Thursday April 25,2024
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EL EVANGELIO
COMO ME HA SIDO REVELADO


El Evangelio como me ha sido revelado

Autor: María Valtorta

« PARTE 3 de 7 »

SEGUNDO AÑO DE LA
VIDA PUBLICA DE JESUS

Partes: [ 1 ] [ 2 ] [ 3 ]
[ 4 ] [ 5 ] [ 6 ] [ 7 ]



141. Yendo hacia Arimatea con los discípulos y con
José de Emaús

142. Con los doce hacia Samaria

143. La samaritana Fotinai

144. Los samaritanos invitan a Jesús a Sicar

145. El primer día en Sicar

146. El segundo día en Sicar. Jesús se despide de los samaritanos

147. Curación de una mujer de Sicar y conversión de Fotinai

148. Jesús visita a Juan el Bautista en las cercanías de Enón

149. La visita a Juan el Bautista, motivo de instrucción
a los apóstoles

150. Jesús en Nazaret, en casa de su Madre. Ella deberá
seguir a su Hijo

151. En Caná en casa de Susana, que se hará discípula.
El oficial del rey

152. María Salomé es recibida como discípula

153. Las mujeres allegadas a los discípulos al servicio de Jesús

154. Jesús en Cesárea Marítima habla a los galeotes.
Las fatigas del apostolado

155. Curación de la niña romana en Cesárea

156. Analía, la primera de las vírgenes consagradas

157. Instrucciones a las discípulas en Nazaret

158. En el lago de Genesaret
con Juana de Cusa.

159. Discurso en Guerguesa. La respuesta sobre el ayuno a los discípulos de Juan el Bautista.

160. Encuentro con Gamaliel en el camino de Neftalí a Yiscala

161. Curación del nieto del fariseo Elí de Cafarnaúm

162. Las conversiones humanas del fariseo Elí
y de Simón de Alfeo

163. Comiendo en casa del fariseo Elí de Cafarnaúm

164. El retiro en el monte para la elección de los Apóstoles

165. Elección de los doce Apóstoles

166. Los milagros después de la elección apostólica. Simón el Zelote y Juan predican por primera vez

167. Jesús concurre con las romanas en el jardín
de Juana de Cusa

168. Aglae en casa de María,
en Nazaret

169. Primer discurso de la Montaña: la misión de los apóstoles y de los discípulos

170. Segundo discurso de la Montaña: el don de la Gracia; las bienaventuranzas

171. Tercer discurso de la Montaña: los consejos evangélicos que perfeccionan
la Ley

172. Cuarto discurso de la Montaña: el juramento, la oración, el ayuno. El anciano Ismael y Sara

173. Quinto discurso de la Montaña: el uso de las riquezas; la limosna; la confianza en Dios.

174. Sexto discurso de la Montaña: la elección entre el Bien y el Mal; el adulterio; el divorcio. La llegada importuna de
María de Magdala.

175. El leproso curado al pie del Monte. Generosidad
del escriba Juan

176. Durante el descanso sabático, el último discurso
de la Montaña:
amar la voluntad de Dios

177. La curación del siervo
del centurión

178. Tres hombres que quieren seguir a Jesús

179. La parábola del sembrador. En Corazín con el nuevo
discípulo Elías

180. Controversia en la cocina de Pedro en Betsaida. Explicación de la parábola del sembrador. La noticia de la segunda captura de Juan el Bautista

