Thursday March 28,2024
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EL EVANGELIO
COMO ME HA SIDO REVELADO


El Evangelio como me ha sido revelado

Autor: María Valtorta

« PARTE 3 de 7 »

SEGUNDO AÑO DE LA
VIDA PUBLICA DE JESUS

Partes: [ 1 ] [ 2 ] [ 3 ]
[ 4 ] [ 5 ] [ 6 ] [ 7 ]



141. Yendo hacia Arimatea con los discípulos y con
José de Emaús

142. Con los doce hacia Samaria

143. La samaritana Fotinai

144. Los samaritanos invitan a Jesús a Sicar

145. El primer día en Sicar

146. El segundo día en Sicar. Jesús se despide de los samaritanos

147. Curación de una mujer de Sicar y conversión de Fotinai

148. Jesús visita a Juan el Bautista en las cercanías de Enón

149. La visita a Juan el Bautista, motivo de instrucción
a los apóstoles

150. Jesús en Nazaret, en casa de su Madre. Ella deberá
seguir a su Hijo

151. En Caná en casa de Susana, que se hará discípula.
El oficial del rey

152. María Salomé es recibida como discípula

153. Las mujeres allegadas a los discípulos al servicio de Jesús

154. Jesús en Cesárea Marítima habla a los galeotes.
Las fatigas del apostolado

155. Curación de la niña romana en Cesárea

156. Analía, la primera de las vírgenes consagradas

157. Instrucciones a las discípulas en Nazaret

158. En el lago de Genesaret
con Juana de Cusa.

159. Discurso en Guerguesa. La respuesta sobre el ayuno a los discípulos de Juan el Bautista.

160. Encuentro con Gamaliel en el camino de Neftalí a Yiscala

161. Curación del nieto del fariseo Elí de Cafarnaúm

162. Las conversiones humanas del fariseo Elí
y de Simón de Alfeo

163. Comiendo en casa del fariseo Elí de Cafarnaúm

164. El retiro en el monte para la elección de los Apóstoles

165. Elección de los doce Apóstoles

166. Los milagros después de la elección apostólica. Simón el Zelote y Juan predican por primera vez

167. Jesús concurre con las romanas en el jardín
de Juana de Cusa

168. Aglae en casa de María,
en Nazaret

169. Primer discurso de la Montaña: la misión de los apóstoles y de los discípulos

170. Segundo discurso de la Montaña: el don de la Gracia; las bienaventuranzas

171. Tercer discurso de la Montaña: los consejos evangélicos que perfeccionan
la Ley

172. Cuarto discurso de la Montaña: el juramento, la oración, el ayuno. El anciano Ismael y Sara

173. Quinto discurso de la Montaña: el uso de las riquezas; la limosna; la confianza en Dios.

174. Sexto discurso de la Montaña: la elección entre el Bien y el Mal; el adulterio; el divorcio. La llegada importuna de
María de Magdala.

175. El leproso curado al pie del Monte. Generosidad
del escriba Juan

176. Durante el descanso sabático, el último discurso
de la Montaña:
amar la voluntad de Dios

177. La curación del siervo
del centurión

178. Tres hombres que quieren seguir a Jesús

179. La parábola del sembrador. En Corazín con el nuevo
discípulo Elías

180. Controversia en la cocina de Pedro en Betsaida. Explicación de la parábola del sembrador. La noticia de la segunda captura de Juan el Bautista

