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EL EVANGELIO
COMO ME HA SIDO REVELADO
Autor: María Valtorta
« PARTE 3 de 7 »
SEGUNDO AÑO DE LA
VIDA PUBLICA DE JESUS
Partes:
[ 1 ]
[ 2 ]
[ 3 ]
[ 4 ]
[ 5 ]
[ 6 ]
[ 7 ]
141. Yendo hacia Arimatea con los discípulos y con
José de Emaús
142. Con los doce hacia Samaria
143. La samaritana Fotinai
144. Los samaritanos invitan a Jesús a Sicar
145. El primer día en Sicar
146. El segundo día en Sicar. Jesús se despide de los samaritanos
147. Curación de una mujer de Sicar y conversión de Fotinai
148. Jesús visita a Juan el Bautista en las cercanías de Enón
149. La visita a Juan el Bautista, motivo de instrucción
a los apóstoles
150. Jesús en Nazaret, en casa de su Madre. Ella deberá
seguir a su Hijo
151. En Caná en casa de Susana, que se hará discípula.
El oficial del rey
152. María Salomé es recibida como discípula
153. Las mujeres allegadas a los discípulos al servicio de Jesús
154. Jesús en Cesárea Marítima habla a los galeotes.
Las fatigas del apostolado
155. Curación de la niña romana en Cesárea
156. Analía, la primera de las vírgenes consagradas
157. Instrucciones a las discípulas en Nazaret
158. En el lago de Genesaret
con Juana de Cusa.
159. Discurso en Guerguesa. La respuesta sobre el ayuno a los discípulos de Juan el Bautista.
160. Encuentro con Gamaliel en el camino de Neftalí a Yiscala
161. Curación del nieto del fariseo Elí de Cafarnaúm
162. Las conversiones humanas del fariseo Elí
y de Simón de Alfeo
163. Comiendo en casa del fariseo Elí de Cafarnaúm
164. El retiro en el monte para la elección de los Apóstoles
165. Elección de los doce Apóstoles
166. Los milagros después de la elección apostólica. Simón el Zelote y Juan predican por primera vez
167. Jesús concurre con las romanas en el jardín
de Juana de Cusa
168. Aglae en casa de María,
en Nazaret
169. Primer discurso de la Montaña: la misión de los apóstoles y de los discípulos
170. Segundo discurso de la Montaña: el don de la Gracia; las bienaventuranzas
171. Tercer discurso de la Montaña: los consejos evangélicos que perfeccionan
la Ley
172. Cuarto discurso de la Montaña: el juramento, la oración, el ayuno. El anciano Ismael y Sara
173. Quinto discurso de la Montaña: el uso de las riquezas; la limosna; la confianza en Dios.
174. Sexto discurso de la Montaña: la elección entre el Bien y el Mal; el adulterio; el divorcio. La llegada importuna de
María de Magdala.
175. El leproso curado al pie del Monte. Generosidad
del escriba Juan
176. Durante el descanso sabático, el último discurso
de la Montaña:
amar la
voluntad de Dios
177. La curación del siervo
del centurión
178. Tres hombres que quieren seguir a Jesús
179. La parábola del sembrador. En Corazín con el nuevo
discípulo Elías
180. Controversia en la cocina de Pedro en Betsaida. Explicación de la parábola del sembrador. La noticia de la segunda captura de Juan el Bautista
181. La parábola del trigo
y la cizaña
182. Palabras a algunos pastores
con el huerfanito Zacarías
183. La curación de un hombre herido en casa de
María de Magdala
184. El pequeño Benjamín de Magdala y dos parábolas sobre
el Reino de los Cielos
185. La tempestad calmada.
Una lección sobre
sus preliminares
186. Los dos endemoniados de la región de los Gerasenos
187. Hacia Jerusalén
para la Pascua.
De Tariquea al monte Tabor
188. La gruta de la maga y el encuentro con Félix, llamado luego Juan
189. En Naím. Resurrección del hijo de una viuda
190. La llegada a la llanura de Esdrelón durante la puesta
del sol del viernes
191. El sábado en Esdrelón.
El pequeño Yabés.
