Friday April 26,2024
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EL EVANGELIO
COMO ME HA SIDO REVELADO


El Evangelio como me ha sido revelado

Autor: María Valtorta

« PARTE 3 de 7 »

SEGUNDO AÑO DE LA
VIDA PUBLICA DE JESUS

Partes: [ 1 ] [ 2 ] [ 3 ]
[ 4 ] [ 5 ] [ 6 ] [ 7 ]



141. Yendo hacia Arimatea con los discípulos y con
José de Emaús

142. Con los doce hacia Samaria

143. La samaritana Fotinai

144. Los samaritanos invitan a Jesús a Sicar

145. El primer día en Sicar

146. El segundo día en Sicar. Jesús se despide de los samaritanos

147. Curación de una mujer de Sicar y conversión de Fotinai

148. Jesús visita a Juan el Bautista en las cercanías de Enón

149. La visita a Juan el Bautista, motivo de instrucción
a los apóstoles

150. Jesús en Nazaret, en casa de su Madre. Ella deberá
seguir a su Hijo

151. En Caná en casa de Susana, que se hará discípula.
El oficial del rey

152. María Salomé es recibida como discípula

153. Las mujeres allegadas a los discípulos al servicio de Jesús

154. Jesús en Cesárea Marítima habla a los galeotes.
Las fatigas del apostolado

155. Curación de la niña romana en Cesárea

156. Analía, la primera de las vírgenes consagradas

157. Instrucciones a las discípulas en Nazaret

158. En el lago de Genesaret
con Juana de Cusa.

159. Discurso en Guerguesa. La respuesta sobre el ayuno a los discípulos de Juan el Bautista.

160. Encuentro con Gamaliel en el camino de Neftalí a Yiscala

161. Curación del nieto del fariseo Elí de Cafarnaúm

162. Las conversiones humanas del fariseo Elí
y de Simón de Alfeo

163. Comiendo en casa del fariseo Elí de Cafarnaúm

164. El retiro en el monte para la elección de los Apóstoles

165. Elección de los doce Apóstoles

166. Los milagros después de la elección apostólica. Simón el Zelote y Juan predican por primera vez

167. Jesús concurre con las romanas en el jardín
de Juana de Cusa

168. Aglae en casa de María,
en Nazaret

169. Primer discurso de la Montaña: la misión de los apóstoles y de los discípulos

170. Segundo discurso de la Montaña: el don de la Gracia; las bienaventuranzas

171. Tercer discurso de la Montaña: los consejos evangélicos que perfeccionan
la Ley

172. Cuarto discurso de la Montaña: el juramento, la oración, el ayuno. El anciano Ismael y Sara

173. Quinto discurso de la Montaña: el uso de las riquezas; la limosna; la confianza en Dios.

174. Sexto discurso de la Montaña: la elección entre el Bien y el Mal; el adulterio; el divorcio. La llegada importuna de
María de Magdala.

175. El leproso curado al pie del Monte. Generosidad
del escriba Juan

176. Durante el descanso sabático, el último discurso
de la Montaña:
amar la voluntad de Dios

177. La curación del siervo
del centurión

178. Tres hombres que quieren seguir a Jesús

179. La parábola del sembrador. En Corazín con el nuevo
discípulo Elías

180. Controversia en la cocina de Pedro en Betsaida. Explicación de la parábola del sembrador. La noticia de la segunda captura de Juan el Bautista

