una vía de primer orden que el viento frío de una mañana de invierno barre y endurece. Los campos, aquende y allende la vía, apenas presentan una tímida pelusa de gramíneas que ya brotan, un velo de verde en que hay una promesa de futuro pan, pero una promesa que apenas si ha sido pensada.
Los surcos umbrosos carecen todavía de este verde bendito; sólo los que están en lugares más soleados tienen ese verdear, tan leve y ya tan festivo porque habla de próxima primavera.
Los árboles frutales están todavía desnudos; ni siquiera una yema se hincha en sus oscuras ramas. Sólo los olivos presentan su eterno pardo verde, triste tanto bajo el sol de Agosto como bajo este claror de reciente mañana invernal. Y, como ellos, también tienen verde -un verde pastoso de cerámicas acabadas de pintar -las carnosas hojas de las cácteas.
Jesús camina, como sucede a menudo, dos o tres pasos más adelante que los discípulos. Van todos bien tapados con sus mantos de lana. En llegando a un punto, Jesús se para, se vuelve y pregunta a los discípulos:
-¿Conocéis bien el camino?
-El camino es éste. Pero... ¿la casa?... no se sabe, porque está en el interior... Quizás allí, donde aquella mata de olivos...
-No. Debe estar allá al final, donde aquellos árboles grandes sin hojas...
-Debería haber un camino para carros...
En definitiva, no saben nada con precisión. No se ven personas ni por la vía ni por los campos. Van sin rumbo definido, hacia delante, buscando el camino.
Encuentran una pequeña casita de pobres, con dos o tres terrenitos alrededor. Una niña saca agua de un pozo.
-Paz a ti, niña -dice Jesús mientras se detiene en el limen del seto, que tiene una abertura para quien va o viene.
-Paz a ti. ¿Qué quieres?
-Una información. ¿Dónde está la casa de Ismael el fariseo?
-Vas mal por aquí, Señor. Tienes que volver a la bifurcación y tomar el camino que va hacia donde se pone el sol. Pero tienes que andar mucho, mucho, porque tienes que volver allí, a la bifurcación, y luego andar y andar. ¿Has comido? Hace frío y se siente más con el estómago vacío. Entra, si quieres. Somos pobres. Pero tú tampoco eres rico. Te puedes adaptar. Ven.
Y llama con voz aguda:
-¡Mamá!
Se asoma a la puerta una mujer de unos treinta y cinco o cuarenta años. Su cara es honesta, aunque un poco triste. Lleva en brazos a un niño de unos tres años, medio desnudo.
-Entra. E1 fuego está encendido. Voy a darte leche y pan.
-No vengo sólo. Tengo conmigo a estos amigos.
-Que entren todos y que la bendición de Dios descienda sobre los peregrinos mis huéspedes.
Entran en una cocina baja y oscura alegrada por un fuego vivo. Se sientan acá o allá en rústicos arquibancos.
-Ahora os preparo... Es pronto... No he puesto en orden nada todavía... Perdonad.
-¿Vives sola?
Es Jesús el que habla.
-Tengo marido e hijos. Siete. Los dos mayores están todavía en el mercado de Naím. Tienen que ir ellos porque mi marido está enfermo. ¡Qué pena!... Las niñas me ayudan. Este es el más pequeño. Pero tengo otro muy poco mayor que él.
El pequeñuelo, ya vestido con su tuniquita, corre descalzo hacia Jesús y lo mira con curiosidad. Jesús le sonríe. Ya son amigos.
-¿Quién eres? -pregunta el niño con confianza.
-Soy Jesús.
La mujer se vuelve y lo mira atentamente. Se ha quedado ahí, con un pan en las manos, entre el hogar y la mesa. Abre la boca para hablar, pero calla.
El niño continúa:
-¿A dónde vas?
-Voy por los caminos del mundo.
-¿Para qué?
-Para bendecir a los niños buenos y a sus casas, donde hay fidelidad a la Ley.
La mujer hace otra vez un gesto. Luego hace una seña a Judas Iscariote, que es el que está más cerca de ella. Judas se inclina hacia la mujer, y ésta pregunta:
-¿Pero quién es tu amigo?
