Friday April 26,2024
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EL EVANGELIO
COMO ME HA SIDO REVELADO


El Evangelio como me ha sido revelado

Autor: María Valtorta

« PARTE 3 de 7 »

SEGUNDO AÑO DE LA
VIDA PUBLICA DE JESUS

Partes: [ 1 ] [ 2 ] [ 3 ]
[ 4 ] [ 5 ] [ 6 ] [ 7 ]



141. Yendo hacia Arimatea con los discípulos y con
José de Emaús

142. Con los doce hacia Samaria

143. La samaritana Fotinai

144. Los samaritanos invitan a Jesús a Sicar

145. El primer día en Sicar

146. El segundo día en Sicar. Jesús se despide de los samaritanos

147. Curación de una mujer de Sicar y conversión de Fotinai

148. Jesús visita a Juan el Bautista en las cercanías de Enón

149. La visita a Juan el Bautista, motivo de instrucción
a los apóstoles

150. Jesús en Nazaret, en casa de su Madre. Ella deberá
seguir a su Hijo

151. En Caná en casa de Susana, que se hará discípula.
El oficial del rey

152. María Salomé es recibida como discípula

153. Las mujeres allegadas a los discípulos al servicio de Jesús

154. Jesús en Cesárea Marítima habla a los galeotes.
Las fatigas del apostolado

155. Curación de la niña romana en Cesárea

156. Analía, la primera de las vírgenes consagradas

157. Instrucciones a las discípulas en Nazaret

158. En el lago de Genesaret
con Juana de Cusa.

159. Discurso en Guerguesa. La respuesta sobre el ayuno a los discípulos de Juan el Bautista.

160. Encuentro con Gamaliel en el camino de Neftalí a Yiscala

161. Curación del nieto del fariseo Elí de Cafarnaúm

162. Las conversiones humanas del fariseo Elí
y de Simón de Alfeo

163. Comiendo en casa del fariseo Elí de Cafarnaúm

164. El retiro en el monte para la elección de los Apóstoles

165. Elección de los doce Apóstoles

166. Los milagros después de la elección apostólica. Simón el Zelote y Juan predican por primera vez

167. Jesús concurre con las romanas en el jardín
de Juana de Cusa

168. Aglae en casa de María,
en Nazaret

169. Primer discurso de la Montaña: la misión de los apóstoles y de los discípulos

170. Segundo discurso de la Montaña: el don de la Gracia; las bienaventuranzas

171. Tercer discurso de la Montaña: los consejos evangélicos que perfeccionan
la Ley

172. Cuarto discurso de la Montaña: el juramento, la oración, el ayuno. El anciano Ismael y Sara

173. Quinto discurso de la Montaña: el uso de las riquezas; la limosna; la confianza en Dios.

174. Sexto discurso de la Montaña: la elección entre el Bien y el Mal; el adulterio; el divorcio. La llegada importuna de
María de Magdala.

175. El leproso curado al pie del Monte. Generosidad
del escriba Juan

176. Durante el descanso sabático, el último discurso
de la Montaña:
amar la voluntad de Dios

177. La curación del siervo
del centurión

178. Tres hombres que quieren seguir a Jesús

179. La parábola del sembrador. En Corazín con el nuevo
discípulo Elías

180. Controversia en la cocina de Pedro en Betsaida. Explicación de la parábola del sembrador. La noticia de la segunda captura de Juan el Bautista

