Thursday November 07,2024
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EL EVANGELIO
COMO ME HA SIDO REVELADO


El Evangelio como me ha sido revelado

Autor: María Valtorta

« PARTE 3 de 7 »

SEGUNDO AÑO DE LA
VIDA PUBLICA DE JESUS

Partes: [ 1 ] [ 2 ] [ 3 ]
[ 4 ] [ 5 ] [ 6 ] [ 7 ]



141. Yendo hacia Arimatea con los discípulos y con
José de Emaús

142. Con los doce hacia Samaria

143. La samaritana Fotinai

144. Los samaritanos invitan a Jesús a Sicar

145. El primer día en Sicar

146. El segundo día en Sicar. Jesús se despide de los samaritanos

147. Curación de una mujer de Sicar y conversión de Fotinai

148. Jesús visita a Juan el Bautista en las cercanías de Enón

149. La visita a Juan el Bautista, motivo de instrucción
a los apóstoles

150. Jesús en Nazaret, en casa de su Madre. Ella deberá
seguir a su Hijo

151. En Caná en casa de Susana, que se hará discípula.
El oficial del rey

152. María Salomé es recibida como discípula

153. Las mujeres allegadas a los discípulos al servicio de Jesús

154. Jesús en Cesárea Marítima habla a los galeotes.
Las fatigas del apostolado

155. Curación de la niña romana en Cesárea

156. Analía, la primera de las vírgenes consagradas

157. Instrucciones a las discípulas en Nazaret

158. En el lago de Genesaret
con Juana de Cusa.

159. Discurso en Guerguesa. La respuesta sobre el ayuno a los discípulos de Juan el Bautista.

160. Encuentro con Gamaliel en el camino de Neftalí a Yiscala

161. Curación del nieto del fariseo Elí de Cafarnaúm

162. Las conversiones humanas del fariseo Elí
y de Simón de Alfeo

163. Comiendo en casa del fariseo Elí de Cafarnaúm

164. El retiro en el monte para la elección de los Apóstoles

165. Elección de los doce Apóstoles

166. Los milagros después de la elección apostólica. Simón el Zelote y Juan predican por primera vez

167. Jesús concurre con las romanas en el jardín
de Juana de Cusa

168. Aglae en casa de María,
en Nazaret

169. Primer discurso de la Montaña: la misión de los apóstoles y de los discípulos

170. Segundo discurso de la Montaña: el don de la Gracia; las bienaventuranzas

171. Tercer discurso de la Montaña: los consejos evangélicos que perfeccionan
la Ley

172. Cuarto discurso de la Montaña: el juramento, la oración, el ayuno. El anciano Ismael y Sara

173. Quinto discurso de la Montaña: el uso de las riquezas; la limosna; la confianza en Dios.

174. Sexto discurso de la Montaña: la elección entre el Bien y el Mal; el adulterio; el divorcio. La llegada importuna de
María de Magdala.

175. El leproso curado al pie del Monte. Generosidad
del escriba Juan

176. Durante el descanso sabático, el último discurso
de la Montaña:
amar la voluntad de Dios

177. La curación del siervo
del centurión

178. Tres hombres que quieren seguir a Jesús

179. La parábola del sembrador. En Corazín con el nuevo
discípulo Elías

180. Controversia en la cocina de Pedro en Betsaida. Explicación de la parábola del sembrador. La noticia de la segunda captura de Juan el Bautista

