204- La fe y el alma explicadas a los paganos
con la parábola de los templos
En la paz del sábado, Jesús está descansando junto a un campo de lino todo florecido, propiedad de Lázaro. Más que estar junto al campo, yo diría que está sumergido en el alto lino. Sentado en un caballón, se absorbe en sus pensamientos. Con Él no hay sino alguna silenciosa mariposa o alguna rumorosa lagartija, que lo mira con sus ojitos de azabache, levantando su cabecita triangular de garganta clara y palpitante. Nada más. En la tarde caliente, calla hasta el más mínimo soplo de viento por entre los altos tallos.
De lejos, quizás del jardín de Lázaro, llega la canción de una mujer, y con ella los alegres gritos del niño, que está jugando con alguien. Luego una, dos, tres voces:
-Maestro! ¡Jesús!
Jesús sale bruscamente de su ensimismamiento y se pone en pie. A pesar de que el lino, ya completamente crecido, esté muy alto, Jesús descuella ampliamente por encima de este mar verde y azul.
-¡Ahí está, Juan! -grita Simón Zelote. Y Juan, a su vez:
-¡Madre, el Maestro está aquí, en el lino!
Mientras Jesús se acerca al sendero que conduce a las casas, llega María.
-¿Qué quieres, Madre?
-Hijo mío, han llegado unos gentiles, con algunas mujeres. Dicen que han sabido por Juana que estabas aquí, y que durante todos estos días te han esperado junto a la Antonia...
-¡Ah, ya sé! Voy enseguida. ¿Dónde están?
-En casa de Lázaro, en el jardín. A Lázaro lo estiman los romanos; él, por su parte, no siente por ellos esa aversión propia de nuestro pueblo. Los ha introducido en su casa, con sus carros; en el vasto jardín, para no dar escándalo a nadie.
-De acuerdo, Madre. Son soldados y damas romanas, lo sé.
-¿Qué quieren de ti?
-Lo que muchos en Israel no quieren: Luz».
-¿Cómo creen en ti? ¿Qué te creen: Dios, quizás?
-A su manera, sí. Para ellos, más que para nosotros, es fácil aceptar la idea de la encarnación de un dios en carne mortal.
-Entonces ya creen en tu fe...
-Todavía no, Mamá. Primero debo demoler la suya. Por el momento soy para ellos un hombre sabio, un filósofo, como ellos dicen. De todas formas, tanto ese deseo de conocer doctrinas filosóficas, como su tendencia a creer posible la encarnación de un dios, me ayudan mucho a conducirlos a la verdadera Fe. Créeme que son más simples en su modo de pensar que muchos de Israel.
-Pero, ¿serán sinceros? Se dice que Juan el Bautista...
-No. Si de ellos hubiera dependido, Juan estaría libre y seguro. Dejan tranquilos a todos, con tal de que no sean rebeldes. Es más, te diré que con ellos el hecho de ser profeta -usan la palabra "filósofo" porque la altura propia de la sabiduría sobrenatural es igualmente filosofía para ellos -es una garantía de que te respetarán. No estés preocupada, Mamá, que el mal no me vendrá por esa vía...
-Pero los fariseos... Si vienen a saberlo, ¿que dirán de Lázaro? Tú... eres Tú y debes manifestar la Palabra al mundo. ¡Pero Lázaro... ya de por sí lo ofenden mucho...!
-Pero es intocable. Saben que Roma lo protege.
-Te dejo, Hijo mío. Aquí está Maximino que te llevará adonde los gentiles.
Y María, que había caminado al lado de Jesús durante todo este tiempo, ahora se retira, ligera, y se encamina hacia la casa de Simón Zelote. Jesús, por su parte, entra por una puertecita de hierro abierta en el muro que rodea el jardín, en una parte alejada, en que ya no es jardín sino pomar, es decir, cerca del lugar en que, pasado el tiempo, sería enterrado Lázaro.
Ahora está allí Lázaro, nadie más:
-Maestro, he tomado la iniciativa de acogerlos en mi casa...
-Has hecho bien. ¿Dónde están?
-Allá, a la sombra de aquellos bojes y laureles. Como puedes observar, están a no menos de quinientos pasos de la casa.
-Bien, bien, bueno... ¡La Luz descienda sobre todos vosotros!
-¡Salve, Maestro! -es el saludo de Quintiliano, que está vestido de paisano.
