Thursday November 07,2024
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EL EVANGELIO
COMO ME HA SIDO REVELADO


El Evangelio como me ha sido revelado

Autor: María Valtorta

« PARTE 3 de 7 »

SEGUNDO AÑO DE LA
VIDA PUBLICA DE JESUS

Partes: [ 1 ] [ 2 ] [ 3 ]
[ 4 ] [ 5 ] [ 6 ] [ 7 ]



141. Yendo hacia Arimatea con los discípulos y con
José de Emaús

142. Con los doce hacia Samaria

143. La samaritana Fotinai

144. Los samaritanos invitan a Jesús a Sicar

145. El primer día en Sicar

146. El segundo día en Sicar. Jesús se despide de los samaritanos

147. Curación de una mujer de Sicar y conversión de Fotinai

148. Jesús visita a Juan el Bautista en las cercanías de Enón

149. La visita a Juan el Bautista, motivo de instrucción
a los apóstoles

150. Jesús en Nazaret, en casa de su Madre. Ella deberá
seguir a su Hijo

151. En Caná en casa de Susana, que se hará discípula.
El oficial del rey

152. María Salomé es recibida como discípula

153. Las mujeres allegadas a los discípulos al servicio de Jesús

154. Jesús en Cesárea Marítima habla a los galeotes.
Las fatigas del apostolado

155. Curación de la niña romana en Cesárea

156. Analía, la primera de las vírgenes consagradas

157. Instrucciones a las discípulas en Nazaret

158. En el lago de Genesaret
con Juana de Cusa.

159. Discurso en Guerguesa. La respuesta sobre el ayuno a los discípulos de Juan el Bautista.

160. Encuentro con Gamaliel en el camino de Neftalí a Yiscala

161. Curación del nieto del fariseo Elí de Cafarnaúm

162. Las conversiones humanas del fariseo Elí
y de Simón de Alfeo

163. Comiendo en casa del fariseo Elí de Cafarnaúm

164. El retiro en el monte para la elección de los Apóstoles

165. Elección de los doce Apóstoles

166. Los milagros después de la elección apostólica. Simón el Zelote y Juan predican por primera vez

167. Jesús concurre con las romanas en el jardín
de Juana de Cusa

168. Aglae en casa de María,
en Nazaret

169. Primer discurso de la Montaña: la misión de los apóstoles y de los discípulos

170. Segundo discurso de la Montaña: el don de la Gracia; las bienaventuranzas

171. Tercer discurso de la Montaña: los consejos evangélicos que perfeccionan
la Ley

172. Cuarto discurso de la Montaña: el juramento, la oración, el ayuno. El anciano Ismael y Sara

173. Quinto discurso de la Montaña: el uso de las riquezas; la limosna; la confianza en Dios.

174. Sexto discurso de la Montaña: la elección entre el Bien y el Mal; el adulterio; el divorcio. La llegada importuna de
María de Magdala.

175. El leproso curado al pie del Monte. Generosidad
del escriba Juan

176. Durante el descanso sabático, el último discurso
de la Montaña:
amar la voluntad de Dios

177. La curación del siervo
del centurión

178. Tres hombres que quieren seguir a Jesús

179. La parábola del sembrador. En Corazín con el nuevo
discípulo Elías

180. Controversia en la cocina de Pedro en Betsaida. Explicación de la parábola del sembrador. La noticia de la segunda captura de Juan el Bautista

