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EL EVANGELIO
COMO ME HA SIDO REVELADO


El Evangelio como me ha sido revelado

Autor: María Valtorta

« PARTE 3 de 7 »

SEGUNDO AÑO DE LA
VIDA PUBLICA DE JESUS

Partes: [ 1 ] [ 2 ] [ 3 ]
[ 4 ] [ 5 ] [ 6 ] [ 7 ]



141. Yendo hacia Arimatea con los discípulos y con
José de Emaús

142. Con los doce hacia Samaria

143. La samaritana Fotinai

144. Los samaritanos invitan a Jesús a Sicar

145. El primer día en Sicar

146. El segundo día en Sicar. Jesús se despide de los samaritanos

147. Curación de una mujer de Sicar y conversión de Fotinai

148. Jesús visita a Juan el Bautista en las cercanías de Enón

149. La visita a Juan el Bautista, motivo de instrucción
a los apóstoles

150. Jesús en Nazaret, en casa de su Madre. Ella deberá
seguir a su Hijo

151. En Caná en casa de Susana, que se hará discípula.
El oficial del rey

152. María Salomé es recibida como discípula

153. Las mujeres allegadas a los discípulos al servicio de Jesús

154. Jesús en Cesárea Marítima habla a los galeotes.
Las fatigas del apostolado

155. Curación de la niña romana en Cesárea

156. Analía, la primera de las vírgenes consagradas

157. Instrucciones a las discípulas en Nazaret

158. En el lago de Genesaret
con Juana de Cusa.

159. Discurso en Guerguesa. La respuesta sobre el ayuno a los discípulos de Juan el Bautista.

160. Encuentro con Gamaliel en el camino de Neftalí a Yiscala

161. Curación del nieto del fariseo Elí de Cafarnaúm

162. Las conversiones humanas del fariseo Elí
y de Simón de Alfeo

163. Comiendo en casa del fariseo Elí de Cafarnaúm

164. El retiro en el monte para la elección de los Apóstoles

165. Elección de los doce Apóstoles

166. Los milagros después de la elección apostólica. Simón el Zelote y Juan predican por primera vez

167. Jesús concurre con las romanas en el jardín
de Juana de Cusa

168. Aglae en casa de María,
en Nazaret

169. Primer discurso de la Montaña: la misión de los apóstoles y de los discípulos

170. Segundo discurso de la Montaña: el don de la Gracia; las bienaventuranzas

171. Tercer discurso de la Montaña: los consejos evangélicos que perfeccionan
la Ley

172. Cuarto discurso de la Montaña: el juramento, la oración, el ayuno. El anciano Ismael y Sara

173. Quinto discurso de la Montaña: el uso de las riquezas; la limosna; la confianza en Dios.

174. Sexto discurso de la Montaña: la elección entre el Bien y el Mal; el adulterio; el divorcio. La llegada importuna de
María de Magdala.

175. El leproso curado al pie del Monte. Generosidad
del escriba Juan

176. Durante el descanso sabático, el último discurso
de la Montaña:
amar la voluntad de Dios

177. La curación del siervo
del centurión

178. Tres hombres que quieren seguir a Jesús

179. La parábola del sembrador. En Corazín con el nuevo
discípulo Elías

180. Controversia en la cocina de Pedro en Betsaida. Explicación de la parábola del sembrador. La noticia de la segunda captura de Juan el Bautista