181. La parábola del trigo
y la cizaña

182. Palabras a algunos pastores
con el huerfanito Zacarías

183. La curación de un hombre herido en casa de
María de Magdala

184. El pequeño Benjamín de Magdala y dos parábolas sobre
el Reino de los Cielos

185. La tempestad calmada.
Una lección sobre
sus preliminares

186. Los dos endemoniados de la región de los Gerasenos

187. Hacia Jerusalén
para la Pascua.
De Tariquea al monte Tabor

188. La gruta de la maga y el encuentro con Félix, llamado luego Juan

189. En Naím. Resurrección del hijo de una viuda

190. La llegada a la llanura de Esdrelón durante la puesta
del sol del viernes

191. El sábado en Esdrelón.
El pequeño Yabés.
Parábola del rico Epulón

192. Una predicción a Santiago de Alfeo. La Regada a Engannim tras un alto en Meguido

193. Llegada a Siquem tras dos días de camino

194. La revelación al pequeño Yabés durante el camino de Siquem a Berot

195. Una lección de Juan de Endor a Judas Iscariote.
Llegada a Jerusalén

196. El sábado en Getsemaní. Jesús habla de su Madre y de los amores de distintas potencias

197. En el Templo con José de Arimatea. La hora del incienso

198. El encuentro con la Madre en Betania. Yabés cambia su nombre por el de Margziam

199. Donde los leprosos de Siloán y Ben Hinnom. Pedro obtiene a Margziam
por medio de María

200. Coloquio de Áglae
con el Salvador

201. El examen de la mayoría
de edad de Margzia

202. Judas Iscariote es reprendido. Llegada de los campesinos de Jocanán

203. El Padrenuestro

204. La fe y el alma explicadas a los paganos con la parábola
de los templos

205. La parábola del hijo pródigo

206. Con dos parábolas sobre el Reino de los Cielos, termina la permanencia en Betania

207. En la gruta de
Belén la Madre evoca
el nacimiento de Jesús

208. María Santísima ve de nuevo al pastor Elías y con Jesús va a Betsur donde Elisa

209. La fecundidad del dolor, en el discurso de Jesús junto a la casa de Elisa en Betsur

210. Las inquietudes de Judas Iscariote durante el camino
hacia Hebrón

211. Regreso a Hebrón, patria del Bautista

212. Una ola de amor a Jesús, que en Yuttá habla desde
la casita de Isaac

213. En Keriot una profecía de Jesús y el comienzo de la predicación apostólica

214. La madre de Judas abre su corazón a María Stma., que ha llegado a Keriot

215. El posadero de Bet Yinna
y su hija lunática

216. Las infidelidades de los discípulos en la parábola
del diente de león

217. Las espigas arrancadas
un sábado

218. La llegada a Ascalón,
ciudad filistea

219. Los distintos frutos de la predicación de los apóstoles en la ciudad de Ascalón

220. Los idólatras de Magdalgad y la curación milagrosa
de la parturienta

221. Los prejuicios de los apóstoles respecto a los paganos y la parábola del hijo deforme

222. Un secreto del apóstol Juan

223. Una caravana nupcial se libra del asalto de bandidos después de un discurso de Jesús

224. En el apóstol Juan actúa el Amor. Llegada a Béter

225. El paralítico de la piscina de Betseida y la disputa sobre las obras del Hijo de Dios

226. Un signo bueno por parte de María de Magdala. Muerte del anciano Ismael

227. Un episodio incompleto

228. Margziam confiado
a Porfiria

229. Discurso a los habitantes de Betsaida sobre el gesto de caridad de Simón Pedro

230. Curación de la hemorroisa y resurrección de la hija de Jairo

231. En Cafarnaúm, Jesús y Marta hablan de la crisis que atormenta a María de Magdala

232. Curación de dos ciegos y de un mudo endemoniado

233. La parábola de la oveja perdida. María de Magdala también la oye

234. Comentario de tres episodios sobre la conversión de María de Magdala

235. Marta ha recibido de su hermana María la certidumbre de la conversión

236. La cena en casa de Simón el fariseo y la absolución
a María de Magdala

237. La petición de obreros para la mies, y la parábola del tesoro escondido en el campo. Marta todavía teme por su
hermana María

238. Llegada de María Stma. con María de Magdala a Cafarnaúm en medio de una tempestad

239. La parábola de los peces, la parábola de la perla, y del tesoro de las enseñanzas viejas y nuevas

240. En Betsaida, en la casa de Simón, con Porfiria y Margziam, el cual enseña a la Magdalena la oración de Jesús

241. Vocación de la hija de Felipe. Llegada a Magdala y parábola de la dracma perdida

242. Jesús habla sobre la Verdad al romano Crispo, el único que lo escucha de Tiberíades

243. En Caná en la casa de Susana. Las expresiones, los gestos y la voz de Jesús. Debate de los apóstoles acerca de las posesiones diabólicas

244. Juan repite un discurso de Jesús sobre la Creación y sobre los pueblos que esperan la Luz

245. Una acusación de los nazarenos a Jesús, rechazada con la parábola del
leproso curado

246. Un apólogo para los habitantes de Nazaret, los cuales permanecen incrédulos

247. María Stma. instruye a la Magdalena en orden
a la oración mental

248. En Belén de Galilea. Juicio ante un homicidio y parábola de los bosques petrificados

249. María Stma. instruye a Judas Iscariote sobre el deber preeminente de la
fidelidad a Dios

250. A los discípulos que han venido con Isaac: la parábola del lodo transformado en llama. Juan de Endor es alma víctima

