Friday April 26,2024
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EL EVANGELIO
COMO ME HA SIDO REVELADO


El Evangelio como me ha sido revelado

Autor: María Valtorta

« PARTE 3 de 7 »

SEGUNDO AÑO DE LA
VIDA PUBLICA DE JESUS

Partes: [ 1 ] [ 2 ] [ 3 ]
[ 4 ] [ 5 ] [ 6 ] [ 7 ]



141. Yendo hacia Arimatea con los discípulos y con
José de Emaús

142. Con los doce hacia Samaria

143. La samaritana Fotinai

144. Los samaritanos invitan a Jesús a Sicar

145. El primer día en Sicar

146. El segundo día en Sicar. Jesús se despide de los samaritanos

147. Curación de una mujer de Sicar y conversión de Fotinai

148. Jesús visita a Juan el Bautista en las cercanías de Enón

149. La visita a Juan el Bautista, motivo de instrucción
a los apóstoles

150. Jesús en Nazaret, en casa de su Madre. Ella deberá
seguir a su Hijo

151. En Caná en casa de Susana, que se hará discípula.
El oficial del rey

152. María Salomé es recibida como discípula

153. Las mujeres allegadas a los discípulos al servicio de Jesús

154. Jesús en Cesárea Marítima habla a los galeotes.
Las fatigas del apostolado

155. Curación de la niña romana en Cesárea

156. Analía, la primera de las vírgenes consagradas

157. Instrucciones a las discípulas en Nazaret

158. En el lago de Genesaret
con Juana de Cusa.

159. Discurso en Guerguesa. La respuesta sobre el ayuno a los discípulos de Juan el Bautista.

160. Encuentro con Gamaliel en el camino de Neftalí a Yiscala

161. Curación del nieto del fariseo Elí de Cafarnaúm

162. Las conversiones humanas del fariseo Elí
y de Simón de Alfeo

163. Comiendo en casa del fariseo Elí de Cafarnaúm

164. El retiro en el monte para la elección de los Apóstoles

165. Elección de los doce Apóstoles

166. Los milagros después de la elección apostólica. Simón el Zelote y Juan predican por primera vez

167. Jesús concurre con las romanas en el jardín
de Juana de Cusa

168. Aglae en casa de María,
en Nazaret

169. Primer discurso de la Montaña: la misión de los apóstoles y de los discípulos

170. Segundo discurso de la Montaña: el don de la Gracia; las bienaventuranzas

171. Tercer discurso de la Montaña: los consejos evangélicos que perfeccionan
la Ley

172. Cuarto discurso de la Montaña: el juramento, la oración, el ayuno. El anciano Ismael y Sara

173. Quinto discurso de la Montaña: el uso de las riquezas; la limosna; la confianza en Dios.

174. Sexto discurso de la Montaña: la elección entre el Bien y el Mal; el adulterio; el divorcio. La llegada importuna de
María de Magdala.

175. El leproso curado al pie del Monte. Generosidad
del escriba Juan

176. Durante el descanso sabático, el último discurso
de la Montaña:
amar la voluntad de Dios

177. La curación del siervo
del centurión

178. Tres hombres que quieren seguir a Jesús

179. La parábola del sembrador. En Corazín con el nuevo
discípulo Elías

180. Controversia en la cocina de Pedro en Betsaida. Explicación de la parábola del sembrador. La noticia de la segunda captura de Juan el Bautista

