Saturday December 14,2024
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EL EVANGELIO
COMO ME HA SIDO REVELADO


El Evangelio como me ha sido revelado

Autor: María Valtorta

« PARTE 3 de 7 »

SEGUNDO AÑO DE LA
VIDA PUBLICA DE JESUS

Partes: [ 1 ] [ 2 ] [ 3 ]
[ 4 ] [ 5 ] [ 6 ] [ 7 ]



141. Yendo hacia Arimatea con los discípulos y con
José de Emaús

142. Con los doce hacia Samaria

143. La samaritana Fotinai

144. Los samaritanos invitan a Jesús a Sicar

145. El primer día en Sicar

146. El segundo día en Sicar. Jesús se despide de los samaritanos

147. Curación de una mujer de Sicar y conversión de Fotinai

148. Jesús visita a Juan el Bautista en las cercanías de Enón

149. La visita a Juan el Bautista, motivo de instrucción
a los apóstoles

150. Jesús en Nazaret, en casa de su Madre. Ella deberá
seguir a su Hijo

151. En Caná en casa de Susana, que se hará discípula.
El oficial del rey

152. María Salomé es recibida como discípula

153. Las mujeres allegadas a los discípulos al servicio de Jesús

154. Jesús en Cesárea Marítima habla a los galeotes.
Las fatigas del apostolado

155. Curación de la niña romana en Cesárea

156. Analía, la primera de las vírgenes consagradas

157. Instrucciones a las discípulas en Nazaret

158. En el lago de Genesaret
con Juana de Cusa.

159. Discurso en Guerguesa. La respuesta sobre el ayuno a los discípulos de Juan el Bautista.

160. Encuentro con Gamaliel en el camino de Neftalí a Yiscala

161. Curación del nieto del fariseo Elí de Cafarnaúm

162. Las conversiones humanas del fariseo Elí
y de Simón de Alfeo

163. Comiendo en casa del fariseo Elí de Cafarnaúm

164. El retiro en el monte para la elección de los Apóstoles

165. Elección de los doce Apóstoles

166. Los milagros después de la elección apostólica. Simón el Zelote y Juan predican por primera vez

167. Jesús concurre con las romanas en el jardín
de Juana de Cusa

168. Aglae en casa de María,
en Nazaret

169. Primer discurso de la Montaña: la misión de los apóstoles y de los discípulos

170. Segundo discurso de la Montaña: el don de la Gracia; las bienaventuranzas

171. Tercer discurso de la Montaña: los consejos evangélicos que perfeccionan
la Ley

172. Cuarto discurso de la Montaña: el juramento, la oración, el ayuno. El anciano Ismael y Sara

173. Quinto discurso de la Montaña: el uso de las riquezas; la limosna; la confianza en Dios.

174. Sexto discurso de la Montaña: la elección entre el Bien y el Mal; el adulterio; el divorcio. La llegada importuna de
María de Magdala.

175. El leproso curado al pie del Monte. Generosidad
del escriba Juan

176. Durante el descanso sabático, el último discurso
de la Montaña:
amar la voluntad de Dios

177. La curación del siervo
del centurión

178. Tres hombres que quieren seguir a Jesús

179. La parábola del sembrador. En Corazín con el nuevo
discípulo Elías

180. Controversia en la cocina de Pedro en Betsaida. Explicación de la parábola del sembrador. La noticia de la segunda captura de Juan el Bautista