181. La parábola del trigo
y la cizaña

182. Palabras a algunos pastores
con el huerfanito Zacarías

183. La curación de un hombre herido en casa de
María de Magdala

184. El pequeño Benjamín de Magdala y dos parábolas sobre
el Reino de los Cielos

185. La tempestad calmada.
Una lección sobre
sus preliminares

186. Los dos endemoniados de la región de los Gerasenos

187. Hacia Jerusalén
para la Pascua.
De Tariquea al monte Tabor

188. La gruta de la maga y el encuentro con Félix, llamado luego Juan

189. En Naím. Resurrección del hijo de una viuda

190. La llegada a la llanura de Esdrelón durante la puesta
del sol del viernes

191. El sábado en Esdrelón.
El pequeño Yabés.
Parábola del rico Epulón

192. Una predicción a Santiago de Alfeo. La Regada a Engannim tras un alto en Meguido

193. Llegada a Siquem tras dos días de camino

194. La revelación al pequeño Yabés durante el camino de Siquem a Berot

195. Una lección de Juan de Endor a Judas Iscariote.
Llegada a Jerusalén

196. El sábado en Getsemaní. Jesús habla de su Madre y de los amores de distintas potencias

197. En el Templo con José de Arimatea. La hora del incienso

198. El encuentro con la Madre en Betania. Yabés cambia su nombre por el de Margziam

199. Donde los leprosos de Siloán y Ben Hinnom. Pedro obtiene a Margziam
por medio de María

200. Coloquio de Áglae
con el Salvador

201. El examen de la mayoría
de edad de Margzia

202. Judas Iscariote es reprendido. Llegada de los campesinos de Jocanán

203. El Padrenuestro

204. La fe y el alma explicadas a los paganos con la parábola
de los templos

205. La parábola del hijo pródigo

206. Con dos parábolas sobre el Reino de los Cielos, termina la permanencia en Betania

207. En la gruta de
Belén la Madre evoca
el nacimiento de Jesús

208. María Santísima ve de nuevo al pastor Elías y con Jesús va a Betsur donde Elisa

209. La fecundidad del dolor, en el discurso de Jesús junto a la casa de Elisa en Betsur

210. Las inquietudes de Judas Iscariote durante el camino
hacia Hebrón

211. Regreso a Hebrón, patria del Bautista

212. Una ola de amor a Jesús, que en Yuttá habla desde
la casita de Isaac

213. En Keriot una profecía de Jesús y el comienzo de la predicación apostólica

214. La madre de Judas abre su corazón a María Stma., que ha llegado a Keriot

215. El posadero de Bet Yinna
y su hija lunática

216. Las infidelidades de los discípulos en la parábola
del diente de león

217. Las espigas arrancadas
un sábado

218. La llegada a Ascalón,
ciudad filistea

219. Los distintos frutos de la predicación de los apóstoles en la ciudad de Ascalón

220. Los idólatras de Magdalgad y la curación milagrosa
de la parturienta

221. Los prejuicios de los apóstoles respecto a los paganos y la parábola del hijo deforme

222. Un secreto del apóstol Juan

223. Una caravana nupcial se libra del asalto de bandidos después de un discurso de Jesús

224. En el apóstol Juan actúa el Amor. Llegada a Béter

225. El paralítico de la piscina de Betseida y la disputa sobre las obras del Hijo de Dios

226. Un signo bueno por parte de María de Magdala. Muerte del anciano Ismael

227. Un episodio incompleto

228. Margziam confiado
a Porfiria

229. Discurso a los habitantes de Betsaida sobre el gesto de caridad de Simón Pedro

230. Curación de la hemorroisa y resurrección de la hija de Jairo

231. En Cafarnaúm, Jesús y Marta hablan de la crisis que atormenta a María de Magdala

232. Curación de dos ciegos y de un mudo endemoniado

233. La parábola de la oveja perdida. María de Magdala también la oye

234. Comentario de tres episodios sobre la conversión de María de Magdala

235. Marta ha recibido de su hermana María la certidumbre de la conversión

236. La cena en casa de Simón el fariseo y la absolución
a María de Magdala

237. La petición de obreros para la mies, y la parábola del tesoro escondido en el campo. Marta todavía teme por su
hermana María

238. Llegada de María Stma. con María de Magdala a Cafarnaúm en medio de una tempestad

239. La parábola de los peces, la parábola de la perla, y del tesoro de las enseñanzas viejas y nuevas

240. En Betsaida, en la casa de Simón, con Porfiria y Margziam, el cual enseña a la Magdalena la oración de Jesús

241. Vocación de la hija de Felipe. Llegada a Magdala y parábola de la dracma perdida

242. Jesús habla sobre la Verdad al romano Crispo, el único que lo escucha de Tiberíades

243. En Caná en la casa de Susana. Las expresiones, los gestos y la voz de Jesús. Debate de los apóstoles acerca de las posesiones diabólicas

