Thursday April 25,2024
Iniciar pagina principal Quienes somos y que hacemos Mision principal del sitio en internet Como rezar el santo rosario, oraciones, etc. Base de datos de documentos recopilados Servicio de asesoria via e-mail. Calendario de eventos en el bimestre Personas para establecer contacto
 

EL EVANGELIO
COMO ME HA SIDO REVELADO


El Evangelio como me ha sido revelado

Autor: María Valtorta

« PARTE 3 de 7 »

SEGUNDO AÑO DE LA
VIDA PUBLICA DE JESUS

Partes: [ 1 ] [ 2 ] [ 3 ]
[ 4 ] [ 5 ] [ 6 ] [ 7 ]



141. Yendo hacia Arimatea con los discípulos y con
José de Emaús

142. Con los doce hacia Samaria

143. La samaritana Fotinai

144. Los samaritanos invitan a Jesús a Sicar

145. El primer día en Sicar

146. El segundo día en Sicar. Jesús se despide de los samaritanos

147. Curación de una mujer de Sicar y conversión de Fotinai

148. Jesús visita a Juan el Bautista en las cercanías de Enón

149. La visita a Juan el Bautista, motivo de instrucción
a los apóstoles

150. Jesús en Nazaret, en casa de su Madre. Ella deberá
seguir a su Hijo

151. En Caná en casa de Susana, que se hará discípula.
El oficial del rey

152. María Salomé es recibida como discípula

153. Las mujeres allegadas a los discípulos al servicio de Jesús

154. Jesús en Cesárea Marítima habla a los galeotes.
Las fatigas del apostolado

155. Curación de la niña romana en Cesárea

156. Analía, la primera de las vírgenes consagradas

157. Instrucciones a las discípulas en Nazaret

158. En el lago de Genesaret
con Juana de Cusa.

159. Discurso en Guerguesa. La respuesta sobre el ayuno a los discípulos de Juan el Bautista.

160. Encuentro con Gamaliel en el camino de Neftalí a Yiscala

161. Curación del nieto del fariseo Elí de Cafarnaúm

162. Las conversiones humanas del fariseo Elí
y de Simón de Alfeo

163. Comiendo en casa del fariseo Elí de Cafarnaúm

164. El retiro en el monte para la elección de los Apóstoles

165. Elección de los doce Apóstoles

166. Los milagros después de la elección apostólica. Simón el Zelote y Juan predican por primera vez

167. Jesús concurre con las romanas en el jardín
de Juana de Cusa

168. Aglae en casa de María,
en Nazaret

169. Primer discurso de la Montaña: la misión de los apóstoles y de los discípulos

170. Segundo discurso de la Montaña: el don de la Gracia; las bienaventuranzas

171. Tercer discurso de la Montaña: los consejos evangélicos que perfeccionan
la Ley

172. Cuarto discurso de la Montaña: el juramento, la oración, el ayuno. El anciano Ismael y Sara

173. Quinto discurso de la Montaña: el uso de las riquezas; la limosna; la confianza en Dios.

174. Sexto discurso de la Montaña: la elección entre el Bien y el Mal; el adulterio; el divorcio. La llegada importuna de
María de Magdala.

175. El leproso curado al pie del Monte. Generosidad
del escriba Juan

176. Durante el descanso sabático, el último discurso
de la Montaña:
amar la voluntad de Dios

177. La curación del siervo
del centurión

178. Tres hombres que quieren seguir a Jesús

179. La parábola del sembrador. En Corazín con el nuevo
discípulo Elías

180. Controversia en la cocina de Pedro en Betsaida. Explicación de la parábola del sembrador. La noticia de la segunda captura de Juan el Bautista

181. La parábola del trigo
y la cizaña

182. Palabras a algunos pastores
con el huerfanito Zacarías

183. La curación de un hombre herido en casa de
María de Magdala

184. El pequeño Benjamín de Magdala y dos parábolas sobre
el Reino de los Cielos

185. La tempestad calmada.
Una lección sobre
sus preliminares

186. Los dos endemoniados de la región de los Gerasenos

187. Hacia Jerusalén
para la Pascua.
De Tariquea al monte Tabor

188. La gruta de la maga y el encuentro con Félix, llamado luego Juan

189. En Naím. Resurrección del hijo de una viuda

190. La llegada a la llanura de Esdrelón durante la puesta
del sol del viernes

191. El sábado en Esdrelón.
El pequeño Yabés.
Parábola del rico Epulón

192. Una predicción a Santiago de Alfeo. La Regada a Engannim tras un alto en Meguido

193. Llegada a Siquem tras dos días de camino

194. La revelación al pequeño Yabés durante el camino de Siquem a Berot

195. Una lección de Juan de Endor a Judas Iscariote.
Llegada a Jerusalén

196. El sábado en Getsemaní. Jesús habla de su Madre y de los amores de distintas potencias

197. En el Templo con José de Arimatea. La hora del incienso

198. El encuentro con la Madre en Betania. Yabés cambia su nombre por el de Margziam

199. Donde los leprosos de Siloán y Ben Hinnom. Pedro obtiene a Margziam
por medio de María

200. Coloquio de Áglae
con el Salvador

201. El examen de la mayoría
de edad de Margzia

202. Judas Iscariote es reprendido. Llegada de los campesinos de Jocanán

203. El Padrenuestro

204. La fe y el alma explicadas a los paganos con la parábola
de los templos

205. La parábola del hijo pródigo

206. Con dos parábolas sobre el Reino de los Cielos, termina la permanencia en Betania

207. En la gruta de
Belén la Madre evoca
el nacimiento de Jesús

208. María Santísima ve de nuevo al pastor Elías y con Jesús va a Betsur donde Elisa

209. La fecundidad del dolor, en el discurso de Jesús junto a la casa de Elisa en Betsur

210. Las inquietudes de Judas Iscariote durante el camino
hacia Hebrón

211. Regreso a Hebrón, patria del Bautista

212. Una ola de amor a Jesús, que en Yuttá habla desde
la casita de Isaac

213. En Keriot una profecía de Jesús y el comienzo de la predicación apostólica

214. La madre de Judas abre su corazón a María Stma., que ha llegado a Keriot

215. El posadero de Bet Yinna
y su hija lunática

216. Las infidelidades de los discípulos en la parábola
del diente de león

217. Las espigas arrancadas
un sábado

218. La llegada a Ascalón,
ciudad filistea

219. Los distintos frutos de la predicación de los apóstoles en la ciudad de Ascalón

220. Los idólatras de Magdalgad y la curación milagrosa
de la parturienta

221. Los prejuicios de los apóstoles respecto a los paganos y la parábola del hijo deforme

222. Un secreto del apóstol Juan

223. Una caravana nupcial se libra del asalto de bandidos después de un discurso de Jesús

224. En el apóstol Juan actúa el Amor. Llegada a Béter

225. El paralítico de la piscina de Betseida y la disputa sobre las obras del Hijo de Dios

226. Un signo bueno por parte de María de Magdala. Muerte del anciano Ismael

227. Un episodio incompleto

228. Margziam confiado
a Porfiria

229. Discurso a los habitantes de Betsaida sobre el gesto de caridad de Simón Pedro

230. Curación de la hemorroisa y resurrección de la hija de Jairo

231. En Cafarnaúm, Jesús y Marta hablan de la crisis que atormenta a María de Magdala

232. Curación de dos ciegos y de un mudo endemoniado

233. La parábola de la oveja perdida. María de Magdala también la oye

234. Comentario de tres episodios sobre la conversión de María de Magdala

235. Marta ha recibido de su hermana María la certidumbre de la conversión

236. La cena en casa de Simón el fariseo y la absolución
a María de Magdala

237. La petición de obreros para la mies, y la parábola del tesoro escondido en el campo. Marta todavía teme por su
hermana María