181. La parábola del trigo
y la cizaña

182. Palabras a algunos pastores
con el huerfanito Zacarías

183. La curación de un hombre herido en casa de
María de Magdala

184. El pequeño Benjamín de Magdala y dos parábolas sobre
el Reino de los Cielos

185. La tempestad calmada.
Una lección sobre
sus preliminares

186. Los dos endemoniados de la región de los Gerasenos

187. Hacia Jerusalén
para la Pascua.
De Tariquea al monte Tabor

188. La gruta de la maga y el encuentro con Félix, llamado luego Juan

189. En Naím. Resurrección del hijo de una viuda

190. La llegada a la llanura de Esdrelón durante la puesta
del sol del viernes

191. El sábado en Esdrelón.
El pequeño Yabés.
Parábola del rico Epulón

192. Una predicción a Santiago de Alfeo. La Regada a Engannim tras un alto en Meguido

193. Llegada a Siquem tras dos días de camino

194. La revelación al pequeño Yabés durante el camino de Siquem a Berot

195. Una lección de Juan de Endor a Judas Iscariote.
Llegada a Jerusalén

196. El sábado en Getsemaní. Jesús habla de su Madre y de los amores de distintas potencias

197. En el Templo con José de Arimatea. La hora del incienso

198. El encuentro con la Madre en Betania. Yabés cambia su nombre por el de Margziam

199. Donde los leprosos de Siloán y Ben Hinnom. Pedro obtiene a Margziam
por medio de María

200. Coloquio de Áglae
con el Salvador

201. El examen de la mayoría
de edad de Margzia

202. Judas Iscariote es reprendido. Llegada de los campesinos de Jocanán

203. El Padrenuestro

204. La fe y el alma explicadas a los paganos con la parábola
de los templos

205. La parábola del hijo pródigo

206. Con dos parábolas sobre el Reino de los Cielos, termina la permanencia en Betania

207. En la gruta de
Belén la Madre evoca
el nacimiento de Jesús

208. María Santísima ve de nuevo al pastor Elías y con Jesús va a Betsur donde Elisa

209. La fecundidad del dolor, en el discurso de Jesús junto a la casa de Elisa en Betsur

210. Las inquietudes de Judas Iscariote durante el camino
hacia Hebrón

211. Regreso a Hebrón, patria del Bautista

212. Una ola de amor a Jesús, que en Yuttá habla desde
la casita de Isaac

213. En Keriot una profecía de Jesús y el comienzo de la predicación apostólica

214. La madre de Judas abre su corazón a María Stma., que ha llegado a Keriot

215. El posadero de Bet Yinna
y su hija lunática

216. Las infidelidades de los discípulos en la parábola
del diente de león

217. Las espigas arrancadas
un sábado

218. La llegada a Ascalón,
ciudad filistea

219. Los distintos frutos de la predicación de los apóstoles en la ciudad de Ascalón

220. Los idólatras de Magdalgad y la curación milagrosa
de la parturienta

221. Los prejuicios de los apóstoles respecto a los paganos y la parábola del hijo deforme

222. Un secreto del apóstol Juan

223. Una caravana nupcial se libra del asalto de bandidos después de un discurso de Jesús

224. En el apóstol Juan actúa el Amor. Llegada a Béter

225. El paralítico de la piscina de Betseida y la disputa sobre las obras del Hijo de Dios

226. Un signo bueno por parte de María de Magdala. Muerte del anciano Ismael

227. Un episodio incompleto

228. Margziam confiado
a Porfiria

229. Discurso a los habitantes de Betsaida sobre el gesto de caridad de Simón Pedro

230. Curación de la hemorroisa y resurrección de la hija de Jairo

231. En Cafarnaúm, Jesús y Marta hablan de la crisis que atormenta a María de Magdala

232. Curación de dos ciegos y de un mudo endemoniado

233. La parábola de la oveja perdida. María de Magdala también la oye

234. Comentario de tres episodios sobre la conversión de María de Magdala

235. Marta ha recibido de su hermana María la certidumbre de la conversión

236. La cena en casa de Simón el fariseo y la absolución
a María de Magdala

237. La petición de obreros para la mies, y la parábola del tesoro escondido en el campo. Marta todavía teme por su
hermana María

238. Llegada de María Stma. con María de Magdala a Cafarnaúm en medio de una tempestad

239. La parábola de los peces, la parábola de la perla, y del tesoro de las enseñanzas viejas y nuevas

240. En Betsaida, en la casa de Simón, con Porfiria y Margziam, el cual enseña a la Magdalena la oración de Jesús

241. Vocación de la hija de Felipe. Llegada a Magdala y parábola de la dracma perdida

242. Jesús habla sobre la Verdad al romano Crispo, el único que lo escucha de Tiberíades

243. En Caná en la casa de Susana. Las expresiones, los gestos y la voz de Jesús. Debate de los apóstoles acerca de las posesiones diabólicas

244. Juan repite un discurso de Jesús sobre la Creación y sobre los pueblos que esperan la Luz

245. Una acusación de los nazarenos a Jesús, rechazada con la parábola del
leproso curado

246. Un apólogo para los habitantes de Nazaret, los cuales permanecen incrédulos

247. María Stma. instruye a la Magdalena en orden
a la oración mental

248. En Belén de Galilea. Juicio ante un homicidio y parábola de los bosques petrificados

249. María Stma. instruye a Judas Iscariote sobre el deber preeminente de la
fidelidad a Dios

250. A los discípulos que han venido con Isaac: la parábola del lodo transformado en llama. Juan de Endor es alma víctima

251. A los pescadores siro-fenicios: la parábola del minero perseverante. Hermasteo
de Ascalón

252. El regreso de Tiro. Milagros. Parábola de la vid y el olmo

253. María Santísima devela a María de Alfeo el sentido de la maternidad espiritualizada.
La Magdalena debe
forjarse sufriendo

254. El encuentro con Síntica, esclava griega y la llegada a Cesárea Marítima

255. Despedida de las hermanas Marta y María, que parten con Síntica. Una lección
a Judas Iscariote

256. Parábola sobre la virtud de la esperanza, que sujeta la fe
y la caridad

257. Retiro de Jesús y Santiago de Alfeo en el monte Carmelo

258. Jesús revela a Santiago de Alfeo cuál será su misión
de apóstol

259. Lección sobre la Iglesia y los Sacramentos a Santiago de Alfeo, que obra un milagro

260. Dos parábolas de Pedro para los campesinos
de la llanura de Esdrelón

261. Exhortación a los campesinos de Doras,
que ahora lo son de Jocanán

262. Una hija no querida y el papel de la mujer redimida.
El Iscariote solicita
la ayuda de María

263. Curación del hombre del brazo atrofiado

264. Una jornada de Judas Iscariote en Nazaret

265. Instrucciones a los doce apóstoles al comienzo
de su ministerio

266. Los discípulos del Bautista quieren verificar que Jesús es el Mesías. Testimonio sobre el Precursor e invectiva contra las ciudades impenitentes

267. Jesús, carpintero en Corazín

268. Lección sobre la caridad con la parábola de los titos. El yugo de Jesús es ligero

269. La disputa con escribas y fariseos en Cafarnaúm. Llegada de la Madre y de los hermanos

270. Jesús recibe la noticia de que han matado a
Juan el Bautista

271. Salida para Tariquea con los apóstoles, que han regresado a Cafarnaúm

272. Reencarnación y vida eterna en el diálogo con un escriba

273. La primera multiplicación
de los panes

274. Jesús camina sobre las aguas. Su prontitud en socorrer
a quien le invoca

275. Cuatro nuevos discípulos. Jesús habla sobre las obras de misericordia corporal y espiritual

276. El hombre avaro y la parábola del rico necio. Las inquietudes y la vigilancia
en los siervos de Dios

277. En Magdala, en los jardines de María. El amor y la corrección entre hermanos

278. El perdón y la parábola del siervo inicuo. La misión confiada a setenta y dos discípulos

279. Encuentro con Lázaro en el campo de los Galileos

280. El regreso de los setenta y dos. Profecía sobre
los místicos futuros

281. En el Templo durante la fiesta de los Tabernáculos. Las condiciones para seguir a Jesús. La parábola de los talentos y la parábola del buen samaritano

