|
EL EVANGELIO
COMO ME HA SIDO REVELADO
Autor: María Valtorta
« PARTE 3 de 7 »
SEGUNDO AÑO DE LA
VIDA PUBLICA DE JESUS
Partes:
[ 1 ]
[ 2 ]
[ 3 ]
[ 4 ]
[ 5 ]
[ 6 ]
[ 7 ]
141. Yendo hacia Arimatea con los discípulos y con
José de Emaús
142. Con los doce hacia Samaria
143. La samaritana Fotinai
144. Los samaritanos invitan a Jesús a Sicar
145. El primer día en Sicar
146. El segundo día en Sicar. Jesús se despide de los samaritanos
147. Curación de una mujer de Sicar y conversión de Fotinai
148. Jesús visita a Juan el Bautista en las cercanías de Enón
149. La visita a Juan el Bautista, motivo de instrucción
a los apóstoles
150. Jesús en Nazaret, en casa de su Madre. Ella deberá
seguir a su Hijo
151. En Caná en casa de Susana, que se hará discípula.
El oficial del rey
152. María Salomé es recibida como discípula
153. Las mujeres allegadas a los discípulos al servicio de Jesús
154. Jesús en Cesárea Marítima habla a los galeotes.
Las fatigas del apostolado
155. Curación de la niña romana en Cesárea
156. Analía, la primera de las vírgenes consagradas
157. Instrucciones a las discípulas en Nazaret
158. En el lago de Genesaret
con Juana de Cusa.
159. Discurso en Guerguesa. La respuesta sobre el ayuno a los discípulos de Juan el Bautista.
160. Encuentro con Gamaliel en el camino de Neftalí a Yiscala
161. Curación del nieto del fariseo Elí de Cafarnaúm
162. Las conversiones humanas del fariseo Elí
y de Simón de Alfeo
163. Comiendo en casa del fariseo Elí de Cafarnaúm
164. El retiro en el monte para la elección de los Apóstoles
165. Elección de los doce Apóstoles
166. Los milagros después de la elección apostólica. Simón el Zelote y Juan predican por primera vez
167. Jesús concurre con las romanas en el jardín
de Juana de Cusa
168. Aglae en casa de María,
en Nazaret
169. Primer discurso de la Montaña: la misión de los apóstoles y de los discípulos
170. Segundo discurso de la Montaña: el don de la Gracia; las bienaventuranzas
171. Tercer discurso de la Montaña: los consejos evangélicos que perfeccionan
la Ley
172. Cuarto discurso de la Montaña: el juramento, la oración, el ayuno. El anciano Ismael y Sara
173. Quinto discurso de la Montaña: el uso de las riquezas; la limosna; la confianza en Dios.
174. Sexto discurso de la Montaña: la elección entre el Bien y el Mal; el adulterio; el divorcio. La llegada importuna de
María de Magdala.
175. El leproso curado al pie del Monte. Generosidad
del escriba Juan
176. Durante el descanso sabático, el último discurso
de la Montaña:
amar la
voluntad de Dios
177. La curación del siervo
del centurión
178. Tres hombres que quieren seguir a Jesús
179. La parábola del sembrador. En Corazín con el nuevo
discípulo Elías
180. Controversia en la cocina de Pedro en Betsaida. Explicación de la parábola del sembrador. La noticia de la segunda captura de Juan el Bautista
181. La parábola del trigo
y la cizaña
182. Palabras a algunos pastores
con el huerfanito Zacarías
183. La curación de un hombre herido en casa de
María de Magdala
184. El pequeño Benjamín de Magdala y dos parábolas sobre
el Reino de los Cielos
185. La tempestad calmada.
Una lección sobre
sus preliminares
186. Los dos endemoniados de la región de los Gerasenos
187. Hacia Jerusalén
para la Pascua.
De Tariquea al monte Tabor
188. La gruta de la maga y el encuentro con Félix, llamado luego Juan
189. En Naím. Resurrección del hijo de una viuda
190. La llegada a la llanura de Esdrelón durante la puesta
del sol del viernes
191. El sábado en Esdrelón.
El pequeño Yabés.