244. Juan repite un discurso de Jesús sobre la Creación y sobre los pueblos que esperan la Luz

245. Una acusación de los nazarenos a Jesús, rechazada con la parábola del
leproso curado

246. Un apólogo para los habitantes de Nazaret, los cuales permanecen incrédulos

247. María Stma. instruye a la Magdalena en orden
a la oración mental

248. En Belén de Galilea. Juicio ante un homicidio y parábola de los bosques petrificados

249. María Stma. instruye a Judas Iscariote sobre el deber preeminente de la
fidelidad a Dios

250. A los discípulos que han venido con Isaac: la parábola del lodo transformado en llama. Juan de Endor es alma víctima

251. A los pescadores siro-fenicios: la parábola del minero perseverante. Hermasteo
de Ascalón

252. El regreso de Tiro. Milagros. Parábola de la vid y el olmo

253. María Santísima devela a María de Alfeo el sentido de la maternidad espiritualizada.
La Magdalena debe
forjarse sufriendo

254. El encuentro con Síntica, esclava griega y la llegada a Cesárea Marítima

255. Despedida de las hermanas Marta y María, que parten con Síntica. Una lección
a Judas Iscariote

256. Parábola sobre la virtud de la esperanza, que sujeta la fe
y la caridad

257. Retiro de Jesús y Santiago de Alfeo en el monte Carmelo

258. Jesús revela a Santiago de Alfeo cuál será su misión
de apóstol

259. Lección sobre la Iglesia y los Sacramentos a Santiago de Alfeo, que obra un milagro

260. Dos parábolas de Pedro para los campesinos
de la llanura de Esdrelón

261. Exhortación a los campesinos de Doras,
que ahora lo son de Jocanán

262. Una hija no querida y el papel de la mujer redimida.
El Iscariote solicita
la ayuda de María

263. Curación del hombre del brazo atrofiado

264. Una jornada de Judas Iscariote en Nazaret

265. Instrucciones a los doce apóstoles al comienzo
de su ministerio

266. Los discípulos del Bautista quieren verificar que Jesús es el Mesías. Testimonio sobre el Precursor e invectiva contra las ciudades impenitentes

267. Jesús, carpintero en Corazín

268. Lección sobre la caridad con la parábola de los titos. El yugo de Jesús es ligero

269. La disputa con escribas y fariseos en Cafarnaúm. Llegada de la Madre y de los hermanos

270. Jesús recibe la noticia de que han matado a
Juan el Bautista

271. Salida para Tariquea con los apóstoles, que han regresado a Cafarnaúm

272. Reencarnación y vida eterna en el diálogo con un escriba

273. La primera multiplicación
de los panes

274. Jesús camina sobre las aguas. Su prontitud en socorrer
a quien le invoca

275. Cuatro nuevos discípulos. Jesús habla sobre las obras de misericordia corporal y espiritual

276. El hombre avaro y la parábola del rico necio. Las inquietudes y la vigilancia
en los siervos de Dios

277. En Magdala, en los jardines de María. El amor y la corrección entre hermanos

278. El perdón y la parábola del siervo inicuo. La misión confiada a setenta y dos discípulos

279. Encuentro con Lázaro en el campo de los Galileos

280. El regreso de los setenta y dos. Profecía sobre
los místicos futuros

281. En el Templo durante la fiesta de los Tabernáculos. Las condiciones para seguir a Jesús. La parábola de los talentos y la parábola del buen samaritano