Parábola del rico Epulón
192. Una predicción a Santiago de Alfeo. La Regada a Engannim tras un alto en Meguido
193. Llegada a Siquem tras dos días de camino
194. La revelación al pequeño Yabés durante el camino de Siquem a Berot
195. Una lección de Juan de Endor a Judas Iscariote.
Llegada a Jerusalén
196. El sábado en Getsemaní. Jesús habla de su Madre y de los amores de distintas potencias
197. En el Templo con José de Arimatea. La hora del incienso
198. El encuentro con la Madre en Betania. Yabés cambia su nombre por el de Margziam
199. Donde los leprosos de Siloán y Ben Hinnom. Pedro obtiene a Margziam
por medio de María
200. Coloquio de Áglae
con el Salvador
201. El examen de la mayoría
de edad de Margzia
202. Judas Iscariote es reprendido. Llegada de los campesinos de Jocanán
203. El Padrenuestro
204. La fe y el alma explicadas a los paganos con la parábola
de los templos
205. La parábola del hijo pródigo
206. Con dos parábolas sobre el Reino de los Cielos, termina la permanencia en Betania
207. En la gruta de
Belén la Madre evoca
el
nacimiento de Jesús
208. María Santísima ve de nuevo al pastor Elías y con Jesús va a Betsur donde Elisa
209. La fecundidad del dolor, en el discurso de Jesús junto a la casa de Elisa en Betsur
210. Las inquietudes de Judas Iscariote durante el camino
hacia Hebrón
211. Regreso a Hebrón, patria del Bautista
212. Una ola de amor a Jesús, que en Yuttá habla desde
la
casita de Isaac
213. En Keriot una profecía de Jesús y el comienzo de la predicación apostólica
214. La madre de Judas abre su corazón a María Stma., que ha llegado a Keriot
215. El posadero de Bet Yinna
y su hija lunática
216. Las infidelidades de los discípulos en la parábola
del diente de león
217. Las espigas arrancadas
un sábado
218. La llegada a Ascalón,
ciudad filistea
219. Los distintos frutos de la predicación de los apóstoles en la ciudad de Ascalón
220. Los idólatras de Magdalgad y la curación milagrosa
de la parturienta
221. Los prejuicios de los apóstoles respecto a los paganos y la parábola del hijo deforme
222. Un secreto del apóstol Juan
223. Una caravana nupcial se libra del asalto de bandidos después de un discurso de Jesús
224. En el apóstol Juan actúa el Amor. Llegada a Béter
225. El paralítico de la piscina de Betseida y la disputa sobre las obras del Hijo de Dios
226. Un signo bueno por parte de María de Magdala. Muerte del anciano Ismael
227. Un episodio incompleto
228. Margziam confiado
a Porfiria
229. Discurso a los habitantes de Betsaida sobre el gesto de caridad de Simón Pedro
230. Curación de la hemorroisa y resurrección de la hija de Jairo
231. En Cafarnaúm, Jesús y Marta hablan de la crisis que atormenta a María de Magdala
232. Curación de dos ciegos y de un mudo endemoniado
233. La parábola de la oveja perdida. María de Magdala también la oye
234. Comentario de tres episodios sobre la conversión de María de Magdala
235. Marta ha recibido de su hermana María la certidumbre de la conversión
236. La cena en casa de Simón el fariseo y la absolución
a María de Magdala
237. La petición de obreros para la mies, y la parábola del tesoro escondido en el campo. Marta todavía teme por su
hermana María
238. Llegada de María Stma. con María de Magdala a Cafarnaúm en medio de una tempestad
239. La parábola de los peces, la parábola de la perla, y del tesoro de las enseñanzas viejas y nuevas
240. En Betsaida, en la casa de Simón, con Porfiria y Margziam, el cual enseña a la Magdalena la oración de Jesús
241. Vocación de la hija de Felipe. Llegada a Magdala y parábola de la dracma perdida
242. Jesús habla sobre la Verdad al romano Crispo, el único que lo escucha de Tiberíades
243. En Caná en la casa de Susana. Las expresiones, los gestos y la voz de Jesús. Debate de los apóstoles acerca de las posesiones diabólicas
244. Juan repite un discurso de Jesús sobre la Creación y sobre los pueblos que esperan la Luz
245. Una acusación de los nazarenos a Jesús, rechazada con la parábola del
leproso curado
246. Un apólogo para los habitantes de Nazaret, los cuales permanecen incrédulos
247. María Stma. instruye a la Magdalena en orden
a la oración mental
248. En Belén de Galilea. Juicio ante un homicidio y parábola de los bosques petrificados
249. María Stma. instruye a Judas Iscariote sobre el deber preeminente de la
fidelidad a Dios
250. A los discípulos que han venido con Isaac: la parábola del lodo transformado en llama. Juan de Endor es alma víctima