181. La parábola del trigo
y la cizaña

182. Palabras a algunos pastores
con el huerfanito Zacarías

183. La curación de un hombre herido en casa de
María de Magdala

184. El pequeño Benjamín de Magdala y dos parábolas sobre
el Reino de los Cielos

185. La tempestad calmada.
Una lección sobre
sus preliminares

186. Los dos endemoniados de la región de los Gerasenos

187. Hacia Jerusalén
para la Pascua.
De Tariquea al monte Tabor

188. La gruta de la maga y el encuentro con Félix, llamado luego Juan

189. En Naím. Resurrección del hijo de una viuda

190. La llegada a la llanura de Esdrelón durante la puesta
del sol del viernes

191. El sábado en Esdrelón.
El pequeño Yabés.
Parábola del rico Epulón

192. Una predicción a Santiago de Alfeo. La Regada a Engannim tras un alto en Meguido

193. Llegada a Siquem tras dos días de camino

194. La revelación al pequeño Yabés durante el camino de Siquem a Berot

195. Una lección de Juan de Endor a Judas Iscariote.
Llegada a Jerusalén

196. El sábado en Getsemaní. Jesús habla de su Madre y de los amores de distintas potencias

197. En el Templo con José de Arimatea. La hora del incienso

198. El encuentro con la Madre en Betania. Yabés cambia su nombre por el de Margziam

199. Donde los leprosos de Siloán y Ben Hinnom. Pedro obtiene a Margziam
por medio de María

200. Coloquio de Áglae
con el Salvador

201. El examen de la mayoría
de edad de Margzia

202. Judas Iscariote es reprendido. Llegada de los campesinos de Jocanán

203. El Padrenuestro

204. La fe y el alma explicadas a los paganos con la parábola
de los templos

205. La parábola del hijo pródigo

206. Con dos parábolas sobre el Reino de los Cielos, termina la permanencia en Betania

207. En la gruta de
Belén la Madre evoca
el nacimiento de Jesús

208. María Santísima ve de nuevo al pastor Elías y con Jesús va a Betsur donde Elisa

209. La fecundidad del dolor, en el discurso de Jesús junto a la casa de Elisa en Betsur

210. Las inquietudes de Judas Iscariote durante el camino
hacia Hebrón

211. Regreso a Hebrón, patria del Bautista

212. Una ola de amor a Jesús, que en Yuttá habla desde
la casita de Isaac

213. En Keriot una profecía de Jesús y el comienzo de la predicación apostólica

214. La madre de Judas abre su corazón a María Stma., que ha llegado a Keriot

215. El posadero de Bet Yinna
y su hija lunática

216. Las infidelidades de los discípulos en la parábola
del diente de león

217. Las espigas arrancadas
un sábado

218. La llegada a Ascalón,
ciudad filistea

219. Los distintos frutos de la predicación de los apóstoles en la ciudad de Ascalón

220. Los idólatras de Magdalgad y la curación milagrosa
de la parturienta

221. Los prejuicios de los apóstoles respecto a los paganos y la parábola del hijo deforme

222. Un secreto del apóstol Juan

223. Una caravana nupcial se libra del asalto de bandidos después de un discurso de Jesús

224. En el apóstol Juan actúa el Amor. Llegada a Béter

225. El paralítico de la piscina de Betseida y la disputa sobre las obras del Hijo de Dios

226. Un signo bueno por parte de María de Magdala. Muerte del anciano Ismael

227. Un episodio incompleto

228. Margziam confiado
a Porfiria

229. Discurso a los habitantes de Betsaida sobre el gesto de caridad de Simón Pedro

230. Curación de la hemorroisa y resurrección de la hija de Jairo

231. En Cafarnaúm, Jesús y Marta hablan de la crisis que atormenta a María de Magdala

232. Curación de dos ciegos y de un mudo endemoniado

233. La parábola de la oveja perdida. María de Magdala también la oye

234. Comentario de tres episodios sobre la conversión de María de Magdala

235. Marta ha recibido de su hermana María la certidumbre de la conversión

236. La cena en casa de Simón el fariseo y la absolución
a María de Magdala

237. La petición de obreros para la mies, y la parábola del tesoro escondido en el campo. Marta todavía teme por su
hermana María

