Friday April 26,2024
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EL EVANGELIO
COMO ME HA SIDO REVELADO


El Evangelio como me ha sido revelado

Autor: María Valtorta

« PARTE 3 de 7 »

SEGUNDO AÑO DE LA
VIDA PUBLICA DE JESUS

Partes: [ 1 ] [ 2 ] [ 3 ]
[ 4 ] [ 5 ] [ 6 ] [ 7 ]



141. Yendo hacia Arimatea con los discípulos y con
José de Emaús

142. Con los doce hacia Samaria

143. La samaritana Fotinai

144. Los samaritanos invitan a Jesús a Sicar

145. El primer día en Sicar

146. El segundo día en Sicar. Jesús se despide de los samaritanos

147. Curación de una mujer de Sicar y conversión de Fotinai

148. Jesús visita a Juan el Bautista en las cercanías de Enón

149. La visita a Juan el Bautista, motivo de instrucción
a los apóstoles

150. Jesús en Nazaret, en casa de su Madre. Ella deberá
seguir a su Hijo

151. En Caná en casa de Susana, que se hará discípula.
El oficial del rey

152. María Salomé es recibida como discípula

153. Las mujeres allegadas a los discípulos al servicio de Jesús

154. Jesús en Cesárea Marítima habla a los galeotes.
Las fatigas del apostolado

155. Curación de la niña romana en Cesárea

156. Analía, la primera de las vírgenes consagradas

157. Instrucciones a las discípulas en Nazaret

158. En el lago de Genesaret
con Juana de Cusa.

159. Discurso en Guerguesa. La respuesta sobre el ayuno a los discípulos de Juan el Bautista.

160. Encuentro con Gamaliel en el camino de Neftalí a Yiscala

161. Curación del nieto del fariseo Elí de Cafarnaúm

162. Las conversiones humanas del fariseo Elí
y de Simón de Alfeo

163. Comiendo en casa del fariseo Elí de Cafarnaúm

164. El retiro en el monte para la elección de los Apóstoles

165. Elección de los doce Apóstoles

166. Los milagros después de la elección apostólica. Simón el Zelote y Juan predican por primera vez

167. Jesús concurre con las romanas en el jardín
de Juana de Cusa

168. Aglae en casa de María,
en Nazaret

169. Primer discurso de la Montaña: la misión de los apóstoles y de los discípulos

170. Segundo discurso de la Montaña: el don de la Gracia; las bienaventuranzas

171. Tercer discurso de la Montaña: los consejos evangélicos que perfeccionan
la Ley

172. Cuarto discurso de la Montaña: el juramento, la oración, el ayuno. El anciano Ismael y Sara

173. Quinto discurso de la Montaña: el uso de las riquezas; la limosna; la confianza en Dios.

174. Sexto discurso de la Montaña: la elección entre el Bien y el Mal; el adulterio; el divorcio. La llegada importuna de
María de Magdala.

175. El leproso curado al pie del Monte. Generosidad
del escriba Juan

176. Durante el descanso sabático, el último discurso
de la Montaña:
amar la voluntad de Dios

177. La curación del siervo
del centurión

178. Tres hombres que quieren seguir a Jesús

179. La parábola del sembrador. En Corazín con el nuevo
discípulo Elías

180. Controversia en la cocina de Pedro en Betsaida. Explicación de la parábola del sembrador. La noticia de la segunda captura de Juan el Bautista

