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EL EVANGELIO
COMO ME HA SIDO REVELADO
Autor: María Valtorta
« PARTE 3 de 7 »
SEGUNDO AÑO DE LA
VIDA PUBLICA DE JESUS
Partes:
[ 1 ]
[ 2 ]
[ 3 ]
[ 4 ]
[ 5 ]
[ 6 ]
[ 7 ]
141. Yendo hacia Arimatea con los discípulos y con
José de Emaús
142. Con los doce hacia Samaria
143. La samaritana Fotinai
144. Los samaritanos invitan a Jesús a Sicar
145. El primer día en Sicar
146. El segundo día en Sicar. Jesús se despide de los samaritanos
147. Curación de una mujer de Sicar y conversión de Fotinai
148. Jesús visita a Juan el Bautista en las cercanías de Enón
149. La visita a Juan el Bautista, motivo de instrucción
a los apóstoles
150. Jesús en Nazaret, en casa de su Madre. Ella deberá
seguir a su Hijo
151. En Caná en casa de Susana, que se hará discípula.
El oficial del rey
152. María Salomé es recibida como discípula
153. Las mujeres allegadas a los discípulos al servicio de Jesús
154. Jesús en Cesárea Marítima habla a los galeotes.
Las fatigas del apostolado
155. Curación de la niña romana en Cesárea
156. Analía, la primera de las vírgenes consagradas
157. Instrucciones a las discípulas en Nazaret
158. En el lago de Genesaret
con Juana de Cusa.
159. Discurso en Guerguesa. La respuesta sobre el ayuno a los discípulos de Juan el Bautista.
160. Encuentro con Gamaliel en el camino de Neftalí a Yiscala
161. Curación del nieto del fariseo Elí de Cafarnaúm
162. Las conversiones humanas del fariseo Elí
y de Simón de Alfeo
163. Comiendo en casa del fariseo Elí de Cafarnaúm
164. El retiro en el monte para la elección de los Apóstoles
165. Elección de los doce Apóstoles
166. Los milagros después de la elección apostólica. Simón el Zelote y Juan predican por primera vez
167. Jesús concurre con las romanas en el jardín
de Juana de Cusa
168. Aglae en casa de María,
en Nazaret
169. Primer discurso de la Montaña: la misión de los apóstoles y de los discípulos
170. Segundo discurso de la Montaña: el don de la Gracia; las bienaventuranzas
171. Tercer discurso de la Montaña: los consejos evangélicos que perfeccionan
la Ley
172. Cuarto discurso de la Montaña: el juramento, la oración, el ayuno. El anciano Ismael y Sara
173. Quinto discurso de la Montaña: el uso de las riquezas; la limosna; la confianza en Dios.
174. Sexto discurso de la Montaña: la elección entre el Bien y el Mal; el adulterio; el divorcio. La llegada importuna de
María de Magdala.
175. El leproso curado al pie del Monte. Generosidad
del escriba Juan
176. Durante el descanso sabático, el último discurso
de la Montaña:
amar la
voluntad de Dios
177. La curación del siervo
del centurión
178. Tres hombres que quieren seguir a Jesús
179. La parábola del sembrador. En Corazín con el nuevo
discípulo Elías
180. Controversia en la cocina de Pedro en Betsaida. Explicación de la parábola del sembrador. La noticia de la segunda captura de Juan el Bautista
181. La parábola del trigo
y la cizaña
182. Palabras a algunos pastores
con el huerfanito Zacarías
183. La curación de un hombre herido en casa de
María de Magdala
184. El pequeño Benjamín de Magdala y dos parábolas sobre
el Reino de los Cielos
185. La tempestad calmada.
Una lección sobre
sus preliminares
186. Los dos endemoniados de la región de los Gerasenos
187. Hacia Jerusalén
para la Pascua.
De Tariquea al monte Tabor
188. La gruta de la maga y el encuentro con Félix, llamado luego Juan
189. En Naím. Resurrección del hijo de una viuda
190. La llegada a la llanura de Esdrelón durante la puesta
del sol del viernes
191. El sábado en Esdrelón.
El pequeño Yabés.