181. La parábola del trigo
y la cizaña

182. Palabras a algunos pastores
con el huerfanito Zacarías

183. La curación de un hombre herido en casa de
María de Magdala

184. El pequeño Benjamín de Magdala y dos parábolas sobre
el Reino de los Cielos

185. La tempestad calmada.
Una lección sobre
sus preliminares

186. Los dos endemoniados de la región de los Gerasenos

187. Hacia Jerusalén
para la Pascua.
De Tariquea al monte Tabor

188. La gruta de la maga y el encuentro con Félix, llamado luego Juan

189. En Naím. Resurrección del hijo de una viuda

190. La llegada a la llanura de Esdrelón durante la puesta
del sol del viernes

191. El sábado en Esdrelón.
El pequeño Yabés.
Parábola del rico Epulón

192. Una predicción a Santiago de Alfeo. La Regada a Engannim tras un alto en Meguido

193. Llegada a Siquem tras dos días de camino

194. La revelación al pequeño Yabés durante el camino de Siquem a Berot

195. Una lección de Juan de Endor a Judas Iscariote.
Llegada a Jerusalén

196. El sábado en Getsemaní. Jesús habla de su Madre y de los amores de distintas potencias

197. En el Templo con José de Arimatea. La hora del incienso

198. El encuentro con la Madre en Betania. Yabés cambia su nombre por el de Margziam

199. Donde los leprosos de Siloán y Ben Hinnom. Pedro obtiene a Margziam
por medio de María

200. Coloquio de Áglae
con el Salvador

201. El examen de la mayoría
de edad de Margzia

202. Judas Iscariote es reprendido. Llegada de los campesinos de Jocanán

203. El Padrenuestro

204. La fe y el alma explicadas a los paganos con la parábola
de los templos

205. La parábola del hijo pródigo

206. Con dos parábolas sobre el Reino de los Cielos, termina la permanencia en Betania

207. En la gruta de
Belén la Madre evoca
el nacimiento de Jesús

208. María Santísima ve de nuevo al pastor Elías y con Jesús va a Betsur donde Elisa

209. La fecundidad del dolor, en el discurso de Jesús junto a la casa de Elisa en Betsur

210. Las inquietudes de Judas Iscariote durante el camino
hacia Hebrón

211. Regreso a Hebrón, patria del Bautista

212. Una ola de amor a Jesús, que en Yuttá habla desde
la casita de Isaac

213. En Keriot una profecía de Jesús y el comienzo de la predicación apostólica

214. La madre de Judas abre su corazón a María Stma., que ha llegado a Keriot

215. El posadero de Bet Yinna
y su hija lunática

216. Las infidelidades de los discípulos en la parábola
del diente de león

217. Las espigas arrancadas
un sábado

218. La llegada a Ascalón,
ciudad filistea

219. Los distintos frutos de la predicación de los apóstoles en la ciudad de Ascalón

220. Los idólatras de Magdalgad y la curación milagrosa
de la parturienta

221. Los prejuicios de los apóstoles respecto a los paganos y la parábola del hijo deforme

222. Un secreto del apóstol Juan

223. Una caravana nupcial se libra del asalto de bandidos después de un discurso de Jesús

224. En el apóstol Juan actúa el Amor. Llegada a Béter

225. El paralítico de la piscina de Betseida y la disputa sobre las obras del Hijo de Dios

226. Un signo bueno por parte de María de Magdala. Muerte del anciano Ismael

227. Un episodio incompleto

228. Margziam confiado
a Porfiria

229. Discurso a los habitantes de Betsaida sobre el gesto de caridad de Simón Pedro

230. Curación de la hemorroisa y resurrección de la hija de Jairo

231. En Cafarnaúm, Jesús y Marta hablan de la crisis que atormenta a María de Magdala

232. Curación de dos ciegos y de un mudo endemoniado

233. La parábola de la oveja perdida. María de Magdala también la oye

234. Comentario de tres episodios sobre la conversión de María de Magdala

235. Marta ha recibido de su hermana María la certidumbre de la conversión

236. La cena en casa de Simón el fariseo y la absolución
a María de Magdala

237. La petición de obreros para la mies, y la parábola del tesoro escondido en el campo. Marta todavía teme por su
hermana María

238. Llegada de María Stma. con María de Magdala a Cafarnaúm en medio de una tempestad

239. La parábola de los peces, la parábola de la perla, y del tesoro de las enseñanzas viejas y nuevas

240. En Betsaida, en la casa de Simón, con Porfiria y Margziam, el cual enseña a la Magdalena la oración de Jesús

241. Vocación de la hija de Felipe. Llegada a Magdala y parábola de la dracma perdida

242. Jesús habla sobre la Verdad al romano Crispo, el único que lo escucha de Tiberíades

243. En Caná en la casa de Susana. Las expresiones, los gestos y la voz de Jesús. Debate de los apóstoles acerca de las posesiones diabólicas

244. Juan repite un discurso de Jesús sobre la Creación y sobre los pueblos que esperan la Luz

245. Una acusación de los nazarenos a Jesús, rechazada con la parábola del
leproso curado

246. Un apólogo para los habitantes de Nazaret, los cuales permanecen incrédulos

247. María Stma. instruye a la Magdalena en orden
a la oración mental

248. En Belén de Galilea. Juicio ante un homicidio y parábola de los bosques petrificados

249. María Stma. instruye a Judas Iscariote sobre el deber preeminente de la
fidelidad a Dios

250. A los discípulos que han venido con Isaac: la parábola del lodo transformado en llama. Juan de Endor es alma víctima