181. La parábola del trigo
y la cizaña

182. Palabras a algunos pastores
con el huerfanito Zacarías

183. La curación de un hombre herido en casa de
María de Magdala

184. El pequeño Benjamín de Magdala y dos parábolas sobre
el Reino de los Cielos

185. La tempestad calmada.
Una lección sobre
sus preliminares

186. Los dos endemoniados de la región de los Gerasenos

187. Hacia Jerusalén
para la Pascua.
De Tariquea al monte Tabor

188. La gruta de la maga y el encuentro con Félix, llamado luego Juan

189. En Naím. Resurrección del hijo de una viuda

190. La llegada a la llanura de Esdrelón durante la puesta
del sol del viernes

191. El sábado en Esdrelón.
El pequeño Yabés.
Parábola del rico Epulón

192. Una predicción a Santiago de Alfeo. La Regada a Engannim tras un alto en Meguido

193. Llegada a Siquem tras dos días de camino

194. La revelación al pequeño Yabés durante el camino de Siquem a Berot

195. Una lección de Juan de Endor a Judas Iscariote.
Llegada a Jerusalén

196. El sábado en Getsemaní. Jesús habla de su Madre y de los amores de distintas potencias

197. En el Templo con José de Arimatea. La hora del incienso

198. El encuentro con la Madre en Betania. Yabés cambia su nombre por el de Margziam

199. Donde los leprosos de Siloán y Ben Hinnom. Pedro obtiene a Margziam
por medio de María

200. Coloquio de Áglae
con el Salvador

201. El examen de la mayoría
de edad de Margzia

202. Judas Iscariote es reprendido. Llegada de los campesinos de Jocanán

203. El Padrenuestro

204. La fe y el alma explicadas a los paganos con la parábola
de los templos

205. La parábola del hijo pródigo

206. Con dos parábolas sobre el Reino de los Cielos, termina la permanencia en Betania

207. En la gruta de
Belén la Madre evoca
el nacimiento de Jesús

208. María Santísima ve de nuevo al pastor Elías y con Jesús va a Betsur donde Elisa

209. La fecundidad del dolor, en el discurso de Jesús junto a la casa de Elisa en Betsur

210. Las inquietudes de Judas Iscariote durante el camino
hacia Hebrón

211. Regreso a Hebrón, patria del Bautista

212. Una ola de amor a Jesús, que en Yuttá habla desde
la casita de Isaac

213. En Keriot una profecía de Jesús y el comienzo de la predicación apostólica

214. La madre de Judas abre su corazón a María Stma., que ha llegado a Keriot

215. El posadero de Bet Yinna
y su hija lunática

216. Las infidelidades de los discípulos en la parábola
del diente de león

217. Las espigas arrancadas
un sábado

218. La llegada a Ascalón,
ciudad filistea

219. Los distintos frutos de la predicación de los apóstoles en la ciudad de Ascalón

220. Los idólatras de Magdalgad y la curación milagrosa
de la parturienta

221. Los prejuicios de los apóstoles respecto a los paganos y la parábola del hijo deforme

222. Un secreto del apóstol Juan

223. Una caravana nupcial se libra del asalto de bandidos después de un discurso de Jesús

224. En el apóstol Juan actúa el Amor. Llegada a Béter

225. El paralítico de la piscina de Betseida y la disputa sobre las obras del Hijo de Dios

226. Un signo bueno por parte de María de Magdala. Muerte del anciano Ismael

227. Un episodio incompleto

228. Margziam confiado
a Porfiria

229. Discurso a los habitantes de Betsaida sobre el gesto de caridad de Simón Pedro

230. Curación de la hemorroisa y resurrección de la hija de Jairo

231. En Cafarnaúm, Jesús y Marta hablan de la crisis que atormenta a María de Magdala

232. Curación de dos ciegos y de un mudo endemoniado

233. La parábola de la oveja perdida. María de Magdala también la oye

234. Comentario de tres episodios sobre la conversión de María de Magdala

235. Marta ha recibido de su hermana María la certidumbre de la conversión

236. La cena en casa de Simón el fariseo y la absolución
a María de Magdala

237. La petición de obreros para la mies, y la parábola del tesoro escondido en el campo. Marta todavía teme por su
hermana María

238. Llegada de María Stma. con María de Magdala a Cafarnaúm en medio de una tempestad

239. La parábola de los peces, la parábola de la perla, y del tesoro de las enseñanzas viejas y nuevas

240. En Betsaida, en la casa de Simón, con Porfiria y Margziam, el cual enseña a la Magdalena la oración de Jesús

241. Vocación de la hija de Felipe. Llegada a Magdala y parábola de la dracma perdida

242. Jesús habla sobre la Verdad al romano Crispo, el único que lo escucha de Tiberíades

243. En Caná en la casa de Susana. Las expresiones, los gestos y la voz de Jesús. Debate de los apóstoles acerca de las posesiones diabólicas

244. Juan repite un discurso de Jesús sobre la Creación y sobre los pueblos que esperan la Luz

245. Una acusación de los nazarenos a Jesús, rechazada con la parábola del
leproso curado

246. Un apólogo para los habitantes de Nazaret, los cuales permanecen incrédulos

247. María Stma. instruye a la Magdalena en orden
a la oración mental

248. En Belén de Galilea. Juicio ante un homicidio y parábola de los bosques petrificados

249. María Stma. instruye a Judas Iscariote sobre el deber preeminente de la
fidelidad a Dios

250. A los discípulos que han venido con Isaac: la parábola del lodo transformado en llama. Juan de Endor es alma víctima

