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EL EVANGELIO
COMO ME HA SIDO REVELADO


El Evangelio como me ha sido revelado

Autor: María Valtorta

« PARTE 3 de 7 »

SEGUNDO AÑO DE LA
VIDA PUBLICA DE JESUS

Partes: [ 1 ] [ 2 ] [ 3 ]
[ 4 ] [ 5 ] [ 6 ] [ 7 ]



141. Yendo hacia Arimatea con los discípulos y con
José de Emaús

142. Con los doce hacia Samaria

143. La samaritana Fotinai

144. Los samaritanos invitan a Jesús a Sicar

145. El primer día en Sicar

146. El segundo día en Sicar. Jesús se despide de los samaritanos

147. Curación de una mujer de Sicar y conversión de Fotinai

148. Jesús visita a Juan el Bautista en las cercanías de Enón

149. La visita a Juan el Bautista, motivo de instrucción
a los apóstoles

150. Jesús en Nazaret, en casa de su Madre. Ella deberá
seguir a su Hijo

151. En Caná en casa de Susana, que se hará discípula.
El oficial del rey

152. María Salomé es recibida como discípula

153. Las mujeres allegadas a los discípulos al servicio de Jesús

154. Jesús en Cesárea Marítima habla a los galeotes.
Las fatigas del apostolado

155. Curación de la niña romana en Cesárea

156. Analía, la primera de las vírgenes consagradas

157. Instrucciones a las discípulas en Nazaret

158. En el lago de Genesaret
con Juana de Cusa.

159. Discurso en Guerguesa. La respuesta sobre el ayuno a los discípulos de Juan el Bautista.

160. Encuentro con Gamaliel en el camino de Neftalí a Yiscala

161. Curación del nieto del fariseo Elí de Cafarnaúm

162. Las conversiones humanas del fariseo Elí
y de Simón de Alfeo

163. Comiendo en casa del fariseo Elí de Cafarnaúm

164. El retiro en el monte para la elección de los Apóstoles

165. Elección de los doce Apóstoles

166. Los milagros después de la elección apostólica. Simón el Zelote y Juan predican por primera vez

167. Jesús concurre con las romanas en el jardín
de Juana de Cusa

168. Aglae en casa de María,
en Nazaret

169. Primer discurso de la Montaña: la misión de los apóstoles y de los discípulos

170. Segundo discurso de la Montaña: el don de la Gracia; las bienaventuranzas

171. Tercer discurso de la Montaña: los consejos evangélicos que perfeccionan
la Ley

172. Cuarto discurso de la Montaña: el juramento, la oración, el ayuno. El anciano Ismael y Sara

173. Quinto discurso de la Montaña: el uso de las riquezas; la limosna; la confianza en Dios.

174. Sexto discurso de la Montaña: la elección entre el Bien y el Mal; el adulterio; el divorcio. La llegada importuna de
María de Magdala.

175. El leproso curado al pie del Monte. Generosidad
del escriba Juan

176. Durante el descanso sabático, el último discurso
de la Montaña:
amar la voluntad de Dios

177. La curación del siervo
del centurión

178. Tres hombres que quieren seguir a Jesús

179. La parábola del sembrador. En Corazín con el nuevo
discípulo Elías

180. Controversia en la cocina de Pedro en Betsaida. Explicación de la parábola del sembrador. La noticia de la segunda captura de Juan el Bautista