251. A los pescadores siro-fenicios: la parábola del minero perseverante. Hermasteo
de Ascalón

252. El regreso de Tiro. Milagros. Parábola de la vid y el olmo

253. María Santísima devela a María de Alfeo el sentido de la maternidad espiritualizada.
La Magdalena debe
forjarse sufriendo

254. El encuentro con Síntica, esclava griega y la llegada a Cesárea Marítima

255. Despedida de las hermanas Marta y María, que parten con Síntica. Una lección
a Judas Iscariote

256. Parábola sobre la virtud de la esperanza, que sujeta la fe
y la caridad

257. Retiro de Jesús y Santiago de Alfeo en el monte Carmelo

258. Jesús revela a Santiago de Alfeo cuál será su misión
de apóstol

259. Lección sobre la Iglesia y los Sacramentos a Santiago de Alfeo, que obra un milagro

260. Dos parábolas de Pedro para los campesinos
de la llanura de Esdrelón

261. Exhortación a los campesinos de Doras,
que ahora lo son de Jocanán

262. Una hija no querida y el papel de la mujer redimida.
El Iscariote solicita
la ayuda de María

263. Curación del hombre del brazo atrofiado

264. Una jornada de Judas Iscariote en Nazaret

265. Instrucciones a los doce apóstoles al comienzo
de su ministerio

266. Los discípulos del Bautista quieren verificar que Jesús es el Mesías. Testimonio sobre el Precursor e invectiva contra las ciudades impenitentes

267. Jesús, carpintero en Corazín

268. Lección sobre la caridad con la parábola de los titos. El yugo de Jesús es ligero

269. La disputa con escribas y fariseos en Cafarnaúm. Llegada de la Madre y de los hermanos

270. Jesús recibe la noticia de que han matado a
Juan el Bautista

271. Salida para Tariquea con los apóstoles, que han regresado a Cafarnaúm

272. Reencarnación y vida eterna en el diálogo con un escriba

273. La primera multiplicación
de los panes

274. Jesús camina sobre las aguas. Su prontitud en socorrer
a quien le invoca

275. Cuatro nuevos discípulos. Jesús habla sobre las obras de misericordia corporal y espiritual

276. El hombre avaro y la parábola del rico necio. Las inquietudes y la vigilancia
en los siervos de Dios

277. En Magdala, en los jardines de María. El amor y la corrección entre hermanos

278. El perdón y la parábola del siervo inicuo. La misión confiada a setenta y dos discípulos

279. Encuentro con Lázaro en el campo de los Galileos

280. El regreso de los setenta y dos. Profecía sobre
los místicos futuros

281. En el Templo durante la fiesta de los Tabernáculos. Las condiciones para seguir a Jesús. La parábola de los talentos y la parábola del buen samaritano

282. La delación al Sanedrín respecto a Hermasteo,
Juan de Endor y Síntica

283. Síntica habla de su encuentro con la Verdad

284. La casita donada por Salomón. Cuatro apóstoles
se quedarán en Judea

285. Lázaro ofrece un refugio para Juan de Endor y Síntica. Viaje feliz hacia Jericó
sin Judas Iscariote

286. En Ramot con el mercader Alejandro Misax. Lección a Síntica sobre el recuerdo
de las almas

287. De Ramot a Gerasa con la caravana del mercader

288. Palabras a los habitantes de Gerasa y alabanza de una mujer a la Madre de Jesús

289. AEl sábado a Gerasa. Asueto de Margziam. La pregunta de Síntica sobre la salvación
de los paganos

290. El hombre de los ojos ulcerosos. El alto en la "fuente del Camellero". Más sobre el recuerdo de las almas

291. Margziam descubre por qué Jesús ora todos los días
a la hora nona

292. Insidia de escribas y fariseos en Bosrá

293. Palabras de Jesús y milagros en Bosrá, después de la irrupción de dos fariseos. El don de la fe a Alejandro Misax

294. La rica dádiva del mercader. Adiós a la Madre
y a las discípulas

295. Palabras y milagros en Arbela, ya evangelizada por Felipe de Jacob

296. Llegada a Aera bajo la lluvia. Curación de los enfermos que allí esperan

297. Con el sermón de Aera termina el segundo
gran viaje apostólico

298. La ayuda prestada a los huerfanitos María y Matías y las enseñanzas que de ella
se deducen

299. A Juana de Cusa le son confiados, para su tutela, los huerfanitos María y Matías

300. Con escribas y fariseos en casa del resucitado de Naím

301. ola de las frentes destronadas y explicación de la parábola sobre lo no puro

