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EL EVANGELIO
COMO ME HA SIDO REVELADO
Autor: María Valtorta
« PARTE 3 de 7 »
SEGUNDO AÑO DE LA
VIDA PUBLICA DE JESUS
Partes:
[ 1 ]
[ 2 ]
[ 3 ]
[ 4 ]
[ 5 ]
[ 6 ]
[ 7 ]
141. Yendo hacia Arimatea con los discípulos y con
José de Emaús
142. Con los doce hacia Samaria
143. La samaritana Fotinai
144. Los samaritanos invitan a Jesús a Sicar
145. El primer día en Sicar
146. El segundo día en Sicar. Jesús se despide de los samaritanos
147. Curación de una mujer de Sicar y conversión de Fotinai
148. Jesús visita a Juan el Bautista en las cercanías de Enón
149. La visita a Juan el Bautista, motivo de instrucción
a los apóstoles
150. Jesús en Nazaret, en casa de su Madre. Ella deberá
seguir a su Hijo
151. En Caná en casa de Susana, que se hará discípula.
El oficial del rey
152. María Salomé es recibida como discípula
153. Las mujeres allegadas a los discípulos al servicio de Jesús
154. Jesús en Cesárea Marítima habla a los galeotes.
Las fatigas del apostolado
155. Curación de la niña romana en Cesárea
156. Analía, la primera de las vírgenes consagradas
157. Instrucciones a las discípulas en Nazaret
158. En el lago de Genesaret
con Juana de Cusa.
159. Discurso en Guerguesa. La respuesta sobre el ayuno a los discípulos de Juan el Bautista.
160. Encuentro con Gamaliel en el camino de Neftalí a Yiscala
161. Curación del nieto del fariseo Elí de Cafarnaúm
162. Las conversiones humanas del fariseo Elí
y de Simón de Alfeo
163. Comiendo en casa del fariseo Elí de Cafarnaúm
164. El retiro en el monte para la elección de los Apóstoles
165. Elección de los doce Apóstoles
166. Los milagros después de la elección apostólica. Simón el Zelote y Juan predican por primera vez
167. Jesús concurre con las romanas en el jardín
de Juana de Cusa
168. Aglae en casa de María,
en Nazaret
169. Primer discurso de la Montaña: la misión de los apóstoles y de los discípulos
170. Segundo discurso de la Montaña: el don de la Gracia; las bienaventuranzas
171. Tercer discurso de la Montaña: los consejos evangélicos que perfeccionan
la Ley
172. Cuarto discurso de la Montaña: el juramento, la oración, el ayuno. El anciano Ismael y Sara
173. Quinto discurso de la Montaña: el uso de las riquezas; la limosna; la confianza en Dios.
174. Sexto discurso de la Montaña: la elección entre el Bien y el Mal; el adulterio; el divorcio. La llegada importuna de
María de Magdala.
175. El leproso curado al pie del Monte. Generosidad
del escriba Juan
176. Durante el descanso sabático, el último discurso
de la Montaña:
amar la
voluntad de Dios
177. La curación del siervo
del centurión
178. Tres hombres que quieren seguir a Jesús
179. La parábola del sembrador. En Corazín con el nuevo
discípulo Elías
180. Controversia en la cocina de Pedro en Betsaida. Explicación de la parábola del sembrador. La noticia de la segunda captura de Juan el Bautista
181. La parábola del trigo
y la cizaña
182. Palabras a algunos pastores
con el huerfanito Zacarías
183. La curación de un hombre herido en casa de
María de Magdala
184. El pequeño Benjamín de Magdala y dos parábolas sobre
el Reino de los Cielos
185. La tempestad calmada.
Una lección sobre
sus preliminares
186. Los dos endemoniados de la región de los Gerasenos
187. Hacia Jerusalén
para la Pascua.
De Tariquea al monte Tabor
188. La gruta de la maga y el encuentro con Félix, llamado luego Juan
189. En Naím. Resurrección del hijo de una viuda
190. La llegada a la llanura de Esdrelón durante la puesta
del sol del viernes
191. El sábado en Esdrelón.
El pequeño Yabés.