251. A los pescadores siro-fenicios: la parábola del minero perseverante. Hermasteo
de Ascalón

252. El regreso de Tiro. Milagros. Parábola de la vid y el olmo

253. María Santísima devela a María de Alfeo el sentido de la maternidad espiritualizada.
La Magdalena debe
forjarse sufriendo

254. El encuentro con Síntica, esclava griega y la llegada a Cesárea Marítima

255. Despedida de las hermanas Marta y María, que parten con Síntica. Una lección
a Judas Iscariote

256. Parábola sobre la virtud de la esperanza, que sujeta la fe
y la caridad

257. Retiro de Jesús y Santiago de Alfeo en el monte Carmelo

258. Jesús revela a Santiago de Alfeo cuál será su misión
de apóstol

259. Lección sobre la Iglesia y los Sacramentos a Santiago de Alfeo, que obra un milagro

260. Dos parábolas de Pedro para los campesinos
de la llanura de Esdrelón

261. Exhortación a los campesinos de Doras,
que ahora lo son de Jocanán

262. Una hija no querida y el papel de la mujer redimida.
El Iscariote solicita
la ayuda de María

263. Curación del hombre del brazo atrofiado

264. Una jornada de Judas Iscariote en Nazaret

265. Instrucciones a los doce apóstoles al comienzo
de su ministerio

266. Los discípulos del Bautista quieren verificar que Jesús es el Mesías. Testimonio sobre el Precursor e invectiva contra las ciudades impenitentes

267. Jesús, carpintero en Corazín

268. Lección sobre la caridad con la parábola de los titos. El yugo de Jesús es ligero

269. La disputa con escribas y fariseos en Cafarnaúm. Llegada de la Madre y de los hermanos

270. Jesús recibe la noticia de que han matado a
Juan el Bautista

271. Salida para Tariquea con los apóstoles, que han regresado a Cafarnaúm

272. Reencarnación y vida eterna en el diálogo con un escriba

273. La primera multiplicación
de los panes

274. Jesús camina sobre las aguas. Su prontitud en socorrer
a quien le invoca

275. Cuatro nuevos discípulos. Jesús habla sobre las obras de misericordia corporal y espiritual

276. El hombre avaro y la parábola del rico necio. Las inquietudes y la vigilancia
en los siervos de Dios

277. En Magdala, en los jardines de María. El amor y la corrección entre hermanos

278. El perdón y la parábola del siervo inicuo. La misión confiada a setenta y dos discípulos

279. Encuentro con Lázaro en el campo de los Galileos

280. El regreso de los setenta y dos. Profecía sobre
los místicos futuros

281. En el Templo durante la fiesta de los Tabernáculos. Las condiciones para seguir a Jesús. La parábola de los talentos y la parábola del buen samaritano

282. La delación al Sanedrín respecto a Hermasteo,
Juan de Endor y Síntica

283. Síntica habla de su encuentro con la Verdad

284. La casita donada por Salomón. Cuatro apóstoles
se quedarán en Judea

285. Lázaro ofrece un refugio para Juan de Endor y Síntica. Viaje feliz hacia Jericó
sin Judas Iscariote

286. En Ramot con el mercader Alejandro Misax. Lección a Síntica sobre el recuerdo
de las almas

287. De Ramot a Gerasa con la caravana del mercader

288. Palabras a los habitantes de Gerasa y alabanza de una mujer a la Madre de Jesús

289. AEl sábado a Gerasa. Asueto de Margziam. La pregunta de Síntica sobre la salvación
de los paganos

290. El hombre de los ojos ulcerosos. El alto en la "fuente del Camellero". Más sobre el recuerdo de las almas

291. Margziam descubre por qué Jesús ora todos los días
a la hora nona

292. Insidia de escribas y fariseos en Bosrá

293. Palabras de Jesús y milagros en Bosrá, después de la irrupción de dos fariseos. El don de la fe a Alejandro Misax

294. La rica dádiva del mercader. Adiós a la Madre
y a las discípulas

295. Palabras y milagros en Arbela, ya evangelizada por Felipe de Jacob

296. Llegada a Aera bajo la lluvia. Curación de los enfermos que allí esperan

297. Con el sermón de Aera termina el segundo
gran viaje apostólico

298. La ayuda prestada a los huerfanitos María y Matías y las enseñanzas que de ella
se deducen

299. A Juana de Cusa le son confiados, para su tutela, los huerfanitos María y Matías

300. Con escribas y fariseos en casa del resucitado de Naím

301. ola de las frentes destronadas y explicación de la parábola sobre lo no puro