238. Llegada de María Stma. con María de Magdala a Cafarnaúm en medio de una tempestad

239. La parábola de los peces, la parábola de la perla, y del tesoro de las enseñanzas viejas y nuevas

240. En Betsaida, en la casa de Simón, con Porfiria y Margziam, el cual enseña a la Magdalena la oración de Jesús

241. Vocación de la hija de Felipe. Llegada a Magdala y parábola de la dracma perdida

242. Jesús habla sobre la Verdad al romano Crispo, el único que lo escucha de Tiberíades

243. En Caná en la casa de Susana. Las expresiones, los gestos y la voz de Jesús. Debate de los apóstoles acerca de las posesiones diabólicas

244. Juan repite un discurso de Jesús sobre la Creación y sobre los pueblos que esperan la Luz

245. Una acusación de los nazarenos a Jesús, rechazada con la parábola del
leproso curado

246. Un apólogo para los habitantes de Nazaret, los cuales permanecen incrédulos

247. María Stma. instruye a la Magdalena en orden
a la oración mental

248. En Belén de Galilea. Juicio ante un homicidio y parábola de los bosques petrificados

249. María Stma. instruye a Judas Iscariote sobre el deber preeminente de la
fidelidad a Dios

250. A los discípulos que han venido con Isaac: la parábola del lodo transformado en llama. Juan de Endor es alma víctima

251. A los pescadores siro-fenicios: la parábola del minero perseverante. Hermasteo
de Ascalón

252. El regreso de Tiro. Milagros. Parábola de la vid y el olmo

253. María Santísima devela a María de Alfeo el sentido de la maternidad espiritualizada.
La Magdalena debe
forjarse sufriendo

254. El encuentro con Síntica, esclava griega y la llegada a Cesárea Marítima

255. Despedida de las hermanas Marta y María, que parten con Síntica. Una lección
a Judas Iscariote

256. Parábola sobre la virtud de la esperanza, que sujeta la fe
y la caridad

257. Retiro de Jesús y Santiago de Alfeo en el monte Carmelo

258. Jesús revela a Santiago de Alfeo cuál será su misión
de apóstol

259. Lección sobre la Iglesia y los Sacramentos a Santiago de Alfeo, que obra un milagro

260. Dos parábolas de Pedro para los campesinos
de la llanura de Esdrelón

261. Exhortación a los campesinos de Doras,
que ahora lo son de Jocanán

262. Una hija no querida y el papel de la mujer redimida.
El Iscariote solicita
la ayuda de María

263. Curación del hombre del brazo atrofiado

264. Una jornada de Judas Iscariote en Nazaret

265. Instrucciones a los doce apóstoles al comienzo
de su ministerio

266. Los discípulos del Bautista quieren verificar que Jesús es el Mesías. Testimonio sobre el Precursor e invectiva contra las ciudades impenitentes

267. Jesús, carpintero en Corazín

268. Lección sobre la caridad con la parábola de los titos. El yugo de Jesús es ligero

269. La disputa con escribas y fariseos en Cafarnaúm. Llegada de la Madre y de los hermanos

270. Jesús recibe la noticia de que han matado a
Juan el Bautista

271. Salida para Tariquea con los apóstoles, que han regresado a Cafarnaúm

272. Reencarnación y vida eterna en el diálogo con un escriba

273. La primera multiplicación
de los panes

274. Jesús camina sobre las aguas. Su prontitud en socorrer
a quien le invoca

275. Cuatro nuevos discípulos. Jesús habla sobre las obras de misericordia corporal y espiritual

276. El hombre avaro y la parábola del rico necio. Las inquietudes y la vigilancia
en los siervos de Dios

277. En Magdala, en los jardines de María. El amor y la corrección entre hermanos

278. El perdón y la parábola del siervo inicuo. La misión confiada a setenta y dos discípulos

279. Encuentro con Lázaro en el campo de los Galileos

280. El regreso de los setenta y dos. Profecía sobre
los místicos futuros

281. En el Templo durante la fiesta de los Tabernáculos. Las condiciones para seguir a Jesús. La parábola de los talentos y la parábola del buen samaritano