Las damas se ponen en pie para saludar a Jesús (son Plautina. Valeria y Lidia, y otra, anciana, que no sé ni quién es ni qué es, o sea, si es del mismo grado o de grado inferior; están todas vestidas con mucha sencillez y nada las distingue.
-Hemos venido porque queríamos oírte hablar. No has venido nunca. Estaba de guardia cuando llegaste, pero no te he visto nunca.
-Yo tampoco he visto nunca en la Puerta de los Peces a un soldado amigo mío. Se llamaba Alejandro...
-¿Alejandro? No sé exactamente si es él, pero sé que hace un tiempo tuvimos que quitar, para calmar a los judíos, a un soldado acusado de... haber hablado de ti. Ahora está en Antioquía. Quizás vuelva. ¡Caray, qué molestos son esos... los que quieren mandar incluso ahora, que están sometidos! Y no hay más remedio que moverse con maña para no provocar cosas graves... Nos hacen la vida difícil, créelo... Sin embargo, Tú eres bueno y sabio. ¿Nos hablas? Quizás pronto tenga que irme de Palestina, quisiera llevarme conmigo algo tuyo que recordar.
-Os hablaré, sí. No decepciono nunca a nadie. ¿Qué es lo que queréis saber?
Quintiliano mira a las damas con ademán interrogativo...
-Lo que Tú quieras, Maestro -dice Valeria.
Plautina se pone de nuevo en pie y dice:
-He pensado mucho... debería conocer muchas cosas... todo, para poder juzgar. No obstante, si se puede preguntar, yo querría saber cómo se construye una fe, la tuya, por ejemplo, sobre un terreno que dices que está privado de verdadera fe. Dices que nuestras creencias son vanas. Si es así nos quedamos vacíos. ¿Cómo se puede... tener?
-Tomaré como ejemplo una cosa que vosotros tenéis: los templos. Vuestros edificios sagrados, verdaderamente bonitos, cuya única imperfección es el hecho de estar dedicados a la Nada, os pueden enseñar cómo se puede alcanzar una fe y dónde colocarla. Observad: ¿Dónde los construís?, ¿qué lugar se prefiere para construirlos?, ¿cómo los construís? El lugar, generalmente, es espacioso, abierto, elevado; para este fin incluso se derriba lo que estorba o aprisiona; y, si no es un lugar elevado, se construye sobre un estereóbato más eleva-do del común de tres gradas que se usa para los templos que ya de por sí se alzan en un elevación natural. Están rodeados de muros sagrados, por lo general, y formados por columnatas y pórticos. Dentro están los árboles consagrados a los dioses, hay fuentes y altares, estatuas y estelas.
Generalmente les precede el propileo, pasado el cual se yergue el altar en que se elevan las preces al numen; frente a éste, está el lugar del sacrificio, porque el sacrificio precede a la oración. Muchas veces, especialmente en los templos más grandiosos, el peristilo los rodea con una guirnalda de preciosos mármoles. En su interior está el vestíbulo anterior, externo o interno respecto al peristilo, la celda del numen, el vestíbulo posterior... Mármoles, estatuas, frontones, acroteras, tímpanos, perfectamente acicalados, de gran valor, perfectamente decorados, hacen del templo un edificio nobilísimo para todos, incluso para el ojo más inculto.
¿No es así?
-Así es, Maestro. Los has visto y estudiado muy bien -dice Plautina, confirmando y en tono de alabanza.
-¡Pero si nos consta que no ha salido nunca de Palestina! -exclama Quintiliano.
-Nunca he salido para ir a Roma o a Atenas, pero no ignoro la arquitectura de Grecia ni la de Roma. En el genio del hombre que decoró el Partenón Yo estaba presente, porque Yo estoy dondequiera que haya vida y manifestación de vida; dondequiera que un sabio piense, un escultor esculpa, un poeta componga, una madre cante curvada hacia una cuna, un hombre trabaje los surcos, un médico luche contra las enfermedades, un ser vivo respire, un animal viva, un árbol vegete, allí estoy Yo, junto a aquel de quien procedo. En el estruendo del terremoto o el fragor de los rayos, en la luz de las estrellas o en el curso de las mareas, en el vuelo del águila y en el zumbido del mosquito, Yo estoy presente con el Creador altísimo.