181. La parábola del trigo
y la cizaña

182. Palabras a algunos pastores
con el huerfanito Zacarías

183. La curación de un hombre herido en casa de
María de Magdala

184. El pequeño Benjamín de Magdala y dos parábolas sobre
el Reino de los Cielos

185. La tempestad calmada.
Una lección sobre
sus preliminares

186. Los dos endemoniados de la región de los Gerasenos

187. Hacia Jerusalén
para la Pascua.
De Tariquea al monte Tabor

188. La gruta de la maga y el encuentro con Félix, llamado luego Juan

189. En Naím. Resurrección del hijo de una viuda

190. La llegada a la llanura de Esdrelón durante la puesta
del sol del viernes

191. El sábado en Esdrelón.
El pequeño Yabés.
Parábola del rico Epulón

192. Una predicción a Santiago de Alfeo. La Regada a Engannim tras un alto en Meguido

193. Llegada a Siquem tras dos días de camino

194. La revelación al pequeño Yabés durante el camino de Siquem a Berot

195. Una lección de Juan de Endor a Judas Iscariote.
Llegada a Jerusalén

196. El sábado en Getsemaní. Jesús habla de su Madre y de los amores de distintas potencias

197. En el Templo con José de Arimatea. La hora del incienso

198. El encuentro con la Madre en Betania. Yabés cambia su nombre por el de Margziam

199. Donde los leprosos de Siloán y Ben Hinnom. Pedro obtiene a Margziam
por medio de María

200. Coloquio de Áglae
con el Salvador

201. El examen de la mayoría
de edad de Margzia

202. Judas Iscariote es reprendido. Llegada de los campesinos de Jocanán

203. El Padrenuestro

204. La fe y el alma explicadas a los paganos con la parábola
de los templos

205. La parábola del hijo pródigo

206. Con dos parábolas sobre el Reino de los Cielos, termina la permanencia en Betania

207. En la gruta de
Belén la Madre evoca
el nacimiento de Jesús

208. María Santísima ve de nuevo al pastor Elías y con Jesús va a Betsur donde Elisa

209. La fecundidad del dolor, en el discurso de Jesús junto a la casa de Elisa en Betsur

210. Las inquietudes de Judas Iscariote durante el camino
hacia Hebrón

211. Regreso a Hebrón, patria del Bautista

212. Una ola de amor a Jesús, que en Yuttá habla desde
la casita de Isaac

213. En Keriot una profecía de Jesús y el comienzo de la predicación apostólica

214. La madre de Judas abre su corazón a María Stma., que ha llegado a Keriot

215. El posadero de Bet Yinna
y su hija lunática

216. Las infidelidades de los discípulos en la parábola
del diente de león

217. Las espigas arrancadas
un sábado

218. La llegada a Ascalón,
ciudad filistea

219. Los distintos frutos de la predicación de los apóstoles en la ciudad de Ascalón

220. Los idólatras de Magdalgad y la curación milagrosa
de la parturienta

221. Los prejuicios de los apóstoles respecto a los paganos y la parábola del hijo deforme

222. Un secreto del apóstol Juan

223. Una caravana nupcial se libra del asalto de bandidos después de un discurso de Jesús

224. En el apóstol Juan actúa el Amor. Llegada a Béter

225. El paralítico de la piscina de Betseida y la disputa sobre las obras del Hijo de Dios

226. Un signo bueno por parte de María de Magdala. Muerte del anciano Ismael

227. Un episodio incompleto

228. Margziam confiado
a Porfiria

229. Discurso a los habitantes de Betsaida sobre el gesto de caridad de Simón Pedro

230. Curación de la hemorroisa y resurrección de la hija de Jairo

231. En Cafarnaúm, Jesús y Marta hablan de la crisis que atormenta a María de Magdala

232. Curación de dos ciegos y de un mudo endemoniado

233. La parábola de la oveja perdida. María de Magdala también la oye

234. Comentario de tres episodios sobre la conversión de María de Magdala

235. Marta ha recibido de su hermana María la certidumbre de la conversión

236. La cena en casa de Simón el fariseo y la absolución
a María de Magdala

237. La petición de obreros para la mies, y la parábola del tesoro escondido en el campo. Marta todavía teme por su
hermana María

238. Llegada de María Stma. con María de Magdala a Cafarnaúm en medio de una tempestad

239. La parábola de los peces, la parábola de la perla, y del tesoro de las enseñanzas viejas y nuevas

240. En Betsaida, en la casa de Simón, con Porfiria y Margziam, el cual enseña a la Magdalena la oración de Jesús

241. Vocación de la hija de Felipe. Llegada a Magdala y parábola de la dracma perdida

242. Jesús habla sobre la Verdad al romano Crispo, el único que lo escucha de Tiberíades

243. En Caná en la casa de Susana. Las expresiones, los gestos y la voz de Jesús. Debate de los apóstoles acerca de las posesiones diabólicas

244. Juan repite un discurso de Jesús sobre la Creación y sobre los pueblos que esperan la Luz

245. Una acusación de los nazarenos a Jesús, rechazada con la parábola del
leproso curado

246. Un apólogo para los habitantes de Nazaret, los cuales permanecen incrédulos

247. María Stma. instruye a la Magdalena en orden
a la oración mental

248. En Belén de Galilea. Juicio ante un homicidio y parábola de los bosques petrificados

249. María Stma. instruye a Judas Iscariote sobre el deber preeminente de la
fidelidad a Dios

250. A los discípulos que han venido con Isaac: la parábola del lodo transformado en llama. Juan de Endor es alma víctima

251. A los pescadores siro-fenicios: la parábola del minero perseverante. Hermasteo
de Ascalón

252. El regreso de Tiro. Milagros. Parábola de la vid y el olmo

253. María Santísima devela a María de Alfeo el sentido de la maternidad espiritualizada.
La Magdalena debe
forjarse sufriendo

254. El encuentro con Síntica, esclava griega y la llegada a Cesárea Marítima

255. Despedida de las hermanas Marta y María, que parten con Síntica. Una lección
a Judas Iscariote

256. Parábola sobre la virtud de la esperanza, que sujeta la fe
y la caridad

257. Retiro de Jesús y Santiago de Alfeo en el monte Carmelo

258. Jesús revela a Santiago de Alfeo cuál será su misión
de apóstol

259. Lección sobre la Iglesia y los Sacramentos a Santiago de Alfeo, que obra un milagro

260. Dos parábolas de Pedro para los campesinos
de la llanura de Esdrelón

261. Exhortación a los campesinos de Doras,
que ahora lo son de Jocanán

262. Una hija no querida y el papel de la mujer redimida.
El Iscariote solicita
la ayuda de María

263. Curación del hombre del brazo atrofiado

264. Una jornada de Judas Iscariote en Nazaret

265. Instrucciones a los doce apóstoles al comienzo
de su ministerio

266. Los discípulos del Bautista quieren verificar que Jesús es el Mesías. Testimonio sobre el Precursor e invectiva contra las ciudades impenitentes