302. En Magdala, antes de mandar a todos a sus respectivas familias para las Encenias

303. Jesús donde su Madre
en Nazaret

304. Con Juan de Endor, Síntica y Margziam. María es Madre
y Maestra

305. Jesús consuela a Margziam con la parábola de los pajarillos

306. También Simón Zelote está en Nazaret. Lección sobre los daños del ocio

307. Controversia en la casa de Nazaret acerca de las culpas de los nazarenos. Lección sobre la tendencia al pecado a pesar de la Redención

308. Curación del hijo de Simón de Alfeo. Margziam es el primero de los niños discípulos

309. Sacrificio de Margziam por la curación de una niña. Enmienda de Simón de Alfeo

310. Con Pedro, en Nazaret, Jesús organiza la partida
de Juan de Endor y Síntica

311. La renuncia de Margziam es ocasión de una lección sobre los sacrificios hechos por amor

312. Jesús comunica a Juan de Endor la decisión de enviarle a Antioquía. Final del segundo año

 

173- Quinto discurso de la Montaña: el uso de las riquezas; la limosna; la confianza en Dios.


El mismo discurso de la montaña.

La muchedumbre va aumentando a medida que los días pasan. Hay hombres, mujeres, ancianos, niños, ricos, pobres. Sigue estando la pareja Esteban-Hermas, aunque todavía no hayan sido agregados y unidos a los discípulos antiguos capitaneados por Isaac. Está también presente la nueva pareja, constituida ayer, la del anciano y la mujer; están muy adelante, cerca de su Consolador; su aspecto es mucho más relajado que el de ayer. El anciano, como buscando recuperar los muchos meses o años de abandono por parte de su hija, ha puesto su mano rugosa en las rodillas de la mujer, y ella se la acaricia por esa necesidad innata de la mujer, moralmente sana, de ser maternal.

Jesús pasa al lado de ellos para subir al rústico púlpito; al pasar acaricia la cabeza del anciano, el cual mira a Jesús como si lo viera ya como Dios.

Pedro dice algo a Jesús, que le hace un gesto como diciendo: "No importa". No entiendo de todas formas lo que dice el apóstol; eso sí, se queda cerca de Jesús; luego se le unen Judas Tadeo y Mateo. Los otros se pierden entre la multitud.

-¡La paz sea con todos vosotros!

Ayer he hablado de la oración, del juramento, del ayuno. Hoy quiero instruiros acerca de otras perfecciones, que son también oración, confianza, sinceridad, amor, religión.

La primera de que voy a hablar es el justo uso de las riqueza; que se transforman, por la buena voluntad del siervo fiel, en correlativos tesoros en el Cielo. Los tesoros de la tierra no perduran; los de Cielo son eternos. ¿Amáis vuestros bienes? ¿Os da pena morir porque tendréis que dejarlos y no podréis ya dedicaros a ellos? ¡Pues, transferidlos al Cielo! Diréis: "En el Cielo no entran las cosas de la tierra. Tú mismo enseñas que el dinero es la más inmunda de estas cosas. ¿Cómo podremos transferirlo al Cielo?". No. No podéis llevar las monedas, siendo -como son -materiales, al Reino en que todo es espíritu; lo que sí podéis llevar es el fruto de las monedas.

Cuando dais a un banquero vuestro oro, ¿para qué lo dais? Para que lo haga producir, ¿no? Ciertamente no os priváis de él, aunque sea momentáneamente, para que os lo devuelva tal cual: queréis que de diez talentos os devuelva diez más uno, o más; entonces os sentís satisfechos y elogiáis al banquero. En caso contrario, decís: "Será honrado, pero es un inepto". Y si se da el caso de que, en vez de los diez más uno, os devuelve nueve diciendo: "He perdido el resto", lo denunciáis y lo mandáis a la cárcel. ¿Qué es el fruto del dinero? ¿Siembra, acaso, el banquero vuestros denarios y los riega para que crezcan? No. El fruto se produce por una sagaz negociación, de modo que, mediante hipotecas y préstamos a interés, el dinero se incrementa en el beneficio justamente requerido por el favor del oro prestado. ¿No es así?