282. La delación al Sanedrín respecto a Hermasteo,
Juan de Endor y Síntica

283. Síntica habla de su encuentro con la Verdad

284. La casita donada por Salomón. Cuatro apóstoles
se quedarán en Judea

285. Lázaro ofrece un refugio para Juan de Endor y Síntica. Viaje feliz hacia Jericó
sin Judas Iscariote

286. En Ramot con el mercader Alejandro Misax. Lección a Síntica sobre el recuerdo
de las almas

287. De Ramot a Gerasa con la caravana del mercader

288. Palabras a los habitantes de Gerasa y alabanza de una mujer a la Madre de Jesús

289. AEl sábado a Gerasa. Asueto de Margziam. La pregunta de Síntica sobre la salvación
de los paganos

290. El hombre de los ojos ulcerosos. El alto en la "fuente del Camellero". Más sobre el recuerdo de las almas

291. Margziam descubre por qué Jesús ora todos los días
a la hora nona

292. Insidia de escribas y fariseos en Bosrá

293. Palabras de Jesús y milagros en Bosrá, después de la irrupción de dos fariseos. El don de la fe a Alejandro Misax

294. La rica dádiva del mercader. Adiós a la Madre
y a las discípulas

295. Palabras y milagros en Arbela, ya evangelizada por Felipe de Jacob

296. Llegada a Aera bajo la lluvia. Curación de los enfermos que allí esperan

297. Con el sermón de Aera termina el segundo
gran viaje apostólico

298. La ayuda prestada a los huerfanitos María y Matías y las enseñanzas que de ella
se deducen

299. A Juana de Cusa le son confiados, para su tutela, los huerfanitos María y Matías

300. Con escribas y fariseos en casa del resucitado de Naím

301. ola de las frentes destronadas y explicación de la parábola sobre lo no puro

302. En Magdala, antes de mandar a todos a sus respectivas familias para las Encenias

303. Jesús donde su Madre
en Nazaret

304. Con Juan de Endor, Síntica y Margziam. María es Madre
y Maestra

305. Jesús consuela a Margziam con la parábola de los pajarillos

306. También Simón Zelote está en Nazaret. Lección sobre los daños del ocio

307. Controversia en la casa de Nazaret acerca de las culpas de los nazarenos. Lección sobre la tendencia al pecado a pesar de la Redención

308. Curación del hijo de Simón de Alfeo. Margziam es el primero de los niños discípulos

309. Sacrificio de Margziam por la curación de una niña. Enmienda de Simón de Alfeo

310. Con Pedro, en Nazaret, Jesús organiza la partida
de Juan de Endor y Síntica

311. La renuncia de Margziam es ocasión de una lección sobre los sacrificios hechos por amor

312. Jesús comunica a Juan de Endor la decisión de enviarle a Antioquía. Final del segundo año

 

165- Elección de los doce Apóstoles


La alborada blanquea los montes y parece atenuar las escabrosidades de esta agreste ladera en que la única voz es la del pequeño torrente espumante de su fondo; la cual, reflejada por los montes, llenos de cuevas, emite un rumor singular. Allí, en el lugar en que se han instalado los discípulos, no se oye sino algún que otro cauto frú-frú entre el ramaje o las hierbas: de los primeros pájaros que se despiertan, de los últimos animales nocturnos que van a su madriguera.

Un grupo de liebres o conejos montaraces, que están royendo una mata baja de moras, huyen porque los ha asustado una piedra al caer, luego vuelven prudentemente, moviendo sus orejas para detectar todos los sonidos, y, viendo que todo está en calma, regresan a su mata. El abundante rocío lava todas las hojas y las piedras; el bosque adquiere un intenso aroma de musgo, poleo y mejorana.

Un petirrojo baja a posarse justo en el borde de una caverna a que hace de techo una gruesa lasca salediza; moviendo la cabecita, bien erguido sobre sus patitas de seda, preparado para huir, se asoma hacia dentro, mira hacia el suelo y susurra unos «chip» «chip»
interrogativos, y... golosos, provocados por unas migas de pan que hay en la tierra; de todas formas, no se decide a bajar sino cuando ve que le está precediendo un mirlo grande, que se acerca saltando al sesgo, cómico con esa actitud suya de picaruelo y perfil de viejo notario al que, para serlo completo, le faltan sólo las gafas.

