Friday April 26,2024
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EL EVANGELIO
COMO ME HA SIDO REVELADO


El Evangelio como me ha sido revelado

Autor: María Valtorta

« PARTE 3 de 7 »

SEGUNDO AÑO DE LA
VIDA PUBLICA DE JESUS

Partes: [ 1 ] [ 2 ] [ 3 ]
[ 4 ] [ 5 ] [ 6 ] [ 7 ]



141. Yendo hacia Arimatea con los discípulos y con
José de Emaús

142. Con los doce hacia Samaria

143. La samaritana Fotinai

144. Los samaritanos invitan a Jesús a Sicar

145. El primer día en Sicar

146. El segundo día en Sicar. Jesús se despide de los samaritanos

147. Curación de una mujer de Sicar y conversión de Fotinai

148. Jesús visita a Juan el Bautista en las cercanías de Enón

149. La visita a Juan el Bautista, motivo de instrucción
a los apóstoles

150. Jesús en Nazaret, en casa de su Madre. Ella deberá
seguir a su Hijo

151. En Caná en casa de Susana, que se hará discípula.
El oficial del rey

152. María Salomé es recibida como discípula

153. Las mujeres allegadas a los discípulos al servicio de Jesús

154. Jesús en Cesárea Marítima habla a los galeotes.
Las fatigas del apostolado

155. Curación de la niña romana en Cesárea

156. Analía, la primera de las vírgenes consagradas

157. Instrucciones a las discípulas en Nazaret

158. En el lago de Genesaret
con Juana de Cusa.

159. Discurso en Guerguesa. La respuesta sobre el ayuno a los discípulos de Juan el Bautista.

160. Encuentro con Gamaliel en el camino de Neftalí a Yiscala

161. Curación del nieto del fariseo Elí de Cafarnaúm

162. Las conversiones humanas del fariseo Elí
y de Simón de Alfeo

163. Comiendo en casa del fariseo Elí de Cafarnaúm

164. El retiro en el monte para la elección de los Apóstoles

165. Elección de los doce Apóstoles

166. Los milagros después de la elección apostólica. Simón el Zelote y Juan predican por primera vez

167. Jesús concurre con las romanas en el jardín
de Juana de Cusa

168. Aglae en casa de María,
en Nazaret

169. Primer discurso de la Montaña: la misión de los apóstoles y de los discípulos

170. Segundo discurso de la Montaña: el don de la Gracia; las bienaventuranzas

171. Tercer discurso de la Montaña: los consejos evangélicos que perfeccionan
la Ley

172. Cuarto discurso de la Montaña: el juramento, la oración, el ayuno. El anciano Ismael y Sara

173. Quinto discurso de la Montaña: el uso de las riquezas; la limosna; la confianza en Dios.

174. Sexto discurso de la Montaña: la elección entre el Bien y el Mal; el adulterio; el divorcio. La llegada importuna de
María de Magdala.

175. El leproso curado al pie del Monte. Generosidad
del escriba Juan

176. Durante el descanso sabático, el último discurso
de la Montaña:
amar la voluntad de Dios

177. La curación del siervo
del centurión

178. Tres hombres que quieren seguir a Jesús

179. La parábola del sembrador. En Corazín con el nuevo
discípulo Elías

180. Controversia en la cocina de Pedro en Betsaida. Explicación de la parábola del sembrador. La noticia de la segunda captura de Juan el Bautista