181. La parábola del trigo
y la cizaña

182. Palabras a algunos pastores
con el huerfanito Zacarías

183. La curación de un hombre herido en casa de
María de Magdala

184. El pequeño Benjamín de Magdala y dos parábolas sobre
el Reino de los Cielos

185. La tempestad calmada.
Una lección sobre
sus preliminares

186. Los dos endemoniados de la región de los Gerasenos

187. Hacia Jerusalén
para la Pascua.
De Tariquea al monte Tabor

188. La gruta de la maga y el encuentro con Félix, llamado luego Juan

189. En Naím. Resurrección del hijo de una viuda

190. La llegada a la llanura de Esdrelón durante la puesta
del sol del viernes

191. El sábado en Esdrelón.
El pequeño Yabés.
Parábola del rico Epulón

192. Una predicción a Santiago de Alfeo. La Regada a Engannim tras un alto en Meguido

193. Llegada a Siquem tras dos días de camino

194. La revelación al pequeño Yabés durante el camino de Siquem a Berot

195. Una lección de Juan de Endor a Judas Iscariote.
Llegada a Jerusalén

196. El sábado en Getsemaní. Jesús habla de su Madre y de los amores de distintas potencias

197. En el Templo con José de Arimatea. La hora del incienso

198. El encuentro con la Madre en Betania. Yabés cambia su nombre por el de Margziam

199. Donde los leprosos de Siloán y Ben Hinnom. Pedro obtiene a Margziam
por medio de María

200. Coloquio de Áglae
con el Salvador

201. El examen de la mayoría
de edad de Margzia

202. Judas Iscariote es reprendido. Llegada de los campesinos de Jocanán

203. El Padrenuestro

204. La fe y el alma explicadas a los paganos con la parábola
de los templos

205. La parábola del hijo pródigo

206. Con dos parábolas sobre el Reino de los Cielos, termina la permanencia en Betania

207. En la gruta de
Belén la Madre evoca
el nacimiento de Jesús

208. María Santísima ve de nuevo al pastor Elías y con Jesús va a Betsur donde Elisa

209. La fecundidad del dolor, en el discurso de Jesús junto a la casa de Elisa en Betsur

210. Las inquietudes de Judas Iscariote durante el camino
hacia Hebrón

211. Regreso a Hebrón, patria del Bautista

212. Una ola de amor a Jesús, que en Yuttá habla desde
la casita de Isaac

213. En Keriot una profecía de Jesús y el comienzo de la predicación apostólica

214. La madre de Judas abre su corazón a María Stma., que ha llegado a Keriot

215. El posadero de Bet Yinna
y su hija lunática

216. Las infidelidades de los discípulos en la parábola
del diente de león

217. Las espigas arrancadas
un sábado

218. La llegada a Ascalón,
ciudad filistea

219. Los distintos frutos de la predicación de los apóstoles en la ciudad de Ascalón

220. Los idólatras de Magdalgad y la curación milagrosa
de la parturienta

221. Los prejuicios de los apóstoles respecto a los paganos y la parábola del hijo deforme

222. Un secreto del apóstol Juan

223. Una caravana nupcial se libra del asalto de bandidos después de un discurso de Jesús

224. En el apóstol Juan actúa el Amor. Llegada a Béter

225. El paralítico de la piscina de Betseida y la disputa sobre las obras del Hijo de Dios

226. Un signo bueno por parte de María de Magdala. Muerte del anciano Ismael

227. Un episodio incompleto

228. Margziam confiado
a Porfiria

229. Discurso a los habitantes de Betsaida sobre el gesto de caridad de Simón Pedro

230. Curación de la hemorroisa y resurrección de la hija de Jairo

231. En Cafarnaúm, Jesús y Marta hablan de la crisis que atormenta a María de Magdala

232. Curación de dos ciegos y de un mudo endemoniado

233. La parábola de la oveja perdida. María de Magdala también la oye

234. Comentario de tres episodios sobre la conversión de María de Magdala

235. Marta ha recibido de su hermana María la certidumbre de la conversión

236. La cena en casa de Simón el fariseo y la absolución
a María de Magdala

237. La petición de obreros para la mies, y la parábola del tesoro escondido en el campo. Marta todavía teme por su
hermana María

238. Llegada de María Stma. con María de Magdala a Cafarnaúm en medio de una tempestad

239. La parábola de los peces, la parábola de la perla, y del tesoro de las enseñanzas viejas y nuevas

240. En Betsaida, en la casa de Simón, con Porfiria y Margziam, el cual enseña a la Magdalena la oración de Jesús

241. Vocación de la hija de Felipe. Llegada a Magdala y parábola de la dracma perdida

242. Jesús habla sobre la Verdad al romano Crispo, el único que lo escucha de Tiberíades

243. En Caná en la casa de Susana. Las expresiones, los gestos y la voz de Jesús. Debate de los apóstoles acerca de las posesiones diabólicas

244. Juan repite un discurso de Jesús sobre la Creación y sobre los pueblos que esperan la Luz

245. Una acusación de los nazarenos a Jesús, rechazada con la parábola del
leproso curado

246. Un apólogo para los habitantes de Nazaret, los cuales permanecen incrédulos

247. María Stma. instruye a la Magdalena en orden
a la oración mental

248. En Belén de Galilea. Juicio ante un homicidio y parábola de los bosques petrificados

249. María Stma. instruye a Judas Iscariote sobre el deber preeminente de la
fidelidad a Dios

250. A los discípulos que han venido con Isaac: la parábola del lodo transformado en llama. Juan de Endor es alma víctima

251. A los pescadores siro-fenicios: la parábola del minero perseverante. Hermasteo
de Ascalón

252. El regreso de Tiro. Milagros. Parábola de la vid y el olmo

253. María Santísima devela a María de Alfeo el sentido de la maternidad espiritualizada.
La Magdalena debe
forjarse sufriendo

254. El encuentro con Síntica, esclava griega y la llegada a Cesárea Marítima

255. Despedida de las hermanas Marta y María, que parten con Síntica. Una lección
a Judas Iscariote

256. Parábola sobre la virtud de la esperanza, que sujeta la fe
y la caridad

257. Retiro de Jesús y Santiago de Alfeo en el monte Carmelo

258. Jesús revela a Santiago de Alfeo cuál será su misión
de apóstol

259. Lección sobre la Iglesia y los Sacramentos a Santiago de Alfeo, que obra un milagro

260. Dos parábolas de Pedro para los campesinos
de la llanura de Esdrelón

261. Exhortación a los campesinos de Doras,
que ahora lo son de Jocanán

262. Una hija no querida y el papel de la mujer redimida.
El Iscariote solicita
la ayuda de María

263. Curación del hombre del brazo atrofiado

264. Una jornada de Judas Iscariote en Nazaret

265. Instrucciones a los doce apóstoles al comienzo
de su ministerio

266. Los discípulos del Bautista quieren verificar que Jesús es el Mesías. Testimonio sobre el Precursor e invectiva contra las ciudades impenitentes

