EL DEMONIO EN EL PATIO
SUEÑO 81.—AÑO DE 1872.
Estando enfermo en Varazze, en diciembre de 1871 y enero de 1872, [San] Juan Don Bosco soñó varias veces con los alumnos del Oratorio. Así lo atestiguan varias cartas del salesiano Don Pedro Enria, que estaba siempre al lado del [Santo], y el Director de dicho Colegio, Don Juan Bautista Francesia.
Al regresar al Oratorio, una noche, no sabríamos precisar la fecha, en los comienzos de marzo, contó a los alumnos uno de aquellos sueños a los cuales se hacía pública referencia y que todos deseaban oír de sus labios; y pocos días después, el cuatro del mismo mes, volvía a exponer algunos detalles sobre el mismo.
Don Berto hizo también por escrito un extracto de este relato, pero por fortuna, llegó hasta nosotros uno más detallado, escrito evidentemente en aquellos días, no sabemos por quién, pero sí muy interesante.
Lo ofreceremos al lector literalmente.
Algún detalle es algo oscuro, es decir, que podría haber sido expuesto con mayor claridad; pero el conjunto deja entrever la importancia del documento.
He aquí el texto original.
A alguien le hablé en cierta ocasión de un sueño que había tenido; y varios me pidieron les dijese el significado del mismo. No faltó quien me escribiese desde otras casas habiéndome sobre esto. Ahora escuchen, porque les lo voy a contar a vosotros para que riáis un poco; pues ya se sabe que cuando uno sueña es porque está durmiendo, y, por tanto, démosle sólo la importancia que merece.
Yo, aun durante mi enfermedad, siempre estaba en medio de vosotros con el pensamiento. Allá hablaba siempre de vosotros de día, de noche y en todo momento, porque mi corazón estaba aquí. Por tanto, hasta cuando soñaba, soñaba con vosotros y con las cosas del Oratorio. Vine, pues, varias veces a visitarlos; y sabría referir las cosas relacionadas con muchos de los que me escuchan mejor que ellos mismos.
Es cierto que no venía con el cuerpo a hacerles estas visitas, porque si así hubiera sido me habrían visto.
Una noche, apenas me quedé dormido, he aquí que me pareció inmediatamente estar en medio de vosotros. Creí salir de la iglesia antigua encontrándome con uno que estaba en este rincón del patio.
El tal tenía un cuaderno en la mano en el cual estaban escritos los nombres de todos los jóvenes. El me miraba e inmediatamente se ponía a escribir. Abandonando este sitio, se fue al rincón de las clases antiguas, después al fondo de la escalera donde están actualmente y en menos tiempo del que yo tardo en decirlo, había dado una vuelta a todo el patio, observando y escribiendo sin perder tiempo.
Deseoso dé saber quién era y qué era lo que escribía, fui detrás de él: pero iba tan de prisa que yo tenía que correr para que no se separase demasiado de mí. Pasó también al patio de los artesanos y con una celeridad extraordinaria, seguía observando y escribiendo.
Sentí nuevo deseo de saber lo que escribía. Me acerqué y vi que escribía en el renglón en el cual estaba anotado el nombre de un joven y luego en otro. Mientras él miraba hacia una y otra parte, yo me aproximé aún más, volví algunas hojas y vi que en una parte estaban los nombres de los jóvenes y que en otras páginas del cuaderno, de cuando en cuando, se veían figuras de animales.
Al lado de algunos había un cerdo con estas palabras: Conparatus est iumentis insipiéntibus, et símilis factus est illis. Junto a otros había pintada una lengua con dos puntas, con la inscripción: Sussurones, detractores... digni sunt morte; et non solum qui ea faciunt sed etiam qui consentiunt faciéntibus.