Parábola del rico Epulón
192. Una predicción a Santiago de Alfeo. La Regada a Engannim tras un alto en Meguido
193. Llegada a Siquem tras dos días de camino
194. La revelación al pequeño Yabés durante el camino de Siquem a Berot
195. Una lección de Juan de Endor a Judas Iscariote.
Llegada a Jerusalén
196. El sábado en Getsemaní. Jesús habla de su Madre y de los amores de distintas potencias
197. En el Templo con José de Arimatea. La hora del incienso
198. El encuentro con la Madre en Betania. Yabés cambia su nombre por el de Margziam
199. Donde los leprosos de Siloán y Ben Hinnom. Pedro obtiene a Margziam
por medio de María
200. Coloquio de Áglae
con el Salvador
201. El examen de la mayoría
de edad de Margzia
202. Judas Iscariote es reprendido. Llegada de los campesinos de Jocanán
203. El Padrenuestro
204. La fe y el alma explicadas a los paganos con la parábola
de los templos
205. La parábola del hijo pródigo
206. Con dos parábolas sobre el Reino de los Cielos, termina la permanencia en Betania
207. En la gruta de
Belén la Madre evoca
el
nacimiento de Jesús
208. María Santísima ve de nuevo al pastor Elías y con Jesús va a Betsur donde Elisa
209. La fecundidad del dolor, en el discurso de Jesús junto a la casa de Elisa en Betsur
210. Las inquietudes de Judas Iscariote durante el camino
hacia Hebrón
211. Regreso a Hebrón, patria del Bautista
212. Una ola de amor a Jesús, que en Yuttá habla desde
la
casita de Isaac
213. En Keriot una profecía de Jesús y el comienzo de la predicación apostólica
214. La madre de Judas abre su corazón a María Stma., que ha llegado a Keriot
215. El posadero de Bet Yinna
y su hija lunática
216. Las infidelidades de los discípulos en la parábola
del diente de león
217. Las espigas arrancadas
un sábado
218. La llegada a Ascalón,
ciudad filistea
219. Los distintos frutos de la predicación de los apóstoles en la ciudad de Ascalón
220. Los idólatras de Magdalgad y la curación milagrosa
de la parturienta
221. Los prejuicios de los apóstoles respecto a los paganos y la parábola del hijo deforme
222. Un secreto del apóstol Juan
223. Una caravana nupcial se libra del asalto de bandidos después de un discurso de Jesús
224. En el apóstol Juan actúa el Amor. Llegada a Béter
225. El paralítico de la piscina de Betseida y la disputa sobre las obras del Hijo de Dios
226. Un signo bueno por parte de María de Magdala. Muerte del anciano Ismael
227. Un episodio incompleto
228. Margziam confiado
a Porfiria
229. Discurso a los habitantes de Betsaida sobre el gesto de caridad de Simón Pedro
230. Curación de la hemorroisa y resurrección de la hija de Jairo
231. En Cafarnaúm, Jesús y Marta hablan de la crisis que atormenta a María de Magdala
232. Curación de dos ciegos y de un mudo endemoniado
233. La parábola de la oveja perdida. María de Magdala también la oye
234. Comentario de tres episodios sobre la conversión de María de Magdala
235. Marta ha recibido de su hermana María la certidumbre de la conversión
236. La cena en casa de Simón el fariseo y la absolución
a María de Magdala
237. La petición de obreros para la mies, y la parábola del tesoro escondido en el campo. Marta todavía teme por su
hermana María
238. Llegada de María Stma. con María de Magdala a Cafarnaúm en medio de una tempestad
239. La parábola de los peces, la parábola de la perla, y del tesoro de las enseñanzas viejas y nuevas
240. En Betsaida, en la casa de Simón, con Porfiria y Margziam, el cual enseña a la Magdalena la oración de Jesús
241. Vocación de la hija de Felipe. Llegada a Magdala y parábola de la dracma perdida
242. Jesús habla sobre la Verdad al romano Crispo, el único que lo escucha de Tiberíades
243. En Caná en la casa de Susana. Las expresiones, los gestos y la voz de Jesús. Debate de los apóstoles acerca de las posesiones diabólicas
244. Juan repite un discurso de Jesús sobre la Creación y sobre los pueblos que esperan la Luz
245. Una acusación de los nazarenos a Jesús, rechazada con la parábola del
leproso curado
246. Un apólogo para los habitantes de Nazaret, los cuales permanecen incrédulos
247. María Stma. instruye a la Magdalena en orden
a la oración mental
248. En Belén de Galilea. Juicio ante un homicidio y parábola de los bosques petrificados
249. María Stma. instruye a Judas Iscariote sobre el deber preeminente de la
fidelidad a Dios
250. A los discípulos que han venido con Isaac: la parábola del lodo transformado en llama. Juan de Endor es alma víctima