282. La delación al Sanedrín respecto a Hermasteo,
Juan de Endor y Síntica

283. Síntica habla de su encuentro con la Verdad

284. La casita donada por Salomón. Cuatro apóstoles
se quedarán en Judea

285. Lázaro ofrece un refugio para Juan de Endor y Síntica. Viaje feliz hacia Jericó
sin Judas Iscariote

286. En Ramot con el mercader Alejandro Misax. Lección a Síntica sobre el recuerdo
de las almas

287. De Ramot a Gerasa con la caravana del mercader

288. Palabras a los habitantes de Gerasa y alabanza de una mujer a la Madre de Jesús

289. AEl sábado a Gerasa. Asueto de Margziam. La pregunta de Síntica sobre la salvación
de los paganos

290. El hombre de los ojos ulcerosos. El alto en la "fuente del Camellero". Más sobre el recuerdo de las almas

291. Margziam descubre por qué Jesús ora todos los días
a la hora nona

292. Insidia de escribas y fariseos en Bosrá

293. Palabras de Jesús y milagros en Bosrá, después de la irrupción de dos fariseos. El don de la fe a Alejandro Misax

294. La rica dádiva del mercader. Adiós a la Madre
y a las discípulas

295. Palabras y milagros en Arbela, ya evangelizada por Felipe de Jacob

296. Llegada a Aera bajo la lluvia. Curación de los enfermos que allí esperan

297. Con el sermón de Aera termina el segundo
gran viaje apostólico

298. La ayuda prestada a los huerfanitos María y Matías y las enseñanzas que de ella
se deducen

299. A Juana de Cusa le son confiados, para su tutela, los huerfanitos María y Matías

300. Con escribas y fariseos en casa del resucitado de Naím

301. ola de las frentes destronadas y explicación de la parábola sobre lo no puro

302. En Magdala, antes de mandar a todos a sus respectivas familias para las Encenias

303. Jesús donde su Madre
en Nazaret

304. Con Juan de Endor, Síntica y Margziam. María es Madre
y Maestra

305. Jesús consuela a Margziam con la parábola de los pajarillos

306. También Simón Zelote está en Nazaret. Lección sobre los daños del ocio

307. Controversia en la casa de Nazaret acerca de las culpas de los nazarenos. Lección sobre la tendencia al pecado a pesar de la Redención

308. Curación del hijo de Simón de Alfeo. Margziam es el primero de los niños discípulos

309. Sacrificio de Margziam por la curación de una niña. Enmienda de Simón de Alfeo

310. Con Pedro, en Nazaret, Jesús organiza la partida
de Juan de Endor y Síntica

311. La renuncia de Margziam es ocasión de una lección sobre los sacrificios hechos por amor

312. Jesús comunica a Juan de Endor la decisión de enviarle a Antioquía. Final del segundo año

 

207- En la gruta de Belén la Madre evoca el nacimiento de Jesús


Dejada Betania con la primera sonrisa de la aurora, Jesús se dirige a Belén; a su lado van su Madre, María de Alfeo y María Salomé; le siguen los apóstoles; el niño, por el contrario, le precede, y encuentra motivo de contento en todo lo que ve: las mariposas que se están despertando, los pajaritos que cantan o picotean en el sendero, las flores que resplandecen por los diamantes del rocío, el hecho de que aparezca un rebaño en que se oye el balido de muchos corderitos. Una vez atravesado el torrente que está al sur de Betania -todo espuma risueña entre los cantos -, la comitiva se dirige hacia Belén, pasando entre dos órdenes de colinas enteramente verdes de olivos y viñedos con algunos -pequeños -campos dorados de grano aviado ya a la siega. El valle es fresco; el camino, bastante cómodo.

Simón de Jonás se adelanta y alcanza al grupo de Jesús. Pregunta:

-¿Por aquí se va a Belén? Juan dice que la otra vez habéis ido por otro camino.

-Es verdad -responde Jesús -pero porque veníamos de Jerusalén. Por aquí es más corto. Cuando lleguemos al sepulcro de Raquel, que quieren verlo las mujeres, nos separaremos, como hace tiempo habéis decidido. Mi Madre quiere ir a Betsur. Allí nos reuniremos de nuevo.

-Sí, lo dijimos... ¡Pero, sería tan hermoso que estuviéramos todos presentes!... especialmente la Madre... que, a fin de cuentas, es la Reina de Belén y de la Gruta, y conoce todo a la perfección. Si lo contara Ella, creo que sería distinto.

Jesús mira a Simón, que insinúa dulcemente su deseo, y sonríe.

-¿Qué gruta, padre? -pregunta Marziam.
-La gruta donde nació Jesús.
-¡Ah, muy bien! ¡Voy yo también!...
-¡Sería precioso! -dicen María de Alfeo y Salomé.