181. La parábola del trigo
y la cizaña

182. Palabras a algunos pastores
con el huerfanito Zacarías

183. La curación de un hombre herido en casa de
María de Magdala

184. El pequeño Benjamín de Magdala y dos parábolas sobre
el Reino de los Cielos

185. La tempestad calmada.
Una lección sobre
sus preliminares

186. Los dos endemoniados de la región de los Gerasenos

187. Hacia Jerusalén
para la Pascua.
De Tariquea al monte Tabor

188. La gruta de la maga y el encuentro con Félix, llamado luego Juan

189. En Naím. Resurrección del hijo de una viuda

190. La llegada a la llanura de Esdrelón durante la puesta
del sol del viernes

191. El sábado en Esdrelón.
El pequeño Yabés.
Parábola del rico Epulón

192. Una predicción a Santiago de Alfeo. La Regada a Engannim tras un alto en Meguido

193. Llegada a Siquem tras dos días de camino

194. La revelación al pequeño Yabés durante el camino de Siquem a Berot

195. Una lección de Juan de Endor a Judas Iscariote.
Llegada a Jerusalén

196. El sábado en Getsemaní. Jesús habla de su Madre y de los amores de distintas potencias

197. En el Templo con José de Arimatea. La hora del incienso

198. El encuentro con la Madre en Betania. Yabés cambia su nombre por el de Margziam

199. Donde los leprosos de Siloán y Ben Hinnom. Pedro obtiene a Margziam
por medio de María

200. Coloquio de Áglae
con el Salvador

201. El examen de la mayoría
de edad de Margzia

202. Judas Iscariote es reprendido. Llegada de los campesinos de Jocanán

203. El Padrenuestro

204. La fe y el alma explicadas a los paganos con la parábola
de los templos

205. La parábola del hijo pródigo

206. Con dos parábolas sobre el Reino de los Cielos, termina la permanencia en Betania

207. En la gruta de
Belén la Madre evoca
el nacimiento de Jesús

208. María Santísima ve de nuevo al pastor Elías y con Jesús va a Betsur donde Elisa

209. La fecundidad del dolor, en el discurso de Jesús junto a la casa de Elisa en Betsur

210. Las inquietudes de Judas Iscariote durante el camino
hacia Hebrón

211. Regreso a Hebrón, patria del Bautista

212. Una ola de amor a Jesús, que en Yuttá habla desde
la casita de Isaac

213. En Keriot una profecía de Jesús y el comienzo de la predicación apostólica

214. La madre de Judas abre su corazón a María Stma., que ha llegado a Keriot

215. El posadero de Bet Yinna
y su hija lunática

216. Las infidelidades de los discípulos en la parábola
del diente de león

217. Las espigas arrancadas
un sábado

218. La llegada a Ascalón,
ciudad filistea

219. Los distintos frutos de la predicación de los apóstoles en la ciudad de Ascalón

220. Los idólatras de Magdalgad y la curación milagrosa
de la parturienta

221. Los prejuicios de los apóstoles respecto a los paganos y la parábola del hijo deforme

222. Un secreto del apóstol Juan

223. Una caravana nupcial se libra del asalto de bandidos después de un discurso de Jesús

224. En el apóstol Juan actúa el Amor. Llegada a Béter

225. El paralítico de la piscina de Betseida y la disputa sobre las obras del Hijo de Dios

226. Un signo bueno por parte de María de Magdala. Muerte del anciano Ismael

227. Un episodio incompleto

228. Margziam confiado
a Porfiria

229. Discurso a los habitantes de Betsaida sobre el gesto de caridad de Simón Pedro

230. Curación de la hemorroisa y resurrección de la hija de Jairo

231. En Cafarnaúm, Jesús y Marta hablan de la crisis que atormenta a María de Magdala

232. Curación de dos ciegos y de un mudo endemoniado

233. La parábola de la oveja perdida. María de Magdala también la oye

234. Comentario de tres episodios sobre la conversión de María de Magdala

235. Marta ha recibido de su hermana María la certidumbre de la conversión

236. La cena en casa de Simón el fariseo y la absolución
a María de Magdala

237. La petición de obreros para la mies, y la parábola del tesoro escondido en el campo. Marta todavía teme por su
hermana María

238. Llegada de María Stma. con María de Magdala a Cafarnaúm en medio de una tempestad

239. La parábola de los peces, la parábola de la perla, y del tesoro de las enseñanzas viejas y nuevas

240. En Betsaida, en la casa de Simón, con Porfiria y Margziam, el cual enseña a la Magdalena la oración de Jesús

241. Vocación de la hija de Felipe. Llegada a Magdala y parábola de la dracma perdida

242. Jesús habla sobre la Verdad al romano Crispo, el único que lo escucha de Tiberíades

243. En Caná en la casa de Susana. Las expresiones, los gestos y la voz de Jesús. Debate de los apóstoles acerca de las posesiones diabólicas

244. Juan repite un discurso de Jesús sobre la Creación y sobre los pueblos que esperan la Luz

245. Una acusación de los nazarenos a Jesús, rechazada con la parábola del
leproso curado

246. Un apólogo para los habitantes de Nazaret, los cuales permanecen incrédulos

247. María Stma. instruye a la Magdalena en orden
a la oración mental

248. En Belén de Galilea. Juicio ante un homicidio y parábola de los bosques petrificados

249. María Stma. instruye a Judas Iscariote sobre el deber preeminente de la
fidelidad a Dios

250. A los discípulos que han venido con Isaac: la parábola del lodo transformado en llama. Juan de Endor es alma víctima

251. A los pescadores siro-fenicios: la parábola del minero perseverante. Hermasteo
de Ascalón

252. El regreso de Tiro. Milagros. Parábola de la vid y el olmo

253. María Santísima devela a María de Alfeo el sentido de la maternidad espiritualizada.
La Magdalena debe
forjarse sufriendo

