Friday March 29,2024
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EL EVANGELIO
COMO ME HA SIDO REVELADO


El Evangelio como me ha sido revelado

Autor: María Valtorta

« PARTE 3 de 7 »

SEGUNDO AÑO DE LA
VIDA PUBLICA DE JESUS

Partes: [ 1 ] [ 2 ] [ 3 ]
[ 4 ] [ 5 ] [ 6 ] [ 7 ]



141. Yendo hacia Arimatea con los discípulos y con
José de Emaús

142. Con los doce hacia Samaria

143. La samaritana Fotinai

144. Los samaritanos invitan a Jesús a Sicar

145. El primer día en Sicar

146. El segundo día en Sicar. Jesús se despide de los samaritanos

147. Curación de una mujer de Sicar y conversión de Fotinai

148. Jesús visita a Juan el Bautista en las cercanías de Enón

149. La visita a Juan el Bautista, motivo de instrucción
a los apóstoles

150. Jesús en Nazaret, en casa de su Madre. Ella deberá
seguir a su Hijo

151. En Caná en casa de Susana, que se hará discípula.
El oficial del rey

152. María Salomé es recibida como discípula

153. Las mujeres allegadas a los discípulos al servicio de Jesús

154. Jesús en Cesárea Marítima habla a los galeotes.
Las fatigas del apostolado

155. Curación de la niña romana en Cesárea

156. Analía, la primera de las vírgenes consagradas

157. Instrucciones a las discípulas en Nazaret

158. En el lago de Genesaret
con Juana de Cusa.

159. Discurso en Guerguesa. La respuesta sobre el ayuno a los discípulos de Juan el Bautista.

160. Encuentro con Gamaliel en el camino de Neftalí a Yiscala

161. Curación del nieto del fariseo Elí de Cafarnaúm

162. Las conversiones humanas del fariseo Elí
y de Simón de Alfeo

163. Comiendo en casa del fariseo Elí de Cafarnaúm

164. El retiro en el monte para la elección de los Apóstoles

165. Elección de los doce Apóstoles

166. Los milagros después de la elección apostólica. Simón el Zelote y Juan predican por primera vez

167. Jesús concurre con las romanas en el jardín
de Juana de Cusa

168. Aglae en casa de María,
en Nazaret

169. Primer discurso de la Montaña: la misión de los apóstoles y de los discípulos

170. Segundo discurso de la Montaña: el don de la Gracia; las bienaventuranzas

171. Tercer discurso de la Montaña: los consejos evangélicos que perfeccionan
la Ley

172. Cuarto discurso de la Montaña: el juramento, la oración, el ayuno. El anciano Ismael y Sara

173. Quinto discurso de la Montaña: el uso de las riquezas; la limosna; la confianza en Dios.

174. Sexto discurso de la Montaña: la elección entre el Bien y el Mal; el adulterio; el divorcio. La llegada importuna de
María de Magdala.

175. El leproso curado al pie del Monte. Generosidad
del escriba Juan

176. Durante el descanso sabático, el último discurso
de la Montaña:
amar la voluntad de Dios

177. La curación del siervo
del centurión

178. Tres hombres que quieren seguir a Jesús

179. La parábola del sembrador. En Corazín con el nuevo
discípulo Elías

180. Controversia en la cocina de Pedro en Betsaida. Explicación de la parábola del sembrador. La noticia de la segunda captura de Juan el Bautista