267. Jesús, carpintero en Corazín

268. Lección sobre la caridad con la parábola de los titos. El yugo de Jesús es ligero

269. La disputa con escribas y fariseos en Cafarnaúm. Llegada de la Madre y de los hermanos

270. Jesús recibe la noticia de que han matado a
Juan el Bautista

271. Salida para Tariquea con los apóstoles, que han regresado a Cafarnaúm

272. Reencarnación y vida eterna en el diálogo con un escriba

273. La primera multiplicación
de los panes

274. Jesús camina sobre las aguas. Su prontitud en socorrer
a quien le invoca

275. Cuatro nuevos discípulos. Jesús habla sobre las obras de misericordia corporal y espiritual

276. El hombre avaro y la parábola del rico necio. Las inquietudes y la vigilancia
en los siervos de Dios

277. En Magdala, en los jardines de María. El amor y la corrección entre hermanos

278. El perdón y la parábola del siervo inicuo. La misión confiada a setenta y dos discípulos

279. Encuentro con Lázaro en el campo de los Galileos

280. El regreso de los setenta y dos. Profecía sobre
los místicos futuros

281. En el Templo durante la fiesta de los Tabernáculos. Las condiciones para seguir a Jesús. La parábola de los talentos y la parábola del buen samaritano

282. La delación al Sanedrín respecto a Hermasteo,
Juan de Endor y Síntica

283. Síntica habla de su encuentro con la Verdad

284. La casita donada por Salomón. Cuatro apóstoles
se quedarán en Judea

285. Lázaro ofrece un refugio para Juan de Endor y Síntica. Viaje feliz hacia Jericó
sin Judas Iscariote

286. En Ramot con el mercader Alejandro Misax. Lección a Síntica sobre el recuerdo
de las almas

287. De Ramot a Gerasa con la caravana del mercader

288. Palabras a los habitantes de Gerasa y alabanza de una mujer a la Madre de Jesús

289. AEl sábado a Gerasa. Asueto de Margziam. La pregunta de Síntica sobre la salvación
de los paganos

290. El hombre de los ojos ulcerosos. El alto en la "fuente del Camellero". Más sobre el recuerdo de las almas

291. Margziam descubre por qué Jesús ora todos los días
a la hora nona

292. Insidia de escribas y fariseos en Bosrá

293. Palabras de Jesús y milagros en Bosrá, después de la irrupción de dos fariseos. El don de la fe a Alejandro Misax

294. La rica dádiva del mercader. Adiós a la Madre
y a las discípulas

295. Palabras y milagros en Arbela, ya evangelizada por Felipe de Jacob

296. Llegada a Aera bajo la lluvia. Curación de los enfermos que allí esperan

297. Con el sermón de Aera termina el segundo
gran viaje apostólico

298. La ayuda prestada a los huerfanitos María y Matías y las enseñanzas que de ella
se deducen

299. A Juana de Cusa le son confiados, para su tutela, los huerfanitos María y Matías

300. Con escribas y fariseos en casa del resucitado de Naím

301. ola de las frentes destronadas y explicación de la parábola sobre lo no puro

302. En Magdala, antes de mandar a todos a sus respectivas familias para las Encenias

303. Jesús donde su Madre
en Nazaret

304. Con Juan de Endor, Síntica y Margziam. María es Madre
y Maestra

305. Jesús consuela a Margziam con la parábola de los pajarillos

306. También Simón Zelote está en Nazaret. Lección sobre los daños del ocio

307. Controversia en la casa de Nazaret acerca de las culpas de los nazarenos. Lección sobre la tendencia al pecado a pesar de la Redención

308. Curación del hijo de Simón de Alfeo. Margziam es el primero de los niños discípulos

309. Sacrificio de Margziam por la curación de una niña. Enmienda de Simón de Alfeo

310. Con Pedro, en Nazaret, Jesús organiza la partida
de Juan de Endor y Síntica

311. La renuncia de Margziam es ocasión de una lección sobre los sacrificios hechos por amor

312. Jesús comunica a Juan de Endor la decisión de enviarle a Antioquía. Final del segundo año

 

199- Donde los leprosos de Siloán y Ben Hinnom. Pedro obtiene a Margziam por medio de María


Una mañana espléndida, que invita verdaderamente a pasear dejando cama y casa. Los que están en la casa de Simón Zelote, cual abejas con los primeros rayos solares, se levantan muy temprano y salen a respirar el aire puro al huerto de Lázaro, que circunda la casita hospitalaria.

Pronto se suman a ellos los que están alojados en casa de Lázaro, es decir: Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Andrés y Santiago de Zebedeo. El sol entra alegre por las ventanas y puertas abiertas de par en par, y las habitaciones, sencillas y limpias, se visten de un tono oro que aviva los colores de los vestidos y hace más brillantes los de los cabellos y las pupilas.

María de Alfeo y Salomé están centradas en servir a estos hombres de vigoroso apetito. María está atenta a cómo un servidor de la casa de Lázaro le arregla a Margziam sus delicados cabellos, igualándoselos con más destreza que su precedente peluquero.

-Por ahora va bien así -dice el sirviente -luego, después del ofrecimiento a Dios de tu melena de niño, te dejaré el pelo bien cortito. Está llegando el calor y estarás mejor sin pelos que te cubran el cuello; además se te pondrán más fuertes; ahora están secos y quebradizos; son cabellos descuidados. ¿Ves, María?, necesitan un cuidado; ahora los unjo para que no se alboroten. ¿Ves, niño, que buen olor? Es el ungüento que usa Marta: almendra, palma y médula finísima -y esencia exótica. Es muy bueno. Mi ama ha dicho que se conserve este tarrito para el niño. ¡Ah! ¡Eso es!... ¡Ahora pareces el hijo del rey.