-¡Precioso!... Significaría volver al pasado, a cuando el mundo te ignoraba... Te ignoraba, sí, pero todavía no te odiaba. Significaría encontrar de nuevo el amor de las personas sencillas que supieron sólo creer y amar, con humildad y fe... Significaría depositar en el pesebre este peso de amargura que oprime mi corazón desde que sé lo mucho que te odian... Debe haber quedado todavía en el pesebre la dulzura de tu mirada, de tu respirar, de tu titubeante sonrisa... y ello me acariciaría el corazón, ¡este corazón mío tan lleno de amargura!...

María habla despacio, entre anhelante y afligida.

-Pues entonces vamos a ir, Mamá. Condúcenos tú al lugar. Hoy eres tú la Maestra y Yo el Niño que ha de aprender.
-¡No, Hijo! Tú eres siempre el Maestro...

-No, Mamá. Simón de Jonás tiene razón en lo que ha dicho. En la tierra de Belén tú eres la Reina. Es tu primer castillo. María, de la estirpe de David, guía a este pequeño pueblo a tu morada.

Judas Iscariote hace ademán de hablar, pero no dice nada. Jesús que se ha dado cuenta del gesto y lo ha interpretado, dice:

-Si alguno, por cansancio u otro motivo, no quiere venir, que libremente prosiga hacia Betsur.
Pero ninguno habla.

Prosiguen el camino por este fresco valle que va en dirección este-oeste. Luego giran levemente hacia el norte para bordear un entrante de un collado, y llegan así al camino que de Jerusalén conduce a Belén, justo a la altura de un cubo -la tumba de Raquel -que culmina en una pequeña cúpula orbicular. Todos se acercan para orar con reverencia.

-Aquí nos detuvimos yo y José... Está todo igual. Lo único distinto es la estación: en aquel entonces era un frío día de Kisléu. Había llovido, los caminos estaban embarrados; luego se había levantado un viento helador y quizás había caído escarcha durante la noche Los caminos estaban endurecidos, pero, recorridos todos ellos por carros y por mucha gente, parecían un mar lleno de hoyos. Se hacía muy trabajoso para mi burrito...

-¿Y para ti no, Madre?
-¡Yo te tenía a ti!... -La expresión de beatitud con que lo mira es verdaderamente conmovedora.

Unos instantes después, sigue hablando:

-Atardecía. José estaba muy preocupado... Se estaba levantando un viento que cortaba, y cada vez soplaba más fuerte... La gente que iba hacia Belén apresuraba su paso.

Chocaban unos con otros. Muchos decían insolencias contra mi burrito, por lo despacio que iba, buscando el lugar donde apoyar sus pezuñas... Parecía como si supiera que Tú estabas ahí... durmiendo el último sueño en la cuna de mis entrañas. Hacía frío... pero yo ardía por dentro. Te sentía llegar... ¿Llegar? Podrías decir: "Mamá, Yo ya estaba desde hacía nueve meses". Sí. Pero ahora era como si vinieras del Cielo. El Cielo descendía, se plegaba hacia mí, y yo veía sus resplandores... Veía a la Divinidad arder de gozo por tu inminente nacimiento, y ese fuego me traspasaba, me incendiaba, me abstraía... de todo... Frío... viento... gente... ¡Nada! Yo veía a Dios... De tanto en tanto, con esfuerzo, lograba volver con mi espíritu a esta tierra, y sonreía a José, que temía al frío y al cansancio por mí, y que iba guiando al burrito por temor a que tropezase, y que me arropaba con la manta porque temía que me enfriase... Mas nada podía suceder. No sentía los bamboleos. Me parecía ir por un camino de estrellas, entre nubes cándidas, sujetada por ángeles... Y sonreía... Primero a ti... Te veía dormir, capullo mío de azucena, a través de la barrera de la carne, con los puñitos apretados en tu camita de rosas vivas... Luego sonreía a mi esposo, que estaba profundamente afligido, para infundirle ánimo... Luego a la gente, que no sabía que estaba respirando ya en el aura del Salvador...

Nos detuvimos cerca de la tumba de Raquel, para que descansase un momento el borriquillo y para comer un poco de pan y unas aceitunas, nuestras provisiones de pobres. Pero yo no tenía hambre. No podía tener hambre... Me alimentaba mi alegría... Reanudamos el camino... Venid, os voy a decir dónde encontramos al pastor... No penséis que puedo equivocarme; estoy reviviendo aquella hora, veo y reconozco cada uno de los lugares porque veo a través de una gran luz angélica. Quizás la muchedumbre angélica está de nuevo aquí, invisible para los cuerpos, pero visible para las almas con su luminoso candor, y todo se hace patente, todo queda señalado. Ellos no pueden equivocarse, y me guían... para alegría mía y vuestra. Mirad, desde aquel campo a éste vino Elías con sus ovejas. José le pidió un poco de leche para mí. Allí, en aquel prado, estuvimos detenidos mientras él extraía la leche tibia, reconstituyente, y daba algunos consejos a José. Venid, venid... Mirad, éste es el sendero de la última hondonada antes de Belén. Lo elegimos porque el camino principal, en las cercanías de la ciudad, era todo un barullo de gente y cabalgaduras...