181. La parábola del trigo
y la cizaña

182. Palabras a algunos pastores
con el huerfanito Zacarías

183. La curación de un hombre herido en casa de
María de Magdala

184. El pequeño Benjamín de Magdala y dos parábolas sobre
el Reino de los Cielos

185. La tempestad calmada.
Una lección sobre
sus preliminares

186. Los dos endemoniados de la región de los Gerasenos

187. Hacia Jerusalén
para la Pascua.
De Tariquea al monte Tabor

188. La gruta de la maga y el encuentro con Félix, llamado luego Juan

189. En Naím. Resurrección del hijo de una viuda

190. La llegada a la llanura de Esdrelón durante la puesta
del sol del viernes

191. El sábado en Esdrelón.
El pequeño Yabés.
Parábola del rico Epulón

192. Una predicción a Santiago de Alfeo. La Regada a Engannim tras un alto en Meguido

193. Llegada a Siquem tras dos días de camino

194. La revelación al pequeño Yabés durante el camino de Siquem a Berot

195. Una lección de Juan de Endor a Judas Iscariote.
Llegada a Jerusalén

196. El sábado en Getsemaní. Jesús habla de su Madre y de los amores de distintas potencias

197. En el Templo con José de Arimatea. La hora del incienso

198. El encuentro con la Madre en Betania. Yabés cambia su nombre por el de Margziam

199. Donde los leprosos de Siloán y Ben Hinnom. Pedro obtiene a Margziam
por medio de María

200. Coloquio de Áglae
con el Salvador

201. El examen de la mayoría
de edad de Margzia

202. Judas Iscariote es reprendido. Llegada de los campesinos de Jocanán

203. El Padrenuestro

204. La fe y el alma explicadas a los paganos con la parábola
de los templos

205. La parábola del hijo pródigo

206. Con dos parábolas sobre el Reino de los Cielos, termina la permanencia en Betania

207. En la gruta de
Belén la Madre evoca
el nacimiento de Jesús

208. María Santísima ve de nuevo al pastor Elías y con Jesús va a Betsur donde Elisa

209. La fecundidad del dolor, en el discurso de Jesús junto a la casa de Elisa en Betsur

210. Las inquietudes de Judas Iscariote durante el camino
hacia Hebrón

211. Regreso a Hebrón, patria del Bautista

212. Una ola de amor a Jesús, que en Yuttá habla desde
la casita de Isaac

213. En Keriot una profecía de Jesús y el comienzo de la predicación apostólica

214. La madre de Judas abre su corazón a María Stma., que ha llegado a Keriot

215. El posadero de Bet Yinna
y su hija lunática

216. Las infidelidades de los discípulos en la parábola
del diente de león

217. Las espigas arrancadas
un sábado

218. La llegada a Ascalón,
ciudad filistea

219. Los distintos frutos de la predicación de los apóstoles en la ciudad de Ascalón

220. Los idólatras de Magdalgad y la curación milagrosa
de la parturienta

221. Los prejuicios de los apóstoles respecto a los paganos y la parábola del hijo deforme

222. Un secreto del apóstol Juan

223. Una caravana nupcial se libra del asalto de bandidos después de un discurso de Jesús

224. En el apóstol Juan actúa el Amor. Llegada a Béter

225. El paralítico de la piscina de Betseida y la disputa sobre las obras del Hijo de Dios

226. Un signo bueno por parte de María de Magdala. Muerte del anciano Ismael

227. Un episodio incompleto

228. Margziam confiado
a Porfiria

229. Discurso a los habitantes de Betsaida sobre el gesto de caridad de Simón Pedro

230. Curación de la hemorroisa y resurrección de la hija de Jairo

231. En Cafarnaúm, Jesús y Marta hablan de la crisis que atormenta a María de Magdala

232. Curación de dos ciegos y de un mudo endemoniado

233. La parábola de la oveja perdida. María de Magdala también la oye

234. Comentario de tres episodios sobre la conversión de María de Magdala

235. Marta ha recibido de su hermana María la certidumbre de la conversión

236. La cena en casa de Simón el fariseo y la absolución
a María de Magdala

237. La petición de obreros para la mies, y la parábola del tesoro escondido en el campo. Marta todavía teme por su
hermana María