251. A los pescadores siro-fenicios: la parábola del minero perseverante. Hermasteo
de Ascalón
252. El regreso de Tiro. Milagros. Parábola de la vid y el olmo
253. María Santísima devela a María de Alfeo el sentido de la maternidad espiritualizada.
La Magdalena debe
forjarse sufriendo
254. El encuentro con Síntica, esclava griega y la llegada a Cesárea Marítima
255. Despedida de las hermanas Marta y María, que parten con Síntica. Una lección
a Judas Iscariote
256. Parábola sobre la virtud de la esperanza, que sujeta la fe
y la caridad
257. Retiro de Jesús y Santiago de Alfeo en el monte Carmelo
258. Jesús revela a Santiago de Alfeo cuál será su misión
de apóstol
259. Lección sobre la Iglesia y los Sacramentos a Santiago de Alfeo, que obra un milagro
260. Dos parábolas de Pedro para los campesinos
de la llanura de Esdrelón
261. Exhortación a los campesinos de Doras,
que ahora lo son de Jocanán
262. Una hija no querida y el papel de la mujer redimida.
El Iscariote solicita
la ayuda de María
263. Curación del hombre del brazo atrofiado
264. Una jornada de Judas Iscariote en Nazaret
265. Instrucciones a los doce apóstoles al comienzo
de su ministerio
266. Los discípulos del Bautista quieren verificar que Jesús es el Mesías. Testimonio sobre el Precursor e invectiva contra las ciudades impenitentes
267. Jesús, carpintero en Corazín
268. Lección sobre la caridad con la parábola de los titos. El yugo de Jesús es ligero
269. La disputa con escribas y fariseos en Cafarnaúm. Llegada de la Madre y de los hermanos
270. Jesús recibe la noticia de que han matado a
Juan el Bautista
271. Salida para Tariquea con los apóstoles, que han regresado a Cafarnaúm
272. Reencarnación y vida eterna en el diálogo con un escriba
273. La primera multiplicación
de los panes
274. Jesús camina sobre las aguas. Su prontitud en socorrer
a quien le invoca
275. Cuatro nuevos discípulos. Jesús habla sobre las obras de misericordia corporal y espiritual
276. El hombre avaro y la parábola del rico necio. Las inquietudes y la vigilancia
en los siervos de Dios
277. En Magdala, en los jardines de María. El amor y la corrección entre hermanos
278. El perdón y la parábola del siervo inicuo. La misión confiada a setenta y dos discípulos
279. Encuentro con Lázaro en el campo de los Galileos
280. El regreso de los setenta y dos. Profecía sobre
los místicos futuros
281. En el Templo durante la fiesta de los Tabernáculos. Las condiciones para seguir a Jesús. La parábola de los talentos y la parábola del buen samaritano
282. La delación al Sanedrín respecto a Hermasteo,
Juan de Endor y Síntica
283. Síntica habla de su encuentro con la Verdad
284. La casita donada por Salomón. Cuatro apóstoles
se quedarán en Judea
285. Lázaro ofrece un refugio para Juan de Endor y Síntica. Viaje feliz hacia Jericó
sin Judas Iscariote
286. En Ramot con el mercader Alejandro Misax. Lección a Síntica sobre el recuerdo
de las almas
287. De Ramot a Gerasa con la caravana del mercader
288. Palabras a los habitantes de Gerasa y alabanza de una mujer a la Madre de Jesús
289. AEl sábado a Gerasa. Asueto de Margziam. La pregunta de Síntica sobre la salvación
de los paganos
290. El hombre de los ojos ulcerosos. El alto en la "fuente del Camellero". Más sobre el recuerdo de las almas
291. Margziam descubre por qué Jesús ora todos los días
a la hora nona
292. Insidia de escribas y fariseos en Bosrá
293. Palabras de Jesús y milagros en Bosrá, después de la irrupción de dos fariseos. El don de la fe a Alejandro Misax
294. La rica dádiva del mercader. Adiós a la Madre
y a las discípulas
295. Palabras y milagros en Arbela, ya evangelizada por Felipe de Jacob
296. Llegada a Aera bajo la lluvia. Curación de los enfermos que allí esperan
297. Con el sermón de Aera termina el segundo
gran viaje apostólico
298. La ayuda prestada a los huerfanitos María y Matías y las enseñanzas que de ella
se deducen
299. A Juana de Cusa le son confiados, para su tutela, los huerfanitos María y Matías
300. Con escribas y fariseos en casa
del resucitado de Naím
301. ola de las frentes destronadas y explicación de la parábola sobre lo no puro
302. En Magdala, antes de mandar a todos a sus respectivas familias para las Encenias
303. Jesús donde su Madre
en Nazaret
304. Con Juan de Endor, Síntica y Margziam. María es Madre
y Maestra
305. Jesús consuela a Margziam con la parábola de los pajarillos
306. También Simón Zelote está en Nazaret. Lección sobre los daños del ocio
307. Controversia en la casa de Nazaret acerca de las culpas de los nazarenos. Lección sobre la tendencia al pecado a pesar de la Redención
308. Curación del hijo de Simón de Alfeo. Margziam es el primero de los niños discípulos
309. Sacrificio de Margziam por la curación de una niña. Enmienda de Simón de Alfeo
310. Con Pedro, en Nazaret, Jesús organiza la partida
de Juan de Endor y Síntica
311. La renuncia de Margziam es ocasión de una lección sobre los sacrificios hechos por amor
312. Jesús comunica a Juan de Endor la decisión de enviarle a Antioquía. Final del segundo año
|
167- Jesús concurre con las romanas
en el jardín de Juana de Cusa
Jesús, con la ayuda de un barquero que lo ha recibido en su pequeña barca, llega al espigón del jardín de Cusa. Lo ve un jardinero y se apresura a abrirle la verja que intercepta a los extraños la entrada a la propiedad por la parte del lago. Es una verja alta y resistente, oculta por un seto tupidísimo y también alto (de laurel y boj por la parte externa, la que da al lago; de rosas de todos los colores por la parte interna, hacia la casa).