238. Llegada de María Stma. con María de Magdala a Cafarnaúm en medio de una tempestad

239. La parábola de los peces, la parábola de la perla, y del tesoro de las enseñanzas viejas y nuevas

240. En Betsaida, en la casa de Simón, con Porfiria y Margziam, el cual enseña a la Magdalena la oración de Jesús

241. Vocación de la hija de Felipe. Llegada a Magdala y parábola de la dracma perdida

242. Jesús habla sobre la Verdad al romano Crispo, el único que lo escucha de Tiberíades

243. En Caná en la casa de Susana. Las expresiones, los gestos y la voz de Jesús. Debate de los apóstoles acerca de las posesiones diabólicas

244. Juan repite un discurso de Jesús sobre la Creación y sobre los pueblos que esperan la Luz

245. Una acusación de los nazarenos a Jesús, rechazada con la parábola del
leproso curado

246. Un apólogo para los habitantes de Nazaret, los cuales permanecen incrédulos

247. María Stma. instruye a la Magdalena en orden
a la oración mental

248. En Belén de Galilea. Juicio ante un homicidio y parábola de los bosques petrificados

249. María Stma. instruye a Judas Iscariote sobre el deber preeminente de la
fidelidad a Dios

250. A los discípulos que han venido con Isaac: la parábola del lodo transformado en llama. Juan de Endor es alma víctima

251. A los pescadores siro-fenicios: la parábola del minero perseverante. Hermasteo
de Ascalón

252. El regreso de Tiro. Milagros. Parábola de la vid y el olmo

253. María Santísima devela a María de Alfeo el sentido de la maternidad espiritualizada.
La Magdalena debe
forjarse sufriendo

254. El encuentro con Síntica, esclava griega y la llegada a Cesárea Marítima

255. Despedida de las hermanas Marta y María, que parten con Síntica. Una lección
a Judas Iscariote

256. Parábola sobre la virtud de la esperanza, que sujeta la fe
y la caridad

257. Retiro de Jesús y Santiago de Alfeo en el monte Carmelo

258. Jesús revela a Santiago de Alfeo cuál será su misión
de apóstol

259. Lección sobre la Iglesia y los Sacramentos a Santiago de Alfeo, que obra un milagro

260. Dos parábolas de Pedro para los campesinos
de la llanura de Esdrelón

261. Exhortación a los campesinos de Doras,
que ahora lo son de Jocanán

262. Una hija no querida y el papel de la mujer redimida.
El Iscariote solicita
la ayuda de María

263. Curación del hombre del brazo atrofiado

264. Una jornada de Judas Iscariote en Nazaret

265. Instrucciones a los doce apóstoles al comienzo
de su ministerio

266. Los discípulos del Bautista quieren verificar que Jesús es el Mesías. Testimonio sobre el Precursor e invectiva contra las ciudades impenitentes

267. Jesús, carpintero en Corazín

268. Lección sobre la caridad con la parábola de los titos. El yugo de Jesús es ligero

269. La disputa con escribas y fariseos en Cafarnaúm. Llegada de la Madre y de los hermanos

270. Jesús recibe la noticia de que han matado a
Juan el Bautista

271. Salida para Tariquea con los apóstoles, que han regresado a Cafarnaúm

272. Reencarnación y vida eterna en el diálogo con un escriba

273. La primera multiplicación
de los panes

274. Jesús camina sobre las aguas. Su prontitud en socorrer
a quien le invoca

275. Cuatro nuevos discípulos. Jesús habla sobre las obras de misericordia corporal y espiritual

276. El hombre avaro y la parábola del rico necio. Las inquietudes y la vigilancia
en los siervos de Dios

277. En Magdala, en los jardines de María. El amor y la corrección entre hermanos

278. El perdón y la parábola del siervo inicuo. La misión confiada a setenta y dos discípulos

279. Encuentro con Lázaro en el campo de los Galileos

280. El regreso de los setenta y dos. Profecía sobre
los místicos futuros

281. En el Templo durante la fiesta de los Tabernáculos. Las condiciones para seguir a Jesús. La parábola de los talentos y la parábola del buen samaritano

282. La delación al Sanedrín respecto a Hermasteo,
Juan de Endor y Síntica

283. Síntica habla de su encuentro con la Verdad

284. La casita donada por Salomón. Cuatro apóstoles
se quedarán en Judea

285. Lázaro ofrece un refugio para Juan de Endor y Síntica. Viaje feliz hacia Jericó
sin Judas Iscariote

286. En Ramot con el mercader Alejandro Misax. Lección a Síntica sobre el recuerdo
de las almas

287. De Ramot a Gerasa con la caravana del mercader

288. Palabras a los habitantes de Gerasa y alabanza de una mujer a la Madre de Jesús

289. AEl sábado a Gerasa. Asueto de Margziam. La pregunta de Síntica sobre la salvación
de los paganos

290. El hombre de los ojos ulcerosos. El alto en la "fuente del Camellero". Más sobre el recuerdo de las almas

291. Margziam descubre por qué Jesús ora todos los días
a la hora nona

292. Insidia de escribas y fariseos en Bosrá

293. Palabras de Jesús y milagros en Bosrá, después de la irrupción de dos fariseos. El don de la fe a Alejandro Misax

294. La rica dádiva del mercader. Adiós a la Madre
y a las discípulas

295. Palabras y milagros en Arbela, ya evangelizada por Felipe de Jacob

296. Llegada a Aera bajo la lluvia. Curación de los enfermos que allí esperan

297. Con el sermón de Aera termina el segundo
gran viaje apostólico

298. La ayuda prestada a los huerfanitos María y Matías y las enseñanzas que de ella
se deducen

299. A Juana de Cusa le son confiados, para su tutela, los huerfanitos María y Matías

300. Con escribas y fariseos en casa del resucitado de Naím

301. ola de las frentes destronadas y explicación de la parábola sobre lo no puro

302. En Magdala, antes de mandar a todos a sus respectivas familias para las Encenias

303. Jesús donde su Madre
en Nazaret

304. Con Juan de Endor, Síntica y Margziam. María es Madre
y Maestra

305. Jesús consuela a Margziam con la parábola de los pajarillos

306. También Simón Zelote está en Nazaret. Lección sobre los daños del ocio

307. Controversia en la casa de Nazaret acerca de las culpas de los nazarenos. Lección sobre la tendencia al pecado a pesar de la Redención

308. Curación del hijo de Simón de Alfeo. Margziam es el primero de los niños discípulos

309. Sacrificio de Margziam por la curación de una niña. Enmienda de Simón de Alfeo

310. Con Pedro, en Nazaret, Jesús organiza la partida
de Juan de Endor y Síntica

311. La renuncia de Margziam es ocasión de una lección sobre los sacrificios hechos por amor

312. Jesús comunica a Juan de Endor la decisión de enviarle a Antioquía. Final del segundo año

 

275- Cuatro nuevos discípulos. Jesús habla sobre las obras de misericordia corporal y espiritual


Jesús está en las llanuras de Corazín, extendidas a la largo del valle del alto Jordán, entre el lago de Genesaret y el de Merón: una campiña llena de viñas en que ya se empieza a vendimiar.

