Thursday April 18,2024
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EL EVANGELIO
COMO ME HA SIDO REVELADO


El Evangelio como me ha sido revelado

Autor: María Valtorta

« PARTE 3 de 7 »

SEGUNDO AÑO DE LA
VIDA PUBLICA DE JESUS

Partes: [ 1 ] [ 2 ] [ 3 ]
[ 4 ] [ 5 ] [ 6 ] [ 7 ]



141. Yendo hacia Arimatea con los discípulos y con
José de Emaús

142. Con los doce hacia Samaria

143. La samaritana Fotinai

144. Los samaritanos invitan a Jesús a Sicar

145. El primer día en Sicar

146. El segundo día en Sicar. Jesús se despide de los samaritanos

147. Curación de una mujer de Sicar y conversión de Fotinai

148. Jesús visita a Juan el Bautista en las cercanías de Enón

149. La visita a Juan el Bautista, motivo de instrucción
a los apóstoles

150. Jesús en Nazaret, en casa de su Madre. Ella deberá
seguir a su Hijo

151. En Caná en casa de Susana, que se hará discípula.
El oficial del rey

152. María Salomé es recibida como discípula

153. Las mujeres allegadas a los discípulos al servicio de Jesús

154. Jesús en Cesárea Marítima habla a los galeotes.
Las fatigas del apostolado

155. Curación de la niña romana en Cesárea

156. Analía, la primera de las vírgenes consagradas

157. Instrucciones a las discípulas en Nazaret

158. En el lago de Genesaret
con Juana de Cusa.

159. Discurso en Guerguesa. La respuesta sobre el ayuno a los discípulos de Juan el Bautista.

160. Encuentro con Gamaliel en el camino de Neftalí a Yiscala

161. Curación del nieto del fariseo Elí de Cafarnaúm

162. Las conversiones humanas del fariseo Elí
y de Simón de Alfeo

163. Comiendo en casa del fariseo Elí de Cafarnaúm

164. El retiro en el monte para la elección de los Apóstoles

165. Elección de los doce Apóstoles

166. Los milagros después de la elección apostólica. Simón el Zelote y Juan predican por primera vez

167. Jesús concurre con las romanas en el jardín
de Juana de Cusa

168. Aglae en casa de María,
en Nazaret

169. Primer discurso de la Montaña: la misión de los apóstoles y de los discípulos

170. Segundo discurso de la Montaña: el don de la Gracia; las bienaventuranzas

171. Tercer discurso de la Montaña: los consejos evangélicos que perfeccionan
la Ley

172. Cuarto discurso de la Montaña: el juramento, la oración, el ayuno. El anciano Ismael y Sara

173. Quinto discurso de la Montaña: el uso de las riquezas; la limosna; la confianza en Dios.

174. Sexto discurso de la Montaña: la elección entre el Bien y el Mal; el adulterio; el divorcio. La llegada importuna de
María de Magdala.

175. El leproso curado al pie del Monte. Generosidad
del escriba Juan

176. Durante el descanso sabático, el último discurso
de la Montaña:
amar la voluntad de Dios

177. La curación del siervo
del centurión

178. Tres hombres que quieren seguir a Jesús

179. La parábola del sembrador. En Corazín con el nuevo
discípulo Elías

180. Controversia en la cocina de Pedro en Betsaida. Explicación de la parábola del sembrador. La noticia de la segunda captura de Juan el Bautista