181. La parábola del trigo
y la cizaña

182. Palabras a algunos pastores
con el huerfanito Zacarías

183. La curación de un hombre herido en casa de
María de Magdala

184. El pequeño Benjamín de Magdala y dos parábolas sobre
el Reino de los Cielos

185. La tempestad calmada.
Una lección sobre
sus preliminares

186. Los dos endemoniados de la región de los Gerasenos

187. Hacia Jerusalén
para la Pascua.
De Tariquea al monte Tabor

188. La gruta de la maga y el encuentro con Félix, llamado luego Juan

189. En Naím. Resurrección del hijo de una viuda

190. La llegada a la llanura de Esdrelón durante la puesta
del sol del viernes

191. El sábado en Esdrelón.
El pequeño Yabés.
Parábola del rico Epulón

192. Una predicción a Santiago de Alfeo. La Regada a Engannim tras un alto en Meguido

193. Llegada a Siquem tras dos días de camino

194. La revelación al pequeño Yabés durante el camino de Siquem a Berot

195. Una lección de Juan de Endor a Judas Iscariote.
Llegada a Jerusalén

196. El sábado en Getsemaní. Jesús habla de su Madre y de los amores de distintas potencias

197. En el Templo con José de Arimatea. La hora del incienso

198. El encuentro con la Madre en Betania. Yabés cambia su nombre por el de Margziam

199. Donde los leprosos de Siloán y Ben Hinnom. Pedro obtiene a Margziam
por medio de María

200. Coloquio de Áglae
con el Salvador

201. El examen de la mayoría
de edad de Margzia

202. Judas Iscariote es reprendido. Llegada de los campesinos de Jocanán

203. El Padrenuestro

204. La fe y el alma explicadas a los paganos con la parábola
de los templos

205. La parábola del hijo pródigo

206. Con dos parábolas sobre el Reino de los Cielos, termina la permanencia en Betania

207. En la gruta de
Belén la Madre evoca
el nacimiento de Jesús

208. María Santísima ve de nuevo al pastor Elías y con Jesús va a Betsur donde Elisa

209. La fecundidad del dolor, en el discurso de Jesús junto a la casa de Elisa en Betsur

210. Las inquietudes de Judas Iscariote durante el camino
hacia Hebrón

211. Regreso a Hebrón, patria del Bautista

212. Una ola de amor a Jesús, que en Yuttá habla desde
la casita de Isaac

213. En Keriot una profecía de Jesús y el comienzo de la predicación apostólica

214. La madre de Judas abre su corazón a María Stma., que ha llegado a Keriot

215. El posadero de Bet Yinna
y su hija lunática

216. Las infidelidades de los discípulos en la parábola
del diente de león

217. Las espigas arrancadas
un sábado

218. La llegada a Ascalón,
ciudad filistea

219. Los distintos frutos de la predicación de los apóstoles en la ciudad de Ascalón

220. Los idólatras de Magdalgad y la curación milagrosa
de la parturienta

221. Los prejuicios de los apóstoles respecto a los paganos y la parábola del hijo deforme

222. Un secreto del apóstol Juan

223. Una caravana nupcial se libra del asalto de bandidos después de un discurso de Jesús

224. En el apóstol Juan actúa el Amor. Llegada a Béter

225. El paralítico de la piscina de Betseida y la disputa sobre las obras del Hijo de Dios

226. Un signo bueno por parte de María de Magdala. Muerte del anciano Ismael

227. Un episodio incompleto

228. Margziam confiado
a Porfiria

229. Discurso a los habitantes de Betsaida sobre el gesto de caridad de Simón Pedro

230. Curación de la hemorroisa y resurrección de la hija de Jairo

231. En Cafarnaúm, Jesús y Marta hablan de la crisis que atormenta a María de Magdala

232. Curación de dos ciegos y de un mudo endemoniado

233. La parábola de la oveja perdida. María de Magdala también la oye

234. Comentario de tres episodios sobre la conversión de María de Magdala

235. Marta ha recibido de su hermana María la certidumbre de la conversión

236. La cena en casa de Simón el fariseo y la absolución
a María de Magdala

237. La petición de obreros para la mies, y la parábola del tesoro escondido en el campo. Marta todavía teme por su
hermana María

