EL RUISEÑOR
SUEÑO 82.—AÑO DE 1872.
Del 3 al 7 de julio de 1872, en el Oratorio tuvieron lugar los Ejercicios Espirituales para los alumnos, que fueron predicados por Don Lemoyne y por Don Corsi, y [San] Juan Don Bosco después de haber pedido al Señor que le diese a conocer si todos los habían hecho bien, tuvo este sueño que contó a toda la comunidad:
Me pareció estar en un patio mucho más espacioso que el del Oratorio todo rodeado de casas, de plantas, de matorrales. En las ramas de los árboles y entre las espinas de las malezas había de trecho en trecho algunos nidos, con los polluelos a punto de emprender el vuelo en distintas direcciones.
Mientras me complacía oyendo piar a aquellos pajarillos, he aquí que se cae delante de mí un animalillo que por su canto conocí que era un ruiseñor.
—¡Oh!, —dije—, si te has caído es que las alas no te sirven aún para volar y por tanto te podré coger.
Y diciendo esto avancé y alargué el brazo para apoderarme del animalillo.
—Pero ¿qué?, estaba ya casi rozándole las alas, lo tenía en mi poder como quien dice, cuando el pajarillo, haciendo un esfuerzo, comienza a volar llegando hasta la mitad del patio.
—Pobre animal —dije para mí—; es inútil todo esfuerzo; es inútil que intentes escapar, pues te perseguiré hasta capturarte. Y dicho esto comencé a correr detrás de él y cuando estaba para atraparlo me hace la misma jugada, y concentrando todas sus fuerzas consigue volar aún más lejos.
—¡Vaya con el animalejo!, —exclamé—; quiere salirse con la suya; pues bien, veremos quién gana la partida.
Y he aquí que me acerco a él por tercera vez y como si persistiese en la idea de burlarse de mí, cuando lo tenía casi en mi poder, se levanta como a la distancia de un tiro de escopeta y más aún.
Yo lo sigo con la vista, maravillado de su atrevimiento, cuando de pronto veo caer sobre aquel ruiseñor un enorme gavilán que, aferrándolo con sus potentes garras, se lo lleva para devorarlo.
Al ver aquella escena sentí que la sangre se me helaba en las venas, y deplorando el infortunio del incauto, lo seguí con la mirada.
Yo me decía entretanto:
—Quise salvarte y no te dejaste prender, antes bien, te burlaste de mí tres veces seguidas y ahora pagas el precio de tu testarudez.
Entonces el ruiseñor con una voz muy débil, dirigiéndome la palabra, lanzó tres veces este grito:
—Somos diez... Somos diez... Somos diez...
Me desperté sobresaltado y, naturalmente, con la mente fija en el sueño y reflexionando sobre aquellas misteriosas palabras, pero no me fue posible deducir el sentido.
A la noche siguiente he aquí que continuó el mismo sueño.
Me pareció estar en el mismo patio, que parecía también rodeado de casas, de plantas y de matorrales, y he aquí que veo el terrible gavilán que con una mirada feroz, con los ojos sanguinolentos, vuela cerca de mí.
Maldiciendo la crueldad que había usado para con aquella pobre bestezuela, levanto la mano en señal de amenaza; el pajarraco huye entonces despavorido y, al hacerlo, deja caer a mis pies un papel en el que había diez nombres escritos. Lo recojo con ansiedad, lo devoro con la vista y leo en él los nombres de diez jóvenes que están aquí presentes.
Me desperté, y sin gran esfuerzo comprendí inmediatamente el secreto, a saber: que aquellos eran los jóvenes que no habían querido saber nada de ejercicios y que no habían ajustado las cuentas de sus conciencias y que en lugar de darse al Señor por mediación de [San] Juan Don Bosco habían preferido entregarse al demonio.
Me arrodillé, di gracias a María Auxiliadora que se había dignado darme a conocer de una manera tan singular los nombres de aquellos hijos que habían desertado de las filas, prometiéndole al mismo tiempo no cejar hasta que me fuese posible mi intento de reducir al redil a aquellas ovejas descarriadas.
Este relato es de Don Berto, retocado por Don Lemovne. Don Berto hizo relación del mismo en el Proceso Informativo para la causa de Beatificación y Canonización del amadísimo Padre, terminando con estas palabras: «Recuerdo que dichos jóvenes fueron avisados privadamente en nombre de [San] Juan Don Bosco y que uno de ellos, no habiendo querido cambiar de conducta, fue despedido del Oratorio».