Junto a otros había dos orejas de asno bien largas que, significaban las malas conversaciones, y estas palabras: Corrumpunt bonos mores colloquia prava. Otros tenían pintado un jabalí y algún otro animal diverso. Yo recorría las páginas con mucha rapidez, y pude observar cómo algunos nombres estaban grabados en el papel y no escritos con tinta, por lo que apenas si se podían entender.
Entonces miré con atención a aquel tal y vi que tenía dos orejas largas y muy rojas; y le brillaban en la frente dos ojos que destilaban sangre y despedían fuego.
—¡Ah! Ya te conozco— dije para mí.
Dio otras dos o tres vueltas por el patio y mientras se ocupaba con el mayor interés en su misión de observar y escribir, sonó la señal de la campana para ir a la iglesia. Yo me dirigí hacia ella y él se puso inmediatamente cerca de la puerta por donde tenían que pasar los jóvenes; desde allí los observaba a todos.
Después que todos hubieron penetrado en el sagrado recinto, él también lo hizo colocándose en el centro del mismo cerca del cancel de la balaustrada y desde allí tenía la vista clavada en los jóvenes que escuchaban la Santa Misa. Yo lo quería ver todo, y al comprobar que la primera puerta de la sacristía estaba semicerrada, me dirigí a ella para poder seguir cada uno de los actos del intruso.
Celebraba la Misa Don Cibrario. Al llegar el momento de la elevación los jóvenes entonaron la jaculatoria: «Sea alabado y reverenciado en todo momento el Santísimo y divinísimo Sacramento». Y al mismo tiempo se oyó un fragor en la iglesia como si ésta se desplomase; desapareció el individuo y desapareció también, entre una humareda y algunos trozos de papel convertidos en ceniza, el cuaderno que tenía en las manos.
Di gracias al Señor, que se había dignado vencer y arrojar fuera de su iglesia a aquel demonio. Comprendí que la asistencia a la Misa echa por tierra todas las ventajas que puede lograr el diablo y que los momentos de la Elevación son terribles para el enemigo de las almas.
Terminada la Misa salí, convencido de que no me encontraría más con aquel individuo; pero he aquí que apenas traspuse la puerta, veo a uno completamente encogido y con la espalda pegada a un rincón de la iglesia. Tenía en la cabeza un gorro rojo; observé atentamente y vi que de aquel gorro salían dos cuernos muy largos.
—¡Ah! ¿Todavía estás aquí, mala bestia?—, le grité con tal fuerza que asusté al pobre Enria que estaba junto a mi lechó, y entretanto me desperté.
Y prosiguió:
Aquí tienen el relato del sueño que tuve y aunque no es más que un sueño, por él pude conocer una cosa en la cual jamás había pensado. Y es que el demonio no se contenta con anotar en su libro el mal que ve hacer, pues el Señor en el juicio no le creería; sino que escribe también la sentencia de condenación tomada de la Escritura y de la ley de Dios; así, él mismo pronuncia el veredicto.
Ahora habrá muchos que desearán saber si tenían algo escrito, lo que tenían escrito y si sus nombres estaban anotados con tinta o no. Pero aquí no conviene que lo digamos en público; en particular podré contestar a quien así lo desee.
Otras muchas casas vi en este sueño; hay otros muchos episodios con las palabras de indignación que dijo contra mí y contra algún otro, pero esto sería muy largo de contar; lo iremos diciendo poco a poco.
El día cuatro de marzo, después de las oraciones de la noche, [San] Juan Don Bosco volvió a hablar a los estudiantes y a los artesanos. He aquí sus palabras:
Tendría esta noche muchas cosas que decirles, pasadas y presentes; pero como hay tantos que preguntan continuamente algún detalle de aquel bendito sueño, hoy les diré algunas particularidades, pues contarlas todas sería el cuento de nunca acabar.