Y el sirviente -que quizás es el barbero de la casa de Lázaro -le da un cachetito a Margziam en un carrillo, se despide de María y se marcha satisfecho.

-Ven que te visto -dice María al niño, que en este momento no tiene sino una prenda de mangas cortas (creo que es la camisa, o 1o que en aquellos tiempos la suplía: por lo fino que es el lino, deduzco que pertenecía al vestuario de Lázaro niño). María le quita la toalla en que estaba casi completamente envuelto y le pone una vestidura de lino, fruncida en la base del cuello y en las muñecas, y luego la sobreveste roja, de lana, de amplio escote y anchas mangas. El lino esplendoroso sobresale, blanquísimo, por el escote y las mangas del indumento rojo y opaco. Las manos de María deben haberse encargado por la noche del problema de la largura de la túnica y de las mangas; ahora va bien todo, especialmente cuando María le ciñe la cintura con la suave banda del cinturón, terminada en una borla de lana blanca y roja. El niño ya no parece ese pobre ser insignificante de pocos días antes.

-Ve a jugar mientras me preparo, pero sin mancharte -dice María acariciándolo. Y el niño sale, saltando contento, a buscar a sus grandes amigos.

El primero en verlo es Tomás:

-¡Pero qué guapo estás! ¡De boda! Yo ahora, comparado contigo, es que desaparezco -dice Tomás, siempre alegre, metido en carnes, tranquilo; y lo coge de la mano y dice:

-Ven. Vamos con las mujeres. Te estaban buscando para darte la comida.

Entran en la cocina. Tomás, con su vozarrón, gritando, hace pegar un salto a las dos Marías, que estaban agachadas hacia los anafres:

-¡Aquí hay un jovencito que os estaba buscando! -y, riendo, presenta al niño, que se había escondido detrás de su robusta persona.

-¡Cariño! ¡Ven, que te dé un beso! ¡Mira, Salomé, qué bien está así! -exclama María de Alfeo.

-¡Verdaderamente! Ahora sólo le falta hacerse más fuerte. Me encargaré yo de ello. Ven, que te bese también yo» dice Salomé.

-Jesús quiere confiárselo a los pastores... -objeta Tomás.

-¡Ni soñarlo! En esto mi Jesús se equivoca. Pero, vosotros, los hombres, ¿qué podéis pretender?, ¿qué sabéis hacer?: discutir -porque, dicho sea de paso, sois más bien dados a discutir... como los chivos, que se quieren pero se dan cornadas -, comer, hablar; tenéis mil necesidades, y pretendéis del Maestro total atención a vosotros... si no, malas caras... Los niños tienen necesidad de sus madres. ¿No es verdad?... ¿Cómo te llamas?

-Margziam.
-¡Vaya! ¡Bendita María mía! ¡Podía haberte puesto un nombre más fácil!

-¡Es casi como el suyo! -exclama Salomé.

-Sí, pero el suyo es más simple. No tiene esas tres letras en medio... Tres son demasiadas...

Judas Iscariote, que acaba de entrar, dice:
-Ha puesto el nombre de significado exacto según la genuina lengua antigua.

-Bueno, bien, pero... es difícil; yo quito una letra y digo Marziam.

-Es más fácil, y no creo que se vaya a hundir el mundo por eso. ¿Verdad, Simón?

Pedro, que pasaba en ese momento por delante de la ventana hablando con Juan de Endor, se asoma y dice:

-¿Qué quieres?

-Decía que pienso llamar Marziam al niño, porque es más fácil. -Tienes razón, mujer. Si la Madre me lo permite yo también lo llamaré Marziam. Pero... ¡Estás perfectamente así!... ¡Yo también! ¿Eh?!... ¡Observad!

En efecto, está bien cepillado, tiene afeitados los carrillos, arreglados y ungidos pelo y barba, el vestido sin arrugas; ¿y las sandalias?: las ha limpiado tanto y les ha sacado tanto brillo -no sé con qué -, que parecen nuevas. Las mujeres lo admiran y él ríe contento.

El niño, que ha terminado ya de comer, sale para ir con su gran amigo, al que llama siempre "padre".

Viene Jesús de la casa de Lázaro. El niño corre a su encuentro y Jesús le dice:

-La paz entre nosotros, Margziam. Démonos el beso de la paz.
El niño saluda también a Lázaro, que venía con Jesús, y recibe una caricia y un dulce. Todos se reúnen en torno a Jesús. También María, que lleva ahora una túnica de lino color turquesa y un manto más oscuro de elegantes pliegues, viene sonriendo hacia su Hijo.

-Entonces, podemos empezar a marcharnos -dice Jesús -. Tú-Simón, con mi Madre y el niño, si es que estás empeñado todavía en comprar, aunque ya Lázaro haya resuelto el problema. -¡Ciertamente! Además... podré decir que una vez pude caminar al lado de tu Madre, lo cual es un gran honor. -Pues ve. Tú, Simón, me acompañarás a hacer una visita a tus amigos leprosos... -¡Sí, Maestro! Entonces, si me lo permites, me adelanto, corriendo, para reunirlos... Me verás allí; total... ya sabes dónde están... -De acuerdo. Ve. Los demás, haced lo que os parezca más conveniente; disponed libremente todos hasta el miércoles por la mañana A la hora tercera todos ante la Puerta Dorada.

