LA PALABRA DE DIOS Y LA MURMURACIÓN
SUEÑO 95. AÑO DE 1876. PARTE I
En la segunda mitad de enero el [Santo] tuvo un sueño simbólico al que hizo referencia hablando con algunos salesianos. Don Barberis le pidió que lo contase en público, pues sus sueños agradaban mucho a los jóvenes, les hacían un gran bien y con ello cobraban un gran cariño al Oratorio.
—Sí, eso es cierto —replicó el siervo de Dios—; hacen bien y son escuchados con avidez; el único que salgo perjudicado soy yo, pues necesitaría tener pulmones de hierro.
Se puede decir que en el Oratorio no hay uno solo que no se sienta movido al oír semejantes narraciones; pues, por regla general estos sueños se refieren a todos y cada uno quiere saber el estado en el cual ha sido visto y que es lo que debe hacer, qué significado tenga esto o aquello; y yo me siento atormentado día y noche. Si deseo despertar el afán de las confesiones generales, no tengo más que contar un sueño... Escucha, vamos a hacer una cosa.
El domingo le hablaré a los jóvenes y tú me preguntarás públicamente. Yo entonces contaré el sueño.
El 23 de enero, después de las oraciones de la noche, [San] Juan Don Bosco subió a su cátedra. Su rostro radiante de alegría manifestaba como siempre el gozo que sentía al encontrarse entre sus hijos. Después de hacerse un poco de silencio Don Barberis manifestó deseos de hablar y dijo:
—Perdone señor [San] Juan Don Bosco, ¿me permite que le haga una pregunta?
—Habla, habla replicó el [Santo].
—He oído decir que en estas noches pasadas ha tenido un sueño sobre sementera, sembrador, gallinas... y que se lo ha contado ya al Clérigo Calvi. ¿Sería tan amable que nos lo quisiera contar también a nosotros? Crea que nos proporcionaría un gran placer.
—¡Qué curioso!—, dijo [San] Juan Don Bosco en tono de chanza. Y la risa fue general.
—No me importa que me llame curioso, con tal de que nos cuente el sueño. Y con estas palabras creo interpretar la voluntad de todos los jóvenes, los cuales ciertamente le escucharán con sumo gusto.
—Sí es así se lo contaré. No quería decir nada, porque hay cosas que se refieren a algunos de vosotros en particular, y algunas otras que te interesan también a ti, y que hacen que las orejas se pongan calientes; pero como me lo has pedido, las contaré.
—Pero, señor [San] Juan Don Bosco, por favor, si hay algún palo para mí, no me lo vaya a dar aquí en público.
—Yo contaré las cosas como las soñé; que cada uno tome lo que le corresponde.
Pero antes que nada es necesario que cada uno recuerde bien, que los sueños se tienen durmiendo y durmiendo no se razona; por eso, si en lo que les voy a contar hay alguna cosa buena, alguna amonestación provechosa, acéptese. Por lo demás que nadie pierda la serenidad.
Ya les he dicho que al soñar por la noche yo estaba durmiendo, pues hay algunos que sueñan también de día y algunas veces estando despiertos, con lo que causan verdaderos disgustos a sus profesores convirtiéndose en alumnos un tanto fastidiosos.
Me pareció encontrarme lejos de aquí, cerca de Castelnuovo de Asti, mi pueblo. Tenía ante mí una gran extensión de terreno, situada en una amplia y bella llanura; pero aquellas tierras no eran nuestras, ni yo sabia de quién fuesen.
En aquel campo vi a muchos trabajando con azadas, con palos, con rastrillos y con otras herramientas diversas. Quiénes araban, quiénes sembraban, quiénes allanaban la tierra, quiénes se entretenían en otros diversos menesteres.
Veían acá y acullá los capataces dirigiendo los trabajos y entre estos últimos me pareció encontrarme también yo. Diversos coros de labradores estaban en otra parte cantando. Yo lo observaba todo maravillado y no sabía identificar aquel lugar para mí desconocido, mientras me decía a mí mismo: —Pero ¿por qué trabajan estos tanto?
Y me contestaba:
—Para proporcionar el pan a mis jóvenes.
Y era verdaderamente admirable el ver cómo aquellos buenos agricultores no interrumpían ni por un instante su labor, aplicados constantemente a sus tareas con un ardor creciente y con una diligencia similar. Sólo algunos reían y bromeaban entre sí.
Mientras yo contemplaba tan hermoso espectáculo, dirijo la vista a mi alrededor y compruebo que me rodeaban algunos sacerdotes y muchos de mis clérigos, unos muy próximos a mí y otros un poco más distantes.
Yo me decía a mí mismo:
—Debo de estar soñando; mis clérigos están en Turín; aquí, en cambio, estamos en Castelnuovo. Y además, ¿cómo puede ser esto? Yo estoy vestido de invierno desde los pies a la cabeza; ayer mismo sentí un frío intensísimo y, en cambio, aquí están sembrando el trigo.
Y me tocaba las manos y continuaba caminando mientras me decía:
—Pero no, no debe ser un sueño, porque esto que estoy viendo es un campo; este clérigo es el clérigo A... en persona, y aquel otro el clérigo B... además, en el sueño ¿cómo iba a poder ver esto y lo otro?
Entretanto vi allí cerca, aunque aparte, un anciano que por su aspecto parecía muy benévolo y sensato, entretenido en observarme a mí y a los demás. Me acerqué a él y le pregunté:
—Dígame, buen hombre, ¿qué es lo que estoy viendo?, porque no entiendo nada de esto. ¿Dónde estamos? ¿Quiénes son esos trabajadores? ¿De quién es este campo?
—¡Oh!, —me respondió el desconocido—; ¡vaya unas preguntas que me ha hecho! ¿Usted es sacerdote y desconoce estas cosas?
—Pero, vamos, dígame —le repliqué—, ¿a Vos le parece que estoy soñando o despierto? Porque a mí me parece que estoy soñando y no creo posibles las cosas que estoy viendo.
—Posibilísimas, mejor dicho, reales, y a mí me parece que Vos estáis completamente despierto. ¿No se da cuenta? Habla, ríe, bromea.
—Sí, pero hay algunos a los cuales les parece en el sueño hablar, oír, trabajar, como si estuviesen despiertos.
—No, no, deseche esa idea; Vos estáis aquí en cuerpo y alma. —Bien, sea como dice; y, puesto que estoy despierto, dígame de quién es este campo.
—Vos habéis estudiado latín —continuó el anciano—, ¿cuál es el primer nombre de la segunda declinación que ha estudiado en el Donato? ¿Se recuerda aún?
—Sí que lo recuerdo, pero ¿qué tiene que ver esto con lo que le he preguntado?
—¡Muchísimo!, —me replicó el desconocido—. Diga pues el primer nombre que se estudia en la segunda declinación. —Es Dominus. —¿Y cómo hace el genitivo? —Domini.
—Bien, muy bien, Domini; este campo, pues, es Domini, del Señor.
—Ya comienzo a entender algo— exclamé. Estaba maravillado de la manera de proceder de aquel anciano. Entretanto vi a varias personas que llegaban con sacos de trigo para sembrarlo y a un grupo de campesinos que cantaban: Exit, qui seminat, seminarte semen suum.
A mí me parecía un crimen arrojar aquella simiente y hacerla pudrir bajo tierra. ¡Era un trigo tan magnífico!
—¿No sería mejor —me decía para mí— molerlo y hacer con él pan o pastas?
Pero después pensé:
—Quien no siembra, no recoge. Si no se arroja a la tierra la sémilla y esta no se pudre ¿qué se recogerá después?
[Contínua parte II]