251. A los pescadores siro-fenicios: la parábola del minero perseverante. Hermasteo
de Ascalón

252. El regreso de Tiro. Milagros. Parábola de la vid y el olmo

253. María Santísima devela a María de Alfeo el sentido de la maternidad espiritualizada.
La Magdalena debe
forjarse sufriendo

254. El encuentro con Síntica, esclava griega y la llegada a Cesárea Marítima

255. Despedida de las hermanas Marta y María, que parten con Síntica. Una lección
a Judas Iscariote

256. Parábola sobre la virtud de la esperanza, que sujeta la fe
y la caridad

257. Retiro de Jesús y Santiago de Alfeo en el monte Carmelo

258. Jesús revela a Santiago de Alfeo cuál será su misión
de apóstol

259. Lección sobre la Iglesia y los Sacramentos a Santiago de Alfeo, que obra un milagro

260. Dos parábolas de Pedro para los campesinos
de la llanura de Esdrelón

261. Exhortación a los campesinos de Doras,
que ahora lo son de Jocanán

262. Una hija no querida y el papel de la mujer redimida.
El Iscariote solicita
la ayuda de María

263. Curación del hombre del brazo atrofiado

264. Una jornada de Judas Iscariote en Nazaret

265. Instrucciones a los doce apóstoles al comienzo
de su ministerio

266. Los discípulos del Bautista quieren verificar que Jesús es el Mesías. Testimonio sobre el Precursor e invectiva contra las ciudades impenitentes

267. Jesús, carpintero en Corazín

268. Lección sobre la caridad con la parábola de los titos. El yugo de Jesús es ligero

269. La disputa con escribas y fariseos en Cafarnaúm. Llegada de la Madre y de los hermanos

270. Jesús recibe la noticia de que han matado a
Juan el Bautista

271. Salida para Tariquea con los apóstoles, que han regresado a Cafarnaúm

272. Reencarnación y vida eterna en el diálogo con un escriba

273. La primera multiplicación
de los panes

274. Jesús camina sobre las aguas. Su prontitud en socorrer
a quien le invoca

275. Cuatro nuevos discípulos. Jesús habla sobre las obras de misericordia corporal y espiritual

276. El hombre avaro y la parábola del rico necio. Las inquietudes y la vigilancia
en los siervos de Dios

277. En Magdala, en los jardines de María. El amor y la corrección entre hermanos

278. El perdón y la parábola del siervo inicuo. La misión confiada a setenta y dos discípulos

279. Encuentro con Lázaro en el campo de los Galileos

280. El regreso de los setenta y dos. Profecía sobre
los místicos futuros

281. En el Templo durante la fiesta de los Tabernáculos. Las condiciones para seguir a Jesús. La parábola de los talentos y la parábola del buen samaritano

282. La delación al Sanedrín respecto a Hermasteo,
Juan de Endor y Síntica

283. Síntica habla de su encuentro con la Verdad

284. La casita donada por Salomón. Cuatro apóstoles
se quedarán en Judea

285. Lázaro ofrece un refugio para Juan de Endor y Síntica. Viaje feliz hacia Jericó
sin Judas Iscariote

286. En Ramot con el mercader Alejandro Misax. Lección a Síntica sobre el recuerdo
de las almas

287. De Ramot a Gerasa con la caravana del mercader

288. Palabras a los habitantes de Gerasa y alabanza de una mujer a la Madre de Jesús

289. AEl sábado a Gerasa. Asueto de Margziam. La pregunta de Síntica sobre la salvación
de los paganos

290. El hombre de los ojos ulcerosos. El alto en la "fuente del Camellero". Más sobre el recuerdo de las almas

291. Margziam descubre por qué Jesús ora todos los días
a la hora nona

292. Insidia de escribas y fariseos en Bosrá

293. Palabras de Jesús y milagros en Bosrá, después de la irrupción de dos fariseos. El don de la fe a Alejandro Misax

294. La rica dádiva del mercader. Adiós a la Madre
y a las discípulas

295. Palabras y milagros en Arbela, ya evangelizada por Felipe de Jacob

296. Llegada a Aera bajo la lluvia. Curación de los enfermos que allí esperan

297. Con el sermón de Aera termina el segundo
gran viaje apostólico

298. La ayuda prestada a los huerfanitos María y Matías y las enseñanzas que de ella
se deducen

299. A Juana de Cusa le son confiados, para su tutela, los huerfanitos María y Matías

300. Con escribas y fariseos en casa del resucitado de Naím

301. ola de las frentes destronadas y explicación de la parábola sobre lo no puro