251. A los pescadores siro-fenicios: la parábola del minero perseverante. Hermasteo
de Ascalón
252. El regreso de Tiro. Milagros. Parábola de la vid y el olmo
253. María Santísima devela a María de Alfeo el sentido de la maternidad espiritualizada.
La Magdalena debe
forjarse sufriendo
254. El encuentro con Síntica, esclava griega y la llegada a Cesárea Marítima
255. Despedida de las hermanas Marta y María, que parten con Síntica. Una lección
a Judas Iscariote
256. Parábola sobre la virtud de la esperanza, que sujeta la fe
y la caridad
257. Retiro de Jesús y Santiago de Alfeo en el monte Carmelo
258. Jesús revela a Santiago de Alfeo cuál será su misión
de apóstol
259. Lección sobre la Iglesia y los Sacramentos a Santiago de Alfeo, que obra un milagro
260. Dos parábolas de Pedro para los campesinos
de la llanura de Esdrelón
261. Exhortación a los campesinos de Doras,
que ahora lo son de Jocanán
262. Una hija no querida y el papel de la mujer redimida.
El Iscariote solicita
la ayuda de María
263. Curación del hombre del brazo atrofiado
264. Una jornada de Judas Iscariote en Nazaret
265. Instrucciones a los doce apóstoles al comienzo
de su ministerio
266. Los discípulos del Bautista quieren verificar que Jesús es el Mesías. Testimonio sobre el Precursor e invectiva contra las ciudades impenitentes
267. Jesús, carpintero en Corazín
268. Lección sobre la caridad con la parábola de los titos. El yugo de Jesús es ligero
269. La disputa con escribas y fariseos en Cafarnaúm. Llegada de la Madre y de los hermanos
270. Jesús recibe la noticia de que han matado a
Juan el Bautista
271. Salida para Tariquea con los apóstoles, que han regresado a Cafarnaúm
272. Reencarnación y vida eterna en el diálogo con un escriba
273. La primera multiplicación
de los panes
274. Jesús camina sobre las aguas. Su prontitud en socorrer
a quien le invoca
275. Cuatro nuevos discípulos. Jesús habla sobre las obras de misericordia corporal y espiritual
276. El hombre avaro y la parábola del rico necio. Las inquietudes y la vigilancia
en los siervos de Dios
277. En Magdala, en los jardines de María. El amor y la corrección entre hermanos
278. El perdón y la parábola del siervo inicuo. La misión confiada a setenta y dos discípulos
279. Encuentro con Lázaro en el campo de los Galileos
280. El regreso de los setenta y dos. Profecía sobre
los místicos futuros
281. En el Templo durante la fiesta de los Tabernáculos. Las condiciones para seguir a Jesús. La parábola de los talentos y la parábola del buen samaritano
282. La delación al Sanedrín respecto a Hermasteo,
Juan de Endor y Síntica
283. Síntica habla de su encuentro con la Verdad
284. La casita donada por Salomón. Cuatro apóstoles
se quedarán en Judea
285. Lázaro ofrece un refugio para Juan de Endor y Síntica. Viaje feliz hacia Jericó
sin Judas Iscariote
286. En Ramot con el mercader Alejandro Misax. Lección a Síntica sobre el recuerdo
de las almas
287. De Ramot a Gerasa con la caravana del mercader
288. Palabras a los habitantes de Gerasa y alabanza de una mujer a la Madre de Jesús
289. AEl sábado a Gerasa. Asueto de Margziam. La pregunta de Síntica sobre la salvación
de los paganos
290. El hombre de los ojos ulcerosos. El alto en la "fuente del Camellero". Más sobre el recuerdo de las almas
291. Margziam descubre por qué Jesús ora todos los días
a la hora nona
292. Insidia de escribas y fariseos en Bosrá
293. Palabras de Jesús y milagros en Bosrá, después de la irrupción de dos fariseos. El don de la fe a Alejandro Misax
294. La rica dádiva del mercader. Adiós a la Madre
y a las discípulas
295. Palabras y milagros en Arbela, ya evangelizada por Felipe de Jacob
296. Llegada a Aera bajo la lluvia. Curación de los enfermos que allí esperan
297. Con el sermón de Aera termina el segundo
gran viaje apostólico
298. La ayuda prestada a los huerfanitos María y Matías y las enseñanzas que de ella
se deducen
299. A Juana de Cusa le son confiados, para su tutela, los huerfanitos María y Matías
300. Con escribas y fariseos en casa
del resucitado de Naím
301. ola de las frentes destronadas y explicación de la parábola sobre lo no puro
302. En Magdala, antes de mandar a todos a sus respectivas familias para las Encenias
303. Jesús donde su Madre
en Nazaret
304. Con Juan de Endor, Síntica y Margziam. María es Madre
y Maestra
305. Jesús consuela a Margziam con la parábola de los pajarillos
306. También Simón Zelote está en Nazaret. Lección sobre los daños del ocio
307. Controversia en la casa de Nazaret acerca de las culpas de los nazarenos. Lección sobre la tendencia al pecado a pesar de la Redención
308. Curación del hijo de Simón de Alfeo. Margziam es el primero de los niños discípulos
309. Sacrificio de Margziam por la curación de una niña. Enmienda de Simón de Alfeo
310. Con Pedro, en Nazaret, Jesús organiza la partida
de Juan de Endor y Síntica
311. La renuncia de Margziam es ocasión de una lección sobre los sacrificios hechos por amor
312. Jesús comunica a Juan de Endor la decisión de enviarle a Antioquía. Final del segundo año
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225- El paralítico de la piscina de Betseida y la disputa sobre las obras del Hijo de Dios
Jesús está en Jerusalén, exactamente en las inmediaciones de la Antonia. Con Él, todos los apóstoles excepto Judas Iscariote.
Mucha gente se dirige, ligera, al Templo. Todos están vestidos de fiesta, tanto los apóstoles como los otros peregrinos, por lo cual pienso que son los días de Pentecostés. Muchos mendigos se mezclan con la gente, gimiendo su miseria con cantinelas lastimeras, y se dirigen a los mejores sitios (las puertas del Templo o los cruces por los que afluyen los peregrinos). Jesús pasa haciendo el bien a estos pobres hombres; ellos, por su parte, se encargan de mostrar integralmente sus miserias, además de narrarlas.
Tengo la impresión de que Jesús ha estado ya en el Templo, porque oigo que los apóstoles hablan de Gamaliel, que ha fingido no verlos, a pesar de que Esteban -uno de sus seguidores -le haya indicado que Jesús pasaba. Oigo también que Bartolomé pregunta a los compañeros: -¿Qué habrá querido decir ese escriba con la frase: "Un grupo de carneros que apenas si valen para el matadero"? -Se referiría a algún asunto suyo -responde Tomás. -No. Nos señalaba a nosotros, lo he visto bien. Además, la segunda frase confirmaba la primera. Ha dicho, en tono
sarcástico: "Dentro de poco el cordero será Él. Se le esquila incluso, y luego al matadero"
-Sí, yo también lo he oído -confirma Andrés.