Parábola del rico Epulón
192. Una predicción a Santiago de Alfeo. La Regada a Engannim tras un alto en Meguido
193. Llegada a Siquem tras dos días de camino
194. La revelación al pequeño Yabés durante el camino de Siquem a Berot
195. Una lección de Juan de Endor a Judas Iscariote.
Llegada a Jerusalén
196. El sábado en Getsemaní. Jesús habla de su Madre y de los amores de distintas potencias
197. En el Templo con José de Arimatea. La hora del incienso
198. El encuentro con la Madre en Betania. Yabés cambia su nombre por el de Margziam
199. Donde los leprosos de Siloán y Ben Hinnom. Pedro obtiene a Margziam
por medio de María
200. Coloquio de Áglae
con el Salvador
201. El examen de la mayoría
de edad de Margzia
202. Judas Iscariote es reprendido. Llegada de los campesinos de Jocanán
203. El Padrenuestro
204. La fe y el alma explicadas a los paganos con la parábola
de los templos
205. La parábola del hijo pródigo
206. Con dos parábolas sobre el Reino de los Cielos, termina la permanencia en Betania
207. En la gruta de
Belén la Madre evoca
el
nacimiento de Jesús
208. María Santísima ve de nuevo al pastor Elías y con Jesús va a Betsur donde Elisa
209. La fecundidad del dolor, en el discurso de Jesús junto a la casa de Elisa en Betsur
210. Las inquietudes de Judas Iscariote durante el camino
hacia Hebrón
211. Regreso a Hebrón, patria del Bautista
212. Una ola de amor a Jesús, que en Yuttá habla desde
la
casita de Isaac
213. En Keriot una profecía de Jesús y el comienzo de la predicación apostólica
214. La madre de Judas abre su corazón a María Stma., que ha llegado a Keriot
215. El posadero de Bet Yinna
y su hija lunática
216. Las infidelidades de los discípulos en la parábola
del diente de león
217. Las espigas arrancadas
un sábado
218. La llegada a Ascalón,
ciudad filistea
219. Los distintos frutos de la predicación de los apóstoles en la ciudad de Ascalón
220. Los idólatras de Magdalgad y la curación milagrosa
de la parturienta
221. Los prejuicios de los apóstoles respecto a los paganos y la parábola del hijo deforme
222. Un secreto del apóstol Juan
223. Una caravana nupcial se libra del asalto de bandidos después de un discurso de Jesús
224. En el apóstol Juan actúa el Amor. Llegada a Béter
225. El paralítico de la piscina de Betseida y la disputa sobre las obras del Hijo de Dios
226. Un signo bueno por parte de María de Magdala. Muerte del anciano Ismael
227. Un episodio incompleto
228. Margziam confiado
a Porfiria
229. Discurso a los habitantes de Betsaida sobre el gesto de caridad de Simón Pedro
230. Curación de la hemorroisa y resurrección de la hija de Jairo
231. En Cafarnaúm, Jesús y Marta hablan de la crisis que atormenta a María de Magdala
232. Curación de dos ciegos y de un mudo endemoniado
233. La parábola de la oveja perdida. María de Magdala también la oye
234. Comentario de tres episodios sobre la conversión de María de Magdala
235. Marta ha recibido de su hermana María la certidumbre de la conversión
236. La cena en casa de Simón el fariseo y la absolución
a María de Magdala
237. La petición de obreros para la mies, y la parábola del tesoro escondido en el campo. Marta todavía teme por su
hermana María
238. Llegada de María Stma. con María de Magdala a Cafarnaúm en medio de una tempestad
239. La parábola de los peces, la parábola de la perla, y del tesoro de las enseñanzas viejas y nuevas
240. En Betsaida, en la casa de Simón, con Porfiria y Margziam, el cual enseña a la Magdalena la oración de Jesús
241. Vocación de la hija de Felipe. Llegada a Magdala y parábola de la dracma perdida
242. Jesús habla sobre la Verdad al romano Crispo, el único que lo escucha de Tiberíades
243. En Caná en la casa de Susana. Las expresiones, los gestos y la voz de Jesús. Debate de los apóstoles acerca de las posesiones diabólicas
244. Juan repite un discurso de Jesús sobre la Creación y sobre los pueblos que esperan la Luz
245. Una acusación de los nazarenos a Jesús, rechazada con la parábola del
leproso curado
246. Un apólogo para los habitantes de Nazaret, los cuales permanecen incrédulos
247. María Stma. instruye a la Magdalena en orden
a la oración mental
248. En Belén de Galilea. Juicio ante un homicidio y parábola de los bosques petrificados
249. María Stma. instruye a Judas Iscariote sobre el deber preeminente de la
fidelidad a Dios
250. A los discípulos que han venido con Isaac: la parábola del lodo transformado en llama. Juan de Endor es alma víctima