181. La parábola del trigo
y la cizaña

182. Palabras a algunos pastores
con el huerfanito Zacarías

183. La curación de un hombre herido en casa de
María de Magdala

184. El pequeño Benjamín de Magdala y dos parábolas sobre
el Reino de los Cielos

185. La tempestad calmada.
Una lección sobre
sus preliminares

186. Los dos endemoniados de la región de los Gerasenos

187. Hacia Jerusalén
para la Pascua.
De Tariquea al monte Tabor

188. La gruta de la maga y el encuentro con Félix, llamado luego Juan

189. En Naím. Resurrección del hijo de una viuda

190. La llegada a la llanura de Esdrelón durante la puesta
del sol del viernes

191. El sábado en Esdrelón.
El pequeño Yabés.
Parábola del rico Epulón

192. Una predicción a Santiago de Alfeo. La Regada a Engannim tras un alto en Meguido

193. Llegada a Siquem tras dos días de camino

194. La revelación al pequeño Yabés durante el camino de Siquem a Berot

195. Una lección de Juan de Endor a Judas Iscariote.
Llegada a Jerusalén

196. El sábado en Getsemaní. Jesús habla de su Madre y de los amores de distintas potencias

197. En el Templo con José de Arimatea. La hora del incienso

198. El encuentro con la Madre en Betania. Yabés cambia su nombre por el de Margziam

199. Donde los leprosos de Siloán y Ben Hinnom. Pedro obtiene a Margziam
por medio de María

200. Coloquio de Áglae
con el Salvador

201. El examen de la mayoría
de edad de Margzia

202. Judas Iscariote es reprendido. Llegada de los campesinos de Jocanán

203. El Padrenuestro

204. La fe y el alma explicadas a los paganos con la parábola
de los templos

205. La parábola del hijo pródigo

206. Con dos parábolas sobre el Reino de los Cielos, termina la permanencia en Betania

207. En la gruta de
Belén la Madre evoca
el nacimiento de Jesús

208. María Santísima ve de nuevo al pastor Elías y con Jesús va a Betsur donde Elisa

209. La fecundidad del dolor, en el discurso de Jesús junto a la casa de Elisa en Betsur

210. Las inquietudes de Judas Iscariote durante el camino
hacia Hebrón

211. Regreso a Hebrón, patria del Bautista

212. Una ola de amor a Jesús, que en Yuttá habla desde
la casita de Isaac

213. En Keriot una profecía de Jesús y el comienzo de la predicación apostólica

214. La madre de Judas abre su corazón a María Stma., que ha llegado a Keriot

215. El posadero de Bet Yinna
y su hija lunática

216. Las infidelidades de los discípulos en la parábola
del diente de león

217. Las espigas arrancadas
un sábado

218. La llegada a Ascalón,
ciudad filistea

219. Los distintos frutos de la predicación de los apóstoles en la ciudad de Ascalón

220. Los idólatras de Magdalgad y la curación milagrosa
de la parturienta

221. Los prejuicios de los apóstoles respecto a los paganos y la parábola del hijo deforme

222. Un secreto del apóstol Juan

223. Una caravana nupcial se libra del asalto de bandidos después de un discurso de Jesús

224. En el apóstol Juan actúa el Amor. Llegada a Béter

225. El paralítico de la piscina de Betseida y la disputa sobre las obras del Hijo de Dios

226. Un signo bueno por parte de María de Magdala. Muerte del anciano Ismael

227. Un episodio incompleto

228. Margziam confiado
a Porfiria

229. Discurso a los habitantes de Betsaida sobre el gesto de caridad de Simón Pedro

230. Curación de la hemorroisa y resurrección de la hija de Jairo

231. En Cafarnaúm, Jesús y Marta hablan de la crisis que atormenta a María de Magdala

232. Curación de dos ciegos y de un mudo endemoniado

233. La parábola de la oveja perdida. María de Magdala también la oye

234. Comentario de tres episodios sobre la conversión de María de Magdala

235. Marta ha recibido de su hermana María la certidumbre de la conversión

236. La cena en casa de Simón el fariseo y la absolución
a María de Magdala

237. La petición de obreros para la mies, y la parábola del tesoro escondido en el campo. Marta todavía teme por su
hermana María

238. Llegada de María Stma. con María de Magdala a Cafarnaúm en medio de una tempestad

239. La parábola de los peces, la parábola de la perla, y del tesoro de las enseñanzas viejas y nuevas

240. En Betsaida, en la casa de Simón, con Porfiria y Margziam, el cual enseña a la Magdalena la oración de Jesús

241. Vocación de la hija de Felipe. Llegada a Magdala y parábola de la dracma perdida

242. Jesús habla sobre la Verdad al romano Crispo, el único que lo escucha de Tiberíades

243. En Caná en la casa de Susana. Las expresiones, los gestos y la voz de Jesús. Debate de los apóstoles acerca de las posesiones diabólicas