-¡Ya, bien! De todas formas ardo en deseos de volver y preguntarle al compañero del escriba si sabe algo de Judas de Simón» dice Pedro.
-¡No sabe nada, hombre! Esta vez Judas no está porque verdaderamente está enfermo. Lo sabemos. Quizás es que realmente ha sufrido demasiado por el viaje que hemos hecho. Nosotros somos más fuertes. Él ha vivido aquí, cómodamente, y se cansa -responde Santiago de Alfeo.
-Sí, nosotros lo sabemos, pero ese escriba ha dicho: "Le falta el camaleón al grupo" ¿El camaleón no es el que cambia de color siempre que quiere? -pregunta Pedro.
-Sí, Simón, pero se referían a que siempre va vestido distinto; le gusta; es joven; hay que comprenderlo... -dice Simón Zelote en tono conciliador.
-Eso también es verdad. ¡Pero... qué frases tan extrañas! -concluye Pedro.
-Siempre dan la impresión de estar amenazando -dice Santiago de Zebedeo.
-Lo que pasa es que somos conscientes de las amenazas que pesan sobre nosotros y las vemos incluso donde no las hay... ̀ observa Judas Tadeo.
-Y vemos culpas también donde no existen -termina Tomás.
-¡Sí, claro! Mala cosa es la sospecha... ¿Cómo estará hoy Judas?
-Bueno, entretanto, se goza ese paraíso con esos ángeles... ¡Yo también me pondría malo a cambio de todas esas delicias! -dice Pedro.
Bartolomé le responde:
-Esperemos que se ponga bueno pronto. Tenemos que terminar el viaje porque el calor ya es atosigante.
-¡Bueno, no le faltan cuidados! Además... en todo caso el Maestro tomará las determinaciones oportunas -asegura Andrés.
-Tenía mucha fiebre cuando lo hemos dejado. No sé cómo le ha venido, tan... -dice Santiago de Zebedeo, y Mateo le responde: « ¡Pues como viene la fiebre! ¡Porque tiene que venir! De todas formas, no será nada. El Maestro no está preocupado en absoluto. Si hubiera visto fea la cosa, no habría salido del castillo de Juana.
En efecto, Jesús no está mínimamente preocupado. Habla con Margziam y con Juan mientras camina y da limosnas. Está explicando muchas cosas al niño, porque veo que va indicándole acá o allá. Se dirige hacia el final de las murallas del Templo del ángulo nordeste, donde hay mucha gente que está yendo a un lugar con muchas arquerías que precede a una puerta (oigo que la llaman «del Rebaño»).
-Esto es la Probática, la piscina de Betseida. Ahora observa bien el agua. ¿Ves cómo está quieta? Dentro de poco verás que es como si se moviera, y se eleva, hasta tocar esa señal húmeda. ¿La ves? Es cuando desciende el Ángel del Señor. El agua lo siente y lo venera de la forma que puede. Él trae al agua la orden de curar al hombre que esté preparado para zambullirse. ¿Ves cuánta gente? Pero muchos se distraen y no ven el primer movimiento del agua; o lo que pasa también es que los más fuertes, sin caridad, impiden a los más débiles acercarse: jamás distraerse ante los signos de Dios (es necesario tener el alma siempre vigilante porque no se sabe nunca cuándo se manifiesta Dios o cuándo manda a su ángel); nunca ser egoístas, ni siquiera por la salud. Muchas veces, por discutir por causa del derecho de precedencia, o de la mayor o menor necesidad de unos u otros, estos desdichados pierden el beneficio de la venida angélica.
Jesús, pacientemente, está explicándole estas cosas a Margziam, el cual lo mira con sus ojos bien abiertos y atentos, aunque sin perder de vista el agua.
-¿Se le puede ver al ángel? Me gustaría.
-Leví, pastor de tu edad, lo vio. Mira bien también tú y estáte preparado para honrarlo.
El niño ya no se distrae. Sus ojos van de la superficie del agua a la parte inmediatamente superior, y al contrario, alternativamente; ni oye ni ve ya nada más. Jesús, mientras, dirige su mirada hacia la pequeña población de enfermos, ciegos, lisiados, paralíticos, que esperan. También los apóstoles observan atentamente. El sol hace juegos de luces en la superficie del agua, e invade regiamente los cinco órdenes de arquerías que rodean a las piscinas.
En esto, se oye el gorjeo de Margziam:
-¡Eh, eh, el agua sube de nivel, se mueve, resplandece! ¡Qué luz! ¡El ángel!»... Y el niño se arrodilla.
Efectivamente, mientras se mueve el líquido del estanque, que parece crecer como por una masa de agua repentinamente introducida que lo hincha y que lo eleva hacia el borde, el agua resplandece como espejo puesto al sol. Un destello cegador por un instante.