267. Jesús, carpintero en Corazín

268. Lección sobre la caridad con la parábola de los titos. El yugo de Jesús es ligero

269. La disputa con escribas y fariseos en Cafarnaúm. Llegada de la Madre y de los hermanos

270. Jesús recibe la noticia de que han matado a
Juan el Bautista

271. Salida para Tariquea con los apóstoles, que han regresado a Cafarnaúm

272. Reencarnación y vida eterna en el diálogo con un escriba

273. La primera multiplicación
de los panes

274. Jesús camina sobre las aguas. Su prontitud en socorrer
a quien le invoca

275. Cuatro nuevos discípulos. Jesús habla sobre las obras de misericordia corporal y espiritual

276. El hombre avaro y la parábola del rico necio. Las inquietudes y la vigilancia
en los siervos de Dios

277. En Magdala, en los jardines de María. El amor y la corrección entre hermanos

278. El perdón y la parábola del siervo inicuo. La misión confiada a setenta y dos discípulos

279. Encuentro con Lázaro en el campo de los Galileos

280. El regreso de los setenta y dos. Profecía sobre
los místicos futuros

281. En el Templo durante la fiesta de los Tabernáculos. Las condiciones para seguir a Jesús. La parábola de los talentos y la parábola del buen samaritano

282. La delación al Sanedrín respecto a Hermasteo,
Juan de Endor y Síntica

283. Síntica habla de su encuentro con la Verdad

284. La casita donada por Salomón. Cuatro apóstoles
se quedarán en Judea

285. Lázaro ofrece un refugio para Juan de Endor y Síntica. Viaje feliz hacia Jericó
sin Judas Iscariote

286. En Ramot con el mercader Alejandro Misax. Lección a Síntica sobre el recuerdo
de las almas

287. De Ramot a Gerasa con la caravana del mercader

288. Palabras a los habitantes de Gerasa y alabanza de una mujer a la Madre de Jesús

289. AEl sábado a Gerasa. Asueto de Margziam. La pregunta de Síntica sobre la salvación
de los paganos

290. El hombre de los ojos ulcerosos. El alto en la "fuente del Camellero". Más sobre el recuerdo de las almas

291. Margziam descubre por qué Jesús ora todos los días
a la hora nona

292. Insidia de escribas y fariseos en Bosrá

293. Palabras de Jesús y milagros en Bosrá, después de la irrupción de dos fariseos. El don de la fe a Alejandro Misax

294. La rica dádiva del mercader. Adiós a la Madre
y a las discípulas

295. Palabras y milagros en Arbela, ya evangelizada por Felipe de Jacob

296. Llegada a Aera bajo la lluvia. Curación de los enfermos que allí esperan

297. Con el sermón de Aera termina el segundo
gran viaje apostólico

298. La ayuda prestada a los huerfanitos María y Matías y las enseñanzas que de ella
se deducen

299. A Juana de Cusa le son confiados, para su tutela, los huerfanitos María y Matías

300. Con escribas y fariseos en casa del resucitado de Naím

301. ola de las frentes destronadas y explicación de la parábola sobre lo no puro

302. En Magdala, antes de mandar a todos a sus respectivas familias para las Encenias

303. Jesús donde su Madre
en Nazaret

304. Con Juan de Endor, Síntica y Margziam. María es Madre
y Maestra

305. Jesús consuela a Margziam con la parábola de los pajarillos

306. También Simón Zelote está en Nazaret. Lección sobre los daños del ocio

307. Controversia en la casa de Nazaret acerca de las culpas de los nazarenos. Lección sobre la tendencia al pecado a pesar de la Redención

308. Curación del hijo de Simón de Alfeo. Margziam es el primero de los niños discípulos

309. Sacrificio de Margziam por la curación de una niña. Enmienda de Simón de Alfeo

310. Con Pedro, en Nazaret, Jesús organiza la partida
de Juan de Endor y Síntica

311. La renuncia de Margziam es ocasión de una lección sobre los sacrificios hechos por amor

312. Jesús comunica a Juan de Endor la decisión de enviarle a Antioquía. Final del segundo año

 

312- Jesús comunica a Juan de Endor la decisión de enviarle a Antioquía. Final del segundo año


Es una lluviosa mañana de invierno.

Jesús se ha levantado y está trabajando en su taller. Trabaja en objetos de pequeño tamaño. Pero en uno de los ángulos ya está listo un telar novísimo, no muy grande pero sí bien acabado.

Entra María con una taza de leche humeante.

-Bebe, Jesús. Hace mucho que estás levantado, y el ambiente está húmedo y hace frío.

-Sí. Pero al menos he podido ultimar todo... Estos ocho días de fiesta habían paralizado el trabajo...

Jesús se ha sentado en el banco de carpintero, un poco al bies, y bebe la leche mientras María observa el telar y lo acaricia con la mano.

-¿Lo bendices, Mamá? -pregunta sonriendo Jesús.

-No. Lo acaricio, porque lo has hecho Tú. La bendición se la has dado Tú, haciéndolo. Has tenido una buena idea. A Síntica le servirá. Es muy experta en la textura. Y esto le servirá para entablar relación con mujeres y muchachas.

¿Qué otras cosas has hecho, que veo virutas finas, de olivo, me parece, al lado del torno?

