Tuesday March 19,2024
Iniciar pagina principal Quienes somos y que hacemos Mision principal del sitio en internet Como rezar el santo rosario, oraciones, etc. Base de datos de documentos recopilados Servicio de asesoria via e-mail. Calendario de eventos en el bimestre Personas para establecer contacto
 


INDICE REFLEXIONES

« PARTE 4 de 6 »

Partes[ 1 ] [ 2 ] [ 3 ] [ 4 ] [ 5 ] [ 6 ]


LOS HIJOS DEL REY

Había una vez, hace mucho tiempo, una aldea en un país muy lejano. En esta aldea vivían cinco huérfanos. Ellos, como una solitaria familia de niños huérfanos, se habían unido para resguardarse contra el frío. Un día, un Rey se enteró del infortunio de los niños, y decidió adoptarlos. Decretó que él sería el padre de ellos, y planeó ir a buscarlos. Toda la gente del país pensó que era raro que el Rey adoptara a esos niños. Él ya tenía bastante gente que cuidar. ¿Por qué los quiere el Rey? se preguntaba la gente. Pero el Rey tenía sus razones.

Cuando los niños supieron que tendrían un padre nuevo, y que éste vendría a visitarlos, se pusieron muy contentos y felices. Cuando la gente de la aldea supo que los niños tendrían un nuevo padre, y que su padre sería nada menos que "el Rey", y que éste vendría a la aldea, también se entusiasmaron mucho, y fueron a ver a los niños, para decirles lo que debían hacer:

- Ustedes tienen que impresionar al Rey -les decían-. Solamente los que tienen grandes regalos que dar, tendrán permiso para vivir en el castillo.
La gente no conocía al Rey. Ellos suponían que todos los reyes querían que los
impresionaran. Así que los niños trabajaron por mucho tiempo, y muy fuerte, en la preparación de sus ofrendas.

Un niño, que sabía tallar, decidió darle al Rey una maravillosa obra de arte en madera. Asentó su cuchillo contra la suave corteza del olmo, y talló. Los bloquecitos de madera cobraron vida con los ojos de un gorrión, o la nariz de un unicornio. Su hermana decidió regalarle al Rey una pintura que capturara la belleza de los cielos, (una pintura digna de ser colgada en su castillo). Otra hermana eligió la música, como manera de impresionar al Rey. Ella practicó durante largas horas con su voz y su mandolina. La gente de esa aldea se paraba ante su ventana, y escuchaba a medida que su música cobraba alas, y se remontaba al cielo.

Había otro niño, decidido a impresionar al Rey con su sabiduría. Tarde en la noche lo hallaban, con su vela encendida y sus libros abiertos: geografía, matemáticas, química, etc.. La amplitud de su estudio era equiparada solamente por la profundidad de su deseo. Seguramente que un sabio como el Rey apreciaría todo su duro trabajo.

Pero había una ninita que no tenía nada que ofrecer. Su mano era torpe con el cuchillo, sus dedos tiesos con el cepillo. Abría su boca para cantar, pero el sonido era áspero. Era demasiado torpe para leer. No tenía talento, y no tenía regalo que dar. Todo lo que tenía para ofrecer era su corazón, pues su corazón era bueno.

Ella se pasaba el tiempo en las puertas de la ciudad, mirando a la gente ir y venir. Ganaba algunos centavos cepillando sus caballos, o alimentando a los animales. Ella era una niña de establo (una niña de establo sin establo), pero tenía un corazón bueno. Ella conocía a los mendigos por su nombre de pila, se tomaba tiempo para acariciar a cada perro, le daba la bienvenida a los viajeros, y saludaba a los extranjeros.

- ¿Cómo le fue en su viaje? - preguntaba ella. ¿Cuénteme; qué aprendió en
su visita?
- ¿Cómo está su esposo? - ¿Le gusta su nuevo trabajo? Ella hacía muchas preguntas,
porque su corazón era grande, y se interesaba por la gente. Pero como no tenía talento ni regalo, se puso nerviosa, pues el Rey podría enojarse. Los aldeanos le decían que el Rey esperaría un presente, y que ella debía decidirse a hacer uno. Así que tomó un cuchillo, y fue donde su hermano, el tallador.

- ¿Me puedes enseñar a tallar? -preguntó-. Lo siento -respondió el joven
artesano, sin levantar la vista-. Tengo mucho que hacer. No tengo tiempo para ti. Tú sabes
que el Rey viene.

La niña guardó el cuchillo, tomó un pincel, y fue donde su hermana, la artista. La halló en una colina, pintando una puesta de sol en un lienzo.
- Pintas muy bien, -le dijo la niña, que no tenía regalo, sino un gran corazón.
- Lo sé, -respondió la pintora. ¿Podrías compartir conmigo tu don?