Pues bien, escuchad: Dios os da las riquezas terrenas -a quiénes muchas, a quién apenas las que necesita para vivir -y os dice: "Ahora te toca a ti. Yo te las he dado. Haz de estos medios un fin como mi amor desea para tu bien. Te las confío, pero no para que te perjudiques con ellas. Por la estima en que te tengo, por reconocimiento hacia mis dones, haz producir a tus bienes para esta verdadera Patria” 0s voy a explicar el método para alcanzar este fin.

No deseéis acumular en la Tierra vuestros tesoros, viviendo para ellos, siendo crueles por ellos; que no os maldigan el prójimo y Dios a causa de ellos. No merece la pena. Aquí abajo están siempre inseguros. Los ladrones pueden siempre robaros; el fuego puede destruir las casas; las enfermedades de las plantas o del ganado, exterminaros los rebaños, destruiros los pomares. ¡Cuántos peligros se cela contra vuestros bienes! Ya sean estables y estén protegidos, como las cosas o el oro; ya estén sujetos a sufrir lesión en su naturaleza, como todo cuanto vive, como son los vegetales y los animales; ya se trate, incluso, de telas preciosas... todos ellos pueden sufrir merma: las casas, por el rayo, el fuego y el agua; los campos, por ladrones, roya, sequía, roedores o insectos; los animales, por vértigo, fiebres, descoyuntamientos o mortandades; las telas preciosas y muebles de valor, por la polilla o los ratones; las vajillas preciadas, lámparas y cancelas artísticas... Todo, todo puede sufrir merma.

Pero si de todo este bien terreno hacéis un bien sobrenatural, se salvará de toda lesión producida por el tiempo, por los propios hombres o la intemperie. Atesorad en el Cielo, donde no entran ladrones ni suceden infortunios. Trabajad sintiendo amor misericordioso hacia todas las miserias de la Tierra. Acariciad, sí, vuestras monedas, besadlas incluso si queréis, regocijaos por la prosperidad de las mieses, por los viñedos cargados de racimos, por los olivos plegados por el peso de infinitas aceitunas, por las ovejas fecundas y de turgentes ubres... haced todo esto, pero no estérilmente, no humanamente, sino con amor y admiración, con disfrute y cálculo sobrenatural.

"¡Gracias, Dios mío, por esta moneda, por estos sembrados y plantas y ovejas, por estas compraventas! ¡Gracias, ovejas, plantas, prados, transacciones, que tan bien me servís! ¡Benditos seáis todos, porque por tu bondad, oh Eterno, y por vuestra bondad, oh cosas, puedo hacer mucho bien a quien tiene hambre o está desnudo o no tiene casa o está enfermo o solo!... El año pasado proveí a las necesidades de diez. Este año -dado que, a pesar de que haya distribuido mucho como limosna, tengo más dinero y más pingües son las cosechas y numerosos los rebaños -daré dos o tres veces más de cuanto di el año pasado, a fin de que todos, incluso quienes no tienen nada propio, gocen de mi alegría y te bendigan conmigo Señor Eterno". Esta es la oración del justo, la oración que, unida a la acción, transfiere vuestros bienes al Cielo, y, no sólo os los conserva allí eternamente, sino que os los aumenta con los frutos santos del amor.

Tened vuestro tesoro en el Cielo para que esté allí vuestro corazón, por encima, y más allá, del peligro, no sólo de infortunios que perjudiquen al oro, casas, campos o rebaños, sino también de asechanzas contra vuestro corazón, y de que sea expoliado o agredido por el óxido o el fuego, asesinado por el espíritu de este mundo. Si así lo hacéis, tendréis vuestro tesoro en vuestro corazón, porque tendréis a Dios en vosotros, hasta que llegue el día dichoso en que vosotros estéis en Él.

No obstante, para no disminuir el fruto de la caridad, poned a tención a ser caritativos con espíritu sobrenatural. Lo que he dicho respecto a la oración y al ayuno valga para la beneficencia y para cualquier otra obra buena que podáis hacer.

Proteged el bien que hagáis de la violación de la sensualidad dei mundo, conservadlo virgen respecto a toda humana alabanza. No profanéis la rosa perfumada -verdadero incensario de perfumes gratos al Señor -de vuestra caridad y recto actuar. El espíritu de soberbia, el deseo de ser uno visto cuando hace el bien, la búsqueda de alabanzas, profanan el bien: las babosas del saciado orgullo ensucian con su secreción la rosa de la caridad y la van excavando con su boca; en el incensario caen hediondas pajas de la cama en que el soberbio, cual atiborrada bestia, retoza.