Debe estar aquí desde hace algunos días, porque esta mañana se han unido a Él los discípulos que estaban en Sicaminón -entre éstos, de nuevo Esteban y Hermas-, e Isaac justifica el no haber podido llegar antes porque dice que los que han llegado nuevos y las consideraciones acerca de si era conveniente o no traerlos lo han retrasado.

-Pero -sigue diciendo -he pensado que el camino del Cielo está abierto para todos los que tienen buena voluntad, y a mí me parece que éstos, a pesar de ser discípulos de Gamaliel, la tienen.

-Has hablado y obrado bien. Tráemelos aquí.
Isaac se marcha, y regresa con los dos.
-La paz a vosotros. ¿Tan verdadera habéis juzgado la palabra apostólica, que habéis querido uniros a ella?
-Sí. Y más la tuya. No nos rechaces, Maestro.

-¿Por qué habría de hacerlo?
-Porque somos de Gamaliel.

-¿Y qué? Yo honro al gran Gamaliel y quisiera tenerlo conmigo porque es digno de ello. Sólo le falta esto para que su sabiduría se convierta en perfección. ¿Qué os ha dicho cuando os habéis despedido de él? Porque os habréis despedido de él, ¿no?

-Sí. Nos ha dicho: "Dichosos vosotros que podéis creer. Orad porque yo olvide para poder recordar".
Los apóstoles, que, curiosos, se han apiñado en torno a Jesús, se miran unos a otros y se preguntan en voz baja:
-¿Qué ha querido decir? ¿Qué quiere? ¿Olvidar para recordar?

Jesús oye este cuchicheo y explica:
-Quiere olvidar su sabiduría para asumir la mía. Quiere olvidar que es el rabí Gamaliel para acordarse de que es un hijo de Israel que espera al Cristo. Quiere olvidarse de sí mismo para acordarse de la Verdad.
-Gamaliel no miente, Maestro -interviene Hermas disculpándolo.

-No. Lo engañoso es la maraña de pobres palabras humanas, las palabras que ocupan el puesto de la Palabra; hay que olvidarlas, despojarse de ellas, acercarse desnudo y virgen a la Verdad, para ser vestido y fecundado. Esto requiere humildad. El escollo...

-¿Entonces nosotros también tenemos que olvidar?
-Sin duda. Olvidar todo lo que es cosa de hombre. Recordar todo lo que es cosa de Dios. Venid. Vosotros podéis hacerlo.

-Queremos
hacerlo -asegura Hermas.
-¿Habéis vivido ya la vida de los discípulos?
-Sí. Desde el día en que supimos que habían matado al Bautista. La noticia llegó muy rápida a Jerusalén, por boca de los cortesanos y principales de Herodes. Su muerte nos sacó del entorpecimiento -responde Esteban.

-La sangre de los mártires siempre significa vida para los pusilánimes, Esteban; no lo olvides.
-Sí, Maestro. ¿Vas a hablar hoy? Siento hambre de tu palabra.

-Ya he hablado. Pero hablaré más, mucho, a vosotros discípulos Los compañeros vuestros, los apóstoles, han empezado ya su misión tras una activa preparación. Pero no son suficientes para las necesidades del mundo. Y es preciso tener todo hecho dentro de los márgenes de tiempo.

Yo soy como quien tiene un plazo y antes de que termine ese tiempo tiene que tener todo hecho. Os pido, a todos, ayuda, y ayuda os prometo y un futuro de gloria en nombre de Dios.

La penetrante mirada de Jesús detecta a un hombre todo arropado en un manto de lino:

-¿No eres el sacerdote Juan?
-Sí, Maestro. El corazón de los judíos es áspero como la quebrada maldita. He huido para buscarte.
-¿Y el sacerdocio?

-La lepra fue la primera que me expulsó del sacerdocio; luego fueron los hombres, porque te amo. Tu Gracia me aspira hacia sí: hacia ti; ella también me arroja de un lugar profanado para conducirme a lugar puro. Tú me has purificado, Maestro, en el cuerpo y en el espíritu. Una cosa pura no puede acercarse a una cosa impura; sería una ofensa para quien ha purificado.

-Tu juicio es severo, pero no injusto.
-Maestro, las fealdades de la familia son patentes sólo a quienes viven en ella, y no deben manifestarse sino a la persona de recto corazón. Tú lo eres. Y además Tú sabes las cosas. A otros no se lo diría. Aquí estamos Tú, tus apóstoles, y otros dos que también saben como Tú y como yo. Por tanto...

-Bien. Pero... ¿Tú también? ¡Paz a ti! ¿Has venido para ofrecer más comida?

-No. He venido por tu alimento.
-¿Se te ha malogrado la cosecha?
-¡No! ¡Nunca tan rica! Maestro mío, busco otro pan y otra cosecha: los tuyos. Tengo conmigo al leproso que curaste en mis tierras.

Ha vuelto a su patrón. Pero tanto él como yo tenemos ahora un patrón al que seguir y servir: Tú.

-Venid. Uno, dos, tres, cuatro... ¡Buena recolección! Pero, ¿habéis reflexionado sobre vuestra posición en el Templo? Vosotros ya sabéis, Yo también... y no digo más...
-Soy hombre libre y voy con quien quiero -dice el sacerdote Juan.

-Yo también -dice el último que ha llegado, el escriba Juan, que es el que el sábado dio comida al pie del monte de las Bienaventuranzas.
-Y nosotros también -dicen Hermas y Esteban. Y Esteban añade:

-Háblanos, Señor. No sabemos en qué consiste exactamente nuestra misión. Danos lo mínimo para poderte servir inmediatamente. El resto vendrá mientras te seguimos.

-Sí. En el monte hablaste de las bienaventuranzas. Ello era lección para nosotros. Pero, respecto a los demás, en el segundo amor, el del prójimo, ¿qué debemos hacer? -pregunta el escriba Juan.

-¿Dónde está Juan de Endor? -pregunta, por toda respuesta, Jesús.

-Allí, Maestro, con aquellos curados.
-Que venga aquí.