Un cojo está preparado para zambullirse en el agua. Poco después sale con la pierna perfectamente curada (la tenía contraída debido a una cicatriz grande). Los demás se quejan, se enzarzan con él, diciendo que, a fin de cuentas, no estaba imposibilitado para trabajar mientras que ellos sí. Y la disputa continúa.
Jesús mira a su alrededor y ve a un paralítico que llora silenciosamente en su camilla. Se acerca, se agacha hacia él, lo acaricia y le pregunta:
-¿Estás llorando?
-Sí. Ninguno piensa nunca en mí. Estoy aquí, estoy aquí; todos se curan, yo nunca. Hace treinta y ocho años que yazgo sobre mi espalda. He consumido todo, los míos han muerto. Ahora soy gravoso a un pariente lejano que me trae aquí por la mañana y viene a recogerme por la tarde... ¡Pero, cuánto le pesa hacerlo! ¡Yo quisiera morirme!
-No desfallezcas. ¡Con tanta paciencia y fe como has tenido!... Dios te escuchará.
-Eso espero... pero a uno le vienen momentos de depresión. Tú eres bueno, pero los demás... Los que se curan podrían, como agradecimiento a Dios, estar aquí para socorrer a los pobres hermanos...
-Sí, deberían hacerlo. De todas formas, no guardes rencor. Ni siquiera lo piensan; no es por maldad; la alegría de verse curados es lo que los hace egoístas. Perdónalos...
-Tú eres bueno. Tú no actuarías así. Me esfuerzo en arrastrarme con las manos hasta allí cuando se agitan las aguas de la piscina. Pero siempre se me adelanta alguno. Y en el borde no puedo estar, porque me pisotearían. Además, aunque estuviera allí, ¿quién me sumergiría en el agua? Si te hubiera visto antes, te lo habría pedido...
-¡Grande es tu deseo de curarte! ¡Pues, álzate! ¡Toma tu camilla y anda!
Jesús, para dar la orden, se ha enderezado (es como si al enderezarse hubiera levantado también al paralítico, porque éste se pone en pie y da uno, dos, tres pasos, casi incrédulo, detrás de Jesús, que se está marchando). Pero, puesto que realmente camina, el hombre emite un grito que hace que todos se vuelvan.
-¿Quién eres? ¡En nombre de Dios, dímelo! ¿Eres el Ángel del Señor?
-Estoy por encima de los ángeles. Mi nombre es Piedad. Ve en paz.
Todos se aglomeran. Quieren ver. Quieren hablar. Quieren ser cu-ados. Pero acude enseguida la guardia del Templo que creo que vigilaba también la piscina -y disuelven ese remolino vocinglero de gente, amenazando con castigos.
El paralítico toma sus angarillas -dos barras con dos pares de ruedecitas y una tela rasgada clavada en las barras -y se marcha todo contento; y le dice a Jesús gritando:
-¡Te volveré a ver! ¡No olvidaré tu nombre ni tu rostro!
Jesús, mezclándose con la muchedumbre, se va en otra dirección, hacia las murallas.
Mas, no ha rebasado todavía la última arquería cuando ya se han llegado a él, como impulsados por un viento furioso, un grupo de judíos de las peores castas, todos aunados en el deseo de decir insolencias a Jesús. Buscan, miran, escrutan, pero no logran comprender bien de qué se trata, y Jesús se marcha, mientras éstos, contrariados, siguiendo indicaciones de la guardia, asaltan al pobre infeliz que ha sido curado y le recriminan:
-¿Por qué transportas esta camilla? Es sábado. No te es lícito.
El hombre los mira y dice:
-Yo no sé nada; sólo, que el que me ha curado me ha dicho: "Toma tu camilla y anda". Esto es lo que sé.
-Será un demonio. Está claro, porque te ha mandado violar el sábado. ¿Cómo era? ¿Quién era? ¿Judío? ¿Galileo? ¿Prosélito?
-No lo sé. Estaba aquí. Ha visto que lloraba y se ha acercado a mí. Me ha hablado. Me ha curado. Se ha marchado llevando a un niño de la mano. Creo que será su hijo, porque está en la edad de tener un hijo de ese tiempo.
-¿Un niño? ¡Entonces no es Él!... ¿Cómo has dicho que se llamaba? ¿No se lo has preguntado? ¡No mientas!
-Me ha dicho que se llama Piedad.
-¡Eres un estúpido! ¡Eso no es un nombre!
El hombre se encoge de hombros y se marcha.
Los otros dicen:
-No cabe duda de que era Él. Lo han visto en el Templo los escribas Anías y Zaqueo.
-¡Pero no tiene hijos!
-Es Él de todas formas. Estaba con sus discípulos.
-Pero Judas no estaba. Es al que conocemos bien. Los otros... pueden ser otros cualesquiera.
-No. Eran ellos.
Y la discusión continúa mientras los pórticos vuelven a llenarse de enfermos...
Jesús entra de nuevo en el Templo, esta vez por otro lado, el oeste, que es el que está de frente a la mayor parte de la ciudad. Los apóstoles lo siguen. Jesús mira a su alrededor y ve por fin lo que busca: a Jonatán, que a su vez lo estaba buscando.
-Está mejor, Maestro. La fiebre está bajando. Tu Madre dice que espera poder venir, como muy tarde, el próximo sábado.
-Gracias, Jonatán. Has sido puntual.