¡Ahí está Belén! ¡Oh, entrañable tierra de mis padres, que me diste el primer beso de mi Hijo! ¡Te abriste, buena y fragante, como el pan que te da el nombre, (Belén significa ͞casa del pan͟) para dar Pan verdadero al mundo mortalmente hambriento! ¡Me abrazaste, tú, tierra que conservas el materno amor de Raquel, como una madre; tierra santa de la davídica Belén; primer templo del Salvador, de la Estrella de la mañana nacida de Jacob para señalar la ruta del Cielo a toda la Humanidad! ¡Fijaos cuán bella está en esta primavera! ¡También entonces, a pesar de que los campos y los viñedos aparecieran desnudos, era hermosa! Un velo leve de escarcha tornaba a resplandecer en las desnudas ramas, que aparecían espolvoreadas de diamantes, como envueltas en un impalpable cendal paradisíaco. Las chimeneas de todas las casas humeaban, pues llegaba la hora de la cena. El humo, subiendo escalonadamente los rellanos hasta llegar a este límite, mostraba a la propia ciudad también velada...
Todo se sentía casto, recogido, en espera... ¡de ti, de ti, Hijo! La tierra te sentía llegar... Te habrían sentido también los betlemitas, porque no son malos, a pesar de que no lo creáis. No podían ofrecernos alojamiento... En las casas honradas y buenas de Belén, se apiñaban, arrogantes como siempre, sordos y soberbios, los que hoy lo siguen siendo; ésos no podían sentirte a ti... ¡Cuántos fariseos, saduceos, herodianos, escribas, esenios había!

¡Cuántos!... Su embotamiento de ahora sigue siendo manifestación de su dureza de corazón de entonces.

Cerraron su corazón al amor a su pobre hermana aquella noche y se quedaron -y todavía lo están -en las tinieblas.

Desde aquél momento, rechazando el amor al prójimo, rechazaron a Dios. Venid. Vamos a la gruta. Es inútil entrar en la ciudad. Los mejores amigos de mi Niño ya no están. Queda la naturaleza amiga, con sus piedras, su riachuelo, su leña para encender fuego; la naturaleza que sintió la llegada de su Señor... Sí, venid sin vacilación.

Se tuerce por aquí... Allí están las ruinas de la Torre de David: ¡la aprecio más que a un palacio! ¡Benditas ruinas! ¡Bendito riachuelo! ¡Bendito árbol que, como por milagro, te despojaste, con el viento, de muchas de tus ramas para que encontrásemos leña y pudiéramos encender fuego!

María baja ligera hacia la gruta, atraviesa el pequeño riachuelo por una tabla que hace de puente, corre hacia el espacio abierto que hay delante de las ruinas y cae de rodillas a la entrada de la gruta, y se curva para besar su suelo. La siguen todos los demás. Están emocionados...

El niño, que no la deja ni un instante, parece estar escuchando una historia maravillosa; sus ojitos negros beben las palabras y los gestos de María sin perderse ni uno solo.

María se pone en pie y entra diciendo:

-¡Todo, todo como entonces!... Pero en aquella ocasión era
de noche... José me hizo luz para que entrase. Entonces, sólo entonces desmontando del borriquillo, sentí lo cansada y helada que estaba. Un buey nos saludó. Me acerqué a él para sentir un poco de calor para apoyarme sobre el heno... José, aquí, donde estoy yo, extendió heno para hacerme un lecho. Lo había secado a la llama que estaba encendida en aquel rincón; para mí y para ti, Hijo... porque era bueno como un padre, con su amor de esposo-ángel... Y los dos de la mano, como dos hermanos perdidos en la oscuridad de la noche, comimos nuestro pan y nuestro queso; luego él fue allí, a alimentar el fuego, y se quitó el manto para tapar la abertura... En realidad, había corrido el velo ante la gloria de Dios que descendía del Cielo, Tú mi Jesús... Y yo permanecí allí, encima del heno, al calorcito de los dos animales, arropada en mi manto y con la manta de lana... ¡Mi amado esposo!... En la conmoción de aquella hora, en que me encontraba sola ante el misterio de la primera maternidad, siempre henchida de lo desconocido para una mujer, y para mí -en mi maternidad única -henchida además del misterio del qué sería ver al Hijo de Dios surgir de carne mortal, José fue para mí como una madre, como un ángel... mi consuelo... entonces y siempre...

Luego, silencio y sueño descendieron y circundaron al Justo... para que no viera lo que para mí era el beso de Dios de cada día... Y, tras el intermedio de las humanas necesidades, he aquí que me llegan las desmesuradas olas del éxtasis, que vienen del mar paradisíaco, y que me elevan de nuevo a lo alto de las crestas luminosas, cada vez más altas, y me llevan arriba, arriba, con ellas, a un océano de luz, de luz, de alegría, paz, amor, hasta verme perdida en el mar de Dios, del seno de Dios... Oigo todavía una voz de la tierra: "¿Duermes, María?". ¡Qué lejana!... ¡Es un eco, un recuerdo de la tierra!... Tan débil que el alma no reacciona. No sé lo que respondo.

Mientras, sigo subiendo, subiendo, en esta inmensidad de fuego, de beatitud infinita, de precognición de Dios... hasta Él, hasta Él. ¡Oh!, pero, ¿te alumbré yo a ti, o fui yo alumbrada por los trinitarios Fulgores aquella noche?, ¿te alumbré yo a ti, o Tú me aspiraste para alumbrarme? No lo sé... Luego el regreso, de coro en coro, de astro en astro, de estrato en estrato, dulce, lento, feliz, sereno, como el de una flor que el águila ha llevado a las alturas para dejarla caer después, y desciende lentamente, en las alas del aire, embellecida por una gema de lluvia, por un pedacito de arco iris arrebatado al cielo, para encontrarse al final en la tierra que la viera nacer... Mi diadema: ¡Tú! Tú sobre mi corazón...

