Monday March 18,2024
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EL MANANTIAL QUE CRUZABA EL CAMINO

Mi abuelo, James Baldwin, vivía en el norte del estado de Georgia, cerca de la frontera con Tennessee. Sus parientes lo llamaban el tío Baldy.
El agua de la que se servían él y su familia provenía de un manantial que cruzaba un camino cerca de su casa. En aquellos días, siempre se consideraba que el agua era un don de la Divina Providencia.

Las personas que habían construido la estructura para aprovechar el agua de aquella fuente, incrustaron un clavo en un árbol cercano, y colgaron de el un cucharón grande de mango largo. Cualquier transeúnte podía utilizarlo para calmar su sed.
Sin embargo, si muchas personas sacaban agua y no eran cuidadosas, echaban tierra en el agua, y el tío Baldy se enfadaba y les soltaba una reprimenda por echarle a perder el manantial.

Del otro lado del camino de tierra, frente a la casa del tío Baldy había una pequeña iglesia que no tenía manantial ni pozo de agua propio. Los feligreses se veían obligados a traer su propia ración de agua, o hacer frente a la ira del tío Baldy por servirse de su manantial. Invariablemente, para el domingo por la tarde, el manantial cristalino del tío Baldy se veía más como un lodazal.

Aquello había colmado la paciencia del tío Baldy. Cierto domingo, al arribar la multitud de feligreses, se toparon con una cerca en torno al manantial. Ya no tenían acceso a su propiedad.

No sé qué hicieron los feligreses entretanto, pero al cabo de poco tiempo ocurrió algo extraño: El tío Baldy notó que el nivel de su manantial estaba cada vez más bajo, hasta que un día, la arenilla blanca que había en el fondo de armazón de madera, se quedó seca como lengua de loro.

Varias semanas después, mientras disfrutaba de su merienda, uno de los feligreses dio un paso hacia atrás, y al apoyarse en un macizo de maleza, se le quedó el pie atascado en un lodazal profundo. Al caer en cuenta de lo que había descubierto, él y varios hombres más de la iglesia trajeron unas cuantas palas, y cavaron en torno al pozo. Enseguida, un chorrito de agua comenzó a brotar del mismo.

Los hombres cortaron unos maderos, montaron el armazón en torno al pozo, lo llenaron de arena, para hacer las veces de filtro, y el agua cristalina surgió a través de el. La iglesia ya tenía su propio manantial de agua.

Del otro lado del camino, el manantial del tío Baldy se redujo a una caja de madera seca, empotrada en la tierra.

—No es más que una coincidencia, —afirmaron muchas personas acerca del manantial del tío Baldy, que evidentemente había decidido cruzar el camino, para unirse a la iglesia.
Para tío Baldy, aquello resultó difícil de tragar.
Eso es lo que ocurre si nos ponemos egoístas con algo que Dios nos provee. A veces tiene que quitárnoslo hasta que aprendamos la máxima de que dando es como se gana, y amando es como se vive.

¿A dónde te conducirá el egoísmo?
El rico de la parábola bíblica obtuvo una cosecha enorme y cuantiosas riquezas, pero en vez de compartirlas con los demás, optó por construir mayores graneros para almacenar codiciosamente lo adquirido. (Lucas 12.) Su pecado no fue la gran cosecha que Dios le dio; su principal defecto fue su egoísmo, el granerismo que cultivó en su alma. Al poco tiempo, llegada la hora de su muerte, no pudo llevarse consigo nada de lo que retuvo de su prójimo aquí en la Tierra. Por ello, lo perdió todo. En eso consiste el egoísmo, y esa es su retribución.

En cambio, si tenemos una disposición generosa, Dios nos recompensa, nos devuelve y nos bendice con creces, de tal forma que no podemos contenerlo.
¡Él lo ha prometido!

Jesús dijo: «Den a otros, y Dios les dará a ustedes una medida buena, apretada, sacudida y repleta en su bolsa. Porque con la misma medida que ustedes den a otros, Dios les devolverá a ustedes» (Lucas 6:38).

David Brandt Berg