244. Juan repite un discurso de Jesús sobre la Creación y sobre los pueblos que esperan la Luz

245. Una acusación de los nazarenos a Jesús, rechazada con la parábola del
leproso curado

246. Un apólogo para los habitantes de Nazaret, los cuales permanecen incrédulos

247. María Stma. instruye a la Magdalena en orden
a la oración mental

248. En Belén de Galilea. Juicio ante un homicidio y parábola de los bosques petrificados

249. María Stma. instruye a Judas Iscariote sobre el deber preeminente de la
fidelidad a Dios

250. A los discípulos que han venido con Isaac: la parábola del lodo transformado en llama. Juan de Endor es alma víctima

251. A los pescadores siro-fenicios: la parábola del minero perseverante. Hermasteo
de Ascalón

252. El regreso de Tiro. Milagros. Parábola de la vid y el olmo

253. María Santísima devela a María de Alfeo el sentido de la maternidad espiritualizada.
La Magdalena debe
forjarse sufriendo

254. El encuentro con Síntica, esclava griega y la llegada a Cesárea Marítima

255. Despedida de las hermanas Marta y María, que parten con Síntica. Una lección
a Judas Iscariote

256. Parábola sobre la virtud de la esperanza, que sujeta la fe
y la caridad

257. Retiro de Jesús y Santiago de Alfeo en el monte Carmelo

258. Jesús revela a Santiago de Alfeo cuál será su misión
de apóstol

259. Lección sobre la Iglesia y los Sacramentos a Santiago de Alfeo, que obra un milagro

260. Dos parábolas de Pedro para los campesinos
de la llanura de Esdrelón

261. Exhortación a los campesinos de Doras,
que ahora lo son de Jocanán

262. Una hija no querida y el papel de la mujer redimida.
El Iscariote solicita
la ayuda de María

263. Curación del hombre del brazo atrofiado

264. Una jornada de Judas Iscariote en Nazaret

265. Instrucciones a los doce apóstoles al comienzo
de su ministerio

266. Los discípulos del Bautista quieren verificar que Jesús es el Mesías. Testimonio sobre el Precursor e invectiva contra las ciudades impenitentes

267. Jesús, carpintero en Corazín

268. Lección sobre la caridad con la parábola de los titos. El yugo de Jesús es ligero

269. La disputa con escribas y fariseos en Cafarnaúm. Llegada de la Madre y de los hermanos

270. Jesús recibe la noticia de que han matado a
Juan el Bautista

271. Salida para Tariquea con los apóstoles, que han regresado a Cafarnaúm

272. Reencarnación y vida eterna en el diálogo con un escriba

273. La primera multiplicación
de los panes

274. Jesús camina sobre las aguas. Su prontitud en socorrer
a quien le invoca

275. Cuatro nuevos discípulos. Jesús habla sobre las obras de misericordia corporal y espiritual

276. El hombre avaro y la parábola del rico necio. Las inquietudes y la vigilancia
en los siervos de Dios

277. En Magdala, en los jardines de María. El amor y la corrección entre hermanos

278. El perdón y la parábola del siervo inicuo. La misión confiada a setenta y dos discípulos

279. Encuentro con Lázaro en el campo de los Galileos

280. El regreso de los setenta y dos. Profecía sobre
los místicos futuros

281. En el Templo durante la fiesta de los Tabernáculos. Las condiciones para seguir a Jesús. La parábola de los talentos y la parábola del buen samaritano