251. A los pescadores siro-fenicios: la parábola del minero perseverante. Hermasteo
de Ascalón
252. El regreso de Tiro. Milagros. Parábola de la vid y el olmo
253. María Santísima devela a María de Alfeo el sentido de la maternidad espiritualizada.
La Magdalena debe
forjarse sufriendo
254. El encuentro con Síntica, esclava griega y la llegada a Cesárea Marítima
255. Despedida de las hermanas Marta y María, que parten con Síntica. Una lección
a Judas Iscariote
256. Parábola sobre la virtud de la esperanza, que sujeta la fe
y la caridad
257. Retiro de Jesús y Santiago de Alfeo en el monte Carmelo
258. Jesús revela a Santiago de Alfeo cuál será su misión
de apóstol
259. Lección sobre la Iglesia y los Sacramentos a Santiago de Alfeo, que obra un milagro
260. Dos parábolas de Pedro para los campesinos
de la llanura de Esdrelón
261. Exhortación a los campesinos de Doras,
que ahora lo son de Jocanán
262. Una hija no querida y el papel de la mujer redimida.
El Iscariote solicita
la ayuda de María
263. Curación del hombre del brazo atrofiado
264. Una jornada de Judas Iscariote en Nazaret
265. Instrucciones a los doce apóstoles al comienzo
de su ministerio
266. Los discípulos del Bautista quieren verificar que Jesús es el Mesías. Testimonio sobre el Precursor e invectiva contra las ciudades impenitentes
267. Jesús, carpintero en Corazín
268. Lección sobre la caridad con la parábola de los titos. El yugo de Jesús es ligero
269. La disputa con escribas y fariseos en Cafarnaúm. Llegada de la Madre y de los hermanos
270. Jesús recibe la noticia de que han matado a
Juan el Bautista
271. Salida para Tariquea con los apóstoles, que han regresado a Cafarnaúm
272. Reencarnación y vida eterna en el diálogo con un escriba
273. La primera multiplicación
de los panes
274. Jesús camina sobre las aguas. Su prontitud en socorrer
a quien le invoca
275. Cuatro nuevos discípulos. Jesús habla sobre las obras de misericordia corporal y espiritual
276. El hombre avaro y la parábola del rico necio. Las inquietudes y la vigilancia
en los siervos de Dios
277. En Magdala, en los jardines de María. El amor y la corrección entre hermanos
278. El perdón y la parábola del siervo inicuo. La misión confiada a setenta y dos discípulos
279. Encuentro con Lázaro en el campo de los Galileos
280. El regreso de los setenta y dos. Profecía sobre
los místicos futuros
281. En el Templo durante la fiesta de los Tabernáculos. Las condiciones para seguir a Jesús. La parábola de los talentos y la parábola del buen samaritano
282. La delación al Sanedrín respecto a Hermasteo,
Juan de Endor y Síntica
283. Síntica habla de su encuentro con la Verdad
284. La casita donada por Salomón. Cuatro apóstoles
se quedarán en Judea
285. Lázaro ofrece un refugio para Juan de Endor y Síntica. Viaje feliz hacia Jericó
sin Judas Iscariote
286. En Ramot con el mercader Alejandro Misax. Lección a Síntica sobre el recuerdo
de las almas
287. De Ramot a Gerasa con la caravana del mercader
288. Palabras a los habitantes de Gerasa y alabanza de una mujer a la Madre de Jesús
289. AEl sábado a Gerasa. Asueto de Margziam. La pregunta de Síntica sobre la salvación
de los paganos
290. El hombre de los ojos ulcerosos. El alto en la "fuente del Camellero". Más sobre el recuerdo de las almas
291. Margziam descubre por qué Jesús ora todos los días
a la hora nona
292. Insidia de escribas y fariseos en Bosrá
293. Palabras de Jesús y milagros en Bosrá, después de la irrupción de dos fariseos. El don de la fe a Alejandro Misax
294. La rica dádiva del mercader. Adiós a la Madre
y a las discípulas
295. Palabras y milagros en Arbela, ya evangelizada por Felipe de Jacob
296. Llegada a Aera bajo la lluvia. Curación de los enfermos que allí esperan
297. Con el sermón de Aera termina el segundo
gran viaje apostólico
298. La ayuda prestada a los huerfanitos María y Matías y las enseñanzas que de ella
se deducen
299. A Juana de Cusa le son confiados, para su tutela, los huerfanitos María y Matías
300. Con escribas y fariseos en casa
del resucitado de Naím
301. ola de las frentes destronadas y explicación de la parábola sobre lo no puro
302. En Magdala, antes de mandar a todos a sus respectivas familias para las Encenias
303. Jesús donde su Madre
en Nazaret
304. Con Juan de Endor, Síntica y Margziam. María es Madre
y Maestra
305. Jesús consuela a Margziam con la parábola de los pajarillos
306. También Simón Zelote está en Nazaret. Lección sobre los daños del ocio
307. Controversia en la casa de Nazaret acerca de las culpas de los nazarenos. Lección sobre la tendencia al pecado a pesar de la Redención
308. Curación del hijo de Simón de Alfeo. Margziam es el primero de los niños discípulos
309. Sacrificio de Margziam por la curación de una niña. Enmienda de Simón de Alfeo
310. Con Pedro, en Nazaret, Jesús organiza la partida
de Juan de Endor y Síntica
311. La renuncia de Margziam es ocasión de una lección sobre los sacrificios hechos por amor
312. Jesús comunica a Juan de Endor la decisión de enviarle a Antioquía. Final del segundo año
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242- Jesús habla sobre la Verdad al romano Crispo, el único que lo escucha de Tiberíades
Cuando la barca se detiene en el pequeño puerto de Tiberíades, algunos ociosos que estaban paseando cerca del modesto espigón se acercan enseguida para ver quién ha llegado.