238. Llegada de María Stma. con María de Magdala a Cafarnaúm en medio de una tempestad

239. La parábola de los peces, la parábola de la perla, y del tesoro de las enseñanzas viejas y nuevas

240. En Betsaida, en la casa de Simón, con Porfiria y Margziam, el cual enseña a la Magdalena la oración de Jesús

241. Vocación de la hija de Felipe. Llegada a Magdala y parábola de la dracma perdida

242. Jesús habla sobre la Verdad al romano Crispo, el único que lo escucha de Tiberíades

243. En Caná en la casa de Susana. Las expresiones, los gestos y la voz de Jesús. Debate de los apóstoles acerca de las posesiones diabólicas

244. Juan repite un discurso de Jesús sobre la Creación y sobre los pueblos que esperan la Luz

245. Una acusación de los nazarenos a Jesús, rechazada con la parábola del
leproso curado

246. Un apólogo para los habitantes de Nazaret, los cuales permanecen incrédulos

247. María Stma. instruye a la Magdalena en orden
a la oración mental

248. En Belén de Galilea. Juicio ante un homicidio y parábola de los bosques petrificados

249. María Stma. instruye a Judas Iscariote sobre el deber preeminente de la
fidelidad a Dios

250. A los discípulos que han venido con Isaac: la parábola del lodo transformado en llama. Juan de Endor es alma víctima

251. A los pescadores siro-fenicios: la parábola del minero perseverante. Hermasteo
de Ascalón

252. El regreso de Tiro. Milagros. Parábola de la vid y el olmo

253. María Santísima devela a María de Alfeo el sentido de la maternidad espiritualizada.
La Magdalena debe
forjarse sufriendo

254. El encuentro con Síntica, esclava griega y la llegada a Cesárea Marítima

255. Despedida de las hermanas Marta y María, que parten con Síntica. Una lección
a Judas Iscariote

256. Parábola sobre la virtud de la esperanza, que sujeta la fe
y la caridad

257. Retiro de Jesús y Santiago de Alfeo en el monte Carmelo

258. Jesús revela a Santiago de Alfeo cuál será su misión
de apóstol

259. Lección sobre la Iglesia y los Sacramentos a Santiago de Alfeo, que obra un milagro

260. Dos parábolas de Pedro para los campesinos
de la llanura de Esdrelón

261. Exhortación a los campesinos de Doras,
que ahora lo son de Jocanán

262. Una hija no querida y el papel de la mujer redimida.
El Iscariote solicita
la ayuda de María

263. Curación del hombre del brazo atrofiado

264. Una jornada de Judas Iscariote en Nazaret

265. Instrucciones a los doce apóstoles al comienzo
de su ministerio

266. Los discípulos del Bautista quieren verificar que Jesús es el Mesías. Testimonio sobre el Precursor e invectiva contra las ciudades impenitentes

267. Jesús, carpintero en Corazín

268. Lección sobre la caridad con la parábola de los titos. El yugo de Jesús es ligero

269. La disputa con escribas y fariseos en Cafarnaúm. Llegada de la Madre y de los hermanos

270. Jesús recibe la noticia de que han matado a
Juan el Bautista

271. Salida para Tariquea con los apóstoles, que han regresado a Cafarnaúm

272. Reencarnación y vida eterna en el diálogo con un escriba

273. La primera multiplicación
de los panes

274. Jesús camina sobre las aguas. Su prontitud en socorrer
a quien le invoca

275. Cuatro nuevos discípulos. Jesús habla sobre las obras de misericordia corporal y espiritual

276. El hombre avaro y la parábola del rico necio. Las inquietudes y la vigilancia
en los siervos de Dios

277. En Magdala, en los jardines de María. El amor y la corrección entre hermanos

278. El perdón y la parábola del siervo inicuo. La misión confiada a setenta y dos discípulos

279. Encuentro con Lázaro en el campo de los Galileos

280. El regreso de los setenta y dos. Profecía sobre
los místicos futuros

281. En el Templo durante la fiesta de los Tabernáculos. Las condiciones para seguir a Jesús. La parábola de los talentos y la parábola del buen samaritano

