LOS SENDEROS
SUEÑO 89.—AÑO DE 1874.
La relación de este sueño es de Don Berto y lo ofrecemos al lector tal y como se encuentra en el Proceso Informativo.
«El martes 17 de noviembre de 1874, después de las oraciones, el [Santo] nos anunció que al día siguiente serían las confesiones del Ejercicio de la Buena Muerte que harían los estudiantes el jueves próximo. Nos exhortó, según sus costumbre, a que lo hiciéramos bien, diciendo:
—Yo no soy ni quiero ser profeta, pero podría decirles que uno de nosotros aquí presente, no digo quién, no volverá a hacer más este piadoso ejercicio.
Al bajar de la cátedra, como en otras ocasiones en que había hecho idénticas predicciones, fue inmediatamente rodeado por los jóvenes que se manifestaban deseosos de saber particularmente del [Santo] si les tocaba en aquella ocasión presentarse ante el tribunal del Señor.
Fueron suficientes estas contadas palabras para que al día siguiente, mañana y noche, su confesionario se viese rodeado de una turba de jovencitos, deseosos de hacer con él la confesión general, como supe de labios de numerosos muchachos.
Como yo estaba entonces casi siempre presente a estas piadosas escenas, puedo asegurar que estas predicciones hacían más bien a nuestros jovencitos que no diez tandas de ejercicios espirituales. Y este era el único fin que inducía al [Santo] a hacerlas, especialmente en público. Nos recomendaba, sin embargo, que no comunicásemos por escrito estas cosas a nadie, sino que todo quedase entre nosotros.
Para asegurarme aún más de que estos vaticinios no eran una piadosa estratagema para hacer el bien a los alumnos, en la noche del jueves 19 de noviembre de 1874, hablando con el [Santo] en su habitación, le pregunté en el seno de la confianza cómo hacía para anunciar con tanta espontaneidad la muerte de tantos jóvenes estando aún sanos y robustos, especialmente del que había hecho referencia hacía dos días, pronosticando que no volvería hacer más el Ejercicio de la Buena Muerte. [San] Juan Don Bosco me contestó aunque con cierto reparo:
Me pareció ver a todos nuestros jóvenes dando un paseo hacia un prado. En él vi que cada uno caminaba por un sendero trazado para él solo, por el que no podía transitar ningún otro. El sendero que se abría ante algunos era muy largo, y al borde del mismo, de trecho en trecho, se leía el número progresivo del año de nuestra Redención.
El de otros era menos largo, y el de otros más corto aún. El de unos avanzaba un largo trecho y luego quedaba cortado, por tanto, el joven que caminaba por él al llegar a aquel lugar caía muerto al suelo.
Vi algunos que estaban sembrados de lazos y que eran sumamente cortos.
Finalmente vi a uno que delante de sí no tenía trazado alguno de sendero, terminaba a sus mismos pies y en él apenas si se distinguía el número 1875. Este es el que no volverá a hacer más el Ejercicio de la Buena Muerte, pues morirá en el 1874, o tal vez apenas llegue a ver el 1875, pero no podrá hacer más dicho ejercicio.
No hace falta decir que, según recuerdo, la predicción se cumplió plenamente. Sino que he de añadir que nosotros estábamos ya acostumbrados a ver cómo se realizaban estos vaticinios, y que nos habría causado asombro, como si se tratase de una excepción a la regla, el poder comprobar el que alguna vez no fuese así».
Sobre la realización de las predicciones de [San] Juan Don Bosco, Don Lemoyne escribe:
«En el año 1872 o en el 1873 o en el 74, anunció que antes de terminar el año moriría un joven. Finalizo el año sin que ninguno pasara a la eternidad. Había, sin embargo, en casa un joven gravemente enfermo, el cual se negaba obstinadamente a recibir los Santos Sacramentos.
Todos habían intentado hacerle deponer su actitud, pero en vano. En todos los institutos de Turín se había rezado por esta intención. Finalmente, el enfermo moría en el mes de enero después de haberse confesado con [San] Juan Don Bosco y de haber recibido los Santos Sacramentos».
Los jóvenes le hicieron notar cómo su predicción no se había cumplido, pero es que no conocían plenamente lo que había sucedido.
[San] Juan Don Bosco les respondió:
—¿Es que querían que lo dejase morir sin haber recibido antes los Santos Sacramentos? ¿Iba a permitir semejante escándalo en casa?
Hubo, pues, una predicción, la gracia de una muerte retardada y una conversión. Parece que el difunto era un joven de veinticuatro años, al parecer mandado al Oratorio por la masonería para que actuase en medio de los compañeros.
Así lo aseguraba Don Evasio Rabagliati, testigo presencial del hecho.