-¿Entonces... Tú... Tú sabes todo?, ¿conoces tanto el pensamiento como las obras humanas? -pregunta Quintiliano.
-Yo sé.
Los romanos se miran estupefactos.
Se produce un largo silencio. Luego, tímidamente, Valeria solicita:
-Expón tu pensamiento, Maestro, para que sepamos qué debemos hacer.
-Sí. La Fe se construye como se construyen esos templos de que os sentís tan orgullosos: se hace espacio al templo, se libera la zona de alrededor, se eleva el templo.
-Pero, ¿y el templo para colocar la fe, esta deidad verdadera, dónde está? -pregunta Plautina.
-Plautina, la fe no es deidad; es una virtud. En la fe verdadera no hay deidades; sólo hay un único y verdadero Dios.
-¿Entonces... Él está allá arriba, solo, en su Olimpo? ¿Y qué hace si está solo?
-Se basta a sí mismo, aunque se ocupa de todas las cosas de la creación. Te he dicho que hasta en el zumbido del mosquito Dios está presente. No se aburre, no lo pongas en duda. No es un pobre hombre, dueño de un inmenso imperio en que se siente odiado y vive temblando. Él es el Amor y vive amando. Su Vida es Amor continuo. Se basta a sí mismo porque es infinito y potentísimo; es la Perfección. Y tantas son las cosas creadas, las cuales viven porque Él continuamente lo quiere, que no tiene tiempo de aburrirse.
El aburrimiento es fruto del ocio y del vicio. En el Cielo del verdadero Dios no hay ni ocio ni vicio. Pronto tendrá, además de los ángeles que ahora le sirven, un pueblo de justos que en Él exultarán, y este pueblo irá creciendo cada vez más por los que en el futuro creerán en el verdadero Dios.
-¿Los ángeles son los genios? -pregunta Lidia.
-No. Son seres espirituales, como lo es Dios, que los ha creado.
-¿Y los genios qué son entonces?
-Como vosotros los imagináis son una falsedad. Como los imagináis vosotros no existen. Lo que sucede es que, por esa instintiva necesidad del hombre de buscar la verdad, también vosotros habéis sentido que el hombre no es sólo carne y que una realidad inmortal está unida a su cuerpo perecedero. El hombre busca la verdad aguijoneado por el alma, que vive y está presente también en los paganos, aunque atribulada porque en ellos su deseo está ahogado, porque se siente hambrienta en su nostalgia del Dios verdadero, que sólo ella recuerda, en ese cuerpo en que vive, gobernado por una mente pagana. Y también las ciudades y las naciones posean una realidad inmortal. Por eso creéis, sentís la necesidad de creer, en los "genios"; y os dais el genio individual, el de la familia, el de la ciudad, el de las naciones. Así, tenéis el "genio de Roma", el "genio del emperador"... y los adoráis como divinidades menores. Entrad en la verdadera fe: conoceréis a vuestro ángel, seréis amigos de él y lo veneraréis, aunque sin ad sin adorarlo, porque sólo a Dios se le adora.
-Has dicho: “Aguijón del alma, viva y presente también en los paganos, atribulada en ellos porque su deseo está
frustrado".
Pero, ¿de quién procede el alma? - pregunta Publio Quintiliano. orarlo, porque sólo a Dios se le adora.
Pero, ¿de quién procede el alma? -pregunta Publio Quintiliano.
-De Dios. Él es el Creador.
-¿Pero no nacemos de mujer, por unión con el hombre? Nuestros dioses también han sido engendrados de la misma manera.
-Vuestros dioses no son reales: son los fantasmas de vuestro pensamiento, que tiene necesidad de creer. En efecto, esta necesidad es más imperiosa que la de respirar. Aun quien dice que no cree, cree, en algo cree; el simple hecho de decir "no creo en Dios" presupone otra fe, que puede ser fe en sí mismo, en su propia, soberbia mente. Creer, se cree siempre. Es como el pensamiento. Si decís "no quiero pensar" o "no creo en Dios", con el simple hecho de decir estas dos frases manifestáis vuestro pensamiento de no querer pensar, o de no querer creer en Aquel que sabéis que existe. Y acerca del hombre, para ser exactos en la expresión del concepto, debéis decir: "El hombre es engendrado, como todos los animales, por unión de macho y hembra, de varón y mujer. Pero el alma, o sea, lo que diferencia al animal-hombre del animal-bruto, viene de Dios, que la crea cada vez que un hombre es engendrado -o, mejor, es concebido -en un seno, y la inserta en esa carne que, si no, sería solamente animal".