302. En Magdala, antes de mandar a todos a sus respectivas familias para las Encenias

303. Jesús donde su Madre
en Nazaret

304. Con Juan de Endor, Síntica y Margziam. María es Madre
y Maestra

305. Jesús consuela a Margziam con la parábola de los pajarillos

306. También Simón Zelote está en Nazaret. Lección sobre los daños del ocio

307. Controversia en la casa de Nazaret acerca de las culpas de los nazarenos. Lección sobre la tendencia al pecado a pesar de la Redención

308. Curación del hijo de Simón de Alfeo. Margziam es el primero de los niños discípulos

309. Sacrificio de Margziam por la curación de una niña. Enmienda de Simón de Alfeo

310. Con Pedro, en Nazaret, Jesús organiza la partida
de Juan de Endor y Síntica

311. La renuncia de Margziam es ocasión de una lección sobre los sacrificios hechos por amor

312. Jesús comunica a Juan de Endor la decisión de enviarle a Antioquía. Final del segundo año

 

169- Primer discurso de la Montaña: la misión de los apóstoles y de los discípulos


Jesús va solo, a paso rápido, por un camino principal, hacia un monte.
Este monte se alza a uno de los lados del camino, que va del lago hacia el oeste; del lago lo separa un poco de terreno llano. Empieza con una suave y baja elevación que se prolonga por mucho espacio (una meseta, desde la que se ve todo el lago, con la ciudad de Tiberíades hacia el Sur, y las otras, menos hermosas, que suben hacia el norte); después el monte se eleva con pendiente más bien pronunciada, hasta un pico, y luego desciende para volver a elevarse hasta otro pico semejante, formando una curiosa figura de silla de montar.

Jesús emprende la subida al rellano por una senda para mulas todavía bastante aceptable. Llega a un pueblecito cuyos habitantes se dedican a la explotación agrícola de esta meseta. Empiezan ya a brotar espigas de trigo. Cruza el pueblo. Sigue por campos y prados llenos de flores y frufrú de cereales. El día está sereno y muestra todas las bellezas de la naturaleza de los alrededores.

Siguiendo más allá del otero al que se dirige Jesús, está -al norte -la cima imponente del Hermón, la verde llanura del lago Merón -que desde aquí no se ve -y luego otros montes orientados hacia el lado noroccidental del lago de Tiberíades, y, al otro lado del lago, más montes -suavizados sus perfiles por la lejanía -y delicadas llanuras. Hacia el sur, al otro lado del camino principal, las colinas que creo que ocultan a Nazaret. Cuanto más se sube, más se extiende la vista. No veo lo que hay al oeste, porque el monte hace de pared.

Al primero que encuentra Jesús es al apóstol Felipe, que parece estar de guardia en ese sitio.

-¿Cómo, Maestro? ¿Tú aquí? Te esperábamos en el camino. Estoy esperando a los compañeros, que han ido a buscar leche donde los pastores que están por estas cimas. Abajo, en el camino, están Simón y Judas de Simón, y con ellos Isaac y...

 

-¡Ah, ahí vienen! ¡Venid! ¡Venid! ¡Está aquí el Maestro!
Los apóstoles, que bajan con frascos y cantimploras, se echan a correr; los más jóvenes, naturalmente, llegan antes. Su acogida al Maestro es conmovedora. Ya reunidos, todos quieren hablar, contar cosas. Jesús sonríe.
 
-¡Te esperábamos en el camino!
-¡Pensábamos que hoy tampoco venías!
-Hay mucha gente, ¿sabes?
-Nos turbaba mucho el hecho de que hubiera escribas, y hasta discípulos de Gamaliel...

-¡Claro, Señor, es que nos has dejado justo en el momento más inoportuno! No he tenido nunca tanto miedo como ahí. ¡No me vuelvas a gastar una broma como ésta!

Pedro se queja. Jesús sonríe y pregunta:
-Pero, ¿os ha pasado algo malo?

-¡No! ¡No! Es más... ¡Oh, Maestro mío!, ¿no sabes que ha hablado Juan?... Parecía como si hablaras Tú en él. Yo... nosotros estábamos asombrados... ¡Este muchacho, que hace no más de un año de lo único que era capaz era de echar la red!...

