DE VALPARAÍSO A PEKÍN
SUEÑO 143.—AÑO DE 1886.
En la noche del 9 al 10 de abril, encontrándose [San] Juan Don Bosco en Barcelona, tuvo un sueño misionero que contó a [Beato] Miguel Don Rúa, a Don Branda y a Viglietti con la voz entrecortada por los sollozos.
Viglietti lo escribió inmediatamente y por orden del [Santo] envió una copia a Don Lemoyne para que lo leyese a todos los Superiores del Oratorio y les sirviese de estímulo.
«La copia adjunta —advertía el secretario— no es más que un esbozo de una magnífica y amplísima visión».
El texto que damos a la publicidad es el de Viglietti, un poco retocado por Don Lemoyne.
Don Bosco se encontraba en las proximidades de Castelnuovo, sobre él cerro denominado Bricco del Pino, cerca del valle Sbarnau. Dirigía a todas partes su mirada, pero lo único que distinguía era una densa espesura de bosque que lo cubría todo recubierta al mismo tiempo de una cantidad innumerable de hongos.
—Este —decía [San] Juan Don Bosco—, debe ser el Condado de José Rossi, o al menos merecería serlo.
([San] Juan Don Bosco, para despertar la hilaridad entre los alumnos, había nombrado conde de aquellas tierras al coadjutor José Rossi).
Y en efecto, después de algún tiempo descubrió a Rossi que, muy serio, contemplaba desde un cerro los valles que se extendían a sus pies. El [Santo] lo llamó, pero él no respondió más que con una mirada, como quien está preocupado.
[San] Juan Don Bosco, volviéndose hacia otra parte, vio a [Beato] Miguel Don Rúa, el cual, de la misma manera que Rossi, permanecía con toda seriedad sentado, descansando.
[San] Juan Don Bosco los llamó a ambos, pero ellos continuaron silenciosos y no respondieron ni con un ademán.
Entonces descendió de aquel montículo y después de caminar un rato llegó a otro desde cuya altura descubrió una selva, pero cultivada y atravesada por caminos y senderos.
Desde allí dirigió su mirada alrededor, proyectándola hasta el horizonte, pero, antes que la retina, quedó impresionado su oído por el alboroto que hacía una turba incontable de niños.
Á pesar de cuanto hacía por descubrir de dónde procedía aquel ruido, no veía nada; después, a aquel rumor sucedió un griterío como el que estalla al producirse alguna catástrofe. Finalmente vio una inmensa cantidad de jovencitos, los cuales, corriendo a su alrededor, le decían:
—¡Te hemos esperado, te hemos esperado tanto tiempo, pero finalmente estás aquí; ahora estás entre nosotros y no te dejaremos escapar!
[San] Juan Don Bosco no comprendía nada y pensaba qué querrían de él aquellos niños; pero mientras permanecía como atónito en medio de ellos, vio un inmenso rebaño de corderos conducidos por una pastorcilla, la cual, una vez que hubo separado los jóvenes y las ovejas y de colocar a los unos en una parte y a las ovejas en otra, se detuvo junto a él y le dijo:
—¿Ves todo lo que tienes delante?
—Sí que lo veo— replicó el [Santo].
—Pues bien, ¿te acuerdas del sueño que tuviste a la edad de diez años?
—¡Oh, es muy difícil recordarlo! Tengo la mente cansada, no lo recuerdo bien ahora.
—Bien, bien; reflexiona y lo recordarás.
Después, haciendo que los jóvenes se acercasen a [San] Juan Don Bosco, le dijo:
—Mira ahora hacia esa parte, dirige allá tu mirada, y vosotros hagan lo mismo y lean lo que vean escrito... Y bien, ¿qué ven?
—Veo —contestó el [Santo]— montañas, colinas, y más allá más montañas y mares.
Un niño dijo:
—Yo leo: Valparaíso.
—Yo: Santiago— dijo otro.
—Yo —añadió un tercero— leo las dos cosas.
—Pues bien —continuó la pastorcilla—, parte ahora hacia aquel punto y sabrás la norma que han de seguir los Salesianos en el porvenir. Vuélvete ahora hacia esta parte, tira una línea visual y mira.
—Veo montañas, colinas, mares...
Y los jóvenes afinaban la vista exclamando a coro:
—Leemos Pekín.
[San] Juan Don Bosco vio entonces una gran ciudad. Estaba atravesada por un río muy ancho sobre el cual había construidos algunos puentes muy grandes.
