LOS PECADOS EN LA FRENTE
SUEÑO 86.—AÑO DE 1873.
La noche del 11 de noviembre de 1873, después de las oraciones, al dar las buenas noches, [San] Juan Don Bosco narraba este sueño que tuvo el 8 y el 10 del mismo mes.
El relato es de Don Berto.
Me parecía estar visitando los dormitorios y que los jóvenes estaban sentados en las camas, cuando he aquí que apareció un desconocido que tomándome la lámpara de la mano, me dijo:
—¡Ven y verás!
Yo le seguí. El se acercó entonces al lecho de cada uno de los alumnos y elevando la luz a la altura de la frente me invitaba a observar. Yo me fijé atentamente en la frente de cada uno de los muchachos y vi escritos en ella todos sus pecados.
El desconocido me dijo entonces que escribiese, pero yo, creyendo que podría recordar todo, seguí adelante sin tomar nota de aquellas cosas que veía escritas. Pero reflexionando después sobre la imposibilidad de retener en la memoria todo cuanto había visto, volví atrás y lo anoté en mi libreta de apuntes.
Después de recorrer un dormitorio muy largo, mi guía me condujo a un rincón en el cual se encontraba un numeroso grupo de jóvenes con el rostro y la frente blancos y nítidos como la nieve. Entonces manifesté mi alegría, y él, siguiendo adelante, me señaló uno que tenía todo el rostro lleno dé manchas negras, y después, prosiguiendo la marcha, vi a otros muchos y mientras tomaba nota de cuanto veía me decía a mí mismo:
—Así podré avisarles.
Por fin, al llegar al extremo del corredor, siento en un ángulo del mismo un gran ruido y después que entonaban en voz alta el Miserere.
Me volví a mi compañero preguntándole quién se había muerto y él me dijo:
—Se ha muerto el que viste cubierto de manchas negras.
—Pero ¿cómo, si ayer por la noche estaba todavía vivo; yo lo he visto pasear, y ¿dices que ha muerto?
El guía tomó un almanaque, lo abrió y después dijo:
—Mira aquí la fecha.
Miré y estaba escrito: día 5 de diciembre de 1873.
Dicho esto se volvió hacia una parte y yo hacia la otra y me encontré despierto en mi lecho.
Es cierto que esto es un sueño, pero ya en otras ocasiones estos sueños se cumplieron fatalmente; por tanto, nosotros, sin hacer caso de los sueños ni de otras cosas, recordemos la sentencia del Divino Salvador, el cual nos aconsejaba que estemos preparados.
Cuando hubo terminado de hablar el [Santo], todos, jóvenes, clérigos y sacerdotes, se le acercaron deseosos de saber lo que había visto escrito en la frente de cada uno, y a muchos de ellos, entre los cuales numerosos clérigos, no fue posible enviarlos a dormir antes de que les dijese confidencialmente lo que deseaban.
Al acompañarlo a su habitación —contaba Don Berto— me dijo que la lámpara que llevaba en el sueño era la misma que solía usar por la noche.
Y al llegar a su cuarto, mientras paseábamos juntos me dijo: —Qué poco se necesita para poner a los jóvenes en movimiento; tengo la seguridad de que un sermón no les habría impresionado tanto. Es necesario que les cuente estas cosas con frecuencia.
Y yo añadí:
—¡Oh, sí; haría un gran bien! ¡Verá mañana cuántos acuden a confesarse! Oí a uno que decía:
—Esta noche no quiero preguntarle qué es lo que vio sobre mi frente, pues mañana no me atrevería a ir a confesarme.
En efecto, al día siguiente lo vi confesándose.
[San] Juan Don Bosco continuó hablando del que tenía la cara cubierta de manchas negras:
—Ya vino uno esta noche... Y me preguntó qué era lo que había visto y yo le dije dos o tres cosas; después me interrumpió:
—Basta, basta —dijo—, sabe demasiadas cosas. Y por la mañana lo vi confesándose.
El joven que tenía el rostro cubierto de manchas negras, el 4 de diciembre estaba aún jugando en el patio y hacia las cinco de la tarde sufrió un ataque de gripe.
Fue conducido a la enfermería, por la noche se confesó y recibió la Extremaunción, por la mañana estaba en las últimas. Vinieron sus parientes y lo condujeron en coche al hospital de San Juan, y aquel día —precisamente el 5 de diciembre— a las once de la noche pasaba a la eternidad.
[San] Juan Don Bosco entretanto se encontraba en Lanzo, regresando al Oratorio el día 6, cuando la tía del enfermo, llorando, le comunicaba la doloroso noticia, que se difundió como un relámpago por toda la casa, despertando un espanto universal.
—¿Cómo?, —decían los alumnos—. ¿Ya ha muerto? ¡Si anteayer fue de paseo!
Y el [Santo], la noche siguiente, al dar los buenas noches consolaba a sus oyentes diciendo que el difunto, antes de enfermar, había hecho su confesión general.
Don Berto, que en sus cuadernos anotó los nombres de los que interrogaron a [San] Juan Don Bosco sobre el estado de sus conciencias inmediatamente después de las buenas noches, y de aquél que también le preguntó interrumpiéndole al oír algunas palabras, y del que no se le quiso acercar aquella noche y se confesó a la mañana siguiente, y del propio difunto, hacía esta declaración en el Proceso Informativo:
«La noche del 7 de diciembre de 1873, acompañando al [Santo] a su habitación, al llegar a esta le pedí me manifestase de una manera confidencial, cómo hacía para conocer el interior de los jóvenes, especialmente sus pecados.
—Mira —me dijo—, casi todas las noches sueño que vienen a mí los jóvenes pidiéndome confesarse y que al hacer su confesión general me descubren todos sus enredos de conciencia, y después, a la mañana siguiente, cuando se acercan en realidad a hacerlo, yo no tengo más que manifestarles todos los embrollos que tienen en la conciencia.
—Escriba esas cosas que son tan útiles.
—¡Oh, de ninguna manera! Tales cosas pueden y deben servir solamente al que ejercita el sagrado ministerio... y cuando uno es favorecido por Dios con estos dones singulares»...