302. En Magdala, antes de mandar a todos a sus respectivas familias para las Encenias

303. Jesús donde su Madre
en Nazaret

304. Con Juan de Endor, Síntica y Margziam. María es Madre
y Maestra

305. Jesús consuela a Margziam con la parábola de los pajarillos

306. También Simón Zelote está en Nazaret. Lección sobre los daños del ocio

307. Controversia en la casa de Nazaret acerca de las culpas de los nazarenos. Lección sobre la tendencia al pecado a pesar de la Redención

308. Curación del hijo de Simón de Alfeo. Margziam es el primero de los niños discípulos

309. Sacrificio de Margziam por la curación de una niña. Enmienda de Simón de Alfeo

310. Con Pedro, en Nazaret, Jesús organiza la partida
de Juan de Endor y Síntica

311. La renuncia de Margziam es ocasión de una lección sobre los sacrificios hechos por amor

312. Jesús comunica a Juan de Endor la decisión de enviarle a Antioquía. Final del segundo año

 

295- Palabras y milagros en Arbela,
ya evangelizada por Felipe de Jacob


Con la primera persona a la que se dirigen, preguntándole por Felipe de Jacob, se dan cuenta de lo mucho que ha trabajado el joven discípulo.

La persona consultada, una viejecita llena de arrugas, que con fatiga transporta un cántaro lleno de agua, mirando fijamente con sus ojitos hundidos por la edad al hermoso rostro de Juan -que le ha hecho la pregunta sonriendo y precediéndola con un «La paz sea contigo» tan dulce que la anciana ha quedado conquistada-dice:

-¿Eres el Mesías?
-No. Soy su apóstol. Él viene allí.
La anciana deja en el suelo su cántaro y dirige sus pasos, renqueando, al punto indicado; cuando llega, se arrodilla ante Jesús.

Juan, que está con Simón frente al cántaro, que casi se ha volcado, derramándose la mitad de su contenido, sonríe mientras dice a su compañero:

-Creo que es mejor que tomemos este cántaro y vayamos donde la anciana.

Toma el cántaro y se encamina, mientras Si-añade:
-Nos servirá para beber, que todos tenemos sed.
En llegando donde la viejecita -la cual, no sabiendo exactamente qué decir, repite una y otra vez:

«¡Bonito, santo Hijo de la Madre más santa!», arrodillada, bebiéndose con sus ojos la figura de Jesús, quien, a su vez, le sonríe, repitiendo también: «Levántate, madre. ¡Pero mujer, levántate!»-, en llegando, Juan le dice:
-Hemos cogido tu cántaro, que casi se había volcado. Hay poca agua. Pero, si nos lo permites, bebemos esta agua y luego te lo llenamos.

-Sí, hijos, sí. Lo que siento es tener solamente agua para vosotros. Leche, como cuando alimentaba a mi Judas, querría tener en mi pecho, para daros lo más dulce que hay en la tierra: la leche de una madre; vino querría tener, del más selecto, para daros fuerzas... Pero Mariana de Eliseo es vieja y pobre...

-Tu agua, madre, es para mí vino y leche, porque la ofreces con amor -responde Jesús, y bebe, Él el primero, del cántaro que Juan le ha acercado. Luego beben los demás.

La anciana se ha levantado por fin, y ahora los mira como miraría al Paraíso; pero, al ver que han bebido todos y ahora van a tirar el agua que queda y ya hacen ademán de ir a la fuente que gorgotea en el fondo de la calle, la anciana se interpone defendiendo el cántaro y dice:

-No, no. Esta agua de la que ha bebido Él es más santa que el agua lustral. La conservaré con esmero para que me purifiquen con ella cuando muera.
Y, aferrando su cántaro, dice:

-Me lo llevo a casa. Tengo otros. Ya llenaré ésos. Antes ven, Santo, que te enseño la casa de Felipe -y va dando trotecillos, ligera, encorvada toda, todo risueños su rostro rugoso y sus ojillos, avivados por la alegría; va dando trotecillos teniendo cogido el borde del manto de Jesús con sus dedos, como temiendo que se le pueda escapar, y defiende su cántaro de las insistencias de los apóstoles; que quisieran que no llevase ese peso; va dando trotecillos, sí, dichosa, mirando la calle y las casas de Arbela (desierta la primera, cerradas éstas, en el atardecer) con la mirada de un conquistador feliz de su victoria.

