LOS REBAÑOS
SUEÑO 60.—AÑO DE 1867. PARTE II
Y me condujo a otro prado todo esmaltado de flores más bellas y olorosas que las que había visto anteriormente. Parecía un jardín real. En él pude ver un número menor de jóvenes que en el prado anterior, pero de una tan extraordinaria belleza y de un esplendor tal que anulaban por completo a los que había contemplado poco antes. Algunos de éstos están en el Oratorio, otros lo estarán con el tiempo.
Entonces el pastor me dijo:
—Estos son los que conservan la bella azucena de la pureza. Estos están revestidos aún con la estola de la inocencia.
Yo contemplaba estático aquel espectáculo. Casi todos llevaban en la cabeza una corona de flores de una belleza indescriptible. Dichas flores estaban compuestas por otras flores pequeñísimas de una gallardía sorprendente y sus colores eran tan vivos y tan variados que encantaban al que las miraba. Había más de mil colores en una sola flor y en cada flor se veían más de mil flores.
Hasta los pies de aquellos jóvenes descendía una vestidura de fascinante blancura, toda entretejida de guirnaldas de flores, semejantes a las que formaban las coronas.
La luz encantadora que partía de las flores iluminaba toda la persona haciendo reflejar en ella la propia belleza. Las flores se reflejaban también las unas en las otras y las de las coronas en las que formaban las guirnaldas reverberando cada una los rayos emitidos por las otras.
Un rayo de un color al encontrarse con otro de otro color daba origen a nuevos rayos, diversos entre sí y, por consiguiente, cada nuevo rayo producía otros distintos, de manera que yo jamás habría creído que en el Paraíso hubiese un espectáculo tan múltiple y encantador.
Pero esto no es todo. Los rayos de las flores y de las coronas de unos jóvenes se espejaban en las flores y en los de las coronas de todos los demás; lo mismo sucedía con las guirnaldas y con las vestiduras de cada uno.
Además, el resplandor del rostro de un joven al expandirse, se fundía con el resplandor del rostro de los compañeros y al reflejarse sobre aquellas facciones angelicales e inocentes producían tanta luz que deslumbraba la vista e impedía fijar los ojos en ellas.
Y así, en uno solo, se concentraban las belleza de todos los compañeros de una forma tan armónica e inefable que sería imposible el describirlo. Era la gloria accidental de los santos. No hay imagen humana capaz de dar una idea aunque pálida de la belleza que adquiría cada uno de aquellos jóvenes, en medio de un tan inmenso océano de esplendor.
Entre ellos pude ver a algunos que están actualmente en el Oratorio y estoy seguro de que si pudiesen apreciar aunque sólo fuese la décima parte de la hermosura de que los vi revestidos, estarían dispuestos a sufrir el tormento del fuego, a dejarse descuartizar, a afrontar el más cruel de los martirios, antes que perderla.
Apenas pude reaccionar un poco después de haber contemplado semejante espectáculo, me volví a mi guía y le dije:
—Pero ¿en tan crecido número de jóvenes, son tan pocos los inocentes? ¿Tan contados son los que nunca han perdido la gracia de Dios?
El pastor respondió:
—¿Cómo? ¿Te parece pequeño su número? Por otra parte, ten presente que los que han tenido la desgracia de perder el hermoso lirio de la pureza, y, por tanto, la inocencia, pueden seguir a sus compañeros por el camino de la penitencia. ¿Ves allá? En aquel prado hay muchas flores, con ellas pueden tejer una corona y una vestidura hermosísima y seguir también a los inocentes en la gloria.
—Dime algo más que yo pueda comunicar a mis jóvenes— añadí entonces.
—Insísteles y diles que si supiesen cuan bella y preciosa es a los ojos de Dios la inocencia y la pureza, estarían dispuestos a hacer cualquier sacrificio para conservarla. Diles que se animen a cultivar esta bella virtud, la cual supera a las demás en hermosura y esplendor. Por algo los castos son los que crescunt tanquam lilia in conspectu Domini.
Yo quise entonces introducirme en medio de aquellos mis queridos hijos tan bellamente coronados, pero tropecé al marchar y me desperté encontrándome en la cama.