-He hecho cosas que le servirán a Juan. ¿Ves? Un estuche para las plumas y una pequeña mesa para escribir. Y estos ambones para tener dentro sus libros. No lo habría podido hacer si Simón de Jonás no hubiera tenido la idea del carro. Así ahora podremos cargar también esto... y sentirán que los he amado también en estas pequeñas cosas...

-¿Sufres mandándolos lejos, verdad?

-Sufro... Por mí y por ellos. He esperado hasta ahora a hablar... ya se demora demasiado Simón con Porfiria... Es hora de que hable…Un sufrimiento que he tenido en el corazón todos estos días y que me ha echo tristes incluso las luces de muchas lámparas... Un sufrimiento que ahora debo dar a otros... ¡Mamá, hubiera querido padecerlo Yo solo!...

-¡Hijo bueno! -María le acaricia una mano para consolarlo.
Un momento de silencio... Luego Jesús dice:

-¿Se ha levantado -Juan?

-Sí. Le he oído toser. Quizás está en la cocina bebiéndose la leche. ¡Pobre Juan!...

Una lágrima desciende por las mejillas de María. Jesús se levanta:

-Voy... Tengo que ir a decírselo. Con Síntica será más fácil... Pero para él... Mamá, ve donde Margziam, despiértalo, y orad mientras hablo a este hombre... Es como si tuviera que hurgar en sus entrañas. Puedo matar o paralizar su vitalidad espiritual... ¡Qué dolor, Padre mío!... Voy... -y sale, realmente abatido.

Da los pocos pasos que conducen del taller a la habitación de Juan, que es la misma en que murió Jonás, o sea, la de José. Se encuentra con Síntica, que está volviendo con una fajina que ha cogido del horno y que lo saluda desconocedora de la cosa. Responde absorto al saludo de la griega y luego se detiene a mirar un cuadro de lirios que apenas muestran el hacecillo de sus hojas. Pero quizás no los ve... Luego se decide. Se vuelve y llama a la puerta de Juan, y éste se asoma y su rostro se llena de luminosidad al ver a Jesús que viene a él.

-¿Puedo entrar un poco en tu habitación? -pregunta Jesús.

-¡Oh! ¡Maestro! ¡Siempre! Estaba escribiendo lo que dijiste ayer noche sobre la prudencia y la obediencia. Es más, sería conveniente que lo vieras, porque me parece que no he recogido bien lo que se refiere a la prudencia.

Jesús ha entrado en la habitación ya ordenada, a la que ha sido agregada una mesita para comodidad del viejo maestro. Jesús se inclina hacia el pergamino y lee.

-Muy bien. Has transcrito muy bien.

-¿Ves? Creía que había sido inexacto en esta frase. Siempre dices que no debemos afanarnos por el mañana, ni por el propio cuerpo. Ahora bien, decir aquí que la prudencia, incluso la que se refiere a las cosas relativas al mañana, es una virtud, me parecía un error: mío, naturalmente.

-No. No has errado. Dije exactamente eso. El afán exagerado y temeroso del egoísta es distinto del cuidado prudente del justo. Pecado es la avaricia dirigida al mañana, que quizás no gozaremos nunca; no es pecado la sobriedad para garantizarse un pan, y garantizárselo a los nuestros, en los tiempos de escasez. Pecado es el cuidado egoísta del propio cuerpo, exigiendo que todos los que están alrededor de nosotros estén preocupados de él, evitando todos los trabajos o sacrificios por miedo a que la carne sufra; no es pecado preservar el cuerpo de inútiles enfermedades, cogidas por imprudencias, enfermedades que luego serán un peso para los familiares y una pérdida de productivo trabajo para nosotros. Dios ha dado la vida. Es un don suyo. Debemos, por tanto, hacer uso de ella santamente, sin imprudencias y sin egoísmos.

¿Ves? Algunas veces la prudencia aconseja acciones que a los necios pueden parecerles vileza o volubilidad, mientras que no son sino santos actos de prudencia derivados de hechos nuevos que se han presentado. Por ejemplo: si Yo te enviara ahora a estar precisamente entre gente que te pudiera dañar... Por ejemplo, los familiares de tu mujer o los guardianes de las minas en que trabajaste, ¿actuaría bien o mal?

-Yo... no quisiera juzgarte, pero diría que sería mejor mandarme a otro sitio, donde no hubiera peligro de que mi poca virtud fuera sometida a una prueba demasiado dura.

-¡Eso es! Juzgarías con sabiduría y prudencia. Por esto mismo Yo nunca te mandaría a Bitinia o a Misia, donde ya has estado. Ni siquiera a Cintium, a pesar de que tú, espiritualmente, hayas deseado ir. Allí, podrían dominar sobre tu espíritu las muchas intransigencias humanas, y tu espíritu podría retroceder. La prudencia, pues, enseña a no mandarte a un lugar en que serías inútil, mientras que podría mandarte a otro sitio, con buen fruto para mí y para las almas del prójimo y la tuya. ¿No es verdad?