Acude Juan de Endor. Jesús le pone la mano en el hombro, con especial saludo, y dice:

-Pues bien, voy a hablar ahora. Quiero teneros delante de mí a vosotros que lleváis nombre santo: tú, mi apóstol; tú, sacerdote; tú, escriba; tú, Juan del Bautista; y tú, por último, cerrando la corona de gracias concedidas por Dios. Y, aunque te nombre el último, sabes que no eres el último en mi corazón. Un día te prometí estas palabras que voy a decir. Recíbelas.

Y Jesús, como hace habitualmente, sube a un pequeño ribazo, para que todos puedan verlo. Tiene enfrente, en primera fila, a los cinco Juanes. Detrás de éstos, el nutrido grupo de los discípulos mezclado con la multitud de los que, de todas las partes de Palestina, han venido por necesidad de salud o de palabra.

-Paz a todos vosotros. La sabiduría descienda sobre vosotros. Escuchad. Un día ya lejano uno me preguntó si Dios es misericordioso con los pecadores y hasta qué punto lo es. Quien lo preguntaba era un pecador que había sido perdonado y que no lograba convencerse del absoluto perdón de Dios. Yo por medio de parábolas lo calmé, lo conforté y prometí que para él hablaría siempre de misericordia, para que su corazón arrepentido -que, cual niño extraviado, lloraba dentro de él-se sintiera seguro de ser ya propiedad de su Padre del Cielo. Dios es Misericordia porque es Amor. El siervo de Dios debe ser misericordioso para imitar a Dios.

Dios se sirve de la misericordia como de un medio para atraer hacia sí a los hijos descarriados. El siervo de Dios debe servirse de la misericordia como de un medio para llevar a Dios a los hijos descarriados.

El precepto del amor es obligatorio para todos. Pero debe
ser triplemente obligatorio en los siervos de Dios. No se conquista el Cielo si no se ama. Decir esto es suficiente para los creyentes. A los siervos de Dios les digo: "No se hace conquistar el Cielo a los creyentes si no se los ama con perfección".

¿Y vosotros, quiénes sois, vosotros que os ceñís aquí alrededor de mí? Por lo general sois criaturas que tendéis a la vida perfecta, a la vida bendita, fatigosa, luminosa, del siervo de Dios, del ministro de Cristo. ¿Cuáles son vuestros deberes en esta vida de siervo y ministro? Un amor total a Dios, un amor total al prójimo. Vuestra finalidad: servir. ¿Cómo? Restituyendo a Dios a aquellos que el mundo, la carne, el demonio le han arrebatado. ¿En qué modo? Con el amor: el amor que tiene mil formas para desarrollarse, y un único fin: hacer amar.

Pensemos en nuestro hermoso Jordán. ¡Qué imponente, a su paso por Jericó! Pero, ¿era así en su nacimiento? No. Era un hilo de agua, y lo hubiera seguido siendo si hubiera estado siempre solo. Pero he aquí que de los montes y collados, de una y otra ribera de su valle, desciende un sinfín de afluentes, unos solos, otros ya formados de cien regatos; y todos desaguan en el lecho que va creciendo y creciendo hasta convertirse, del delicado riachuelo de plata azul que reía y jugaba en su niñez de río, en el amplio, solemne, pacífico río que inserta una cinta de azul celeste entre las feraces riberas de esmeralda.

Así es el amor. Un hilo inicial en los párvulos del camino de la Vida, que apenas si saben salvarse del pecado grave por temor al castigo; luego, prosiguiendo en el camino de la perfección, he aquí que de las montañas de lo humano, agrestes, áridas, soberbias, duras, se exprimen, por voluntad de amor, multitud de riachuelos de esta principal virtud; y todo sirve para que ésta mane y brote: los dolores, las alegrías, de la misma forma que sobre los montes sirven para formar riachuelo las nieves heladas y el sol que las derrite. Todo sirve para abrir a éstas el camino: la humildad como el arrepentimiento; todo sirve para llevarlas al río principal. Porque el alma, impulsada por ese Camino, se complace en bajar al anonadamiento del yo, aspirando a subir de nuevo, atraída por el Sol-Dios, una vez transformada en río caudaloso, hermoso, benefactor.

Los regatos que nutren el arroyo embrional del amor de temor son, además de las virtudes, las obras que las virtudes enseñan a cumplir; las obras que, precisamente por ser regatos de amor, son de misericordia. Examinémoslas juntos. Algunas ya eran conocidas por Israel, otras os las doy a conocer Yo, porque mi ley es perfección de amor.

Dar de comer a los hambrientos


Es deber de gratitud y amor. Deber de imitación. Los hijos se sienten agradecidos a su padre por el pan que les procura, y, cuando se hacen hombres, lo imitan procurando pan a sus hijos; y también procuran con su propio trabajo el pan a su padre, ya incapacitado para el trabajo por la edad: es ésta una amorosa restitución, obligada restitución de un bien recibido. Lo dice el cuarto precepto: "Honra a tu padre y a tu madre". También es honrar su canicie no reducirlos a mendigar el pan de otros.

Pero antes del cuarto está el primer precepto: “Ama a Dios con todo tu ser" y el segundo: “Ama a tu prójimo como a ti mismo". Amar a Dios por sí mismo y amarlo en el prójimo es perfección. Se le ama dando pan a quien tiene hambre, en recuerdo de cuantas veces Él sació el hambre del hombre con milagros.

Mas no nos fijemos sólo en el maná y las codornices, fijémonos también en el milagro continuo del trigo que germina por bondad de Dios, que ha dado la tierra capaz de ser cultivada, y que regula los vientos, lluvias, estaciones, para que la semilla se haga espiga y la espiga pan.

¿No ha sido, acaso, milagro de su misericordia el haber enseñado con luz sobrenatural al hijo culpable que esos tallitos altos y finos, terminados en granazón de semillas de oro con caliente fragancia de sol, encerradas dentro de la dura capa de escamas espinosas, eran alimento que había que recolectar, y quitarle la cáscara, molerlo, amasarlo, cocerlo? Dios ha enseñado todo esto; cómo recolectarlo, limpiarlo, molerlo, amasarlo y cocerlo.

Puso las piedras junto a las espigas, puso el agua junto a las piedras; encendió, con tornasoles de agua y sol, el primer fuego sobre la tierra, y el viento trajo granos y los colocó encima del fuego, y ardieron emanando agradable fragancia, para que el hombre entendiera que mejor que cuando se saca de la espiga, como es uso de las aves, o como glutinoso amasijo de harina empapada de agua, es cuando el fuego le tuesta.

¿No pensáis, vosotros que ahora coméis el buen pan cocido en el horno familiar, en cuánta misericordia significa el hecho de haber llegado a este acabado de la cocción?, ¿cuánto camino se ha hecho recorrer al conocimiento humano desde la primera espiga masticada como hace el caballo hasta el pan actual? ¿Y quién lo ha hecho? El que da el pan. Y lo mismo para todos los otros alimentos que el hombre, por benéfica luz, ha sabido detectar entre las plantas y los animales con que el Creador ha cubierto la faz de la tierra, lugar de castigo paterno para el hijo culpable.