181. La parábola del trigo
y la cizaña

182. Palabras a algunos pastores
con el huerfanito Zacarías

183. La curación de un hombre herido en casa de
María de Magdala

184. El pequeño Benjamín de Magdala y dos parábolas sobre
el Reino de los Cielos

185. La tempestad calmada.
Una lección sobre
sus preliminares

186. Los dos endemoniados de la región de los Gerasenos

187. Hacia Jerusalén
para la Pascua.
De Tariquea al monte Tabor

188. La gruta de la maga y el encuentro con Félix, llamado luego Juan

189. En Naím. Resurrección del hijo de una viuda

190. La llegada a la llanura de Esdrelón durante la puesta
del sol del viernes

191. El sábado en Esdrelón.
El pequeño Yabés.
Parábola del rico Epulón

192. Una predicción a Santiago de Alfeo. La Regada a Engannim tras un alto en Meguido

193. Llegada a Siquem tras dos días de camino

194. La revelación al pequeño Yabés durante el camino de Siquem a Berot

195. Una lección de Juan de Endor a Judas Iscariote.
Llegada a Jerusalén

196. El sábado en Getsemaní. Jesús habla de su Madre y de los amores de distintas potencias

197. En el Templo con José de Arimatea. La hora del incienso

198. El encuentro con la Madre en Betania. Yabés cambia su nombre por el de Margziam

199. Donde los leprosos de Siloán y Ben Hinnom. Pedro obtiene a Margziam
por medio de María

200. Coloquio de Áglae
con el Salvador

201. El examen de la mayoría
de edad de Margzia

202. Judas Iscariote es reprendido. Llegada de los campesinos de Jocanán

203. El Padrenuestro

204. La fe y el alma explicadas a los paganos con la parábola
de los templos

205. La parábola del hijo pródigo

206. Con dos parábolas sobre el Reino de los Cielos, termina la permanencia en Betania

207. En la gruta de
Belén la Madre evoca
el nacimiento de Jesús

208. María Santísima ve de nuevo al pastor Elías y con Jesús va a Betsur donde Elisa

209. La fecundidad del dolor, en el discurso de Jesús junto a la casa de Elisa en Betsur

210. Las inquietudes de Judas Iscariote durante el camino
hacia Hebrón

211. Regreso a Hebrón, patria del Bautista

212. Una ola de amor a Jesús, que en Yuttá habla desde
la casita de Isaac

213. En Keriot una profecía de Jesús y el comienzo de la predicación apostólica

214. La madre de Judas abre su corazón a María Stma., que ha llegado a Keriot

215. El posadero de Bet Yinna
y su hija lunática

216. Las infidelidades de los discípulos en la parábola
del diente de león

217. Las espigas arrancadas
un sábado

218. La llegada a Ascalón,
ciudad filistea

219. Los distintos frutos de la predicación de los apóstoles en la ciudad de Ascalón

220. Los idólatras de Magdalgad y la curación milagrosa
de la parturienta

221. Los prejuicios de los apóstoles respecto a los paganos y la parábola del hijo deforme

222. Un secreto del apóstol Juan

223. Una caravana nupcial se libra del asalto de bandidos después de un discurso de Jesús

224. En el apóstol Juan actúa el Amor. Llegada a Béter

225. El paralítico de la piscina de Betseida y la disputa sobre las obras del Hijo de Dios

226. Un signo bueno por parte de María de Magdala. Muerte del anciano Ismael

227. Un episodio incompleto

228. Margziam confiado
a Porfiria

229. Discurso a los habitantes de Betsaida sobre el gesto de caridad de Simón Pedro

230. Curación de la hemorroisa y resurrección de la hija de Jairo

231. En Cafarnaúm, Jesús y Marta hablan de la crisis que atormenta a María de Magdala

232. Curación de dos ciegos y de un mudo endemoniado

233. La parábola de la oveja perdida. María de Magdala también la oye

234. Comentario de tres episodios sobre la conversión de María de Magdala

235. Marta ha recibido de su hermana María la certidumbre de la conversión

236. La cena en casa de Simón el fariseo y la absolución
a María de Magdala

237. La petición de obreros para la mies, y la parábola del tesoro escondido en el campo. Marta todavía teme por su
hermana María

238. Llegada de María Stma. con María de Magdala a Cafarnaúm en medio de una tempestad

239. La parábola de los peces, la parábola de la perla, y del tesoro de las enseñanzas viejas y nuevas

240. En Betsaida, en la casa de Simón, con Porfiria y Margziam, el cual enseña a la Magdalena la oración de Jesús

241. Vocación de la hija de Felipe. Llegada a Magdala y parábola de la dracma perdida

242. Jesús habla sobre la Verdad al romano Crispo, el único que lo escucha de Tiberíades

243. En Caná en la casa de Susana. Las expresiones, los gestos y la voz de Jesús. Debate de los apóstoles acerca de las posesiones diabólicas

244. Juan repite un discurso de Jesús sobre la Creación y sobre los pueblos que esperan la Luz

245. Una acusación de los nazarenos a Jesús, rechazada con la parábola del
leproso curado

246. Un apólogo para los habitantes de Nazaret, los cuales permanecen incrédulos

247. María Stma. instruye a la Magdalena en orden
a la oración mental

248. En Belén de Galilea. Juicio ante un homicidio y parábola de los bosques petrificados

249. María Stma. instruye a Judas Iscariote sobre el deber preeminente de la
fidelidad a Dios

250. A los discípulos que han venido con Isaac: la parábola del lodo transformado en llama. Juan de Endor es alma víctima

251. A los pescadores siro-fenicios: la parábola del minero perseverante. Hermasteo
de Ascalón

252. El regreso de Tiro. Milagros. Parábola de la vid y el olmo

253. María Santísima devela a María de Alfeo el sentido de la maternidad espiritualizada.
La Magdalena debe
forjarse sufriendo

254. El encuentro con Síntica, esclava griega y la llegada a Cesárea Marítima

255. Despedida de las hermanas Marta y María, que parten con Síntica. Una lección
a Judas Iscariote

256. Parábola sobre la virtud de la esperanza, que sujeta la fe
y la caridad

257. Retiro de Jesús y Santiago de Alfeo en el monte Carmelo

258. Jesús revela a Santiago de Alfeo cuál será su misión
de apóstol

259. Lección sobre la Iglesia y los Sacramentos a Santiago de Alfeo, que obra un milagro

260. Dos parábolas de Pedro para los campesinos
de la llanura de Esdrelón

261. Exhortación a los campesinos de Doras,
que ahora lo son de Jocanán

262. Una hija no querida y el papel de la mujer redimida.
El Iscariote solicita
la ayuda de María

263. Curación del hombre del brazo atrofiado

264. Una jornada de Judas Iscariote en Nazaret

265. Instrucciones a los doce apóstoles al comienzo
de su ministerio

266. Los discípulos del Bautista quieren verificar que Jesús es el Mesías. Testimonio sobre el Precursor e invectiva contra las ciudades impenitentes