- Ahora no, -respondió la hermana con los ojos fijos en su paleta de colores-. Tú sabes que el Rey viene.
La niña recordó entonces a su otra hermana, la que cantaba.
- Ella me ayudará, dijo-. Pero cuando llegó a su casa con su hermana, encontró una
muchedumbre, a la espera de escuchar a su hermana cantando.
- Hermana, -llamó-, hermana, vine a oír y aprender. Pero su hermana no pudo oír. El ruido de los aplausos era demasiado fuerte.

Con el corazón apesadumbrado, la niña se dio vuelta y se marchó. Entonces se acordó de su otro hermano.
Tomó un libro con palabras pequeñas y letras grandes, y fue a verlo.
- No tengo nada qué ofrecerle al Rey, -dijo-. ¿Podrías enseñarme a leer, para que
pueda mostrarle mi sabiduría?

El futuro joven sabio no habló. Estaba perdido en sus pensamientos. La niña sin don volvió a decir: ¿Puedes ayudarme? No tengo talento.

- Vete, -dijo el estudioso-, apenas sacando sus ojos del texto. ¿No ves que me estoy
preparando para la llegada del Rey?
Y así, la niña se fue, apenada. No tenía nada qué dar. Volvió a su lugar, en las puertas de la ciudad, y reanudó su tarea de cuidar a los animales de la gente. Luego de unos días, llegó al pueblito un hombre vestido como comerciante, y le preguntó a la niña:
- ¿Puedes alimentar a mi burro?

La huérfana se puso de pie de un salto, y miró la cara tostada del hombre que había viajado de tan lejos. Su piel era correosa por el sol, y sus ojos eran profundos. Una cálida sonrisa sobre la barba, animó a la niña.

- Puedo, -respondió la niña, y llevó animosa, al animal al comedero. Déjemelo. Cuando
usted regrese, estará limpio y alimentado.
- Dígame, -preguntó ella mientras el burro bebía-. ¿Usted vino para quedarse?
- Sólo por un tiempo. ¿Está cansado de su viaje? Así es.

- ¿Desea sentarse y descansar? -Preguntó la niña, indicando por señas un banco que estaba cerca del muro-. El hombre alto de piel oscura, se sentó en el banco, se apoyó contra el muro, cerró los ojos y se durmió. Después de unas horas, abrió los ojos y se
encontró a la niña, sentada a sus pies, mirándole la cara. Ella se avergonzó de que él la hubiera sorprendido mirándolo fijo, y se dio vuelta.

- ¿Has estado sentada aquí por mucho tiempo? Sí ¿Qué buscas?
- Nada. Usted parece ser un hombre bueno de corazón. Es bueno estar cerca de usted.
El hombre sonrió, y tocó su barba. Eres una niña sabia -dijo-. Cuando vuelva, conversaremos más.

El hombre regresó bastante pronto, y la niña le preguntó:
- ¿Halló a quienes buscaba? Los encontré, pero estaban demasiado ocupados para mí.
- ¿Qué quiere decir?

a quienes vine a buscar estaban demasiado ocupados para verme. Uno estaba en una carpintería, apurado por terminar un proyecto. Me dijo que volviera mañana. Otra era una artista. La vi sentada en la ladera de una colina, pero la gente de abajo dijo que ella no quería que la distrajeran. La otra era músico. Me senté con los demás, y escuché su música. Cuando pedí hablar con ella, dijo que no tenía tiempo. El otro que buscaba, se había ido. Se fue a la ciudad para ir a la escuela.

Los ojos de la niña se ensancharon:
- Pero usted no parece Rey, boqueóla niña-. Trato de no parecerlo,
-explicó El-. Ser Rey puede ser algo solitario. La gente actúa de manera extraña a mi alrededor. Me piden favores. Tratan de impresionarme. Me presentan todas sus quejas.
- Pero ¿no es para eso un Rey? -preguntó la niña-. -Cierto, -respondió el
Rey, pero hay ocasiones en que solamente quiero estar con la gente. Hay veces que quiero hablar con ellos, saber cómo fue su día, reír un poco, llorar otro poco. Hay veces que solamente quiero ser el padre de ellos.

- ¿Por eso adoptó a los niños? Por eso. A los niños les gusta hablar. Los adultos piensan que tienen que impresionarme; los niños, no. Ellos solamente quieren conversar conmigo.
- Pero... ¿mis hermanos y hermanas estaban demasiados ocupados?
- Lo estaban. Pero yo volveré, quizás tengan más tiempo otro día. ¿Te gustaría ir en mi burro hasta el castillo?

Y así fue como los niños con muchos talentos, pero sin tiempo se perdieron la visita del Rey, mientras que la niña cuyo único talento era su tiempo para conversar, llegó a ser su hija.
Y tú... ¿quieres llegar a ser hijo de Dios?...
Max Lucado