Hay personas de todas las condiciones sociales y nacionalidades. Por eso, las largas vestiduras hebreas de los más variados colores, las melenas y las barbas majestuosas de los israelitas se mezclan con los indumentos de lana cándida, más cortos y sin mangas, y con los rostros rasurados y cabelleras cortas de los robustos romanos; y también con los vestidos aún más cortos-que cubren los cuerpos esbeltos y afeminados de los griegos, que parece hubieran asimilado hasta en las poses el arte de su lejana nación: son como estatuas de dioses que hubieran bajado a la tierra en cuerpos de hombres: envueltos en esponjosas túnicas, rostros clásicos bajo melenas ensortijadas y perfumadas, brazos cargados de pulseras que destellan al ejecutar estudiados ademanes.
Entremezcladas con estos dos últimos géneros de personas, hay muchas mujeres públicas, porque ni los romanos ni los helenos vacilan en mostrar a sus amores en las plazas y caminos. Los palestinos, sin embargo, se abstienen de esto, aunque luego, dentro de sus casas, practiquen alegremente el amor libre con mujeres públicas (se ve claramente porque las cortesanas, a pesar de las miradas amenazadoras de los interpelados, llaman familiarmente por el nombre a no pocos hebreos, entre los que no falta un engalanado fariseo).
Jesús se dirige hacia la ciudad, y precisamente hacia el lugar en que la gente más elegante concurre más; la gente elegante, o sea, por lo general, romanos y griegos y algún que otro cortesano de Herodes, y otros, también pocos, que creo que son ricos mercantes de la costa fenicia, hacia la parte de Sidón y Tiro, porque están hablando de esas ciudades y de comercios y barcos. Los pórticos exteriores de las termas están llenos de esta gente elegante y ociosa, que pierde así su tiempo discutiendo de temas muy banales, como el discóbolo favorito o el atleta más ágil y armónico de la lucha greco-romana; o simplemente están de palique, hablando de modas y banquetes, y conciertan citas para alegres excursiones invitando a las más hermosas cortesanas o a las damas que salen perfumadas y enrizadas de las termas o de sus residencias para afluir a este centro de Tiberíades, marmóreo, artístico como un salón.
Naturalmente, el paso del grupo suscita curiosidad intensa, que se hace incluso morbosa cuando hay quien reconoce a Jesús, porque lo había visto en Cesárea, y quien reconoce a la Magdalena, a pesar de que camine toda arrebozada en su manto y con el velo blanco muy caído sobre la frente y la cara (de modo que, tan velada y, además, con la cabeza baja, muy poco de su rostro se ve).
-Es el Nazareno que curó a la hija de Valeria -dice un romano.
-Me gustaría ver un milagro -le responde otro romano.
-Yo querría oírle hablar. Dicen que es un gran filósofo.
-¿Le decimos que hable? -propone un griego.
-No te entrometas, Teodato. Predica nubes. Le habría gustado al trágico para una sátira -responde otro griego.
-Cálmate, Aristóbulo. Parece que ahora está bajando de las nubes y va a lo concreto. ¿No ves que lleva un séquito de mujeres jóvenes y bonitas? -observa jocosamente un romano.
¡Pero si ésa es María de Magdala! -grita un griego, y luego llama:
«¡Lucio! ¡Cornelio! ¡Tito! ¡Oye, mirad a María, está ahí!
-¡No hombre no, no es ella! ¡María así! ¿Pero estás borracho?
-¡Te digo que es ella! ¡No me puedo equivocar, a pesar de que vaya tan cubierta!
Romanos y griegos se dirigen en masa hacia el grupo apostólico, que está atravesando al sesgo la plaza llena de pórticos y fuentes. Hay también mujeres que se unen a estos curiosos. Precisamente es una mujer la que va a ponerse casi debajo de la cara de María para verla mejor y... al ver que es ella y no otra, se queda de piedra. Pregunta: « ¿Qué haces así?»-y ríe burlona.
María se para, se endereza, levanta una mano y, echando hacia atrás el velo, se descubre el rostro. Aparece una María de Magdala dominadora poderosa sobre todo lo despreciable, y dueña, dueña ya de sus impresiones.