238. Llegada de María Stma. con María de Magdala a Cafarnaúm en medio de una tempestad

239. La parábola de los peces, la parábola de la perla, y del tesoro de las enseñanzas viejas y nuevas

240. En Betsaida, en la casa de Simón, con Porfiria y Margziam, el cual enseña a la Magdalena la oración de Jesús

241. Vocación de la hija de Felipe. Llegada a Magdala y parábola de la dracma perdida

242. Jesús habla sobre la Verdad al romano Crispo, el único que lo escucha de Tiberíades

243. En Caná en la casa de Susana. Las expresiones, los gestos y la voz de Jesús. Debate de los apóstoles acerca de las posesiones diabólicas

244. Juan repite un discurso de Jesús sobre la Creación y sobre los pueblos que esperan la Luz

245. Una acusación de los nazarenos a Jesús, rechazada con la parábola del
leproso curado

246. Un apólogo para los habitantes de Nazaret, los cuales permanecen incrédulos

247. María Stma. instruye a la Magdalena en orden
a la oración mental

248. En Belén de Galilea. Juicio ante un homicidio y parábola de los bosques petrificados

249. María Stma. instruye a Judas Iscariote sobre el deber preeminente de la
fidelidad a Dios

250. A los discípulos que han venido con Isaac: la parábola del lodo transformado en llama. Juan de Endor es alma víctima

251. A los pescadores siro-fenicios: la parábola del minero perseverante. Hermasteo
de Ascalón

252. El regreso de Tiro. Milagros. Parábola de la vid y el olmo

253. María Santísima devela a María de Alfeo el sentido de la maternidad espiritualizada.
La Magdalena debe
forjarse sufriendo

254. El encuentro con Síntica, esclava griega y la llegada a Cesárea Marítima

255. Despedida de las hermanas Marta y María, que parten con Síntica. Una lección
a Judas Iscariote

256. Parábola sobre la virtud de la esperanza, que sujeta la fe
y la caridad

257. Retiro de Jesús y Santiago de Alfeo en el monte Carmelo

258. Jesús revela a Santiago de Alfeo cuál será su misión
de apóstol

259. Lección sobre la Iglesia y los Sacramentos a Santiago de Alfeo, que obra un milagro

260. Dos parábolas de Pedro para los campesinos
de la llanura de Esdrelón

261. Exhortación a los campesinos de Doras,
que ahora lo son de Jocanán

262. Una hija no querida y el papel de la mujer redimida.
El Iscariote solicita
la ayuda de María

263. Curación del hombre del brazo atrofiado

264. Una jornada de Judas Iscariote en Nazaret

265. Instrucciones a los doce apóstoles al comienzo
de su ministerio

266. Los discípulos del Bautista quieren verificar que Jesús es el Mesías. Testimonio sobre el Precursor e invectiva contra las ciudades impenitentes

267. Jesús, carpintero en Corazín

268. Lección sobre la caridad con la parábola de los titos. El yugo de Jesús es ligero

269. La disputa con escribas y fariseos en Cafarnaúm. Llegada de la Madre y de los hermanos

270. Jesús recibe la noticia de que han matado a
Juan el Bautista

271. Salida para Tariquea con los apóstoles, que han regresado a Cafarnaúm

272. Reencarnación y vida eterna en el diálogo con un escriba

273. La primera multiplicación
de los panes

274. Jesús camina sobre las aguas. Su prontitud en socorrer
a quien le invoca

275. Cuatro nuevos discípulos. Jesús habla sobre las obras de misericordia corporal y espiritual

276. El hombre avaro y la parábola del rico necio. Las inquietudes y la vigilancia
en los siervos de Dios

277. En Magdala, en los jardines de María. El amor y la corrección entre hermanos

278. El perdón y la parábola del siervo inicuo. La misión confiada a setenta y dos discípulos

279. Encuentro con Lázaro en el campo de los Galileos

280. El regreso de los setenta y dos. Profecía sobre
los místicos futuros

281. En el Templo durante la fiesta de los Tabernáculos. Las condiciones para seguir a Jesús. La parábola de los talentos y la parábola del buen samaritano