 Entonces baja también el petirrojo y se coloca detrás de su señoría -muy corajinosa -, que cada cierto tiempo hinca el pico amarillo en la tierra húmeda en busca de... arqueología alimenticia, para seguir adentrándose, después de emitir un «chop» o un silbido breve realmente de granuja. El petirrojo llena su buche con las miguitas y se queda atónito al ver que el mirlo, penetrando seguro en la caverna silenciosa, sale luego con una corteza de queso y la golpea una y otra vez contra una piedra para desmenuzarla y procurarse una opípara comida. Luego el mirlo vuelve a entrar, da una ojeada y, no encontrando ya nada más, emite un brioso silbido burlón y alza el vuelo, para terminar su canto en la copa de un roble que sumerge su cima en el azul matutino. También echa a volar el petirrojo, a causa de un ruido que ha oído venir del interior de la caverna... y se posa sobre una ramita delgada que se mece en el vacío.

Jesús sale hasta la boca de la cueva y se pone a desmigajar un poco de pan, llamando muy suavemente a los pajarillos con un silbido modulado que bien imita el gorjear de muchas avecillas. Después se separa de la cueva y va más arriba, y se queda inmóvil contra una pared rocosa, para no asustar a estos amigos suyos que al poco rato descienden: primero el petirrojo, luego otros de distintas especies. La inmovilidad -de Jesús, o también su mirada -quiero pensar así porque tengo la experiencia de que los animales, incluso los más desconfiados, se acercan a quienes por instinto sienten protectores, no enemigos -, hacen que, pasado un poco de tiempo, a pocos centímetros de El, estén saltando ya los pajarillos, y que el petirrojo, ya saciado, vuele hacia la parte alta de la roca en que está apoyado Jesús y se agarre a una delgadísima ramita de clemátide y se columpie por encima de su rubia cabeza con deseos de posarse en ella o en uno de sus hombros... La comida ha terminado. El sol dora, primero, la cima del monte; luego, las ramas más altas de los árboles; mientras que, hacia abajo, todavía todo recibe la pálida luz del alba. Las avecillas vuelan, satisfechas, saciadas, bajo el sol, y cantan con la plenitud de sus pequeñas gargantas.

-Ahora a despertar a estos otros hijos míos» dice Jesús -y desciende -porque su cueva es la más alta -, y va entrando en las distintas cuevas y llamando por su nombre a los doce, que duermen. Simón, Bartolomé, Felipe, Santiago, Andrés, responden enseguida; Mateo, Pedro y Tomás se muestran más tardos en responder. Judas Tadeo, ya listo y bien despierto, va hacia Jesús en cuanto lo ve asomarse a la entrada; el otro primo, sin embargo, y con él Judas Iscariote y Juan están profundamente dormidos (tanto es así, que Jesús debe moverlos en su cama de hojas para que se despierten). Juan, que ha sido el último al que Jesús ha ido a llamar, está tan profundamente dormido que no se centra bien respecto a quien es el que lo está llamando, y, entre las nieblas del sueño interrumpido a mitad, susurra: «Sí, mamá, voy enseguida...». Pero luego se da la vuelta para el otro lado...

Jesús sonríe, se sienta en el rústico jergón hecho de follaje recogido en el bosque, se inclina y da un beso en la mejilla a su Juan, que abre los ojos y se queda atónito al ver allí a Jesús. Se sienta como impulsado por un resorte y dice:

-¿Me necesitas? Aquí estoy.

-No. Te he despertado como a todos, pero creías que era tu madre; entonces te he dado un beso, como hacen las madres.

Juan, sólo con la camisola interior (por haber utilizado como cobijas la túnica y el manto), se echa al cuello de Jesús, y ahí se refugia, con la cabeza entre el hombro y la cara, diciendo:

-¡Tú eres mucho más que mi madre! La he dejado por ti, lo contrario no lo haría; ella me ha traído a este mundo, Tú me has dado a luz para el Cielo. Yo esto lo sé.