267. Jesús, carpintero en Corazín

268. Lección sobre la caridad con la parábola de los titos. El yugo de Jesús es ligero

269. La disputa con escribas y fariseos en Cafarnaúm. Llegada de la Madre y de los hermanos

270. Jesús recibe la noticia de que han matado a
Juan el Bautista

271. Salida para Tariquea con los apóstoles, que han regresado a Cafarnaúm

272. Reencarnación y vida eterna en el diálogo con un escriba

273. La primera multiplicación
de los panes

274. Jesús camina sobre las aguas. Su prontitud en socorrer
a quien le invoca

275. Cuatro nuevos discípulos. Jesús habla sobre las obras de misericordia corporal y espiritual

276. El hombre avaro y la parábola del rico necio. Las inquietudes y la vigilancia
en los siervos de Dios

277. En Magdala, en los jardines de María. El amor y la corrección entre hermanos

278. El perdón y la parábola del siervo inicuo. La misión confiada a setenta y dos discípulos

279. Encuentro con Lázaro en el campo de los Galileos

280. El regreso de los setenta y dos. Profecía sobre
los místicos futuros

281. En el Templo durante la fiesta de los Tabernáculos. Las condiciones para seguir a Jesús. La parábola de los talentos y la parábola del buen samaritano

282. La delación al Sanedrín respecto a Hermasteo,
Juan de Endor y Síntica

283. Síntica habla de su encuentro con la Verdad

284. La casita donada por Salomón. Cuatro apóstoles
se quedarán en Judea

285. Lázaro ofrece un refugio para Juan de Endor y Síntica. Viaje feliz hacia Jericó
sin Judas Iscariote

286. En Ramot con el mercader Alejandro Misax. Lección a Síntica sobre el recuerdo
de las almas

287. De Ramot a Gerasa con la caravana del mercader

288. Palabras a los habitantes de Gerasa y alabanza de una mujer a la Madre de Jesús

289. AEl sábado a Gerasa. Asueto de Margziam. La pregunta de Síntica sobre la salvación
de los paganos

290. El hombre de los ojos ulcerosos. El alto en la "fuente del Camellero". Más sobre el recuerdo de las almas

291. Margziam descubre por qué Jesús ora todos los días
a la hora nona

292. Insidia de escribas y fariseos en Bosrá

293. Palabras de Jesús y milagros en Bosrá, después de la irrupción de dos fariseos. El don de la fe a Alejandro Misax

294. La rica dádiva del mercader. Adiós a la Madre
y a las discípulas

295. Palabras y milagros en Arbela, ya evangelizada por Felipe de Jacob

296. Llegada a Aera bajo la lluvia. Curación de los enfermos que allí esperan

297. Con el sermón de Aera termina el segundo
gran viaje apostólico

298. La ayuda prestada a los huerfanitos María y Matías y las enseñanzas que de ella
se deducen

299. A Juana de Cusa le son confiados, para su tutela, los huerfanitos María y Matías

300. Con escribas y fariseos en casa del resucitado de Naím

301. ola de las frentes destronadas y explicación de la parábola sobre lo no puro

302. En Magdala, antes de mandar a todos a sus respectivas familias para las Encenias

303. Jesús donde su Madre
en Nazaret

304. Con Juan de Endor, Síntica y Margziam. María es Madre
y Maestra

305. Jesús consuela a Margziam con la parábola de los pajarillos

306. También Simón Zelote está en Nazaret. Lección sobre los daños del ocio

307. Controversia en la casa de Nazaret acerca de las culpas de los nazarenos. Lección sobre la tendencia al pecado a pesar de la Redención

308. Curación del hijo de Simón de Alfeo. Margziam es el primero de los niños discípulos

309. Sacrificio de Margziam por la curación de una niña. Enmienda de Simón de Alfeo

310. Con Pedro, en Nazaret, Jesús organiza la partida
de Juan de Endor y Síntica

311. La renuncia de Margziam es ocasión de una lección sobre los sacrificios hechos por amor

312. Jesús comunica a Juan de Endor la decisión de enviarle a Antioquía. Final del segundo año

 

170- Segundo discurso de la Montaña: el don de la Gracia; las bienaventuranzas


Jesús está dando instrucciones a los apóstoles, designando a cada uno un lugar para que dirijan y controlen a la multitud que desde las primeras horas de la mañana está subiendo al monte, llevando enfermos en brazos o en andas; otros se mueven a duras penas con muletas. Entre la gente están Esteban y Hermas.

Hay un aire terso, un poco frío. De todas formas, el sol templa pronto este cortante aire montano que, si por una parte suaviza el ardor del astro, por otra saca partido de éste adquiriendo una pureza fresca moderada.

La gente se sienta en las piedras, más o menos voluminosas, que están diseminadas por el vallecillo que separa las dos cimas; otros esperan a que el sol seque la hierba aljofarada de rocío para sentarse en el suelo. Hay mucha gente, de todas las regiones de Palestina, de todas las condiciones. Los apóstoles se confunden entre la muchedumbre; pero, cual abejas que van y vienen de los prados al panal, cada cierto tiempo vuelven donde el Maestro para comunicar alguna cosa, para preguntar, o por la satisfacción de que el Maestro los mire de cerca.

Jesús sube un poco más alto que el prado, que es el fondo de la hondonada, se arrima a la pared rocosa, y empieza a hablar.