Hijos míos: ¿son todos inocentes? Tal vez entre vosotros hay algunos que lo son y a ellos van dirigidas estas mis palabras de una manera especial. Por caridad: no pierdan un tesoro de un tan inestimable valor. ¡La inocencia es algo que vale tanto como el Paraíso.
¡Si hubieran podido admirar la belleza de aquellos jovencitos recubiertos de flores! El conjunto de aquel espectáculo era tal, que yo habría dado cualquier cosa por seguir gozando de él, y si fuese pintor, consideraría como una gracia extraordinaria el poder plasmar en el lienzo, de alguna manera, lo que vi.
Si conocieran la belleza de un inocente, les someterían a las pruebas más penosas, incluso a la misma muerte, con tal de conservar el tesoro de la inocencia.
El número de los que habían recuperado la gracia, aunque me produjo un gran consuelo, creí, con todo, que sería mayor. También me maravillé de ver a algunos que aquí parecen buenos jóvenes y en el sueño tenían unos cuernos muy grandes y muy gruesos.
[San] Juan Don Bosco terminó haciendo una cálida exhortación a los que habían perdido la inocencia para que se empeñasen voluntariosamente en recuperar la gracia por medio de la frecuencia de los Sacramentos.
Dos días después, el 18 de junio, el [Santo] subía a su tribuna y daba algunas nuevas explicaciones del sueño.
«No sería necesario —dijo— explicación alguna respecto al sueño, pero volveré a repetir lo que ya les dije. La gran llanura es el mundo, y los distintos parajes, el estado a que es llamado cada uno de nuestros jóvenes. El rincón donde estaban los corderos es el Oratorio.
Los corderos son todos los jóvenes que estuvieron, están y estarán en el Oratorio. Los tres prados de esta zona, el árido, el verde y el florido, indican los estados de pecado, de gracia y de inocencia. Los cuernos de los corderos son los escándalos dados en el pasado. Había, además quienes tenían los cuernos rotos, o sea los que fueron escandalosos y después se enmendaron por completo.
Todas aquellas cifras que representaban el número tres y que se veían grabadas en las distintas partes del cuerpo de cada cordero, simbolizan, según me dijo el pastor, tres castigos que Dios enviará a los jóvenes: 1º Carestía de auxilios espirituales. 2º Carestía moral, o sea, falta de instrucción religiosa y de la palabra de Dios. 3º Carestía material, o sea, carencia incluso del alimento.
Los jóvenes resplandecientes son los que se encuentran en gracia de Dios y, sobre todo, los qué conservan la inocencia bautismal y la bella virtud de la pureza. ¡Qué gloria tan grande les espera a los tales!
Entreguémonos, pues, queridos jóvenes, con el mayor entusiasmo a la práctica de la virtud. El que no esté en gracia de Dios, que la adquiera con la mayor buena voluntad y que después emplee todos los medios necesarios para conservarse en ella hasta la muerte; pues, si es cierto que no todos podemos estar en compañía de los inocentes y formar corona a Jesús, Cordero Inmaculado, al menos podemos seguir detrás de ellos.
Uno de vosotros me preguntó si estaba entre los inocentes y yo le dije que no, que tenía los cuernos rotos.
Me preguntó también si tenía llagas y le dije que sí.
—¿Y qué significan esas llagas?-—, me preguntó.
Yo le respondí:
—No temas. Tus llagas están ya casi cicatrizadas y desaparecerán con el tiempo; tales llagas no son deshonrosas, como no lo son las cicatrices de un combatiente, el cual, a pesar de las heridas y de tos ataques del enemigo, supo vencer y conseguir la victoria.
¡Por tanto, son cicatrices gloriosas! Pero aún es más honroso combatir en medio del enemigo sin ser herido. La incolumidad del que lo consigue es causa de admiración para todos».
Explicando este sueño [San] Juan Don Bosco dijo también que no pasaría mucho tiempo sin que se dejasen sentir estos tres males:
Pestes, hambres y también falta de medios para hacer bien a las almas.
Añadió que no pasarían tres meses sin que sucediese algo de particular.
Este sueño produjo en los jóvenes la impresión y los frutos que había conseguido otras muchas veces con relatos semejantes.