UNA ESCUELA AGRÍCOLA
SUEÑO 106.—AÑO DE 1877. PARTE I
Encontrándose [San] Juan Don Bosco de viaje por Francia se personó en Fréjus, donde se tomaron los primeros acuerdos para la próxima apertura de una casa en la Navarre. Constaba la nueva fundación de una extensión de terreno de unas 233 hectáreas de superficie, perteneciente al municipio de Grau, departamento del Var.
Con todas aquellas tierras de labor se había formado una Colonia Agrícola que llevaba él nombre de Orfanatorio de San José. Había sido fundada en 1863 por el Padre Santiago Vincent, gracios a la caridad del señor Roujou, propietario de la finca, el cual la entregó con el único objeto de que sirviese para poner en marcha una obra de beneficencia.
Diez años después aquel edificio, con los terrenos anexos, fue cedido en enfiteusis durante noventa y nueve años por el Padre Vincent a tres sacerdotes del clero secular que acariciaban la idea de hacer resurgir la Orden Tercera de los religiosos Trinitarios, respetando siempre las condiciones impuestas por el donante de los terrenos.
Pero pasados apenas cinco años, los arrendatarios se encontraron abrumados de deudas, de tal manera, que no sabían cómo salir a flote y secundando los consejos del Obispo, determinaron cederlo todo a [San] Juan Don Bosco, con la condición de que el [Santo] les pagase veinte mil francos por las mejoras introducidas por ellos en el edificio y en los terrenos y se hiciese cargo de una deuda de siete mil francos que era el total de la suma que los dichos padres habían recibido como empréstito de varios bienhechores de la obra.
Iniciador y entusiasta partidario de esta cesión fue el Obispo de Fréjus y Toulon, monseñor Fernando Terris, convertido en instrumento inconsciente en manos de la Providencia. Su primera carta relacionada con el asunto de la colonia agrícola llegó a manos de [San] Juan Don Bosco en agosto de 1877.
En este hecho hemos de notar dos cosas: primeramente, que la invitación llegó de improviso, esto es, sin que hubiese existido, no ya propuesta remota alguna, pero ni la más pequeña probabilidad de tal propuesta; por otra parte, [San] Juan Don Bosco se había mostrado siempre contrario a la fundación de colonias agrícolas, pues a su manera de ver no ofrecían garantías suficientes para la conducta moral de los alumnos.
Pues bien; la noche precedente a la llegada de la carta de Monseñor Terris, el [Santo] tuvo un sueño, que hizo se desvaneciera en él aquel prejuicio, disponiéndolo a aceptar complacido la propuesta.
En el mes de septiembre, durante los ejercicios de Lanzo, contó lo que había visto; estuvieron presentes a la narración, entre otros, el Conde Cays, clérigo a la sazón; Don Barberis y Don Lemoyne, de quien es el relato siguiente:
Me vi en sueños ante una amplísima zona de terreno que no parecía ciertamente los alrededores de Turín. Una casa rústica que tenía delante una pequeña era parecía brindarme hospedaje. Esta vivienda, como en general la de los campesinos, estaba desprovista de todo ornato y la habitación en la cual yo me encontraba tenía varias puertas que ponían en comunicación con otras habitaciones, mas éstas no estaban al mismo nivel que la primera.
Para llegar a unas había que subir y en cambio para entrar en otras era necesario bajar algunos escalones. Todo alrededor se veía una rastrillera en la que estaban colocadas diversas herramientas de labranza. Yo dirigí mi vista a una y otra parte, pero no vi a nadie. Comencé a dar vueltas por las habitaciones, pero todas estaban vacías. La casa estaba desierta.
Cuando he aquí que llega a mis oídos la voz de un muchachito que cantaba; aquel canto venía de fuera de la casa. Salí y pude comprobar que el cantor era un niño como de unos diez a doce años, de buen aspecto, robusto, vestido de artesano. Su voz era bien timbrada. Estaba de pie, derecho, con la mirada clavada en mí. Cerca de él una mujer limpiamente vestida, con aspecto de campesina, en actitud de acompañar al muchacho. El joven cantó en lengua francesa:
Ami respectable,
Soyez notre pére aimable.