Parábola del rico Epulón
192. Una predicción a Santiago de Alfeo. La Regada a Engannim tras un alto en Meguido
193. Llegada a Siquem tras dos días de camino
194. La revelación al pequeño Yabés durante el camino de Siquem a Berot
195. Una lección de Juan de Endor a Judas Iscariote.
Llegada a Jerusalén
196. El sábado en Getsemaní. Jesús habla de su Madre y de los amores de distintas potencias
197. En el Templo con José de Arimatea. La hora del incienso
198. El encuentro con la Madre en Betania. Yabés cambia su nombre por el de Margziam
199. Donde los leprosos de Siloán y Ben Hinnom. Pedro obtiene a Margziam
por medio de María
200. Coloquio de Áglae
con el Salvador
201. El examen de la mayoría
de edad de Margzia
202. Judas Iscariote es reprendido. Llegada de los campesinos de Jocanán
203. El Padrenuestro
204. La fe y el alma explicadas a los paganos con la parábola
de los templos
205. La parábola del hijo pródigo
206. Con dos parábolas sobre el Reino de los Cielos, termina la permanencia en Betania
207. En la gruta de
Belén la Madre evoca
el
nacimiento de Jesús
208. María Santísima ve de nuevo al pastor Elías y con Jesús va a Betsur donde Elisa
209. La fecundidad del dolor, en el discurso de Jesús junto a la casa de Elisa en Betsur
210. Las inquietudes de Judas Iscariote durante el camino
hacia Hebrón
211. Regreso a Hebrón, patria del Bautista
212. Una ola de amor a Jesús, que en Yuttá habla desde
la
casita de Isaac
213. En Keriot una profecía de Jesús y el comienzo de la predicación apostólica
214. La madre de Judas abre su corazón a María Stma., que ha llegado a Keriot
215. El posadero de Bet Yinna
y su hija lunática
216. Las infidelidades de los discípulos en la parábola
del diente de león
217. Las espigas arrancadas
un sábado
218. La llegada a Ascalón,
ciudad filistea
219. Los distintos frutos de la predicación de los apóstoles en la ciudad de Ascalón
220. Los idólatras de Magdalgad y la curación milagrosa
de la parturienta
221. Los prejuicios de los apóstoles respecto a los paganos y la parábola del hijo deforme
222. Un secreto del apóstol Juan
223. Una caravana nupcial se libra del asalto de bandidos después de un discurso de Jesús
224. En el apóstol Juan actúa el Amor. Llegada a Béter
225. El paralítico de la piscina de Betseida y la disputa sobre las obras del Hijo de Dios
226. Un signo bueno por parte de María de Magdala. Muerte del anciano Ismael
227. Un episodio incompleto
228. Margziam confiado
a Porfiria
229. Discurso a los habitantes de Betsaida sobre el gesto de caridad de Simón Pedro
230. Curación de la hemorroisa y resurrección de la hija de Jairo
231. En Cafarnaúm, Jesús y Marta hablan de la crisis que atormenta a María de Magdala
232. Curación de dos ciegos y de un mudo endemoniado
233. La parábola de la oveja perdida. María de Magdala también la oye
234. Comentario de tres episodios sobre la conversión de María de Magdala
235. Marta ha recibido de su hermana María la certidumbre de la conversión
236. La cena en casa de Simón el fariseo y la absolución
a María de Magdala
237. La petición de obreros para la mies, y la parábola del tesoro escondido en el campo. Marta todavía teme por su
hermana María
238. Llegada de María Stma. con María de Magdala a Cafarnaúm en medio de una tempestad
239. La parábola de los peces, la parábola de la perla, y del tesoro de las enseñanzas viejas y nuevas
240. En Betsaida, en la casa de Simón, con Porfiria y Margziam, el cual enseña a la Magdalena la oración de Jesús
241. Vocación de la hija de Felipe. Llegada a Magdala y parábola de la dracma perdida
242. Jesús habla sobre la Verdad al romano Crispo, el único que lo escucha de Tiberíades
243. En Caná en la casa de Susana. Las expresiones, los gestos y la voz de Jesús. Debate de los apóstoles acerca de las posesiones diabólicas
244. Juan repite un discurso de Jesús sobre la Creación y sobre los pueblos que esperan la Luz
245. Una acusación de los nazarenos a Jesús, rechazada con la parábola del
leproso curado
246. Un apólogo para los habitantes de Nazaret, los cuales permanecen incrédulos
247. María Stma. instruye a la Magdalena en orden
a la oración mental
248. En Belén de Galilea. Juicio ante un homicidio y parábola de los bosques petrificados
249. María Stma. instruye a Judas Iscariote sobre el deber preeminente de la
fidelidad a Dios
250. A los discípulos que han venido con Isaac: la parábola del lodo transformado en llama. Juan de Endor es alma víctima