-¿Qué otras cosas sabes más que los otros?

-Lo que me ha dicho el Señor en esta gruta. Jesús, no he ido ninguna vez a tu cueva, lo cual creo que habrá sido interpretado por los compañeros como indiferencia y soberbia, pero no me importa lo que piensen. Sé que sabes la verdad. No iba donde Jesucristo, Hijo de Dios encarnado, pero lo que Tú eres en el seno del Fuego que es el Amor eterno de la Trinidad Santísima, su Naturaleza, su Esencia, su verdadera Esencia -¡la verdad es que no sé expresar todo lo que he comprendido en esta tétrica cueva oscura que de tantas luces se ha llenado para mí; en esta fría caverna en que he ardido en un fuego que no tenía forma sensible pero que ha entrado a mis adentros encendiéndolos con llama de dulce martirio; en este antro silencioso, que me ha cantado verdades celestiales! -, lo que Tú eres, Segunda Persona del inefable Misterio que es Dios y que yo penetro porque Dios me ha aspirado hacia sí, eso, lo he tenido siempre conmigo.

Todos mis deseos, lágrimas, preguntas se han derramado sobre tu pecho divino, Verbo de Dios. Y ninguna de las palabras, entre las tantas que te he escuchado, ha tenido la amplitud de la que aquí me has dicho, Tú, Dios Hijo, Tú, Dios como el Padre, Tú, Dios como el Espíritu Santo, Tú, Tú que eres el perno de la Tríada... ¡Oh, quizás es una blasfemia, pero me parece que es así, porque sin ti, amor del Padre y al Padre, faltaría el Amor, el Divino Amor, y la Divinidad ya no sería Trina, y le faltaría el atributo más propio de Dios: su amor! ¡Oh, mucho tengo aquí dentro, pero es como agua que gorgotea contra un dique sin poder salir... y me da la impresión de que fuera a morir por lo violento y sublime de la convulsión que ha penetrado mi corazón desde que te he comprendido... Y por nada del mundo querría verme despojado de ello... ¡Haz que muera de este amor, mi dulce Dios!   

Juan sonríe y llora, agitado, de su amor encendido, abandonado sobre el pecho de Jesús, como si la llama lo dejase sin fuerzas. Y Jesús, lleno también de amor, lo acaricia con ternura.

Juan se recobra en un repente de humildad que le hace suplicar:

-No les digas a los otros lo que te he manifestado, aunque ellos también habrán sabido vivir de Dios como yo he vivido estos días; deja sobre mi secreto la piedra del silencio.

-Puedes estar seguro, Juan; ninguno sabrá de tu desposorio con el Amor. Vístete, ven, que tenemos que marcharnos.

Jesús sale y va al sendero donde ya esperan los otros. Los rostros muestran un aspecto más venerable, más recogido; los ancianos parecen patriarcas, los jóvenes tienen traza de madurez, de dignidad, celada antes bajo la juventud.

Judas Iscariote mira a Jesús con una tímida sonrisa en su rostro signado por el llanto, y Jesús lo acaricia al pasar. Pedro no habla -cosa tan extraña en él, que llama la atención más que cualquier otro cambio-; mira atentamente a Jesús con una dignidad nueva, que parece despejarle más esa frente suya ya con entrantes, más severo esa mirada fina que antes brillaba todo de perspicacia. Jesús lo llama a su lado, y lo tiene ahí, junto a sí, en espera de Juan, que por fin sale, con un rostro que no sé si decir que está más pálido o más rojo (eso sí, encendido por una llama que, aun no mudando el color, es patente). Todos lo miran.

-Ven aquí, Juan, junto a mí; y tú, Andrés, y tú, Santiago de Zebedeo; también tú, Simón, y tú, Bartolomé, y Felipe y vosotros, hermanos míos, y Mateo. Judas de Simón, aquí, frente a mí. Tomás, ven aquí. Sentaos. Tengo que hablaros.
Se sientan, apacibles como niños, todos un poco absortos en su mundo interior, y, a pesar de todo, más atentos que nunca a Jesús.