Dar, pues, de comer a los hambrientos es oración de gratitud al Señor y Padre que nos da de comer, y es imitar al Padre, de quien tenemos semejanza dada gratis, y que es necesario aumentar cada vez más imitando sus acciones.

Dar de beber a los sedientos


¿Habéis pensado alguna vez que sucedería si el Padre no hiciera llover las aguas? Pues bien, si dijera: "Por vuestra dureza para con quien tiene sed, impediré a las nubes que desciendan a la tierra", ¿podríamos protestar y maldecir? El agua, más incluso que el trigo, es de Dios; porque el trigo es cultivado por el hombre, mas sólo Dios cultiva los campos de las nubes que descienden en forma de lluvias o rocíos, de nieblas o nieves, y nutren campos y aljibes, y colman ríos y lagos, recibiendo así a los peces que, junto con otros animales, sacian al hombre. ¿Podéis, pues, responder a quien os dice:

"Dame de beber": "No. Esta agua es mía y no te la doy? ¡Mentirosos! ¿Quién de vosotros ha hecho un solo copo de nieve o una sola gota de lluvia?, ¿quién ha evaporado un solo diamante de rocío con su calor astral? Ninguno. Es Dios quien lo hace. Y si las aguas descienden del cielo y vuelven a subir es sólo porque Dios regula esta parte de creación, como regula el resto.

Dad pues la buena agua fresca de las venas del suelo, o la pura de vuestro pozo, o la que ha llenado vuestras cisternas, a quien tiene sed. Son aguas de Dios. Y son para todos. Dadlas a quien tiene sed. Por una obra tan pequeña, que no os cuesta dinero, que no requiere más trabajo que el de acercar una taza o una jarra, os digo que seréis recompensados en el Cielo. Porque no ya el agua sino la obra de caridad es grande ante los ojos y el juicio de Dios.

Vestir a los desnudos


Pasan por los caminos de la tierra personas necesitadas desnudas, avergonzadas, en condiciones que da pena. Son ancianos abandonados, inválidos por enfermedades o desgracias, leprosos que por la bondad del Señor regresan a la vida, viudas cargadas de hijos, personas a quienes un infortunio ha privado de todo lo que significa comodidad, o huerfanitos inocentes. Si tiendo mi mirada por la vasta tierra, por todas partes veo personas desnudas o cubiertas de andrajos que apenas si resguardan la decencia y no amparan del frío; y estas personas miran con ojos descorazonados a los ricos que pasan envueltos en esponjosas vestiduras, cubiertos sus pies con suave calzado: descorazonados con bondad, los buenos; con odio, los menos buenos. ¿Por qué no aligeráis su desaliento, y los hacéis mejores si ya son buenos o destruís el odio si son menos buenos, con vuestro amor?

No digáis: "Sólo me alcanza para mí". Como para el pan, siempre hay algo más de lo necesario en la mesa y en los armarios de quien no es un completo desvalido. Entre los que me estáis escuchando hay más de uno que ha sabido, de un vestido que ya no se usaba por estar deteriorado, sacar un vestidito para un huérfano o para un niño pobre, y de una sábana vieja hacer pañales para un inocente que no los tenía; y hay uno que, siendo él un pordiosero, supo compartir durante años el pan mendigado trabajosamente con quien, por la lepra, no podía ir extendiendo la mano por las puertas de los ricos. Pues bien, en verdad os digo que estos misericordiosos no han de buscarse entre los poseedores de bienes, sino entre las humildes huestes de los pobres, que, por serlo, saben lo penosa que es la pobreza.

También en este caso, como para el agua y el pan, pensad que la lana y el lino con que os vestís provienen de animales y plantas creadas por el Padre no sólo para los hombres ricos, sino para todos los hombres. Porque Dios ha dado una sola riqueza al hombre, la suya, que es la riqueza de la Gracia, de la salud, de la inteligencia. No la contaminada riqueza del oro, que habéis elevado -de metal no más bonito que los demás, y mucho menos útil que el hierro, con el cual se hacen layas y arados, gradas y hoces, cinceles, martillos, sierras, cepillos para los carpinteros, las santas herramientas del santo trabajo-a metal noble; lo habéis elevado a una nobleza inútil, engañosa, por instigación de Satanás, que, de hijos de Dios, os ha reducido a seres salvajes como fieras. ¡La riqueza de lo santo os había puesto en condiciones de santificaros cada vez más! ¡No esta riqueza que tanta sangre y lágrimas hace brotar!

Dad como se os ha dado. Dad en nombre del Señor, sin temor a quedaros desnudos. Mejor sería morir de frío por haberse desnudado en favor del mendigo, que congelar el corazón, aun estando cubierto por esponjosas vestiduras, por falta de caridad. El suave calor del bien cumplido es más dulce que el de un manto de purísima lana, y la carne vestida del pobre habla a Dios y dice: "Bendice a quien nos ha cubierto".

Si dar de comer, dar de beber, vestir, privándose uno a sí mismo para dar a los demás, une la santa templanza a la santísima caridad, y también la bienaventurada justicia, por la cual se modifica con santidad la suerte de los hermanos infelices, dando de lo que no sin el permiso de Dios abundantemente tenemos, en pro de quien, o por la maldad de los hombres o por enfermedad, carece de ello, hospedar a los peregrinos une la caridad a la confianza y al recto pensamiento sobre el prójimo.

Sabed que éstas son también virtudes. Virtudes que denotan, en quien las posee, además de caridad, honestidad. Porque el que es honesto obra bien, y, dado que se piensa que los demás actúan como habitualmente actuamos, sucede que la confianza, la sencillez, que creen que las palabras de los demás son verdaderas, denotan que el que escucha estas palabras dice la verdad en las cosas grandes y pequeñas, por lo que no desconfía de lo que los demás manifiestan.

¿Por qué pensar, frente al peregrino que os pide hospedaje: "¿Y si luego es un ladrón o un homicida?" ¿Tanta estima tenéis de vuestras riquezas, que os echáis a temblar por ellas ante cada extraño que llega? ¿Tanta estima tenéis de vuestra vida, que os acurrucáis de horror al pensar que os podáis quedar sin ella? ¿Acaso creéis que Dios no puede defenderos de los ladrones? ¿Acaso teméis que en el viandante se cele un ladrón y no tenéis miedo del tenebroso huésped que os despoja de aquello que es insustituible? ¡Cuántos hospedan en su corazón al demonio!

Podría decir: Todos alojan el pecado capital, y ninguno tiembla por ello. ¿Entonces sólo es precioso el bien de la riqueza y la existencia? ¿No será más valiosa la eternidad, que os dejáis arrebatar y matar por el pecado? ¡Pobres almas, pobres almas despojadas de su tesoro, entregadas a las manos de los asesinos -así, sin más, como si tuviera poca importancia-, mientras que se abaluartan las casas, se meten cerrojos, perros, cajas de seguridad, para defender las cosas que no nos llevamos a la otra vida!