Los espléndidos rosales cubren de flores las frondas broncíneas de los laureles y bojes, se insinúan entre el ramaje, se asoman al otro lado, por el que, cuando rebasan del todo la verde barrera, cuelgan sus florecidas ramas. Solamente en un punto, a la altura del paseo, la verja se muestra desnuda, y se abre para dar paso a quien o viene del lago o a él va.
-Paz a esta casa y a ti, Yoanás. ¿Dónde está la señora?
-Allí, con sus amigas. Voy a llamarla. Hace tres días que te están esperando, porque temían llegar con retraso.
Jesús sonríe. El sirviente va corriendo a llamar a Juana. Mientras tanto, Jesús dirige sus pasos lentamente hacia el lugar señalado, admirando el espléndido jardín -se podría decir la espléndida rosaleda -que Cusa ha dispuesto para su mujer. Rosas de todos los olores, tamaños y formas, en esta ensenada del lago protegida, ríen ya, precoces y magníficas; hay también otras flores, pero todavía no se han abierto y su presencia es mínima comparada con la abundancia de rosales.
Acude Juana. Ni siquiera se detiene a posar en el suelo un cestillo que tenía lleno de rosas hasta la mitad, ni a dejar las tijeras con las que estaba cortando; corre así, ligera y graciosa con su rico vestido de sutil lana de un rosa tenuísimo, cuyos repliegues están sujetos por pequeños discos y fíbulas de filigrana de plata en que brillan pálidos granates.
Sobre sus cabellos negros y ondulados, una diadema en forma de mitra, también de plata y granates, sujeta un velo de lino cendalí ligerísimo, rosa igualmente, que cae hacia atrás dejando descubiertas las orejas menudas que soportan el peso de unos pendientes similares a la diadema, y que deja ver también la cara risueña y el esbelto cuello, en cuya base brilla un collar del mismo trabajo que los otros ornatos preciosos.
Deja caer su cesto a los pies de Jesús y se arrodilla a besarle la túnica entre las rosas desparramadas.
-Paz a ti, Juana. Como ves, he venido.
-Y yo me alegro de ello. También mis amigas han venido.
Pero ahora tengo la impresión de que he actuado mal haciéndolo. ¡Cómo vais a poder entenderos! ¡Son completamente paganas!
Juana esta un poco turbada.
Jesús sonríe. Le pone una mano sobre la cabeza y dice:
-No temas. Nos entenderemos muy bien. Has actuado muy bien "haciéndolo". El encuentro abundará en bienes, como tu jardín en rosas. Recoge ahora estas pobres flores que has dejado caer y vamos a donde tus amigas.
-¡Rosas hay muchas! Lo hacía por pasar el tiempo y también porque esas amigas son muy... voluptuosas... Les gustan las flores como si fueran... no sé...
-¡A mí también me gustan! Fíjate, ya hemos encontrado un tema para entenderme con ellas. ¡Venga, recojamos estas espléndidas rosas!
Jesús se agacha para dar ejemplo.
-¡Tú no, Tú no, Señor! Si es tu deseo... Mira... ya está.
Caminan hasta una pequeña pérgola hecha de un trenzado multicolor de rosas. A la entrada hay tres romanas, mirando de hito en hito; son Plautina, Valeria y Lidia. La primera y la última permanecen quietas, pero Valeria se echa a correr y, en llegando a la altura de Jesús, se inclina y dice:
-¡Salve, Salvador de mi pequeña Fausta!
-¡Paz y luz a ti y a tus amigas!
Las amigas se inclinan sin decir nada.
A Plautina la conocemos ya. Es alta, majestuosa; sus ojos negros son espléndidos, un poco imperiosos; su nariz, bajo una frente lisa y blanquísima, es recta, perfecta; boca bien dibujada, aunque un poco túmida; el mentón, redondeado y marcado: me recuerda a ciertas bellísimas estatuas de emperatrices romanas. Gruesos anillos lucen en sus preciosas manos; anchos brazaletes ciñen sus brazos, en las muñecas y por encima de los codos, brazos verdaderamente estatuarios, que, bajo la corta manga drapeada, aparecen blanco-rosados, lisos, perfectos.
Lidia, por el contrario, es rubia, más delgada y joven. Su belleza no es majestuosa como la de Plautina, pero tiene toda la gracia de una juventud femenil aún un poco inmadura. Bueno, dado que estamos en tema pagano, podría decir que si Plautina parece la estatua de una emperatriz,
Lidia podría ser una Diana o una ninfa de gentil y púdico aspecto.
Valeria, ahora que ha superado la desesperación de cuando la vimos en Cesárea, se presenta en su belleza de joven madre, de formas llenas aunque todavía muy juveniles, de mirada serena, propia de una madre que se siente feliz de poder amantar a su hijo, y verlo crecer alimentado con su leche; de tez rosada y pelo castaño, tiene una sonrisa plácida y muy dulce.
Me da la impresión de que son damas de rango inferior al de Plautina, a la que, incluso con la mirada, veneran como a una reina.
