Tuesday March 19,2024
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Sufrir por alguien, vale la pena?Sufrir por Alguien

Algo que me sorprende es la capacidad que tenemos para sufrir, y aguantar por amor los desprecios de la persona supuestamente amada.

¿Qué necesitamos o qué nos hace falta, para estar aferrados a alguien que sabemos no nos conviene?

¿Qué en nuestro interior nos motiva a no dejar ir a alguien que su sola presencia nos lastima, y hace que perdamos poco a poco nuestra propia identidad y autoestima?

¿Por qué sufrimos por alguien que perdimos, aún y cuando ya nos habíamos convencido de que su partida era lo mejor para nosotros?

En alguna parte, alguna vez leí "El amor verdadero libera, no te hace esclavo de la voluntad ni del estado de ánimo de la otra persona.

El amor verdadero te hace ser tú, y te lleva a límites inimaginables. Te impulsa a dar lo mejor de ti, no porque tengas a la otra persona a tu lado, sino porque esa persona te ayuda a descubrirte".

¿Vale la Pena Sufrir por Alguien?

¿Qué tan dispuestos estamos a sufrir por alguien?
Cuentan que una bella princesa estaba buscando esposo.

Aristócratas y adinerados señores habían llegado de todas partes, para ofrecer sus maravillosos regalos; joyas, tierras, ejércitos y tronos conformaban los obsequios, para conquistar a tan especial criatura.

Entre los candidatos se encontraba un joven plebeyo, que no tenía más riqueza que amor y perseverancia.

Cuando le llegó el momento de hablar, dijo:

-Princesa, te he amado toda mi vida. Como soy un hombre pobre y no tengo tesoros para darte, te ofrezco mi sacrificio como prueba de amor.

Estaré cien días sentado bajo tu ventana, sin más alimentos que la lluvia, y sin más ropas que las que llevo puestas. Esa es mi dote...

La princesa, conmovida por semejante gesto de amor, decidió aceptar:

- Tendrás tu oportunidad: Si pasas la prueba, me desposarás.

Así pasaron las horas y los días. El pretendiente estuvo sentado, soportando los vientos, la nieve y las noches heladas.

Sin pestañear, con la vista fija en el balcón de su amada, el valiente vasallo siguió firme en su empeño, sin desfallecer un momento.

De vez en cuando, la cortina de la ventana real dejaba traslucir la esbelta figura de la princesa, la cual, con un noble gesto y una sonrisa, aprobaba la faena.

Todo iba a las mil maravillas, incluso algunos optimistas habían comenzado a planear los festejos.

Al llegar el día noventa y nueve, los pobladores de zona habían salido a animar al próximo monarca.

Todo era alegría y fiesta, hasta que de pronto, cuando faltaba una hora para cumplirse el plazo, ante la mirada atónita de los asistentes y la perplejidad de la joven princesa, se levantó y sin dar explicación alguna, se alejó lentamente del lugar.

Unas semanas después, mientras deambulaba por un solitario camino, un niño lo alcanzó y le preguntó:

-¿Qué fue lo que te ocurrió?...
Estabas a un paso de lograr la meta... ¿Por qué perdiste esa oportunidad?... ¿Por qué te retiraste?...

Con profunda consternación, y después de derramar algunas lágrimas, contestó en voz baja:

-Si ella no me ahorró un día de sufrimiento... Ni siquiera una hora, es porque no merecía mi amor.

El merecimiento no siempre es egolatría, sino dignidad.

Cuando damos lo mejor de nosotros mismos a otra persona, cuando decidimos compartir la vida, cuando abrimos nuestro corazón de par en par, y desnudamos el alma hasta él último rincón; cuando perdemos la vergüenza, cuando los secretos dejan de serlo, al menos merecemos comprensión.

Que se menosprecie, ignore, olvide o desconozca fríamente el amor que regalamos a manos llenas es desconsideración o, en el mejor de los casos, desinterés o ligereza.

Cuando amamos a alguien que, además de no correspondemos, desprecia nuestro amor y nos hiere, estamos en el lugar equivocado. Esa persona no se hace merecedora del afecto que le prodigamos.

La cosa es clara: si no me siento bien recibido en algún lugar, empaco y me voy.

Nadie se quedaría tratando de agradar, y disculpándose por no ser como les gustaría que fuera.

No hay vuelta de hoja: en cualquier relación de pareja que tengas, no te merece quien no te ame, y menos aún, quien te lastime.

Y si alguien te hiere reiteradamente sin "mala intención", puede que te merezca, pero no te conviene.

Retirarse a tiempo, con la satisfacción de haber dado lo mejor de nosotros mismos, ¡no tiene precio!

¡ÁNIMO... ESFORCÉMONOS POR SER FELICES!