¿Por qué querer ver en cada peregrino un ladrón? Somos hermanos. La casa se abre para los hermanos que van de paso. ¿No es de nuestra misma sangre el peregrino? ¡Sí! Es sangre de Adán y Eva! ¿No es nuestro hermano? ¡Claro que sí! El Padre es uno sólo: Dios, que nos ha dado un alma igual, de la misma forma que a los hijos de un mismo lecho un solo padre da una misma sangre. ¿Es pobre? Haced que vuestro espíritu, privado de la amistad del Señor, no sea más pobre que él. ¿Lleva un vestido roto? Haced que no esté más rota vuestra alma por el pecado.

¿Su pie está lleno de barro o polvoriento? Haced que vuestro yo no esté más deteriorado por los vicios, que sucias sus sandalias por tanto camino hecho, rotas por haber andado mucho. ¿Su aspecto es desagradable? Haced que no lo sea más el vuestro ante los ojos de Dios. ¿Habla una lengua extranjera? Haced que el lenguaje de vuestro corazón no sea incomprensible en la ciudad de Dios.

Ved en el peregrino a un hermano. Todos somos peregrinos en camino hacia el Cielo, todos llamamos a las puertas que hay a lo largo del camino que va al Cielo; las puertas son los patriarcas y los justos, los ángeles y los arcángeles, a los cuales nos encomendamos para recibir ayuda y protección y así llegar a la meta sin caer exhaustos en la oscuridad de la noche, en medio de la crudeza del hielo, víctimas de las asechanzas de los lobos y chacales de las malas pasiones, y de los demonios. De la misma forma que queremos que los ángeles y los santos nos abran su amor para recibirnos e infundirnos nuevo aliento para proseguir el camino, hagamos lo mismo nosotros con los peregrinos de la tierra. Por cada vez que abramos la casa y los brazos, saludando con el dulce nombre de hermano a un desconocido, pensando en Dios que lo conoce, os digo que habrán quedado recorridas muchas millas del camino que va al Cielo.

Visitar a los enfermos


¡Oh, verdaderamente todos los hombres, de la misma forma que son peregrinos, están enfermos! ¡Verdaderamente las enfermedades más graves son las del espíritu; las invisibles y mayormente letales! Y, a pesar de ello, de éstas no se siente asco; no repugna la llaga moral, no produce náuseas el hedor del vicio, no da miedo la locura demoníaca, no horroriza la gangrena de un leproso del espíritu, no pone en fuga el sepulcro lleno de podredumbre de un hombre de corazón corrompido y putrefacto, no implica anatema acercarse a una de estas impurezas vivientes. ¡Oh, cuán pobre y pequeño es el pensamiento del hombre!

Decidme: ¿qué vale más, la carne y la sangre o el espíritu?, ¿puede lo material corromper, por proximidad, a lo incorpóreo? No, os digo que no. El espíritu tiene infinito valor respecto a la carne y la sangre; esto sí. Pero, que tenga más poder la carne que el espíritu no. Y el espíritu puede ser corrompido por cosas espirituales, no por cosas materiales. No porque uno cuide a un leproso queda contaminado de lepra en su espíritu; antes al contrario, por la caridad ejercitada hasta el punto de aislarse en valles de muerte por piedad hacia el hermano, cae de él toda mancha de pecado. Porque la caridad es absolución del pecado y la primera de las purificaciones.
Que vuestro pensamiento inicial sea siempre: "¿Qué querría que hicieran conmigo, si estuviera como éste?". Y obrad como quisierais que se obrase con vosotros.

Ahora todavía Israel tiene sus antiguas leyes. Mas llegará un día, cuya aurora no está muy lejana, en que se venerará como símbolo de absoluta belleza la imagen de Uno en quien quedará reproducido materialmente el Varón de dolores de Isaías y el Torturado del salmo davídico; Aquel que, por haberse hecho semejante a un leproso, vendrá a ser el Redentor del género humano; a sus llagas acudirán --como los ciervos a los manantiales-todos los sedientos, los enfermos, los exhaustos, los que sobre la faz de la tierra lloran, y Él calmará su sed, los curará, los reanimará, consolará su espíritu y su carne; será aspiración de los mejores hacerse como Él, cubiertos de llagas, exangües, maltratados, coronados de espinas, crucificados, por amor de los hombres necesitados de redención, continuando la obra del Rey de los reyes y Redentor del mundo. Vosotros, que todavía sois Israel, pero que ya estáis echando las alas para volar al Reino de los Cielos, tened desde ahora esta concepción y valoración nueva de las enfermedades, y, bendiciendo a Dios que os mantiene sanos, avecinaos a los que sufren y mueren.

Un apóstol mío dijo un día a su hermano: "No temas tocar a los leprosos. No se nos pega ninguna enfermedad por voluntad de Dios". Bien dijo. Dios tutela a sus siervos. Pero, en el caso de que fuerais contagiados cuidando a los enfermos, cual mártires del amor seréis introducidos en la otra vida.

Visitar a los presos

¿Creéis que en las cárceles están sólo los delincuentes? La justicia humana tiene un ojo ciego y el otro alterado por perturbaciones visuales, y es así que ve camellos donde hay nubes o confunde una serpiente con una rama florecida. Juzga mal. Y peor todavía porque es frecuente que el que la dirige cree nubes de humo para que la justicia vea peor aún. Pero, aunque todos los presos fueran ladrones y homicidas, no es justo que nosotros nos hagamos ladrones y homicidas quitándoles la esperanza del perdón con nuestro desprecio.

¡Pobres presos! Sintiéndose bajo el peso de su delito, no se atreven a alzar los ojos a Dios. En verdad, cargan sus cadenas más el espíritu que los pies. Pero, ¡ay si desesperan de Dios!: unen entonces a su delito hacia el prójimo el de la desesperación de obtener perdón. La cárcel, como la muerte en el patíbulo, es expiación. Pero no basta con pagar la parte debida a la sociedad humana por el delito cometido; hay que pagar también, y principalmente, la parte debida a Dios, para expiar, para obtener la vida eterna. Y el que es rebelde y está desesperado sólo expía respecto a la sociedad. A1 condenado o al prisionero vaya el amor de los hermanos.

Será una luz entre las tinieblas. Será una voz. Será una mano que señala hacia lo alto, mientras la voz dice: "Que mi amor te exprese que también Dios te ama, Él, que me ha puesto en el corazón este amor hacia ti, hermano desventurado", y la luz permite vislumbrar a Dios, Padre compasivo. Con mayor razón aún, vaya vuestra caridad para consuelo de los mártires de la injusticia humana, de los que no son culpables de ninguna manera, o de aquellos que han sido conducidos a matar por una fuerza cruel. No añadáis vuestro juicio donde ya se ha juzgado. No sabéis la razón de por qué un hombre pudo matar. No sabéis tampoco que muchas veces el que mata no es sino un muerto, un autómata carente de razón porque un incruento asesino se la ha quitado con la mezquindad de una cruel traición.