254. El encuentro con Síntica, esclava griega y la llegada a Cesárea Marítima

255. Despedida de las hermanas Marta y María, que parten con Síntica. Una lección
a Judas Iscariote

256. Parábola sobre la virtud de la esperanza, que sujeta la fe
y la caridad

257. Retiro de Jesús y Santiago de Alfeo en el monte Carmelo

258. Jesús revela a Santiago de Alfeo cuál será su misión
de apóstol

259. Lección sobre la Iglesia y los Sacramentos a Santiago de Alfeo, que obra un milagro

260. Dos parábolas de Pedro para los campesinos
de la llanura de Esdrelón

261. Exhortación a los campesinos de Doras,
que ahora lo son de Jocanán

262. Una hija no querida y el papel de la mujer redimida.
El Iscariote solicita
la ayuda de María

263. Curación del hombre del brazo atrofiado

264. Una jornada de Judas Iscariote en Nazaret

265. Instrucciones a los doce apóstoles al comienzo
de su ministerio

266. Los discípulos del Bautista quieren verificar que Jesús es el Mesías. Testimonio sobre el Precursor e invectiva contra las ciudades impenitentes

267. Jesús, carpintero en Corazín

268. Lección sobre la caridad con la parábola de los titos. El yugo de Jesús es ligero

269. La disputa con escribas y fariseos en Cafarnaúm. Llegada de la Madre y de los hermanos

270. Jesús recibe la noticia de que han matado a
Juan el Bautista

271. Salida para Tariquea con los apóstoles, que han regresado a Cafarnaúm

272. Reencarnación y vida eterna en el diálogo con un escriba

273. La primera multiplicación
de los panes

274. Jesús camina sobre las aguas. Su prontitud en socorrer
a quien le invoca

275. Cuatro nuevos discípulos. Jesús habla sobre las obras de misericordia corporal y espiritual

276. El hombre avaro y la parábola del rico necio. Las inquietudes y la vigilancia
en los siervos de Dios

277. En Magdala, en los jardines de María. El amor y la corrección entre hermanos

278. El perdón y la parábola del siervo inicuo. La misión confiada a setenta y dos discípulos

279. Encuentro con Lázaro en el campo de los Galileos

280. El regreso de los setenta y dos. Profecía sobre
los místicos futuros

281. En el Templo durante la fiesta de los Tabernáculos. Las condiciones para seguir a Jesús. La parábola de los talentos y la parábola del buen samaritano

282. La delación al Sanedrín respecto a Hermasteo,
Juan de Endor y Síntica

283. Síntica habla de su encuentro con la Verdad

284. La casita donada por Salomón. Cuatro apóstoles
se quedarán en Judea

285. Lázaro ofrece un refugio para Juan de Endor y Síntica. Viaje feliz hacia Jericó
sin Judas Iscariote

286. En Ramot con el mercader Alejandro Misax. Lección a Síntica sobre el recuerdo
de las almas

287. De Ramot a Gerasa con la caravana del mercader

288. Palabras a los habitantes de Gerasa y alabanza de una mujer a la Madre de Jesús

289. AEl sábado a Gerasa. Asueto de Margziam. La pregunta de Síntica sobre la salvación
de los paganos

290. El hombre de los ojos ulcerosos. El alto en la "fuente del Camellero". Más sobre el recuerdo de las almas

291. Margziam descubre por qué Jesús ora todos los días
a la hora nona

292. Insidia de escribas y fariseos en Bosrá

293. Palabras de Jesús y milagros en Bosrá, después de la irrupción de dos fariseos. El don de la fe a Alejandro Misax

294. La rica dádiva del mercader. Adiós a la Madre
y a las discípulas

295. Palabras y milagros en Arbela, ya evangelizada por Felipe de Jacob

296. Llegada a Aera bajo la lluvia. Curación de los enfermos que allí esperan

297. Con el sermón de Aera termina el segundo
gran viaje apostólico

298. La ayuda prestada a los huerfanitos María y Matías y las enseñanzas que de ella
se deducen

299. A Juana de Cusa le son confiados, para su tutela, los huerfanitos María y Matías

300. Con escribas y fariseos en casa del resucitado de Naím

301. ola de las frentes destronadas y explicación de la parábola sobre lo no puro

302. En Magdala, antes de mandar a todos a sus respectivas familias para las Encenias

303. Jesús donde su Madre
en Nazaret

304. Con Juan de Endor, Síntica y Margziam. María es Madre
y Maestra

305. Jesús consuela a Margziam con la parábola de los pajarillos

306. También Simón Zelote está en Nazaret. Lección sobre los daños del ocio

307. Controversia en la casa de Nazaret acerca de las culpas de los nazarenos. Lección sobre la tendencia al pecado a pesar de la Redención

308. Curación del hijo de Simón de Alfeo. Margziam es el primero de los niños discípulos

309. Sacrificio de Margziam por la curación de una niña. Enmienda de Simón de Alfeo

310. Con Pedro, en Nazaret, Jesús organiza la partida
de Juan de Endor y Síntica

311. La renuncia de Margziam es ocasión de una lección sobre los sacrificios hechos por amor

312. Jesús comunica a Juan de Endor la decisión de enviarle a Antioquía. Final del segundo año

 

246- Un apólogo para los habitantes de Nazaret, los cuales permanecen incrédulos


Todavía la sinagoga de Nazaret, pero hoy es sábado.