—Bien —dijo la doncella que, parecía su Maestra—, ahora tira una línea desde una extremidad a la otra, desde Pekín a Santiago, haz centro en el corazón de África y tendrás una idea exacta de cuánto deben hacer los Salesianos.
—Pero ¿cómo hacer todo esto?, —exclamó [San] Juan Don Bosco—. Las distancias son inmensas, los lugares difíciles y los Salesianos pocos.
—No te preocupes. ¿No ves allá cincuenta misioneros preparados? ¿Y más allá no ves más y muchos más aún? Traza una línea desde Santiago al África Central. ¿Qué ves?
—Diez centros de misión.
—Bien; estos centros que ves serán casas de estudio y de noviciado que se dedicarán a la formación de los misioneros que han de trabajar en estas regiones. Y ahora vuélvete hacia esta parte. Aquí verás otros diez centros desde el corazón del África a Pekín. También estas casas proporcionarán misioneros a todas estas otras regiones. Allá está Hong-Kong, allí Calcuta, más allá Madagascar. En todas estas ciudades en otras más habrá numerosas casas, colegios y noviciados.
[San] Juan Don Bosco escuchaba mientras observaba detenidamente todo aquello, después dijo:
—¿Y dónde encontrar tanta gente y cómo enviar misioneros a esos lugares? En esos países existen salvajes que se alimentan de carne humana; hay herejes y perseguidores de la Iglesia: ¿cómo hacer?
—Mira —replicó la pastorcilla—, es menester que emplees toda tu buena voluntad. Sólo tienes que hacer una cosa: recomendar que mis hijos cultiven constantemente la virtud de María.
—Bien, sí; me parece haber entendido. Repetiré a todos tus palabras.
—Y guárdate del error actual, o sea el mezclar a los que estudian las artes humanas con los que se dedican al estudio de las artes divinas, pues la ciencia del cielo no quiere estar unida a las cosas de la tierra.
[San] Juan Don Bosco quería continuar hablando, pero la visión desapareció; el sueño había terminado.
Mientras [San] Juan Don Bosco contaba este sueño, sus tres oyentes exclamaron repetidas veces: —¡Oh, María, María!
Cuando el Santo hubo terminado, dijo:
—¡Cuánto nos ama María!
Hablando después dé este mismo sueño en Turín con Don Lemoyne, comenzó a decir con acento sereno y persuasivo:
—Cuando los Salesianos estén en China y se encuentren en las dos orillas del río que pasa por las cercanías de Pekín... Unos se establecerán en la orilla izquierda correspondiente al Celeste Imperio y los otros en la derecha, perteneciente a la Tartaria.
¡Oh, cuando los unos vayan al encuentro de los otros para estrecharse las manos!... ¡Qué gloria para nuestra Congregación!... ¡Pero el tiempo está en las manos de Dios!
El mismo Don Lemoyne al enviar una copia del sueño a Mons. Cagliero, escribía el 23 de abril a propósito de la parte en él representada por [Beato] Miguel Don Rúa, Vicario de [San] Juan Don Bosco y por José Rossi, proveedor general: «Yo, como intérprete, haré notar:
[Beato] Miguel Don Rúa es la parte espiritual, la más importante; José Rossi es la parte material un tanto embrollada. El porvenir ha de poner de acuerdo la una con la otra». Y así fue en realidad.
Un buen comentario a aquel pasaje del sueño en el que se habla de Chile, se destaca de cuanto se refiere en el Boletín de septiembre de 1887.
En la crónica de un viaje realizado por Mons. Cagliero en compañía de Monseñor Fagnano a la república transandina, se cuenta que en Santiago el senador Valledor rogaba a los Salesianos que aceptasen la dirección del Orfelinato del gobierno, constituyéndose en padres de tantos niños de los seis a los diez años y que habiendo ido dichos señores a visitar el instituto, oyeron leer a un huerfanito estas palabras en una academia:
—Hace dos años que lloramos y rezamos para que [San] Juan Don Bosco nos de un padre.
No sólo esto. Monseñor Fagnano, entreteniéndose con los niños, les oyó decir a algunos más sencillos:
—Las niñas tienen madre (aludiendo a las Hermanas), pero nosotros no podemos tener un padre. Nuestro padre es [San] Juan Don Bosco pero hasta ahora no ha llegado.
Además, en Valparaíso, en el día de su llegada, más de doscientos niños corrieron detrás de ellos gritando:
—¡Finalmente han llegado nuestros padres! Manaría podremos ir al colegio. ¡Oh, qué placer!
Al ver y al oír estas cosas, los dos Obispos pensaban en cuanto habían leído en el sueño, pues de tal forma correspondían los hechos a la predicción.