Y Judas, todo presumido (parece como si el Mesías fuera tal por su mérito y bondad):
-Es el Rabí de Galilea, Jesús de Nazaret. ¿No lo sabes mujer?
-¡Esta vía queda apartada y yo tengo muchas penas!... Pero... ¿podría hablarle?
-Puedes -dice con entono Judas. Me parece como una persona importante del mundo concediendo audiencia...
Jesús sigue hablando con el niño, que le pregunta si tiene también Él niños.
Mientras la niña vista antes y otra más mayorcita traen leche y avíos de mesa, la mujer se acerca a Jesús. Un momento de pausa y luego un grito ahogado:
-¡Jesús, piedad de mi marido!
Jesús se levanta. La domina con su estatura, pero la mira con tanta bondad, que ella recobra la seguridad.
-¿Qué quieres que haga?
-Está muy enfermo. Hinchado como un odre. No puede ya agacharse y trabajar. No puede descansar porque se ahoga, y se agita... Y nuestros hijos son todavía pequeñitos...
-¿Quieres que lo cure? ¿Pero, por qué lo quieres de mí?
-Porque Tú eres Tú. No te conocía, pero había oído hablar de ti. La fortuna te ha conducido a mi casa después de haberte buscado yo tres veces en Naím y en Caná. Dos veces estaba también mi marido. Ir en carro le hace sufrir mucho, y, no obstante, te buscaba... Está también fuera ahora, con su hermano... Nos habían comunicado que el Rabí, dejada Tiberíades, iba hacia Cesárea de Filipo. Ha ido allí a esperarte...
-No he ido a Cesárea. Voy a casa del fariseo Ismael y luego hacia el Jordán...
-¿Tú, que eres bueno, donde Ismael.
-Sí. ¿Por qué?
-Porque... porque... Señor, sé que dices que no hay que juzgar, que hay que perdonar y que tenemos que amarnos. No te había visto nunca. Pero he tratado de saber de ti lo más que podía, y rogaba al Eterno poderte escuchar al menos una vez. No quiero hacer nada que te desagrade...
Pero, ¿cómo se puede no juzgar a Ismael, y amarlo? No tengo nada en común con él, y, por tanto, no tengo nada que perdonarle. Nos sacudimos las insolencias que nos lanza cuando encuentra nuestra pobreza en su camino, con la misma paciencia con que nos sacudimos el barro y el polvo que nos echa cuando pasa rápido con sus carruajes. Pero amarlo y no juzgarlo es demasiado difícil... ¡Es muy malo!
-¿Es muy malo? ¿Con quién?
-Con todos. Subyuga a sus siervos, presta con usura, y es exigente hasta la crueldad. Sólo se ama a sí mismo. Es el más cruel de la comarca. No lo merece, Señor.
-Lo sé. Dices la verdad.
-¿Y Tú vas allí?
-Me ha invitado.
-Desconfía, Señor. No lo habrá hecho por amor. No te puede amar. Y Tú... no lo puedes amar.
-Yo amo también a los pecadores, mujer. He venido para salvar a quien está perdido...
-Pero a éste no lo salvarás. ¡Oh, perdón por haber juzgado! Tú eres sabio... Todo lo que haces está bien hecho. Perdona a mi necia lengua y no me castigues.
-No te castigo. Pero no lo vuelvas a hacer. Ama a los malvados también. No por su maldad, sino porque con el amor es como se obtiene para ellos la misericordia que convierte. Tú eres buena y tienes deseos de serlo más todavía. Amas la Verdad, y la Verdad que te está hablando te dice que te ama porque eres compasiva para con el huésped y el peregrino, según la Ley, y así has educado a tus hijos.
Dios será tu recompensa. Yo tengo que ir a casa de Ismael, que me ha invitado para presentarme a muchos amigos suyos que me quieren conocer. No puedo esperar más a tu marido. Has de saber que está regresando. Pero, exhórtale a sufrir todavía un poco y dile que venga enseguida a casa de Ismael. Ven tú también. Lo curaré.