-¿Sabéis lo que he hecho con vosotros? Todos lo sabéis. El alma se lo ha dicho a la razón. El alma, que ha sido reina estos días, le ha enseñado a la razón dos grandes virtudes: la humildad y el silencio, hijo de la humildad y de la prudencia, que a su vez son hijas de la caridad.

Hace sólo ocho días, habríais venido a proclamar -cual hábiles niños cuyo deseo es dejar asombrados a los demás, superar a su rival -vuestras capacidades, vuestros nuevos conocimientos; sin embargo, ahora calláis. De niños habéis pasado a adolescentes, y sabéis que un tipo de proclamación como el que he mencionado podría hacerle sentirse poco al otro, quizás menos favorecido por Dios, y por eso no habláis.

Sois como muchachas que han dejado de ser impúberes: ha nacido en vosotros el santo pudor de la metamorfosis que os ha revelado el misterio nupcial de las almas con Dios.

Estas cuevas el primer día os parecieron frías, hostiles, repelentes... ahora las miráis como a perfumadas y luminosas cámaras nupciales. En ellas habéis conocido a Dios. Antes sabíais acerca de Él, pero no lo conocíais en esa intimidad que hace de dos uno. Entre vosotros hay hombres que están casados desde hace años; otros que tuvieron sólo falaces relaciones con mujeres; algunos que, por distintas causas, son castos. Mas los castos ahora saben como los casados lo que es el amor perfecto; es más, puedo decir que ninguno como quien desconoce todo apetito carnal sabe lo que es el amor perfecto, porque Dios se revela a los vírgenes en toda su plenitud, tanto por la propia delicia de darse a quien es puro -reconociendo parte de sí mismo, Purísimo, en la criatura exenta de toda lujuria -, como para compensarle por cuan-to se niega por amor a Él.

En verdad os digo que por el amor que os tengo y por la sabiduría que poseo, si no debiera llevar a cabo la obra del Padre, querría teneros aquí, estar con vosotros, alejados de la gente; ciertamente haría de vosotros, solícito, grandes santos; ya no tendríais momentos de desconcierto, o defecciones, caídas o perdidas de ritmo o vueltas atrás. Pero no puedo. Debo continuar mi camino, y también vosotros. El mundo nos espera, este mundo profanado y profanador que necesita maestros y redentores.

Yo os he querido dar a conocer a Dios para que lo amarais mucho más que al mundo, el cual con todos sus afectos no vale lo que una sola sonrisa de Dios. He querido que pudierais meditar sobre lo que es el mundo y sobre lo que es Dios para que aspirarais a lo mejor. En este momento aspiráis sólo a Dios.

¡Oh, si pudiera dejaros fijos en esta hora, en esta aspiración! Pero el mundo nos espera, e iremos a ese mundo que espera, por la santa Caridad, que, de igual modo que me ha enviado a mí al mundo, os envía a vosotros por imperativo mío. Pero -os lo suplico -como se guarda una perla en un cofre, guardaos bien el tesoro de estos días en que vuestra mirada y vuestros cuidados han estado dirigidos a vosotros mismos, de estos días en que os habéis erguido, y procurado vestiduras nuevas, y habéis contraído esponsales con Dios... en vuestro corazón; como las piedras del testimonio, elevadas por los Patriarcas a recuerdo de las alianzas con Dios, conservad y custodiad estos preciosos recuerdos en vuestro corazón.

A partir de hoy ya no sois sólo los discípulos predilectos, sino que sois los apóstoles, cabezas de mi Iglesia; de vosotros brotarán -y esto siempre -todas sus jerarquías; seréis llamados maestros, teniendo como Maestro a vuestro Dios en su triple potencia, sabiduría y caridad.