Jesús ha leído el apólogo contra Abimelec (Jueces 9, 8-15) y termina con las palabras: «"salga de él fuego y devore los cedros del Líbano"». Luego restituye el rollo al arquisinagogo.

-¿No lees lo demás? Sería conveniente para comprender el apólogo -dice el jefe de la sinagoga.
-No hace falta. El tiempo de Abimelec está ya muy lejano. Yo aplico al momento presente el viejo apólogo.

Escuchad, gentes de Nazaret. Ya sabéis, por la instrucción recibida de vuestro arquisinagogo -el cual, en su momento, fue instruido a su vez por un rabí, y éste a su vez por otro, y así sucesivamente desde hace siglos, siempre con el mismo método y las mismas conclusiones-, ya sabéis las aplicaciones del apólogo contra Abimelec. Yo os voy a hablar de otra aplicación. Y... os ruego que sepáis usar vuestra inteligencia, que no seáis como esas cuerdas que pasan por la polea de un pozo, que hasta que no se gastan van de la polea al agua y del agua a la polea, sin poder jamás cambiar.

El hombre no es una soga obligada, ni un instrumento mecánico. El hombre está dotado de cerebro inteligente y debe saber usarlo por sí mismo, según las necesidades y circunstancias. Porque, si bien la letra de la palabra es eterna, las circunstancias cambian. Son raquíticos esos maestros que no saben saber querer el esfuerzo y satisfacción que supone el ir extrayendo gradualmente la enseñanza nueva, es decir, el espíritu que siempre está contenido en las palabras antiguas y sabias.

Serán semejantes al eco, que lo único que puede hacer es repetir, incluso hasta el infinito, una sola palabra, sin decir ni siquiera una de su propia cosecha.

Los árboles, es decir, la Humanidad representada en el bosque en que están reunidas todas las especies de árboles, arbustos y hierbas, sienten la necesidad de que los guíe uno que cargue no sólo con todas las glorias, sino también -y es peso mucho mayor-con todas las cargas de la autoridad, y con la responsabilidad de la felicidad o infelicidad de los súbditos, la responsabilidad ante los propios súbditos, ante los pueblos vecinos y, lo que es terrible, ante Dios. Porque los hombres otorgan todo tipo de coronas o preeminencias sociales, es verdad, pero también es verdad que Dios lo permite, y, sin su condescendencia, ninguna fuerza humana puede imponerse.

Esto explica los cambios inimaginables e imprevistos de dinastías que parecían eternas, o de poderes que parecían intocables: cuando sobrepasaron la medida, en castigo o prueba para los pueblos, fueron derrocados por los propios súbditos, con el permiso de Dios, y vinieron a ser nada, polvo, o incluso fango de mísera cloaca.

He dicho que los pueblos sienten la necesidad de elegirse a uno que cargue con todas las responsabilidades para con sus súbditos, para con las naciones vecinas y, lo que es más tremendo, para con Dios. En efecto, si el juicio de la historia es terrible ­en vano los intereses de los pueblos tratan de mutarlo, pues hechos y pueblos futuros lo devolverán a su primera, tremenda verdad-, todavía peor es el juicio de Dios, quien no sufre presiones de nadie, ni está sujeto a cambios de humor o de juicio -como demasiadas veces les sucede a los hombres-, ni -todavía mucho menos-a errores de juicio. Por tanto, los elegidos para dirigir pueblos y crear historia tendrían que actuar con la justicia heroica propia de los santos, para no caer en la ignominia en los siglos futuros y recibir el castigo de Dios por los siglos de los siglos.

Pero volvamos al apólogo de Abimelec. Los árboles, pues, queriendo elegir un rey, fueron donde el olivo. Mas éste, árbol sagrado y consagrado para usos sobrenaturales, por el aceite que arde ante el Señor y es parte preponderante en los diezmos y sacrificios; éste, que presta su líquido para elaborar el bálsamo santo con que se ungirán altares, sacerdotes y reyes, líquido que desciende al interior de los cuerpos enfermos, o que se aplica sobre ellos, con propiedades, diría, casi taumatúrgicas, respondió: "¿Cómo puedo desatender mi vocación santa y sobrenatural para rebajarme a cosas de la tierra?".