-¿Estabais recogiendo flores? Seguid, seguid. Podemos hablar mientras cogéis estas maravillosas obras del Creador que son las flores, mientras las colocáis en estas copas preciosas con la habilidad de que Roma es maestra, para alargarles la vida ¡ay, demasiado breve! -... Si admiramos este capullo, que apenas si abre la sonrisa de sus pétalos amarillo-rosas, ¿cómo podremos no lamentar el verlo morir? ¡Ah, cuán asombrados se quedarían los hebreos si me oyeran decir esto!... Y es que también en esta criatura, en la flor, sentimos un algo que tiene vida, y nos duele presenciar su fin. Pero la planta es más sabia que nosotros: sabe que en el lugar en que se ha producido cada una de las heridas de un tallo cortado nacerá un rebrote que dará origen a una nueva rosa. Así pues, nuestra mente debe aprehender esta enseñanza y hacer del amor un poco sensual hacia la flor estímulo para un pensamiento más alto.
-¿Cuál, Maestro? -pregunta Plautina, que está escuchando atenta y seducida por el pensamiento elegante del Maestro hebreo.
-Éste: que de la misma forma que la planta, mientras su raíz reciba alimento del suelo, no muere porque se le mueran algunos tallos, así la humanidad tampoco muere porque un ser se cierre al vivir terreno, sino que siempre germinan nuevas flores; además, mientras que la flor -y éste es un pensamiento más alto aún, que nos mueve a bendecir al Creador -una vez muerta no revive -lo cual es motivo de tristeza -, el hombre cuando duerme el último sueño no está muerto, sino que posee una vida aún más fúlgida, pues recibe, en lo que constituye su parte mejor, de su Creador que lo formó, eterna vida y esplendor. Por eso, Valeria, aunque tu hija hubiera muerto, no habrías perdido su caricia: tu criatura -separada, pero no olvidada de tu amor siempre habría besado tu alma. ¿Te das cuenta de que es dulce creer en la vida eterna? ¿Dónde está ahora tu hijita?
-Tapada en aquella cuna. Nunca me habría separado de ella, porque el amor por mi marido y mi hija eran los dos motivos de mi vida; pero ahora, que sé lo que es verla morir, no la dejo ni por un instante.
Jesús se dirige hacia un asiento sobre el que ha sido colocada una especie de cunita de madera. Levanta la rica colcha que por entero la cubre, para mirar a la pequeñuela durmiente, la cual, dulcemente se despierta al llegarle aire más puro. Sus ojillos se abren sorprendidos. Una sonrisa angélica despega su boca, mientras sus manitas, antes cerradas, se abren ávidas de aferrar los ondeantes cabellos de Jesús; un gorjeo de gorrioncillo signa el discurrir de un contenido en su pensamiento; en fin, emite, como un trino, la grande y universal palabra:
-¡Mamá!
-Tómala, tómala -dice Jesús, apartándose para permitir que Valeria se incline hacia la cuna.
-¡Te va a molestar!... Voy a llamar a una esclava para que le dé un paseo por el jardín.
-¿Molestarme? ¡No! Nunca me molestan los niños. Son siempre mis amigos.
-¿Tienes hijos, o sobrinos, Maestro? -pregunta Plautina al observar con qué sonrisas Jesús provoca a la niña para que se ría.
-No tengo ni hijos ni sobrinos, pero amo a los niños, al igual que aprecio las flores, porque son puros y sin malicia. Trae, mujer, déjame a tu pequeñuela, que me resulta muy dulce apretar contra mi corazón a un angelito.
Y se sienta con la niñita; ella lo observa y despeina la barba de Jesús; luego encuentra más interés en las franjas del manto y en el cordón de la túnica, a los cuales dedica un largo y misterioso discurso.
Plautina dice:
-Nuestra buena y sabia amiga, una de las pocas que no se desdeña de tratar con nosotras y que, al mismo tiempo, no se corrompe con nosotras, te habrá dicho que nuestro deseo era verte y oírte para juzgarte por lo que eres, porque Roma no cree en fábulas... ¿Por qué sonríes, Maestro?
-Después te lo digo. Prosigue.
-Porque Roma no cree en fábulas y quiere juzgar con ciencia y con conciencia antes de condenar o exaltar. Tu pueblo te exalta y te calumnia con igual medida. Tus obras mueven a exaltarte; las palabras de muchos hebreos, a creerte poco menos que un delincuente. Tus palabras son solemnes y sabias como las de un filósofo. Roma se siente muy atraída por las doctrinas filosóficas, aunque reconozco que nuestros actuales filósofos no poseen una doctrina satisfactoria, incluso porque su forma de vivir no está en consonancia con la doctrina.
-No pueden vivir en consonancia con su doctrina.
-Porque son paganos, ¿no es cierto?
-No. Porque son ateos.
-¿Ateos? ¡Pero si tienen sus dioses!...
