152- María Salomé es recibida como discípula
Jesús está en la casa de Santiago y Juan; lo capto por lo que dicen los presentes.
Acompañan a Jesús, además de estos dos apóstoles, Pedro y Andrés, Simón Zelote, el Iscariote y Mateo. A los demás no los veo.
A Santiago y Juan se les ve felices: van y vienen, de su madre a Jesús y viceversa, como mariposas que no saben cuál flor elegir de dos igualmente apreciadas. Y María Salomé, cada vez que van a ella, acaricia con fruición, feliz, a estos hijotes suyos, mientras Jesús sonríe contento.
Deben haber comido ya, pues todavía hay cosas encima de la mesa. Santiago y Juan, a toda costa, quieren que Jesús coma unos racimos de uva blanca en conserva, preparada por su madre y que deben saber dulce como la miel. ¿Qué no le darían a Jesús?
Pero Salomé quiere ir más allá de las uvas y de las caricias, en dar y recibir. Pasado un rato, en que ha estado pensativa mirando a Jesús y a Zebedeo, toma una decisión.
Se acerca al Maestro, que está sentado, aunque con los hombros apoyados contra la mesa, y se arrodilla delante de Él.
-¿Qué quieres, mujer?
-Maestro, has decidido que tu Madre y la de Santiago y Judas vayan contigo. También va contigo Susana, y lo hará, sin duda, la gran Juana de Cusa. Todas las mujeres que te veneran irán contigo, si una sola lo hace. Yo también quisiera contarme entre ellas.
Tómame contigo, Jesús; te serviré con amor.
-Debes cuidar a Zebedeo. ¿Ya no lo quieres?
-¡Que si le quiero!... Pero te quiero más a ti. ¡Oh... no quiero decir que te quiera como hombre! Tengo ya sesenta años, estoy casada desde hace casi cuarenta, y jamás he visto a hombre alguno aparte de mi marido. No voy a perder la cabeza ahora que soy una anciana. No quiero decir tampoco que por ser vieja muera mi amor hacia mi Zebedeo.
Pero Tú... Yo no sé hablar. Soy una pobre mujer. Hablo como sé. Quiero decir que a Zebedeo lo quiero con todo lo que yo era antes; a ti te quiero con todo lo que Tú me has sabido dar con tus palabras y las que me han referido Santiago y Juan. Es algo completamente distinto, sin duda muy hermoso.
-Nunca será tan hermoso como el amor de un excelente esposo.
« ¡Oh, no! ¡Mucho más! No te lo tomes a mal, Zebedeo. Te sigo queriendo con toda mí misma. A Él, sin embargo, lo quiero con algo que aun siendo todavía María ya no es María, la pobre María, tu esposa, sino que es más... ¡Oh..., no sé decir!
Jesús sonríe a esta mujer que no quiere ofender a su marido pero que al mismo tiempo no puede mantener escondido su grande, nuevo amor. Zebedeo también sonríe, con gravedad, y se acerca a su mujer, la cual, todavía de rodillas, gira sobre sí misma alternativamente hacia su esposo y hacia Jesús.
-¿Te das cuentas, María, de que vas a tener que dejar tu casa? ¡Para ti es muy importante! Tus palomas... tus flores... y esta vid que da esa dulce uva de que tan orgullosa te sientes... y tus colmenas: las más renombradas del pueblo... y tendrás que dejar ese telar en que has tejido tanta tela, tanta lana para tus amados...
¿Y tus nietecitos, los hijos de tus hijas?, ¿qué vas a hacer sin ellos? (María de Salomé, además de Juan y Santiago, tenía hijas)
-Pero, mi Señor, ¿qué son las paredes de la casa, las palomas, las flores, la vid, las colmenas, el telar?...
Son cosas buenas, se les tiene cariño, sí ¡pero... son tan pequeñas comparadas contigo, comparadas con el amor a ti!... Los nietecitos... sí, sentiré no poderlos dormir en mi regazo ni oír su voz cuando me llaman. ¡Pero Tú eres mucho más; sí, sí, eres más que todo eso que me nombras! Y aun en el caso de que por mi debilidad lo estimase tanto como servirte y seguirte, o más, de todas formas prescindiría de ello, no sin llanto femenino, para seguirte con la sonrisa en el alma. ¡Acéptame, Maestro.
Decídselo vosotros, Juan, Santiago... y tú, esposo mío. ¡Sed buenos, ayudadme todos!
Bien, de acuerdo. Vendrás también tú con las otras mujeres. He querido hacerte meditar bien sobre el pasado y el presente, sobre lo que dejas y lo que tomas. Ven, Salomé; estás preparada ya para entrar en mi familia.
-¡Preparada! Pero si soy menos que un párvulo... Tú me perdonarás los errores, me sujetarás de la mano. Tú... porque, siendo tosca como soy, voy a sentir vergüenza ante tu Madre y ante Juana y ante todos, excepto ante ti, porque Tú eres el Bueno y todo lo comprendes, de todo te compadeces, todo lo perdonas.