¡Oh, dulce respuesta del olivo! ¿Por qué será que no la aprenden y practican todos aquellos a quienes Dios elige para santa misión, al menos estos? En verdad, deberían responder así todos los hombres a las sugestiones del demonio, dado que todo hombre es rey e hijo de Dios, dotado de un alma que lo hace tal: regio, filialmente divino, y llamado a sobrenatural destino. Tiene un alma que es altar y casa: el altar de Dios, la casa a donde el Padre de los Cielos desciende a recibir amor y reverencia del hijo y súbdito. Todo hombre tiene un alma, y toda alma, siendo altar, hace del hombre que la contiene un sacerdote, custodio del altar; y está escrito en el Levítico: "El Sacerdote no se contamine". El hombre, pues, tendría el deber de responder a la tentación del demonio, del mundo y la carne: "¿Puedo yo dejar de ser espiritual para ocuparme de cosas materiales y pecaminosas?".

"Los árboles fueron entonces donde la higuera, y la invitaron a que reinara sobre ellos. Pero la higuera respondió: "¿Cómo puedo renunciar a mi dulzura y a mis suavísimos frutos por reinar sobre vosotros?".

Muchos se dirigen a la persona dulce para tenerla como rey; no tanto por admiración de su dulzura, cuanto porque esperan que, siendo muy dulce, acabe transformándose en un rey de tres al cuarto, del cual podrán obtener todo tipo de consenso y con el cual podrán permitirse todo tipo de licencias. Pero la dulzura no es debilidad; es bondad, justa, inteligente, firme. No confundáis nunca la dulzura con la debilidad: la primera es virtud; la segunda, defecto. Y, precisamente por ser virtud, comunica a quien la posee una rectitud de conciencia que le permite resistir a las solicitaciones y seducciones humanas (que pretenden doblegarlo a sus intereses, que no son los de Dios) y permanece fiel a su destino, a toda costa. El dulce de espíritu no rebatirá nunca con acritud las recriminaciones de los demás, no rechazará nunca con dureza a quien lo solicita; no obstante, perdonando y sonriendo, dirá siempre: "Hermano, déjame a mi dulce suerte.

Estoy aquí para consolarte y ayudarte, pero no puedo ser rey como tú lo concibes, porque una sola realeza me interesa y me preocupa, por mi alma y por la tuya: la espiritual".

Los árboles fueron a la vid y le pidieron que reinara sobre ellos. Pero la vid respondió: "¿Cómo puedo renunciar a ser alegría y fuerza para ir a reinar sobre vosotros?".

Ser rey, tanto por las responsabilidades como por los remordimientos -es más raro que un diamante negro el rey que no peca y no se crea remordimientos-, lleva siempre a estados espirituales sombríos. El poder seduce mientras resplandece como un faro de lejos; una vez que uno lo alcanza, se ve que no es sino resplandor de luciérnaga, no de estrella. Y también: el poder no es sino una fuerza ligada por mil sogas (las de los mil intereses que bullen en torno a un rey). Intereses de los cortesanos, intereses de los aliados, intereses personales y de la parentela. ¿Cuántos reyes se juran a sí mismos, mientras el óleo los consagra: "Seré imparcial", y luego no saben serlo? Cual árbol robusto que no se rebela contra el primer abrazo de la hiedra débil y delgada, sino que dice: "Es tan frágil, que no me puede causar daño", antes al contrario se complace de que la hiedra lo enguirnalde, se complace de ser el protector que la sujeta mientras sube; así, tan frecuentemente -podría decir que siempre-, el rey cede al primer abrazo del interés que a él se dirige, de cortesano o de aliado, personal o de parentela, y se complace en ser su munífico protector. "¡Es tan poca cosa!", dice, aunque la conciencia le grite: "¡Ten cuidado!". Y piensa que no le podrá perjudicar ni en cuanto al poder ni en cuanto al buen nombre.

Lo mismo piensa el árbol. Mas llega el día en que, robusteciéndose y extendiéndose, aumentando su voracidad de succionar linfa del suelo y subir a la conquista de luz y sol, la hiedra abraza, rama tras rama, todo ese árbol fuerte, y prevalece sobre él, lo ahoga, lo mata, ¡Y era tan frágil; y él, tan fuerte! Sucede igual con los reyes.

Un primer compromiso con la propia misión, un primer gesto de encogerse de hombros ante la voz de la conciencia (y ello porque las alabanzas son dulces y porque agrada ese aire de protector solicitado)... llega un momento en que ya no es el rey el que reina, sino los intereses de los demás. Estos intereses atan al rey, lo amordazan, hasta ahogarlo; Y lo matan si, siendo ya más fuertes que él, ven que no se da prisa en morir. También el hombre común, que es lo mismo un rey en el espíritu, se pierde si acepta realezas menores por soberbia o ambición. Y pierde su serenidad espiritual, la que le viene de la unión con Dios. Porque el demonio, el mundo y la carne pueden dar un poder y gozo ilusorios, pero a costa de la alegría espiritual que viene de la unión con Dios.