Juan, que ignora lo que el destino le reserva, no capta las alusiones de Jesús a una posibilidad de misión fuera de Palestina. Jesús le estudia el rostro, lo ve tranquilo y escuchándolo dichoso, y resuelto en la respuesta:

-Sin duda, Maestro, produciría más en otro lugar. Yo mismo, cuando, hace unos días, he dicho: "Querría ir a los gentiles para dar buen ejemplo en el lugar en que di mal ejemplo", me he reprendido a mí mismo diciendo: “A los gentiles sí, porque no tienes las reservas de los otros de Israel; pero a Cintium no, y tampoco a los yermos montes en que viviste como presidiario y como un lobo, trabajando en el plomo o en los mármoles preciosos. Ni siquiera podrías ir allí por sed de sacrificio absoluto. Se te subvertiría el corazón con recuerdos crueles, y, si te reconocieran, aun en el caso de que no arremetieran contra ti, dirían:

“Calla, asesino. No podemos escucharte”, y sería inútil ir allí". Esto es lo que me he dicho. Y es un buen pensamiento.

-Como puedes ver, tú también posees la prudencia. Yo también. Por eso te he evitado las fatigas del apostolado como lo hacen los otros, y te he traído aquí al descanso y a la paz.

-¡Oh! ¡Sí! ¡Cuánta paz! Si viviera todavía cien años, aquí sería siempre igual. Es una paz sobrenatural. Y, si me marchara a otro lugar, me la llevaría conmigo. La llevaré incluso a la otra vida... Los recuerdos podrán todavía subvertir mi corazón, las ofensas podrán hacerme sufrir, porque soy hombre, pero ya nunca seré capaz de odiar, porque aquí el odio ha quedado inerte para siempre, hasta en sus más profundas extremidades. Ya tampoco tengo antipatía hacia la mujer, que veía como el animal más inmundo y despreciable de la tierra. Tu Madre está al margen de todo esto. A tu Madre la veneré desde el momento en que la vi, porque la sentí distinta a todas la mujeres.

Ella es el perfume de la mujer; pero el de la mujer santa. ¿Quién no estima el perfume de las flores más puras?...

Pero también las otras mujeres, las discípulas buenas, amorosas, pacientes con su peso de llanto, como María Cleofás y Elisa, o generosas como María de Magdala, tan absoluta en su cambio de vida, o delicadas y puras como Marta y Juana, o dignas, inteligentes, llenas de pensamiento y de rectitud, como Síntica; sí, también ellas me han reconciliado con la mujer. Bueno, te confieso que a Síntica es a la que prefiero.

 Afinidades de mente me la hacen estimable; afinidades de condición -ella esclava, yo presidiario -me permiten tener con ella un familiaridad que la diversidad de las otras me impide. Para mí Síntica es descanso. No sabría decirte exactamente lo que veo en ella ni cómo la veo. Yo, viejo respecto a ella, la veo como a una hija, esa hija sabia y estudiosa que habría deseado tener... Pero, como enfermo asistido por ella con tanto afecto, como hombre triste y solitario que ha llorado y ha echado de menos a la propia madre durante toda la vida, y que ha buscado a la mujer-madre en todas las mujeres, sin encontrarla, pues ahora veo en ella la realidad de ese sueño soñado y siento que el rocío de un afecto materno desciende a mí cansada cabeza y a mí alma que va al encuentro de la muerte...

Como ves, percibiendo en Síntica un alma de hija y de madre, siento en ella la perfección de la mujer, y por ella perdono todo el mal que de la mujer me vino. Si, suponiendo una cosa imposible, aquella infame, que tuve por mujer y que yo maté, resucitara, siento que la perdonaría, porque ahora he comprendido el alma femenina, propensa al afecto, generosa en darse... sea en el mal, sea en el bien.

-Me alegro mucho de que hayas encontrado todo esto en Síntica. Será una buena compañera tuya para el resto de la vida y juntos haréis mucho bien. Porque os voy a asociar...

Jesús estudia nuevamente a Juan. Pero en el discípulo -el cual no obstante, no es un superficial -no hay ningún signo de que su atención se haya despertado. ¿Qué misericordia divina le vela hasta el momento decisivo su sentencia? No lo sé. Sé que Juan sonríe diciendo:  

-Trataremos de servirte con lo mejor de nosotros.
-Sí. Y estoy también seguro de que lo haréis, sin discutir ni trabajo ni el lugar que os asignaré, aun no siendo como vosotros deseáis...

Juan tiene un primer barrunto de lo que le espera. Cambia de cara y de color: se pone serio y pálido, y su único ojo ahora mira fijamente, atento y escudriñador, al rostro de Jesús, que prosigue:

-¿Te acuerdas, Juan, cuando, para calmar tus dudas acerca del perdón de Dios te dije: "Para hacer que comprendas la Misericordia te emplearé en obras especiales de misericordia y para ti expondré las parábolas de la misericordia"?

-Sí. Y fue verdad. Me persuadiste y me has concedido exactamente hacer obras de misericordia, y diría que las más delicadas, como limosnas, como la instrucción de un niño, de un filisteo y de una griega. Esto me ha dicho que Dios había conocido tanto mi verdadero arrepentimiento -y lo había visto real -, que me confiaba almas inocentes o almas de personas en vías de conversión, para que los formase en El.

Jesús abraza a Juan acercándoselo a su costado -es el gesto que hace habitualmente con el otro Juan -y palideciendo por el dolor que debe causar, dice:

-También ahora Dios te confía una tarea delicada y santa.