282. La delación al Sanedrín respecto a Hermasteo,
Juan de Endor y Síntica

283. Síntica habla de su encuentro con la Verdad

284. La casita donada por Salomón. Cuatro apóstoles
se quedarán en Judea

285. Lázaro ofrece un refugio para Juan de Endor y Síntica. Viaje feliz hacia Jericó
sin Judas Iscariote

286. En Ramot con el mercader Alejandro Misax. Lección a Síntica sobre el recuerdo
de las almas

287. De Ramot a Gerasa con la caravana del mercader

288. Palabras a los habitantes de Gerasa y alabanza de una mujer a la Madre de Jesús

289. AEl sábado a Gerasa. Asueto de Margziam. La pregunta de Síntica sobre la salvación
de los paganos

290. El hombre de los ojos ulcerosos. El alto en la "fuente del Camellero". Más sobre el recuerdo de las almas

291. Margziam descubre por qué Jesús ora todos los días
a la hora nona

292. Insidia de escribas y fariseos en Bosrá

293. Palabras de Jesús y milagros en Bosrá, después de la irrupción de dos fariseos. El don de la fe a Alejandro Misax

294. La rica dádiva del mercader. Adiós a la Madre
y a las discípulas

295. Palabras y milagros en Arbela, ya evangelizada por Felipe de Jacob

296. Llegada a Aera bajo la lluvia. Curación de los enfermos que allí esperan

297. Con el sermón de Aera termina el segundo
gran viaje apostólico

298. La ayuda prestada a los huerfanitos María y Matías y las enseñanzas que de ella
se deducen

299. A Juana de Cusa le son confiados, para su tutela, los huerfanitos María y Matías

300. Con escribas y fariseos en casa del resucitado de Naím

301. ola de las frentes destronadas y explicación de la parábola sobre lo no puro

302. En Magdala, antes de mandar a todos a sus respectivas familias para las Encenias

303. Jesús donde su Madre
en Nazaret

304. Con Juan de Endor, Síntica y Margziam. María es Madre
y Maestra

305. Jesús consuela a Margziam con la parábola de los pajarillos

306. También Simón Zelote está en Nazaret. Lección sobre los daños del ocio

307. Controversia en la casa de Nazaret acerca de las culpas de los nazarenos. Lección sobre la tendencia al pecado a pesar de la Redención

308. Curación del hijo de Simón de Alfeo. Margziam es el primero de los niños discípulos

309. Sacrificio de Margziam por la curación de una niña. Enmienda de Simón de Alfeo

310. Con Pedro, en Nazaret, Jesús organiza la partida
de Juan de Endor y Síntica

311. La renuncia de Margziam es ocasión de una lección sobre los sacrificios hechos por amor

312. Jesús comunica a Juan de Endor la decisión de enviarle a Antioquía. Final del segundo año

 

236- La cena en casa de Simón el fariseo
y la absolución a María de Magdala


Veo una sala riquísima.

De su centro pende una valiosa lámpara de muchas boquillas, toda encendida. En las paredes hay tapices bellísimos; hay también sillas taraceadas, revestidas de marfil y ricas láminas; y muebles muy bonitos.
En el centro hay una mesa de grandes dimensiones, formada por cuatro tablas unidas en forma de rectángulo. La mesa está preparada con esta disposición a causa de los muchos convidados (todos hombres) y aparejada con bellísimos manteles y rica vajilla.

Hay ánforas y copas preciosas. Muchos son los servidores que se mueven en torno a ella, trayendo manjares y escanciando vinos. En el centro del cuadrado no hay nadie; veo el suelo (es muy bonito y refleja la luz de la lámpara, que es de aceite). Por la parte externa, sin embargo, hay muchos lechos-asiento, todos ocupados por los comensales.

Tengo la impresión de estar en el ángulo semioscuro situado en el fondo de la sala, junto a una puerta que está abierta de par en par hacia el exterior, pero, al mismo tiempo, cerrada con una tupida cortina, o tapiz, que cuelga de su dintel.

En el lado más alejado de la puerta, está el jefe de la casa con los invitados más importantes. Es un hombre más bien anciano, vestido con una amplia túnica blanca ceñida a la cintura con un cinturón recamado. La túnica tiene también, en el cuello, bocamangas y bajos, las orillas bordadas (aplicadas como cintas bordadas; o galones, si prefiere llamarlos así). Pero la cara de este hombre no me gusta: es una cara maligna, fría, soberbia y ávida.

En el lado opuesto, frente a él, está mi Jesús. Lo veo de costado, diría que casi por detrás, a espaldas de Él.

Lleva su habitual túnica blanca, las sandalias, los cabellos bipartidos sobre la frente y largos como siempre.

Noto que tanto Él como los demás comensales no se sientan como creía que uno se sentase en esos lechos-asiento, o sea, perpendicularmente respecto a la mesa, sino paralelamente. En la visión de las bodas de Caná no había prestado mucha atención a este detalle; había visto que comían apoyados sobre el codo izquierdo, pero me parecía que estaban menos echados (quizás porque los lechos eran menos lujosos y mucho más cortos). Éstos son verdaderos lechos, asemejan a los modernos divanes de tipo turco.