Pedro manifiesta todavía admiración y tira enérgicamente hacia sí al risueño Juan, que guarda silencio, y le da unos meneos afectuosos.
-Mirad. Juzgad si os parece posible que este niño haya dicho con esta boca risueña esas palabras. ¡Parecía Salomón!

-También Simón ha hablado bien, mi Señor; se ha comportado exactamente como "cabeza"» dice Juan.
-¡Claro! ¡Me ha cogido y me ha puesto allí! ¡En fin!... Dicen que he hablado bien. Será así. No lo sé, porque, entre el asombro por las palabras de Juan y el miedo a hablar en medio de tanta gente y a hacerte quedar mal, estaba aturdido...
-¿A mí? Tú eras el que hablabas. Habrías quedado mal tú, Simón -dice Jesús para pincharle.
-¡Por mí...! De mí no me importaba nada. Lo que no quería era que se mofasen de ti, considerándote estúpido por haber elegido como apóstol a un tarado mental.
Jesús se ilumina de alegría por la humildad y el amor de Pedro, pero lo único que pregunta es:
-¿Y los demás?

-También Simón Zelote ha hablado bien; pero bueno, es lógico en él. ¡Éste ha sido la sorpresa! La verdad es que, desde que hemos estado en oración, este muchacho parece tener continuamente el alma en el Cielo.
-¡Es cierto! ¡Es cierto!
Todos confirman las palabras de Pedro. Y luego siguen hablando de las cosas que han sucedido.

-¿Sabes? Entre los discípulos, ahora hay dos que, según Judas de Simón, son muy importantes. Judas está actuando mucho. ¡Claro, conoce a mucha gente importante, y además sabe tratar a estas personas! Y le gusta hablar... Habla bien. No obstante, la gente prefiere escuchar a Simón, a tus hermanos y, sobre todo, a este muchacho. Ayer me dijo un hombre: "Habla bien ese joven -se refería a Judas -pero prefiero escucharte a ti". ¡Pobre hombre, mira que preferir escucharme a mí, que no sé decir más que cuatro palabras!... Pero... ¿cómo es que has venido hasta aquí?; el lugar de la cita era el camino. Hemos estado allí.

-Porque sabía que os encontraría aquí. Ahora escuchadme. Bajad y decid a los otros que vengan; también a los discípulos ya conocidos. La gente no, que no vengo hoy, que quiero hablaros sólo a vosotros.

-Es mejor entonces dejar pasar un rato, esperar a que caiga la tarde, porque cuando empieza a declinar el sol la gente comienza a distribuirse por los caseríos cercanos, para volver al día siguiente por la mañana a esperarte. Si no... ¿quién va a ser capaz de contenerlos?

-De acuerdo, hacedlo así. Os espero allá, en lo alto de aquella cima. Las noches son ya suaves y podemos dormir al raso.

-Donde quieras, Maestro, con tal de que estés con nosotros.

Los discípulos se ponen en camino. Jesús reanuda la subida del monte hasta la cima (la misma de la visión del año pasado respecto al final del discurso de la Montaña y respecto al primer encuentro con la Magdalena). El panorama, que empieza a encenderse a causa del principio del ocaso, se hace más amplio todavía.

Jesús se sienta en una voluminosa piedra y se recoge en estado de meditación. Así permanece hasta que el ruido de los pasos provenientes del sendero le avisa de que los apóstoles están ya de regreso. Declina la tarde. No obstante, a la altura en que están, todavía el sol resiste, extrayendo perfume de todo hilo de hierba y de toda florecilla. Muguetes silvestres emanan intenso perfume, mientras los altos tallos de los narcisos agitan sus estrellas y sus capullos como para atraer el rocío.

Jesús se pone en pie y los recibe con su saludo:
-La paz sea con vosotros.

Son muchos los discípulos que han subido con los apóstoles; Isaac los capitanea, con esa sonrisa suya de asceta en su rostro enjuto. Se arremolinan todos en torno a Jesús, que ahora está saludando en particular a Judas Iscariote y a Simón Zelote.

-He querido reuniros a todos conmigo para estar unas horas sólo con vosotros, para hablaros sólo a vosotros. Tengo algo que deciros para prepararos más a vuestra misión. Comamos. Luego hablaremos; durante el sueño el alma seguirá saboreando la doctrina.

Tras consumir la parca cena, se disponen en círculo alrededor de Jesús, que está sentado en una piedra grande. Son, aproximadamente, un centenar -quizás más -entre discípulos y apóstoles: una corona de rostros atentos iluminados fantasmagóricamente por la llama de dos fuegos.