282. La delación al Sanedrín respecto a Hermasteo,
Juan de Endor y Síntica

283. Síntica habla de su encuentro con la Verdad

284. La casita donada por Salomón. Cuatro apóstoles
se quedarán en Judea

285. Lázaro ofrece un refugio para Juan de Endor y Síntica. Viaje feliz hacia Jericó
sin Judas Iscariote

286. En Ramot con el mercader Alejandro Misax. Lección a Síntica sobre el recuerdo
de las almas

287. De Ramot a Gerasa con la caravana del mercader

288. Palabras a los habitantes de Gerasa y alabanza de una mujer a la Madre de Jesús

289. AEl sábado a Gerasa. Asueto de Margziam. La pregunta de Síntica sobre la salvación
de los paganos

290. El hombre de los ojos ulcerosos. El alto en la "fuente del Camellero". Más sobre el recuerdo de las almas

291. Margziam descubre por qué Jesús ora todos los días
a la hora nona

292. Insidia de escribas y fariseos en Bosrá

293. Palabras de Jesús y milagros en Bosrá, después de la irrupción de dos fariseos. El don de la fe a Alejandro Misax

294. La rica dádiva del mercader. Adiós a la Madre
y a las discípulas

295. Palabras y milagros en Arbela, ya evangelizada por Felipe de Jacob

296. Llegada a Aera bajo la lluvia. Curación de los enfermos que allí esperan

297. Con el sermón de Aera termina el segundo
gran viaje apostólico

298. La ayuda prestada a los huerfanitos María y Matías y las enseñanzas que de ella
se deducen

299. A Juana de Cusa le son confiados, para su tutela, los huerfanitos María y Matías

300. Con escribas y fariseos en casa del resucitado de Naím

301. ola de las frentes destronadas y explicación de la parábola sobre lo no puro

302. En Magdala, antes de mandar a todos a sus respectivas familias para las Encenias

303. Jesús donde su Madre
en Nazaret

304. Con Juan de Endor, Síntica y Margziam. María es Madre
y Maestra

305. Jesús consuela a Margziam con la parábola de los pajarillos

306. También Simón Zelote está en Nazaret. Lección sobre los daños del ocio

307. Controversia en la casa de Nazaret acerca de las culpas de los nazarenos. Lección sobre la tendencia al pecado a pesar de la Redención

308. Curación del hijo de Simón de Alfeo. Margziam es el primero de los niños discípulos

309. Sacrificio de Margziam por la curación de una niña. Enmienda de Simón de Alfeo

310. Con Pedro, en Nazaret, Jesús organiza la partida
de Juan de Endor y Síntica

311. La renuncia de Margziam es ocasión de una lección sobre los sacrificios hechos por amor

312. Jesús comunica a Juan de Endor la decisión de enviarle a Antioquía. Final del segundo año

 

221- Los prejuicios de los apóstoles respecto a los paganos y la parábola del hijo deforme


-¡De Yabnia vamos a ir a Ecrón? -preguntan mientras van a través de unos feracísimos campos en que el trigo duerme su último sueño bajo el fuerte sol que lo ha madurado, extendido en gavillas por los campos segados y tristes, inmensos lechos de muerte, ahora que ya no están vestidos de espigas sino poblados de despojos a la espera de ser transportados a otro lugar.

Mas, si los campos están desnudos, los manzanos se visten de fiesta, con sus frutos que se dan prisa en madurar, que pasan del verde duro del fruto aún demasiado joven al tierno, amarillento, rosado, brillante como cera, del fruto que ya madura; y la piel elástica de los higos se rompe y abren éstos su cofre, su dulcísimo cofre de fruto-flor, y muestran, tras la fisura verde­blanca, o morada y blanca, la gelatina transparente, salpicada de granitos más oscuros que la pulpa. Los olivos, ante un vientecillo ligero, bambolean entre el verdeplata de sus ramas sus ovales gotas de jade colgadas del sutil pecíolo.

Los solemnes nogales mantienen, duros y erguidos en su pedúnculo, sus frutos, y los van engrosando bajo la felpa del ruezno; los almendros están terminando de madurarlos, bajo el involucro que ya frunce su terciopelo y cambia de color. Las vides abultan sus uvas; ya algún que otro racimo, en posición favorablemente orientada, anuncia tímidamente el topacio transparente y el futuro rubí del grano maduro. Las cácteas de la llanura o de las primeras pendientes exultan por los adornos, cada día que pasa más vivos, de los óvalos de coral que un decorador alegre ha posado caprichosamente en lo alto de las carnosas palas, que parecen manos, muchas manos, dentro de fundas espinosas, que elevan al cielo los frutos que ellas mismas han nutrido y madurado.

Palmeras aisladas y tupidos algarrobos recuerdan ya mucho a la cercana África: las primeras suenan las castañuelas de sus hojas duras, dispuestas en forma de peine curvo; los otros se han vestido de esmalte verde oscuro, y están engallados, señoriales con ese vestido suyo tan hermoso.

Cabras bermejas y negras, altas, gráciles, de largos cuernos retorcidos y ojos dulces y penetrantes, comen las cácteas, asaltan las carnosas pitas, esos enormes pinceles de hojas duras y espesas que, semejantes a alcachofas abiertas, desde el centro de su corazón, extraen, poderosos, el candelabro de siete brazos, digno de una catedral, de su tallo gigante, en cuyo ápice flamea su flor amarilla y roja de delicado perfume.