251. A los pescadores siro-fenicios: la parábola del minero perseverante. Hermasteo
de Ascalón
252. El regreso de Tiro. Milagros. Parábola de la vid y el olmo
253. María Santísima devela a María de Alfeo el sentido de la maternidad espiritualizada.
La Magdalena debe
forjarse sufriendo
254. El encuentro con Síntica, esclava griega y la llegada a Cesárea Marítima
255. Despedida de las hermanas Marta y María, que parten con Síntica. Una lección
a Judas Iscariote
256. Parábola sobre la virtud de la esperanza, que sujeta la fe
y la caridad
257. Retiro de Jesús y Santiago de Alfeo en el monte Carmelo
258. Jesús revela a Santiago de Alfeo cuál será su misión
de apóstol
259. Lección sobre la Iglesia y los Sacramentos a Santiago de Alfeo, que obra un milagro
260. Dos parábolas de Pedro para los campesinos
de la llanura de Esdrelón
261. Exhortación a los campesinos de Doras,
que ahora lo son de Jocanán
262. Una hija no querida y el papel de la mujer redimida.
El Iscariote solicita
la ayuda de María
263. Curación del hombre del brazo atrofiado
264. Una jornada de Judas Iscariote en Nazaret
265. Instrucciones a los doce apóstoles al comienzo
de su ministerio
266. Los discípulos del Bautista quieren verificar que Jesús es el Mesías. Testimonio sobre el Precursor e invectiva contra las ciudades impenitentes
267. Jesús, carpintero en Corazín
268. Lección sobre la caridad con la parábola de los titos. El yugo de Jesús es ligero
269. La disputa con escribas y fariseos en Cafarnaúm. Llegada de la Madre y de los hermanos
270. Jesús recibe la noticia de que han matado a
Juan el Bautista
271. Salida para Tariquea con los apóstoles, que han regresado a Cafarnaúm
272. Reencarnación y vida eterna en el diálogo con un escriba
273. La primera multiplicación
de los panes
274. Jesús camina sobre las aguas. Su prontitud en socorrer
a quien le invoca
275. Cuatro nuevos discípulos. Jesús habla sobre las obras de misericordia corporal y espiritual
276. El hombre avaro y la parábola del rico necio. Las inquietudes y la vigilancia
en los siervos de Dios
277. En Magdala, en los jardines de María. El amor y la corrección entre hermanos
278. El perdón y la parábola del siervo inicuo. La misión confiada a setenta y dos discípulos
279. Encuentro con Lázaro en el campo de los Galileos
280. El regreso de los setenta y dos. Profecía sobre
los místicos futuros
281. En el Templo durante la fiesta de los Tabernáculos. Las condiciones para seguir a Jesús. La parábola de los talentos y la parábola del buen samaritano
282. La delación al Sanedrín respecto a Hermasteo,
Juan de Endor y Síntica
283. Síntica habla de su encuentro con la Verdad
284. La casita donada por Salomón. Cuatro apóstoles
se quedarán en Judea
285. Lázaro ofrece un refugio para Juan de Endor y Síntica. Viaje feliz hacia Jericó
sin Judas Iscariote
286. En Ramot con el mercader Alejandro Misax. Lección a Síntica sobre el recuerdo
de las almas
287. De Ramot a Gerasa con la caravana del mercader
288. Palabras a los habitantes de Gerasa y alabanza de una mujer a la Madre de Jesús
289. AEl sábado a Gerasa. Asueto de Margziam. La pregunta de Síntica sobre la salvación
de los paganos
290. El hombre de los ojos ulcerosos. El alto en la "fuente del Camellero". Más sobre el recuerdo de las almas
291. Margziam descubre por qué Jesús ora todos los días
a la hora nona
292. Insidia de escribas y fariseos en Bosrá
293. Palabras de Jesús y milagros en Bosrá, después de la irrupción de dos fariseos. El don de la fe a Alejandro Misax
294. La rica dádiva del mercader. Adiós a la Madre
y a las discípulas
295. Palabras y milagros en Arbela, ya evangelizada por Felipe de Jacob
296. Llegada a Aera bajo la lluvia. Curación de los enfermos que allí esperan
297. Con el sermón de Aera termina el segundo