-Ya ni siquiera esos, mujer. Te recuerdo a los antiguos filósofos, a los más grandes. También eran paganos, y, a pesar de todo, ¡fíjate qué noble fue su vida!: a pesar de convivir con el error -porque el hombre gravita hacia el error-, cuando se encontraron frente a los misterios más grandes, la vida y la muerte, cuando fueron puestos ante el dilema honestidad o deshonestidad, virtud o vicio, heroísmo o cobardía, y vieron que si se volvían al mal sería en perjuicio de su patria y de los ciudadanos, entonces, con voluntad de gigante, se deshicieron de los tentáculos de los nefastos pulpos y, libres y santos, supieron querer el Bien a costa de cualquier cosa, este Bien que no es sino Dios.
-Se dice que eres Dios. ¿Es verdad?
-Yo soy el Hijo del verdadero Dios, hecho Carne sin dejar de ser Dios.
-Pero, ¿qué es Dios? A juzgar por ti, el mayor de los maestros.
-Dios es mucho más que un maestro. No rebajéis la idea sublime de la Divinidad encerrándola en los límites de la sabiduría.
-La sabiduría es una divinidad. Nosotros tenemos a Minerva, que es la diosa del saber. -También a Venus, diosa del placer. ¿Cómo podéis pensar que un dios, o sea, un ser superior a los mortales, tenga en grado perfecto todos los aspectos denigrantes de los mortales?
¿Cómo podéis pensar que un ser eterno tenga eternamente esos pequeños, mezquinos, humillantes placeres de quien tiene una hora de tiempo, y que a ello reduzca la finalidad de su vida?
¿No pensáis en lo sucio que es ese Cielo al que llamáis Olimpo, donde fermentan los más acerbos extractos de la humanidad? Si miráis a vuestro Cielo, ¿qué veis?: lujuria, delitos, odios, guerras, robos, crápula, celadas, venganzas.
¿Qué hacéis para celebrar las fiestas de vuestros dioses?: orgías. ¿Qué culto les dais? ¿Dónde está la verdadera castidad de las consagradas a Vesta? ¿En qué código divino se basan vuestros pontífices para juzgar? ¿Qué palabras pueden leer vuestros augures en el vuelo de las aves o en el fragor del trueno?
¿Qué respuestas pueden dar a vuestros arúspices las sangrantes entrañas de los animales sacrificados? Me acabas de decir hace un momento:
"Roma no cree en historietas". Y entonces, ¿por qué creéis que doce pobres hombres, haciendo dar una vuelta en torno a los campos a un cerdo, una oveja y un toro, e inmolándolos después, pueden atraerse a Ceres, si tenéis infinitas deidades, que se odian entre sí, y además vengativas, según creéis?
No. Dios es muy distinto de eso, es eterno, único y espiritual.
-Pero Tú dices ser Dios, y eres carne.
-Hay un altar sin dios en la patria de los dioses. La sabiduría humana lo ha dedicado al Dios desconocido, porque los sabios, los verdaderos filósofos, intuyeron que había algo más detrás del escenario historiado producido por esos eternos niños que son los hombres cuyos espíritus están fajados por el error. Ahora bien, si esos sabios -que intuyeron que tras el engañoso escenario había algo más, algo verdaderamente sublime y divino que ha hecho todo cuanto existe; de quien procede todo lo que de bueno hay en el mundo -, si esos sabios quisieron un altar para el Dios desconocido, sentido por ellos como el verdadero Dios, ¿cómo es que vosotros llamáis dioses a lo que no es dios, y afirmáis saber lo que en realidad no sabéis? Sabed pues, lo que es Dios, para poderlo conocer y honrar. 'Dios es Aquel que con su pensamiento ha hecho de la Nada el Todo.
¿Tiene poder persuasivo para vosotros la fábula de las piedras que se transforman en hombres?, ¿os satisface? En verdad, hay hombres más duros y malos que una piedra y piedras más útiles que ciertos hombres. Valeria, ¿qué te resulta más dulce, mirando a esta hijita tuya, pensar "Es un deseo de Dios hecho vida, creado y formado por Él, dotado por Él de una segunda vida imperecedera -de forma que seguiré teniendo a mi pequeña Fausta, y además para toda la eternidad, si creo en el Dios verdadero", en vez de decir: "Esta carne de rosa, estos cabellos más sutiles que hilo de araña, estas pupilas serenas proceden de una piedra"; o pensar: "Soy semejante en todo a la loba o a la yegua; me uno carnalmente como los animales, animalescamente engendro y crío; esta hija mía es fruto de mi instinto animalesco y es un animal como yo, y mañana, muerta ella y muerta yo, seremos dos cadáveres que habrán de descomponerse y oler, y que nunca jamás se habrán de volver a ver"?
Dime, tu corazón de madre, ¿cuál de los dos razonamientos elegiría?
-Desde luego, el segundo no, Señor. Si hubiera sabido que Fausta no podía corromperse para siempre, mi dolor frente a su agonía habría sido menos cruel, porque habría pensado: "He perdido una perla, pero sigue existiendo y la encontraré"
-Tú lo has dicho. Cuando he llegado aquí, vuestra amiga me ha manifestado su perplejidad ante vuestra gran pasión por las flores, y temía que Yo me pudiera incomodar por ello; pero la he tranquilizado diciéndole: ¡A mí también me gustan, así que nos entenderemos muy bien". Es más, quisiera elevar vuestra estima de las flores come hago con Valeria respecto a su hija, a quien -estoy seguro -otorgará aún mayores atenciones ahora que sabe que tiene alma, que es un soplo de Dios que está dentro de la carne generada por su madre; un alma que no muere, y que su madre, si cree en el Dios verdadero, volverá a encontrar en el Cielo.