África y Europa se dan la mano vistiendo la tierra de bellezas vegetales. En cuanto el grupo apostólico deja la llanura para tomar el sendero que trepa por una colina literalmente cubierta de viñedos, por esta pendiente que mira al mar ­pendiente rocosa, calcárea, en la cual la uva creo que debe ser verdaderamente preciada, por mutación de su jugo en almíbar -, el mar, mi mar, el mar de Juan, de Dios, deja ver su desmesurado manto de seda crespa y azul, y habla de lejanías, de infinito, de poder, cantando con el cielo y el Sol: el trío de las glorias creadoras.
Y la llanura toda se abre, con toda su ondulada belleza de tímidas elevaciones de pocos metros que se alterna con zonas llanas y dunas de oro, hasta las ciudades y pueblos de la orilla del mar, blancos en el marco azul.

-¡Qué hermosura! ¡Qué hermosura! -susurra, extasiado, Juan.

-¡Mi Señor!... este muchacho vive de azul; deberás destinarlo a ello. ¡Es como si viera a su amada cuando ve el mar! ­dice Pedro, que no ve mucha diferencia entre agua marina y lacustre. Y ríe con bondad.

-Ya está destinado, Simón. Todos tenéis ya vuestro destino.
-¡Pues qué bien! ¿Y a mí a dónde me vas a mandar?
-¡Ah, tú...!.
-¡Anda, dímelo!
-A un lugar más grande que tu ciudad y la mía y Magdala y Tiberíades juntas».
-Pues me voy a perder.

-No temas. Parecerás una hormiga en un esqueleto de grandes dimensiones; pero, yendo y viniendo, incansable, resucitarás a ese esqueleto.

-No entiendo nada... Sé más explícito.

-¡Ya entenderás, ya entenderás!... -y Jesús sonríe.
-¿Y yo? ¿Y yo? -todos quieren saber lo mismo.
Jesús se agacha -están en la orilla guijarrosa de un torrente que lleva todavía mucha agua en su centro -y coge del suelo un puñado de grava muy fina, la tira hacia arriba y cae diseminándose en todas las direcciones. Dice:
-Esto es lo que pienso hacer; mirad, sólo una piedrecita ha terminado entre mi pelo. Pues bien, vosotros seréis diseminados así.

-Y Tú, hermano, representas Palestina, ¿verdad? -pregunta serio Santiago de Alfeo.
-Sí.
-Quisiera saber quién será el que se quede en Palestina -pregunta otra vez Santiago.
-Ten esta piedrecita. Como recuerdo -y Jesús le da a su primo Santiago el granito de grava que se le había quedado enredado entre sus cabellos, y sonríe.
-¡¿No podrías dejarme a mí en Palestina? Yo soy el más indicado, porque soy el menos cultivado y, en nuestra casa, más o menos me arreglo, ¡pero fuera...! -dice Pedro.

-Pues tú eres, al contrario, el menos indicado para quedarte aquí. 'Tenéis un prejuicio contra el resto del mundo. Creéis que es más fácil evangelizar en país de fieles que de idólatras y gentiles, y, sin embargo, la realidad es exactamente la contraria. Meditad en lo que nos ofrecen las clases altas de la verdadera Palestina, y, aunque menos, también el pueblo común; pensad luego que aquí -lugar de odio al nombre "Palestina" y de desconocimiento del nombre "Dios" en su verdadera expresión ­hemos sido acogidos al menos no peor que en Judea, Galilea o la Decápolis. Reflexionad en esto y veréis como caen vuestros prejuicios; comprenderéis que es exacto esto que digo, o sea, que es más fácil convencer a los que ignoran al Dios verdadero que no a los del pueblo de Dios, sutilmente idólatras, culpables, que orgullosamente se creen perfectos y que quieren seguir siendo como son.