Aquí, sentada, después de haberte adorado, te amé. Por fin pude amarte sin la barrera de la carne; de aquí me desplacé para llevarte al amor de aquel que como yo era digno de estar entre los primeros que te amasen. Aquí, entre estas dos toscas columnas, te ofrecí al Padre. Aquí descansaste por primera vez sobre el pecho de José... Aquí te envolví en pañales y, los dos, te colocamos aquí... Yo te acunaba mientras José secaba el heno al fuego y se lo metía en su pecho para mantenerlo caliente. Luego, allí... adorándote los dos, así, así, inclinados hacia ti, como yo ahora; bebiendo tu respiración, contemplando hasta qué anonadamiento puede conducir el amor; llorando las lágrimas que, ciertamente, se lloran en el Cielo por el gozo inagotable de ver a Dios.

Maria, que ha estado yendo a un lado o a otro mientras evocaba los hechos, señalando los lugares, jadeante de amor, con un destello de llanto en sus ojos azules y una sonrisa en los labios, se inclina realmente hacia Jesús -que está sentado en una piedra grande mientras Ella cuenta -y lo besa en el pelo, llorando, adorándole como entonces.

-Y luego los pastores... dentro, aquí, adorando con su buen corazón, con el intenso hálito de la tierra que con ellos entraba en su olor humano, de rebaños, de heno; y afuera, y por todas partes, los ángeles, adorándote con su amor, con sus cantos (que ninguna criatura humana puede reproducir) y con el amor del Cielo, con la brisa del Cielo que con ellos entraba, que ellos portaban, entre sus fulgores ¡Tu nacimiento, bendito mío!

María se ha arrodillado al lado de su Hijo y llora de emoción con la cabeza reclinada en las rodillas de Jesús.

Ninguno de los presentes se atreve a decir nada durante un rato; emocionados en mayor o menor grado, miran en torno a sí, como esperando ver pintada, entre las telas de araña y las ásperas piedras, la escena descrita...

María sale de este momento particular y torna a hablar:
-Bien, he descrito el nacimiento, infinitamente sencillo, infinitamente grande, de mi Hijo. Lo he hecho con mi corazón de mujer, no con la sabiduría de un maestro. No hay más; en efecto, fue la cosa más grande de la tierra, si bien velada bajo las apariencias más comunes.
-Pero, ¿y al día siguiente?, ¿y después? -preguntan muchos de los presentes, entre los cuales las dos Marías.

-¿El día siguiente? ¡Muy sencillo! Hice lo que todas las madres: dar de mamar al niño, lavarlo, ponerle los pañales. Yo calentaba agua del río en el fuego que ardía ahí afuera (para que el humo no hiciera llorar a esos dos ojitos azules); y luego, en el rincón más amparado, en una vieja artesa, lavaba a mi Hijo y le ponía ropita fresca; iba al río a lavar los pañales y los tendía al sol... y luego la alegría más grande, darle el pecho a Jesús... y Él mamaba y tomaba más color y se sentía contento... El primer día, durante la hora más caliente, fui a sentarme ahí afuera para verlo bien. Aquí la luz sólo se filtra, no entra verdaderamente. La lámpara y la llama daban un caprichoso aspecto a las cosas. Salí afuera, al sol... y miré al Verbo encarnado. La Madre conoció entonces a su Hijo; la sierva de Dios, a su Señor: fui mujer y adoradora... Después, la casa de Ana... los días ante tu cuna... los primeros pasos... la primera palabra... Pero esto fue después, en su momento... Nada, nada fue tan grande como la hora de tu nacimiento... Sólo cuando regrese a Dios, volveré a encontrar aquella plenitud...
María de Alfeo dice:

-¡Sí, pero, ponerse en camino al final...! ¡Qué imprudencia! ¿Por qué no esperasteis? El decreto preveía un alargamiento del plazo para los casos especiales, como partos o enfermedades. Alfeo lo dijo...

-¿Esperar? ¡No! Aquella tarde, cuando José trajo la noticia, yo y Tú, Hijo, exultamos de alegría. Era la llamada... porque tenías que nacer necesariamente aquí, como habían dicho los Profetas; aquel decreto llegado al improviso fue para José piadoso Cielo, cancelador incluso del recuerdo de su sospecha. Era lo que esperaba, por ti, por él, por el mundo judaico y por el mundo futuro, hasta el final de los siglos. Estaba escrito, y sucedió como había sido escrito. ¡Esperar! ¿Podrá la novia hacer esperar su sueño nupcial? ¿Por qué esperar?

-Pues... por todo lo que podía suceder... -insiste todavía María de Alfeo.

-No tenía ningún miedo. Reposaba en Dios.
-Pero, ¿sabías que todo habría de suceder así?
-Nadie me lo había dicho, y yo no pensaba en absoluto en ello; tanto es así, que, para dar ánimos a José, lo dejé pensar, y os dejé pensar, que todavía faltaba tiempo para el nacimiento. Sabía -esto sí que lo sabía -que la Luz del mundo nacería en la fiesta de las luces.

-Madre, la pregunta sería, más bien, ¿por qué no acompañaste a María? Y, mi padre, ¿por qué no pensó en esto? ¡Teníais que haber venido también vosotros! ¡No vinimos aquí todos? -pregunta, severo, Judas Tadeo.

-Tu padre había decidido venir después de la fiesta de las Luminarias y se lo dijo a su hermano, pero José no quiso esperar.

-Pero, tú al menos... -rebate aún Judas Tadeo.
-No la censures, Judas. De común acuerdo, consideramos que era justo correr un velo sobre el misterio de este nacimiento.