Jesús tiene a su lado a Juan y, dado que Jesús está apoyado con el codo izquierdo (como todos). Juan está metido entre la mesa y el cuerpo del Señor; llegando con su codo a la altura de la ingle del Maestro, de modo que no le estorba a Jesús para comer y puede, si quiere, apoyarse confidencialmente en su pecho.

No hay ninguna mujer. Todos hablan. El dueño de la casa, de vez en cuando, con afectada condescendencia y evidente ostentación de complacencia, se dirige a Jesús (se ve claramente que quiere demostrarle -y demostrárselo a todos los presentes ­que le ha hecho un gran honor invitándolo a su rica casa, a Él, un pobre profeta a quien se le considera, incluso, un poco exaltado)... Veo que Jesús responde con cortesía y sosiego. A quien le pregunta, le sonríe con su leve sonrisa; pero, si quien le habla es Juan -o aunque sólo lo mire-, entonces su sonrisa es luminosa.

Veo que alguien descorre la rica cortina que cubre el vano de la puerta. Entra una mujer joven, guapísima, ricamente vestida, peinada con esmero. Su abundantísima cabellera rubia forma sobre su cabeza un verdadero ornamento de mechones artísticamente entrecruzados; tan abundante es y tanto resplandece, que parece como si llevara un yelmo de oro labrado todo en relieve. Su indumento, si lo comparo con el que le he visto siempre a la Virgen María, diría que es muy excéntrico y complicado.

Hebillas en los hombros, joyas para sujetar los frunces de la parte superior del pecho, cadenitas de oro para delinear el pecho mismo, cinturón hecho de bullones de oro y gemas. Es un vestido audaz, que hace resaltar las líneas del bellísimo cuerpo de la mujer. En la cabeza lleva un velo, tan fino que... no vela nada; es sólo un detalle añadido a sus gracias, nada más. Calzan sus pies sandalias rojas muy ricas, de piel, con hebillas de oro, sujetas con lazos a la altura del tobillo.

Todos, menos Jesús, se vuelven a mirarla. Juan la observa un instante y luego se vuelve hacia Jesús. Los demás fijan su mirada en ella con visible y maligno deseo. Pero la mujer no los mira en absoluto, ni se preocupa del murmullo que ha levantado su presencia ni de las señas que hacen todos, excepto Jesús y el discípulo. Jesús se comporta como si no se hubiera dado cuenta de nada; sigue hablando hasta terminar la conversación que había entablado con el dueño de la casa.

La mujer va hacia Jesús, se arrodilla junto a los pies del Maestro. Deja en el suelo un pequeño recipiente de forma de ánfora de panza muy marcada, se quita el velo de la cabeza sacando el alfiler precioso que lo tenía prendido al pelo, se saca de los dedos los anillos, y deposita todo encima del lecho-asiento, junto a los pies de Jesús; luego toma entre sus manos los pies, primero el derecho, luego el izquierdo, desata las sandalias y los posa de nuevo en el suelo; luego, prorrumpiendo en grandes sollozos, besa estos pies, apoya en ellos su frente, se los acaricia para sí, y las lágrimas caen como una lluvia, que brilla bajo la llama de la lámpara y que recorre, formando hilos, la piel de estos pies adorables.
Jesús vuelve --casi nada-lentamente la cabeza, y su mirada azul oscura se deposita un instante sobre la cabeza vencida. Es una mirada absolutoria. Luego vuelve a la posición de mirar hacia el centro, mientras deja a la mujer que se desahogue libremente.

Los demás, no; ellos se intercambian comentarios mordaces, señas, sonrisas malignas. El fariseo se pone un momento en posición de sentado, para ver mejor; su mirada es entre ávida, preocupada e irónica: ávida de la mujer (este sentimiento es patente); preocupada por el hecho de que la mujer haya entrado con tanta libertad, lo cual podría hacer pensar a los otros que la recibe frecuentemente en su casa; irónica respecto a Jesús...