Por fin, al pasar de esta calle secundaria a otra más céntrica, en que hay gente que se apresura a llegar a casa -y la gente la observa con asombro, señalándosela unos a otros y preguntándole-, ella espera a que se forme alrededor un corro de gente y grita:

-¡Tengo conmigo al Mesías de Felipe! Corred a decirlo por todas partes; primero a la casa de Jacob. Que estén preparados para glorificar al Santo.

Grita hasta desgañitarse. Sabe hacerse obedecer. Le ha llegado, pobre ancianita lugareña, sola y desconocida, la hora de mandar. Y ve a toda una ciudad revolucionada por su imperativo.

Jesús, mucho más alto que ella, le sonríe cuando, de vez en cuando, ella lo mira; y le pone una mano en su cabeza senil, con una caricia de hijo que la hace desmayarse de felicidad.

La casa de Jacob está en una calle céntrica. Abierta de par en par e iluminada, muestra tras el portal una larga entrada, en que hay movimiento de gente con lámparas, personas que, en cuanto Jesús aparece en la calle, corre afuera jubilosa: el joven discípulo Felipe, luego su madre y su padre, parientes, domésticos y amigos.
Jesús se detiene y responde con majestuosidad al reverente saludo de Jacob, luego se agacha hacia la madre de Felipe ­la cual, de rodillas, lo está venerando-y la hace ponerse de pie, la bendice y le dice:

-Sé siempre feliz por tu fe.
Luego saluda al discípulo y al otro que ha venido con él.
La anciana Mariana, a pesar de todo, no suelta el borde del manto, ni su puesto al lado de Jesús, hasta que están ya para poner pie en el atrio. Entonces gime:
-¡Una bendición para que yo sea feliz! Ahora Tú estarás aquí... yo voy a mi pobre casa y... ¡todo lo bonito se acabó!

¡Cuánta nostalgia en esa voz senil!
Jacob, al que su mujer le ha hablado en voz baja, dice:
-No, Mariana de Eliseo. Quédate tú también en mi casa, como si fueras una discípula. Quédate el tiempo que el Maestro esté con nosotros, y sé feliz así.

-Dios te bendiga, hombre. Tú comprendes la caridad.
-Maestro... Ella te ha traído a mi casa. Tú me has concedido gracia y caridad. No hago sino restituir, y, en todo caso, míseramente, lo mucho que de ti y de ella he recibido. Entra. Entrad. Quisiera que encontrarais acogedora mi casa.

La multitud, afuera, en la calle, los ve entrar y grita:
-¿Y nosotros? Queremos oír su palabra.
Jesús se vuelve:

-Es ya de noche. Estáis cansados. Preparad vuestra alma con un santo descanso. Mañana oiréis la Voz de Dios. Por ahora, os acompañen la paz y la bendición.

Y el portal se cierra, cubriendo con ello la felicidad de esta casa. Santiago de Zebedeo, mientras se purifican del viaje, hace esta observación al Señor:

-Quizás hubiera sido mejor hablar inmediatamente y partir al alba. Los fariseos están en la ciudad. Me lo ha dicho Felipe. Te van a crear conflictos.

-Los que habrían tenido conflictos con ellos están lejos. Los problemas que me puedan causar no tienen importancia. El amor anulará...

Es la mañana del día siguiente... La salida, alegre, entre los familiares de Felipe y los apóstoles. La ancianita va detrás. La cita con los de Arbela, que esperan pacientemente. El camino hacia la plaza principal, donde Jesús empieza a hablar.