Yo, que me había detenido en el umbral de la puerta, le dije: —Ven, acércate, ¿quién eres?
Y el niño, mirándome, volvía a repetir la misma canción. Yo entonces añadí:
—¿Qué quieres de mí?
Y el pequeño comenzó de nuevo a entonar su cancioncilla. Yo insistí:
—Pero explícate claramente. ¿Quieres que te reciba en casa? ¿Tienes algo que decirme? ¿Deseas algún regalo; tal vez una medalla? ¿O es que esperas un socorro en dinero?
Entonces el jovencito, sin hacer caso de mis preguntas, dirigió la mirada a su alrededor y cambiando la letra comenzó a cantar nuevamente:
Voilá mes compagnons.
Qui diront ce que nous voulons.
Y he aquí que veo una gran muchedumbre de jovencitos que se acercaban hacia el lugar donde yo me encontraba caminando sobre aquellos terrenos incultos. Todos ellos cantaban a pleno pulmón:
Notre pére du Chemin,
Guidez-nous dans le Chemin
Guidez-nous au jardín,
Non au jardín des fleurs,
Mais au jardín des bonnes moeurs.
—¿Pero quiénes sois vosotros?—, pregunté yo maravillado, mientras me adelantaba saliendo al encuentro de aquella muchedumbre infantil. Y el pequeño que había cantado solo primeramente, continuó el canto solo también, diciendo:
Notre Patrie
C'est le pays de Marie.
---Y yo le respondí:
—¡No comprendo! ¿Qué haces aquí? ¿Qué quieres de mí?
Y todos respondieron a coro:
Nous attendons I'ami
Qui nous guide au Paradis.
—Estamos de acuerdo, añadí. ¿Quieres venir a mis colegios? ¡Son demasiados!, —pero ya nos arreglaremos—.
¿Quieren aprender el catecismo? Yo se lo enseñaré.
¿Quieren confesarse? Estoy a su disposición. ¿Quieren que los enseñe a cantar, que les dé clase o que les haga una plática?
Y todos respondieron graciosamente a coro:
Notre Patrie
C'est le pays de Marie.
Yo callé entonces y pensaba para mí: ¿Dónde estoy? ¿En Turín o tal vez en Francia? ¡Qué cosa tan extraña! No soy capaz de salir de este embrollo.
Y mientras pensaba así y reflexionaba, aquella buena mujer tomó de la mano a aquel niño y con la otra indicó a los jóvenes que se reuniesen y se encaminasen a una era mayor que la primera que no estaba a mucha distancia:
—Venez avec moi— dijo, y se puso en camino.
Todos los jóvenes que me habían rodeado se pusieron en marcha hacia la segunda era. Mientras yo también me encaminaba con ellos, nuevas falanges de jovencitos se agregaban a la primera. Muchos de ellos llevaban hoces, otros azadas y otros instrumentos de los oficios más diversos.
Yo contemplaba a aquellos muchachos cada vez con mayor admiración y me daba cuenta de que no estaba en el Oratorio ni en Sampierdarena. Y me decía entre mí:
—Pues no debo estar soñando porque camino.
Entretanto la muchedumbre de jóvenes que me rodeaba, si alguna vez yo retrasaba el paso, me empujaba obligándome a seguir hacia la era más grande.
Al mismo tiempo, no perdía de vista a la mujer que nos precedía y que había despertado en mí una viva curiosidad. Con su modesto vestido de campesina o pastorcilla, con su pañuelo rojo al cuello y con su corpiño blanco, me parecía un ser misterioso, aunque nada ofreciese de sorprendente en su exterior. Sobre la segunda era se levantaba una rústica casa y cerca de ella un edificio de bello aspecto.
[Contínua parte II]