282. La delación al Sanedrín respecto a Hermasteo,
Juan de Endor y Síntica

283. Síntica habla de su encuentro con la Verdad

284. La casita donada por Salomón. Cuatro apóstoles
se quedarán en Judea

285. Lázaro ofrece un refugio para Juan de Endor y Síntica. Viaje feliz hacia Jericó
sin Judas Iscariote

286. En Ramot con el mercader Alejandro Misax. Lección a Síntica sobre el recuerdo
de las almas

287. De Ramot a Gerasa con la caravana del mercader

288. Palabras a los habitantes de Gerasa y alabanza de una mujer a la Madre de Jesús

289. AEl sábado a Gerasa. Asueto de Margziam. La pregunta de Síntica sobre la salvación
de los paganos

290. El hombre de los ojos ulcerosos. El alto en la "fuente del Camellero". Más sobre el recuerdo de las almas

291. Margziam descubre por qué Jesús ora todos los días
a la hora nona

292. Insidia de escribas y fariseos en Bosrá

293. Palabras de Jesús y milagros en Bosrá, después de la irrupción de dos fariseos. El don de la fe a Alejandro Misax

294. La rica dádiva del mercader. Adiós a la Madre
y a las discípulas

295. Palabras y milagros en Arbela, ya evangelizada por Felipe de Jacob

296. Llegada a Aera bajo la lluvia. Curación de los enfermos que allí esperan

297. Con el sermón de Aera termina el segundo
gran viaje apostólico

298. La ayuda prestada a los huerfanitos María y Matías y las enseñanzas que de ella
se deducen

299. A Juana de Cusa le son confiados, para su tutela, los huerfanitos María y Matías

300. Con escribas y fariseos en casa del resucitado de Naím

301. ola de las frentes destronadas y explicación de la parábola sobre lo no puro

302. En Magdala, antes de mandar a todos a sus respectivas familias para las Encenias

303. Jesús donde su Madre
en Nazaret

304. Con Juan de Endor, Síntica y Margziam. María es Madre
y Maestra

305. Jesús consuela a Margziam con la parábola de los pajarillos

306. También Simón Zelote está en Nazaret. Lección sobre los daños del ocio

307. Controversia en la casa de Nazaret acerca de las culpas de los nazarenos. Lección sobre la tendencia al pecado a pesar de la Redención

308. Curación del hijo de Simón de Alfeo. Margziam es el primero de los niños discípulos

309. Sacrificio de Margziam por la curación de una niña. Enmienda de Simón de Alfeo

310. Con Pedro, en Nazaret, Jesús organiza la partida
de Juan de Endor y Síntica

311. La renuncia de Margziam es ocasión de una lección sobre los sacrificios hechos por amor

312. Jesús comunica a Juan de Endor la decisión de enviarle a Antioquía. Final del segundo año

 

155- Curación de la niña romana en Cesárea


Dice Jesús:

-Pequeño Juan, (María Valtorta) ven conmigo, que quiero que escribas una lección para los consagrados de hoy.

Observa y escribe.

Jesús está todavía en Cesárea Marítima. Ya no es la plaza de ayer sino un lugar situado más en el interior de la ciudad, desde el cual, no obstante, se ven todavía el puerto y las naves. Aquí hay muchos fondaques y establecimientos comerciales; si a ello añadimos que en este espacio terroso hay, además, esteras extendidas en el suelo con mercancías varias, deduzco que se trata de zona de mercados (quizás estaban cerca del puerto y de los almacenes por comodidad de navegantes y compradores de las mercancías traídas por mar). Hay un fuerte runruneo e ir y venir de gente.

