ANUNCIO DE TRES MUERTES
SUEÑO 96.—AÑO DE 1876. PARTE I
La misma noche que [San] Juan Don Bosco narraba a los jóvenes el sueño precedente, continuó:
Les he contado un sueño que tuve hace varias noches, pero la noche pasada soñé algo que deseo también narrarles. No es aún muy tarde, son apenas las nueve y, por tanto, tengo tiempo de exponérselos. Por lo demás procuraré no ser muy largo.
Me pareció, pues, encontrarme en un lugar que ahora no sabría decir qué lugar fuese; ciertamente que no era Castelnuovo y creo que tampoco el Oratorio. Y llegó uno a toda prisa a llamarme:
—¡[San] Juan Don Bosco, venga! ¡[San] Juan Don Bosco, venga!
—¿Por qué tanta prisa?—.pregunté.
—¿No sabe lo que ha sucedido?
—No sé lo que quieres decirme- explícate mejor— repliqué con cierta inquietud.
—¿No sabe que el tal joven, tan bueno, tan lleno de brío está gravemente enfermo; mejor dicho, moribundo?
—No creo que quieras burlarte de mí —le dije—, porque precisamente esta mañana he estado hablando y paseando con ese muchacho del cual me dices ahora que está moribundo.
—¡Ah! [San] Juan Don Bosco, yo no quiero engañarle y me creo en la obligación de decirle toda la verdad. El joven en cuestión necesita urgentemente de su presencia y desea verle y hablarle por última vez. Venga, venga pronto, porque de otra manera no tendrá ya tiempo.
Yo, sin saber dónde, marché a toda prisa detrás de aquél. Llego a cierto lugar y veo a alguna gente triste y llorosa que me dice:
—Pronto, pronto, que está en las últimas.
—Pero ¿qué es lo que ha sucedido?—, pregunté.
Y me introdujeron en una habitación, en la que vi a un joven acostado, con el rostro descompuesto, de un color cadavérico y con una vos y una respiración y un ronquido que lo ahogaba y que apenas le permitía hablar.
—Pero ¿no eres tú fulano de tal?—, le dije.
—Sí, yo soy.
—¿Cómo te encuentras?
—Muy mal.
—¿Y cómo es que te veo en tal estado? ¿Ayer y esta misma mañana, no paseabas tranquilamente debajo de los pórticos?
—Sí —replicó el joven—, ayer y ésta mañana paseábamos debajo de los pórticos; pero ahora dése prisa que necesito confesarme; me queda muy poco tiempo.
—Calma, calma; hace pocos días que te has confesado.
—Es cierto, y no creo tener culpa alguna grave en mi corazón; pero a pesar de ello quiero recibir por última vez la santa absolución antes de presentarme al Divino Juez.
Yo escuché su confesión. Y entretanto observé que iba empeorando visiblemente y que la tos estaba a punto de ahogarlo.
Aquí es necesario proceder a toda prisa —me dije para mí— si quiero que reciba aún el Santo Viático y la Extremaunción. El Viático no lo podrá recibir porque no podría tragar la forma. ¡Pronto, los Santos Óleos!
Y diciendo esto salgo de la habitación y mando inmediatamente a un individuo por la bolsa de los Santos Óleos. Los jóvenes que se hallaban presentes me preguntaron:
—Pero ¿está realmente en peligro? ¿Está en las últimas como dicen?
—Seguro —les respondí—, ¿no ven cómo tiene la respiración cada vez más difícil y cómo la tos le sofoca?
—Pero sería mejor traerle el Viático y así fortalecido enviarlo a los brazos de María.
Y mientras yo me afanaba en preparar lo necesario, oigo una voz que dice:
—¡Ya expiró!
Vuelvo a entrar en la habitación y me encuentro al enfermo con los ojos extraviados, sin respiración, muerto.
—¿Ha muerto?—, pregunté a los que lo asistían.
—¡Ha muerto —me respondieron—, ha muerto!
—¿En tan poco tiempo? Díganme: ¿no es éste fulano?
---Sí, es fulano.
—No puedo dar crédito a mis ojos. Ayer mismo estaba paseando conmigo debajo de los pórticos.
—Ayer paseaba y hoy está muerto— me replicaron. —
Por suerte era un joven bueno— exclamé. Y proseguí diciendo a los jóvenes que estaban a mi alrededor: —¿Ven, ven? Este no ha podido ni siquiera recibir el Viático, ni la Extremaunción. Demos con todo gracias al Señor que le dio tiempo para que se confesase.
Este joven era muy bueno, se acercaba a menudo a los Santos Sacramentos y esperamos que esté gozando ya de la felicidad de la gloria, o al menos, que esté en el Purgatorio. Pero si les hubiese sucedido a otros lo mismo ¿qué sería ahora de ellos?
Dicho esto nos pusimos todos de rodillas y rezamos el De profundis por el alma del pobre difunto.
Entretanto iba yo a mi habitación cuando me veo llegar a Ferraris de la librería, el cual, todo afanoso, me dice: —[San] Juan Don Bosco, ¿sabe lo que ha sucedido? —
Claro que lo sé. Que ha muerto fulano. —No es esto lo que quiero decirle: hay otros dos muertos. —¿Cómo? ¿Qué? —Fulano y fulano.
—Pero ¿cuándo han muerto? No te entiendo. —Sí, otros dos, que han muerto antes de que usted llegase. —¡Y por qué no me han llamado?
—No hubo tiempo. ¿Vos sabéis decirme cuándo ha muerto este de aquí?
—Ahora mismo— le respondí.
—¿Vos sabéis en qué día y en qué mes estamos —prosiguió Ferraris.
—Sí que lo sé; estamos a 22 de enero, segundo día de la novena de San Francisco de Sales.
—No —dijo Ferraris—, vos se equivocáis, señor [San] Juan Don Bosco; fíjese bien.
Levanté los ojos al calendario y leí: 26 de mayo.
—¡Esto sí que es grande!, —exclamé—.Estamos en enero y bien me lo dice la ropa que llevo puesta; nadie se viste en mayo de esta manera; en mayo no estaría la calefacción encendida.
—Yo no sé qué decirle, ni qué razón darle, pero estamos a 26 de mayo.
—Pero si ayer mismo murió este nuestro compañero y estábamos en enero.
—Se equivoca —insistió Ferraris—, estábamos en tiempo de Pascua.
—Esta es más gorda que la anterior.
—Sí, señor, seguro, en tiempo de Pascua; estábamos en tiempo de Pascua y fue más dichoso por morir en tiempo de Pascua que los otros dos que murieron en el mes de María.
—Tú te burlas —le dije—, explícate mejor, de otra manera no comprendo nada.
Abrió los brazos, golpeó las manos la una contra la otra, fuerte, muy fuerte: Chiac, chiac. Y yo me desperté. Entonces exclamé:
—Oh, afortunadamente se trata de un sueño y no de una realidad. ¡Qué miedo he tenido!
Tal es el sueño que tuve la noche pasada. Vosotros denle la importancia que quieran. Yo mismo no quiero prestarle enteramente fe. Con todo, hoy he querido comprobar si los que vi muertos en el sueño estaban aún vivos y he constatado que están sanos y robustos.
Ciertamente, que no es conveniente que manifieste y no lo diré quiénes son los tales. Con todo vigilaré a aquéllos y sí fuese necesario les daré algún consejo para que vivan bien y los prepararé de forma que no se den cuenta; para que si en realidad tuvieran que morir, la muerte no les sorprenda sin estar preparados. Pero que nadie comience a decir: ¿Será éste, será el otro? Sino que cada uno piense en sí mismo.
[Contínua parte II]