282. La delación al Sanedrín respecto a Hermasteo,
Juan de Endor y Síntica

283. Síntica habla de su encuentro con la Verdad

284. La casita donada por Salomón. Cuatro apóstoles
se quedarán en Judea

285. Lázaro ofrece un refugio para Juan de Endor y Síntica. Viaje feliz hacia Jericó
sin Judas Iscariote

286. En Ramot con el mercader Alejandro Misax. Lección a Síntica sobre el recuerdo
de las almas

287. De Ramot a Gerasa con la caravana del mercader

288. Palabras a los habitantes de Gerasa y alabanza de una mujer a la Madre de Jesús

289. AEl sábado a Gerasa. Asueto de Margziam. La pregunta de Síntica sobre la salvación
de los paganos

290. El hombre de los ojos ulcerosos. El alto en la "fuente del Camellero". Más sobre el recuerdo de las almas

291. Margziam descubre por qué Jesús ora todos los días
a la hora nona

292. Insidia de escribas y fariseos en Bosrá

293. Palabras de Jesús y milagros en Bosrá, después de la irrupción de dos fariseos. El don de la fe a Alejandro Misax

294. La rica dádiva del mercader. Adiós a la Madre
y a las discípulas

295. Palabras y milagros en Arbela, ya evangelizada por Felipe de Jacob

296. Llegada a Aera bajo la lluvia. Curación de los enfermos que allí esperan

297. Con el sermón de Aera termina el segundo
gran viaje apostólico

298. La ayuda prestada a los huerfanitos María y Matías y las enseñanzas que de ella
se deducen

299. A Juana de Cusa le son confiados, para su tutela, los huerfanitos María y Matías

300. Con escribas y fariseos en casa del resucitado de Naím

301. ola de las frentes destronadas y explicación de la parábola sobre lo no puro

302. En Magdala, antes de mandar a todos a sus respectivas familias para las Encenias

303. Jesús donde su Madre
en Nazaret

304. Con Juan de Endor, Síntica y Margziam. María es Madre
y Maestra

305. Jesús consuela a Margziam con la parábola de los pajarillos

306. También Simón Zelote está en Nazaret. Lección sobre los daños del ocio

307. Controversia en la casa de Nazaret acerca de las culpas de los nazarenos. Lección sobre la tendencia al pecado a pesar de la Redención

308. Curación del hijo de Simón de Alfeo. Margziam es el primero de los niños discípulos

309. Sacrificio de Margziam por la curación de una niña. Enmienda de Simón de Alfeo

310. Con Pedro, en Nazaret, Jesús organiza la partida
de Juan de Endor y Síntica

311. La renuncia de Margziam es ocasión de una lección sobre los sacrificios hechos por amor

312. Jesús comunica a Juan de Endor la decisión de enviarle a Antioquía. Final del segundo año

 

244- Juan repite un discurso de Jesús sobre la Creación y sobre los pueblos que esperan la Luz


Van todos subiendo por frescos atajos que conducen a Nazaret. Las abruptas laderas de las colinas galileas, de tanto como la reciente tormenta las ha lavado y el rocío las mantiene lucientes y frescas, parecen creadas esa misma mañana, frenesí rutilante bajo los primeros rayos del sol. El ambiente está tan puro, que pone de manifiesto hasta los más mínimos detalles de los montes, más o menos cercanos, produciendo sensación de ligereza y lozanía.

Llegan al picacho de un monte. La vista se deleita en un pedazo de lago, bellísimo en esta luz matutina. Todos, imitando a Jesús, observan con admiración. Pero María de Magdala pronto desvía de ese punto la mirada y busca algo en otra dirección. Sus ojos se posan sobre las crestas montanas situadas al noroeste del lugar donde se encuentra; pero parece que no encuentra lo que busca.
Susana, que está con ellos, le pregunta:

-¿Qué buscas?
-Querría reconocer el monte en que encontré al Maestro.
-Pregúntaselo a Él.

-¡Oh, no es tan importante como para interrumpirlo! Está precisamente hablando con Judas de Keriot.