-Soy yo, sí -dice con su espléndida voz y con resplandores en sus preciosos ojos -Soy yo. Y me quito el velo para que no penséis que me avergüenzo de estar con estos santos.
-¡Oh! ¡María con los santos! ¡Pero mujer, ven, déjalos!
¡No te degrades a ti misma! -dice la mujer.
-Hasta ahora he vivido degradada. Pero ya no más.
-¿Pero estás loca? ¿O es un capricho? -dice.
-Ven conmigo, que soy más guapo y alegre que esa plañidera con bigotes que mortifica la vida y la convierte en un funeral. ¡Bella es la vida! ¡Es un triunfo! ¡Una orgía de júbilo! Ven, que sabré estar por encima de todos en hacerte feliz -dice un joven morenito, de cara zorruna -pero, no obstante, guapo -, y hace ademán de tocarla.
-¡Atrás! ¡No me toques! Bien has dicho: vuestra vida es una orgía, y además de entre las más vergonzosas; y me produce náuseas.
-¡Hasta hace poco era tu vida, eh! -responde el griego.
-¡Ahora... como una virgen! -dice un herodiano con una risita maliciosa.
-¡Tú desacreditas a los santos! Tu Nazareno va a perder la aureola contigo. Ven con nosotros -insiste un romano.
-Venid vosotros a seguirlo conmigo. Dejad de ser animales y haceos al menos hombres.
La respuesta es un coro de risotadas y burlas.
Sólo un anciano romano dice:
-Respetad a esa mujer. Es libre para hacer lo que quiera.
Yo la defiendo.
-¡El demagogo! ¡Mira lo que dice! ¿Te ha sentado mal el vino de ayer por la noche? -pregunta un joven.
-No, lo que pasa es que está hipocondríaco porque le duele la espalda» le responde otro.
Ve donde el Nazareno a que te la rasque.
-Voy a que me rasque el fango que se me ha pegado por estar con vosotros -responde el anciano.
-¡Oh, Crispo se ha pervertido a los sesenta años! -dicen muchos riéndose y haciendo un círculo en torno a él.
Mas el hombre al que han llamado Crispo no se preocupa de que se burlen de él y se echa a andar detrás de la Magdalena, la cual llega donde el Maestro, que se ha puesto a la sombra de un edificio bellísimo dispuesto en forma de exedra en dos lados de una plaza.
Y Jesús ya está batallando con un escriba que le está recriminando el hecho de su presencia en Tiberíades, y... con esa compañía.
-¿Y tú? ¿Por qué estás aquí? Esto respecto al hecho de estar en Tiberíades. Te digo, además, que en Tiberíades también hay almas a las que salvar, y más que en otros lugares -le responde Jesús.
-No se les puede salvar: son gentiles, paganos, pecadores.
-He venido para los pecadores. Para dar a conocer al Dios verdadero. A todos. También para ti he venido.
-No necesito maestros ni redentores: soy puro y docto.
-¡Si al menos lo fueras como para conocer tu estado!
-¡Y Tú como para saber cuánto te comprometes con la compañía de una meretriz!
-Te perdono. También en su nombre. Ella, humilde, anula su pecado; tú, por tu soberbia, doblas tus culpas.
-No tengo culpas.
-Tienes la culpa capital. No tienes amor.
El escriba dice:
-¡Raca! -y se vuelve.
-¡Por mi culpa, Maestro! -dice la Magdalena. Y, al ver la palidez de María Virgen, gime: «Perdóname. Hago que insulten a tu Hijo. Me retiraré...
-No. Tú te quedas donde estás. Lo quiero -dice Jesús con voz incisiva y con un centelleo tal en los ojos, un no sé qué de dominio en toda su persona, que le hace casi irresistible a la mirada. Y luego, más suavemente: «Tu te quedas donde estás, y si alguno no te soporta a su lado será él, sólo él, quien se marchará.
Y Jesús reanuda el paso en dirección a la parte occidental de la ciudad.
-¡Maestro! -llama el romano corpulento y entrado ya en años que ha defendido a la Magdalena.
Jesús se vuelve.
-Te llaman Maestro. Yo también te llamo así. Deseaba oírte hablar. Soy medio filósofo, medio hombre de mundo. Quizás puedas hacer de mí un hombre honesto.
Jesús lo mira fijamente y dice:
-Dejo la ciudad en que reina la bajeza de la animalidad humana, la ciudad de que es soberana la burla». Y reanuda su camino.
El hombre va detrás, sudando y con dificultad porque el paso de Jesús es ligero y él es gordo y ya mayor y gravado también por los vicios. Pedro, que se ha vuelto, advierte a Jesús.
-Déjalo que camine. No te preocupes de él.
