TRABAJO Y TEMPLANZA
SUEÑO 101 .—AÑO DE 1876. PART IV
Partieron, pues, y yo me quedé solo con el desconocido.
—Ven —me dijo inmediatamente—; ven, que quiero que veas lo más importante; ¡Oh! Tendrás que aprenderlo bien. ¿Ves allá aquel carro?
—Sí que lo veo.
—¿Sabes qué es?
—No lo veo bien.
—Si quieres verlo bien, acércate. ¿Ves aquel cartelón? Acércate, obsérvalo bien; sobre él aparece un emblema; esto te lo explicará todo. Yo me acerqué y vi pintado en aquel cartelón cuatro clavos muy gruesos. Entonces me volví al guía para decirle:
—Si no me lo explica, no entiendo nada.
—¿No ves esos cuatro clavos? Obsérvalos bien. Son los cuatro clavos que desgarraron y atormentaron de una forma tan cruel la persona del Divino Salvador.
—¿Y qué me quieres decir con eso?
—Son los cuatro clavos que atormentan a las Congregaciones religiosas. Si te libras de esos cuatro clavos, esto es, si procuras que tu Congregación no sea atormentada por ello, o sea, si sabes tenerlos alejados de vosotros, entonces las cosas marcharán bien y se salvarán.
—Pero, te vuelvo a decir que no sé qué es lo que significan esos clavos— repliqué.
—Si quieres tener una explicación más clara, observa detenidamente este carruaje que lleva los clavos por emblema. Mira: este vehículo tiene cuatro departamentos, cada uno de los cuales corresponde a un clavo.
—¿Y qué significan los departamentos?
—Observa el primero.
Observé y leí sobre el cartel: Quorum Deus venter est.
—¡Oh! Ahora comienzo a comprender algo.
Entonces el desconocido me respondió:
—Este es el primer clavo que atormenta y arruina a las Congregaciones religiosas. Hará también grandes estragos entre vosotros, si no estás atento. Combate contra él y verás cómo todas tus cosas proceden bien. Ahora pasemos al segundo departamento; lee la inscripción correspondiente al segundo clavo: Quaerunt quae sua sunt, non quae Jesu Christi. Estos son los que buscan las propias comodidades, su bienestar, y trabajan en ventaja propia o de sus parientes, sin buscar el bien de la Congregación que es el que forma parte de la porción de Jesucristo. Presta, pues, atención; aleja de ti este flagelo y verás prosperar a tu Congregación.
Tercer departamento: Observé la inscripción del tercer clavo y era la siguiente: Aspidis lingua eorum.
—Clavo fatal para las Congregaciones son los murmuradores, los chismosos; los que siempre están criticando con razón o sin ella.
Cuarto departamento: Cubiculum otiositatis.
—A esta porción pertenecen los ociosos, muy numerosos por cierto. Cuando en una Congregación comienza a introducirse el ocio, la comunidad queda completamente arruinada; en cambio, mientras abunda el trabajo, no existe peligro alguno de ruina. Ahora observa otra cosa que podrás ver en este carruaje y de la que muchísimas veces no se hace caso y que yo quiero que consideres con especial atención. ¿Ves aquel escondrijo que no forma parte de ningún departamento, pero que afecta a todos? Diríamos que es como un medio departamento o apartado.
—Sí que lo veo; pero no hay en él más que hojarasca, unos matojos altos y alguna hierba toda enmarañada.
—Bien, bien: esto es lo que quería que observaras.
—¿Y qué puedo deducir de todo esto?
—Observa la inscripción que aparece medio escondida.
Me fijé bien y leí: Latet anguis ín herba.
—¿Y qué quiere decir esto?
—Mira, hay ciertos individuos que están escondidos, que no hablan, que jamás abren el corazón a los superiores, que rumian sus secretos en sus corazones, mucha atención: latet anguis in herba. Los tales son verdaderos flagelos, verdadera peste para las Congregaciones. Los malos, si se les tiene al descubierto pueden ser corregidos, pero si están escondidos no, porque no nos damos cuenta del mal que hacen y de cómo se multiplica el veneno en sus corazones y cuando se les descubre apenas si hay ya tiempo para remediar el mal que han ocasionado. Apréndete, pues, bien las cosas que has de tener alejadas de la Congregación, no olvides cuanto has oído, ordena que se expliquen estas cosas y que sean largamente comentadas. Si lo haces así, puedes estar tranquilo sobre el porvenir de tu Congregación, que las cosas prosperaran de día en día.