¡Alegría y fuerza de los pobres de espíritu, bien merecéis que el hombre sepa decir: "¿Cómo podré aceptar la realeza sobre la parte inferior, si aliándome con vosotros, pierdo fuerza y alegría internas y el Cielo y su verdadera realeza?" Y pueden decir también estos bienaventurados pobres de espíritu -que tienen como único objetivo la posesión del Reino de los Cielos y desprecian todas las demás riquezas que no sean el Reino-, pueden decir:

"¿Cómo decaer en nuestra misión, que consiste en producir maduros jugos fortalecedores y de alegría para esta Humanidad, hermana nuestra, que vive en el desierto de la animalidad, y que necesita apagar su sed para no morir, y para nutrirse de jugos vitales, cual niño que no tiene a nadie que lo alimente? Nosotros somos las nodrizas de esta Humanidad que ha perdido el seno de Dios, esta Humanidad que vaga estéril y enferma, y que encontraría la muerte desesperada, el negro escepticismo, si no nos encontrase a nosotros, que, con la alegre laboriosidad de quien está libre de todo lazo terreno, los persuadiéramos de que hay una Vida, una Alegría, una Libertad, una Paz. No podemos renunciar a la Caridad por un interés mezquino.

Los árboles se dirigieron entonces al espino. Éste no los rechazó. Pero impuso pactos severos: "Si me queréis como rey, venid aquí debajo de mí. Si me elegís y luego no queréis venir, haré de cada espina encendido tormento y os quemaré a todos, incluso a los cedros del Líbano".

¡He aquí cuáles son las realezas que el mundo acepta como verdaderas! La corrupción de la Humanidad es causa de que se tomen por verdadera realeza la tiranía y la crueldad; la mansedumbre y bondad, por estupidez y bajos sentimientos. El hombre no se somete al Bien, pero sí se somete al Mal. El Mal lo seduce. La consecuencia es que el Mal lo consume con fuego.

Éste es el apólogo de Abimelec. Pues bien, voy a proponeros otro; no lejano ni referido a hechos lejanos, sino cercano, presente.

Los animales pensaron en elegir a un rey. Como eran astutos, pensaron elegir a uno del que no debiera temerse fuerza o ferocidad; descartaron, por tanto, al león y a todos los otros felinos. Dijeron que no querían a las rostradas águilas, ni a ninguna otra ave rapaz. Desconfiaron del caballo, que podía llegarse hasta ellos con rapidez, y ver sus acciones; desconfiaron todavía más del burro, del que conocían la paciencia, sí, pero también los repentinos arranques de furia y las fuertes pezuñas.

Se horrorizaron ante la idea de tener por rey al mono, pues era demasiado inteligente y vengativo. Con respecto a la serpiente, con la disculpa de que se había prestado a Satanás para seducir al hombre, dijeron que no la querían como rey, a pesar de sus graciosos colores y la elegancia de sus movimientos; en realidad no la quisieron porque conocían su silencioso paso majestuoso, la fuerza de sus músculos, el terrible efecto de su veneno. ¿Elegir rey a un toro o a otro animal provisto de aguzados cuernos? ¡No hombre, no! "Que el diablo también los tiene" dijeron; pero en realidad pensaban: "Si nos rebelamos, un día nos extermina con sus cuernos".

Eliminando a unos y eliminando a otros, he aquí que vieron a un corderito regordete y blanco que triscaba alegre por un prado verde, hocicando en la rechoncha mama materna. No tenía cuernos; antes al contrario, unos ojos mansos como cielo de Abril. Era manso y sencillo. De todo estaba contento: del agua de un pequeño riachuelo donde bebía hundiendo su morrillo rosado; de las florecillas de variados sabores que satisfacían el ojo y el paladar; de la tupida hierba, sobre la cual era bonito estar tumbado después de haber comido bien; y de las nubes, que parecían otros corderitos que correteasen por aquellos prados azules, allá arriba, y le invitaran a jugar, corriendo por el prado como ellas por el cielo; y, sobre todo, de las caricias de su mamá, la cual todavía le consentía alguna sobria chupada, lamiéndole, mientras tanto, la blanca lana con su rosada lengua; y del aprisco, seguro y protegido del viento, y de la cama, bien esponjosa y fragante, en que le era dulce dormir junto a su madre. "Es fácil contentarlo. Y no tiene ni armas ni veneno. Es ingenuo.

Hagámoslo rey". Y lo hicieron rey. Y se gloriaban de él, porque era hermoso y bueno y porque lo admiraban los pueblos vecinos y lo amaban los súbditos por su paciente mansedumbre.