181. La parábola del trigo
y la cizaña

182. Palabras a algunos pastores
con el huerfanito Zacarías

183. La curación de un hombre herido en casa de
María de Magdala

184. El pequeño Benjamín de Magdala y dos parábolas sobre
el Reino de los Cielos

185. La tempestad calmada.
Una lección sobre
sus preliminares

186. Los dos endemoniados de la región de los Gerasenos

187. Hacia Jerusalén
para la Pascua.
De Tariquea al monte Tabor

188. La gruta de la maga y el encuentro con Félix, llamado luego Juan

189. En Naím. Resurrección del hijo de una viuda

190. La llegada a la llanura de Esdrelón durante la puesta
del sol del viernes

191. El sábado en Esdrelón.
El pequeño Yabés.
Parábola del rico Epulón

192. Una predicción a Santiago de Alfeo. La Regada a Engannim tras un alto en Meguido

193. Llegada a Siquem tras dos días de camino

194. La revelación al pequeño Yabés durante el camino de Siquem a Berot

195. Una lección de Juan de Endor a Judas Iscariote.
Llegada a Jerusalén

196. El sábado en Getsemaní. Jesús habla de su Madre y de los amores de distintas potencias

197. En el Templo con José de Arimatea. La hora del incienso

198. El encuentro con la Madre en Betania. Yabés cambia su nombre por el de Margziam

199. Donde los leprosos de Siloán y Ben Hinnom. Pedro obtiene a Margziam
por medio de María

200. Coloquio de Áglae
con el Salvador

201. El examen de la mayoría
de edad de Margzia

202. Judas Iscariote es reprendido. Llegada de los campesinos de Jocanán

203. El Padrenuestro

204. La fe y el alma explicadas a los paganos con la parábola
de los templos

205. La parábola del hijo pródigo

206. Con dos parábolas sobre el Reino de los Cielos, termina la permanencia en Betania

207. En la gruta de
Belén la Madre evoca
el nacimiento de Jesús

208. María Santísima ve de nuevo al pastor Elías y con Jesús va a Betsur donde Elisa

209. La fecundidad del dolor, en el discurso de Jesús junto a la casa de Elisa en Betsur

210. Las inquietudes de Judas Iscariote durante el camino
hacia Hebrón

211. Regreso a Hebrón, patria del Bautista

212. Una ola de amor a Jesús, que en Yuttá habla desde
la casita de Isaac

213. En Keriot una profecía de Jesús y el comienzo de la predicación apostólica

214. La madre de Judas abre su corazón a María Stma., que ha llegado a Keriot

215. El posadero de Bet Yinna
y su hija lunática

216. Las infidelidades de los discípulos en la parábola
del diente de león

217. Las espigas arrancadas
un sábado

218. La llegada a Ascalón,
ciudad filistea

219. Los distintos frutos de la predicación de los apóstoles en la ciudad de Ascalón

220. Los idólatras de Magdalgad y la curación milagrosa
de la parturienta

221. Los prejuicios de los apóstoles respecto a los paganos y la parábola del hijo deforme

222. Un secreto del apóstol Juan

223. Una caravana nupcial se libra del asalto de bandidos después de un discurso de Jesús

224. En el apóstol Juan actúa el Amor. Llegada a Béter

225. El paralítico de la piscina de Betseida y la disputa sobre las obras del Hijo de Dios

226. Un signo bueno por parte de María de Magdala. Muerte del anciano Ismael

227. Un episodio incompleto

228. Margziam confiado
a Porfiria

229. Discurso a los habitantes de Betsaida sobre el gesto de caridad de Simón Pedro

230. Curación de la hemorroisa y resurrección de la hija de Jairo

231. En Cafarnaúm, Jesús y Marta hablan de la crisis que atormenta a María de Magdala

232. Curación de dos ciegos y de un mudo endemoniado

233. La parábola de la oveja perdida. María de Magdala también la oye

234. Comentario de tres episodios sobre la conversión de María de Magdala

235. Marta ha recibido de su hermana María la certidumbre de la conversión

236. La cena en casa de Simón el fariseo y la absolución
a María de Magdala

237. La petición de obreros para la mies, y la parábola del tesoro escondido en el campo. Marta todavía teme por su
hermana María

238. Llegada de María Stma. con María de Magdala a Cafarnaúm en medio de una tempestad

239. La parábola de los peces, la parábola de la perla, y del tesoro de las enseñanzas viejas y nuevas

240. En Betsaida, en la casa de Simón, con Porfiria y Margziam, el cual enseña a la Magdalena la oración de Jesús

241. Vocación de la hija de Felipe. Llegada a Magdala y parábola de la dracma perdida

242. Jesús habla sobre la Verdad al romano Crispo, el único que lo escucha de Tiberíades

243. En Caná en la casa de Susana. Las expresiones, los gestos y la voz de Jesús. Debate de los apóstoles acerca de las posesiones diabólicas