Jesús está esperando con Simón y sus primos a que los otros consigan las provisiones necesarias. Unos niños miran con curiosidad a Jesús, el cual los acaricia dulcemente mientras habla con sus apóstoles. Dice Jesús:

-Me duele este descontento por el hecho de que Yo entable relaciones con los gentiles, pero no puedo hacer sino lo que debo y debo ser bueno con todos. Esforzaos en ser buenos al menos vosotros tres y Juan; los otros os seguirán por imitación.

-Pero ¿cómo se puede ser bueno con todos? A fin de cuentas, ellos nos desprecian y nos oprimen; no nos comprenden, están llenos de vicios... -dice Santiago de Alfeo justificándose.

-¿Que cómo puede ser? ¿Tú estás contento de haber nacido de Alfeo y María?

-Sí, claro. ¿Por qué me preguntas esto?

-Y si Dios te hubiera preguntado antes de tu concepción, ¿habrías querido nacer de ellos?  

-Pues claro. No comprendo...

-Y si en vez de ello hubieras nacido de un pagano, al oírte acusar de haber querido nacer de un pagano, ¿qué habrías dicho?

-Habría dicho... habría dicho: "No tengo la culpa. He nacido de él, pero podría haber nacido de otro". Habría dicho: "Vuestra acusación es injusta; si no obro el mal, ¿por qué me odiáis?"

-Tú lo has dicho. También éstos, que despreciáis por ser paganos, pueden decir lo mismo. No por méritos propios has nacido de Alfeo, que es un verdadero israelita. Lo que tienes que hacer es agradecérselo al Eterno, nada más, porque te ha otorgado un gran regalo, y, como signo de gratitud y con humildad, tratar de conducir al Dios verdadero a otros que no tienen este don. Hay que ser bueno.

-¡Es difícil amar a quien no se conoce!

-No. Mira. Tú, pequeñuelo, ven aquí.

Se acerca un niño de unos ocho años, que estaba jugando en un ángulo con otros dos chiquillos. Es un niño robusto, de pelo muy moreno aunque de tez blanquísima.

-¿Quién eres?

-Soy Lucio, Cayo Lucio de Cayo Mario, romano, hijo del decurión de guardia, que se quedó aquí después de la herida».

-¿Y ésos quiénes son?

-Isaac y Tobías; pero no se debe decir porque no se puede. Les pegarían.

-¿Por qué?
-Porque son hebreos y yo romano. No se puede.

-Pero tú vas con ellos... ¿Por qué?

-Porque somos amigos; jugamos siempre a los dados y al saltarel juntos; pero no deben vernos.

-¿Y a mí me querríais? Yo soy también hebreo, y no soy un niño. Fíjate, soy un maestro, como si dijéramos un sacerdote.

-¡Qué más da! Si me quieres, te quiero; y te quiero, porque me quieres.

-¿Por qué lo sabes?

-Porque eres bueno y quien es bueno quiere a los demás.

-Ved, amigos: el secreto para amar es ser buenos; si se es bueno se ama, sin pensar si éste es o no de una determinada fe.

Y Jesús, llevando de la mano al pequeño Cayo Lucio, va a donde los niños hebreos, que se habían escondido asustados tras el atrio de una casa, a acariciarlos, y les dice:

-Los niños buenos son ángeles. Los ángeles tienen una sola patria: el Paraíso; una sola religión: la del único Dios; un solo Templo: el corazón de Dios. Quereos como ángeles siempre.

-Pero, si nos ven nos pegan...

Jesús no responde; se limita a mover la cabeza con un sentimiento de amargura.

Una mujer alta y de buen tipo llama a Lucio. El niño deja a Jesús mientras grita:

-¡Es mi mamá! -y a la mujer le grita: « ¡Mira el amigo que tengo! ¡Es grande! ¡Es un maestro!...

La mujer no se marcha con su hijo, sino que se acerca a Jesús y le pregunta:

-¡Hola! ¿Eres el hombre de Galilea que ayer habló en el puerto?

-Soy Yo.