gran viaje apostólico
298. La ayuda prestada a los huerfanitos María y Matías y las enseñanzas que de ella
se deducen
299. A Juana de Cusa le son confiados, para su tutela, los huerfanitos María y Matías
300. Con escribas y fariseos en casa
del resucitado de Naím
301. ola de las frentes destronadas y explicación de la parábola sobre lo no puro
302. En Magdala, antes de mandar a todos a sus respectivas familias para las Encenias
303. Jesús donde su Madre
en Nazaret
304. Con Juan de Endor, Síntica y Margziam. María es Madre
y Maestra
305. Jesús consuela a Margziam con la parábola de los pajarillos
306. También Simón Zelote está en Nazaret. Lección sobre los daños del ocio
307. Controversia en la casa de Nazaret acerca de las culpas de los nazarenos. Lección sobre la tendencia al pecado a pesar de la Redención
308. Curación del hijo de Simón de Alfeo. Margziam es el primero de los niños discípulos
309. Sacrificio de Margziam por la curación de una niña. Enmienda de Simón de Alfeo
310. Con Pedro, en Nazaret, Jesús organiza la partida
de Juan de Endor y Síntica
311. La renuncia de Margziam es ocasión de una lección sobre los sacrificios hechos por amor
312. Jesús comunica a Juan de Endor la decisión de enviarle a Antioquía. Final del segundo año
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205- La parábola del hijo pródigo
-Juan de Endor, ven aquí, que tengo que hablarte -dice Jesús asomándose a la puerta.
El hombre estaba enseñando algo al niño. Lo deja y va inmediatamente. Pregunta: --¿Qué me quieres decir, Maestro?
-Ven conmigo aquí arriba.
Suben a la terraza y se sientan en la parte más protegida, porque, a pesar de que sea por la mañana, ya el sol calienta fuerte. Jesús recorre con su mirada los campos cultivados en que los cereales se van dorando más cada día que pasa y los árboles frutales van llenando sus frutos; parece como si quisiera extraer su pensamiento de esa metamorfosis vegetal.
-Mira, Juan. Hoy creo que va a venir Isaac para traerme a los campesinos de Jocanán antes de que regresen a sus campos. Ya le he dicho a Lázaro que le preste a Isaac un carro para que puedan acelerar su regreso sin miedo a llegar con un retardo que les acarreara un castigo. Lázaro lo va a hacer, porque Lázaro hace todo lo que digo. Ahora bien, de ti quiero otra cosa. Tengo aquí una suma que una persona me ha dado para los pobres del Señor. Generalmente el encargado de guardar las monedas y de distribuir los óbolos es uno de los apóstoles; generalmente es Judas de Keriot, aunque alguna vez son los otros. Judas no está aquí. Por lo que se refiere a los otros apóstoles, no quiero que sepan lo que tengo intención de hacer. Tampoco Judas debería saberlo esta vez. Lo harás tú, en mi nombre...
-¿Yo, Señor?... ¿Yo? ¡No soy digno de ello!...
-Debes irte acostumbrando a trabajar en mi nombre. ¿No has venido para esto?
-Sí, pero pensaba que en lo que tenía que trabajar era en reconstruir mi pobre alma.
Pues Yo te procuro el medio para hacerlo. ¿En qué has pecado? Contra la misericordia y el amor. ¿Con odio demoliste tu alma?... Pues con amor y misericordia la reconstruirás. Te doy el material necesario. Te voy a destinar de forma especial a las obras de misericordia y amor. Tienes capacidad para el cuidado y la palabra, así que estás en condiciones de cuidar desdichas físicas y morales, tienes capacidad para hacerlo. Empezarás con esta obra. Ten la bolsa. Se la darás a Miqueas y a sus amigos. Divídelo en partes iguales, siguiendo estas instrucciones: divide el total en diez partes; da cuatro a Miqueas, una para él, una para Saulo, una para Joel y una para Isaías las otras seis partes, se las das a Miqueas para el anciano padre de Yabés y sus compañeros. Así recibirán al menos un consuelo.