Pues de la misma forma ahora vosotras observad esta magnífica rosa: la púrpura que embellece las vestiduras imperiales no es tan espléndida como este pétalo, que deleita no sólo los ojos, por su color, sino también el tacto, por su suavidad, y el olfato por su perfume. Observad también esa otra... y ésa... y esa otra...: la primera es sangre emanada de un corazón; la segunda, nieve reciente; la tercera, pálido oro; la última parece como si reflejase esta dulce cara infantil que me sonríe apoyada sobre mi pecho. Se podría decir aún más: la primera se yergue rígida sobre un grueso tallo exento casi de espinas, rojizas sus hojas, como salpicadas de sangre; la segunda tiene a lo largo del tallo raras espinas en forma de gancho y opacas y pálidas hojas; la tercera es flexible como un junco, sus hojas son pequeñas y brillantes como si de cera verde se tratase; la última, con tantas espinas como tiene, parece estar impidiendo cualquier tipo de asalto a su rósea corola: parece una lima de agudísimas puntas.
Volved vuestro pensamiento hacia esta realidad, pensad: ¿quién lo ha hecho?, ¿cómo?, ¿cuándo?, ¿dónde?; ¿qué era este lugar en la noche de los tiempos? No era nada. Era una agitación informe de elementos. Dios dijo primero:
"Quiero", y los elementos se separaron para reunirse por familias. Luego tronó otro "quiero", y se dispusieron con orden: uno en otro (el agua entre las tierras); uno sobre otro el aire y la luz sobre el planeta ya ordenado). Otro "quiero", y comenzaron a existir las plantas, y luego las estrellas, y los animales, luego el hombre. Dios donó sin tacañería las flores y los astros, cual espléndidos juguetes, para gozo del hombre, su predilecto, y por último le otorgó la alegría de procrear, no algo que muriese, sino algo que sobreviviese a la muerte por el don de Dios que es el alma. Estas rosas son expresión de otros tantos deseos del Padre: su infinito poder se despliega en infinidad de bellezas.
El flujo de mi palabra encuentra impedimento al chocar contra el compacto bronce de vuestra creencia. De todas formas, espero que, para ser éste nuestro primer encuentro, ya algo nos hayamos entendido. Ahora es vuestra alma la que debe trabajar con cuanto os he dicho.
¿Tenéis alguna pregunta que hacer? Si es así, hacedlas; estoy aquí para aclarar las cosas. La ignorancia no es motivo de vergüenza; lo es, sí, el persistir en la ignorancia cuando se tiene a alguien dispuesto a aclarar las dudas. Dicho esto, Jesús, como si fuera el más experto de los papás, sale de la pequeña pérgola sujetando a la niñita, que está dando sus primeros pasitos y quiere ir hacia un surtidor que ondea bajo el sol. Las damas permanecen en su sitio hablando entre sí en voz baja.
Juana, en pugna con dos deseos, está en el umbral de la pérgola... Al final Lidia se decide -y tras ella las otras -y va a donde Jesús, que ríe porque la niñita pretende agarrar el espectro solar del agua y lo único que coge es luz, y, no obstante, insiste, insiste con todo un piar de polluelo en sus labios de rosa.
-Maestro... no he entendido por qué has dicho que nuestros maestros no pueden conducir formas de vida buenas, siendo ateos; creen en un Olimpo, pero creen.
-Ese creer suyo no es sino una forma externa. Mientras han creído verdaderamente, como los verdaderos sabios creyeron en aquel Desconocido de que os he hablado, en aquel Dios que satisfacía su alma aunque no tuviera nombre, incluso sin conciencia de la voluntad: mientras han dirigido su pensamiento a este Ente, muy superior, muy superior a los pobres dioses llenos de humanidad, de baja humanidad, que el paganismo se ha procurado; mientras han hecho esto, necesariamente han reflejado un poco de Dios: el alma es espejo que refleja, eco que repite.
-¿Qué, Maestro?
-A Dios.
-¡Gran palabra es ésa.
-Es una gran verdad.
Valeria, seducida por el pensamiento de la inmortalidad, pregunta:
-Maestro, explícame dónde está el alma de mi hija; besaré ese lugar como a un sagrario; la adoraré, dado que es soplo de Dios.
-¡El alma! Es como esta luz que tu Faustita quiere coger y no puede porque es incorpórea, pero que está ahí, como podemos ver Yo, tú y tus amigas. De la misma forma, el alma es visible en todo aquello que diferencia al hombre del animal. Cuando tu hijita te diga sus primeros pensamientos, piensa que esa inteligencia es su alma que se revela; cuando te quiera, no ya con su instinto sino con su razón, piensa que ese amor es su alma. Cuando crezca a tu lado hermosa, no tanto de cuerpo cuanto de virtud, piensa que esa belleza es su alma. Y no adores al alma, sino a Dios, que es el Creador del alma; a Dios, que de toda alma buena quiere hacerse un trono.