-¿Y nosotros, que somos paganos, la tenemos? Según lo que dicen tus connacionales no lo parece... -dice Quintiliano irónico.
-Todo nacido de mujer la tiene.
-Pero Tú dices que el pecado la mata. ¿Cómo es que entonces en nosotros, pecadores, está viva? -pregunta Plautina.
-Vosotros no pecáis en la fe, pues creéis que estáis en la Verdad. Cuando conozcáis la Verdad, si persistís en el error, cometeréis pecado. De la misma forma, muchas cosas que para los israelitas son pecado, para vosotros no lo son, porque ninguna ley divina os lo prohíbe. Existe pecado cuando uno, a sabiendas, se rebela contra el mandato de Dios y dice: "Sé que lo que hago está mal, pero lo quiero hacer de todas formas". Dios es justo. No puede castigar a quien hace el mal creyendo que está haciendo el bien; castiga a quien habiendo tenido cómo conocer el Bien y el Mal, elige este último y en él persiste.
-¿Entonces el alma está en nosotros, viva y presente?
-Sí.
-¿Atribulada? ¿Pero estás seguro de que se acuerda de Dios? No nos acordamos del seno que nos crió, no podríamos describirlo internamente. El alma, si no he entendido mal, es engendrada espiritualmente por Dios. ¿Podrá acordarse de esto último, si el cuerpo no recuerda su larga permanencia en el seno materno?
-El alma no es animal, Plautina; el embrión, sí. El alma es, a semejanza de Dios, eterna y espiritual; eterna desde el momento en que es creada; sin embargo, Dios es el perfectísimo Eterno, y, por tanto, no tiene principio en el tiempo, como tampoco tendrá fin. El alma, lúcida, inteligente, espiritual, obra de Dios, recuerda... y sufre, porque desea a Dios, al verdadero Dios de que procede... y tiene hambre de Dios: por eso aguijonea al cuerpo, torpe en lo que se refiere a tratar de acercarse a Dios.
-Entonces, ¿tenemos un alma exactamente igual que la de los israelitas que llamáis "justos”?.
-No, Plautina. Cambia según a lo que te refieras; si te refieres al origen y naturaleza, es exactamente igual que la de nuestros santos. Si te refieres a la formación, entonces te digo que es distinta; si te refieres a la perfección que alcanza antes de la muerte, entonces la diversidad puede ser absoluta. No obstante, esto no sucede sólo con vosotros, paganos: un hijo de este pueblo puede también ser absolutamente distinto de un santo en la vida futura.
El alma sufre tres fases. La primera es de creación; la segunda, de nueva creación; la tercera, de perfección. La primera es común a todos los hombres. La segunda es propia de los justos que con su voluntad llevan a su alma hacia un renacimiento más lleno, uniendo sus buenas acciones a la bondad de la obra de Dios; edifican, por tanto, un alma que ya es espiritualmente más perfecta que la primera: son, así, eslabón entre la primera y la tercera. Ésta, la tercera, es propia de los beatos, o santos si lo preferís, los cuales han superado en miles de grados a su alma inicial, adecuada sólo al hombre, y han hecho de ella una cosa que puede descansar en Dios.
-¿Y cuál es el modo de dar espacio, libertad y elevación al alma?
-Derribando las cosas inútiles que tenéis en vuestro yo; liberándolo de todas las ideas erradas; construyendo, con los fragmentos resultantes de la demolición, la elevación para el templo soberano. Se ha de conducir al alma cada vez más arriba subiendo los tres peldaños. ¡Oh, a vosotros, romanos, os gustan los símbolos! Ved los tres peldaños a la luz del símbolo. Os pueden decir sus nombres: penitencia, paciencia, constancia; o: humildad, pureza, justicia; o: sabiduría, generosidad, misericordia; o, en fin, el trinomio espléndido: fe, esperanza, caridad. Fijaos qué simbolizan los muros que, ornamentados y al mismo tiempo resistentes, rodean el área del templo. Es necesario saber circundar al alma, reina del cuerpo, templo del Espíritu eterno, con una barrera que la defienda, sin quitarle la luz, y no agobiarla con la visión de cosas inmundas. Sea muralla segura, y cincelada con el deseo del amor para, quitando las esquirlas de lo que es inferior, la carne y la sangre, formar lo superior, el espíritu. Cincelar con la voluntad: eliminar aristas, desportilladuras, manchas, vetas de debilidad, del mármol de nuestro yo, para que sea perfecto en torno al alma.