-¡Qué hombre ese Judas! -susurra Susana. No dice nada más, pero se entiende el resto.

-El monte aquel, ciertamente, no está por este camino; pero un día te llevaré, Marta. Había una aurora como ésta, y muchas flores... Y mucha gente... ¡Oh! ¡Marta! Y tuve la desfachatez de mostrarme a todos con aquel vestido de pecado y aquellos amigos... No, no puedes sentirte ofendida por las palabras de Judas. Me las he merecido. Todo me lo he merecido. En este sufrimiento está mi expiación. Todos recuerdan y todos tienen derecho a decirme la verdad. Yo debo guardar silencio. ¡Oh, si se reflexionara antes de pecar! Ahora quien me ofende es mi mayor amigo, porque me ayuda a expiar.

-Lo cual no quita que él haya faltado. Madre, ¿tu Hijo está realmente contento con ese hombre?
-Hay que orar mucho por él. Eso dice Jesús.
Juan deja a los apóstoles para venir a ayudar a las mujeres en un paso escabroso donde resbalan las sandalias. (Está sembrado -mucho más que el sendero-de piedras lisas, como esquirlas de pizarra rojiza, y de una hierbecilla brillante y dura, muy traicioneras para el pie que no hace presa.) Simón Zelote hace lo mismo. Apoyándose en ellos, las mujeres pasan el punto peligroso.

-Es un poco fatigoso este camino. Pero no hay polvo y no tiene gente. Y es más corto -dice el Zelote.
-Lo conozco, Simón -dice María -Vine a aquel pueblecillo de mitad de la pendiente, con los sobrinos, cuando echaron de Nazaret a Jesús -dice María Stma., y suspira.
-Pero desde aquí es bonito el mundo. Allí están el Tabor y el Hermón, y al norte los montes de Arbela, y allá en el fondo el gran Hermón. ¡Qué pena que no se vea el mar como se ve desde el Tabor!» dice Juan.

-¿Has estado alguna vez?
-Sí, con el Maestro.

-Juan, con su amor por el infinito, nos atrajo una gran dicha, porque Jesús, allá arriba, habló de Dios con un arrobamiento como nunca habíamos oído. Y luego, después de tanto como habíamos recibido, obtuvimos una gran conversión. Lo conocerás tú también María. Y se fortalecerá tu espíritu aún más de lo que ya lo está.

Encontramos a un hombre endurecido de odio, afeado por los remordimientos. Y Jesús lo transformó en una persona de la que no dudo en decir que será un gran discípulo. Como tú, María. Porque -cree en la verdad de lo que te digo-nosotros los pecadores somos más dúctiles a la acción del Bien que nos alcanza, porque sentimos la necesidad de ser perdonados incluso por nosotros mismos» dice Simón Zelote.

-Es verdad. Pero eres muy bueno diciendo "nosotros los pecadores". Tú has sido un desdichado, no un pecador.

-Todos lo somos, quién más, quién menos, y quien cree que lo es menos es el más sujeto a serlo si es que no lo es ya. Todos lo somos. Pero son los pecadores más grandes que se convierten los que saben ser absolutos en el Bien como lo fueron en el mal.

-Tu consolación me conforta. Siempre has sido un padre para con los hijos de Teófilo.
-Y como un padre exulto por teneros a los tres como amigos de Jesús.

-¿Dónde encontrasteis a ese discípulo gran pecador?
-En Endor, María. Simón quiere atribuir a mi deseo de ver el mar el mérito de tantas cosas hermosas y buenas. Pero si Juan el anciano ha venido a Jesús no ha sido por mérito de Juan el necio, sino por mérito de Judas de Simón -dice sonriendo el hijo de Zebedeo.

-¿Lo convirtió él? -pregunta con aire de incertidumbre Marta.
-No. Pero quiso ir a Endor y...