-¡Oh, Señor!... -la mujer está de rodillas a los pies de Jesús, y lo mira con sonrisa y llanto. Luego dice: « ¡Pero hoy es sábado!...».
-Lo sé. Necesito que sea sábado para decirle a Ismael algo al respecto. Todo lo que Yo hago lo hago con una finalidad clara y sin error. Sabedlo todos, también vosotros, amigos míos que tenéis miedo y querríais que me comportara según las conveniencias humanas para no recibir, de lo contrario, daño. Os guía el amor. Lo sé. Pero tenéis que saber amar mejor a quien amáis. No posponiendo nunca el interés divino al interés de vuestro amado. Mujer, voy y te espero. La paz sea perenne en esta casa en que se ama a Dios y a su Ley, se respeta el vínculo matrimonial, se educa santamente a la prole, se ama al prójimo y se busca la Verdad. Adiós.
Jesús pone la mano en la cabeza de la mujer y de las dos mocitas y luego se agacha para besar a los niños más pequeños, y sale. Ahora un solecillo de invierno templa el aire crudo. Un muchacho de unos quince años espera con un rústico carro muy desvencijado.
-Sólo tengo esto, Señor. Pero, en todo caso, llegarás antes y con más comodidad.
-No, mujer. Conserva fresco tu caballo para venir a casa de Ismael. Indícame sólo el camino más corto.
El muchacho se pone a su lado y, por campos y prados, van hacia una ondulación del terreno, tras la cual hay una depresión de algunas hectáreas, bien cultivada, en cuyo centro hay una hermosa casa ancha y baja, circundada por una faja de jardín bien cultivado.
-La casa es aquélla, Señor -dice el muchacho. «Si no te hago más falta, vuelvo a casa para ayudar a mi madre.
-Ve, y sé siempre un hijo bueno. Dios está contigo...
...Jesús entra en la suntuosa casa de campo de Ismael.
Gran número de siervos acuden al encuentro del Huésped, ciertamente esperado. Otros van a avisar al amo, y éste sale al encuentro de Jesús haciendo profundas reverencias.
-¡Bien vienes, Maestro, a mi casa!
-Paz a ti, Ismael ben Fabí. Deseabas mi presencia. Vengo. ¿Para qué querías verme?
-Para ser honrado con tu presencia y para presentarte a mis amigos. Quiero que lo sean también tuyos. De la misma forma que deseo que Tú seas amigo mío.
-Yo soy amigo de todos, Ismael.
-Lo sé. Pero, ya sabes... Conviene tener amistades en las altas esferas. Y la mía y las de mis amigos son de ésas. Tú perdona si te lo digo -pasas por alto demasiado a quienes te pueden apoyar...
-¿Y tú eres de ésos? ¿Por qué?
-Yo soy de ésos. ¿Por qué? Porque te admiro y quiero tenerte como amigo.
-¡Amigo! ¿Pero sabes, Ismael, el significado que doy Yo a esta palabra? Para muchos, "amigo" quiere decir "conocido"; para otros, "cómplice"; para otros, "siervo". Para mí quiere decir "fiel a la Palabra del Padre". Quien no es tal no puede ser amigo mío, ni Yo suyo.
-Pero si quiero tu amistad precisamente porque quiero ser fiel, Maestro. ¿No lo crees? Mira: ahí llega Eleazar.
Pregúntale cómo te he defendido ante los Ancianos. Eleazar, te saludo. Ven, que el Rabí quiere preguntarte una cosa.
Grandes saludos y recíprocas ojeadas indagadoras.
-Di tú, Eleazar, lo que dije del Maestro la última vez que nos reunimos.
-¡Oh, un verdadero elogio! ¡Una defensa apasionada! Ismael habló de ti tanto (como del Profeta más grande que haya venido al pueblo de Israel), Maestro, que sentí apetencia de escucharte. Recuerdo que dijo que ninguno tenía palabra más profunda que la tuya, ni atractivo mayor que el tuyo, y que, si como sabes hablar sabes sujetar la espada, no habrá ningún rey más grande que Tú en Israel.