Después de un poco es Judas Iscariote el que dice:
-Pero ese hombre nos viene siguiendo. ¡No está bien!
-¿Por qué? ¿Por piedad o por otro motivo?
-¿Piedad de él? No. Porque a más distancia nos sigue el escriba de antes con otros judíos.
-Déjalos. Pero hubiera sido mejor haber tenido piedad de él y no de ti.
-De ti, Maestro.
-No: de ti, Judas. Sé franco en comprender tus sentimientos y en confesarlos.
-Yo la verdad es que siento piedad también por el viejo.
Seguir tu paso es fatigoso, ¿sabes? -dice Pedro sudando.
-Ir tras la Perfección siempre es fatigoso, Simón.
El hombre los sigue incansable, tratando de estar cerca de las mujeres, aunque no les dirige nunca la palabra.
La Magdalena llora silenciosamente bajo su velo.
-No llores, María -la consuela la Virgen tomándola de la mano -Después el mundo te respetará. Los primeros días son los más penosos.
-¡Oh, no es por mí! ¡Es por Él! Si le procurase algún mal, yo no me lo perdonaría. ¿Has oído lo que ha dicho el escriba? Lo comprometo.
-¡Pobre hija! ¿No sabes que estas palabras silban como serpientes alrededor de Jesús desde cuando todavía no pensabas venir a Él? Me ha dicho Simón que ya desde el año pasado lo acusaban de esto, porque curó a una leprosa que había sido pecadora, vista en el momento del milagro y nunca más, y más mayor que yo, que soy su Madre. ¿No sabes que tuvo que huir de Agua Especiosa porque una desdichada hermana tuya había ido allí para redimirse? No teniendo pecado, ¿cómo crees que lo pueden acusar? Con embustes.
¿Dónde los pueden encontrar? En su misión entre los hombres. Esgrimen la buena acción como prueba de pecado.
Cualquier cosa que hiciera mi Hijo para ellos sería siempre pecado. Si se clausurase en una vida eremítica, sería culpable de desatender al pueblo de Dios; desciende a vivir en medio de su pueblo y es culpable de hacerlo.
Para ellos siempre es culpable.
-¿Entonces son odiosamente malos?
-No. Están obstinadamente cerrados a la Luz. Él, mi Jesús, es el eterno Incomprendido; y siempre, y cada vez más, lo será.
-¿Y no padeces por ello? Te veo muy serena.
-Calla. Es como si mi corazón estuviera envuelto en espinas incandescentes. Cada vez que respiro sufro sus pinchazos. ¡Pero que no lo sepa! Me muestro así para sostenerlo con mi serenidad. Si no lo conforta su Mamá, ¿dónde podrá hallar alivio mi Jesús? ¿En qué pecho podrá reclinar su cabeza sin que lo hieran o calumnien por hacerlo? Bien justo es, pues, que, pasando por encima de las espinas que ya me laceran el corazón y de las lágrimas que bebo en las horas de soledad, deposite un suave manto de amor, ponga una sonrisa, cueste lo que cueste, para tranquilizarlo más, tranquilizarlo más hasta... hasta cuando la ola del odio sea tal, que ya nada le sirva, ni siquiera el amor de su Mamá...
María tiene dos surcos de llanto en su pálido rostro. (Es como si mi corazón estuviera envuelto en espinas incandescentes. En una larga nota autógrafa, que ocupa las cuatro caras de un folio doblado e introducido en este lugar de la copia mecanografiada, María Valtorta, entre otras cosas, explica que [...] De la misma forma que es verdad que María, por ser inmaculada, había debido quedar exenta del dolor, así como quedó exenta de la corrupción de la muerte, es también verdad que, como Corredentora debió padecer, en su corazón y espíritu inmaculados, cuanto su Hijo padeció en la carne, en el corazón y espíritu santísimos. Es más, precisamente por la plenitud que había en Ella de todos los dones divinos, comprendió que sus privilegiadas y "únicas" condiciones de Inmaculada y de Madre de Dios le habían sido concedidas en previsión de la Pasión del Redentor, y que, por tanto, esta especialísima condición suya de gloria -segunda sólo respecto a la infinita gloria de Dios-le había sido dada a precio del Sacrificio del Hijo de Dios y suyo, del derramamiento total de esa Sangre divina y de la inmolación de esa Carne divina que se habían formado en su seno virginal, con su sangre virginal, y que habían sido nutridos con su leche virginal. También el conocer esto era causa de dolor. Un dolor que se fundía con el gozo, tan vasto y profundo como el dolor. [...] Y no sólo eso, sino que, también por la plenitud que había en Ella de los dones divinos, María conoció anticipadamente o contemporáneamente e intelectivamente todo el complejo sufrimiento de su Hijo. Sobre su alma de Inmaculada, llena de la Luz de Dios, se proyectó siempre la sombra dolorosa de la Cruz y de todas las luchas y obstáculos que precederían a la Pasión y afligirían su Jesús [...).