-Muchos, durante todo un año de predicación, me han planteado esta cuestión: "Tú, que te dices el Hijo de Dios, explícanos lo que es el Cielo, lo que es el Reino, lo que es Dios, pues nuestras ideas al respecto son confusas; sabemos que existe el Cielo, con Dios y los ángeles, pero nadie ha venido jamás a referirnos cómo es, pues está cerrado para los justos".

Me han preguntado también qué es el Reino y qué es Dios. Yo me he esforzado en explicároslo, no porque me resultara difícil explicarlo, sino porque es difícil, por un conjunto de factores, haceros aceptar una verdad que, por lo que se refiere al Reino, choca contra todo un edificio de ideas configuradas a través de los siglos, una verdad que, por lo que se refiere a Dios, se topa con la sublimidad de su Naturaleza.

Otros me han dicho: "De acuerdo, esto es el Reino y esto es Dios, pero ¿cómo se conquistan?". Y he tratado de explicaros, sin dar muestra de cansancio, cuál es la verdadera alma de la Ley del Sinaí; quien hace suya esa alma hace suyo el Cielo. Pero, para explicaros la Ley del Sinaí es necesario hacer llegar a vuestros oídos el potente trueno del Legislador y de su Profeta, los cuales, si bien es cierto que prometen bendiciones a los que observen aquélla, anuncian, amenazadores, tremendas penas y maldiciones a los desobedientes. La epifanía del Sinaí fue tremenda; su carácter terrible se refleja en toda la Ley, halla eco en los siglos, se refleja en todas las almas.

Mas Dios no es sólo Legislador, Dios es Padre, y además Padre de inmensa bondad.

Quizás -y sin quizás -vuestras almas, debilitadas por el pecado original, por las pasiones, los pecados y los muchos egoísmos vuestros y ajenos -los ajenos irritan vuestra alma, los propios la cierran -, no pueden elevarse a contemplar las infinitas perfecciones de Dios (y menos que todas la bondad, porque ésta es la virtud que, con el amor, es menos propiedad de los mortales).

¡La bondad…oh, qué dulce es ser buenos, sin odio ni envidias ni soberbias; tener ojos que sólo miren animados por el amor  , y manos que se extiendan para gesto de amor, y labios que no profieran sino palabras de amor y corazón -sobre todo corazón -que, henchido sólo de amor, haga que los ojos y las manos y los labios se esfuercen en actos de amor!

Los más doctos de entre vosotros saben con qué dones Dios había enriquecido a Adán, para él y sus descendientes. Hasta los menos instruidos de entre los hijos de Israel saben que tenemos un espíritu (sólo los pobres paganos ignoran la existencia de este huésped regio, soplo vital, luz celeste que santifica y vivifica nuestro cuerpo). Ahora bien, los más doctos saben qué dones habían sido otorgados al hombre, a su espíritu.

No fue menos magnánimo con el espíritu que con la carne y la sangre de la criatura creada por Él con un poco de barro y su aliento. De la misma forma que otorgó los dones naturales de belleza e integridad, inteligencia y voluntad, capacidad de amarse y de amar, otorgó los dones morales, sujetando el apetito a la razón, siendo así que en la libertad y dominio de sí y de la propia voluntad con que Dios había favorecido a Adán no se introducía la maligna tiranía de los sentidos y pasiones: libre era el amarse y el desear y el gozar en justicia, sin eso que os esclaviza haciéndoos sentir el aguijón del veneno que Satanás esparció y que se extravasa, que os esclaviza sacándoos del límpido álveo para llevaros a cenagosos campos, a pantanos en putrefacción, donde fermentan las fiebres de los sentidos carnales y morales; pues habéis de saber que es sensualidad incluso la concupiscencia del pensamiento. Recibieron también dones sobrenaturales: la Gracia santificante, el destino superior, la visión de Dios.

La Gracia santificante es la vida del alma, es cosa espiritualísima depositada en la espiritual alma nuestra. Nos hace hijos de Dios porque nos preserva de la muerte del pecado, y quien no está muerto “vive” en la casa del Padre, o sea, el Paraíso; en mi Reino, es decir, el Cielo.

¿Qué es esta Gracia que santifica, que da Vida y Reino? ¡No uséis muchas palabras... la Gracia es amor! La Gracia es, pues, Dios; es Dios, que, mirándose embelesado a sí mismo en la criatura creada perfecta, se ama, se contempla, se desea, se da a sí mismo lo que es suyo para multiplicar esta riqueza suya, para gozarse de esta multiplicación, para amarse en razón de todos los que son otros Él-mismo.

¡Oh, hijos, no despojéis a Dios de este derecho suyo, no le robéis esta riqueza, no defraudéis este deseo de Dios! Pensad que actúa por amor. Aunque vosotros no existierais, Él sería en cualquier caso el Infinito, su poder no se vería disminuido; mas Él, a pesar de ser completo en su medida infinita, inconmensurable, quiere, no para sí y en sí -no podría porque ya es el Infinito -sino para la Creación, criatura suya, aumentar el amor en la proporción de todas las criaturas contenidas en ella; y es así que os da la Gracia: el Amor, para que vosotros, en vosotros, lo llevéis a la perfección de los santos, y vertáis este tesoro -sacado del tesoro que Dios os ha otorgado con su Gracia, y aumentado con todas vuestras obras santas, con toda vuestra vida heroica de santos -en el Océano infinito donde Dios está: en el Cielo.