Una tarea de predilección. Sólo tú, que eres generoso, que no tienes restricciones ni prevenciones, que eres sabio, que, sobre todo, te has ofrecido a todas las renuncias y penitencias para purgar aquel resto de expiación, aquella deuda que todavía tenías con Dios; sólo tú lo puedes hacer. Cualquier otro no querría, y tendría razón, porque le faltarían los requisitos necesarios. Ninguno de mis apóstoles posee todo lo que tú tienes para ir a preparar los caminos del Señor... Bueno, y te llamas Juan. Serás, por tanto, un precursor de mi Doctrina... prepararás los caminos a tu Maestro... es más, harás las veces de tu Maestro, que no puede ir tan lejos...

Juan se sobresalta y trata de liberarse del brazo de Jesús para mirarle a la cara, pero no lo consigue, porque Jesús lo tiene estrechado dulce pero autoritariamente y ya su boca da el golpe final...)
-...No puede ir tan lejos... hasta Siria... hasta Antioquía...

-¡Señor! -grita Juan liberándose violentamente del abrazo de Jesús -¡Señor! ¿A Antioquía? ¡Dime que he entendido mal! ¡Dímelo, por piedad!...

Está de pie... todo en él es súplica: su único ojo, su rostro, que se ha puesto cinéreo, sus labios trémulos, sus manos temblorosas extendidas hacia adelante, su cuerpo, que parece plegarse hacia el suelo como subyugado por la noticia.

Pero Jesús no puede decir: «Has entendido mal». Abre los brazos, levantándose a su vez para recibir en su corazón al anciano pedagogo, y abre los labios para confirmar:
-A Antioquía, sí. A casa de Lázaro. Con Síntica. Partiréis mañana o pasado mañana.

La desolación de Juan es verdaderamente lastimosa. Se libera del abrazo a mitad, y, frente a frente, bañadas en lágrimas sus flacas mejillas, grita:

-¡Ah, ya no me quieres a tu lado! ¿En qué te he contrariado, mi Señor? -y se separa y se deja caer en la mesa mientras rompe en sollozos desgarradores, lastimosos, intercalados con accesos ásperos de tos, insensible a las caricias de Jesús, susurrando: «Me alejas de ti, me alejas de ti, no te volveré a ver...

Jesús sufre visiblemente, y ora... Luego sale quedamente. Ve en la puerta de la cocina a María con Margziam, que está asustado de ese llanto... Más allá está Síntica, también sorprendida.

-Madre, ven aquí un momento.

-María va, ligera y pálida. Entran juntos. María se inclina hacia el hombre que llora como si fuera un pobre niño, y dice:

-¡Cálmate, pobre hijo mío, cálmate! ¡No, esto no! Te perjudicará.
Juan alza su cara desencajada y grita:

-¡Me despide!... Moriré solo, lejos... Podía esperar unos meses y dejarme morir aquí. ¿Por qué este castigo? ¿En qué he pecado? ¿Te he causado alguna vez molestias? ¿Por qué me has dado esta paz para luego... para luego…
Se deja caer de nuevo encima de la mesa, llorando más fuerte, jadeando...

Jesús le pone la mano en sus flacos y convulsos hombros, mientras dice: 

-¿Cómo puedes pensar que, si hubiera podido, no te habría tenido aquí? ¡Oh, Juan! En el camino del Señor hay tremendas necesidades. Y el primero que sufre por ello soy Yo. Yo, que llevo mi dolor y el de todo el mundo. Mírame, Juan. Observa si mi rostro es el de una persona que te odia, que está cansada de ti... Ven aquí, a mis brazos, siente cómo palpita de dolor mi corazón. Compréndeme, Juan; no me entiendas mal. Es la última expiación que Dios te impone, para abrirte las puertas del Cielo. Escucha... -lo levanta y lo estrecha entre sus brazos -Escucha...

Mamá, sal un momento... Ahora que estamos solos, escucha. Tú sabes quién soy. ¿Crees firmemente que soy el Redentor?
-Claro que sí. Por ello quería estar contigo siempre, hasta la muerte...

-Hasta la muerte... ¡Horrenda será mi muerte!...
-La mía, digo. ¡La mía!...

-La tuya será tranquila, confortada por mi presencia, que te infundirá la certeza del amor de Dios; y por el amor de Síntica, además de por la alegría de haber preparado el triunfo del Evangelio en Antioquía. ¡Pero la mía!... Me verías reducido a un amasijo de carne llagada, cubierta de esputos, infamada, abandonada en manos de una muchedumbre rabiosa, dada a la muerte colgándola de una cruz, como un delincuente... ¿Podrías soportar esto?

Juan, que a cada descripción de cómo será Jesús en la Pasión ha respondido gimiendo: « ¡No, no!», grita un «no» seco, y añade: Odiaría de nuevo a la Humanidad... Pero yo ya habré muerto, porque Tú eres joven y...
-Y veré ya sólo una vez las Encenias.

Juan lo mira fijamente, aterrorizado...

-Te lo he dicho en secreto para explicarte que una de las razones por las que te mando lejos es ésta. No serás el único. A todos aquellos que no quiero que sean turbados por encima de sus fuerzas los mandaré antes a otro lugar. ¿Esto te parece falta de amor?...

-No, mi mártir Dios... Pero yo te debo dejar... y moriré lejos.