¡Cuántas gemas, cuántas perlas ve mi mirada donde vosotros no veis sino tierra y mar! La tierra de las multitudes que no son Palestina; el mar de la Humanidad que no es Palestina: como mar, no espera sino recibir a los buscadores de perlas, para ofrecérselas; como tierra, que escarben en ella para dejarse arrebatar las gemas. En todas partes hay tesoros, pero hay que buscarlos. Todo terruño puede esconder un tesoro y dar alimento a una semilla, como también toda profundidad puede celar una perla. ¿O es que pretendéis que el mar revuelva su fondo con terribles borrascas para arrancar de los placeles las madreperlas, y abrirlas con las embestidas de sus embravecidas olas, para ofrecerlas luego en la playa a los perezosos que no quieren esforzarse o a los pusilánimes que no quieren correr peligros? ¿Pretendéis, acaso, que la tierra, sin semilla alguna, haga crecer un árbol de un grano de arena para daros frutos? No, amigos míos. Es necesario esforzarse, trabajar, tener coraje. Sobre todo, huelgan los prejuicios.

Sé que desaprobáis, quién más, quién menos, este viaje por tierras de filisteos. Ni siquiera las glorias que estas tierras rememoran, las glorias de Israel que narran estos campos fecundados con la sangre hebrea derramada para hacerlo grande, o las ciudades arrebatadas una a una de las manos de sus detentadores, para coronar a Judá y constituir una nación poderosa; ni siquiera ello basta para despertar vuestra estima por este peregrinaje; ni siquiera es suficiente la idea de preparar el terreno para recibir el Evangelio, y la esperanza de salvar espíritus. No incluyo esta última entre las razones que someto a vuestra consideración para que veáis la justicia de este viaje: sería un pensamiento, hoy por hoy, demasiado alto para vosotros, si bien llegará el día en que lo comprendáis. En aquel momento diréis: "Creíamos que era un capricho, una pretensión, poco amor del Maestro para con nosotros, el hacernos ir tan lejos por un camino largo y penoso y arriesgando pasar momentos muy desagradables; sin embargo, era amor, previsión, era allanarnos el camino, para ahora que ya no lo tenemos y que nos sentimos más desorientados; porque cuando estaba Él éramos como sarmientos que crecíamos en todas las direcciones pero sabiendo que la cepa nos nutría y que teníamos al lado el palo robusto que nos podía sujetar, mientras que ahora somos sarmientos que deben crear por sí mismos una pérgola, nutriéndose, sí, de la cepa de la vid, pero sin el madero en que apoyarse". Esto es lo que diréis, y entonces me lo agradeceréis.

Y, además... ¿es que, acaso, no es hermoso ir dejando a nuestro paso destellos de luz en tierras envueltas en tinieblas, notas sonoras en corazones mudos, corolas celestiales en almas yermas como desiertos, perfumes de verdad para anular el hedor de la Mentira, sirviendo y dando gloria a Dios, y además hacerlo juntos, así, Yo y vosotros, vosotros y Yo, el Maestro y los apóstoles, formando todos un solo corazón, un solo deseo, una sola voluntad? ¡Oh, que la esperanza y el deseo y el hambre de Dios consisten en querer que sea conocido y amado, en querer reunir a todas las gentes bajo su dosel y que estén todos donde Él está! ¡Y son la misma esperanza, deseo y hambre de los espíritus, los cuales no son de razas distintas sino de una sola: la creada por Dios! Siendo todos hijos de Uno solo, tienen los mismos deseos, esperanzas, hambre, del Cielo, de la Verdad, del Amor real...

Se diría que siglos de error han cambiado el instinto de los espíritus, pero no es así. El error envuelve a las mentes, porque éstas están fundidas con la carne y se resienten del veneno inoculado por Satanás en el animal hombre. De la misma forma, el error puede envolver también al corazón, pues, como aquéllas, está injertado en la carne y se resiente de su veneno. Una triple concupiscencia roe respectivamente la carne, el sentimiento y el pensamiento. Mas el espíritu no está injertado en la carne. Podrá sufrir un aturdimiento a causa de los golpes que le lanzan Satanás y la concupiscencia; podrá quedar casi ciego a causa de los baluartes carnales y de las salpicaduras de la sangre hirviente del animal-hombre en que ha sido infundido. Sí, pero no cambiará su aspiración al Cielo, a Dios. No puede cambiar.