244. Juan repite un discurso de Jesús sobre la Creación y sobre los pueblos que esperan la Luz

245. Una acusación de los nazarenos a Jesús, rechazada con la parábola del
leproso curado

246. Un apólogo para los habitantes de Nazaret, los cuales permanecen incrédulos

247. María Stma. instruye a la Magdalena en orden
a la oración mental

248. En Belén de Galilea. Juicio ante un homicidio y parábola de los bosques petrificados

249. María Stma. instruye a Judas Iscariote sobre el deber preeminente de la
fidelidad a Dios

250. A los discípulos que han venido con Isaac: la parábola del lodo transformado en llama. Juan de Endor es alma víctima

251. A los pescadores siro-fenicios: la parábola del minero perseverante. Hermasteo
de Ascalón

252. El regreso de Tiro. Milagros. Parábola de la vid y el olmo

253. María Santísima devela a María de Alfeo el sentido de la maternidad espiritualizada.
La Magdalena debe
forjarse sufriendo

254. El encuentro con Síntica, esclava griega y la llegada a Cesárea Marítima

255. Despedida de las hermanas Marta y María, que parten con Síntica. Una lección
a Judas Iscariote

256. Parábola sobre la virtud de la esperanza, que sujeta la fe
y la caridad

257. Retiro de Jesús y Santiago de Alfeo en el monte Carmelo

258. Jesús revela a Santiago de Alfeo cuál será su misión
de apóstol

259. Lección sobre la Iglesia y los Sacramentos a Santiago de Alfeo, que obra un milagro

260. Dos parábolas de Pedro para los campesinos
de la llanura de Esdrelón

261. Exhortación a los campesinos de Doras,
que ahora lo son de Jocanán

262. Una hija no querida y el papel de la mujer redimida.
El Iscariote solicita
la ayuda de María

263. Curación del hombre del brazo atrofiado

264. Una jornada de Judas Iscariote en Nazaret

265. Instrucciones a los doce apóstoles al comienzo
de su ministerio

266. Los discípulos del Bautista quieren verificar que Jesús es el Mesías. Testimonio sobre el Precursor e invectiva contra las ciudades impenitentes

267. Jesús, carpintero en Corazín

268. Lección sobre la caridad con la parábola de los titos. El yugo de Jesús es ligero

269. La disputa con escribas y fariseos en Cafarnaúm. Llegada de la Madre y de los hermanos

270. Jesús recibe la noticia de que han matado a
Juan el Bautista

271. Salida para Tariquea con los apóstoles, que han regresado a Cafarnaúm

272. Reencarnación y vida eterna en el diálogo con un escriba

273. La primera multiplicación
de los panes

274. Jesús camina sobre las aguas. Su prontitud en socorrer
a quien le invoca

275. Cuatro nuevos discípulos. Jesús habla sobre las obras de misericordia corporal y espiritual

276. El hombre avaro y la parábola del rico necio. Las inquietudes y la vigilancia
en los siervos de Dios

277. En Magdala, en los jardines de María. El amor y la corrección entre hermanos

278. El perdón y la parábola del siervo inicuo. La misión confiada a setenta y dos discípulos

279. Encuentro con Lázaro en el campo de los Galileos

280. El regreso de los setenta y dos. Profecía sobre
los místicos futuros

281. En el Templo durante la fiesta de los Tabernáculos. Las condiciones para seguir a Jesús. La parábola de los talentos y la parábola del buen samaritano