-No mucho. Me ha entretenido Maximino de Lázaro. Te está buscando. Ha ido al pórtico de Salomón.
Voy a buscarlo. La paz sea contigo. Lleva mi paz a mi Madre y a las discípulas, además de a Judas.
Y Jesús se dirige, ligero, hacia el pórtico de Salomón, donde, en efecto, encuentra a Maximino.
-Lázaro ha sabido que estás aquí. Te quiere ver para decirte una cosa importante. ¿Vas a venir?
-Ciertamente, y además pronto. Puedes decirle que me espere esta misma semana.
Otras palabras, pocas, y también Maximino se marcha.
-Dado que hemos vuelto hasta aquí, vamos a orar más dice Jesús, y se dirige hacia el atrio de los Hebreos.
Allí encuentra al paralítico curado, que ha ido a dar gracias al Señor. El hombre favorecido con el milagro lo distingue entre la multitud. Lo saluda con alegría y, le cuenta lo que ha sucedido en la piscina después de marcharse Él. Termina:
-Luego uno, asombrado al verme aquí sano, me ha dicho quién eres. Tú eres el Mesías. ¿Es verdad? -Lo soy. Pero, aunque te hubiera curado el agua, o cualquier otro poder, tendrías el mismo deber para con Dios: usar la salud para hacer obras buenas. Estás curado. Ve, pues, con intenciones buenas, a reanudar las actividades de la vida. Y no peques nunca más; no te vaya a castigar Dios más todavía. Adiós. Ve en paz.
-Yo soy viejo... no sé nada... Pero quisiera seguirte, para servirte y para saber. ¿Me aceptas?
-No rechazo a nadie. De todas formas, piénsalo antes de venir. Si te decides, ven.
-¿A dónde? No sé a dónde vas...
-Por el mundo. En todas partes encontrarás discípulos que te guiarán a mí. Que el Señor te ilumine para lo mejor.
Jesús ahora va a su sitio y ora...
No sé si es que el hombre que ha sido curado va por propia iniciativa a donde los judíos o si éstos, que están al acecho, lo detienen ni para preguntarle si el que acaba de hablar con él es el que lo ha sanado; sí sé que está hablando con los judíos y luego se marcha; mientras, éstos se ponen junto a la escalera por la que tiene que bajar Jesús para pasar a los otros patios y salir del Templo. Sin saludarlo, cuando Jesús llega, le dicen:
-¿Así que sigues violando el sábado, a pesar de todas las recriminaciones que se te están haciendo? ¿Y Tú quieres que se te respete como enviado de Dios?
-¿Enviado? Más que como enviado. Como Hijo, porque Dios es mi Padre. Si no me queréis respetar, absteneos de hacerlo, pero no por ello interrumpiré el cumplimiento de mi misión. Dios no deja de actuar ni un instante. Incluso en este momento mi Padre actúa, y Yo también, porque un buen hijo hace lo que hace su padre, y porque he venido al mundo para actuar.
Se va acercando gente para oír la disputa. Entre estas personas hay algunos que conocen a Jesús, otros que han recibido de Él algún beneficio, otros que lo ven por primera vez: algunos lo quieren, otros lo odian, muchos son neutros. Los apóstoles forman núcleo con el Maestro. Margziam casi tiene miedo, y pone una cara casi de llorar.
Los judíos (mezcla de escribas, fariseos y saduceos) expresan a gritos su escándalo:
-¡Qué osadía! ¡Se dice Hijo de Dios! ¡Sacrilegio! ¡Dios es el que es, y no tiene hijos! ¡Pero hombre, llamad a Gamaliel! ¡Llamad a Sadoq! ¡Reunid a los rabíes! ¡Que oigan esto y lo rebatan!
-No os agitéis. Llamadlos. Os dirán, si es verdad que saben, que Dios es uno y trino: Padre, Hijo y Espíritu Santo, y que el Verbo, o sea el Hijo del Pensamiento, ha venido, como estaba profetizado, para salvar del Pecado a Israel y al mundo. El Verbo soy Yo. Soy el Mesías anunciado. No hay sacrilegio, por tanto, si doy al Padre el nombre de Padre mío. Vosotros os inquietáis porque hago milagros, porque con ello atraigo hacia mí a las muchedumbres y las convenzo. Me acusáis de ser un demonio porque obro prodigios. Pero Belcebú está en el mundo desde hace siglos, y, verdaderamente, no le faltan devotos adoradores... ¿Y por qué no hace las obras que Yo hago?
La gente comenta bisbiseando:
-¡Es verdad! ¡Es verdad! Nadie hace lo que Él.
Jesús continúa:
-Os respondo Yo. Es porque Yo sé lo que él no sabe y puedo lo que él no puede. Si hago obras de Dios, es porque soy Hijo de Dios. Uno por sí solo no puede hacer sino aquello que ha visto hacer; Yo, que soy Hijo, siendo Uno con Él eternamente, no distinto ni en naturaleza ni en poder, no puedo hacer sino lo que he visto hacer al Padre. Todo lo que hace el Padre lo hago Yo también, que soy su Hijo. Ni Belcebú ni otros pueden hacer lo que Yo hago, porque ni Belcebú ni los otros saben lo que Yo sé. El Padre me ama a mí, que soy su Hijo; me ama sin medida, como Yo lo amo. Por ello me ha mostrado y me sigue mostrando todo lo que Él hace, para, que haga lo que Él hace: Yo, en la tierra, en este tiempo de Gracia; El, en el Cielo, desde antes que el Tiempo existiera para la tierra. Y me mostrará obras cada vez mayores, para que Yo las haga y vosotros os quedéis maravillados. Su Pensamiento piensa inagotablemente. Yo lo imito cumpliendo inagotablemente aquello que el Padre piensa y con el pensamiento quiere.