-De acuerdo, pero ¿qué razón les doy?
-Dirás: "Esto es para que os acordéis de orar por un alma que se está redimiendo".
-¡A lo mejor piensan que soy yo! ¡No sería justo!».
-¿Por qué? ¿No quieres redimirte?
-Lo que no sería justo es que creyeran que yo soy el donador.
-No te preocupes. Haz como te digo.
-Obedezco... Concédeme, al menos, aportar algo también yo. To-al... ahora ya no tengo ninguna necesidad. Ya no compro más libros, ya no tengo pollos que alimentar, a mí con muy poco me basta, así que... nada. Ten, Maestro. Me quedo sólo con una mínima cantidad, para el gasto de las sandalias... -y saca de una bolsa que llevaba en la cintura muchas monedas, y las añade a las monedas de Jesús.
-Que Dios te bendiga por tu misericordia... Juan, dentro de poco nos tendremos que despedir, porque tienes que ir con Isaac.
-Lo lamento, Señor. De todas formas obedezco.
-Yo también siento separarme de ti. Tengo mucha necesidad de discípulos itinerantes. Ya no doy abasto. Dentro de poco enviaré a los apóstoles, luego a los discípulos. Tú lo harás muy bien. Te reservaré para misiones especiales.
Entretanto, te formarás con Isaac: es muy bueno; el Espíritu de Dios lo ha instruido profundamente durante su larga enfermedad; es un hombre que ha perdonado todo siempre... Por lo demás, dejarnos no significa no volvernos a ver. Nos encontraremos frecuentemente, y siempre que nos encontremos hablaré para ti; acuérdate de esto...
Juan se repliega sobre sí mismo, esconde su cara entre las manos y, rompiendo bruscamente a llorar, dice quejumbroso:
-¡Oh, entonces dime ya ahora algo que me persuada de que estoy perdonado... de que puedo servir a Dios... Si supieras cómo veo mi alma, ahora que se ha desvanecido el humo del odio... y cómo... y cómo pienso en Dios...
-Lo sé. No llores. Permanece en la humildad, pero sin descorazonarte. Si hay desaliento, hay todavía soberbia.
Ten sólo humildad, solamente humildad. ¡Venga, ánimo, no llores!...
Juan de Endor se va calmando poco a poco...
Cuando lo ve ya calmado, Jesús dice:
-Ven, vamos a la sombra de aquel grupo de manzanos; reunamos a los compañeros y a las mujeres. Voy a hablarles a todos. A ti en particular te voy a decir cómo te ama Dios.
Bajan hacia el lugar indicado y, a medida que se van acercando, los demás se van reuniendo en torno a ellos.
Llegan. Se sientan en círculo a la sombra de los manzanos. Lázaro, que estaba hablando con Simón Zelote, también se une al grupo. Son en total veinte personas.
Escuchad. Se trata de una hermosa parábola que os guiará con su luz en muchos casos.
Un hombre tenía dos hijos. El mayor era serio, trabajador, inclinado al afecto, obediente. El segundo era más inteligente que el mayor -el cual realmente era un poco tardo y se dejaba guiar para no tener que esforzarse en decidir por sí -, si bien era rebelde, distraído, amante del lujo y el placer, gastador, ocioso. La inteligencia es un gran don de Dios, pero debe ser usado con sabiduría; si no, es como ciertas medicinas, que, si se usan mal, en vez de curar matan. Su padre -estaba en su derecho y cumplía su deber -le instaba para que viviera con más sensatez. Mas no obtenía ningún resultado, aparte del de recibir contestaciones y de que el hijo se solidificara más en sus torcidas ideas.
Finalmente, un día, tras una discusión más acalorada que las precedentes, el hijo menor dijo: "Dame la parte de los bienes que me corresponde; así ya no tendré que oír ni tus reprensiones ni las quejas de mi hermano; a cada uno lo suyo y se acabó". "Piensa -respondió el padre -que dentro de poco te quedarás sin nada; ¿qué harás entonces? Ten en cuenta que no me voy a comportar con injusticia para favorecerte y que no voy a coger ni un céntimo de la parte de tu hermano para dártelo a ti".
-No te pediré nada, puedes estar seguro; dame mi parte.