Se lee en el capítulo octavo del segundo de Esdras esto que ahora os repito aquí: "Llegado el séptimo mes..." (Jesús me dice: "No escribas más. Repito íntegramente las palabras del libro"). (Las palabras del libro son las de Nehemías 8, porque el primero y el segundo libro de Esdras reciben, respectivamente, en los nuevos títulos de los libros de la Biblia, los nombres de libro de Esdras y libro de Nehemías)

¿Cuándo vuelve a su patria un pueblo? Cuando regresa a las tierras de sus padres. Yo vengo a conduciros de nuevo a las tierras del Padre vuestro, al Reino del Padre. Puedo hacerlo porque para hacer esto he sido enviado. Vengo, por tanto, a llevaros al Reino de Dios. Es, pues, justo equipararos con los que con Zorobabel regresaron a Jerusalén, la ciudad del Señor; y es justo hacer con vosotros como hiciera Esdras, el escriba, con el pueblo recogido de nuevo dentro de los muros sagrados. Porque, reconstruir una ciudad, dedicándola al Señor, y no reconstruir las almas, cada una semejante a una pequeña ciudad de Dios, es necedad sin igual.

¿Cómo reconstruir estas pequeñas ciudades espirituales, por muchas razones derruidas? ¿Qué materiales se habrán de usar para hacerlas sólidas, hermosas, duraderas? Los materiales están en los preceptos del Señor. Los diez mandamientos. Vosotros los sabéis porque Felipe, hijo vuestro y discípulo mío, os los ha recordado. Los dos santos de  entre los preceptos santos, “Ama a Dios con todo tu ser, ama al prójimo como a ti mismo", son el compendio de la Ley. Y estos preceptos predico Yo,porque con ellos segura es la conquista del Reino de Dios. En el amor, uno encuentra la fuerza de conservarse santo o de venir a serlo, la fuerza del perdón, la fuerza de las virtudes heroicas: todo lo encuentra en el amor.

No es el miedo lo que salva. El miedo al juicio de Dios, a las sanciones de los hombres, a las enfermedades. El miedo nunca es constructivo; antes bien, agita, disgrega, desencaja, quebranta. El miedo lleva a la desesperación; lleva sólo a la astucia para ocultar las malas acciones; lleva sólo a temer, cuando ya el temor es inútil porque el mal ya está en nosotros. ¿Quién se preocupa, mientras está sano, de ser prudente, por piedad hacia su cuerpo? Nadie.

Pero en cuanto el primer escalofrío de fiebre culebrea por las venas, o una mancha hace pensar en enfermedades impuras, en ese momento, viene el miedo, como tormento que se agrega a la enfermedad, como fuerza disgregadora en un cuerpo al que ya la enfermedad disgrega.

(Nota.-_on respecto a lo que dice Jesús ͞No es el miedo lo que salva. El miedo al juicio de Dios͟, hay que entender sus palabras en el contexto de todo el mensaje evangélico. Digo esto porque alguno puede pensar que es malo predicar la existencia del Infierno y sus sufrimientos para conseguir la salvación de las almas, lo que no es exacto, ya que Jesús habla hasta catorce veces del Infierno a lo largo del Evangelio, ¿por qué? Porque también hay que tener en cuenta, a la hora de salvar nuestras almas, la existencia del Infierno con sus horrores, donde podemos ir, si no cumplimos los Mandamientos.

Cuando la tentación se muestra cercana, palpable, sensual, a veces se apaga el amor de Dios y entonces, solo el conocer la posibilidad de poder condenarnos en un Infierno horrible y eterno, hace al alma entrar en sí y da marcha atrás, y no peca. Por eso la Virgen en Fátima se apareció a los tres pastorcillos y les hizo ver el Infierno.

La Beata Jacinta decía luego que la visión del Infierno y sus horrores, la motivó a ser Santa, cosa que consiguió. Hoy no se habla del Infierno, es tabú hacerlo, y así vemos los resultados: la impiedad, el ateísmo y la condenación de muchos es palpable, porque, quitado todo temor, el alma se lanza a todos los vicios, contando, presuntuosamente, con la bondad de Dios y su misericordia, olvidando su Justicia/Metido así hasta el cuello en el vicio, el alma pierde la fe en Dios y, al final, se condena.

Santa Teresa de Jesús dice que a Dios se va con dos alas: el amor y el temor. La Iglesia Católica considera el perdón de los pecados por dos caminos: por amor, o contrición, y atrición, o temor a condenarse, también válido este último arrepentimiento para salvarse, aunque el de contrición sea más perfecto, algo que nadie dudar: cumplir los Mandamientos por amor a Dios es el ideal supremo, pero cumplir los Mandamientos por el temor a condenarse, aunque inferior, también es válido. ¿Es bueno, entonces hablar del Infierno?