No os he elegido porque seáis los que más lo merecéis, sino por un complejo de causas que no es necesario que conozcáis ahora. Os he elegido en vez de a los pastores, que son mis discípulos desde mis primeros vagidos. ¿Por qué lo he hecho? Porque era lo correcto. Entre vosotros hay galileos y judíos, instruidos y no instruidos, ricos y pobres; esto por el mundo, para que no diga que he preferido a una sola categoría... Mas vosotros no daríais abasto a todo lo que hay que hacer, ni ahora ni en el futuro.   

Quizás no todos os acordéis de un punto del Libro. Os lo recuerdo. En el segundo libro de los Paralipómenos, capítulo 29, se narra cómo Ezequías, rey de Judá, hizo purificar el Templo, y cómo, una vez purificado, ordenó sacrificar por el pecado, por el reino, por el santuario y por Judá; y cómo luego comenzaron las ofrendas individuales...; mas, no siendo suficientes los sacerdotes para las inmolaciones, se recurrió a los levitas, consagrados con rito más breve que el de los sacerdotes.

Esto mismo haré Yo. Vosotros sois los sacerdotes, a quienes Yo, Pontífice eterno, he preparado larga y atentamente; pero no dais abasto al trabajo, cada vez mayor, de inmolación de cada hombre en particular al Señor su Dios, por lo cual asocio a vosotros a los discípulos, a los que siguen siendo, eso, discípulos: los que nos esperan al pie del monte, los que ya están más arriba, los que ahora se encuentran esparcidos por la tierra de Israel y que llegará el momento en que lo estén por todas las partes de la Tierra. Ellos recibirán encargos iguales -porque una es la misión -, pero ante los ojos del mundo estarán encuadrados de forma distinta (no ante los ojos de Dios, que es justo, de forma que el discípulo oculto, ignorado por los apóstoles y por sus compañeros, si vive santamente, llevando almas a Dios, será mayor que aquel otro apóstol, conocido, que de apóstol no tiene sino el nombre y que rebaja su dignidad de apóstol al nivel de intereses humanos).

La tarea de los apóstoles y discípulos será siempre la de los sacerdotes y levitas de Ezequías: practicar el culto, derribar las idolatrías, purificar los corazones y los lugares, predicar al Señor y su Palabra. No existe tarea más santa sobre la faz de la tierra, ni tampoco dignidad más alta que la vuestra. Precisamente por esto es por lo que os dicho: "Escuchaos. Examinaos".

¡Ay del apóstol que caiga!: arrastrará consigo a muchos discípulos, y a su vez éstos arrastrarán a un número aún mayor de fieles, y la ruina será cada vez mayor, cual alud en movimiento o círculo que va extendiéndose cada vez más en la superficie de un lago cuando una y otra vez lanzan piedras al mismo punto.

¿Vais a ser todos perfectos? No. ¿Va a durar el espíritu de ahora? No. El mundo lanzará sus tentáculos para ahogar vuestra alma. La victoria del mundo -que es hijo de Satanás en cinco de sus partes, siervo de Satanás en otras tres partes, apático respecto a Dios en las otras dos -consiste en extinguir las luces en los corazones de los santos. Defendeos por vosotros mismos contra vosotros, contra el mundo, la carne y el demonio; pero, sobre todo, defendeos de vosotros mismos. ¡Alerta, hijos, contra la soberbia, la sensualidad, la doblez, la tibieza, el sopor espiritual, la avaricia! Cuando el yo inferior hable de supuestas crueldades que le perjudican, y lloriquee, imponedle silencio diciendo: "Por un brevísimo tiempo de privación a que te someto, te procuro para siempre el banquete extático que recibí en la cueva de la montaña al terminar la luna de Sabat".

Vamos. Vamos a donde los demás, que en gran número me esperan. Luego iré unas horas a Tiberíades. Vosotros, predicándome, iréis a esperarme al pie del monte que está en el camino de Tiberíades al mar; os alcanzaré y subiré para predicar. Tomad alforjas y mantos. La estancia aquí ha terminado, la elección se ha cumplido.


   


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