Todavía no sabéis cuán inagotablemente crea el Amor. Nosotros somos el Amor. No hay limitaciones para Nosotros, ni hay cosa alguna que no pueda ser aplicada en los tres grados del hombre: el inferior, el superior, el espiritual. En efecto, de la misma forma que el Padre resucita a los muertos y les devuelve la vida, Yo, el Hijo, puedo dar la vida a quien quiero; es más, por el amor infinito del Padre al Hijo, tengo concedido no sólo devolver la vida a la parte inferior, sino también -y más aún -a la superior (liberando el pensamiento del hombre de los errores mentales y su corazón de las malas pasiones) y a la parte espiritual (devolviendo al espíritu su libertad del pecado); porque el Padre no juzga a nadie, sino que ha dejado todo juicio en manos de su Hijo, pues el Hijo es el que, con su propio sacrificio, ha comprado a la Humanidad para redimirla. El Padre lo hace por justicia, porque es justo dar a quien con su moneda paga, y para que todos honren al Hijo como ya honran al Padre.
Sabed que si separáis al Padre del Hijo, o al Hijo del Padre, y no os acordáis del Amor, no amáis a Dios como se le debe amar, con verdad y sabiduría, antes bien cometéis herejía porque dais culto a uno sólo mientras que son una admirable Trinidad. Por tanto, el que no honra al Hijo es como si no honrase al Padre, porque el Padre, Dios, no acepta adoración a una sola parte de sí sino que quiere que se adore su Todo. Quien no honra al Hijo no honra tampoco al Padre, que lo ha enviado por pensamiento perfecto de amor; niega, por tanto, que Dios sepa hacer obras justas. En verdad os digo que quien escucha mi palabra y cree en quien me ha enviado tiene la vida eterna y no será condenado, sino que pasará de muerte a vida, porque creer en Dios y aceptar mi palabra quiere decir infundir en sí la Vida que no muere.
Llega la hora -para muchos ya ha llegado -en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios y aquel que la haya oído resonar, vivificadora, en el fondo de su corazón, vivirá.
¿Qué dices tú, escriba?
-¡Digo que los muertos no oyen y que estás desquiciado!
-El Cielo te persuadirá de que no es así y de que tu saber es cero respecto al de Dios. Habéis humanizado de tal forma las cosas sobrenaturales, que ya sólo dais a las palabras un significado inmediato y terreno. Habéis enseñado la Haggada según fórmulas fijas, vuestras, sin esforzaros en comprender las alegorías en su auténtica verdad; y ahora, en vuestro ánimo, cansado del agobio de una humanidad que triunfa sobre el espíritu, no creéis ni siquiera en lo que enseñáis. Y ésta es la razón que explica el que ya no podáis luchar contra las fuerzas ocultas.
La muerte de que hablo no es la de la carne, sino la del espíritu. Vendrán los que oyen con sus oídos mi palabra y la acogen en su corazón y la ponen en práctica. Éstos, aunque hayan muerto en el espíritu, volverán a vivir, pues mi Palabra es Vida que se infunde, y Yo la puedo dar a quien quiera, ya que poseo la perfección de la Vida, porque, así como el Padre tiene en sí la Vida perfecta, el Hijo recibió del Padre la Vida en sí mismo, perfecta, completa, eterna, inagotable y comunicable. Junto con la Vida, el Padre me ha dado el poder de juzgar, porque el Hijo del Padre es el Hijo del hombre, y puede y debe juzgar al hombre. No os maravilléis de esta primera resurrección -la espiritual -que realizo con mi Palabra.
Veréis otras más asombrosas todavía, más asombrosas para vuestros sentidos pesados, porque en verdad os digo que no hay cosa mayor que la invisible -pero real resurrección de un espíritu. Se acerca la hora en que la voz del Hijo de Dios penetrará en los sepulcros y todos los que están en ellos la oirán: quienes hicieron el bien saldrán para ir a la resurrección de la Vida eterna; quienes hicieron el mal, a la resurrección de la condena eterna.
No digo que esto lo hago, y lo haré, por mí mismo, sólo por mi propia voluntad, sino por la voluntad del Padre y la mía. Hablo y juzgo según lo que escucho, y mi juicio es recto porque no busco mi voluntad, sino la del que me ha enviado. Yo no estoy separado del Padre; estoy en Él y El en mí; conozco su Pensamiento y lo traduzco en palabras y en obras.