-Espérame aquí entonces. Tardo poco. Y se va con su pequeñuelo. Entretanto han llegado también los otros apóstoles, excepto Mateo y Juan, y preguntan:

-¿Quién era?

-Una romana, creo -responden Simón y los demás.
-¿Y qué quería?

-Ha dicho que espere aquí. Lo sabremos.
Entretanto, algunas personas, curiosas, se han acercado y se ponen a esperar también.

Vuelve la mujer con otros romanos:
-¿Entonces eres Tú el Maestro? -pregunta uno que tiene apariencias de doméstico de una casa señorial. Habiéndole sido confirmado, pregunta:

« ¿Sentirías aversión por curar a una hijita de una amiga de Claudia? La niña está agonizando. Se ahoga. El médico no sabe de qué se está muriendo. Ayer tarde estaba sana, esta mañana ya estaba agonizando.
-Vamos.

Andan un poco por una calle que lleva al lugar de ayer.

Llegan al portal de una casa que parece habitada por romanos y que está abierta de par en par.

-Espera un momento.

El hombre entra rápido. Casi inmediatamente se asoma de nuevo y dice:
-Ven.

Pero, sin darle ni siquiera tiempo a Jesús de entrar, sale de la casa una joven de aspecto señorial, aunque con una angustia más que evidente. Lleva en brazos a una criaturita de pocos meses, como muerta, ya cárdena, como una persona que se esté ahogando. Yo diría que tiene una difteria mortal y que está en los últimos instantes de su vida. La mujer busca amparo en el pecho de Jesús como un náufrago en un escollo. Su llanto es tan grande, que no es capaz de hablar.

Jesús toma a la criaturita, que manifiesta pequeños movimientos convulsivos en las manitas céreas, con sus uñitas ya violáceas. La alza. La cabecita queda colgando hacia atrás sin fuerza. La madre, perdida su soberbia de romana frente a un hebreo, se ha deslizado hasta los pies de Jesús, al suelo, y llora con el rostro alzado, los cabellos medio desgreñados, los brazos extendidos, estrujando la túnica y el manto de Jesús. Detrás y alrededor, mirando, hay romanos de la casa y mujeres hebreas de la ciudad.

Jesús moja en su saliva su dedo índice derecho y lo mete en la boquita jadeante. Lo introduce hacia abajo. La niña forcejea. Su tez se ennegrece aún más. La madre grita:

-¡No! ¡No! -y se contuerce como traspasada por un puñal.

La gente contiene la respiración...

Pero el dedo de Jesús sale junto con un amasijo de membranas purulentas. La niña deja de forcejear. Luego, emite un tierno gemido de llanto y se calma con inocente sonrisa, manoteando y moviendo los labios como un pajarillo cuando pía y agita las alitas en espera del cebo.

-Toma, mujer. Dale la leche. Está curada.

La madre está en tal modo turbada, que coge a la pequeñuela y, así como estaba, en el suelo, la besa, la acaricia toda para sí, le da el pecho, enajenada, olvidada de todo lo que no sea su hijita.

Un romano le pregunta a Jesús:

-Pero ¿cómo lo has conseguido? Soy el médico del Procónsul, soy docto, he tratado de quitar la obstrucción, pero estaba muy abajo, demasiado abajo... Y Tú... así...
-Eres docto, pero no tienes contigo al Dios verdadero.

¡Sea Él en esto glorificado! ¡Adiós!

Y Jesús hace ademán de querer marcharse. Pero he aquí que un pequeño grupo de israelitas siente la necesidad de intervenir:

-¿Cómo te has permitido acercarte a extranjeros? Son impuros, están corrompidos, quienquiera que se acerque a ellos queda contaminado.

Jesús mira fijamente, severamente, a los tres, y dice:

-¡No eres tú Ageo, el hombre de Azoto que vino aquí el pasado Tisrí para negociar con el mercader que está al pie de los muros del viejo fontanar?