-Por la Verdad que soy, te prometo que estaré inclinado hacia la almohada de tu agonía.
-¿Y cómo, si estaré muy lejos y me dices que Tú no vas tan lejos? Lo dices para que me vaya menos triste...

-Juana de Cusa, agonizando a los pies del Líbano, me vio, y Yo estaba muy lejos y no me conocía todavía. Pues allí la devolví a la pobre vida de esta tierra.

¡Créeme que el día de mi muerte ella lamentará haber vivido!... Sin embargo, para ti, alegría de mi corazón en este segundo año de Maestro, haré más. Iré a conducirte a la paz, te daré la misión de decir a los que esperan: "La hora del Señor ha llegado. Así como ahora llega la primavera a la tierra, para nosotros llega la primavera del Paraíso".

Pero, no iré sólo entonces... Iré, me sentirás, siempre... Lo puedo hacer y lo haré. Tendrás al Maestro en ti como ni siquiera ahora me tienes. Porque el Amor puede comunicarse a aquel a quien ama, y tan sensiblemente que puede tocar no solo el espíritu sino los mismos sentidos. ¿Más tranquilo ahora, Juan?

-Sí, mi Señor. ¡Pero qué dolor!
-De todas formas, ¿no te rebelas, no?

-¿Rebelarme? ¡Jamás! Te perdería del todo. Digo "mi" Padrenuestro: hágase tu voluntad.

-Sabía que me comprenderías...

Lo besa en las mejillas surcadas por un continuo, aunque sereno, llanto.

-¿Me permites saludar al niño?... Este es otro dolor... Le que-... -El llanto vuelve, ahora más intenso...
-Sí. Lo llamo enseguida... Y también a Síntica, que también sufrirá... Tú, siendo hombre, debes ayudarla...
-Sí, Señor.

Jesús sale. Mientras, Juan llora, y besa y acaricia las paredes y los objetos de la pequeña habitación hospitalaria.

Entran juntos María y Margziam.
-¡Madre! ¿Has oído? ¿Lo sabías?
-Lo sabía, y me dolía... Pero yo también me he separado de Jesús... Y soy su Madre...

-¡Es verdad!... Margziam, ven aquí. ¿Sabes que me marcho y que no volveremos a vernos?...

Quiere mostrarse fuerte. Pero... coge al niño en brazos, se sienta en el borde de la cama y llora abundantemente encima de la cabeza morena de Margziam, que, a su vez, bien se encarga de imitarlo.

Entra Jesús con Síntica. Ésta pregunta:
-¿Por qué tanto llanto, Juan?
-Nos traslada, ¿no lo sabes? ¿No lo sabes todavía? ¡Nos manda a Antioquía!

-¿Y qué quieres decir con ello? ¿No ha dicho Él que si dos están congregados en su nombre estará en medio de ellos?

¡Ánimo, Juan. Quizás es que hasta ahora tú has elegido siempre tu destino, y entonces la imposición de una voluntad, aunque sea de amor, te abate. Yo... yo estoy acostumbrada a aceptar el destino impuesto por otras personas.

¡Y qué destino!... Por eso ahora doblego con gusto mi cabeza ante este nuevo destino. Si no me he rebelado contra la despótica esclavitud sino cuando pretendía imponerse a mi alma, ¿debería rebelarme ahora contra esta dulce esclavitud de amor que no lesiona sino que eleva nuestra alma y nos confiere el título de siervos suyos? ¿Te da miedo el mañana porque te encuentras mal? Trabajaré para ti. ¿Tienes miedo a quedarte solo? No te dejaré nunca. Puedes estar seguro de esto. La única finalidad de mi vida es amar a Dios y al prójimo. Tú eres el prójimo que Dios me confía. ¡Imagínate cuánto te voy a querer!

-No tendréis necesidad de trabajar para vivir, porque estaréis en una casa de Lázaro. Eso sí, os aconsejo que uséis la vía de la enseñanza para entablar contactos con la gente: tú, como maestro; tú, mujer, con trabajos femeninos: servirá para el apostolado y para llenar vuestras jornadas.

-Así lo haremos, Señor -responde firmemente Síntica.
Juan sigue teniendo en brazos al niño y llora quedamente. Margziam lo acaricia...

-¿Te vas a acordar de mí?

-Siempre, Juan, y rezaré por ti... Es más... Espera un momento...
Sale corriendo.
Síntica pregunta:

-¿Cómo vamos a ir a Antioquía?
-Por mar. ¿Tienes miedo?

-No, Señor. Además nos mandas Tú y eso nos protegerá.

-Iréis con los dos Simones, mis hermanos, los hijos de Zebedeo. Andrés y Mateo. De aquí a Tolemaida en el carro, donde se van a cargar los arcones y un telar que te he hecho, Síntica, y algunos objetos útiles para Juan...

-Yo ya me había imaginado algo al ver los arcones y los vestidos. Así que había preparado mi alma para la separación. ¡Era demasiado bonito vivir aquí!...
Un sollozo reprimido quiebra la voz de Síntica. Pero se rehace para sostener el valor de Juan. Pregunta con voz reafirmada:

-¿Cuándo partimos?
-En cuanto lleguen los apóstoles. Quizás mañana.
-Entonces, si me permites, voy a colocar los vestidos en los arcones. Dame tus libros, Juan.
Creo que Síntica desea estar sola para llorar...
Juan responde:

-Cógelos... Pero dame ese rollo atado con azul.
Vuelve Margziam con su tarro de miel.
-Ten, Juan. Te la comerás por mí...
-¡No, niño! ¿Por qué?