Al mismo tiempo, hacer, de la muralla que habrá de proteger al templo, misericordioso refugio para los desdichados que no conocen lo que es Caridad. ¿Y los pórticos?: la expansión del amor, la piedad, el deseo de que otros vayan a Dios; son semejantes a amorosos brazos que se extienden para amparar la cuna de un huérfano. En el interior del recinto están, como ofrenda al Creador, los más bellos y olorosos árboles. Sembrad en el terreno que antes estaba desnudo, cultivad luego estos árboles, que son las virtudes de todo tipo, segundo círculo protector, vivo y florido, en torno al sagrario; y, entre los árboles, entre las virtudes, las fuentes (que son también amor, purificación), antes de acercarse al propileo, junto al cual, antes de subir al altar, se debe cumplir el sacrificio de la carnalidad, vaciarse de toda lujuria. Luego, continuar más adentro, hasta el altar, para depositar la ofrenda, y seguir, atravesando el vestíbulo, hasta la celda de Dios. ¿Qué será esta morada?: copiosidad de riquezas espirituales, porque nunca es demasiado como marco para Dios. ¿Habéis comprendido esto? Me habéis pedido que os explique cómo se construye la Fe.
Os he dicho: "Según el método con que se elevan los templos".
Como podéis observar, es así. ¿Alguna otra cosa más?
-No, Maestro. Creo que Flavia ha escrito lo que has dicho.
Claudia lo quiere saber. ¿Has escrito?
-Fielmente -dice la mujer mientras pasa las tablas enceradas.
-Las tendremos para poderlo leer otras veces -dice Plautina.
-Es cera. Se borra. Escribidlo en vuestros corazones y no se borrará.
-Maestro, están ocupados por una serie de templos inútiles, contra los cuales, sí, lanzamos tu Palabra para demolerlos, pero es un trabajo largo -dice Plautina con un suspiro; y termina: «Acuérdate de nosotros en tu Cielo...
-Marchaos con la seguridad de que lo haré. Os dejo. Sabed que vuestra visita me ha sido grata. Adiós, Publio Quintiliano. Acuérdate de Jesús de Nazaret.
Las damas se despiden y son las primeras en marcharse; luego pensativo, se marcha Quintiliano. Jesús los mira mientras se van en compañía de Maximino, que los acompaña hasta sus carros. -¿Qué piensas, Maestro? -pregunta Lázaro.
-Que hay muchos infelices en el mundo.
-Y yo soy uno de ellos.
-¿Por qué, amigo mío?
-Porque todos vienen a ti, pero María no. Será que su miseria es mayor, ¿no?
Jesús lo mira y sonríe.
-¡Sonríes! ¿No te duele que María sea inconvertible y que yo sufra! Marta no ha dejado de llorar desde la tarde del lunes. ¿Quién era aquella mujer? ¿Sabes que durante todo el día tuvimos la esperanza de que fuera ella?
-Sonrío porque eres un niño impaciente... y porque pienso que malgastáis energías y lágrimas; si hubiera sido ella, habría ido inmediatamente a decíroslo
-¿Entonces?... ¡No era ella!».
-¡Lázaro!
« -Tienes razón. ¡Paciencia!, ¡más paciencia!... Mira, Maestro, las joyas que me diste para venderlas: aquí está el dinero
que me han dado por ellas, para los pobres. Eran muy bonitas. De mujer.
-¡Eran de "esa" mujer.
-Lo había imaginado. ¡Ah, si hubieran sido de María...!
¡Pero ella... pero ella!... ¡Mi Señor, pierdo la esperanza!...
Jesús lo abraza y guarda silencio durante unos momentos. Luego dice:
-Te ruego que no hables a nadie de esas joyas. Esa mujer debe desaparecer de admiraciones y apetitos, como una nube trasportada por el viento sin que quede rastro de ella en el cielo.
-Puedes estar tranquilo, Maestro... A cambio tráeme a María, a nuestra pobre María...
-La paz descienda sobre ti, Lázaro. Haré lo que he prometido.