¡Ah, esas limosnas ofrecidas para que se hable de nosotros!... Mejor sería no darlas. El que no las da peca de insensibilidad; pero quien las ofrece dando a conocer la suma entregada y el nombre del destinatario, mendigando además alabanzas, peca de soberbia al dar a conocer la dádiva, porque es como si dijera: "¿Veis cuánto puedo?", pero peca también contra la caridad, porque humilla al destinatario de la limosna al publicar su nombre; y peca también de avaricia espiritual al querer acumular alabanzas humanas... que no son más que paja, paja, sólo paja. Dejad a Dios que os alabe con sus ángeles.

Cuando deis limosna, no vayáis tocando la trompeta delante de vosotros para atraer la atención de los que pasan y recibir alabanzas, como los hipócritas, que buscan el aplauso de los hombres (por eso dan limosna sólo cuando los pueden ver muchos). Éstos también han recibido ya su compensación y Dios no les dará ninguna otra. No incurráis vosotros en la misma culpa y presunción. Antes bien, cuando deis limosna, sea ésta tan pudorosa y celada que vuestra mano izquierda no sepa lo que hace la derecha; y luego olvidaos. No os detengáis a remiraros el acto realizado, hinchándoos con él como hace el sapo, que se remira en el pantano con sus ojos velados y, al ver reflejadas en el agua detenida las nubes, los árboles, el carro parado junto a la orilla, y a él mismo -tan pequeñito respecto a esas cosas tan grandes -, se hincha de aire hasta estallar. Del mismo modo vuestra caridad es nada respecto al Infinito que es la Caridad de Dios, y, si pretendierais haceros como Él convirtiendo vuestra reducida caridad en una caridad enorme para igualar a la suya, os llenaríais de aire de orgullo para terminar muriendo.

Olvidaos. Del acto en sí mismo, olvidaos. Quedará siempre en vosotros una luz, una voz, una miel, que harán vuestro día luminoso, dichoso, dulce. Pues la luz será la sonrisa de Dios; la miel, paz espiritual -Dios también-; la voz, voz del Padre-Dios diciéndoos: "Gracias". Él ve el mal oculto y el bien escondido, y os recompensará por ello. Os lo...

-¡Maestro, contradices tus propias palabras!

La ofensa, rencorosa y repentina, proviene del centro de la multitud. Todos se vuelven hacia el lugar de donde ha surgido la voz. Hay confusión.

Pedro dice:

-¡Ya te lo había dicho... cuando hay uno de ésos, no va bin nada!

De la muchedumbre se elevan silbidos y protestas contra el ofensor. Jesús es el único que conserva la calma. Ha cruzado sus brazos a la altura del pecho: alto, herida su frente por el sol, erguido sobre la piedra, con su indumento azul oscuro...

El que ha lanzado la ofensa, haciendo caso omiso de la reacción de la multitud, continúa:

-¡Eres un mal maestro porque enseñas lo que no haces y...
-¡Cállate! ¡Vete! ¡Deberías avergonzarte! -grita la multitud. -¡Vete con tus escribas! ¡A nosotros nos basta el Maestro! ¡Los hipócritas con los hipócritas! ¡Falsos maestros! ¡Usureros!...

Y seguirían, si Jesús no elevase su voz potente:

-¡Silencio! Dejadlo hablar.

La gente entonces deja de chillar, pero sigue bisbiseando sus improperios, sazonados con miradas furiosas.

-Sí, enseñas lo que no haces. Dices que se debe dar limosna, pero sin ser vistos, y Tú, ayer, delante de toda una multitud, dijiste a dos pobres: "Quedaos, que os daré de comer".

-Dije: "Que se queden los dos pobres. Serán los benditos huéspedes que darán sabor a nuestro pan". Nada más. No he dicho que quería darles de comer. ¿Qué pobre no tiene al menos un pan? Mi alegría consistía en ofrecerles buena amistad.