-¡Mi Reino!... Este Reino no es humano, Eleazar.
-¿Pero el Rey de Israel?
«Ábranse vuestras mentes para comprender el sentido de las palabras arcanas. Vendrá el Reino del Rey de los reyes. Pero no en la medida humana. No respecto a lo perecedero, sino a lo eterno. A él se accede no por florida vía de triunfos ni sobre purpúrea alfombra de sangre enemiga, sino por empinado sendero de sacrificio y por benigna escalera de perdón y amor. Las victorias contra nosotros mismos nos darán este Reino. Y quiera Dios que la mayor parte de Israel pueda entenderme. Mas no será así.
Vosotros pensáis lo que no es. En mi mano habrá un cetro puesto por el pueblo de Israel. Regio y eterno. Ningún rey podrá ya arrebatárselo a mi Casa. Pero muchos en Israel no podrán verlo sin estremecerse de horror, porque tendrá un nombre atroz para ellos.
-¿No nos crees capaces de seguirte?
-Si quisierais, podríais. Pero no queréis. ¿Por qué no queréis? Sois ya ancianos. La edad debería haceros comprender y ser justos. Justos incluso con vosotros mismos. Los jóvenes... podrán errar y luego arrepentirse.
¡Pero vosotros! La muerte está siempre muy cerca de los ancianos. Eleazar, tú estás menos envuelto en las teorías de muchos de tus iguales. Abre tu corazón a la Luz...
Vuelve Ismael con otros cinco pomposos fariseos:
-Venid, pues, adentro -dice el amo de la casa. Y, dejado el atrio, rico de sillas y alfombras, entran en una estancia. Traen ánforas y palanganas para las abluciones. Luego pasan al comedor, muy ricamente preparado.
-Jesús a mi lado, entre yo y Eleazar -ordena el amo. Y Jesús, que había permanecido en el fondo de la sala, junto a los discípulos, un poco arredrados y olvidados, debe sentarse en el sitio de honor.
Empieza el banquete, con numerosos servicios de carnes y pescados asados. Vinos y, según me parece, jarabes, o por lo menos aguamieles, pasan una y otra vez.
Todos tratan de hacer hablar a Jesús. Uno, un viejo todo tembloroso, pregunta con voz bronca de decrépito:
-Maestro, ¿es verdad lo que se dice, que pretendes modificar la Ley?
-No cambiaré ni una iota a la Ley. Es más -y Jesús recalca las palabras -, he venido realmente para devolverle su integridad, como cuando le fue dada a Moisés.
-¿Insinúas que ha sido modificada?
-De ninguna manera. Ha sufrido la suerte de todas las cosas excelsas que han sido puestas en manos del hombre, nada más.
-¿Qué quieres decir? Especifica.
Quiero decir que el hombre, por la antigua soberbia o por el antiguo fomes de la triple lujuria, quiso retocar la palabra clara, e hizo de ella una cosa opresiva para los fieles; mientras que para los autores de los retoques no es más que un cúmulo de frases que... bueno, que es para los demás.
-¡Pero, Maestro! Nuestros rabíes...
-¡Esto es una acusación!
-¡No frustres nuestro deseo de favorecerte!...
-¡Ah, ya! ¡Tienen razón cuando te llaman rebelde!
-¡Silencio! Jesús es mi invitado. Que hable libremente.
Nuestros rabíes comenzaron su esfuerzo con la santa finalidad de facilitar la aplicación de la Ley. Dios mismo dio comienzo a esta escuela cuando a las palabras de los diez mandamientos añadió explicaciones más detalladas.
Para que el hombre no tuviera la excusa de no haber sabido comprender. Obra santa, pues, la de los maestros que desmenuzan para los pequeñuelos de Dios el pan que Dios ha dado al espíritu: santa si persigue recto fin. No siempre fue así. Y ahora menos que nunca. Pero, ¿por qué me queréis hacer hablar, vosotros que os ofendéis si os enumero las culpas de los poderosos?