Pasó un tiempo. El cordero se hizo carnero, y dijo: "Llega el momento de gobernar realmente. Ahora tengo pleno conocimiento de mi misión. La voluntad de Dios -que permitió que fuera elegido rey-me ha formado para esta misión y me ha dado capacidad de reinar; justo es, por tanto, que la ejercite en forma plena, incluso porque, si no, sería desperdiciar los dones de Dios".

Viendo, pues, a súbditos hacer cosas contrarias a la honestidad de las costumbres, o a la caridad, dulzura, lealtad, morigeración, obediencia, respeto, prudencia, etc. alzó su voz para amonestar. Pero he aquí que los súbditos se rieron de su balido sabio y dulce, que no atemorizaba como el rugido de los felinos, ni como el chillido de los buitres cuando se lanzan veloces sobre la presa, ni como el silbido de la serpiente... ni siquiera como los ladridos del perro que infunde temor.

El cordero, ya carnero, no se limitó a balar; fue donde los culpables para conducirlos de nuevo al cumplimiento del deber. Ahora bien, la serpiente se le escurrió por entre las patas; el águila se alzó en vuelo y lo dejó plantado; los felinos, con una manotada, lo apartaron amenazándole: "¿Ves lo que hay en esta mano afelpada que por ahora se limita a apartarte? Son garras"; los caballos, y todos los animales corredores en general, se pusieron a girar al galope alrededor de él en plan de burla; los robustos elefantes, u otros paquidermos, con un golpe del morro, lo tiraron a un lado o a otro; los monos, desde encima de los árboles, lo hicieron blanco de sus proyectiles.

El cordero, ya carnero, acabó por inquietarse, y dijo: "No quería usar ni mis cuernos ni mi fuerza; porque también yo tengo fuerza en este cuello (tanto que será modelo para abatir obstáculos de guerra). No quería usarla porque prefiero usar el amor y la persuasión. Pero, dado que ante estas armas no os doblegáis, haré uso de la fuerza, porque no quiero faltar a mi deber para con Dios y para con vosotros, a pesar de que vosotros faltéis al vuestro para con Dios y para conmigo. He sido establecido aquí por vosotros y Dios para guiaros a la Justicia y al Bien, y aquí quiero que Justicia y Bien (es decir, Orden) reinen". Y castigó con los cuernos -ligeramente, porque era bueno ̀ a un gozquejillo que seguía molestando a los que estaban a su lado; y luego, con su fortísimo cuello, echó abajo la puerta de la guarida donde un cerdo glotón y egoísta había almacenado provisiones en perjuicio de los demás; y tiró abajo también la mata de lianas que los jóvenes monos habían elegido para sus ilícitos amores.
“Este rey se ha hecho demasiado fuerte. Quiere realmente reinar y que vivamos una vida sabia. Esto no nos agrada. Hay que destronarlo" dijeron.

̪Mas -un mono joven y astuto aconsejó: "Hagámoslo de forma que parezca que ha sido por un motivo justo; si no, quedaremos mal ante -otros pueblos y nos atraeremos la enemistad de Dios. Vamos a espiar todo lo que hace el carnero para poderlo acusar bajo apariencia de justicia".
-Me encargo de ello yo -dijo la serpiente.
-Y yo -dijo el mono.

Una arrastrándose por entre la hierba, el otro desde las copas de los árboles, no perdieron ni un momento de vista al cordero. Y todas las noches, cuando él se retiraba para descansar de las fatigas de la misión y meditar en las medidas que debería tomar y en las palabras que tendría que usar, para domar la rebelión y vencer los pecados de los súbditos, entonces éstos, excepto alguno -raro-honesto y fiel, se reunían para escuchar el relato de los dos espías y traidores (pues traidores eran también).

La serpiente decía a su rey: "Te sigo porque te amo, para defenderte en caso de que te agredieran". El mono decía a su rey: "¡Como te admiro! Quiero ayudarte. Mira, desde aquí veo que más allá de este prado se está pecando. ¡Corre!" y luego decía a sus compañeros: "Hoy también ha tomado parte en el banquete de algunos pecadores. Ha simulado que iba allí para convertirlos, pero luego en realidad ha sido cómplice de sus orgías". Y la serpiente refería: "Se ha alejado incluso allende los confines de su pueblo, y ha entablado conversación con mariposas, moscardones y babosas. Es un infiel. Trata con extranjeros impuros".

Así hablaban a espaldas del inocente, creyendo que él lo ignorase. Pero el espíritu del Señor, que lo había formado para su misión, lo iluminaba también respecto a las conjuras de sus súbditos. Habría podido huir, indignado, maldiciéndolos. Pero el cordero era manso y humilde de corazón. Amaba: éste era su error. Y cometía un error aún mayor: el de perseverar en su misión, amando y perdonando, a costa de la vida, para cumplir la voluntad de Dios. ¡Oh, qué errores éstos ante los hombres! ¡Imperdonables! Tanto que le procuraron la condena.