Alguno me preguntaba que si después de haberse quemado el cuaderno que llevaba aquel caballerete, no vi nada más. He aquí lo que vi entonces. Apenas aquel libro quedó reducido a cenizas y aquel horrible animal desapareció, se levantó una especie de nubécula en medio de la cual vi como una bandera o estandarte en el que aparecía esta inscripción: "¡Gracia obtenida!", y había además otras cosas que yo no les quería decir para que no les enseñorearan un poco; pero se las manifestaré porque todos son buenos y virtuoso. Pude ver que sus conciencias, durante el tiempo que yo estuve ausente, se conservaron todas en buen estado.
Puedo asegurarles que han conseguido muchas gracias en favor de sus almas y también la que pediste para mí, a saber: mi curación.
Pero no fue esto todo lo que vi en el sueño. Mientras que yo y algún otro seguíamos a aquel demonio para ver lo que hacía y lo que escribía, pude ver que en el cuaderno estaban escritos los nombres de todos los jóvenes, pero después de cada dos o tres páginas, siguiendo la línea del nombre sobre el que se leía "72-73-74-75-76", al llegar a esta cifra en lugar del nombre había estas palabras: Réquiem aeternam: pasaba a otra página y otra vez se leía: Réquiem aeternam faltando el nombre de otro individuo que estaba en la primera.
Sólo pude ver hasta el "76"; conté los Réquiem aeternam y eran 22, de los cuales "6" correspondían al "72", pero hasta llegar al "76" eran 22.
Intenté interpretar esto, pues han de saber que los sueños hay que interpretarlos; y comprendí que antes del 76 se deberían haber cantado ya 22 Réquiem aeternam. Dudé un poco en aceptar esta interpretación, pareciéndome una cosa exagerada que entre nosotros antes del 76 tuvieran que morir tantos, estando todos sanos y robustos, pero no supe darme otra explicación.
Esperemos que se puedan cantar también las otras palabras que vienen detrás, esto es, et lux perpetua luceat eis y nosotros podamos decir que tal luz resplandece ante nuestros ojos.
Ahora ni quiero, ni conviene que yo diga, cuántos y quiénes de entre vosotros tuvieran escritos el Réquiem aeternam; dejemos esto en el dominio de los juicios insondables de Dios; nosotros pensemos sólo en conservarnos en su gracia, para que cuando llegue nuestro día podamos presentarnos confiados al Divino Juez.
Por mi parte, habiendo obtenido por mediación de vuestras oraciones la curación, aunque no deseaba sanar —mas siendo la vida un don de Dios, y si El nos la conserva, es una gracia que nos concede ininterrumpidamente— procuraré emplearla siempre en su servicio y para bien suyo, pues sois vosotros quienes me han conseguido la salud, a fin de que podamos todos un día ir a gozar de Dios en el cielo, que tantos favores nos prodiga en este valle de lágrimas».
De las pacientes investigaciones hechas en los registros de la casa, tanto en los de la Prefectura como en los de las clases, como también en el de Necrología de [Beato] Miguel Don Rúa, resulta que los muertos fueron realmente 22, y precisamente 6 en el 1872, 7 en el 73, 5 en el 74 y 5 en el 75.
También Don Berto tomó apuntes de este sueño, pero posteriormente, por lo que no debe causarnos extrañeza alguna inexactitud; y ateniéndose a sus memorias declaraba también en el Proceso Informativo que [San] Juan Don Bosco había predicho seis muertos para el 72 y veintiuno para los tres años siguientes, concluyendo:
«Habiendo visto con mis ojos... exactamente cumplida la predicción del primer año de 1872, no me preocupé de tomar nota de los demás, creyendo que sería inútil, pues según lo acostumbrado, morirían ciertamente en el tiempo predicho otros veintiuno, como en efecto sucedió, por lo que recuerdo».
En el cómputo realizado hemos excluido a los que murieron fuera del Oratorio, como Cavazzoli en Lanzo, otros en Borgo San Martino, en el hospital de San Giovanni, en familia, de forma que todos, comprendido el número, llegaría a igualar y tal vez a alcanzar el indicado por Don Berto.