Jesús habla despacio, gesticulando sereno; su rostro, destacándose de su vestidura azul oscura, y bajo el rayo de la Luna nueva -pequeña coma de luna en el cielo, filo de luz que acaricia al Dueño del Cielo y de la tierra -que cae justo donde está Él, parece más blanco.

-He querido que vinierais aquí, aparte, porque sois mis amigos. Os he llamado después de la primera prueba de los doce, para ampliar el círculo de mis discípulos operantes, y también para oír de vuestros labios las primeras reacciones ante el hecho de que os dirijan estos continuadores míos que os he designado. Sé que todo ha ido bien. Yo sostenía, con la oración, las almas de los apóstoles, que han salido del retiro con una fuerza nueva en la mente y en el corazón una fuerza que no proviene de industria humana sino del completo abandono en Dios.

Los que más han dado son los que más se han olvidado de sí, que es cosa ardua. El hombre está hecho de recuerdos.

Los recuerdos del propio yo son los que tienen más voz. Hay que distinguir dos yoes. Existe el yo espiritual dado por el alma que se acuerda de Dios y de su origen divino, y existe también el yo inferior de la carne que se acuerda de esas mil exigencias que todo lo abrazan de sí misma y de las pasiones y que -puesto que son tantas voces como para formar un coro -se imponen, si el espíritu no está bien firme, a la voz solitaria del espíritu que recuerda su nobleza de hijo de Dios. Es por ello por lo que -excepto en este recuerdo santo, que habría que estimular cada vez más y mantener vivo y fuerte -, para ser perfectos como discípulos, hay que saber olvidarse de uno mismo, en todos los recuerdos, las exigencias, las pávidas reflexiones del yo humano.

En esta primera prueba, los que, de los doce, han dado más han sido los que más se han olvidado (no sólo de su pasado, sino también de los límites de su personalidad); han sido los que se han olvidado de lo que eran y se han fundido con Dios de tal forma que nada temían.

¿A qué eran debidas las reservas de algunos? Pues a que se han acordado de sus escrúpulos, consideraciones y prevenciones habituales. ¿Por qué el laconismo de otros?: pues porque se han acordado de su falta de preparación doctrinal y han tenido miedo a quedar mal o hacerme quedar mal a mí. ¿Por qué las vistosas exhibiciones de otros?: porque se han acordado de sus soberbias habituales, de sus deseos de que los miren y los aplaudan, de sobresalir, de ser "algo". Finalmente, por el contrario, ¿por qué la improvisa manifestación en otros de una oratoria rabínica segura, persuasiva, triunfal?: porque éstos, y sólo éstos -así como también aquellos que hasta ese momento se han comportado con humildad y han tratado de pasar inadvertidos y que, llegado el momento, han sabido, al instante, asumir la dignidad de primado que se les había conferido y que nunca habían querido ejercitar por temor a presumir demasiado -, éstos han sabido acordarse de Dios. Las primeras tres categorías se han acordado del yo inferior; la otra (la cuarta), del yo superior, y no han tenido miedo. Sentían a Dios con ellos, a Dios en ellos, y no han tenido miedo: ¡Santa osadía que viene del hecho de estar con Dios!

Escuchad entonces, apóstoles y discípulos: vosotros, apóstoles, ya habéis oído estos conceptos, pero ahora los entenderéis con mayor profundidad; vosotros, discípulos, no los habéis oído todavía, o habéis oído sólo alguna parte, y necesitáis que se os graben en el corazón. Voy a hacer cada vez más uso de vosotros, dado que continuamente se va agrandando el rebaño de Cristo; el mundo os va a agredir cada vez más, pues aumenta el número de lobos contra mí, el Pastor, y contra mi rebaño... Pues bien, quiero armar vuestras manos para que podáis defender mi Doctrina y mi rebaño. Lo que es suficiente para el rebaño no lo es para vosotros, pequeños pastores. Si a las ovejas les es lícito cometer errores, comiendo hierbas que amargan la sangre o enloquecen el deseo, no es lícito que vosotros cometáis los mismos errores, llevando a muchas ovejas a la perdición; pues debéis pensar que donde hay un pastor ídolo perecen las ovejas, o por efecto de sustancias venenosas o por la agresión de los lobos.