¡Divinas, divinas cisternas del Amor!... ¡Oh, vosotras sois, y no conocerá la muerte vuestro ser, porque sois eternas como Dios, siendo así que sois dioses; ( María Valtorta añade las referencias a: Salmo 82 (Vulgata 81), 6; Romanos 8, 16; 2 Pedro 1, 4) vosotras seréis, y no se pondrá término a vuestro ser, porque sois inmortales como los espíritus santos que os han supernutrido volviendo a vosotras enriquecidos con los propios méritos: vivís y nutrís, vivís y enriquecéis, vivís y formáis esa santísima cosa que es la Comunión de los espíritus, desde Dios, Espíritu perfectísimo, hasta el niño recién nacido que por primera vez mama del materno seno!

No me critiquéis en vuestro corazón, vosotros los doctos! No digáis: "Está fuera de sí, habla como un desquiciado cuando dice que la Gracia está en nosotros, siendo así que por la Culpa estamos privados de ella; miente al decir que ya somos uno con Dios". Sí, la Culpa existe, como también existe la separación. Pero, ante el poder del Redentor, la Culpa, cruel separación entre el Padre y los hijos, caerá cual muralla sacudida por el nuevo Sansón; ya la he aferrado, ya la remuevo violentamente, ya se muestra endeble, ya tiembla de ira Satanás, y de impotencia, al no poder nada contra mi poder, al sentirse arrebatar tantas presas y hacérsele más difícil arrastrar al hombre al pecado. En efecto, una vez que os haya conducido a mi Padre a través de mí, una vez que, al empaparos mi Sangre y mi dolor, hayáis quedado purificados y fortalecidos, la Gracia renacerá en vosotros, se despertará de nuevo, recuperará su poder, y triunfaréis, si queréis.

Dios no fuerza vuestro pensamiento, ni tampoco os fuerza a santificaros. Sois libres. Lo que hace es daros de nuevo la fuerza, devolveros la libertad respecto al dominio de Satanás. Os toca ahora a vosotros colocaros otra vez el yugo infernal o ponerle a vuestra alma alas angélicas; todo depende ahora de vosotros, conmigo como hermano para guiaros y alimentaros con alimento inmortal.

Decís: "¿Cómo se conquista a Dios y su Reino por un camino más dulce que no el severo camino del Sinaí?".

No hay otro camino, ése es; mirémoslo, no obstante, no a través del color de la amenaza sino del  amor. No digamos: "¡Ay de mí si no hago tal cosa!", temblorosos esperando pecar, esperando no ser capaces de no pecar; digamos, por el contrario: "¡Bienaventurado seré si hago tal cosa!", y con arrebato de sobrenatural alegría, gozosos, lancémonos hacia estas bienaventuranzas nacidas de la observancia de la Ley cual corolas de rosa de una mata de espinas. Digamos:

"¡Bienaventurado seré si soy pobre de espíritu, porque será mío el Reino de los Cielos!

¡Bienaventurado seré si soy manso, porque heredaré la Tierra!
¡Bienaventurado seré si soy capaz de llorar sin rebelarme, porque seré consolado!

¡Bienaventurado seré si tengo hambre y sed de justicia, más que de pan y vino para saciar la carne: la Justicia me saciará!

¡Bienaventurado seré si soy misericordioso, porque se usará conmigo divina misericordia!

¡Bienaventurado seré si soy puro de corazón, porque Dios se inclinará hacia mi corazón puro, y lo veré!

¡Bienaventurado seré si tengo espíritu de paz, porque Dios me llamará hijo suyo, pues en la paz está el amor y Dios es Amor amante de quien se asemeja a Él!

¡Bienaventurado seré si soy perseguido por amor a la justicia, porque Dios, Padre mío, como compensación por las persecuciones terrenas, me dará el Reino de los Cielos!

¡Bienaventurado seré si, por saber ser hijo tuyo, oh Dios, me ultrajan y acusan con mentira! Ello no deberá hacerme sentir desolado, sino alegre, porque me pone al nivel de tus mejores siervos, al nivel de los Profetas, perseguidos por el mismo motivo; con ellos compartiré -lo creo firmemente -la misma recompensa, grande, eterna en ese Cielo que ya es mío!".

Veamos así el camino de la salud, a través de la alegría de los santos.

“Bienaventurado seré si soy pobre de espíritu"

¡Oh riquezas, quemazón satánica, cuántos delirios producís!... en los ricos y en los pobres: en el rico que vive para su oro (ídolo infame de su espíritu misérrimo); en el pobre que vive del odio al rico porque tiene el oro, y que, aunque no cometa materialmente un homicidio, lanza sus maldiciones contra la cabeza de los ricos, deseándoles todo tipo de males. No basta no hacer el mal, hay que no desear hacerlo. Quien maldice, deseando tragedias y muertes, no es muy distinto de quien físicamente mata, porque dentro de sí desea la muerte de aquel a quien odia.

En verdad os digo que el deseo no es sino un acto retenido; como el que ha sido concebido en un vientre: ya ha si formado pero aún permanece dentro. El deseo malvado envenena y destruye, porque persiste más que el acto violento y más profundamente que el acto mismo.