Entonces le pedí a aquel personaje que para no olvidar nada de cuanto me había dicho me dejase un poco de tiempo para poder escribir.
—Si quieres escribirlo —me dijo—, inténtalo; pero me temo que te falte el tiempo. Presta mucha atención.
Mientras me decía estas cosas y yo me disponía a escribir, me pareció oír un rumor confuso, una agitación a mi alrededor. El suelo firme de aquel campo parecía moverse. Entonces yo dirigí la vista a mi alrededor para comprobar si había alguna novedad y vi que los jóvenes que habían partido poco antes volvían de todas partes hacia mí llenos de espanto; e inmediatamente después percibí el mugido del toro y vi al mismo toro que los perseguía. Al aparecer el animal fue tal mi terror que al verlo me desperté.
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Les he referido este sueño antes de separarnos porque estoy bien persuadido de que sería una excelente conclusión de ejercicios el que nosotros permaneciéramos fieles a nuestro lema: Trabajo y templanza; y que procurásemos evitar a todo trance los cuatro clavos que causan las ruinas de las Congregaciones: El vicio de la gula, el buscar las propias comodidades, entregarse a las murmuraciones y al ocio, a lo que habría que añadir que cada uno se muestre siempre abierto, claro, sincero con los propios superiores. De esta manera proporcionaremos un gran bien a nuestras almas y al mismo tiempo podremos salvar aquellas otras que la Divina Providencia confíe a nuestros cuidados.
[San] Juan Don Bosco había anunciado —escribe Don Lemoyne— y prometido en el curso de la narración que explicaría mejor el último punto referente a la templanza contando una especie de apéndice o complementó del sueño; pero después, al pasar a la segunda parte de su relato, se olvidó de hacerlo. Al despertarse, como dijo, impresionado por la súbita y nueva aparición de la fiera, sintió deseos de conocer alguna cosa más y logró su deseo apenas se quedó otra vez dormido.
Lo que vio entonces lo contó más tarde a los clérigos. Don Berto, que estaba presente, lo escribió y se lo mandó a Don Lemoyne, el cual le dio publicidad.
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Estaba deseoso de conocer los efectos de la templanza —dijo [San] Juan Don Bosco— y de la intemperancia y con este pensamiento me fui a dormir; pero he aquí que apenas me quedo dormido apareció de nuevo nuestro personaje invitándome a seguirlo y a ver los efectos de la templanza. Me condujo, pues, a un amenísimo jardín, lleno de delicias y de flores de todo género y especie. En él observé una gran cantidad de rosas, las más espléndidas, símbolo de la caridad: jazmines, claveles, lirios, violetas, siemprevivas, girasoles y un sinnúmero de flores representando cada una virtud. —Ahora, presta atención— me dijo el guía.
Y desapareció el jardín y sentí un fuerte ruido.
—¿Qué sucede? ¿De dónde viene ese ruido?
—Vuélvete y observa.
Me volví, y ¡oh espectáculo inaudito!, vi un carro de forma cuadrada tirado por un cerdo y por un sapo de enorme tamaño.
—Acércate y mira dentro.
Me adelanté para examinar el contenido del carro. Estaba lleno hasta rebosar de los animales más asquerosos: cuervos, serpientes, escorpiones, basiliscos, babosas, murciélagos, cocodrilos, salamandras. Yo no pude soportar aquel espectáculo y mientras, horrorizado, volví la mirada, por el mal olor que despedían todos aquellos bichos asquerosísimos, sentí como un estremecimiento y me desperté, percibiendo aún durante un buen espacio de tiempo aquel mismo hedor; y mi imaginación estaba aún tan turbada por cuanto había visto, que pareciéndome que todavía tenía delante de los ojos aquellas alimañas, no pude descansar en toda la noche.