-Yo voy contigo, Maestro -dice Juan.
-Yo también -dice Santiago, su hermano.
-Y también nosotros -dicen los dos primos.
-Yo también -dice Mateo, y con él Andrés.
-¿Y yo? También quisiera ir contigo... pero, si voy a hacer las compras, no puedo... -dice Pedro sujeto a dos deseos.

-Hay una solución. Primero vamos a ver a los leprosos. Entretanto, mi Madre va con el niño a una casa amiga de Ofel. Luego la alcanzamos y vas con Ella mientras Yo y los demás vamos a casa de Juana. Luego nos reunimos en Getsemaní para comer, y luego, al atardecer, volvemos aquí.

-Yo, con tu permiso, voy a donde unos amigos... -dice Judas Iscariote.

-Pero si ya he dicho que hagáis lo que creáis más conveniente.

-Entonces yo voy a ver a la familia. Quizás ha vuelto ya mi padre. Si es así, te lo traigo -dice Tomás.

-¿Qué te parece, Felipe, si nosotros dos vamos a ver a Samuel?

-¿Me parece bien -responde éste a Bartolomé.
-¿Y tú, Juan? -le pregunta Jesús al hombre de Endor -¿Prefieres quedarte aquí a ordenar tus libros o venir conmigo?

-Verdaderamente preferiría ir contigo... Los libros... ahora ya me gustan menos. Prefiero leerte a ti, Libro vivo.

-Pues ven. Adiós, Lázaro, hasta...
-No, no; también voy yo. Las piernas están un poco mejor. Después de los leprosos te dejo y voy a Getsemaní a esperarte.

-Vamos. La paz a vosotras, mujeres.

Hasta las cercanías de Jerusalén van todos juntos. Luego se separan: Judas se va por su cuenta (entra en la ciudad, probablemente por la Puerta que está hacia la Torre Antonia); Tomás, Felipe y Natanael, con María y el niño, caminan todavía con Jesús y los otros compañeros unas cuantas decenas de metros para luego entrar en la ciudad por la parte del suburbio de Ofel.

-¡Bien! ¡Encaminémonos hacia estos infelices! -dice Jesús, y, volviendo las espaldas a la ciudad, empieza a andar en dirección a un lugar desolado, situado en las laderas de un cerro rocoso que está entre los dos caminos que de Jericó van a Jerusalén. Es un lugar extraño: después de la primera subida por la que trepa un escarpado sendero, presenta una estructura escalonada, de forma que, hasta el primer desnivel, hay al menos tres metros a pico, y así el segundo desnivel... Es un lugar árido, muerto...tristísimo.

-Maestro -grita Simón Zelote -estoy aquí; párate, que te enseño yo el camino... -y Simón, que estaba apoyado en la roca buscando un poco de sombra, viene, y conduce a Jesús por una vereda también escalonada, que va en dirección a Getsemaní, aunque del otro lado del camino que une el Monte de los Olivos con Betania.

-Hemos llegado. Yo viví entre los sepulcros de Siloán. Aquí están mis amigos; parte de ellos, porque los otros están en Ben Hinnom y no han podido venir porque habrían tenido que atravesar el camino y los habrían visto.
-Iremos a verlos también a ellos.

-¡Gracias!, por ellos y por mí.
-¿Son muchos?
-El invierno ha matado a la mayoría. Aquí, de todas formas, hay todavía cinco de aquellos con los que había hablado. Te esperan. Mira, allí están, en el borde de su presidio...

Serán diez monstruos. Digo "serán" porque, si bien a cinco de ellos se los distingue en pie, a los otros -sea por el color grisáceo de su piel, sea por la deformidad de su rostro, sea porque apenas descuellan del pedregal -se los distingue tan mal, que su número podría ser mayor o menor.

Entre los que están en pie, hay sólo una mujer: dicen que es mujer sólo sus encanecidos cabellos, descuidados, duros y sucios, que le caen por la espalda hasta la cintura; por lo demás, no se distingue su sexo, pues la enfermedad, ya muy avanzada, la ha reducido a los huesos, anulando todo resto de femenina forma. Igualmente, respecto a los hombres, sólo uno muestra todavía un remanente de bigote y barba; a los demás los ha rasurado la destructora enfermedad.

Gritan:
-¡Piedad de nosotros, Jesús, Salvador nuestro! -y tienden hacia Él sus manos, deformes y llagadas.

-¡Jesús, Hijo de David ten piedad!

-¿Qué deseáis que os haga? -pregunta Jesús alzando el rostro hacia esas ruinas humanas.

-Que nos liberes del pecado y de la enfermedad.

-Del pecado libera la voluntad y el arrepentimiento...
-Pero, si Tú quieres, puedes cancelar nuestros pecados. A1 menos eso, si no quieres curar nuestros cuerpos.
-Si os digo: "Elegid entre las dos cosas", ¿cuál queréis?
-El perdón de Dios, Señor; para sentirnos menos desolados.
Jesús hace un gesto de aprobación, sonriendo luminosamente, luego alza los brazos y grita:

-¡Sea como queréis! ¡Lo quiero!