Las dos hermanas la miran conmovidas.
-Pero nos tiene a nosotras, que lo queremos. Y a los apóstoles... -dice Marta para consolarla.
-Os tiene a vosotras, sí. Tiene a los apóstoles... Todavía muy por debajo de su misión... Y mi dolor es más fuerte aún porque sé que El no ignora nada...
-¿Entonces sabrá también que yo lo quiero obedecer hasta el holocausto si es necesario? -pregunta la Magdalena.
-Lo sabe. Eres una gran alegría en su duro camino.
-¡Oh, Madre! -y la Magdalena toma la mano de María y la besa con visible afecto.
Tiberíades termina en las huertas del arrabal. Más allá está el camino polvoriento que conduce a Caná, entre huertos de árboles frutales por un lado y, por el otro lado, una serie de prados y campos agostados por el verano.
Jesús se adentra en uno de los huertos. Se detiene bajo la sombra de los tupidos árboles. Llegan las mujeres y luego el jadeante romano, que realmente ya no puede más. Se pone un poco separado; no habla, pero mira.
-Mientras descansamos comemos -dice Jesús -Allí hay un pozo y al lado un campesino. Id a pedirle agua.
Van Juan y Judas Tadeo. Vuelven con una jarra que gotea seguidos del campesino, el cual ofrece unos espléndidos higos.
-Que Dios te lo compense en salud y en cosecha.
-Dios te proteja. ¿Eres el Maestro, verdad?
-Lo soy.
-¿Vas a hablar aquí?
-Nadie lo desea.
-Yo, Maestro. Más que el agua, que tan buena es para quien tiene sed -grita el romano.
-¿Tienes sed?
-Mucha. He venido detrás de ti desde la ciudad.
-No faltan en Tiberíades fuentes de agua fresca.
-No me entiendas mal, Maestro, o no aparentes que me entiendes mal. He venido siguiéndote para oírte hablar.
-¿Y por qué?
-No sé ni por qué ni cómo. Ha sido viéndola a ella (y señala a la Magdalena). No sé. Algo me ha dicho: "Ese hombre te dirá lo que todavía no sabes". Y he venido».
-Dad a este hombre agua e higos. Que conforte su cuerpo.
-¿Y la mente?
-La mente encuentra refrigerio en la Verdad.
-Por esto te he seguido. He buscado la Verdad en lo cognoscible. He encontrado la corrupción. Incluso en las mejores doctrinas hay siempre algo que no es bueno. Me he rebajado hasta acabar siendo un hombre nauseado y nauseabundo, sin más futuro que la hora que vivo.
Jesús lo mira fijamente mientras come el pan y los higos que le han traído los apóstoles.
Pronto termina la comida.
Jesús, permaneciendo sentado, empieza a hablar, como si estuviera exponiendo una simple lección a sus apóstoles.
El campesino también se queda cerca.
-Muchos son los que se pasan la vida buscando la Verdad sin llegar a encontrarla. Parecen dementes que quieren ver teniendo una coraza de bronce que les tapa los ojos, y buscan con aspavientos espasmódicos, tan convulsamente, que se alejan cada vez más de la Verdad, o la tapan arrojando encima de ella cosas que su propia búsqueda frenética remueve y hace caer. No puede sucederles sino esto, porque buscan donde la Verdad no puede estar. Para encontrar la Verdad es necesario unir el intelecto con el amor y mirar las cosas no sólo con ojos sabios sino también con ojos buenos, porque la bondad vale más que la sabiduría.
El que ama siempre encuentra una huella que conduce a la Verdad.
Amar no quiere decir gozar (sólo) de una carne y para la carne. Eso no es amor. Es sensualidad. Amor es el afecto de corazón a corazón, de parte superior a parte superior, por el que en la compañera no se ve esclava sino la generadora de los hijos, sólo eso, o sea, la mitad que forma con el hombre un todo que es capaz de crear una vida, varias vidas; o sea, la compañera que es madre, hermana, hija del hombre, que es más débil que un recién nacido o más fuerte que un león, según los casos, y que, como madre, hermana, hija, debe ser amada con respeto confidencial y protector. Lo que no es cuanto Yo digo no es amor, es vicio. No conduce hacia arriba sino hacia abajo, no a la Luz sino a las Tinieblas, no a las estrellas sino al fango. Amar a la mujer para saber amar al prójimo, amar al prójimo para saber amar a Dios.