-Sí, para ver el antro de la maga... Judas de Simón es un hombre muy extraño... Hay que tomarlo como es... ¡En fin!... Y Juan de Endor nos guió a la caverna. Luego se quedó con nosotros. Pero, hijo mío, el mérito es tuyo de todas formas, porque sin tu deseo de infinito no habríamos ido por ese camino y no le habría venido a Judas de Simón el deseo de ir averiguar esa extraña cosa.

Me gustaría saber lo que dijo Jesús en el Tabor... y también reconocer el monte en que lo vi -suspira María Magdalena.

-El monte es aquel en que ahora parece encenderse un sol, por aquel pequeño estanque, usado por los rebaños, que recoge agua de manantial. Nosotros estábamos más arriba, donde la cima parece abrirse cual largo bidente que quisiera pinchar las nubes para llevarlas a otra parte. Por lo que respecta al discurso de Jesús, creo que Juan te lo puede referir.

-¡Simón! ¿Puede, acaso, un muchacho repetir las palabras de Dios?
-Un muchacho, no; tú, sí. Inténtalo. Por complacer a tus hermanas y a mí, que te quiero.
Juan se ruboriza mucho cuando empieza a repetir el discurso de Jesús.
-Dijo:
-Dijo:

-He aquí la página infinita en que las corrientes escriben la palabra “Creo”. Pensad en el caos del Universo antes de que el Creador quisiera ordenar los elementos y constituirlos en maravillosa sociedad que dio a los hombres la Tierra y cuanto contiene, y al firmamento los astros y planetas. Todo era todavía inexistente. No existía ni como caos informe ni como cosa ordenada, que Dios hizo. Hizo, pues, primero los elementos, que son necesarios, a pesar de que alguna vez parezcan nocivos.

Pero -pensadlo siempre-ni la más diminuta gota de rocío existe sin su razón buena de ser; no hay insecto, por pequeño y latoso que sea, que no tenga su razón buena de ser. Y, lo mismo, no hay monstruosa montaña que escupa fuego e incandescente lapilli de sus entrañas que no tenga su razón buena de ser. Y no hay ciclón que exista sin un motivo. Y no hay ­pasando de las cosas a las personas-hecho, llanto, alegría, nacimiento, muerte, esterilidad o maternidad prolífica, larga vida matrimonial o rápida viudez, desventura de miseria y de enfermedad, prosperidad de medios y de salud, que no tenga su razón buena de ser, aunque no se le presente como tal a la miopía y soberbia humanas, que ve o juzga con todas las cataratas y ofuscaciones propias de las cosas imperfectas. Mas el ojo de Dios ve, el pensamiento ilimitado de Dios sabe. El secreto para vivir exentos de estériles dudas que dan a la jornada terrena nerviosismo, agotamiento, hieles, está en saber creer que Dios todo lo hace por una razón inteligente y buena, que Dios hace lo que hace por amor, y no por un estúpido intento de mortificar por mortificar.

Dios ya había creado a los ángeles. Parte de ellos, por haber querido no creer que fuera bueno el nivel de gloria en que Dios los había colocado, se habían rebelado y, con su corazón agostado por la falta de fe en su Señor, habían tratado de asaltar el inalcanzable trono de Dios. A las armoniosas razones de los ángeles creyentes habían opuesto su desacorde, injusto y pesimista pensamiento; y el pesimismo, que es falta de fe, los había hecho pasar de espíritus de luz a espíritus entenebrecidos.

¡Vivan, eternamente, aquellos que, tanto en el Cielo como en la Tierra, saben basar su pensamiento en una premisa de optimismo lleno de luz! Nunca errarán completamente, aunque los hechos los contradigan. ¡No errarán, al menos por lo que se refiere a su espíritu, que continuará creyendo, esperando, amando sobre todo a Dios y al prójimo, permaneciendo, por tanto, en Dios por los siglos de los siglos!

El Paraíso había sido ya liberado de estos orgullosos pesimistas, que veían negrura incluso en las luminosísimas obras de Dios; de la misma forma que en la Tierra los pesimistas ven negrura hasta en las más claras y luminosas acciones del hombre, y, queriendo aislarse dentro de una torre de marfil, pues se creen los únicos perfectos, se autocondenan a una oscura prisión que termina en las tinieblas del reino infernal, el reino de la Negación; porque el pesimismo es también Negación.