-Porque Jesús ha dicho que una cucharada de miel ofrecida puede dar paz y esperanza a una persona afligida. Tú estás afligido... Te doy toda la miel para llenarte de consuelo.

-Pero es demasiado sacrificio, niño.

-¡No, no! En la oración de Jesús se dice: "No nos dejes caer en la tentación, mas líbranos del mal". Este tarro era una tentación para mí... y podía ser un mal porque podía hacerme infringir el voto. Así ya no lo veo... y es más fácil... y estoy seguro de que Dios te va a ayudar por este nuevo sacrificio. Pero no llores más. Y tampoco tú, Síntica...

Efectivamente, la griega ya llora, silenciosamente, mientras recoge los libros de Juan. Y Margziam los acaricia alternadamente, con un gran deseo de llorar también. Mas Síntica sale, cargada de rollos, María la sigue con el tarro de miel.

Juan se queda con Jesús, que se sienta a su lado, y con el niño en sus brazos. Está sereno, pero alicaído.
-Une también al volumen tu último escrito -aconseja Jesús -Creo que se lo quieres dar a Margziam...

-Sí... Yo tengo para mí una copia... Aquí tienes, muchacho. Estas son las palabras del Maestro. Las que ha dicho cuando tú no estabas, y otras... Quería seguir copiándolas, para ti, porque tú tienes la vida por delante... ¡y quién sabe cuánto evangelizarás!... Pero ya no puedo continuar… Ahora soy yo quien se queda sin tus palabras…

Y se echa de nuevo a llorar con fuerza.
Margziam muestra un nuevo gesto, dulce y viril: se echa al cuello de Juan y dice:

-Ahora seré yo quien las escriba para ti y te las mandaré… ¿Verdad, Maestro? Se puede, ¿no?
-Claro que se puede. Y será una gran obra de caridad.

-Lo haré. Y, cuando no esté yo, se lo encargaré a Simón Zelote. Nos quiere a los dos, y lo hará por ejercitar la caridad con nosotros. Así que no llores más. Y voy a ir a verte... No es que te vayas a ir lejos...

-¡Ah, sí, qué lejos! Cientos de millas... Y moriré pronto.

El niño está desilusionado y afligido. Pero se rehace con la bella serenidad del niño al que todo parece fácil.

-De la misma forma que vas tú, puedo ir yo con mi padre. Y además... nos escribiremos. Cuando se leen las páginas sagradas es como estar con Dios, ¿no es verdad? Pues, cuando se lee una carta es como estar con la persona a la que queremos y que nos la ha escrito. Venga, ven conmigo
allí...

-Sí, vamos allí, Juan. Dentro de poco vendrán mis hermanos con el Zelote. Les he mandado aviso de que vengan.

-¿Están al corriente?
-Todavía no. Espero a decirlo cuando estén presentes todos...

-De acuerdo, Señor. Vamos...

Es un anciano muy encorvado el que sale de la habitación de José. Un anciano que parece saludar a cada uno de los hilos de hierba, a cada tronco, al pilón y a la gruta, mientras se dirige hacia el vasto taller, donde María y Síntica, silenciosamente, están colocando los objetos y los vestidos en el fondo de los arcones...

Y así, silenciosos y tristes, los encuentran Simón, Judas y Santiago. Observan... pero no hacen preguntas, y no logro comprender si intuyen la verdad.
Dice Jesús:

-Había indicado, para claridad de los lectores, el lugar de la expiación carcelaria de Juan con el nombre que se usa actualmente. Se plantea objeción. Pues bien, ahora especifico: "Bitinia y Misia" para quien quiere los nombres antiguos.

Pero éste es el Evangelio para los sencillos y los pequeños. No para los doctores, que, en su gran mayoría, lo consideran inaceptable e inútil. Y los sencillos y los pequeños comprenden más "Anatolia" que “Bitinia o Misia".

¿No es verdad, pequeño Juan, que lloras por el dolor de Juan de Endor?

¡Y hay muchos Juanes de Endor en el mundo. Son los hermanos desolados por los que te hacía sufrir el año pasado. Ahora descansa, pequeño Juan que jamás serás enviado lejos del Maestro; es más, cada vez estarás más cerca.

Y con esto se concluye el segundo año de predicación y de vida pública: el año de la Misericordia... Y no puedo hacer otra cosa sino repetir el lamento con que cerraba el primer año. Pero no toca a mi portavoz, el cual, contra obstáculos de todo tipo,
continúa su obra.

Verdaderamente no son los "grandes", sino los "pequeños", los que corren los caminos heroicos, y los allanan, con su sacrificio, también para aquellos a quienes demasiadas cosas gravan. Los "pequeños”, o sea, los sencillos, los mansos, los puros de corazón y de intelecto. Los "párvulos".

Y Yo os digo, ¡oh párvulos!, os digo, ¡oh Romualdo y María!, y con vosotros a los que son como vosotros: "Venid a mí para seguir oyendo, ahora y siempre, al Verbo que os habla porque os ama, que os habla para bendeciros. Mi paz sea con vosotros”

   


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