Dios sabe las cosas. Basta. En la otra vida se verán muchos de las cárceles, muchos que mataron y robaron, en el Cielo, y se verán muchos, que parecieron sufrir robo y muerte homicida, en el Infierno, porque, en realidad, los verdaderos ladrones de la paz, honradez, confianza ajenas, los verdaderos asesinos de un corazón, fueron ellos: las pseudo-víctimas: víctimas sólo en cuanto que recibieron en el extremo momento el golpe, pero después de que durante años, en el silencio, lo habían descargado ellos. El homicidio y el hurto son pecados. Pero, entre quien mata y roba arrastrado por otros a estas acciones y luego se arrepiente, y quien induce a otros al pecado y no se arrepiente de ello, recibirá mayor castigo el que induce al pecado sin sentir remordimiento.

Por tanto, no juzgando nunca, sed compasivos con los presos. Pensad siempre que, si fueran castigados todos los homicidios y robos del hombre, pocos hombres y mujeres no morirían en las cárceles o en los patíbulos.

¿Esas madres que conciben y luego no quieren traer a la luz el propio fruto, cómo habrán de llamarse? ¿No hagamos juegos de palabras! Digámosles sinceramente su nombre: "Asesinas".

¡Los hombres que roban reputaciones y puestos, cómo los llamaremos? Pues sencillamente como lo que son: "Ladrones". ¡Esos hombres y mujeres que por ser adúlteros o por ser atormentadores familiares para con los suyos, impulsan a éstos al homicidio o al suicidio -y lo mismo los grandes de la tierra que llevan a la desesperación a sus subordinados, y con la desesperación a la violencia-, qué nombre tienen? Éste: "Homicidas". ¿Y entonces? ¿No huye ninguno? Ya veis que se vive sin darle mayor importancia a la cosa en medio de estos presidiarios escapados a la justicia, que llenan las casas y las ciudades, que nos pasan rozando por las calles y duermen en las posadas con nosotros y con nosotros comparten la mesa. ¿Y quién está libre de pecado?

Si el dedo de Dios escribiera en la pared de la sala en que celebran su festín los pensamientos de los hombres -en la frente-las acusadoras palabras de lo que fuisteis, sois o seréis, pocas frentes llevarían escrita, con letras de luz, la palabra "inocente". Las otras frentes, con letras verdes como la envidia, o negras como la traición, o rojas como el delito, llevarían las palabras "adúlteros", "asesinos'". "ladrones", "homicidas".

Sed pues, sin soberbia, misericordiosos para con los hermanos menos afortunados, humanamente, que están en las cárceles expiando lo que vosotros no expiáis por la misma culpa: saldrá beneficiada vuestra humildad.

Enterrar a los muertos

La contemplación de la muerte es escuela de la vida.

Quisiera poder conduciros a todos ante la muerte y decir:

"Sabed vivir como los santos para sufrir sólo esta muerte: pasajera separación del cuerpo del espíritu, para luego resucitar en triunfo eternamente, reintegrados, dichosos".

Todos nacemos desnudos. Todos morimos y venimos a ser restos destinados a corromperse. Reyes o pordioseros, así se nace, así se muere. Y aunque el fasto del rey permita una más duradera conservación del cadáver, sigue siendo la desintegración el destino de la carne muerta. Las mismas momias, ¿qué son? ¿Carne? No. Materia fosilizada por las resinas, lignificada. No será víctima de los gusanos, por haber sido vaciada y quemada por los extractos, pero sí de la carcoma, como una madera vieja.

Pero el polvo se convierte de nuevo en polvo, porque así lo ha dicho Dios. Y a pesar de todo, por el solo hecho de que este polvo haya envuelto al espíritu y por éste haya sido vivificado, hay que pensar que, cual cosa que ha tocado una gloria de Dios -tal es el alma del hombre-, hay que pensar que es polvo santificado de forma no distinta de los objetos que han estado en contacto con el Tabernáculo.

Al menos hubo un momento en que el alma fue perfecta: mientras el Creador la creaba. Si después la Mancha la desfiguró, quitándole perfección, no obstante, por el solo hecho de su Origen ya comunica belleza a la materia, y por esa belleza que viene de Dios el cuerpo se embellece y merece respeto. Somos templos y como tales, merecemos honor, de la misma forma que siempre reciben honor los lugares en que estuvo el Tabernáculo.

Dad, pues, a los muertos la caridad de un descanso venerado en espera de la resurrección, viendo en la admirable armonía del cuerpo humano la mente divina que lo ideó y el divino pulgar que lo modeló con perfección, y venerando incluso en el cadáver la obra del Señor.
Pero el hombre no es solamente carne y sangre. Es también alma y pensamiento. También éstos sufren y deben ser socorridos misericordiosamente.

Hay ignorantes que hacen el mal sólo porque no conocen el bien. ¡Cuántos, que no saben, o saben mal, las cosas de Dios y las leyes morales! Cual hambrientos flaquean porque nadie les da de comer, caen en el marasmo por falta de verdades que los nutran. Id e instruidlos, pues para esto os reúno y envío. Dad el pan del espíritu para el hambre de los espíritus.

Instruir a los que no saben
corresponde, en lo espiritual, a dar de comer a los hambrientos; y, si ofrecer un pan al cuerpo que flaquea, de forma que ese día no muera, será premiado, ¿qué premio recibirá aquel que dé de comer a un espíritu hambriento de verdades eternas y le dé así eterna vida? No seáis avaros de lo que sabéis. Os ha sido dado gratis y sin medida. Dadlo sin avaricia, porque es cosa de Dios como el agua del cielo y ha de darse como se nos da a nosotros. No seáis avaros, y tampoco soberbios, de lo que sabéis. Antes bien, dad con humilde generosidad.

"Y dad el alivio límpido y benéfico de la oración a los vivos y a los muertos que tienen sed de gracias. No se debe negar el agua a las gargantas sedientas. ¿Y qué se deberá dar a los corazones de los vivos angustiados; qué, a los espíritus en pena de los muertos? Oraciones, oraciones activas, de amor y espíritu de sacrificio; por tanto, fecundas.

La oración debe ser verdadera, no mecánica como sonido de rueda en el camino. ¿Qué hace avanzar al carro, el sonido
o la rueda? La rueda, que se consume para hacerlo avanzar.

Lo mismo para la oración vocal y mecánica y la oración activa. La primera es sonido, nada más; la segunda es obra en que se desgastan las fuerzas y crece el Sufrimiento: pero se obtiene la finalidad. Orad más con el sacrificio que con los labios, y proporcionaréis alivio a los vivos y a los muertos, haciendo la segunda obra de misericordia espiritual. Las oraciones de los que saben orar salvarán más al mundo que las fragorosas, inútiles, mortíferas batallas.

Hay muchas personas con saber en el mundo, pero que no saben creer con firmeza. Titubean, titubean, como aferrados por dos sogas opuestas, y no caminan ni un solo paso; se cansan las fuerzas y no se logra nada. Son los vacilantes. Son los de los "pero", los de los “sí” los de los "¿y luego?"; los de las preguntas: “¿Será así?", "¿Y si no fuera así?", "¿Voy a poder?", "¿Y si no lo logro?"etc.