Pero la mujer no se percata de nada. Llora a mares, aunque sin gritos; sólo lagrimones y algún que otro sollozo. Luego se suelta los cabellos, extrayendo las horquillas de oro que sostenían el complejo peinado.

Deposita también estas horquillas al lado de los anillos y del alfiler de cabeza. Las madejas de oro se despliegan recorriendo la espalda de la mujer. Coge sus cabellos con las dos manos, se los lleva al pecho y los pasa por los pies mojados de Jesús, hasta que los ve secos. Luego mete sus dedos en la pequeña vasija y saca una pomada levemente amarillenta y olorosísima. Un perfume entre de azucena y nardo se propaga por toda la sala. La mujer extrae sin escatimar; extiende, unta, besa, acaricia.

Jesús, de tanto en tanto, la mira lleno de amorosa piedad. Juan, que se había vuelto sorprendido al oír el estallido de llanto, no sabe separar la mirada del grupo de Jesús y la mujer y mira alternativamente a uno y otro.

La cara del fariseo tiene una expresión cada vez más desabrida.

Oigo aquí las ya conocidas palabras del Evangelio, las oigo acompañadas de un tono y una mirada que le hacen agachar la cabeza al viejo resentido.

Oigo las palabras de absolución a la mujer, que se ha enrollado el velo alrededor de la cabeza, quedando más o menos recogida su cabellera despeinada, y ahora se marcha dejando a los pies de Jesús sus joyas. Jesús, al decirle:

«Ve en paz», le pone un instante la mano sobre su cabeza inclinada. Pero lo hace con grandísima dulzura.

Jesús ahora me dice:

-Lo que le ha hecho bajar la cabeza al fariseo -y también a sus compañeros-, y que no está escrito en el Evangelio, han sido las palabras que mi espíritu, a través de mi mirada, ha lanzado y clavado en esa alma yerma y ávida. He respondido mucho más de lo que está escrito, porque ningún pensamiento de los hombres me estaba celado. Y él ha entendido mi mudo lenguaje, más cargado aún de reproche que cuanto lo estaban mis palabras.

Le he dicho: "No. No hagas insinuaciones malvadas para justificarte ante ti mismo. Yo no tengo tu lujuria. Esta mujer no viene a mí por atracción sensual. Yo no soy tú, ni soy como tus semejantes. Viene a mí porque mi mirada y mi palabra, oída por pura coincidencia, le han iluminado el alma en que la lujuria había creado tinieblas. Y viene porque quiere vencer sobre la carne y ha comprendido, ¡pobre criatura!, que por sí sola no lo lograría nunca.

Ella ama en mí el espíritu, nada más que el espíritu, que siente sobrenaturalmente bueno. Después de tanto mal como ha recibido de todos vosotros, que os habéis aprovechado de su debilidad para vuestros vicios, correspondiéndole luego con los latigazos de vuestro desprecio, viene a mí porque percibe que ha encontrado el Bien, la Alegría, la Paz, que inútilmente ha buscado entre las pompas del mundo.

Procúrate la curación de esta lepra tuya de alma, ¡oh, fariseo hipócrita!, y recta visión en las cosas; depón la soberbia de la mente y la lujuria de la carne. Estas son lepras mucho más fétidas que las de vuestro cuerpo. De las últimas mi toque os puede curar porque por ellas me invocáis, pero de la lepra del espíritu no, porque no queréis liberaros de ella porque os gusta. Esta mujer, sin embargo, sí quiere. Por eso Yo la limpio, por eso la libero de las cadenas de su esclavitud. La pecadora ha muerto, ha quedado allí, en los adornos que ella se avergüenza de ofrecerme para que los santifique usándolos para atender mis necesidades y las de mis discípulos, para los pobres a quienes socorro con lo que a otros les es superfluo; porque se da el caso de que Yo, Dueño del Universo, ahora que soy el Salvador del hombre, no poseo nada. Ella está allí, en el perfume con que ha ungido mis pies, disminuido -como sus cabellos-en esa parte del cuerpo que tú no te has dignado refrescar con el agua de tu pozo, después de que he recorrido tanto camino para venir a traerte también a ti luz. La pecadora ha muerto, y ha renacido María, que ahora, por su vivo dolor y recto amor, tiene nuevamente la hermosura de una púdica muchacha. Ella se ha lavado en su llanto.