282. La delación al Sanedrín respecto a Hermasteo,
Juan de Endor y Síntica

283. Síntica habla de su encuentro con la Verdad

284. La casita donada por Salomón. Cuatro apóstoles
se quedarán en Judea

285. Lázaro ofrece un refugio para Juan de Endor y Síntica. Viaje feliz hacia Jericó
sin Judas Iscariote

286. En Ramot con el mercader Alejandro Misax. Lección a Síntica sobre el recuerdo
de las almas

287. De Ramot a Gerasa con la caravana del mercader

288. Palabras a los habitantes de Gerasa y alabanza de una mujer a la Madre de Jesús

289. AEl sábado a Gerasa. Asueto de Margziam. La pregunta de Síntica sobre la salvación
de los paganos

290. El hombre de los ojos ulcerosos. El alto en la "fuente del Camellero". Más sobre el recuerdo de las almas

291. Margziam descubre por qué Jesús ora todos los días
a la hora nona

292. Insidia de escribas y fariseos en Bosrá

293. Palabras de Jesús y milagros en Bosrá, después de la irrupción de dos fariseos. El don de la fe a Alejandro Misax

294. La rica dádiva del mercader. Adiós a la Madre
y a las discípulas

295. Palabras y milagros en Arbela, ya evangelizada por Felipe de Jacob

296. Llegada a Aera bajo la lluvia. Curación de los enfermos que allí esperan

297. Con el sermón de Aera termina el segundo
gran viaje apostólico

298. La ayuda prestada a los huerfanitos María y Matías y las enseñanzas que de ella
se deducen

299. A Juana de Cusa le son confiados, para su tutela, los huerfanitos María y Matías

300. Con escribas y fariseos en casa del resucitado de Naím

301. ola de las frentes destronadas y explicación de la parábola sobre lo no puro

302. En Magdala, antes de mandar a todos a sus respectivas familias para las Encenias

303. Jesús donde su Madre
en Nazaret

304. Con Juan de Endor, Síntica y Margziam. María es Madre
y Maestra

305. Jesús consuela a Margziam con la parábola de los pajarillos

306. También Simón Zelote está en Nazaret. Lección sobre los daños del ocio

307. Controversia en la casa de Nazaret acerca de las culpas de los nazarenos. Lección sobre la tendencia al pecado a pesar de la Redención

308. Curación del hijo de Simón de Alfeo. Margziam es el primero de los niños discípulos

309. Sacrificio de Margziam por la curación de una niña. Enmienda de Simón de Alfeo

310. Con Pedro, en Nazaret, Jesús organiza la partida
de Juan de Endor y Síntica

311. La renuncia de Margziam es ocasión de una lección sobre los sacrificios hechos por amor

312. Jesús comunica a Juan de Endor la decisión de enviarle a Antioquía. Final del segundo año

 

162- Las conversiones humanas del fariseo Elí
y de Simón de Alfeo


Jesús entra en una cocina muy espaciosa. Viene de una huerta que empieza a mostrar su fertilidad en todos los surcos. Las dos Marías ancianas (María Cleofás y María Salomé) están guisando para la cena.

-¡Paz a vosotras!

-¡Oh! Jesús! ¡Maestro!

Las dos mujeres se vuelven y lo saludan: una de ellas tiene en las manos un pez grande al que estaba -abriendo; la otra había descolgado del gancho un caldero lleno de verduras, porque quería ver cómo iba la cocción y todavía lo tiene en la mano. Sus rostros, buenos, ajados, sudorosos de lumbre y trabajo, sonríen de alegría; su contento parece hacerlos más jóvenes y hermosos.

-Dentro de nada está listo, Jesús. ¿Vienes cansado? ¡Tendrás hambre! -le dice su tía María, que usa con Él confidencia familiar y que lo quiere creo que más que a sus propios hijos.

-No más de lo habitual. De todas formas... sí, claro, comeré con gusto esos buenos alimentos que las dos me habéis preparado; como los demás, que ahí llegan.

-Tu Madre está en la habitación de arriba. ¿Sabes una cosa?... Ha venido Simón... ¡Esta noche estoy llena de contento! Bueno..., no, no del todo; ya sabes cuándo estaría contenta del todo.

-Sí, lo sé.
Jesús arrima hacia sí a su tía, la besa en la frente y le dice:   

-Conozco tu deseo y tu envidia no pecaminosa respecto a Salomé. Pero llegará el día en que, como ella, podrás decir: "Todos mis hijos son de Jesús". Ahora subo donde mi Madre.

Sale, y sube la pequeña escalera exterior. Sale a una terraza que cubre una buena mitad del edificio; la otra mitad la constituye una vasta estancia de la que provienen sonoras voces de hombre y, a intervalos, la dulce voz de María, la límpida voz virginal, de doncella, no quebrada por los años, la misma voz que dijo: «He aquí la Sierva de Dios», y que cantaba la canción de cuna a su Niño.
Jesús se acerca sin hacer ruido, sonriendo al oír a su Madre decir: «Mi morada es mi Hijo y no siento pena por faltar de Nazaret; sólo cuando Él está lejos. Pero si está a mi lado... ¡oh, nada me falta! Y no temo por mi casa.

Estáis vosotros...

-¡Mira! ¡Ahí está Jesús! -grita Alfeo de Sara, el cual, estando vuelto hacia la puerta, es el primero que ve a Jesús.