¿Veis el agua pura de este torrente?: ha descendido del cielo y al cielo tornará por evaporación de las aguas bajo el efecto del viento y el sol. Baja y vuelve a subir. El elemento no se consume sino que torna a los orígenes. El espíritu torna a los orígenes. Esta agua que corre entre las piedras, si pudiera hablar, os diría que aspira a volver arriba, para -impulsada por el viento, blanda, blanca, o rosada a la aurora, cobre encendido al ocaso, violeta como una flor en los crepúsculos ya estrellados ­surcar los hermosos campos del firmamento; os diría que querría ser tamiz para las estrellas que se asoman por los claros de los cirros, para que recordasen a los hombres el Cielo; o hacer de velo a la Luna para que no vea las fealdades nocturnas... Sí, os diría que aspira a volver arriba, antes que estar aquí, encerrada entre los bordes de las orillas, amenazada de convertirse en barro, obligada a saber de los connubios de culebras y ranas, cuando lo que desea vehementemente es la libertad solitaria de la atmósfera. Lo mismo los espíritus; si tuvieran el valor de hablar, dirían todos lo mismo: "¡Dadnos a Dios! ¡Dadnos la Verdad!". Pero no lo dicen porque saben que el hombre o no advierte o no comprende o ridiculiza esta súplica de los "grandes mendigos", de los espíritus que con tremenda hambre -hambre de Verdad -buscan a Dios.

Estas gentes idólatras, estos romanos, estos ateos, estos desdichados que nos vamos encontrando en nuestro camino, y que siempre encontraréis, éstos -denigrados sus deseos de Dios, por política, por egoísmo familiar, o por herejía que radica en un corazón corrompido y prolifera en las naciones -, éstos tienen hambre. ¡Tienen hambre! Y Yo, piedad de ellos. ¿Podría no sentir piedad, Yo, que soy el que soy? Si doy el alimento necesario, por piedad, al hombre y al gorrión, ¿no habría de tener piedad con los espíritus a los que se han puesto obstáculos para ser del verdadero Dios, y que extienden sus brazos gritando:

"¡Tenemos hambre!'? ¿Creéis que son malos, salvajes, incapaces de llegar a amar la religión de Dios y a Dios mismo? Pues estáis en un error. Son espíritus que esperan amor y luz.

Esta mañana nos ha despertado el balido agresivo del macho cabrío, que quería alejar a ese perro grande que ha venido a olfatearme. Os habéis echado a reír al ver que orientaba sus cuernos, amenazador, hacia el perro, tras haber roto la delgada cuerda con que estaba atado al árbol bajo el que dormíamos, habiéndose puesto de un salto entre el perro y Yo, sin pensar que en la desigual liz por defenderme a mí el maloso le habría podido atacar y lo habría degollado. Pues lo mismo estos pueblos, que veis como machos cabríos salvajes, sabrán defender la fe de Cristo una vez que hayan conocido que Cristo es Amor que los invita a seguirlo. Sí, los invita. Y vosotros debéis ayudarles a venir.

Escuchad una parábola.

Un hombre se casó y tuvo muchos hijos de su mujer. Pero, uno de éstos nació con deformidades físicas; parecía, además, de raza distinta. El hombre lo consideró un deshonor y no lo amó, a pesar de que la criatura fuera inocente. El niño creció desatendido, apartado con los últimos siervos (en efecto, se le juzgaba inferior a sus hermanos). No tenía madre -pues había muerto al darle a luz -que pudiera moderar la dureza del padre, o impedir la burla de sus hermanos, o corregir las ideas equivocadas que nacían en la mente salvaje del niño: una pequeña fiera mal soportada en la casa de los otros hijos bien queridos.

El niño, así, se hizo hombre. Entonces su razón, que, aunque se hubiera desarrollado con retardo, había llegado a la madurez, comprendió que no era ser hijo vivir en las cuadras, recibir un mendrugo de pan y un andrajo, y nunca un beso, una palabra, una invitación a entrar en la casa paterna... Y sufría, sufría, lamentándose en su cuchitril: "¡Padre! ¡Padre!". Mordía su pan, pero continuaba la gran hambre de su corazón; se cubría con sus andrajos, pero seguía el gran frío de su corazón; tenía como amigos a los animales y a algunas personas compasivas del pueblo, pero su corazón estaba solo. "¡Padre! ¡Padre!"... Lo oían gemir siempre así, como fuera de sí, los siervos, los propios hermanos, sus paisanos; y lo llamaban "el loco".
Por fin, un día uno de los siervos tuvo el coraje de ir a verlo -estaba casi convertido en una fiera -y le dijo: "¿Por qué no