-¿Culpas? ¿Culpas? ¿No tenemos sino culpas?
-¡Quisiera que tuvierais sólo méritos!
-Pero no los tenemos: eso es lo que piensas, y tu mirada lo delata. Jesús, no se logra la amistad de los poderosos criticando. No reinarás. No conoces el arte de reinar.
-No pido reinar a la manera que vosotros creéis. Ni mendigo amistades. Quiero amor. Pero un amor honesto y santo. Un amor que vaya de mí a aquellos a quienes amo, y que se demuestre usando con los pobres lo que predico que se use: misericordia.
-Yo, desde que te oí hablar, no he vuelto a prestar con usura dice uno.
-Dios te recompensará.
-El Señor me es testigo de que no he vuelto a pegar a los siervos que merecían azotes, desde que me refirieron una parábola tuya -dice otro.
-¿Y yo? ¡He dejado en los campos, para los pobres, más de diez moyos de cebada! -dice un tercero.
Los fariseos se alaban excelsamente.
Ismael no ha hablado. Jesús pregunta:
-¿Y tú, Ismael?
-Oh, ¿yo? Siempre he usado misericordia. Sólo debo seguir actuando como siempre.
-¡Bien para ti! Si es realmente así, eres el hombre que no conoce remordimientos.
-¡Ciertamente no!
Jesús lo perfora con su mirada de zafiro.
Eleazar le toca en el brazo:
-Maestro, escúchame. Tengo un caso especial que someter a tu consideración. Recientemente he adquirido de un pobre desdichado una propiedad; este hombre se ha echado a perder por una mujer. Me ha vendido la propiedad, pero sin decirme que en ella hay una sierva anciana, su nodriza, ya ciega y medio chiflada. El vendedor no la quiere. Yo... no la querría. Pero, ponerla en plena calle... ¿Qué harías tú, Maestro?
-¿Tú qué harías, si tuvieras que dar a otro un consejo?
-Diría: "Quédate con ella, que no va a ser un pan lo que te arruine".
-¿Y por qué dirías eso?
-Bueno, pues... porque creo que yo actuaría así y querría que hicieran eso conmigo...
-Estás muy cerca de la justicia, Eleazar, y el Dios de Jacob estará siempre contigo.
-Gracias, Maestro.
Los otros murmuran entre sí.
-¿Qué tenéis que criticar? -pregunta Jesús -¿No he hablado rectamente? ¿Y éste?, ¿no ha hablado también rectamente?
Ismael, defiende a tus invitados, tú que siempre has usado misericordia.
-Maestro, hablas bien, pero... ¡si se actuara siempre así!... Seríamos víctimas de los demás.
-Y es mejor, según tú, que sean los demás víctimas nuestras ¿no?
No digo eso. Pero hay casos...
-La Ley dice que hay que tener misericordia...
-Sí, hacia el hermano pobre, hacia el forastero, el peregrino, la viuda y el huérfano. Pero esta vieja que ha venido a parar a los brazos de Eleazar no es su hermana, ni peregrina, forastera, huérfana o viuda. Para él no es nada; ni menos ni más que un objeto viejo del ajuar -no suyo -, olvidado en la propiedad vendida por quien es su verdadero dueño.
Por eso Eleazar podría incluso echarla sin escrúpulos de ningún tipo. A fin de cuentas, la culpa de la muerte de la vieja no sería suya, sino de su verdadero amo...
...El cual, siendo también pobre, no la puede seguir manteniendo; de forma que también está exento de obligaciones. Así que, si la anciana se muere de hambre, la culpa es de la anciana. ¿No es así?
-Así, Maestro. Es la suerte de los que... ya no sirven. Enfermos, viejos, incapaces, están condenados a la miseria, a la mendicidad. Y la muerte es lo mejor para ellos... Así es desde que el mundo existe, y así será...
-¡Jesús, ten piedad de mí!
Un lamento entra a través de las ventanas trancadas (porque la sala está cerrada y las lámparas encendidas; quizás por el frío).
-¿Quién me llama?
-Algún importuno. Haré que lo manden afuera. O algún mendigo. Diré que le den un pan.
