ANUNCIO DE TRES MUERTES
SUEÑO 96.—AÑO DE 1876. PARTE II
Que nada de esto los intranquilice. El efecto que este relato debe causar en vosotros es sencillamente el que nos sugirió el Divino Salvador en el Evangelio: Estote parati, quia, qua hora non putatis, filius hominis veniet. Es ésta una gran advertencia, mis queridos jóvenes, que nos hace el Señor.
Estemos preparados siempre, porque en la hora en que menos lo pensemos puede llegar la muerte y el que no está preparado para morir bien, corre grave peligro de morir mal. Yo me prepararé lo mejor que pueda y vosotros debéis hacer lo mismo, a fin de que a cualquier hora que al Señor le plazca llamarnos, podamos estar dispuestos a pasar a la feliz eternidad. Buenas noches.
Las palabras de [San] Juan Don Bosco se escuchaban siempre en medio de un religioso silencio; pero cuando contaba cosas extraordinarias, entre los centenares de jóvenes que le escuchaban, no se sentía ni una tos ni el más leve ruido con los pies.
La impresión causada duraba semanas y meses y tras la impresión se producían los cambios radicales de conducta en algunos díscolos. Después aumentaba la clientela alrededor del confesionario del [Santo].
El suponer que él inventaba aquellos relatos para asustar y hacer cambiar de vida a los jóvenes, a nadie se le ocurría, pues los vaticinios de muertes próximas se cumplían siempre y ciertos estados de conciencia vistos en los sueños respondían a la realidad.
¿Pero el temor producido por tan lúgubres predicciones no era una pesadilla opresora? No es creíble. Numerosas eran las posibilidades y soluciones que se ofrecían ante una multitud de más de ochocientos muchachos, para que cada uno de ellos se sintiese preocupado.
Por otra parte, la creencia generalmente admitida de que quien moría en el Oratorio iba al Paraíso y el hecho de que [San] Juan Don Bosco preparaba a los designados sin que se diesen cuenta, contribuía a desterrar de los ánimos todo temor.
Además sabemos cuan grande es la volubilidad juvenil, de momento la fantasía sé siente herida e impresionada, pero el recuerdo que tal efecto produce pronto se borra. A sí nos lo aseguran numerosos testigos de aquellos tiempos.
Una vez que los jóvenes marcharon a dormir, algunos hermanos que rodeaban al [Santo], lo abrumaron a preguntas para saber si alguno de ellos eran los que debían morir. [San] Juan Don Bosco, sonriendo según su costumbre y moviendo la cabeza, les decía:
—¡Ya! ¡Ya! ¿Quieren que les diga quién es, para hacer morir a alguno antes de tiempo?—.
Viendo que no conseguían nada, le preguntaron si en el primer sueño vio también a algún clérigo haciendo el oficio de las gallinas, esto es, entregado a la murmuración.
[San] Juan Don Bosco, que estaba paseando, se detuvo, observó a sus interlocutores y con una sonrisa muy significativa a flor de labios, añadió:
—Alguno, alguno había —parecía que quiso significar—, eran pocos, pero no digo más.
Entonces le preguntaron que les dijese si ellos estaban entre los perros mudos.
El [Santo] respondió de una manera muy genérica, haciendo observar que era necesario estar sobre aviso para evitar las murmuraciones y, en general, todos los desórdenes y sobre podo las malas conversaciones.
—¡Ay del sacerdote y del clérigo —dijo— que estando encargado de la vigilancia ve los desórdenes y no los impide! Deseo que todos sepan y entiendan que con la palabra «murmuraciones» yo no entiendo indicar solamente a los que cortan trajes, sino que me refiero a toda palabra, a todo mote, a toda conversación que pueda hacer frustrar en un compañero el fruto de la palabra de Dios.
Además, quiero hacer constar que es un gran mal el permanecer mano sobre mano cuando se conoce algún desorden, sin hacer nada para impedirlo o no procurando que lo ataje quien debe y puede nacerlo.