¡Como queréis!: puede referirse al pecado o a la enfermedad, o a las dos cosas; los cinco desdichados quedan en la incertidumbre; ellos sí, pero no los apóstoles, que no pueden menos que gritar su hosanna cuando ven que la lepra desaparece rápidamente, como el copo de nieve caído en la llama. Entonces los cinco comprenden que se les ha concedido todo lo que habían pedido... y su grito resuena como un tañido de victoria: se abrazan entre sí, lanzan besos a Jesús -no pueden arrojarse a sus pies -, y luego se vuelven a sus compañeros:

-¿No queréis todavía creer? ¡Qué desdichados sois!
-¡Calma! ¡Tranquilos! Estos pobres hermanos necesitan pensar. No les digáis nada. La fe no se impone; se predica con paz, dulzura, paciencia, constancia, que es lo que haréis después de vuestra purificación, como hizo Simón con vosotros. Por lo demás, el milagro predica ya por sí mismo. Vosotros, los curados, iréis a presentaros al sacerdote lo antes posible; vosotros, los enfermos, esperad para esta tarde nuestro regreso: os traeremos comida. La paz sea con vosotros.

Jesús, seguido de las bendiciones de todos, baja de nuevo al camino.

-Ahora vamos a Ben Hinnom -dice Jesús.
-Maestro... quisiera ir contigo, pero comprendo que no puedo. Voy al Getsemaní -dice Lázaro.
-Ve, ve, Lázaro. La paz sea contigo.

Mientras Lázaro lentamente se pone en camino, Juan apóstol dice:
-Maestro, lo acompaño: camina con dificultad y la vereda no es muy buena. Te alcanzo en Ben Hinnom.
-Bien, ve. Vamos.

Pasan el Cedrón. Siguen el lado sur del monte Tofet. Llegan a un vallecillo sembrado de tumbas e inmundicias, sin un solo árbol, sin nada que proteja del sol, que en este lado meridional cae implacable con su fuego poniendo al rojo el pedrisco de estos nuevos escalones de infierno, en cuya base aumentan el calor inflamadas emanaciones fétidas. Dentro de estas tumbas, que asemejan a hornos crematorios, míseros cuerpos se consumen... Siloán, siendo húmedo y estando orientado casi al Norte, será feo en invierno, pero este lugar debe ser terrorífico en verano...

Simón Zelote lanza una llamada... y, primero tres, luego dos, luego uno, y todavía otro más, se acercan, como pueden, hasta el límite prescrito. Aquí hay dos mujeres; una de ellas lleva de la mano a un esperpento de niño al que la lepra se le ha fijado especialmente en la cara y ya está ciego...

Uno de ellos es un hombre de aspecto noble a pesar de su mísera condición, el cual toma la palabra en nombre de todos:

-Bendito sea el Mesías del Señor, que ha descendido a esta Gehena para sacar de ella a los que en él esperan. ¡Sálvanos, Señor, que perecemos! ¡Sálvanos, Salvador! ¡Rey de la estirpe de David, Rey de Israel, ten piedad de tus súbditos! ¡Oh, Vástago de la estirpe de Jesé, de quien se dijo que cuando llegase su tiempo desaparecería todo mal, extiende tu mano para recoger estos desperdicios de tu pueblo! Aleja de nosotros esta muerte, enjuga nuestras lágrimas, pues que de ti así está escrito. Condúcenos, Señor, con tu voz, a tus pastos excelentes, a tus frescas aguas, pues estamos sedientos; condúcenos a lo alto de las eternas colinas, donde ya no existen ni la culpa ni el dolor! ¡Ten piedad Señor...!

-¿Quién eres?

-Juan, miembro del Templo; quizás he sido contaminado por un leproso. Hace poco, como puedes ver, tengo la enfermedad. ¡Pero estos otros!... Entre ellos hay algunos que ya hace años que esperan la muerte. Esta pequeñuela está aquí desde antes de saber andar, no conoce el mundo creado por Dios; cuanto conoce o recuerda de las maravillas de Dios son estas tumbas, este sol despiadado y las estrellas de la noche. ¡Ten piedad de los culpables y de los inocentes, Señor, Salvador nuestro!

Están todos arrodillados con los brazos extendidos.
Jesús llora ante tanta miseria, abre sus brazos y grita:

-Padre Yo lo quiero: curación, vida, vista y santidad para ellos.

Y permanece así, con los brazos abiertos, orando ardorosamente con todo su espíritu: parece estilizarse y elevarse en su oración, llama de amor, blanca e intensa, bañada en el intenso oro del sol.

-¡Mamá! ¡Veo! -es el primer grito.
Se oye también el correlativo grito de la madre estrechando contra su pecho a su niña curada. Luego el de los otros y los apóstoles... El milagro ha quedado cumplido.

-Juan, tú, sacerdote, guiarás a tus compañeros en el rito. Paz a vosotros. Os traeremos esta tarde comida también a vosotros.

Jesús bendice y hace ademán de emprender el camino.
Pero el leproso Juan grita:

-¡Quiero seguir tus pasos! ¡Dime qué tengo que hacer, dónde tengo que ir para predicarte!

-Sea esta tierra desolada y desnuda, que necesita convertirse al Señor, tu campo; sea tu campo la ciudad de
Jerusalén. Adiós.

-Vamos ahora adonde mi Madre -dice a los apóstoles.