Vosotros sois la sal de la tierra y la luz del mundo. Mas, si no respondierais a vuestra misión, os convertiríais en sal insípida e inútil; ya nada podría devolveros el sabor, pues ni siquiera Dios os lo habría podido dar, puesto que, habiéndola recibido como don vosotros la habríais desalado, introduciéndola en las insípidas y sucias aguas de la humanidad, dulcificándola con el dulzor corrompido de la sensualidad, mezclando con la pura sal de Dios un cúmulo de detritos de soberbia, avaricia, gula, lujuria, ira, pereza (de manera que viene a resultar que hay un grano de sal por cada siete veces siete granos de cada uno de los vicios). Vuestra sal, entonces, no sería sino una mezcla de arenas (entre las cuales se habría perdido el pobre grano de sal solo), de arenas que rechinarían en los dientes, dejando en la boca sabor a tierra y haciendo el alimento repugnante y detestable. Ya ni siquiera serviría para otros usos inferiores, porque un saber empapado en los siete vicios dañaría incluso a las misiones humanas. Pues bien, en ese caso, la sal no serviría sino para diseminarla por el suelo y que la pisaran los indiferentes pies del pueblo.

¡Cuántos, cuántos del pueblo podrán por este motivo pisotear a los hombres de Dios! Y todo porque éstos, que habían sido llamados, permitirán al pueblo pisotearlos sin ninguna consideración. En efecto, en ese caso, no serían ya sustancia de la que se echa mano para obtener sabor de cosas selectas, celestes, sino que serían únicamente, eso, detritos.

Vosotros sois la luz del mundo; sois como esta cima, que ha sido la última en perder el sol y es la primera en platearse de luna. Cuando uno está en un lugar elevado, destaca, y se le ve, porque hasta el ojo más distraído se detiene alguna vez a mirar a los lugares altos (yo diría que el ojo físico -considerado comúnmente espejo del alma -refleja el anhelo de ésta, ese anhelo que muchas veces pasa desapercibido pero que permanece siempre vivo, con sólo que el hombre no se haya convertido en un demonio; ese anhelo de lo alto, donde la instintiva razón coloca al Altísimo; y, buscando el Cielo, levanta, alguna vez al menos en la vida, la mirada hacia lo alto).

Por favor, traed a vuestra memoria lo que todos, desde nuestra niñez, hacemos al entrar en Jerusalén. ¿Hacia dónde se dirigen, ágiles, nuestros ojos? Hacia el monte Moria, coronado por el triunfo de mármol y oro del Templo.

¿Y una vez dentro del recinto sagrado?... Miramos a las preciosas cúpulas que resplandecen heridas por el sol. ¡Cuán bello es este astro esparcido por los atrios, pórticos y claustros del recinto del Templo! Sin embargo, el ojo corre hacia las cúpulas. Evocad también, os lo ruego, los momentos en que vamos de camino: ¿hacia dónde se dirige nuestra mirada, como queriendo olvidarnos de lo largo del recorrido, de su monotonía, cansancio, calor o barro?: se dirige hacia las cimas, aunque sean pequeñas o estén lejos. ¡Cuánto nos consuela su vista, si vamos por una llanura rasa y uniforme! ¿Encontramos barro en nuestro camino?; allí, esplendor. ¿Aquí, aire sofocante?; allí, frescura. ¿Aquí, límite a nuestra vista?; allí, amplitud.

Por el simple hecho de mirar a las cimas, ya nos parece menos caluroso el día, menos cenagoso el barro, menos tristes nuestros pasos. Si, además, resplandece una ciudad en la cúspide del monte, entonces no hay ojos que no se detengan a admirarla. Podemos decir que incluso construcciones de poca importancia ganan en belleza si están, casi como suspendidas en el aire, en la cima de una montaña. Por esta razón, no sólo en la verdadera sino también en las falsas religiones, siempre que ha sido posible, se han edificado los templos en lugares altos, y, si no había colinas o montes, se han construido, a fuerza de brazos, sobre bases de piedra realzadas. ¿Por qué esto? Porque se quiere que el templo sea visto, para, viéndolo, mover el pensamiento hacia Dios.

Os he comparado a una luz. El que enciende de noche una lámpara en una casa, ¿dónde la pone?: ¿en el agujero de debajo del horno?, ¿en la cueva que usa como bodega?, ¿cerrada dentro de un arquibanco?, ¿única y simplemente, sofocada bajo el celemín? No, porque sería inútil encenderla. Por el contrario, la lámpara se coloca sobre una repisa, o se cuelga en su soporte para que, estando en un punto alto, dé luz a toda la habitación y a los que en ella están. Ahora bien, precisamente por el hecho de que lo que ocupa un lugar elevado debe recordar a Dios y dar luz, tiene que estar a la altura de su función.