¿Y tú no eres José de Rama, que vino también aquí -y tú sabes, como Yo, por qué -a consulta del médico romano? ¿Y entonces? ¿No os sentís vosotros impuros?

-Un médico no es nunca extranjero. Cura el cuerpo, que es igual para todos.

-A mayor razón lo es el alma. Pero además, ¿Qué he curado Yo? El cuerpo inocente de un párvulo, medio con que espero curar las almas no inocentes de los extranjeros. Como médico y Mesías, por tanto, puedo tratar con cualquiera.

-No puedes.
-¿No, Ageo? ¿Y tú por qué tratas con el mercader romano?

-Mi contacto con él es sólo a través de la mercancía y del dinero.

-Y entonces, dado que no tocas su carne, sino solamente lo que ha tocado su mano, no te parece que te contamines...

¡Oh, ciegos y crueles! 

Escuchad todos. Precisamente en el libro del Profeta cuyo nombre lleva éste está escrito: "Plantea a los sacerdotes esta cuestión sobre la Ley: “Si un hombre lleva carne santificada en el vuelo de su túnica y con él toca luego viandas, pan o aceite u otros alimentos, ¿quedarán estas cosas santificadas?” (Ageo 2, 11 y siguientes). Y los sacerdotes respondieron: “No”. Entonces Ageo dijo: `Si uno, impuro a causa de un muerto, toca una de estas cosas, ¿quedará contaminada?'. Y los sacerdotes respondieron: Si"'.

Por esta subrepticia, engañosa, incoherente manera de actuar ponéis obstáculo al Bien y lo condenáis y sólo aceptáis lo que os produce algún beneficio; en ese caso cesan indignación, asco y aversión.

Distinguís -si no os acarrea un perjuicio personal -lo impuro, que hace a uno impuro, de lo que no lo es. ¿Cómo sois capaces, bocas mentirosas, de profesar que lo que ha sido santificado por haber tocado carne santa o cosa santa no santifica lo que toca, y lo que ha tocado una cosa impura puede convertir en impuro lo que toca?

¿No comprendéis que os contradecís, ministros embusteros de una Ley de Verdad de la que os aprovecháis? Vosotros la retorcéis como si fuera una soga, según que os lo pida vuestro anhelo de obtener de ella algún provecho.

Fariseos hipócritas, que bajo pretexto religioso dais rienda suelta a vuestra rencorosa envidia humana, enteramente humana; profanadores de lo que a Dios pertenece; insultadores y enemigos del Mensajero de Dios.

En verdad, en verdad os digo que todo acto vuestro, toda conclusión vuestra, todo movimiento vuestro tiene en la base todo un mecanismo astuto constituido por ruedas, resortes, contrapesos, tirantes, que son vuestros egoísmos, pasiones, insinceridad, odios, anhelo de imponerse a los demás, envidias.

¡Deberíais avergonzaros! Codiciosos, cobardes, rencorosos, que vivís en el miedo orgulloso de que alguno, aun no siendo de vuestra casta, os aventaje. ¡Mereced ser como ese que os infunde miedo y os produce ira! Como dice Ageo, de un montón de veinte celemines hacéis uno de diez, y de cincuenta barriles veinte, y os quedáis con la diferencia, mientras que, tanto por dar ejemplo a los demás como por el amor debido a Dios, deberíais no quitar sino añadir de lo vuestro al conjunto de los celemines y barriles en pro de quien pasa hambre; y es así que merecéis que el viento abrasador, la herrumbre y el granizo hagan infecundas toda obra de vuestras manos.

¿Quién de entre vosotros viene a mí? Éstos, estos que para vosotros son estiércol y desecho, estos supremos ignorantes que ni siquiera saben que existe el verdadero Dios vienen a quien lleva en las palabras y en las obras a este Dios.