Y muchos de los presentes preguntan:
-Pero, ¿dónde está?
-En una casa que Juan conoce; la de la niña curada el año pasado.

Entran en la ciudad y recorren una buena parte del populoso suburbio de Ofel, hasta una casita blanca.
Saluda dulcemente al entrar en la casa (la puerta estaba entornada). Proveniente del interior de la casa, se oye la dulce voz de María y la voz argentina de Analía, y también la voz de su madre, más áspera. La niña se inclina profundamente para adorar, la madre se arrodilla. María se alza.

Quisieran retenerlos, al Maestro y a su Madre. No obstante, Jesús, prometiendo volver otro día, bendice y se despide.

Pedro se marcha contento con María; llevan los dos de la mano al niño: parecen una pequeña familia feliz. Muchos se vuelven a mirarlos. Jesús, sonriendo, observa cómo van.
-¡Simón se siente feliz! -exclama el Zelote.

-¿Por qué sonríes, Maestro? -pregunta Santiago de Zebedeo.
-Porque en ese pequeño grupo veo una gran promesa.
-¿Cuál, Hermano? ¿Qué es lo que ves? -pregunta Judas Tadeo.

-Veo que me podré marchar tranquilo cuando llegue la hora; no debo temer por mi Iglesia. Entonces será pequeña y débil como Margziam. Pero estará mi Madre, cual Madre suya, para sujetarla de la mano; y, cual padre suyo, estará Pedro, en cuya mano honesta y callosa puedo depositar sin preocupación la mano de mi naciente Iglesia.

Pedro le dará la fuerza de su protección; mi Madre, la fuerza de su amor. Así la Iglesia se desarrollará... como Margziam... ¡Verdaderamente es un niño­símbolo! ¡Dios bendiga a mi Madre, a mi Pedro y al niño de ellos y nuestro! Vamos a casa de Juana...

Por la tarde, de nuevo estamos en la casita de Betania. Muchos, cansados, se han retirado ya; Pedro no, que va y viene paseando por el sendero, levantando la cabeza muy frecuentemente hacia la terraza donde están sentados, hablando, Jesús y María. Juan de Endor por su parte está hablando con Simón Zelote, sentados los dos bajo un granado todo en flor.

Se ve que María ha hablado ya mucho porque le oigo decir a Jesús:

-Todo lo que me has dicho es muy cabal. Tendré presente la equidad de tus palabras. También estimo exacto tu consejo por lo que se refiere a Analía. Es buena señal que ese hombre lo haya recibido con tanta disposición. Es verdad que en la alta Jerusalén hay mucho embotamiento y odio -porquería se puede decir-; pero, entre sus gentes humildes hay perlas de ignorado valor. Me alegro de que Analía se sienta feliz. Es una criatura que es más del Cielo que de la tierra. Quizás ese hombre, ahora que ha entrado en el concepto del espíritu, lo ha intuido y por eso manifiesta hacia ella una gran veneración. Su idea de marcharse a otro lugar, para no turbar con un latido humano el cándido voto de la muchacha, lo demuestra.

-Sí, Hijo mío. El hombre advierte el perfume de quienes son vírgenes... Me viene José a la memoria. Yo no sabía qué palabras usar. El no sabía mi secreto... y, no obstante, con percepción de santo, me ayudó a manifestarlo: había detectado el perfume de mi alma... Fíjate también Juan: ¡Qué paz! Todos quieren estar a su lado... hasta el mismo Judas de Keriot, a pesar de que...

No, Hijo, Judas no ha cambiado; yo lo sé y Tú lo sabes. No hablamos porque no queremos encender la guerra; pero, aunque no hablemos, sabemos... y, aunque no hablemos, los demás intuyen... ¡Oh, Jesús mío, los jóvenes me han contado hoy en Getsemaní el episodio de Magdala y el del sábado por la mañana... La inocencia habla... porque ve con los ojos de su ángel. Pero también los ancianos vislumbran... No se equivocan: es un ser huidizo... todo en él es huidizo. Le tengo miedo, y tengo en mis labios las mismas palabras de Benjamín en Magdala y de Margziam en Getsemaní, porque siento ante Judas el mismo escalofrío que sienten los niños.

-¡No todos pueden ser Juan!...
-¡No lo pretendo! ¡Sería un paraíso esta tierra! Pero, mira, me has hablado del otro Juan... Un hombre que incluso ha matado. Pues bien, me da sólo pena; Judas, sin embargo, me da miedo.

-¡Ámalo, Madre! ¡Ámalo, por amor a mí!
-Sí, Hijo; pero ni siquiera servirá mi amor, significará solamente sufrimiento para mí y culpa para él. ¿Pero por qué ha entrado? Turba a todos; ofende a Pedro, que merece todo respeto.

-Sí. Pedro es muy bueno. Por él haría cualquier cosa, porque lo merece.

-Si te oyera, diría con esa sonrisa suya buena y franca: "¡Ah, Señor, eso no es verdad!". Y tendría razón.
-¿Por qué, Madre?». Pero Jesús ya sonríe, porque ha comprendido

-Porque no lo complaces dándole un hijo. Me ha hablado de todas sus esperanzas, sus deseos... y tus negativas.
-¿No te ha explicado las razones con que las he justificado.