El padre encargó la valoración de las tierras y de los objetos preciosos, y, viendo que dinero y joyas sumaban lo que las tierras, dio al mayor los campos y las viñas, hatos de ganado y olivos, y al menor el dinero y las joyas. El más joven lo vendió inmediatamente, transformando así todo en dinero. Hecho esto, pasados pocos días, se marchó a un país lejano. Allí vivió como un gran señor, despilfarrando todo lo que tenía en todo tipo de juergas, haciéndose pasar por el hijo de un rey (pues se avergonzaba de decir: "soy un aldeano"), con lo cual renegaba de su padre. Festines, amigos y amigas, vestidos, vino, juego... vida disoluta... Pronto vio mermar sus fondos y aproximársele la pobreza; además, para agravar la pobreza, se abatió sobre la región una gran carestía, con lo cual se agotaron los pocos fondos que le quedaban.
Habría podido volver con su padre, pero, como era soberbio, no quiso. Se dirigió entonces a un hombre rico de la región, que había sido amigo suyo en los buenos tiempos, y le suplicó: `Acuérdate de cuando gozaste de mi riqueza, acógeme como siervo tuyo". ¡Daos cuenta de lo necio que es el hombre!: prefiere someterse al látigo de un patrón antes que decir a un padre: "¡Perdón, reconozco mi error!" Aquel joven había aprendido muchas cosas inútiles con su despierta inteligencia, pero no había querido aprender lo que dice el Libro del Eclesiástico:
"Qué infame es el que abandona a su padre!, ¡cuánto maldice Dios a quien angustia el corazón de su madre!". Era inteligente, pero no sabio.
Aquel hombre a quien se había dirigido, como paga de lo mucho que había recibido del joven necio, lo puso a cuidar los cerdos (estaban en una región pagana y había muchos cerdos); le encargó de llevar las piaras a sus pastos. El joven, todo sucio, andrajoso, maloliente, hambriento -la comida escaseaba para todos los siervos y especialmente para los ínfimos (él, porquerizo, extranjero, escarnecido estaba entre los ínfimos) -, veía que los cerdos se saciaban de bellotas, y suspiraba: "¡Si al menos pudiera llenar mi estómago de estos frutos! ¡Pero son demasiado amargos! Ni siquiera el hambre me los hace apetecer!".
Y lloraba al pensar en los ricos festines de sátrapa, que poco tiempo antes celebraba entre risas, canciones, bailes... y también en la honrada y bien provista mesa de su casa, ahora lejana y en cómo su padre dividía para todos imparcialmente, reservándose para sí siempre la parte menor, contento de ver en sus hijos un sano apetito... y pensaba también en la parte que aquel hombre justo reservaba para los siervos; y suspiraba: "Los peones que trabajan para mi padre, incluso los ínfimos, tienen pan en abundancia.., y yo aquí me estoy muriendo de hambre...". Siguió un largo y trabajoso proceso de reflexión, un largo combate para estrangular a la soberbia...
Por fin llegó el día en que, renacido en humildad y sabiduría, se alzó y dijo: "¡Iré donde mi padre! Es una necedad este orgullo que me tiene apresado. ¿Orgullo por qué? ¿Por qué ha de seguir sufriendo mi cuerpo, y más aún mi corazón, pudiendo obtener perdón y consuelo? Iré donde mi padre. Ya está decidido. ¿Que qué le voy a decir? ¡Pues lo que me ha nacido aquí dentro, en esta abyección, entre esta inmundicia, por las
dentelladas del hambre! Le diré: “Padre, he pecado contra el Cielo y contra ti, ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo; trátame, pues, como al último de tus peones... pero déjame estar bajo tu techo.
Que yo te vea pasar...” No podré decirle: “...porque te quiero”. No lo creería. Se lo dirá mi vida. Él lo comprenderá, y antes de morir me volverá a bendecir... ¡Sí, lo espero, porque mi padre me quiere!". Habiendo decidido esto, cuando regresó al atardecer al pueblo, se despidió del patrón y se puso en camino hacia su casa, mendigando...