Uno de los más inquietos dirigió al [Santo] una pregunta bastante atrevida:
—¿Y Don Barberis, por qué entra en el sueño? Vos dijisteis que había algo para él y el mismo Don Barberis parece que se esperaba un buen estacazo...
El propio Don Barberis estaba presente y, al principio, parecía que [San] Juan Don Bosco se resistía a contestar. Pero después, habiendo quedado con el [Santo] algunos sacerdotes nada más, y como por otra parte el interesado mostrase su conformidad, el [Santo] manifestó el secreto:
—Es que Don Barberis —dijo— no predica bastante sobre este punto, no insiste sobre esto cuanto fuera de desear.
Don Barberis manifestó que ni en el año pasado, ni durante el año en curso había tratado con detención estas materias en sus conferencias a los novicios; se sintió, pues, complacido al recibir esta observación y la tuvo presente para el porvenir.
Dicho esto subieron todos las escaleras y después de besar la mano a [San] Juan Don Bosco cada uno se retiró a descansar. Todos, menos Don Barberis, que según lo acostumbrado acompañó al [Santo] hasta la puerta de su habitación.
[San] Juan Don Bosco al comprobar que estaba aún preocupado y que no habría podido dormir por la impresión recibida por las cosas expuestas, le hizo entrar en su despacho, cosa desacostumbrada en él, diciéndole:
—Ya que tenemos todavía tiempo, demos algunos paseos por la habitación.
Y así continuó hablando con él por espacio de media hora.
Entre otras cosas le dijo:
—En el sueño los he visto a todos y en el estado en que cada uno se encontraba: si hacía las veces de gallina, de perro mudo, si estaba en el número de aquellos que después de ser avisados comenzaron a trabajar o entre los que no se movieron.
De todos estos datos yo me sirvo en las confesiones, para exhortar en público y en privado, siempre que veo que mis palabras pueden hacer algún bien.
Al principio no hacía gran caso de estos sueños, pero después me di cuenta que causan mayor efecto que muchos sermones, incluso para algunos son más eficaces que una tanda de ejercicios espirituales, por esto me sirvo de ellos. ¿Y por qué no?
En la Sagrada Escritura se lee: Probate spiritus; quod bonum est tenete. Veo que ayudan a hacer el bien, veo que agradan, ¿por qué mantenerlos secretos? Incluso he podido observar que contribuyen a aficionar a muchos a la Congregación.
— Yo mismo he comprobado —le interrumpió Don Barberis— de cuánta utilidad han sido estos sueños y cuan saludables. Incluso narrados en otra parte, hacen mucho bien. Donde [San] Juan Don Bosco es conocido este puede decir que son sueños suyos; donde no es conocido se pueden presentar como especie de parábolas.
¡Oh si se pudiese hacer una recopilación exponiéndolos en forma de parábolas! Serían leídos por grandes y pequeños, en ventaja de sus almas.
—Sí, sí; harían mucho bien, estoy convencido de ello.
—Pero, tal vez —se lamentó Don Barberis— ninguno los ha recogido por escrito.
—Yo— replicó el [Santo], no tengo tiempo de hacerlo
y de muchos no me recuerdo ya.
—Los que yo recuerdo —continuó Don Barberis—, son los que se refieren al progreso de la Congregación y a la dilatación del manto de la Virgen...
—¡Ah, si!—, exclamó [San] Juan Don Bosco.
E hizo referencia a varias visiones de esta clase. Adoptando después un aire más grave y un tanto turbado, prosiguió:
—Cuando pienso en la responsabilidad que pesa sobre mí en la posición en que me encuentro, tiemblo de pies a cabeza... ¡Qué cuenta tan tremenda tendré que dar a Dios de todas las gracias que nos ha concedido para la buena marcha de nuestra Congregación!