Sí, y muy necesario en nuestros días, porque hay muchos, que ante el temor de condenarse, se salvarían, algo que ahora, como hemos mencionado antes, no ocurre perdiéndose lamentablemente las almas por esta desidia del clero actual progresista/En estas palabras, pues, de Jesús, lo que Él insiste y nos quiere decir es que cumplir los Mandamientos por amor a Dios es mucho más perfecto que por el temor, pero no descarta, no rechaza, el cumplimiento de los Mandamientos por temor a condenarse, como se comprueba a lo largo de todo el contexto evangélico y bíblico)


El amor, por el contrario, construye. El amor edifica, da solidez, mantiene la cohesión, preserva. El amor porta esperanza en Dios; aleja de las malas acciones; conduce a la prudencia hacia el propio cuerpo, que no es el centro del universo (como lo creen y lo hacen los egoístas, los falsos amantes de sí mismos, porque aman sólo una parte, la menos noble, con perjuicio de la parte inmortal y santa), pero que, en todo caso, debe ser conservado sano, hasta que Dios no decida lo contrario, para ser útiles a nosotros mismos, a la familia, a la propia ciudad, a la nación toda.

Es inevitable que vengan las enfermedades, y no se puede decir que toda enfermedad sea prueba de vicio o castigo. Existen enfermedades santas, enviadas por el Señor a sus justos, para que en el mundo, que de sí mismo hace el todo y el medio del gozo, haya santos como rehenes de guerra para salvación de los demás, los cuales pagan personalmente para expiar con su sufrimiento la dosis de culpa que el mundo diariamente acumula y que acabaría cayendo sobre la Humanidad, sepultándola bajo su maldición.

¿Recordáis al anciano Moisés orando mientras Josué combatía en nombre del Señor? Tenéis que pensar que quien sufre con santidad presenta la mayor batalla al más feroz guerrero que habita en el mundo, celado bajo apariencias de hombres y pueblos, a Satanás, el Torturador, el Origen de todo mal; y combate por todos los demás hombres. ¡Mas, cuánta diferencia entre estas santas enfermedades que Dios manda y las enviadas por el vicio a causa de un pecaminoso amor por la carnalidad!: las primeras son pruebas de la voluntad benéfica de Dios; las segundas, pruebas de la corrupción satánica.

Así pues, es necesario amar para alcanzar la santidad, porque el amor crea, preserva, santifica.

Yo también, anunciándoos esta verdad, os digo, como Nehemías y Esdras: "Este día está consagrado al Señor Dios nuestro. No guardéis luto, no lloréis". Porque todo luto cesa cuando se vive el día del Señor. La muerte suspende su aspereza, pues de la pérdida de un hijo, del marido, de un padre o una madre o un hermano, se transforma en una separación transitoria y limitada: transitoria, porque con nuestra muerte cesa; limitada, porque se limita al cuerpo, a lo sensible. El alma nada pierde con la muerte del familiar perecido. Es más, de las dos partes, ahora una sola está limitada en su libertad, la nuestra, que todavía permanecemos con el alma encerrada en la carne; la otra parte, la que ha pasado a la segunda vida, goza de la libertad y del poder de velar por nosotros y de obtener para nosotros mucho más que cuando nos amaba en la cárcel de su cuerpo.

Os digo, como Nehemías y Esdras: "Id a comer pingües carnes y a beber dulce vino, y enviad raciones a quienes no tienen, porque es día consagrado al Señor, y en este día ninguno debe sufrir. No os entristezcáis, porque el gozo del Señor, que está entre vosotros, es la fuerza de quien recibe la gracia del Señor altísimo en su ciudad y en su corazón".

Ya no podéis celebrar los Tabernáculos. Su tiempo ha pasado. Alzad, eso sí, tabernáculos espirituales en vuestros corazones. Subid al monte, es decir, ascended hacia la Perfección. Coged ramas de olivo, mirto, palma, encina, hisopo, de los más bellos árboles. Ramas de las virtudes: paz, pureza, heroísmo, mortificación, fortaleza, esperanza, justicia... todas, todas las virtudes. Adornad vuestro espíritu celebrando la fiesta del Señor. Sus Tabernáculos os esperan. Los suyos. Tabernáculos hermosos, santos, eternos, abiertos a todos aquellos que viven en el Señor. Y, conmigo, hoy, proponeos hacer penitencia del pasado, proponeos empezar una vida nueva.