-Pero, ¿José sabía con qué signos había de producirse? Si tú no lo sabías, ¿podía saberlo él?

-No sabíamos nada, sino que Él debía nacer.
-¿Y entonces...?

-Entonces la Sabiduría divina nos guió así, como era justo. El nacimiento de Jesús, su presencia en el mundo, debían manifestarse exentos de todo lo que pudiera saber a maravilloso y que hubiera provocado a Satanás... Mirad cómo la aversión actual de Belén hacia el Mesías es una consecuencia de la primera epifanía del Cristo. El livor demoníaco se sirvió de la revelación para producir derramamiento de sangre, y para diseminar, por la sangre derramada, odio... ¿Estás contento, Simón de Jonás? No hablas. Casi ni respiras...

-Tanto... tanto que me parece estar fuera del mundo, en un lugar más santo que si hubiera traspasado el velo del Templo... Tanto que... que ahora, después de haberte visto en este sitio y con la luz de entonces, me produce temblor el haberte tratado... con respeto, sí, pero sólo como a una gran mujer; eso, como a una simple mujer. A partir de ahora no osaré ya decirte como antes: "María". Antes eras para mí la Madre de mi Maestro, ahora te he visto en la cima de aquellas olas celestiales, te he visto Reina; y yo, miserable, hago esto, como esclavo que soy -y se arroja al suelo y besa los pies de María.

Ahora es Jesús quien habla:

-Simón, álzate; ven aquí, a mi lado.
Pedro se pone en la izquierda de Jesús, María está a la derecha.

-¿Qué somos ahora nosotros? -pregunta Jesús.
-¿Nosotros? ¡Hombre, pues Jesús, María y Simón!
-De acuerdo, pero ¿cuántos somos?

-Tres, Maestro.

-Entonces somos una trinidad. Un día, en el Cielo, la divina Trinidad pensó: "Es el momento de que el Verbo vaya a la tierra". En un latido de amor, el Verbo vino a la tierra. Se separó por ello del Padre y del Espíritu Santo. Vino a actuar en la tierra. En el Cielo, los otros Dos contemplaron las obras del Verbo, permaneciendo más unidos que nunca para fundir Pensamiento y Amor en ayuda de la Palabra operante en la tierra.

Nota: (Se separó... Palabra, operante en la tierra. Las expresiones antropomórficas contenidas en este fragmento están en función del paralelismo entre Trinidad celeste y Trinidad terrena. En una copia mecanografiada, María Valtorta las corrige del Nota: (Se separó... Palabra, operante en la tierra. Las expresiones antropomórficas contenidas en este fragmento están en función del paralelismo entre Trinidad celeste y Trinidad terrena. En una copia mecanografiada, María Valtorta las corrige del modo siguiente “͉

Dejó por ello el seno del Padre, el abrazo recíproco que forma el Espíritu Santo. Vino a actuar en la tierra. En el Cielo las otras dos Personas contemplaron las obras del Verbo, permaneciendo, de todas formas, igualmente unidas a Él para fundirse Pensamiento y !mor, con la Palabra operante en la tierra Y las completa con la observación siguiente: “La unión hipostática por la cual el Verbo, estando realmente en la carne del Hijo de Dios y [de] María, no cesó de ser Uno con el Padre y, por tanto, con el Amor; no cesó de ser el Santo de los Santos, porque lo era por divina Naturaleza y lo fue en la Naturaleza humana, por Gracia y Voluntad perfectísimas. De los muchos atributos divinos, durante el tiempo mortal y como Verbo hecho Hombre, no perdió sino la eternidad, pues que debió conocer la muerte, y la inmensidad, pues que estaba limitado en una humanidad, siempre y sólo durante los 33 años que fue en todo como nosotros excepto en el pecado.

María Valtorta explicará también más adelante que la Divinidad, unida siempre hipostáticamente en Jesús-Hombre, no siempre era sensible para el Hombre-Redentor, el cual debía experimentar también este dolor)

Llegará un día en que vendrá del Cielo esta orden: "Es el momento de que vuelvas, porque todo está cumplido -Entonces el Verbo volverá al Cielo, así... (y Jesús se retira un paso hacia atrás dejando a Pedro y a María donde estaban), y desde lo alto del Cielo contemplará las obras de los otros dos de la tierra, los cuales, por santo impulso, se unirán más que nunca, para fundir poder y amor y hacer de ello un medio para cumplir el deseo del Verbo: la redención del mundo a través de la perpetua enseñanza de su Iglesia. Y el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo harán con sus rayos una cadena para estrechar, estrechar cada vez más a los dos que estarán todavía en esta tierra: mi Madre, el amor; tú, el poder. Por tanto, ciertamente tendrás que tratar a María como a una Reina, pero no como esclavo. ¿No te parece?

-Me parece todo lo que quieras. ¡Me siento anonadado! ¡Yo el poder? ¡Ah, pues si tengo que ser el poder entonces sí que me debo apoyar en Ella! ¡Madre de mi Señor, no me abandones nunca, nunca, nunca...!

-No temas. Te tendré siempre cogido de la mano; así, como hacía con mi Niño hasta que fue capaz de andar solo.
-¿Y después?

-Después te sostendré con la oración. ¡Ánimo, Simón; no dudes nunca del poder de Dios! Ni yo ni José dudamos de su poder, tú tampoco debes dudar. Dios otorga su ayuda en cada hora, si permanecemos humildes y fieles...

-Ahora venid aquí afuera, junto al riachuelo, a la sombra del árbol bueno que, si el verano estuviera más adelantado, os daría además de su sombra sus manzanas. Venid. Comeremos antes de partir...