El pobre de espíritu, aunque sea rico, no peca a causa del oro; antes bien, se santifica con él porque lo convierte en amor. Amado y bendecido, es semejante a esos manantiales salvíficos de los desiertos, que se dan sin escatimar agua, felices de poderse ofrecer para alivio de los desesperados. El pobre de espíritu, si es pobre, se siente dichoso en su pobreza; come su sabroso pan (el de la alegría de quien vive libre del febril apego al oro), duerme su sueño exento de pesadilla alguna, se levanta, habiendo descansado, para ir a su sereno trabajo, que parece siempre ligero si se realiza sin avidez ni envidia.

Las cosas que hacen rico al hombre son: materialmente, el oro; moralmente, los afectos. En el oro están comprendidos no sólo las monedas sino también casas, campos, joyas, muebles, ganado... en definitiva, todo aquello que hace, desde el punto de vista material, vivir en la abundancia; en cuanto al mundo de los afectos, los vínculos de sangre o de matrimonio, amistades, sobreabundancia intelectual, cargos públicos. Como veis, por lo que se refiere al primer grupo de cosas, el pobre puede decir: "¡Bueno!, ¡bien!, basta con que no envidie al que posee; y además... yo no tengo ese problema, porque soy pobre y, por fuerza, no tengo ese problema"; sin embargo, por lo que respecta al segundo grupo de cosas, el pobre debe vigilarse a sí mismo, pues hasta el más mísero de los hombres puede hacerse pecaminosamente rico de espíritu: en efecto, peca quien pone su corazón desmedidamente en una cosa.

Diréis: "¿Entonces debemos odiar el bien que Dios nos ha concedido? ¿Por qué manda, entonces, amar al padre y a la  madre, a la esposa y a los hijos, y dice: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo?".

Distinguid. Debemos amar al padre, a la madre, a la esposa, al prójimo, pero con la medida establecida por Dios ("como a nosotros mismos"). Sin embargo, a Dios ha de amársele sobre todas las cosas y con todo nuestro ser. No se ama a Dios como amamos a los más queridos de nuestros prójimos: a ésta porque nos ha amamantado, a esta otra porque duerme con su cabeza apoyada sobre nuestro pecho y procrea nuestros hijos. No, a Dios se le ama con todo nuestro ser, o sea, con toda la capacidad de amar que hay en el hombre: amor de hijo, de esposo, de amigo, y -¡no os escandalicéis! -amor de padre sí, debemos cuidar los intereses de Dios igual que un padre cuida a su prole, por la cual, con amor, tutela los bienes y los aumenta, y de cuyo crecimiento físico y cultural, así como de que los hijos alcancen felizmente su finalidad en el mundo, se ocupa y se preocupa.

El amor no es un mal, ni debe llegar a serlo. Las gracias que Dios nos concede tampoco son un mal o deben llegar a serlo; son amor; por amor son otorgadas. Tenemos que usar con amor estas riquezas que Dios nos concede -afectos y bienes -. Solamente quien no las eleva a ídolos, sino que las hace medios de servicio a Dios en santidad, muestra no tener apego pecaminoso a ellas; practica, pues, esa santa pobreza del espíritu que de todo se despoja para ser más libre en la conquista de Dios santo, suprema Riqueza. Y conquistar a Dios significa poseer el Reino de los Cielos.

“Bienaventurado seré si soy manso"

Los ejemplos de la vida cotidiana pudieran parecer en contraste con esta afirmación. Los no mansos parecen triunfar en las familias ciudades y naciones. Pero, ¿se trata de un verdadero triunfo? No. Lo que mantiene sometidos, aparentemente, a los hombres dominados por un tirano es el miedo; se trata en realidad sólo de un velo que cubre la efervescencia rebelde contra el dominador.

Los iracundos, los que van cometiendo atropellos, no poseen los corazones de sus familiares, conciudadanos o súbditos. Los maestros del "porque lo digo yo" no convierten ni los intelectos ni los espíritus a sus doctrinas; lo único que crean son autodidactas, personas que buscan una llave que pueda abrir las puertas cerradas de una sabiduría o ciencia que sienten que existe y que es contraria a la que se les impone.

Los sacerdotes que no van a la conquista de los espíritus con la dulzura paciente, humilde, amorosa, sino que, por el ímpetu avasallador y la gran intransigencia con que marchan contra las almas parecen guerreros armados lanzados a feroz asalto, no conducen a Dios. ¡Pobres almas! Si fueran santas, no tendrían necesidad de vosotros para alcanzar la Luz; la poseerían ya en sí. Si fueran justos, no tendrían necesidad de vosotros, jueces, para estar sujetos por el freno de la justicia, porque ya la poseerían en sí. Si estuvieran sanos, no tendrían necesidad de quien los curase. Sed, pues, mansos. No pongáis en fuga a las almas. Atraedlas con amor; porque la mansedumbre es amor, como lo es también la pobreza de espíritu.

Si sois así, heredaréis la Tierra y llevaréis a Dios este lugar (precedentemente propiedad de Satanás), porque vuestra mansedumbre, -además de amor es humildad, habrá vencido al odio y la soberbia: dando muerte en los corazones al abyecto rey de la soberbia y el odio; el mundo será vuestro (que es como decir de Dios, porque vosotros seréis justos que reconocerán a Dios como Dueño absoluto de la creación, digno de alabanza y bendición, a cuyas manos debe volver lo que le pertenece).