No tengáis miedo del Señor. Os llama porque os ama. No temáis. Sois sus hijos como cualquiera de Israel. También para vosotros ha hecho la Creación y el Cielo, y suscitó a Abraham y a Moisés, abrió el mar, creó la nube que guiaba, bajó del Cielo para dar la Ley, abrió las nubes para que soltaran el maná, hizo fecundas a las rocas para que dieran agua. Y ahora, ¡sí!, ahora también para vosotros envía el vivo Pan del Cielo para vuestra hambre, la verdadera Vid y la Fuente de la Vida eterna para vuestra sed. Y, por mi boca, os dice: "Entrad. Tomad posesión de la Tierra que Yo, alzando mi mano, os entrego". Mi Tierra espiritual: el Reino de los Cielos».

La multitud intercambia palabras entusiastas.
Luego... los enfermos. Muchos. Jesús los manda colocarse en dos filas. Mientras se lleva esto a cabo, pregunta a Felipe de Arbela:

-¿Por qué no los has curado tú?
-Para que tengan lo que yo tuve: la curación por medio de ti.

Jesús pasa bendiciendo, uno a uno, a los enfermos, y se repite el mismo prodigio de ciegos que recuperan la vista, sordos que oyen, mudos que hablan, tullidos que se enderezan, fiebres y estados de debilidad que desaparecen.
Las curaciones han quedado concluidas. Al final, después del último enfermo, están los dos fariseos que habían ido a Bosrá y otros dos.

-Paz a ti, Maestro. ¿A nosotros no nos dices nada?

-He hablado para todos.

-Pero nosotros no tenemos necesidad de esas palabras. Somos los santos de Israel.

-A vosotros, que sois maestros, os digo: comentad entre vosotros el capítulo que sigue, el noveno del segundo de Esdras, (El noveno capítulo del segundo libro de Esdras corresponde a Nehemías 9, según la aclaración de la nota precedente) recordando cuántas veces Dios ha tenido misericordia con vosotros hasta el presente; y, dándoos golpes de pecho, repetid, como si fuera una oración, la conclusión del capítulo.

-Bien has dicho, bien has dicho, Maestro. ¿Y tus discípulos lo hacen?
-Sí, es lo primero que exijo.
-¿Todos? ¿Incluso los homicidas que hay en tus filas?

-¿Os hiede el olor de la sangre?

-Es voz que clama al Cielo.

-Pues entonces no imitéis nunca a quienes la derraman.

-¡No somos asesinos!

Jesús clava en ellos sus ojos taladrándolos con su mirada.

No se atreven a decir nada durante un rato. Pero se ponen en la cola del grupo que vuelve a la casa de Felipe, el cual se siente obligado a invitarlos a entrar y a participar en el banquete.

-¡Con mucho gusto, con mucho gusto! Así estaremos más tiempo con el Maestro -dicen haciendo enormes reverencias.
Pero una vez dentro de la casa parecen sabuesos... Miran, ojean, hacen preguntas astutas a la servidumbre, incluso a la viejecita, que me parece atraída por Jesús como el hierro por el imán. Pero ella responde enseguida:

-Ayer he visto sólo a éstos. Vosotros soñáis. Los he acompañado hasta aquí, y el único Juan era ese muchacho rubio y bueno como un ángel.

Los fariseos fulminan a la abuelita con un improperio y se vuelven hacia otra parte.

Pero uno de la servidumbre, sin responderles directamente a ellos, se inclina hacia Jesús, que habla, sentado, con el dueño de la casa, y le pregunta:

-¿Dónde está Juan de Endor? Este señor lo busca.
El fariseo fulmina al hombre y le signa con el apelativo de «necio».

Pero Jesús ya está al corriente de sus intenciones y hay que arreglar las cosas de alguna manera, así que el fariseo dice:

-Era para congratularnos con este prodigio de tu doctrina, Maestro, y honrarte a ti a través del convertido.
-Juan está lejos ya para siempre y cada vez estará más lejos.

-¿Ha vuelto a caer en el pecado?
-No. Está ascendiendo al Cielo. Imitadlo y en la otra vida lo encontraréis.

Los cuatro no saben qué más decir y, prudentemente, hablan de otras cosas.

Los domésticos anuncian que están preparadas las mesas.

Todos pasan a la sala del banquete.

   


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