te arrojas a los pies de tu padre?". "Lo haría. Pero no me atrevo...". "¿Por qué no vienes a la casa?” "Tengo miedo.” "Pero,¿desearías hacerlo?” "¡Sí, ciertamente! Es de esto de lo que tengo hambre, ésta es la causa del frío que paso, por eso me siento  solo como en un desierto; pero no sé cómo se vive en la casa de mi padre". Entonces el siervo bueno se puso a instruirle, a hacer que tuviera mejor aspecto, a quitarle el terror a que su padre le tuviera aversión, diciéndole: "Tu padre te querría a su lado, pero no sabe si tú lo quieres, porque siempre lo evitas... Quita a tu padre el remordimiento de haber actuado demasiado severamente y su dolor de verte errante. Ven. Tus hermanos tampoco tienen ya intención de burlarse de ti porque les he referido tu dolor".

Y así el pobre hijo, una tarde, guiado por el siervo bueno, fue a la puerta paterna, y gritó: "¡Padre, yo te quiero! ¡Déjame entrar!...". El padre, que, viejo y triste, pensaba en su pasado y en su futuro eterno, sintió un sobresalto cuando oyó esa voz, y dijo: "¡Oh, mi dolor se aplaca al fin, porque en la voz de mi hijo deforme he oído la mía, y su amor prueba que es sangre de mi sangre y carne de mi carne! Entre, pues, a ocupar su lugar junto a sus hermanos. ¡Bendito sea el siervo bueno que ha hecho posible que mi familia se completase, integrando al hijo repudiado con todos mis otros hijos".

Ésta es la parábola. Ahora bien, al aplicarla debéis pensar que el Padre de los deformes espirituales -que son los cismáticos, los herejes, los separados -, Dios, se ha visto obligado a la severidad por las deformidades voluntarias que ellos mismos han querido. Pero su amor jamás ha abdicado. Los espera. Llevadlos a él. Es vuestro deber.

Os he enseñado a decir: "Danos hoy nuestro pan, Padre nuestro". Pero, ¿sabéis qué significa "nuestro"? No quiere decir vuestro en el sentido de vosotros doce. No es vuestro como discípulos de Cristo, sino vuestro como hombres. He puesto en vuestros labios la oración por todos. Por todos los hombres: los presentes y los que vendrán; los que conocen a Dios y los que no lo conocen; los que aman a Dios y a su Cristo y los que no lo aman o lo aman mal. Éste es vuestro ministerio. Vosotros, que conocéis a Dios, a su Cristo, y los amáis, debéis orar por todos.

Os he dicho que mi oración es universal, durará cuanto dure la tierra. Pues bien, vosotros debéis orar universalmente, uniendo vuestras voces de apóstoles y vuestros corazones de discípulos de la Iglesia de Jesús a las voces y a los corazones de los que pertenezcan a otras iglesias, cristianas pero no apostólicas. Y tenéis que insistir, porque sois hermanos -vosotros en la casa del Padre, ellos fuera de la casa del Padre común, con su hambre, su nostalgia... -hasta que se les conceda, como a vosotros, el "pan" verdadero, que es el Cristo del Señor, administrado en las mesas apostólicas, no en otras donde está mezclado con, alimentos impuros. Tenéis que insistir hasta que el Padre diga a estos hermanos "deformes": "Mi dolor se aplaca, porque en vosotros, en vuestra voz, he oído la voz y las palabras de mi Unigénito y Primogénito.

¡Benditos sean los siervos que os han traído a la Casa de vuestro Padre para que quedara completa mi Familia". Sois siervos de un Dios infinito y tenéis que poner la infinitud en todas vuestras intenciones.

¿Habéis comprendido? Ahí se ve Yabnia. En una ocasión pasó por este lugar el Arca para ir a Ecrón, pero esta ciudad no pudo custodiarla y la envió a Betsemes. El Arca vuelve a Ecrón. Juan, ven conmigo. Vosotros quedaos en Yabnia.

Sabed reflexionar y hablar. La paz esté con vosotros.
Y Jesús se marcha con Juan y con el macho cabrío, el cual, balando, le sigue como un perro.


   


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