Vuestro espíritu incrédulo, que no quiere ver en mí sino a un hombre semejante a todos vosotros, no puede aceptar lo que digo para dar testimonio de mí mismo. Pues bien, hay otro que testifica en mi favor. Vosotros decís que lo veneráis como a un gran profeta. Yo sé que su testimonio es verdadero, pero vosotros, que decís que lo veneráis, no aceptáis su testimonio, porque no es conforme a vuestro pensamiento, que me es hostil. No aceptáis el testimonio del hombre justo, del Profeta último de Israel, porque en lo que os gusta decís que es simplemente un hombre y que puede equivocarse. Habéis enviado a personas para que preguntasen a Juan, esperando que dijera de mí lo que queríais, lo que pensáis de mí, lo que queréis pensar de mí. Pero Juan ha dado un testimonio verdadero que no habéis podido aceptar. Como el Profeta dice que Jesús de Nazaret es el Hijo de Dios, vosotros -en el secreto de vuestros corazones, porque tenéis miedo al pueblo -decís del Profeta lo mismo que del Cristo: que está loco. Bueno, Yo tampoco recibo testimonio del hombre, aunque éste sea el más santo de Israel. Os digo: era la lámpara encendida y luminosa, pero vosotros poco tiempo habéis querido gozar de su luz; cuando esta luz se ha proyectado sobre mí, para daros a conocer la verdadera realidad del Cristo, habéis dejado que pusieran la lámpara bajo el celemín, y, ya antes, habéis levantado entre ella y vosotros una pared, para no ver a su luz al Cristo del Señor.
Yo le agradezco a Juan su testimonio; también el Padre se lo agradece. Juan, por este testimonio, recibirá un gran premio; por esto seguirá ardiendo en el Cielo; será, de entre todos los hombres, el primer sol que resplandecerá arriba, ardiendo como arderán todos los que hayan sido fieles a la Verdad y hayan tenido hambre de Justicia. De todas formas, dispongo de un testimonio mayor que el de Juan. Este testimonio son mis obras, porque Yo hago las obras que el Padre me ha encargado, y ellas testifican que el Padre me ha enviado y me ha dado todo poder. Así, el Padre mismo, que me ha enviado, es quien da testimonio en mi favor. Vosotros nunca habéis oído su Voz ni visto su Rostro, pero Yo lo he visto y lo veo, la he oído y la oigo. En vosotros no mora su Palabra porque no creéis en su enviado.
Investigáis la Escritura porque creéis que podéis obtener, conociéndola, la Vida eterna. ¿No os percatáis de que son precisamente las Escrituras las que hablan de mí? ¿Por qué, entonces, os obstináis en no venir a mí para tener la Vida? Os lo diré: porque rechazáis todo cuanto es contrario a vuestras enquistadas ideas. Os falta humildad. No sois capaces de decir: "Me he equivocado. Éste, o este libro, están en lo cierto y yo en el error". Esto habéis hecho con Juan y esto hacéis con las Escrituras y con el Verbo, que os está hablando. Ya no sois capaces ni de ver ni de entender; en efecto, estáis fajados de soberbia y saturados de vuestras ensordecedoras voces.
¿Creéis que hablo así buscando ser glorificado por vosotros? No. Habéis de saber que ni busco ni acepto gloria de los hombres. Lo que busco y quiero es vuestra salvación eterna. Ésta es la gloria que busco, mi gloria de Salvador; que no puede existir si no tengo espíritus salvados y que aumenta en la medida de los salvados que tengo; que deben dármela los espíritus salvados y el Padre, Espíritu purísimo.
Pero vosotros no seréis salvados. Os he conocido en lo que sois. No tenéis en vosotros el amor de Dios. No tenéis amor. Por eso no venís al Amor, que os habla, y no entraréis en el Reino del Amor. Allí no os conocen. No os conoce el Padre, porque vosotros no me conocéis a mí, que estoy en el Padre. No me queréis conocer. Vengo en nombre del Padre mío y no me recibís; pero, eso sí, estáis preparados para recibir a cualquiera que venga en nombre de sí mismo, con tal de que diga lo que a vosotros os gusta. ¿Decís que sois espíritus de fe? No, no lo sois.
¿Cómo vais a poder creer vosotros que os mendigáis la gloria unos a otros y no buscáis la gloria del Cielo, que sólo procede de Dios? La gloria es la Verdad, no un juego de intereses que no pasan de este mundo, que lisonjean sólo a la humanidad viciosa de los degradados hijos de Adán.
No creáis que os voy a acusar delante del Padre. Otro os acusa: ese Moisés en quien esperáis. Os recriminará por no creer en él, dado que no creéis en mí; porque Moisés habló de mí y vosotros no me reconocéis según lo que dejó escrito de mí. Si no creéis en las palabras de Moisés, el grande por quien juráis, no podéis creer en mis palabras, en las palabras del Hijo del hombre, en quien no tenéis fe. Esto es, humanamente hablando, lógico. Pero es que aquí estamos en el campo del espíritu, y están siendo cotejadas vuestras almas. Dios las observa a la luz de mis obras y coteja vuestras obras con lo que he venido a enseñar... Y Dios os juzga.
Ahora me marcho. Pasará largo tiempo sin que me volváis a ver, y, creedlo, ello no es un triunfo sino un castigo. Vamos.
Y Jesús hiende la muchedumbre, en parte muda, en parte expresiva (musitando su aprobación, sólo bisbiseando, por miedo a los fariseos), y se aleja.
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