-¿A dónde, Hijo mío?

-A Jala. Está cerca. Y mañana iremos a Betsur.

Se sientan a la sombra del manzano. María se apoya contra el recio tronco.

Bartolomé mira fijamente cómo Ella -tan joven y todavía celestemente enardecida por los hechos que ha revivido ­acepta de su Hijo el alimento que previamente ha bendecido, y cómo le sonríe con ojos de amor. Y susurra:

-“A su sombra he tomado asiento, su alimento sabe delicado a mi paladar.

Le responde Judas Tadeo:

-Es verdad. Se consume de amor. Pero no se puede decir que "fuese despertada bajo un manzano"».

-¿Y por qué no, hermano? ¿Qué sabemos nosotros de los secretos del Rey? -responde Santiago de Alfeo.

Y Jesús, sonriendo, dice:

-La nueva Eva fue concebida por el Pensamiento al pie del paradisíaco manzano, para que, con su sonrisa y su llanto, pusiera en fuga a la serpiente y desenvenenara el fruto envenenado. Ella se ha hecho árbol de fruto redentor.

Venid, amigos, comed de su fruto; que nutrirse con su dulzura es nutrirse con la miel de Dios.

-Maestro, hace tiempo que deseo saber una cosa: ¿el Cántico que estamos citando se refiere a Ella? -pregunta en voz baja Bartolomé. María está ocupándose del niño y hablando con las otras mujeres.

-Desde el principio del Libro se habla de Ella y de Ella se hablará en los libros futuros, hasta la transformación de la palabra del hombre en la sempiterna alabanza de la eterna Ciudad de Dios -y Jesús se vuelve a las mujeres.

-¡Cómo se nota que es de David! ¡Qué sabiduría! ¡Qué poesía! -dice Simón Zelote a sus compañeros.
Interviene Judas Iscariote, que, aún bajo la impresión del día anterior, a pesar de que esté tratando de recuperar la libertad que tenía antes, habla poco:

-Yo quisiera entender el por qué de esta necesidad de la Encarnación. De acuerdo que el único que con su palabra puede vencer a Satanás es Dios, de acuerdo que Dios es el unico que puede tener capacidad de redimir, no lo pongo en duda; pero, en fin, me parece que el Verbo habría podido humillarse menos de lo que lo ha hecho naciendo como todos los hombres, sujetándose a las miserias de la infancia, etc. ¿No habría podido aparecer con forma humana ya adulta, o, si es que quería tener una madre, elegírsela adoptiva, como hizo para el padre? Creo que una vez se lo pregunté pero no me respondió ampliamente,
o al menos no lo recuerdo. -¡Pregúntaselo, dado que estamos en el tema...! -dice Tomás. -Yo no. Ya le he hecho disgustarse y todavía no me siento perdonado. Preguntadlo vosotros por mí. -¡Pero hombre, nosotros aceptamos todo sin pedir tantas dilucidaciones!, ¿y tenemos que ser nosotros quienes hagan preguntas? ¡No es justo! -replica Santiago de Zebedeo.

-¿Qué es lo que no es justo? -pregunta Jesús.
Hay un momento de silencio; luego Simón Zelote, haciéndose intérprete de todos, repite las preguntas de Judas de Keriot y las respuestas de los otros.

-No soy rencoroso; esto lo primero. Hago las observaciones que debo hacer, sufro y perdono. Lo digo para quien todavía tiene miedo: fruto de su turbación. Por lo que se refiere a mi real Encarnación, digo: es justo que haya sido en este modo. Vendrán días en que muchos, muchos, caerán en errores acerca de mi Encarnación, atribuyéndome precisamente esas formas erradas que Judas querría que Yo hubiera asumido: Hombre compacto en cuanto al cuerpo, pero, en realidad, volátil como un juego de luces, siendo, por tanto, y no siendo al mismo tiempo, carne. Y la maternidad de María sería tal, y al mismo tiempo no lo sería. Yo soy verdaderamente carne, María es verdaderamente la Madre del Verbo encarnado. Si la hora del nacimiento fue sólo un éxtasis, se debió al hecho de ser la nueva Eva, sin peso de culpa ni herencia de castigo. Descansar en Ella no fue una humillación para mí.

¿Rebajaba acaso al maná el tenerlo dentro de. Tabernáculo? Al contrario: estar en esa morada era un honor Otros dirán que Yo, no siendo carne real, no padecí ni morí durante mi paso por la tierra. Sí, no pudiendo negar que estuve en la tierra se negará mi Encarnación real o mi Divinidad verdadera. La realidad es que Yo soy Uno con el Padre eternamente, y estoy unido a Dios como Carne, pues en verdad le era posible al Amor en su Perfección alcanzar lo inalcanzable revistiéndose de Carne para salvar a la carne. A todos estos errores responde mi entera vida, que da sangre desde el nacimiento hasta la muerte, y que se ha sujetado a todo lo humano, excepto al pecado. Sí, he nacido de Ella, por vuestro bien. ¿No sabéis cuánto se mitiga la Justicia desde que tiene a la Mujer como su colaboradora! ¿Estás satisfecho, Judas?

-Sí, Maestro.

-Haz tú también lo propio conmigo.

Judas Iscariote agacha la cabeza, confundido, y... quizás realmente tocado por tanta bondad.

Todavía permanecen a la sombra fresca del manzano. Unos dormitan, otros duermen verdaderamente. María se
levanta y vuelve a la gruta. Jesús la sigue...

   


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