EL CONGRESO DE LOS DIABLOS
SUEÑO 131.—AÑO DE 1885.
En la entrevista con Viglietti a que hemos aludido anteriormente. [San] Juan Don Bosco continuó:
Hace tres noches soñé de nuevo. Te contaré lo que vi en pocas palabras.
Me pareció estar en una gran sala, donde un gran número de diablos celebraban un congreso tratando del modo de exterminar a la Congregación Salesiana.
Parecían leones, tigres, serpientes y otras diversas clases de animales; pero tenían una forma indeterminada, más bien semejante a la figura humana.
Semejaban sombras, que unas veces crecían y otras menguaban, que se estilizaban o se ensanchaban como sucedería con los cuerpos que tuviesen detrás de sí una luz que fuese llevada de una parte a otra, o colocada a ras del suelo o levantada.
Y he aquí que uno de los demonios se adelantó y abrió la sesión. Para destruir a la Sociedad Salesiana propuso un único medio: la gula.
Hizo ver las consecuencias de este vicio: inercia para el bien, corrupción de costumbres, escándalo, falta de espíritu de sacrificio, descuido de los jóvenes... Pero otro diablo replicó:
—El medio que propones no es general ni eficaz, ni se puede asaltar con él todos los miembros en conjunto, pues la mesa de los religiosos será siempre parca y el vino se servirá en medida discreta; las reglas señalan su comida ordinaria: los Superiores vigilan para que no entren desórdenes.
Quien se excediese en la comida o en la bebida, en vez de escandalizar causaría desprecio. No es esta el arma que se ha de emplear para combatir a los Salesianos; yo propondría otro medio, que será más eficaz y con el que se podrá lograr mejor nuestro intento: el amor a las riquezas.
En una Congregación religiosa, cuando entra el amor a las riquezas, penetra también en ella el amor a las comodidades, se busca la manera de disponer de peculio, se rompe el vínculo de la caridad, pensando cada uno nada más que en sí mismo; se echan en olvido los pobres para atender únicamente a los que tienen bienes de fortuna, se roba a la Congregación...
Aquél quiso continuar, pero surgió un tercero que exclamó:
—Pero, ¡qué gula, ni qué riquezas! Entre los Salesianos el amor a las riquezas puede subyugar a pocos. Los Salesianos son todos pobres, tienen pocas ocasiones de procurarse un peculio. Además, en general, están constituidos de tal forma y son tantas sus necesidades por los muchos jóvenes que atienden y las casas que tienen que abastecer, que cualquier suma por gruesa que fuese sería inmediatamente empleada.
No es posible que atesoren dinero. Pero yo tengo un medio infalible para poder ganar para nuestra causa a la Sociedad Salesiana, y este es la libertad.
Inducir, pues a los Salesianos a despreciar las Reglas, a rechazar ciertas ocupaciones por pesadas y poco honoríficas, a producir cismas entre los Superiores con opiniones diversas, a ir a visitar a los parientes so pretexto de invitaciones, y cosas semejantes.
Mientras los demonios parlamentaban, [San] Juan Don Bosco pensaba: —Ya, ya me percato de todo cuanto estan diciendo.
Hablen, hablen, pues que así podré frustrar sus tramas:
Entretanto se adelantó un cuarto demonio que dijo: —Pero qué, esas armas que proponen son inútiles. Los Superiores sabrán poner freno a esa libertad, despidiendo de casa a los que se muestren rebeldes contra las Reglas.
Alguno será tal vez deslumbrado por el deseo de la libertad, pero la gran mayoría se mantendrá en el cumplimiento de su deber. Yo tengo un medio para poder arruinarlo todo desde sus cimientos: un medio tal que a duras penas los Salesianos podrán precaverse de él.
Escúchenme con atención.
Persuadirlos de que la ciencia debe ser su gloria principal. Por tanto, inducirlos a estudiar mucho para sí, para adquirir fama, y no para practicar lo que aprenden, no para usufructuar la ciencia en ventaja del prójimo.
Así, procurar que traten con desprecio a los pobres e ignorantes y que no atiendan en absoluto el sagrado ministerio.
Nada de oratorios festivos, ni de catecismo a los niños; nada de clases primarias para instruir a los pobres niños abandonados; nada de largas horas de confesionario.
Atenderán sólo a la predicación, pero raras veces y de una forma medida y estéril, pues en ella buscarán solamente un desahogo de la soberbia con el fin de alcanzar las alabanzas de los hombres y no la salvación de las almas.
Esta propuesta fue recibida con aplausos generales. Entonces [San] Juan Don Bosco entrevió el día en el que los salesianos podrían llegar a creer que el bien de la Congregación y su honra tenía que consistir en el saber y se sintió lleno de espanto al sólo pensar que sus hijos llegasen a proceder según esta idea proclamando a voz en cuello que éste debería ser el programa a seguir.
También en esta ocasión el [Santo] permanecía en un rincón de la sala escuchándolo y observándolo todo; cuando uno de los demonios lo descubrió y gritando lo señaló a los demás.
Al oír aquel grito, todos se arrojaron contra él vociferando:
—¡Acabemos de una vez!
Era una danza infernal de espectros que lo empujaban, lo cogían por los brazos y por la persona, mientras el [Santo] decía a gritos:
—¡Déjenme! ¡Auxilio!
Finalmente se despertó, con los pulmones desechos de tanto gritar.
La noche siguiente se dio cuenta de que el demonio había atacado a los Salesianos en la parte más esencial, induciéndoles a las transgresiones de las Reglas y a convertir los medios (como es la ciencia) en fines.
Entre ellos se le presentaba delante distintamente quién las observaba y quién las quebrantaba.