-Sí. Me las ha dicho, y ha añadido: "Es verdad... pero yo soy un hombre, un pobre hombre. Jesús se obstina en ver en mí a un gran hombre. Pero sé que soy muy mísero, así que... me podría dar un hijo. Me casé para tenerlos... y me voy a morir sin tenerlos". Y ha dicho -aludiendo al niño, que, contento con el bonito vestido que Pedro le había comprado, lo había besado y le había llamado "padre querido,  ha dicho: "Mira, cuando este pequeñuelo -hace diez días no lo conocía -me llama así, siento que me vuelvo más blando que la mantequilla y más dulce que la miel, y me echo a llorar, porque cada día que pasa se me lleva a este hijo..."

María guarda silencio observando a Jesús, estudiando su rostro, en espera de una palabra... Pero Jesús ha puesto el codo en la rodilla, y la cabeza apoyada sobre la mano, y guarda también silencio mientras mira a la explanada verde del pomar.

María toma una mano de Jesús, se la acaricia, y dice:
-Simón tiene este gran deseo... Mientras íbamos juntos, no ha hecho otra cosa sino hablarme de ello, y exponiendo razones tan justas, que... no he podido objetarle nada.

Eran las mismas razones que pensamos todas nosotras, mujeres y madres. El niño no es fuerte. Si fuera como eras Tú... ¡Ah, entonces podría afrontar la vida de discípulo sin miedo! ¡Pero, es físicamente tan delicado!... Muy inteligente, muy bueno... Pero nada más. A un pichoncillo delicado no se le puede lanzar pronto a volar, como se hace con los fuertes. Los pastores son buenos... pero son hombres; los niños tienen necesidad de las mujeres. ¿Por qué no se lo dejas a Simón? Comprendo que le niegues una criatura nacida de él. Un hijo propio es como un ancla, y Simón -destinado a tan alto sino -no puede estar retenido por ninguna ancla. Pero estarás de acuerdo en que él debe ser "el padre" de todos los hijos que le vas a confiar.

¿Cómo va a poder ser padre si no ha aprendido antes con un niño? Un padre debe ser dulce.

Simón es bueno, pero no dulce; es impulsivo e intransigente. Sólo una criaturita le puede enseñar el sutil arte de la compasión hacia el débil... Considera este destino de Simón... ¡Nada menos que tu sucesor! ¡Oh, esta atroz palabra también tengo que decirla! Escúchame, por todo el dolor que me causa el pronunciarla. Jamás te aconsejaría algo que no fuera bueno. Margziam... quieres hacer de él un discípulo perfecto... pero es todavía un niño. Tú... te marcharás antes de que se haga hombre. ¿A quién mejor que a Simón se le podrá entregar para que complete su formación? Y además... ¡pobre Simón!... ya sabes el tormento que ha recibido de su suegra, incluso por causa tuya; pues bien, a pesar de ello, no se ha apropiado ni siquiera de una partícula de su pasado, de su libertad de hace ya un año, para que lo dejase en paz su suegra, a la que ni siquiera Tú has podido cambiar. ¿Y su esposa?: ¡pobre mujer!... ¡Desea tanto amar y ser amada...!

Su madre... ¡oh!... ¿Y el marido?: encantador pero autoritario... Jamás recibió afecto sin que se le exigiera a cambio demasiado... ¡Pobre mujer!... Confíale el niño.

Escúchame, Hijo. Por ahora lo llevamos con nosotros. Yo también iré por Judea. Me llevarás contigo a casa de una compañera mía del Templo, y casi pariente porque procede de David. Está en Betsur. Me alegrará volver a verla, si vive todavía. Luego, cuando volvamos a Galilea, se lo damos a Púrpura: cuando estemos cerca de Betsaida, Pedro lo tomará consigo; cuando estemos aquí, lejos, el niño se quedará con ella. ¡Ah!,... te veo sonreír... Entonces es que vas a contentar a tu Madre.

Gracias, Jesús mío.

Sí, sea como Tú quieres.

Jesús se levanta y llama con voz potente:
-¡Simón de Jonás, ven!
Pedro reacciona instantáneamente y sube corriendo las escaleras
-¿Qué quieres, Maestro?
-¡Ven aquí, hombre usurpador y corruptor!
-¿Yo? ¿Por qué? ¿Qué he hecho, Señor?

-Has coaccionado a mi Madre. Por este motivo quisiste estar solo.¿Qué debo hacer contigo?
Pero Jesús sonríe, y Pedro se tranquiliza
-Me has asustado verdaderamente. Menos mal que te veo sonreír. ¿Qué quieres de mí, Maestro? ¿La vida? Ya sólo me queda la vida porque me has tomado todo lo demás... Pero, si quieres, te la doy.

-No quiero tomarte nada; quiero darte algo. De todas formas, no te aproveches de la victoria, y no digas este secreto a los demás, astutísimo hombre, que vences al Maestro con el arma de la palabra materna. Tendrás el niño, pero...

Jesús no puede seguir hablando, porque Pedro -que se había arrodillado -se pone en pie de un salto y besa a Jesús con tal ímpetu que le corta la palabra.

-Agradéceselo a Ella; pero recuerda que esto debe ser una ayuda para ti, no un obstáculo...

-Señor, no te arrepentirás de este regalo... ¡Oh, María,
santa y buena, bendita seas siempre!...

Y Pedro, que de nuevo ha caído de rodillas, llora abiertamente, besando la mano de María...


   


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