-¿Donde está esta cosa sublime?: ¿en el corazón?, ¿en el cerebro?
-Está en el todo que es el hombre. Os contiene y está en vosotros contenida. Cuando os deja, sois cadáveres; cuando cae muerta (por un delito del hombre contra sí mismo), sois réprobos, estáis separados para siempre de Dios.
-¿Entonces admites que el filósofo que dijo que éramos inmortales, a pesar de ser pagano, tenía razón? -pregunta Plautina.
-No es que lo admita. Voy más allá. Digo que es un artículo de fe. La inmortalidad del alma, o sea, la inmortalidad de la parte superior del hombre, es el misterio más cierto y consolador del acto de creer; es el que nos asegura de dónde venimos, a dónde vamos, de quién somos, y disuelve en nosotros la amargura de cualquier tipo de separación.
Plautina piensa profundamente -Jesús la observa, pero guarda silencio -y al final pregunta:
-¿Tú tienes alma?
Jesús responde:
-Sí, ciertamente.
-Pero, ¿eres, o no, Dios?
-Soy Dios, ya te lo he dicho, pero ahora he tomado naturaleza de hombre. Y, ¿sabes por qué? Porque sólo con este sacrificio mío podía resolver los puntos que para vuestra razón son inalcanzables; y, tras ser abatido el error, liberando el pensamiento, liberar también al alma de una esclavitud que por ahora no te puedo explicar. Por ello he introducido la Sabiduría en un cuerpo, la Santidad en un cuerpo: Yo esparzo por la tierra como una semilla la Sabiduría, como polen al viento; la Santidad se desparramará por el mundo en la hora de la Gracia -como si fuera quebrada la preciosa ánfora que la contenía -y santificará a los hombres. Entonces el Dios desconocido será conocido.
-Pero si ya eres conocido... El que pone en duda tu poder y sabiduría es malo o falso.
-Soy conocido, pero es como si fuera sólo un amanecer; a la meridiana habrá plena cognición de mí.
-¿Cómo será tu mediodía? ¿Un triunfo? ¿Lo veré yo?
-Verdaderamente será un triunfo, y tú lo presenciarás porque sientes náusea de lo que conoces y apetito de lo que desconoces; tu alma tiene hambre.
-¡Es verdad! Es de verdad de lo que tengo hambre.
-Yo soy la Verdad.
-Date entonces a la hambrienta.
-Basta con que vengas a mi mesa. Mi palabra es pan hecho con verdad.
-¿Qué dirán nuestros dioses si los abandonamos? ¿No se vengarán de nosotros? -pregunta Lidia asustada.
-Mujer: ¿has visto alguna vez una mañana neblinosa? Los prados se pierden detrás del vapor que los oculta. Viene el sol y el vapor desaparece, y los prados resplandecen más hermosos. Pues vuestro dioses no son sino niebla del pobre pensamiento humano que, ignorando a Dios, pero al mismo tiempo necesitando creer -la fe es el estado permanente y necesario del hombre -, se ha creado este Olimpo, verdadera fábula sin fundamento alguno; vuestros dioses, de la misma forma, cuando salga el Sol, Dios verdadero, desaparecerán de vuestros corazones sin poder causar mal alguno, porque no tienen existencia.
-Tendremos que escucharte todavía mucho. Nos encontramos completamente ante lo desconocido. Todo lo que dices es nuevo.
-¿Te da repulsa? ¿Te es imposible aceptarlo?
Plautina responde con seguridad:
-No. Me siento más orgullosa de lo poquísimo que ahora sé, y que César no sabe, que de mi nombre.
-Pues persevera. "Os dejo con mi paz».
-¿Pero, cómo? ¿No te quedas más tiempo, Señor? -Juana esta desolada.
-No. Tengo muchas cosas que hacer...
-¡Yo que quería manifestarte una cosa que me aflige!...
Jesús, que ya se estaba marchando tras el respetuoso saludo de las romanas, se vuelve y dice:
-Ven hasta la barca, así podrás hablarme de lo que te aflige.
Juana lo acompaña, y dice:
-Cusa me quiere mandar un tiempo a Jerusalén. Esto me duele. Lo hace porque no me quiere seguir viendo relegada, ahora que estoy curada...
-Tú también te creas nieblas inútiles -Jesús ya ha puesto un pie en la barca -Si pensaras que así puedes recibirme en tu casa o seguirme con mayor facilidad, estarías contenta, y dirías: "La Bondad ha pensado en nosotros".
-¡Es verdad, Señor! No tenía esto en cuenta.
-¿Ves? Obedece como una buena esposa. La obediencia te aportará el premio de tenerme para la próxima Pascua y el honor de ayudarme a evangelizar a tus amigas.
¡La paz sea siempre contigo!
La barca se separa del embarcadero y así todo termina.
|
|