-Sí, aquí estoy. Paz a todos vosotros. ¡Mamá!

Besa a su Madre en la frente. Ella también lo besa. Luego se vuelve hacia los huéspedes que no esperaba ver ahí, y que son: su primo Simón, Alfeo de Sara, el pastor Isaac y aquel José que Jesús había recogido en Emaús después del veredicto del Sanedrín.

-Habíamos ido a Nazaret, y Alfeo nos dijo que había que venir aquí. Hemos venido. Alfeo nos ha querido acompañar, y también Simón» explica Isaac.

-No daba crédito a mis ojos, al ver que venía aquí -dice Alfeo.

-Yo también quería saludarte, estar un poco contigo y con María -concluye Simón.

-Pues Yo también me siento muy contento de estar con vosotros. He hecho bien no quedándome más, como querían los habitantes de Quedec. Había llegado a Quedec yendo de Guerguesa a Merón y desviándome luego hacia la otra parte.
-¿Vienes de allí!

-Sí. He vuelto a visitar los lugares en que ya había estado, e incluso he ido más lejos, hasta Yiscala.

-¡Cuánto camino!

-Pero, ¡cuánto he recogido! ¿Sabes, Isaac, que hemos estado con el rabí Gamaliel, que nos ha acogido con gusto y se ha comportado muy bien con nosotros? También he visto al arquisinagogo de Agua Especiosa. Viene también él. Lo pongo en tus manos. Bueno... y... y he conseguido otros tres discípulos...

Jesús sonríe abiertamente, dichoso.

-¿Quiénes son?

-En Corazín un anciano. Fui su benefactor en una ocasión, y el pobrecillo, que es un verdadero israelita sin recelos, para manifestarme su amor me había preparado ese terreno como labra la tierra un perfecto arador. Otro es un niño de cinco años o poco más, inteligente, gallardo; le había hablado ya también la primera vez que fui a Betsaida, y se acordaba mejor que los mayores. El tercero es un exleproso; lo curé cerca de Corazín, declinada ya la tarde de un día lejano, y luego me despedí de él. Bueno, pues he vuelto a verlo; va anunciándome por los montes de Neftalí, y, como pruebas de sus palabras, alza lo que le ha quedado de sus manos, que están curadas pero sin algunas partes, y muestra sus pies, también curados pero deformes, con los cuales camina mucho. La gente se da cuenta de lo enfermo que estaba por lo que de su cuerpo queda, y cree en sus palabras sazonadas de lágrimas de agradecimiento. Me ha sido fácil hablar allí, porque ya había quien me había dado a conocer, quien había conducido a otros a creer en mí; y he podido hacer muchos milagros. Mucho puede quien cree realmente...

Alfeo asiente en silencio, asiente continuamente con la cabeza. Simón, por su parte, sintiéndose implícitamente reprendido, la baja; Isaac está jubiloso, abiertamente, por la alegría de su Maestro, que ahora se dispone a hablar del milagro obrado poco antes en el pequeñuelo de Elí.

La cena ya está preparada y las mujeres, junto con María, aparejan la mesa en la habitación grande y llevan la comida, para, luego, retirarse abajo. Se quedan sólo los hombres. Jesús ofrece, bendice y distribuye la parte de cada uno.

Pero, en cuanto empiezan a comer, sube Susana y dice:
-Está aquí Elí con algunos siervos y con muchos regalos. Quisiera hablar contigo.

-Voy enseguida; o, mejor, que suba.
Susana sale de la habitación y vuelve al poco rato con el anciano Elí, al que acompañan dos siervos que traen un cesto de grandes dimensiones. Detrás, las mujeres -excepto María Santísima -ojean curiosas.

-Dios sea contigo, benefactor mío -saluda el fariseo.
-Y contigo, Elí. Entra. ¿Qué deseas? ¿Todavía no está bien tu nieto?

No, no, está muy bien! Salta por el huerto como un cabritillo. La cosa es que yo antes estaba tan aturdido, tan desconcertado, que he faltado a mi deber. Quiero mostrarte mi gratitud. Te ruego que aceptes esta nadería que te ofrezco. Un poco de comida para ti y los tuyos. Son productos de mis tierras. Y... quisiera... quisiera tenerte mañana en torno a mi mesa, para darte una vez más las gracias y para rendirte homenaje ante unos amigos.