Dios hizo, pues, la Creación. Y, de la misma forma que para comprender el misterio glorioso de nuestro Ser uno y trino hay que saber creer y ver que desde el principio el Verbo existía, y estaba con Dios, unidos por el Amor perfectísimo que sólo puede ser espirado por dos que Dios son siendo Uno; así, igualmente, para ver la creación como realmente es, es necesario mirarla con ojos de fe, porque en su ser -de la misma forma que un hijo lleva el imborrable reflejo de su padre-la creación tiene en sí el indeleble reflejo de su Creador. Veremos entonces que también aquí al principio fueron el cielo y la tierra, luego fue la luz, que puede ser comparada con el amor, porque la luz es alegría como lo es el amor. Y la luz es la atmósfera del Paraíso. Y Dios, incorpóreo Ser, es Luz, y es Padre de toda luz intelectiva, afectiva, material, espiritual, en el Cielo y en la Tierra.

Al principio fueron el cielo y la tierra, y les fue dada la luz y por la luz todo fue hecho. Y de la misma forma que en el Cielo altísimo habían sido separados los espíritus de luz de los de tinieblas, en la creación fueron separadas las tinieblas de la luz, y se hizo el Día y la Noche: el primer día de la creación se había cumplido, con su mañana y su tarde, su mediodía y su media noche. Y, cuando la sonrisa de Dios, la luz, pasada la noche, volvió, la mano de Dios, su poderosa voluntad, se extendió sobre la tierra informe y vacía y sobre el cielo por el que vagaban las aguas -uno de los elementos libres en el caos-y quiso que el firmamento separase el desordenado errar de las aguas entre el cielo y la tierra para que fuera entrecielo que protegiera de los rayos paradisíacos, contención de las aguas superiores para que no cayeran los diluvios sobre la fermentación de metales y átomos y erosionasen y disgregasen lo que Dios estaba reuniendo.

Estaba establecido el orden en el cielo. El imperativo dado por Dios a las aguas que se extendían sobre la tierra puso orden en ésta. Y tuvo origen el mar. Ahí está. En él, como en el firmamento, está escrito: “Dios existe”.

Cualquiera que sea la la capacidad intelectual de un hombre y su fe, o su no fe, ante esta página en que brilla una partícula de la infinitud que es Dios y en que está testificado su poder -porque ningún poder humano ni ninguna ordenación natural de elementos pueden repetir, ni siquiera en mínima medida, un prodigio semejante-está obligado a creer. A creer no sólo en el poder, sino también en la bondad del Señor, que a través de ese mar le da al hombre alimento y caminos, sales saludables; y mitiga el sol y da espacio al viento, semillas a las tierras lejanas entre sí; da voces de tempestades para que llamen a la hormiga que es el hombre hacia el Infinito, su Padre; y da la forma de elevarse, contemplando visiones más altas, a más altas esferas.

En la creación todo es testimonio de Dios, mas tres son las cosas que más hablan de Él: la luz, el firmamento y el mar: el orden astral y meteorológico, reflejo del Orden divino; la luz que sólo un Dios podía hacer; el mar, esa potencia que sólo Dios, tras haberla creado, podía meter en sólidos confines, y darle movimiento y voz, sin que por ello, cual turbulento elemento de desorden, dañase a la tierra, a esta tierra que lo sostiene sobre su superficie.

Penetrad el misterio de la luz que nunca se agota. Alzad la mirada al firmamento en que ríen estrellas y planetas.