Ya ve los campos paternos, ya la casa... y a su padre, dirigiendo el trabajo de los hombres... ¡Oh, está más viejo y más delgado, por el dolor, pero sigue emanando bondad!... ¡Ah, el transgresor, al ver el deterioro que había causado, se detuvo atemorizado! Pero el padre, volviendo la mirada, lo vio... ¡Ah, fue corriendo a su encuentro, pues todavía estaba lejos; se llegó a él, le echó los brazos al cuello, lo besó! El padre fue el único que lo reconoció, que vio en ese mendigo abatido a su hijo, y fue el único que tuvo hacia él un movimiento de amor. El hijo, abarcado por esos brazos, con la cabeza apoyada en el hombro paterno, susurró sollozando: "Padre, deja que me postre a tus pies". "¡No, hijo mío, a mis pies no; reclina tu cabeza en este pecho mío que tanto ha sufrido por tu ausencia y necesita revivir sintiendo tu calor!".
El hijo, llorando más fuerte, dijo: "¡Padre mío, he pecado contra el Cielo y contra ti, ya no soy digno de que me llames hijo; permíteme vivir con tus siervos, bajo tu techo; que pueda verte y comer tu pan y servirte y aspirar tu respiro: con cada uno de los bocados de tu pan, con cada movimiento de tu respiración, mi corazón, harto corrompido ahora, se reformará, y yo me haré honesto...!".
Pero el padre, sin dejar de abrazarlo, lo condujo a donde estaban los siervos, que se habían arremolinado a distancia a observar lo que sucedía, y les dijo: "Rápido, traed el vestido mejor, palanganas con agua perfumada; lavadlo, perfumadlo, vestidlo, ponedle calzado nuevo y un anillo en el dedo. Luego, tomad un ternero cebado, matadlo, y preparad un banquete. Porque este hijo mío había muerto y ahora ha resucitado, lo había perdido y ha sido hallado. Quiero que encuentre de nuevo su sencillo amor de cuando era niño; mi amor y la fiesta de la casa por su regreso se lo deben dar. Debe comprender que sigue siendo para mí el amado hijo último en nacer, como era en su ya lejana infancia, cuando caminaba a mi lado alegrándome con su sonrisa y con sus balbuceos". Y así lo hicieron los siervos.
El hijo mayor estaba en el campo. No supo nada de lo sucedido hasta su regreso. A1 anochecer, de vuelta al hogar, vio que la casa estaba radiante de luces, y oyó que de ella provenían música y rumor de danzas. Llamó a uno de la servidumbre, que corría atareado, y le dijo: "¿Qué sucede?". El siervo respondió: "Ha vuelto tu hermano”. Tu padre ha mandado matar el ternero cebado porque ha recuperad a su hijo, y sano, curado de su grave mal. Y ha ordenado celebrar un banquete. Sólo faltas tú para que empiece la fiesta". Mas el hijo primogénito montó en cólera, porque le parecía una injusticia el que se hiciera tanta fiesta por el menor, el cual, además de ser el menor, había sido malo; y no quiso entrar; no sólo eso, sino que quería alejarse de la casa.
Advirtieron al padre de lo que estaba sucediendo. Se apresuró a salir, siguió al hijo y le dio alcance. Trató de convencerlo y le rogó que no amargase su gozo. Pero el primogénito respondió a su padre "¿Cómo quieres que no me altere? Estás actuando injustamente con tu primogénito, lo estás despreciando. Desde que he podido empezar a trabajar, hace ya muchos años, te he servido. No he transgredido nunca ninguna disposición tuya, no he contrariado tan siquiera un deseo tuyo; he estado siempre a tu lado, y te he amado por dos para que sanara la llaga que te había producido mi hermano... Y no me has dado ni siquiera un cabritillo para que lo disfrutara con mis amigos. Sin embargo, a este que te ha ofendido, que te ha abandonado, haragán y gastador, y que vuelve ahora traído por el hambre, ~ haces los honores y matas para él el mejor ternero. ¿Vale la pena, entonces, ser trabajador y abstenerse de los vicios? ¡No has actuado correctamente conmigo!".
Entonces dijo el padre, estrechándolo contra su pecho: "¡Oh, hijo mío, ¿cómo puedes creer que no te quiero, por el hecho de que no haya extendido sobre tus obras un velo de fiesta? Tus obras son de por sí santas. Por tus obras te alaba el mundo. Sin embargo, este hermano tuyo necesita que su imagen, ante el mundo y ante sí mismo, sea restaurada. ¿Acaso crees que no te quiero por el hecho de que no te recompense visiblemente? Durante todo el día, en cada movimiento de mi respiración, en cada pensamiento, te tengo presente en mi corazón; cada instante que pasa yo te bendigo. Tienes el premio continuo de estar siempre conmigo. Todo lo mío es tuyo... Era justo hacer un banquete, celebrar una fiesta, por este hermano tuyo que había muerto y ha resucitado para el Bien; que se había extraviado y ha sido restituido a nuestro amor". Y el primogénito cedió.