Maestro, no rehúses aceptar; si no aceptaras, pensaría que no me tienes afecto y que si has curado a Eliseo ha sido sólo por amor a él, no a mí.

-Gracias, pero no era necesario hacer regalos.
-Todos los grandes y doctos los aceptan. Es costumbre.

-Yo también. De todas formas, hay un presente, uno, que acepto con todo gusto; es más, lo busco.

-¿Cuál es?... Dímelo. Si puedo, te lo daré.

-Vuestro corazón. Vuestro pensamiento. Dádmelo. Es para vuestro bien.

-¡Sí, yo te lo consagro, Jesús bendito! ¿Lo puedes poner en duda? Me he comportado... sí... me he comportado injustamente contigo. Pero ahora lo he visto. Supe de la muerte de Doras, que te había ofendido... ¿Por qué sonríes, Maestro?

-Estaba recordando un hecho.

-Pensaba que era desconfianza respecto a lo que estaba diciendo.  

-No, no. Sé que te impresionó la muerte de Doras, incluso más que el milagro de esta tarde. Te digo de todas formas que no temas a Dios, si realmente has comprendido y si realmente quieres de ahora en adelante ser amigo mío.

-Veo que eres un profeta verdaderamente. Yo... es verdad, temía más... fui a ti más por miedo a un castigo como el de Doras -y esta tarde he dicho: "Éste es el castigo, y más atroz, porque no ha herido a la vieja encina en su propia vida sino en su afecto, en su alegría de vivir, fulminándome la nueva encina en que yo me complacía" -, más por ello, que no por la desgracia sucedida. Comprendía que hubiera sido justo como para Doras...

-Comprendías que habría sido justo, pero todavía no creías en quien es bueno.

-Tienes razón, pero ya no más. He comprendido. Entonces, ¿vienes mañana a mi casa?

-Elí, había decidido partir para el alba, pero, para que no puedas pensar en un desprecio mío hacia ti, lo pospongo un día. Mañana estaré en tu casa.

-¡Oh, verdaderamente eres bueno! ¡Siempre lo recordaré!

-Adiós, Elí. Gracias por todo. Esta fruta es extraordinaria; estos pequeños quesos deben ser mantecosos; el vino, sin duda, bonísimo. Pero, podías habérselo dado todo a los pobres en mi nombre».

-También hay para ellos, si quieres: debajo, en el fondo. Era la ofrenda para ti.

-Pues esto lo vamos a distribuir mañana juntos; antes o después del convite, como prefieras. Descansa plácidamente, Elí.

-Tú también. Adiós.
Y se va con los siervos.

Pedro, que con toda una mímica en su rostro había extraído cuanto contenía la cesta para devolvérsela a los siervos, pone ahora la bolsa en la mesa, delante de Jesús, y, como concluyendo todo un discurso, dice:

-Y será la primera vez que ese viejo búho da limosna.
-Cierto -confirma Mateo -Yo era avaro, pero él me superaba; ha duplicado sus bienes a base de usura.

-Bien, pero si cambia... ¿Es bonito, no es cierto? -dice Isaac.
-Bonito, sin duda; y tiene todas las apariencias de ser así asiente Felipe y Bartolomé.

-El viejo Elí convertido! ¡Ja! ¡Ja! ». (Pedro ríe con gusto).

Simón, el primo de Jesús, que hasta ahora ha estado pensativo, dice:

-Jesús, quisiera... quisiera seguirte. No como ellos, pero sí al menos como las mujeres. Déjame que esté con mi madre y la tuya. Todos te siguen... yo... yo soy un pariente... No pretendo un lugar entre ellos, pero sí al menos como buen amigo...

-¡Dios te bendiga, hijo mío! ¡Cuánto tiempo hacía que esperaba de ti  esta palabra! -grita María de Alfeo.

-Ven. Ni rechazo ni fuerzo a nadie. Ni siquiera exijo todo a todos; tomo lo que me podéis dar. Es bueno que las mujeres no estén siempre solas cuando vayamos a regiones desconocidas para ellas. Gracias, hermano.

-Voy a decírselo a María - dice la madre de Simón, y termina: “Está abajo, en su cuarto, orando. Se pondrá muy  contenta”....