Sin embargo, vosotros... ¡Ah, os habéis hecho un nicho y en él estáis! Secos, fríos como ídolos que esperan incienso y adoración. Dado que os creéis dioses, os parece inútil pensar en el verdadero Dios en el modo debido, y veis peligroso el que otros se propongan lo que vosotros no os proponéis.

En verdad, no podéis proponéroslo porque sois ídolos, y porque sois siervos del ídolo. Pero quien intenta puede, porque no obra él, sino Dios en él.

¡Idos! Referid a quien os ha enviado a pisarme los talones que detesto a los mercaderes que juzgan que el vender mercancías, patria o Templo a quienes les ofrecen dinero no contamina. Decidles que siento repugnancia por los degenerados cuyo único culto es la propia carne y sangre y juzgan que el trato con el médico extranjero para curación de éstas no contamina. Decidles que la medida es igual, que no hay dos medidas. Decidles que Yo, el Mesías, el Justo, el Consejero, el Admirable, aquel sobre quien descenderá el Espíritu del Señor en sus siete dones, aquel que no juzgará por lo que se presenta ante los ojos sino por lo secreto de los corazones, aquel que no condenará por lo que oiga con los oídos sino por las voces espirituales que oiga en el interior de cada hombre, aquel que se pondrá de la parte de los humildes y juzgará con justicia a los pobres, aquel que soy Yo, porque esto soy Yo, ya está juzgando y castigando a los que en este mundo son sólo tierra; el soplo de mi respiro hará morir al impío y devastará su guarida, mientras que para quienes, deseosos de justicia y fe, vengan a mi monte santo a saciarse de la Ciencia del Señor, será Vida y Luz, Libertad y Paz. Esto es Isaías, ¿no es verdad? (11, 1 y siguientes)   

¡El pueblo de mi propiedad! Enteramente viene de Adán y Adán viene de mi Padre; todo él es, por tanto, obra del Padre, y a todos debo reunir en torno al Padre. Yo los conduzco a ti, Padre santo, eterno, potente; conduzco a ti a los hijos errantes después de congregarlos con la voz del amor, bajo mi cayado pastoral, semejante al que Moisés levantó contra las serpientes de muerte. Para que Tú tengas tu Reino y tu pueblo. Y no hago distinciones, porque en el fondo de todos los vivientes veo un punto que resplandece más que el fuego: el alma, una chispa tuya, eterno Esplendor. ¡Oh, eterno deseo mío! ¡Oh, voluntad incansable mía!

Esto quiero, en esto ardo: una tierra que por entero cante tu Nombre, una humanidad que te llame Padre, una redención que a todos salve, una voluntad fortalecida que haga a todos obedientes a tu voluntad, un triunfo eterno que llene el Paraíso de un hosanna sin fin... ¡Oh, multitud de los Cielos!... Sí, veo la sonrisa de Dios... y es el premio contra toda dureza humana.

Mas los tres israelitas ya han huido bajo la granizada de reproches. Los otros, todos, romanos o hebreos, se han quedado boquiabiertos. En cuanto a la mujer romana, con su pequeñuela ya satisfecha de leche y durmiendo plácidamente sobre el regazo materno, está allí, en el mismo sitio de antes, casi a los pies de Jesús, y llora de alegría materna y de emoción espiritual. Muchos lloran por el arrollador cierre de Jesús, que en este éxtasis parece llamear.

Y Jesús, bajando los ojos y el espíritu del Cielo a la tierra, ve a la gente, ve a la madre... y, al pasar, tras un gesto de adiós a todos, roza con su mano a la joven romana, como para bendecirla por su fe. Y se marcha con los suyos, mientras la gente, todavía estupefacta, permanece en el lugar...

(La joven romana, si no es una semejanza fortuita, es una de las romanas, Valeria y su hija Faustina, que estaban con Juana de Cusa en el camino del Calvario. Pero, puesto que aquí nadie la ha llamado por su nombre, no puedo asegurarlo).  


   


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