-Jesús, estoy enfermo. ¡Sálvame!
-Ya decía yo. Un importuno. Castigaré a los siervos por haberlo dejado pasar.
Y se levanta Ismael.
Pero Jesús, al menos veinte años más joven que él, y todo el cuello y la cabeza más alto, lo sienta de nuevo poniéndole la mano en el hombro mientras ordena:
-Quédate ahí, Ismael. Quiero ver a este que me busca. Que entre.
Entra un hombre de cabellos todavía negros. Puede tener unos cuarenta años. Pero está hinchado como una cuba y amarillo como un limón; violáceos los labios en la boca jadeante. Le acompaña la mujer de la primera parte de la visión. El hombre avanza con dificultad, por la enfermedad y por temor. ¡Se ve tan mal mirado!...
Pero ya Jesús ha dejado su sitio y ha ido hasta el infeliz. Luego lo ha tomado de la mano y lo ha llevado al centro de la sala, al espacio vacío que hay entre las mesas, colocadas en forma de "u" justo debajo de la lámpara.
-¿Qué quieres de mí?
-Maestro... te he buscado mucho... desde hace mucho... Nada quiero aparte de salud... por mis hijos y mi mujer... Tú puedes todo... Ya ves mi mísero estado...
-¿Y crees que te puedo curar?
-¡Vaya que si lo creo!... Cada paso que doy me hace sufrir... cada movimiento brusco es un dolor para mí... y, no obstante, he recorrido kilómetros para buscarte... y luego, con el carro, te he seguido aún... pero no te alcanzaba nunca... ¡Vaya que si lo creo! Me extraña no estar ya curado desde que mi mano está en la tuya, porque todo en ti es santo, ¡oh, Santo de Dios!
El pobrecillo resopla como un fuelle por el esfuerzo de tantas palabras. La mujer mira a su marido y a Jesús, y llora.
Jesús los mira y sonríe. Luego se vuelve y pregunta:
-Tú, anciano escriba (habla al viejo tembloroso que ha hablado el primero), respóndeme: ¿es lícito curar en sábado?
-En sábado no es lícito hacer obra alguna.
-¿Ni siquiera salvar a uno de la desesperación? No es trabajo manual.
-El sábado está consagrado al Señor.
-¿Cuál obra más digna de un día sagrado que hacer que un hijo de Dios diga al Padre: "Te amo y te alabo porque me has curado"?».
-Debe hacerlo aunque sea infeliz.
-Cananías, ¿sabes que en este momento tu bosque más hermoso está ardiendo y toda la ladera del Hermón resplandece envuelta en purpúreas llamas?
El viejecillo pega un salto como si le hubiera mordido un áspid:
-Maestro, ¿dices la verdad o estás bromeando?
-Digo la verdad. Yo veo y sé.
-¡Oh, pobre de mí! ¡Mi más hermoso bosque! ¡Miles de siclos reducidos a ceniza! ¡Maldición! ¡Malditos sean los perros que me lo han prendido fuego! ¡Que ardan sus entrañas como mi madera!
El viejecillo está desesperado.
-¡No es más que un bosque, Cananías, y te lamentas! ¿Por qué no alabas a Dios en esta desventura? Éste no pierde madera, que renace, sino la vida y el pan para los hijos, y debería dar a Dios esa alabanza que tú no le das.
Entonces, escriba, ¿no me es lícito curar en sábado a éste?
-¡Maldito Tú, él y el sábado! Tengo otras cosas mucho más graves en que pensar... -y, dando un empujón a Jesús, que le había puesto una mano en el brazo, sale enfurecido, y se le oye dar gritos con su voz bronca para que le traigan su carro.
-¿Y ahora? -pregunta Jesús mirando a los que tiene alrededor.
-Y ahora, decidme, ¿es lícito o no?
Ninguna respuesta. Eleazar agacha la cabeza. Antes había entreabierto los labios, pero vuelve a cerrarlos, sobrecogido por el hielo que reina en la sala.