En verdad te digo, fariseo, que entre éste, que me ama con su juventud pura, y ésta, que me ama con la sincera contrición de un corazón renacido a la Gracia, no establezco diferencia, y que al Puro y a la Arrepentida les confío una misión, respectivamente: comprender mi pensamiento como nadie y dar a mi Cuerpo los últimos honores y el primer saludo (no cuento el saludo especial de mi Madre) cuando resucite".

Esto es cuanto quería decir con mi mirada al fariseo. Pero a ti te manifiesto otra cosa, para alegría tuya y de muchos.

En Betania, María repitió este gesto que signó el alba de su redención. Hay gestos personales que se repiten, y que denuncian el estilo propio de una persona. Son gestos inconfundibles. En Betania, de todas formas -y ello era justo-el gesto fue menos humillante y más confidencial, dentro de su actitud de reverente adoración. Mucho había caminado María desde aquel amanecer de su redención.
Mucho.

El amor, como viento veloz, la había impulsado consigo hacia arriba y hacia delante; el amor, como una hoguera, la había devorado y había destruido en ella la carne impura, y había proclamado señor en ella a un espíritu purificado. María, distinta por su renacida dignidad de mujer, distinta en su vestido, sencillo como el de mi Madre, y en su peinado; de mirada sencilla, de actitud sencilla, de palabra sencilla y nueva, ahora me honraba con el mismo gesto, pero de forma nueva: cogió el último de sus vasos de perfume, que había reservado para mí; me lo esparció sobre los pies, sin llanto, con mirada dichosa, por el amor y la seguridad de haber sido perdonada, y también sobre mi cabeza.

Ahora María podía, sí, ungirme y tocarme la cabeza. El arrepentimiento y el amor la habían purificado con el fuego de los serafines, y ella misma era un serafín.

Dítelo a ti misma, María (se dirige a María Valtorta), mi pequeña "voz", díselo a las almas. Ve, díselo a las almas que no se atreven a venir a mí porque se sienten culpables. Mucho, mucho, mucho se le perdona a quien mucho ama, a quien mucho me ama.

¿No sabéis, pobres almas, cómo os ama el Salvador! No tengáis miedo de mí. Venid. Con confianza. Con coraje. Que Yo os abro el Corazón y los brazos.

Recordad siempre esto: "No establezco diferencia entre aquel que me ama con su pureza íntegra y aquel que me ama en la sincera contrición de un corazón renacido a la Gracia". Soy el Salvador. No lo olvidéis nunca.
Ve en paz. Te bendigo.

Haciendo una digresión (explica María Valtorta), los temas de que hablaban los comensales -por lo que respecta a los que yo comprendía, o sea, aquellos que iban más específicamente dirigidos a Jesús-trataban sobre hechos de actualidad: los romanos; la Ley, que encontraba oposición en los romanos; también la misión de Jesús como Maestro de una nueva escuela.

Pero, detrás de la aparente benevolencia, se comprendía que eran preguntas viciosas y capciosas, para embrollarlo (cosa no fácil, porque Jesús, con pocas palabras, daba una respuesta precisa y concluyente a cada una de las cuestiones).

Por ejemplo, a la pregunta sobre cuál fuera en concreto la escuela o secta de que se había hecho nuevo maestro, respondió sencillamente:

-De la escuela de Dios. Es a Él a quien sigo en su santa Ley; de Dios me preocupo, para hacer que estos pequeñuelos -y miraba con amor a Juan, y en Juan a todos los rectos de corazón-la tengan renovada en toda su esencia, tal como era el día en que el Señor la promulgara en el Sinaí.

Devuelvo a los hombres a la Luz de Dios.
A otra pregunta, sobre qué pensaba del abuso del César, que se había hecho dominador de Palestina, había respondido:

-César es lo que es porque así lo quiere Dios. Recuerda lo que dice el profeta Isaías. ¿No llama, acaso, a Asur, por inspiración divina, "bastón" de su cólera, vara que azota al pueblo de Dios, que se ha separado demasiado de Él y finge externamente y en su espíritu? ¿Y no dice que, después de usarlo como castigo, lo quebrantará, porque abusará de su misión siendo demasiado soberbio y cruel?