-¡Ya!, ¡ya! ¡Eres astuto y sabes pasar por cordero!...
El anciano pobre se pone en pie, se vuelve y, alzando su bastón, grita:

-¡Lengua infernal. Tú acusas al Santo. ¿Crees, acaso, saber todo y poder acusar por lo que sabes? De la misma forma que ignoras quién es Dios y aquel a quien insultas, así ignoras sus acciones. Sólo los ángeles y mi corazón exultante lo saben; oíd, hombres, oíd todos y juzgad después si Jesús es el embustero y soberbio de que habla este desecho del Templo. Él…

-¡Calla, Ismael! ¡Calla por amor a mí! Si he alegrado tu corazón, alegra tú el mío guardando silencio -dice Jesús en tono suplicante.

-Te obedezco, Hijo santo. Déjame decir sólo esto: la boca del anciano israelita fiel lo ha bendecido; a Él, que me ha concedido favor de parte de Dios. Dios ha puesto en mis labios la bendición por mí y por Sara, mi nueva hija; no así contigo: sobre tu cabeza no descenderá la bendición.

No te maldigo, no ensuciaré con una maldición mi boca, que debe decir a Dios:

“Acógeme". No maldije a quien me renegó y ya he recibido la recompensa divina. Pero habrá quien haga las veces del Inocente acusado y de Ismael, amigo de este Dios que concede su favor.

Gritos en coro cierran las palabras del anciano, que se sienta de nuevo, mientras un hombre, seguido de improperios, a hurtadilla, se aleja.

La muchedumbre grita:

-¡Continúa, continúa, Maestro santo! Solo te escuchamos a ti. Escúchanos a nosotros: ¡No queremos a esos malditos pájaros de mal agüero! ¡Son envidiosos! ¡Te preferimos a ti! Tú eres santo; ellos, malos. ¡Síguenos hablando, sigue! Ya ves que estamos sedientos sólo de tu palabra.

¿Casas?, ¿negocios?... No son nada en comparación con escucharte a ti.

-Seguiré hablando, pero orad por esos desdichados. No os exasperéis. Perdonad, como Yo perdono. Porque si perdonáis a los hombres sus fallos también vuestro Padre del Cielo os perdonará vuestros pecados; pero si sois rencorosos y no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras faltas. Todos tienen necesidad de perdón.

Os decía que Dios os recompensará aunque no le pidáis que premie el bien que hayáis hecho. Ahora bien, no hagáis el bien para obtener una recompensa, para disponer de un aval para el futuro. Que vuestras buenas obras no tengan la medida y límite del temor de si os quedará algo para vosotros, o de si, quedándoos sin nada, no va a haber nadie que os ayude a vosotros, o de si encontraréis a alguien que haga con vosotros lo que vosotros habéis hecho, o de si os seguirán queriendo cuando ya no podáis dar nada.

Mirad: tengo amigos poderosos entre los ricos y amigos entre los pobres de este mundo. En verdad os digo que no son los amigos poderosos los más amados; a éstos me acerco no por amor a mí mismo o por interés personal, sino porque de ellos puedo obtener mucho para quienes nada tienen. Yo soy pobre. No tengo nada. Quisiera tener todos los tesoros del mundo y convertirlos en pan para quienes padecen hambre, o en casas para quienes carecen de ellas; en vestidos para los desnudos, en medicinas para los enfermos. Diréis: "Tú puedes curar". Sí, y más cosas. Pero no siempre tienen fe, y no puedo hacer lo que haría, lo que quisiera hacer de encontrar en los corazones fe en mí.

Quisiera agraciar incluso a estos que no tienen fe; quisiera dado que no le piden el milagro al Hijo del hombre, ayudarlos como hombre que soy Yo también. Pero no tengo nada; por ello tiendo la mano a quienes tienen y les pido ayuda en nombre de Dios. Por eso tengo amigos entre los poderosos.

El día de mañana, una vez que ha ya dejado esta Tierra, seguirá habiendo pobres; Yo no estaré ya aquí para realizar milagros en favor de quien tiene fe, ni podré dar limosna para guiar hacia la fe; pero mis amigos ricos, para entonces, ya habrán aprendido por el contacto conmigo el modo de ayudar a los necesitados; y mis apóstoles, igualmente por el contacto conmigo, habrán aprendido a solicitar limosna por amor a los hermanos. Así, los pobres siempre tendrán una ayuda.