-Bien, pues voy a hablar Yo -dice Jesús, con majestuoso aspecto y voz tronante, como siempre cuando está para realizar un milagro.
-Voy a hablar Yo. Hablo. Digo: hombre, hágase en ti según crees. Estás curado. Alaba al Eterno. Ve en paz.
El hombre se queda desorientado. Quizás pensaba que iba a volverse de golpe esbelto, como tiempo atrás. Y le da la impresión de no estar curado. Pero... a saber lo que siente... Emite un grito de alegría, se arroja a los pies de Jesús y se los besa.
-¡Ve, ve! Sé siempre bueno. ¡Adiós!
El hombre sale, seguido de la mujer, la cual hasta el último momento se vuelve a saludar a Jesús.
-Pero, Maestro... En mi casa... En sábado...
-¿No das tu aprobación? Ya lo sé. Por esto he venido. ¿Tú, amigo? No. Enemigo mío. No eres sincero ni conmigo ni con Dios.
-¿Ofendes ahora?
-No. Digo la verdad. Has dicho que Eleazar no está obligado a socorrer a esa anciana porque no es de su propiedad. Pero tú tenías a dos huérfanos en tu propiedad.
Eran hijos de dos de tus siervos fieles, que se han muerto trabajando, uno de ellos con la hoz en el puño, la otra matada por la excesiva fatiga por haberte tenido que servir -como le exigías para no despedirla -, servirte por ella y por su marido.
Tú decías: "He hecho contrato por dos personas que trabajaran, y para seguirte teniendo, quiero el trabajo tuyo y el del muerto". Y ella te lo ha dado, y ha muerto con el fruto de su concebimiento; porque esa mujer era madre. Y no hubo para ella la piedad que se tiene con la bestia encinta. ¿Dónde están ahora esos dos niños?
-No lo sé... Desaparecieron un día.
-No mientas ahora. Basta haber sido cruel. No es necesario añadir el embuste para que Dios aborrezca tus sábados, a pesar de su total carencia de obras serviles. ¿Dónde están esos niños?
-No lo sé. Ya no lo sé. Créelo.
-Yo lo sé. Los encontré una noche de Noviembre, fría, lluviosa, oscura. Los encontré hambrientos y temblando, cerca de una casa, como dos perrillos en busca de un pedazo de pan que llevarse a la boca... Maldecidos y despedidos por quien tenía entrañas de perro más que un perro verdadero. Porque un perro habría tenido piedad de aquellos dos huerfanitos. Y ni tú ni aquel hombre la habéis tenido. ¿Ya no te servían sus padres, verdad?
Estaban muertos. Los muertos sólo lloran, en sus sepulcros, al oír los sollozos de esos hijos infelices de que los demás no se ocupan. Pero los muertos, con su espíritu, elevan sus llantos y los de sus huérfanos a Dios, y dicen:
"Señor, vénganos tú, porque el mundo aplasta cuando ya no le es posible seguir explotando". ¿No te servían todavía los dos pequeñuelos, verdad? Apenas si la niña podía servir para espigar...
Y tú los despediste negándoles incluso aquellos pocos bienes que pertenecían a su padre y a su madre. Podían morir de hambre y frío como dos perros en un camino de carros. Podían vivir y hacerse el uno ladrón, la otra prostituta. Porque el hambre porta al pecado. ¿Pero a ti qué te importaba?
Hace un rato citabas la Ley como apoyo de tus teorías. ¿Es que la Ley no dice: "No vejéis a la viuda y al huérfano, porque, si lo hacéis y elevan su voz hacia mí, escucharé su grito y mi furor se desencadenará y os exterminaré y vuestras mujeres se quedarán viudas y vuestros hijos huérfanos"?
¿No dice eso la Ley? Y entonces, ¿por qué no la observas?
¿Me defiendes ante los demás? ¿Y por qué no defiendes mi doctrina en ti mismo? ¿Quieres ser amigo mío? ¿Y por qué haces lo opuesto de lo que Yo digo? Uno de vosotros va corriendo a más no poder, arrancándose los pelos, por la destrucción de su bosque. ¡Y no se los arranca ante las ruinas de su corazón!