Éstas son las dos respuestas que más me han impresionado.

Y esta noche mi Jesús me dice sonriendo:

-Te debería llamar como a Daniel. Eres la mujer de los deseos, te amo porque deseas intensamente a tu Dios.

Podría seguir diciéndote lo que mi ángel dijo a Daniel:

"No temas, porque desde el primer día en que aplicaste tu corazón a comprender y a afligirte en la presencia de Dios, han sido escuchadas tus oraciones; por ellas he venido". Pero no te está hablando el ángel; soy Yo: Jesús.

María: siempre que una persona "aplica su corazón a comprender", Yo me acerco. No soy un Dios duro y severo. Soy Misericordia viva. Más rápido que el pensamiento me acerco a quien a mí se vuelve. Y me acerqué veloz con mi espíritu también a la pobre María de Magdala, tan inmersa en su pecar, en cuanto sentí que surgía en ella el deseo de comprender: comprender la luz de Dios y su estado de tinieblas; y me hice Luz para ella.

Hablaba a muchos aquel día, pero verdad es que hablaba para ella sola. Sólo la veía a ella, que se había acercado movida por un violento repente de su alma, que se rebelaba contra la carne que la tenía sujeta. Sólo la veía a ella, con su rostro atormentado, con su forzada sonrisa, que escondía, bajo apariencia de falsa seguridad y alegría, que no eran sino desafío al mundo y a sí misma, mucho llanto íntimo. Sólo la veía a ella, mucho más enredada en las zarzas que la oveja extraviada de la parábola; a ella, que se anegaba en la náusea de su vida, náusea que emergía como esos embates profundos que sacan consigo el agua del fondo.

No dije grandes palabras, ni toqué un tema referido a ella, pecadora bien conocida, para no humillarla y obligarla a huir, a avergonzarse o a venir. La dejé tranquila. Dejé que mi palabra y mi mirada descendieran a su interior y que allí fermentasen para hacer de aquel impulso de un momento su glorioso futuro de santa.

Hablé con una de las más dulces parábolas, rayo de luz y bondad emanado exactamente para ella. "Y aquella noche, mientras ponía pie en casa del rico soberbio -en quien mi palabra no podía fermentar para transformarse en futura gloria, pues la mataba la soberbia farisaica-, ya sabía que ella vendría, después de haber llorado mucho en su habitación de vicio, después de haber decidido, a la luz de ese llanto, su futuro.

Los hombres, devorados por la lujuria, al verla entrar, se estremecieron en la carne y acusaron con el pensamiento. Todos la desearon, excepto los dos "puros" del convite: Yo y Juan. Todos pensaron que venía por uno de esos fáciles caprichos que ­verdadera posesión diabólica-la arrojaban a repentinas aventuras. Pero Satanás ya estaba vencido. Y todos, con envidia, pensaron, viendo que no se dirigía a ellos, que era Yo por quien venía.

El hombre, cuando no es sino hombre de carne y sangre, mancha siempre hasta las cosas más puras. Sólo los puros ven bien, porque el pecado no les turba el pensamiento.

Pero, María, no debe ser motivo de abatimiento el que el hombre no comprenda. Dios comprende, y es suficiente para el Cielo. La gloria que viene de los hombres no aumenta ni en un gramo la gloria que es destino de los elegidos en el Paraíso. Recuérdalo siempre.

La pobre María de Magdala fue siempre mal juzgada en sus actos buenos; no lo había sido en sus malas acciones, porque eran bocados de lujuria ofrecidos a la insaciable hambre de los lascivos. Fue criticada y juzgada mal en Naím, en casa del fariseo; criticada y objeto de reproche en Betania, en su casa.

Pero Juan, diciendo una gran palabra, da la clave de esta última crítica:

”Judas,  porque era ladrón. Yo digo: "El fariseo y sus amigos porque eran lujuriosos". ¿Ves? La avidez de la carne, la avidez por el dinero, alzan su voz y critican el acto bueno. Los buenos no critican. Nunca. Comprenden.

Pero, repito, no importa la crítica del mundo; lo que importa es el juicio de Dios.


   


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