Pues bien, ayer he recibido, de una persona que no tenía nada, más de cuanto me han dado todos los que sí tienen. Es un amigo tan pobre como Yo, pero me ha dado una cosa que no se paga con moneda alguna, y que me ha sido motivo de dicha trayendo a mi memoria muchas horas serenas de mi niñez y juventud, cuando todas las noches el Justo imponía sus manos sobre mi cabeza y Yo me iba a descansar con su bendición como custodia de mi sueño. Ayer este amigo más pobre me ha hecho rey con su bendición. Ved, pues, cómo ninguno de mis amigos ricos me ha dado jamás lo que él. No temáis, por tanto: aunque perdáis el poder del dinero, os bastará el amor y la santidad para poder favorecer al pobre, al cansado o al afligido.

Por tanto, os digo: no os afanéis demasiado por temor a la escasez. Siempre tendréis lo necesario. No os apuréis demasiado por el futuro. Nadie sabe cuánto futuro tiene por delante. No os preocupéis de qué comeréis para mantener la vida, ni de qué vestiréis para -mantener caliente vuestro cuerpo. La vida de vuestro espíritu es mucho más valiosa que el vientre y los miembros, vale mucho más que la comida y el vestido, así como la vida material es más que la comida y el cuerpo más que el vestido. El Padre lo sabe, sabedlo también vosotros. Mirad los pájaros del aire: no siembran ni cosechan, no recogen en los graneros, y, sin embargo, no mueren de hambre, porque el Padre celeste los nutre. Vosotros, hombres, criaturas predilectas del Padre, valéis mucho más que ellos.

¿Quién de vosotros, con todo su ingenio, podrá añadir a su estatura un solo codo? Si no lográis elevar vuestra estatura ni siquiera un palmo, ¿cómo pensáis que vais a poder cambiar vuestra condición futura, aumentando vuestras riquezas para garantizaros una larga y próspera vejez? ¿Podéis, acaso, decirle a la muerte: "Vendrás por mí cuando yo quiera"? No, no podéis. ¿Para qué, pues, preocuparos por el mañana?, ¿por qué ese gran dolor del temor a quedaros sin nada con que vestiros? Mirad cómo crecen los lirios del campo: no trabajan, no hilan, ni van a los vendedores de vestidos a comprar. Y, sin embargo, os aseguro que ni Salomón con toda su gloria se vistió jamás como uno de ellos. Pues bien, si Dios viste así la hierba del campo, que hoy existe y mañana sirve para calentar el horno o como pasto de los rebaños -al final, ceniza o estiércol -, ¡cuánto más os proveerá a vosotros, hijos suyos, de lo necesario!

No seáis hombres de poca fe. No os angustiéis por un futuro incierto, diciendo: "¿Cuando sea viejo, qué comeré?, ¿qué beberé?, ¿con qué me vestiré?". Dejad estas preocupaciones para los gentiles, que no tienen la sublime certeza de la paternidad divina. Vosotros la tenéis, y sabéis que el Padre conoce vuestras necesidades y que os ama. Confiad, pues, en Él. Buscad primero las cosas verdaderamente necesarias: fe, bondad, caridad, humildad, misericordia, pureza justicia, mansedumbre, las tres y las cuatro virtudes principales, y todas las demás; de forma que seáis amigos de Dios, y tengáis derecho a su Reino. Os aseguro que todo lo demás se os dará por añadidura sin necesidad siquiera de pedirlo. No hay mayor rico que el santo, ni hombre más seguro que él. Dios está con el santo y el santo está con Dios. Por su cuerpo no pide, y Dios le provee de lo necesario; trabaja, antes bien, para su espíritu, y Dios mismo se da a él ya aquí, y después de esta vida le dará el Paraíso.

No os acongojéis, pues, por lo que no merece vuestra aflicción Doleos de ser imperfectos, no de tener pocos bienes terrenos. No os atormentéis por el mañana: el mañana tendrá su propia preocupación, y vosotros tendréis que preocuparos por el mañana cuando lo viváis. ¿Por qué pensar en el mañana hoy? ¿Es que, acaso, la vida no está ya suficientemente llena de recuerdos penosos del ayer y de pesadumbres del hoy como para sentir la necesidad de cargarla además con las angustias de los "¿qué sucederá?" mañana? Dejadle a cada día su afán. Habrá siempre más penas en la vida de las que querríamos tener. No añadáis penas presentes a penas futuras. Decid siempre la gran palabra de Dios: "Hoy". Sois sus hijos, creados a su semejanza; decid, pues, con Él: "Hoy".

Y hoy os doy mi bendición. Que os acompañe hasta el comienzo del nuevo hoy, o sea, mañana; es decir, cuando os dé nuevamente la paz en nombre de Dios.


   


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