Bajad vuestra mirada hacia el mar. Ved su verdadera realidad: no es algo que separe, sino puente entre los pueblos (con los que están en las otras orillas, invisibles, incluso desconocidas, pero en cuya existencia es necesario creer, por el simple hecho de que existe este mar). Dios no hace ninguna cosa inútil. Por tanto, no habría hecho esta infinitud si no tuviera como límite, más allá del horizonte que nos impide la visión, otras tierras, pobladas por otros hombres, con origen todos ellos en un único Dios, llevados allá por tempestades y corrientes, por voluntad de Dios, para poblar continentes y regiones. Este mar trae en sus ondas, en el rumor de sus olas y mareas, invocaciones lejanas; es elemento de unión, no de separación.

Esta ansia que le produce a Juan una dulce angustia es la llamada de los hermanos lejanos. Cuanto más señor de la carne se hace el espíritu más es capaz de oír las voces de los espíritus que están unidos aunque medie separación entre ellos (como están unidas las ramas nacidas de una única raíz, a pesar de que una ya ni siquiera vea a la otra porque un obstáculo se interpone entre ellas).

Mirad el mar con ojos de luz. Veréis tierras y más tierras extendidas sobre sus playas, en sus confines, y, dentro de él, más tierras todavía... Pues bien, de todas ellas llega un grito: “¡Venid! ¡Traednos esa Luz que poseéis, esa Vida que se os da! ¡Decidle a nuestro corazón esa palabra que ignoramos, pero que sabemos que es la base del Universo: amor.

Enseñadnos a leer la palabra que vemos escrita en las páginas infinitas del firmamento y el mar: Dios. Iluminadnos, porque sentimos que hay una luz aún más verdadera que la que arrebola el cielo y hace de pedrería la superficie del mar. Dad a nuestras tinieblas esa Luz que Dios os ha dado tras haberla engendrado con su amor; que os ha dado a vosotros, pero para todos, de la misma forma que se la dio a los astros para que la dieran a la Tierra. Vosotros sois los astros; nosotros, el polvo. Pero formadnos, de la misma forma que el Creador creó con el polvo la Tierra para que el hombre la poblara y lo adorase, ahora y siempre, hasta que llegue la hora en que ya no sea Tierra, sino que venga el Reino, el Reino de la luz, del amor, de la paz, como el Dios vivo os ha dicho que será.

Porque también nosotros somos hijos de este Dios y pedimos conocer a nuestro Padre.

Sabed ir por caminos de infinito, sin temores, sin sentimientos de desdén, hacia aquellos que invocan y lloran, hacia aquellos que os producirán, sí, dolor, porque sienten a Dios pero no saben adorarlo, pero que os darán también la gloria, porque seréis grandes en la medida en que, poseyendo el amor, sepáis darlo, conduciendo a la Verdad a los pueblos que esperan".
Jesús habló así. Mucho mejor de como lo he dicho yo. Pero al menos su concepto es éste.

-Juan, has dado una exacta repetición del Maestro. Sólo has dejado lo que dijo sobre tu poder de comprender a Dios por tu generosidad de donarte. Eres bueno, Juan, ¡el mejor de entre nosotros! Hemos recorrido la distancia sin darnos cuenta. Allí está Nazaret, construida sobre su terreno ondulado. El Maestro nos está mirando y sonríe. ¡Venga, vamos a alcanzarlo para entrar en la ciudad juntos!
-Gracias, Juan, por el gran regalo que has dado a la Mamá dice la Virgen.

-Yo también te doy las gracias. También a la pobre María le has abierto horizontes infinitos... -¿De qué hablabais tanto? -les pregunta Jesús cuando llegan. -Juan ha repetido tu discurso del Tabor. Perfectamente. Y hemos gozado de ello.

-Me alegro de que mi Madre, cuyo nombre tiene que ver con el mar y cuya caridad es vasta como él, lo haya oído.

-Hijo mío, Tú la posees como Hombre; y no es nada respecto a tu infinita caridad de Verbo divino. ¡Mi dulce Jesús!

-Ven, Mamá, a mi lado; como cuando volvíamos de Caná o de Jerusalén cuando era niño, que me llevabas de la mano. Y se miran con su mirada de amor.

   


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