“Bienaventurado seré si sé llorar sin rebelarme"

Existe el dolor en la tierra, y arranca lágrimas de los ojos del hombre. Mas el dolor no existía. El hombre lo introdujo en este mundo. Pero es que, además, por depravación de su intelecto, se aplica cada vez más a aumentarlo con todos los medios a su alcance. En efecto, a las enfermedades y desventuras producidos por rayos, tempestades, aludes, terremotos... el hombre, para sufrir -para hacer -sufrir, pues quisiéramos que fueran los demás y no nosotros los que sufrieran con los medios estudiados para tal fin -añade, como fruto de su mente, las armas mortíferas (cada vez más terribles) y la crueldad moral (cada vez más astuta). ¡Cuántas lágrimas hace brotar el hombre a sus semejantes por instigación de su secreto rey:

Satanás! Pues bien, os digo que estas lágrimas no son una tara sino una perfección del hombre.

El hombre es un niño que sólo piensa en divertirse, un despreocupado superficial, una criatura a la que le falta desarrollo intelectual, hasta que el llanto lo hace adulto, reflexivo, inteligente. Sólo los que lloran -o han llorado -saben amar y comprender; amar a los hermanos, que como ellos lloran, comprender sus sufrimientos, ayudarlos con su bondad, experta en lo mucho que se sufre cuando se llora en soledad. Y saben amar a Dios porque han comprendido que, excepto Dios, todo lo demás es dolor; porque han comprendido que el dolor se aplaca si es llorado sobre el corazón de Dios; porque han comprendido que el llanto resignado que no quebranta la fe, que no hace árida la oración, que no conoce la rebeldía, cambia de naturaleza, transformándose en consuelo.
Sí, los que lloran amando al Señor serán consolados.

“Bienaventurado seré si tengo hambre y sed de justicia"

Desde su nacimiento hasta su muerte, el hombre tiende, ávido, a la comida. Abre la boca, cuando nace, para apresar el pezón; abre los labios, cuando le oprime la agonía, para tragar algo que lo alivie. Trabaja para nutrirse. Hace de la tierra un enorme pezón del que insaciablemente chupa, extrayendo aquello mismo por lo que muere. Pero, ¿qué es el hombre? ¿Un animal? No; es un hijo de Dios. Vive un destierro de pocos o muchos años. De todas formas, su vida no cesa al cambiar de morada.

Hay una vida en la vida, de la misma manera que en una nuez está la pulpa; la nuez no es la cáscara, la pulpa interna es la nuez: si sembráis una cáscara de nuez no nace nada, pero si sembráis la cáscara con la pulpa nace un árbol grande. Pues así es el hombre: no es la carne la que viene a ser inmortal, sino el alma, que debe ser alimentada para que llegue a la inmortalidad, adonde ella, por amor, llevará a la carne en la bienaventurada resurrección. Alimento del alma son la Sabiduría y la Justicia, las cuales se incorporan a ella como alimento líquido o sólido y la fortalecen, y cuanto más se saborean más crece la santa avidez de poseer la Sabiduría y de conocer la  Justicia.

Llegará, de todas formas, un día en que el alma, insaciable con esta santa hambre, será saciada; llegará. Dios se dará a su vástago, se lo llevará directamente a su pecho, y el nuevo vástago del Paraíso se saciará con esa Madre admirable que es el mismo Dios, y no volverá a sentir hambre jamás, sino que descansará feliz sobre el pecho divino. Ninguna ciencia humana equivale a esta ciencia divina. La curiosidad de la mente puede ser calmada, la del espíritu no; es más, si el sabor es distinto, el espíritu siente desagrado y separa la boca del pezón amargo, prefiriendo padecer hambre antes que llenarse de un alimento que no proceda de Dios.

¡No temáis, vosotros, sedientos o hambrientos de Dios! Sed fieles y el que os ama os saciará.

"Bienaventurado seré si soy misericordioso"

¿Quién de entre los hombres puede decir: "No necesito misericordia"? Ninguno. Y si en la antigua Ley está escrito: "Ojo por ojo y diente por diente", ¿por qué no debería decirse en la nueva: " Quien haya sido misericordioso alcanzará misericordia"? Todos tienen necesidad de perdón.

Pues bien, no es la fórmula y forma de un rito -figuras externas concedidas a causa de la opacidad del pensamiento humano -lo que obtiene el perdón; lo obtiene el rito interno del amor, o sea una vez más, de la misericordia.

De hecho, si se impuso sacrificar un macho cabrío o un cordero, así como la ofrenda de algunas monedas, se hizo porque en la base de todos los males se encuentran siempre dos raíces: codicia y soberbia; la codicia queda castigada con el gasto de la compra de la víctima, la soberbia recibe su castigo en la abierta confesión del rito:

"Celebro este sacrificio porque he pecado". Además el rito tenía el sentido de anticipar los tiempos y sus signos: la sangre derramada es figura de la Sangre que será vertida para borrar los pecados de los hombres.

Dichoso, pues, aquel que sabe ser misericordioso para con los hambrientos, los desnudos, los que carecen de casa, los que padecen la miseria -aún mayor -de tener un carácter malo, que hace sufrir al mismo que lo tiene y a quien con él convive. Tened misericordia. Perdonad, sed compasivos, ayudad, enseñad, apoyad. No os encerréis en una torre de cristal diciendo: "Soy puro, no desciendo a vivir con los pecadores". No digáis: "Soy rico, vivo feliz; no quiero oír hablar de las miserias de los demás".