Son esos convólvulos que si no encuentran dónde agarrarse no suben; y, aunque lo encuentren, se bambolean para un lado o para otro, y no sólo hay que procurarles el soporte, sino que hay que colocarlos en él a cada cambio de la jornada. ¡Verdaderamente hacen practicar la paciencia y la caridad más que un párvulo retrasado!

¡Pero, en nombre del Señor, no los abandonéis! Dad toda la fe luminosa, la fortaleza ardiente, a estos prisioneros de sí mismos, de su enfermedad neblinosa. Guiadlos hacia el sol y hacia lo alto. Sed maestros y padres para con estas personas inseguras. Sin cansancios ni impaciencias. ¿Que le hacen caérsele el alma a los pies a uno? Muy bien.

También vosotros muchas veces me la hacéis caer a mí, y más todavía al Padre que está en el Cielo, que debe pensar muchas veces que parece inútil el que la Palabra se haya hecho Carne, ya que el hombre, aun oyendo hablar ahora al Verbo de Dios, sigue dudando ¡No querréis ya presumir de estar por encima de Dios y de mí!

Abrid, pues, las cárceles a estos prisioneros de los "pero" y de los "si". Romped las cadenas de los "¿voy a poder?", "¿si no lo logro?" Persuadidlos de que basta con hacer lo mejor posible todo; Dios está contento así. Y, si los veis deslizarse y caer de su soporte, no paséis de largo; levantadlos otra vez; como hacen las madres, que no siguen su camino si su pequeñuelo se cae, sino que se paran, lo levantan, lo limpian, lo consuelan, lo sujetan, hasta que se le pasa el miedo de caerse otra vez; y esto lo hacen durante meses y años si el niño es débil de piernas.

Vestid a los desnudos del espíritu
perdonando a quien os ofende La ofensa es anticaridad. La anticaridad desnuda de Dios. Por tanto, quien ofende se queda desnudo, y sólo el perdón del ofendido devuelve los vestidos a la desnudez, porque los lleva de nuevo Dios. Dios espera a que el ofendido haya perdonado para perdonar. Perdonar tanto al que ha sido ofendido por el hombre como al ofensor del hombre y de Dios. Porque, ¡digámoslo claramente!, ninguno está libre de ofensas a su Señor. Pero Dios nos concede el perdón si nosotros se lo concedemos al prójimo, y se lo concede a este prójimo si el ofendido por éste perdona. Seréis tratados de la misma forma como os comportéis con los demás.

Perdonad, pues, si queréis perdón, y exultaréis en el Cielo por la caridad que habéis dado, como por un manto de estrellas colocado sobre vuestros santos hombros.

Sed misericordiosos con los que lloran


Son los heridos de esta vida, los enfermos del corazón, de los sentimientos de su corazón. No os cerréis dentro de vuestra serenidad como en una fortaleza. Sabed llorar con el que llora, consolar al afligido, llenar el vacío de quien ha quedado privado, por la muerte, de un familiar; sed padres para los huérfanos, hijos para los padres, hermanos recíprocamente los unos de los otros.

Amad. ¿Por qué amar solamente a los que son felices? Ellos tienen ya su parte de sol. Amad a los que lloran. Para el mundo, son los que menos suscitan amor. Pero el mundo no conoce el valor de las lágrimas. Vosotros lo conocéis. Amad, pues, a los que lloran. Amadlos si lloran con resignación; amadlos más todavía si sufren con rebeldía: no los reprendáis, sino sed dulces con ellos para persuadirlos de la verdad del dolor y de la verdad sobre el dolor. Pueden, tras el velo del llanto, ver deformado el rostro de Dios, reducido a una expresión de un excesivo, vindicativo poder. No. ¡No os escandalicéis! No es sino alucinación producida por la fiebre del dolor. Socorredlos para que la fiebre desaparezca. Sea vuestra fresca fe hielo que ofrecéis al que delira.

Y, cuando desaparezca la fiebre aguda, para dejar paso a la postración y al atontamiento extrañado del que sale de un trauma, entonces, como a niños cuya formación ha sido retardada por una enfermedad, reanudad vuestras palabras sobre Dios, como si se tratara de algo nuevo, hablando dulcemente, pacientemente... ¡Ah, una bonita fábula con intención de distraer a ese eterno niño que es el hombre! Luego callad. No impongáis... El alma trabaja por sí sola:

"¿Entonces no era Dios?", decid: "No. Él no quería hacerte daño, porque te quiere; incluso por aquellos que ya no te quieren, o por haber muerto o por otros motivos". Y cuando el alma dice: "Pero lo he acusado", decid: "Lo ha olvidado porque era fiebre". Y cuando dice: "Entonces... lo anhelo", decid: "¡Está ahí!, a la puerta de tu corazón, esperando a que le abras".

Soportad a las personas pesadas

Entran en la pequeña casa de nuestro yo y crean molestias, de la misma forma que los peregrinos respecto a la casa en que vivimos. Pues bien, de la misma forma que os he dicho que acojáis a éstos, os digo también que acojáis a aquéllos. ¿Os resultan pesadas? Vosotros no las amáis, debido a la molestia que os causan; sin embargo, ellas, mejor o peor, os aman. Acogedlas por este amor. Y aunque vinieran indagando, odiando, insultando, ejercitad la paciencia y la caridad.

Podéis mejorar a estas personas con vuestra paciencia, podéis escandalizarlas con vuestra anticaridad. Os debe doler el que pequen, por ellas; pero más os debe doler el hacerles pecar, y pecar vosotros mismos. Recibidlas en nombre mío si no podéis recibirlas por amor vuestro. Dios os recompensará yendo Él mismo, después, a devolveros la visita, y a borrar, con sus sobrenaturales caricias, el desagradable recuerdo.

En fin, haced por sepultar a los pecadores para preparar su retorno a la Vida de la Gracia. ¿Sabéis cuándo hacéis esto? Cuando los amonestáis con paterna, paciente, amorosa insistencia. Es como si fuerais enterrando poco a poco las fealdades del cuerpo, antes de deponer éste en el sepulcro en espera de la orden de Dios: "Levántate y ven a mí".

¡No purificamos, nosotros hebreos, a los muertos por respeto al cuerpo que habrá de resucitar? Reprender a los pecadores es como purificar sus miembros, que es la primera operación de la sepultura La Gracia del Señor hará el resto. Purificadlos con caridad, lágrimas y sacrificios. Sed heroicos para arrebatar a un espíritu de la corrupción. ¡Sed heroicos!

No quedará sin premio, porque, si se premia el ofrecimiento de un vaso de agua a un sediento del cuerpo, ¿qué habrá de recibir el que aleje de la sed infernal a un espíritu?

He dicho. Éstas son las obras de misericordia del cuerpo y del espíritu, que aumentan el amor. Id y ponedlo en práctica. Y que la paz de Dios y mía sea con vosotros ahora y siempre.

   


[Inicio] [ Blog] [Mision] [El Rosario] [Documentos] [Asesorias] [ Política de Privacidad] [Contacto ]

Copyright © 2022 Maria Luz Divina