"Muera. Para liberarnos de su opresión". Y la serpiente se encargó de matarlo, porque siempre la traidora es la serpiente...

Éste es el otro apólogo. ¡Ahora te toca a ti entenderlo, pueblo de Nazaret! Yo, por el amor que me une a ti, te deseo, al menos, que no pases del grado de pueblo hostil. El amor de la tierra a la que vine cuando era niño, en que crecí amándoos y siendo amado, me hace deciros a todos vosotros:

"No seáis más que hostiles. No hagáis que la historia diga: “De Nazaret vinieron su traidor y sus jueces inicuos"'.

Adiós. Juzgad con rectitud y quered con constancia: lo primero, todos vosotros; lo segundo, aquellos de entre vosotros que no vivan disturbados por pensamientos deshonestos. Me marcho... La paz sea con vosotros.

Y Jesús, en medio de un silencio penoso, quebrado sólo por dos o tres voces que lo aprueban, sale, triste, cabizbajo, de la sinagoga de Nazaret.

Le siguen los apóstoles. Al final de todos van los hijos de Alfeo (y sus ojos no son, ciertamente, ojos de manso cordero)... Miran severamente a la multitud hostil, y Judas Tadeo, sin vacilaciones, se planta erguido ante su hermano Simón y le dice:

-Creía que tenía un hermano más honesto y de carácter más fuerte.

Simón agacha la cabeza y calla. Pero el otro hermano, José, respaldado por otros de Nazaret, dice:

-¡Deberías avergonzarte de ofender a tu hermano mayor!

-No. Me avergüenzo de vosotros. De todos vosotros. Esta Nazaret no es simplemente una madrastra para el Mesías, es una madrastra depravada. Oíd mi profecía: Lloraréis tantas lágrimas como para alimentar una fuente, pero no servirán para lavar de los libros de la Historia el verdadero nombre de esta ciudad y de vosotros. ¿Sabéis cuál es?

"Estupidez". Adiós.

Santiago añade un saludo más amplio augurando luz de sabiduría. Y salen, junto con Alfeo de Sara y otros dos jóvenes que, si los reconozco bien, son los dos cuidadores de asnos que acompañaron a los jumentos usados para ir al encuentro de Juana de Cusa cuando estaba moribunda.
La gente, que ha quedado confundida, murmura:

-¿Pero de dónde le viene tanta sabiduría?
-¿Y de dónde los milagros que hace? Porque hacerlos los hace. Toda Palestina lo dice.

-¿No es el hijo de José el carpintero? Todos le hemos visto hacer mesas y camas en el banco del artesano de Nazaret, y arreglar ruedas y cierres. Ni siquiera fue a la escuela. Su Madre fue su única maestra.

-Eso también fue un escándalo, que nuestro padre criticó -dice José de Alfeo.

-Pero también tus hermanos terminaron la escuela con María de José.
-¡Ya! Mi padre fue débil ante su mujer... -responde José.

-Entonces, ¿también el hermano de tu padre?

-También.
-¿Pero es realmente el hijo del carpintero?
-¿Pero es que no lo ves?
-Hay muchos que se parecen. Creo que es uno que se hace pasar por él pero no lo es.

-¿Y dónde está entonces Jesús de José?

-¿Pero tú crees que su Madre no lo va a conocer?
-Aquí están sus hermanos y hermanas, y todos ellos lo reconocen como pariente. ¿No es verdad, vosotros dos?
Los dos ancianos hijos de Alfeo asienten.

-Entonces se ha vuelto loco o está endemoniado, porque lo que dice no puede provenir de un obrero.
-Lo que habría que hacer es no escucharlo. Su pretendida doctrina es delirio o posesión...

...Jesús está parado en la plaza esperando a Alfeo de Sara, que habla con un hombre. Mientras espera, uno de los arrieros, que se había quedado cerca de la puerta de la sinagoga, le trae las calumnias que allí se han dicho.

-No te apenes por esto. Un profeta, generalmente, no recibe honor ni de su patria ni de su casa. El hombre es tan necio que cree que para ser profetas es necesario casi estar fuera de la vida; y los coterráneos y familiares, más que todos los demás, conocen y recuerdan la humanidad de su paisano y pariente. Pero la verdad triunfa siempre. Adiós. La paz sea contigo.

-Gracias, Maestro, por haber curado a mi madre.

-Lo merecías, porque supiste creer. Mi poder aquí es inoperante, porque aquí no hay fe. Vamos, amigos. Mañana al alba nos marchamos.

   


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