Lo mismo, amigos míos, sucede en la Casa del Padre. Todo aquel que se vea como el hijo menor de la parábola piense igualmente que si le imita en su retorno al Padre, el Padre le dirá: "No te arrojes a mis pies. Reclina tu cabeza sobre este corazón mío que ha sufrido por tu ausencia y que ahora goza con tu regreso". El que esté en la condición del hijo primogénito, sin culpa ante el Padre, que no se muestre celoso de la alegría paterna; antes bien, se una a ella amando a su hermano redimido. He dicho.
Quédate aquí, Juan de Endor; tú también, Lázaro. Los demás que vayan a aparejar las mesas. Dentro de poco vamos también nosotros. Todos se retiran. Una vez que se han quedado solos Jesús, Lázaro y Juan, Jesús les dice: «Así sucederá con la querida alma que esperas, Lázaro; así sucede con tu alma, Juan. La bondad de Dios rebasa todo límite... Los apóstoles, la Madre de Jesús y las otras mujeres se dirigen hacia la casa, precedidos todos por Margziam, que va
saltando, presuroso, delante. No obstante, el niño enseguida vuelve hacia atrás, toma a María de la mano y le dice:
-Ven conmigo, que te tengo que decir a solas una cosa.
Ella accede a su petición; así que tuercen hacia el pozo, que está en un ángulo del patio, enteramente cubierto por una tupida pérgola, que desde el nivel del suelo sube, formando un arco, hasta la terraza. Detrás está Judas Iscariote.
-Judas, ¿qué quieres? Déjanos, Margziam... Habla. ¿Qué quieres?
-He obrado mal... No me atrevo a ir al Maestro, ni a presentarme ante mis compañeros... Ayúdame...
-Te ayudaré. Sí. De todas formas, ¿es que no piensas en el mucho dolor que causas? Mi Hijo ha llorado por causa tuya, lo cual a su vez ha hecho sufrir a tus compañeros. Ven, de todas formas, que ninguno te dirá nada. Y, si puedes, no vuelvas a caer en esto mismo, que es indigno de un hombre y sacrílego respecto al Verbo de Dios.
-¿Tú, Madre, me perdonas?
-¿Yo? Yo no cuento nada al lado de ti, que te sientes tan grande.
-Soy la menor de las siervas del Señor. ¿Por qué te preocupas de mí, si no tienes piedad de mi Hijo?
-Pienso en mi madre, pienso que si tú me perdonas ella también me perdonará.
-No sabe lo que has hecho.
-Pero me había hecho jurar que sería bueno con el Maestro. Soy un perjuro. Percibo la reprensión del alma de mi madre.
-¿Eso es lo que sientes? ¿Y no percibes la queja y la desaprobación del Padre y del Verbo? ¡Oh, eres un desdichado, Judas! Vas sembrando el dolor en ti y en quienes te quieren.
María está muy seria y triste. Habla sin acritud, pero muy seria. Judas llora.
-No llores; más bien, cambia. Ven -y lo toma de la mano y entra así con él en la cocina.
Vivísimo es el estupor de todos. María previene posibles reacciones poco compasivas diciendo:
-Judas ha vuelto. Haced como el primogénito después de que le habló su padre. Juan, ve a avisar a Jesús.
Juan de Zebedeo sale a la carrera.
El silencio gravita sobre la cocina... Lo rompe Judas diciendo:
-Perdonadme. Tú el primero, Simón, tú que tienes un gran corazón paternal. Yo también soy huérfano. -Sí, sí, te perdono. Por favor, no hables más de ello. Somos hermanos... y no me gustan estos altibajos de pedir perdón y volver a caer; son denigrantes, tanto para quien lo comete como para quien lo concede. Ahí viene Jesús. Ve a Él y basta. Judas va hacia Jesús. Mientras, Pedro, no pudiendo hacer otra cosa, se pone a partir con vehemencia madera seca...
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