LOS DOS SEPULTUREROS
SUEÑO 72,—AÑO DE 1868.
La noche del 30 de octubre el [Santo] narró el siguiente sueño:
El motivo de haberos reunido a todos aquí es porque les quiero contar alguna cosilla, tanto a los estudiantes como a los artesanos.
Imagínense ver a todos los jóvenes en el patio divirtiéndose. De pronto comienza a oscurecer, cesan los juegos y los gritos; se forman numerosos corrillos esperando que la campana dé la señal de ir al estudio: todavía hay algunos paseando; entretanto la noche avanza y apenas se puede distinguir a un joven de otro a no ser que uno se acerque mucho.
Y he aquí que entran por la portería dos sepultureros que, caminando acompasadamente, llevan sobre los hombros una caja de muerto. Los jóvenes, al verlos pasar se retiran.
Aquellos dos hombres prosiguen adelante y colocan el ataúd en el suelo en medio del patio que está ante la Prefectura interna del Oratorio. Los muchachos se colocan alrededor en forma de círculo, pero todos tienen miedo de hablar.
Los sepultureros quitan la tapadera del ataúd.
En aquel momento aparece la luna con su luz clara y penetrante, lentamente da una vuelta alrededor de la cúpula de la Iglesia de María Auxiliadora; da una segunda vuelta y después comienza una tercera, pero no la llega a terminar parándose sobre la iglesia y como si estuviese para caer.
Entretanto, apenas la luna hubo comenzado a iluminar el patio, uno de los sepultureros dio una vuelta, después otra ante las filas de los alumnos, mirando fijamente el rostro de cada uno, hasta que al ver a uno en cuya frente estaba escrita la palabra: Morirás, lo tomó para meterlo en la caja.
—A ti te toca— le dijo.
Pero el muchacho comenzó a gritar:
—Soy aún muy joven; quisiera prepararme; hacer las obras buenas que aún no he hecho.
—Yo no debo contestar a esto.
—Al menos déjeme que pueda ir a ver a mis padres.
—Yo no puedo responder a esto. ¿Ves allí la luna? Pues ya ha dado una vuelta, y después otra y después un poco más de media. Apenas desaparezca tendrás que venir conmigo.
Poco después, la luna desapareció en el horizonte y el sepulturero cogió al muchacho por la cintura, lo tendió en la caja, le puso a ésta la tapadera y sin más se la llevó con la ayuda del compañero.
Ya han oído mi relato, ahora tómenlo como si fuera una fábula o cosa semejante, o bien un sueño; lo que quieran.
En una ocasión conté un sueño en el que había visto el ataúd de un joven colocado allá bajo los pórticos.
Aquel muchacho murió y se observó que, a pesar de que se le había advertido a los sepultureros que tenían que pasar por cierta parte, éstos al bajar al patio dijeron que les faltaba algo y para no dejar la caja en medio del patio, la colocaron debajo de los pórticos, en el mismo lugar en que yo la vi durante el sueño.
Que cada uno se pregunte a sí mismo: ¿No seré yo? Y que viva contento y alegre. Pero estemos todos preparados, para que después de las dos vueltas y media de la luna, esto es, cuando pasen dos meses y un poco más de medio, aquel a quien le toque morir esté preparado, Recuerden que la muerte se acerca como un ladrón nocturno.
Y por eso aprovechémonos de este aviso celebrando bien la festividad de los Santos. Se puede ganar indulgencia plenaria, y para lucrarla no es necesario confesarse el domingo, con tal de que uno se haya acercado a este sacramento dentro de los ocho días es suficiente.
Después de ganar la indulgencia plenaria, se está delante del Señor como si se acabara de recibir el Bautismo.
«Mañana es también ayuno: practiquen alguna mortificación».
De este sueño nos dejó una copia Don Joaquín Berto, que lo oyó de labios del [Santo].
Esta predicción debería haberse cumplido hacia la mitad de enero de 1869. Los alumnos, en su inmensa mayoría así lo creían. Nosotros añadiremos aquí una observación que hace el mismo Don Berto y es la siguiente:
«Nosotros estábamos ya acostumbrados a constatar el cumplimiento de tales predicciones, de forma que nos habría causado estupor, considerándolo como una excepción de la regla, el ver que alguna no se realizaba.
Me acuerdo de un solo caso en el que sucedió esto y fue en relación con el joven C, el cual cayó gravemente enfermo, pero después de haber recibido el Santo Viático y quizás también la Extremaunción, mejoró; vive todavía y es sacerdote. El [Santo] me dijo entonces que el tal era uno de los que debían morir, pero añadió:
—El Señor ha sido misericordioso con él, debido a las oraciones que se han rezado según su intención, y tal vez también porque no estaba preparado.