He aquí la vía de la Verdad. La verdad está aquí, hombres que la buscáis. La Verdad es Dios. La clave para comprender lo cognoscible está aquí. Doctrina, sin defecto sólo la de Dios. ¿Cómo podrá el hombre dar respuesta a sus porqués, si no tiene a Dios que le responda? ¿Quién podrá descubrir los misterios de la creación -aun sólo y simplemente éstos -sino el Hacedor supremo que lo ha hecho? ¿Cómo comprender el prodigio vivo que es el hombre, ser en que se fusiona perfección animal con aquella perfección inmortal que es el alma? Si, dioses somos si tenemos viva en nosotros el alma, es decir, libre aquellas culpas que envilecerían incluso al animal y que, no obstante, el hombre cumple y se gloría de cumplir.
A vosotros, buscadores de la Verdad, os digo las palabras de Job: “Pregunta a los jumentos y te instruirán, a las aves y te lo indicarán. Habla a la tierra y ella te responderá, a los peces y te lo darán a conocer".
Sí, la tierra, esta tierra que verdece, esta tierra florida, esta fruta le va creciendo en los árboles, estas aves que procrean, estas corrientes de viento que distribuyen las nubes, este Sol que no yerra su alba desde hace siglos y milenios... todo habla de Dios, todo da explicación de Dios, todo descubre y revela a Dios. Si la ciencia no se apoya en Dios viene a ser error, y no eleva; antes bien, degrada. El saber no es corrupción si es religión. Quien sabe en Dios no cae porque siente su dignidad, porque cree en su futuro eterno. Mas es necesario buscar al Dios real, no fantasmas, que no son dioses sino sólo delirios de hombres envueltos en las vendas de la ignorancia espiritual, por lo cual no hay traza de sabiduría en sus religiones ni de verdad en sus fes.
Toda edad es buena para venir a la sabiduría. Es más, siguiendo con Job, se lee: Al atardecer te nacerá como una luz meridiana; cuando te creas acabado, surgirás como la estrella de la mañana. Te verás lleno de confianza por la esperanza a ti reservada".
Basta la buena voluntad de encontrar la Verdad, y antes o después la Verdad se dejará encontrar. Pero, una vez hallada, ¡ay de quien no la siga! imitando a los obstinados de Israel, los cuales, teniendo ya en su mano el hilo conductor para encontrar a Dios -todas las cosas que de mí afirma el Libro -, no quieren someterse a la Verdad, y la odian, acumulando en su intelecto y en su corazón los cúmulos del odio y las fórmulas, y no saben que la tierra, a causa del excesivo peso, se abrirá bajo su paso -que se cree victorioso cuando en realidad no es sino un paso de esclavo de los legalismos, del rencor, de los egoísmos -y se los tragará y caerán al lugar de los culpables conscientes de un paganismo que es más culpable que el que algunos pueblos se han dado a sí mismos para tener una religión con que conducirse.
Yo, de la misma forma que no rechazo al hijo de Israel que se arrepiente, no rechazo tampoco a estos idólatras que creen en aquello que les fue propuesto para que lo creyeran, y que, dentro, en su interior, gimen: "¡Dadnos la Verdad!".
He dicho. Ahora descansemos en esta hierba, si este hombre lo permite. Al atardecer iremos a Caná».
-Señor, te dejo. Esta misma noche me iré de Tiberíades, pues no quiero profanar la ciencia que me has dado. Dejo esta tierra. Me retiraré con mi siervo a las costas de Lucania. Tengo allá una casa. Mucho es lo que me has dado.
Comprendo que más no puedes darle al viejo epicúreo. Pero con lo que me has dado ya tengo como para reconstruir un pensamiento. Y... pide a tu Dios por el viejo Crispo, el único de Tiberíades que te escuchó. Ruega porque antes del desfiladero de Líbítina pueda volver a escucharte, y, con la capacidad que espero poder crear en mí sobre la base de tus palabras, comprenderte mejor y comprender mejor la Verdad. Adiós, Maestro». Y hace un saludo a la romana.
Pero luego, al pasar junto a las mujeres, que están sentadas un poco aparte, se inclina ante María de Magdala y le dice:
-Gracias, María. Fue un bien el conocerte. A tu viejo compañero de festines le has dado el tesoro que buscaba.
Si llego a donde tú ya estás, será gracias a ti. Adiós.
Y se marcha.
La Magdalena se cruza las manos sobre su corazón con expresión asombrada y radiante. Luego, de rodillas, se arrastra hasta donde Jesús.
-¡Oh! ¡Señor! ¡Señor! ¿Entonces es verdad que puedo conducir otros al Bien? ¡Oh, mi Señor! ¡Esto es demasiada bondad!
Y, curvándose hasta meter su rostro en la hierba, besa los pies de Jesús y los humedece de nuevo con el llanto -ahora de agradecimiento-de la gran enamorada de Magdala.
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