Cae deprisa la tarde. Encienden una lámpara para bajar por escalera ya oscura en el crepúsculo; unos van hacia la derecha, otros a la izquierda, para dormir.

Jesús sale y va a la orilla del lago. El pueblo, sereno todo. Desiertas las calles, desierta la orilla. Nadie en el lago, en esta noche sin luna. Sólo estrellas en el cielo y murmullo de voces de la resaca contra los cantos de la orilla. Jesús sube a la barca, que está en la ribera. Se sienta. Apoya en el borde un brazo, reclina sobre éste la cabeza y permanece en esa posición. No sé si está pensando u orando.

Se llega hasta Él con mucha cautela Mateo:

-Maestro, ¿duermes? -pregunta en voz baja.

-No. Estoy pensando. Si no duermes, estate aquí conmigo.

-Me dio la impresión de que algo te turbaba y por eso he venido tras de ti. ¿No estás contento de tu jornada? Has tocado el corazón de Elí, has conquistado como discípulo a Simón de Alfeo...

-Mateo, tú no eres ingenuo como Pedro y Juan; eres un hombre sagaz e instruido. Sé también franco. Dime: ¿Te sentirías tú contento con estas conquistas?

-Bueno... Maestro... en cualquier caso, ellos son mejores que yo, y Tú aquel día me dijiste que te sentías muy dichoso porque me había convertido...

-Sí. Pero tú estabas realmente convertido; tu evolución hacia el bien era genuina. Venías a mí sin maquinaciones, por voluntad de espíritu. No es el caso de Elí... ni de Simón. El primero está tocado sólo superficialmente: el hombre-Elí ha recibido una fuerte impresión, no el espíritu-Elí, que está igual que siempre; una vez que haya desaparecido la efervescencia que en él han producido el milagro de Doras y el de su nieto, volverá a ser el Elí de ayer y de siempre. ¡Simón!... Simón también es todavía sólo un hombre. Si me hubiera visto insultado en vez de celebrado, su reacción habría sido de compasión hacia mí y, como siempre, me habría dejado. Esta tarde ha oído que un anciano, un niño, un leproso, saben hacer cosas que él no sabe hacer -él, que es de la familia -, ha visto, además que el orgullo de un fariseo se ha plegado ante mí, y ha decidido: "Yo también". Pero no son estas conversiones incitadas por consideraciones humanas las que me hacen feliz; antes bien, me desalientan. Quédate aquí conmigo, Mateo. No se ve la Luna en el cielo, pero, por lo menos, brillan las estrellas. En mi corazón esta noche no hay sino lágrimas. Sea tu compañía la estrella de tu afligido Maestro.

-Pues claro, Maestro. Si puedo... ¡No faltaría más! Lo que pasa es que yo soy siempre un gran desdichado, un pobre inepto. He pecado demasiado como para poderte agradar. No sé hablar, no sé todavía pronunciar las palabras nuevas, puras, santas; ahora que he dejado mi anterior lenguaje de fraude y lujuria. Y temo no ser capaz nunca de hablar contigo, ni de ti.

-No, Mateo; tú eres el hombre que lleva consigo toda su propia penosa experiencia de hombre; eres, por tanto, aquel que, por haber mordido el barro y por saborear ahora la miel celestial, está en condiciones de referir a los demás los dos sabores, y ofrecer su verdadero análisis, y comprender, comprender, y hacerlo comprender a tus semejantes de ahora y de después. Y te creerán, precisamente por ser el hombre, el pobre hombre que por su voluntad viene a ser el hombre, el hombre justo soñado por Dios. Deja que Yo, el Hombre-Dios, me apoye en ti, humanidad que amo hasta el punto de dejar el Cielo por ti y de morir por ti.   

-¡No, morir no! ¡No digas que por mí mueres!

-No sólo por ti, Mateo, sino por todos los Mateos de la tierra y de los siglos. Abrázame, Mateo. Besa a tu Cristo, por ti y por todos. Alivia mi cansancio de Redentor incomprendido; Yo te he aliviado el tu yo de pecador.

Enjuga mi llanto... porque mi amargura, Mateo, se debe a ser comprendido por muy pocos.
-¡Oh..., Señor! ¡Sí! ¡Sí!...

Y Mateo, sentado junto a su Maestro, lo ciñe con un brazo... y lo consuela con su amor.   


   


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