Mirad que vuestra riqueza, salud, bienestar familiar, pueden desvanecerse en menos tiempo que un fuerte viento disipa el humo. Recordad también que el cristal hace de lente, siendo así que lo que pasaría desapercibido si os mezcláis entre la gente no podéis mantenerlo escondido si os metéis en una torre de cristal y allí estáis solos, separados, recibiendo luz de todas partes.

Misericordia para cumplir un continuo, secreto, santo sacrificio de expiación y obtener misericordia.

"Bienaventurado seré si soy puro de corazón"

Dios es Pureza. El Paraíso es Reino de Pureza. Nada impuro puede entrar en el Cielo donde está Dios. Por tanto, si sois impuros, no podréis entrar en el Reino de Dios. ¡Por el contrario, qué anticipada alegría la que el Padre concede a sus hijos!, pues quien es puro ya desde la tierra posee un principio de Cielo, porque Dios se inclina hacia el hombre puro y éste, desde la tierra, ve a su Dios; no conoce labor de amores humanos, sino que degusta, hasta extasiarse, el sabor del amor divino, y puede decir:

"Yo estoy contigo y Tú estás en mí, por lo cual te poseo y conozco como esposo amabilísimo de mi alma". Pues bien, creed que quien tiene a Dios experimenta transformaciones sustanciales, inexplicables incluso para él mismo, que le hacen santo, sabio, fuerte; en sus labios florecen palabras, y sus actos asumen capacidades, que no son de la criatura sino de Dios, que en ella vive.

¿Qué es la vida del hombre que ve a Dios?: beatitud. ¿Os privaréis de semejante don por hediondas impurezas?

"Bienaventurado seré si tengo espíritu de paz"

La paz es una de las características de Dios. Dios sólo está en la paz, porque la paz es amor, mientras que la guerra es odio. Satanás es Odio, Dios es Paz. No puede uno decirse hijo de Dios, ni puede Dios llamar hijo suyo a un hombre de espíritu irascible, siempre dispuesto a crear trifulcas. Y tampoco puede llamarse hijo de Dios aquel que, aun no siendo él el origen de estas broncas, no contribuye con su gran paz a calmar las que crean otros.

El hombre pacífico transmite la paz incluso sin palabras. Él lleva a Dios -no sólo es dueño de sí, sino que hasta diría que lo es de Dios -como una lámpara lleva su fuente de luz, como un incensario emana su perfume como un odre contiene su líquido... Se hace luz entre las brumas fumíferas de los rencores, se purifica el aire de los miasmas de los odios, se calman las embravecidas olas de las disputas con este aceite suave que es el espíritu de paz emanado por los hijos de Dios.
Haced que Dios y los hombres puedan decir esto de vosotros.

"Bienaventurado seré si padezco persecución por amor a Justicia"

El hombre en su mayor parte está tan lleno de mal, que odia el bien dondequiera que éste se encuentre, y que odia al bueno, como si el bueno lo estuviera acusando o reprendiendo, aunque de hecho no diga nada. En efecto: la bondad de una persona hace ver todavía más negra la maldad del malvado; la fe del creyente verdadero hace aparecer aún más viva la hipocresía del falso creyente; aquel que con su modo de vida está dando continuamente testimonio de la justicia no puede no ser odiado por los injustos. Y por eso se ataca a los amantes de la justicia.

Pasa lo mismo que con las guerras. El hombre progresa en el arte satánico de la persecución más que en el arte santo del amor. Pero sólo puede perseguir a lo que tiene breve vida; lo que de eterno hay en el hombre, escapa a la asechanza; es más, adquiere una vitalidad más vigorosa por la persecución. La vida se escapa o a través de las heridas que abren las venas o a causa de las fatigas que van consumiendo al perseguido; mas la sangre teje la púrpura del rey futuro, las fatigas son los peldaños para subir a los tronos que el Padre tiene preparados para sus mártires, a quienes están reservados los regios sítiales del Reino de los Cielos.

"Bienaventurado seré si me ultrajan y calumnian"

Preocupaos sólo de que vuestro nombre pueda ser recogido en libros celestes, en los cuales no se escriben los nombres según el criterio de los embustes humanos, que alaban a quienes son menos merecedores de elogio; en aquéllos, con justicia y amor, se reflejan las obras de los buenos, para darles el premio que Dios tiene prometido a los justos.

En el pasado fueron calumniados y ultrajados los Profetas. Cuando se abran las puertas de los Cielos, cual majestuosos reyes, entrarán en la Ciudad de Dios, y recibirán el saludo reverenciador de los ángeles, cantando de alegría. Vosotros también, vosotros también, ultrajados y calumniados por haber pertenecido a Dios, recibiréis el galardón celeste, y, cumplido el tiempo, completo ya el Paraíso, amaréis cada una de las lágrimas que vertisteis, porque por ellas habréis conquistado esa gloria eterna que en nombre del Padre os prometo.

Podéis marcharos. Mañana os seguiré hablando. Que se queden sólo los enfermos, porque quiero ayudarlos en sus dolores. La paz permanezca con vosotros y que la meditación sobre la salvación, a través del amor, os introduzca en el camino que lleva al Cielo.


   


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