Vosotros debéis recordar al Dios verdadero. Preocupaos, pues, de que no anide en vosotros el septipartito paganismo, porque, de ser así, vendríais a ser lugares elevados profanos, con sagrados bosquecillos dedicados a un dios, y arrastraríais en vuestro paganismo a los que os mirasen como a templos de Dios. Debéis ser portadores de la luz de Dios; ahora bien, una mecha sucia, o no embebida de aceite, produce humo y no da luz, emana mal olor y no ilumina. Una luz celada tras un cuarzo sucio no crea ese primoroso resplandor, ese juego de reflejos en el brillante mineral, sino que languidece tras el velo de negro humo que hace opaca a la diamantina protección.

La luz de Dios resplandece donde la voluntad se muestra solícita en limpiar a diario, quitando las escorias que el mismo trabajo produce, con sus contactos, reacciones y desilusiones. La luz de Dios resplandece donde la mecha está empapada de abundante líquido de oración y caridad.

La luz de Dios se multiplica en infinitos resplandores -como infinitas son las perfecciones de Dios, cada una de las cuales suscita en el santo una virtud ejercitada heroicamente -si el siervo de Dios conserva limpio del negro hollín de toda humeante mala pasión el cuarzo invulnerable de su alma; cuarzo invulnerable, invulnerable! (La voz de Jesús truena en este final, retumbando en el anfiteatro natural).

Sólo Dios tiene el derecho y el poder de incidir trazos sobre ese cristal, de escribir en él su santísimo Nombre con el diamante de su voluntad; viniendo su Nombre, así, a ser ornamento determinante de una más viva refracción de sobrenaturales bellezas sobre el cuarzo purísimo. Mas si el necio siervo del Señor, perdiendo el control de sí mismo y distrayéndose de su misión -entera y únicamente sobrenatural --, se deja incidir falsas decoraciones rayones, no incisiones -, misteriosas y satánicas claves grabadas por la zarpa de fuego de Satanás... entonces no, entonces la admirable lámpara deja de resplandecer con hermosura y permanente integridad; se raja y se rompe y sofoca la llama con los restos del cristal fragmentado; o, si no se raja, queda en ella, al menos, una intricada red de signos de inequivocable naturaleza en los cuales el hollín se deposita y se introduce, ejerciendo acción corrosiva.

¡Desdichados, tres veces desdichados esos pastores que pierden la caridad, que se niegan a subir, día tras día, para conducir a zonas elevadas al rebaño que, para subir, espera a que emprendan su ascesis: yo descargaré mi mano sobre ellos, los derrocaré de su puesto y apagaré del todo su humo!

¡Desdichados, tres veces desdichados esos maestros que repudian la Sabiduría para saturarse de una ciencia no pocas veces contraria, siempre soberbia, alguna vez satánica; porque los hace hombres'. Pensad -escuchad esto y conservadlo -que si los hombres tienen como destino hacerse como Dios (con la santificación, que hace del hombre un hijo de Dios), el maestro, el sacerdote, debería tener ya desde este mundo sólo el aspecto de hijo de Dios, de criatura resuelta toda en alma y perfección; debería tener, digo, para llevar a Dios a sus discípulos. ¡Anatema a los maestros de sobrenatural doctrina que se transforman en ídolos de humano saber!

¡Desdichados, siete veces desdichados, mis sacerdotes muertos al espíritu, aquellos que con su insipidez, con su tibieza de carne medio muerta, con su sueño lleno de alucinaciones de todo lo que no es el Dios uno y trino, y de cálculos de todo lo que no es el sobrehumano deseo de aumentar las riquezas de los corazones y de Dios, conducen una vida mezquina, humana, abúlica, arrastrando hacia sus aguas muertas a quienes, considerándolos "vida", los siguen! ¡Maldición divina sobre los corruptores de mi pequeño, amado rebaño! Os pediré justificación, ¡oh incumplidores siervos del Señor!, de todo el tiempo que habéis tenido, de cada una de las horas, de cada contingencia, de todas las consecuencias; a vosotros os la pediré, no a los que perecen por vuestra indolencia... y exigiré castigo.

Recordad estas palabras. Ahora marchaos. Yo voy a subir hasta la cima. Dormid si queréis. Mañana el Pastor abrirá para el rebaño los pastos de la Verdad.


   


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