¿Y tú a qué esperas a hacerlo?
¿Por qué queréis siempre creeros perfectos, vosotros a quienes la suerte ha hecho subir? Y, suponiendo que lo fuerais en algo, ¿por qué no tratáis de serlo en todo?
¿Por qué me odiáis porque os destapo las llagas? Yo soy el Médico de vuestro espíritu. ¿Puede un médico curar si no destapa y limpia las llagas?
¿No sabéis que muchos -y esa mujer que ha salido es uno de ellos -merecen, a pesar de su pobre apariencia, el primer puesto en el banquete de Dios? No es lo externo, es el corazón, es el espíritu, lo que vale. Dios os ve desde lo alto de su trono. Y os juzga. ¡Cuántos ve mejores que vosotros! Por tanto, escuchad.
Como regla comportaos así, siempre: cuando os inviten a un banquete de bodas, elegid siempre el último puesto.
Recibiréis
doble honor cuando el amo de la casa os diga:
“Amigo, ven adelante". Honor de méritos y honor de humildad. Mientras... ¡Oh, triste hora para un soberbio, ser puesto en evidencia y oír que le dicen: "Ve allá, al final, que aquí hay uno que es más que tú"! Y haced lo mismo en el banquete secreto del desposorio de vuestro espíritu con Dios. Quien se humilla será ensalzado y quien se ensalza será humillado.
Ismael, no me odies porque te medico. Yo no te odio. He venido para curarte. Estás más enfermo que aquel hombre.
Tú me has invitado para darte lustre a ti mismo y satisfacción a los amigos. Invitas a menudo, pero es por soberbia y gusto. No lo hagas. No invites a ricos, a parientes y a amigos. Abre, más bien, la casa, abre el corazón, a los pobres, mendigos, lisiados, cojos, huérfanos y viudas. La única compensación que te darán serán bendiciones. Pero Dios las transformará para ti en gracias. Y al final... ¡oh, al final, qué feliz ventura para todos los misericordiosos, que serán retribuidos por Dios en la resurrección de los muertos!
¡Ay de aquellos que acarician solamente una esperanza de ganancia y luego cierran su corazón al hermano que ya no puede ser útil!
¡Ay de ellos! Yo vengaré a los abandonados.
-Maestro... yo... quiero complacerte. Tomaré de nuevo a esos niños.
-No.
-¿Por qué?
-¿Ismael?!...
Ismael agacha la cabeza. Quiere aparentar humildad. Pero es una víbora a la que se le ha hecho soltar el veneno, y no muerde porque sabe que no lo tiene, pero espera la ocasión para morder...
Eleazar trata de instaurar de nuevo la paz diciendo:
-Dichosos los que participan en el banquete con Dios, en su espíritu y en el Reino eterno. Pero, créelo, Maestro, a veces es la vida la que supone un obstáculo. Los cargos... las ocupaciones...
Jesús dice aquí la parábola del banquete, y termina:
-Has dicho los cargos... las ocupaciones. Es verdad. Pero por eso te he dicho al principio de este convite que mi Reino se conquista con victorias sobre uno mismo y no con victorias de armas en el campo de batalla. E1 puesto en la gran Cena es para estos humildes de corazón que saben ser grandes con su amor fiel que no mide el sacrificio y que todo lo supera para venir a mí.
Una hora basta para transformar un corazón. Si ese corazón quiere. Y basta una palabra. Yo os he dicho muchas. Y miro... En un corazón está naciendo una planta santa. En los otros, espinos para mí, y dentro de los espinos hay áspides y escorpiones. No importa. Yo voy por mi camino recto. El que me ame que me siga. Yo paso llamando. Los que sean rectos que vengan a mí. Paso instruyendo.
Los buscadores de justicia acérquense a la Fuente. Respecto a los otros... respecto a los otros juzgará el Padre santo. Ismael, me despido de ti. No me odies.
Medita. Siente que fui severo por amor, no por odio. Paz a esta casa y a sus habitantes. Paz a todos, si merecéis paz.
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