LA GRAN BATALLA
SUEÑO 111 .—AÑO DE 1879.
[San] Juan Don Bosco contó este sueño el nueve de mayo. En él asistió a las encarnizadas luchas que habrían de afrontar los individuos llamados a la Congregación, recibiendo en él una serie de avisos útiles para todos, y algunos saludables consejos para el porvenir.
Grande y prolongada fue la batalla entablada entre los jovencitos y unos guerreros ataviados de diversas maneras y dotados de armas extrañas. Al final quedaron pocos supervivientes.
Otra batalla más horrible y encarnizada fue la que tuvo lugar entre unos monstruos de formas gigantescas contra hombres de elevada estatura, bien armados y mejor adiestrados. Estos tenían un estandarte muy alto y muy ancho, en el centro del cual se veían dibujadas en oro estas palabras: María Auxilium Christianorum.
El combate fue largo y sangriento. Pero los que seguían esta enseña eran como invulnerables, quedando dueños de una amplia zona de terreno. A éstos se unieron los jovencitos supervivientes de la batalla precedente y entre unos y otros formaron una especie de ejército llevando como armas, a la derecha, el Crucificado, y en la mano izquierda un pequeño estandarte de María Auxiliadora, semejante al que hemos dicho anteriormente.
Los nuevos soldados hicieron muchas maniobras en aquella extensa llanura, después se dividieron y partieron los unos hacia Oriente, unos cuantos hacia el Norte y muchos hacia el Mediodía.
Cuando desaparecieron éstos, se reanudaron las mismas batallas, las mismas maniobras e idénticas expediciones en idénticas direcciones.
Conocí a algunos de los que participaron en las primeras escaramuzas; los que le siguieron me eran desconocidos, pero daban a entender que me conocían y me hacían muchas preguntas.
Sobrevino poco después una lluvia de llamitas resplandecientes que parecían de fuego de color vario. Resonó el trueno y después se serenó el cielo y me encontré en un jardín amenísimo. Un hombre que se parecía a San Francisco de Sales, me ofreció un librito sin decirme palabra. Le pregunté quién era:
—Lee en el libro— me respondió.
Lo abrí, pero apenas si podía leer. Mas al fin pude comprender estas precisas palabras:
A los Novicios: Obediencia en todo. Con la obediencia merecerán las bendiciones del Señor y la benevolencia de los hombres. Con la diligencia combatirán y vencerán las insidias de los enemigos espirituales.
A los Profesos: Guarden celosamente la virtud de la castidad. Amen el buen nombre de los hermanos y promuevan el decoro de la Congregación.
A los Directores: Todo cuidado, todo esfuerzo para hacer observar y observar las reglas con las que cada uno se ha consagrado a Dios.
Al Superior: Holocausto absoluto para ganarse a sí mismo y a los propios súbditos para Dios.
Muchas otras cosas estaban estampadas en aquel libro, pero no pude leer más, porque el papel parecía azul como la tinta.
—¿Quién sois Vos?—, pregunté de nuevo a aquel hombre que me miraba serenamente.
—Mi nombre es conocido de todos los buenos y he sido enviado para comunicarte algunas cosas futuras.
—¿Qué cosas?
—Las expuestas y las que preguntes.
—¿Qué debo hacer para promover las vocaciones?
—Los salesianos tendrán muchas vocaciones con su ejemplar conducta, tratando con suma caridad a los alumnos e insistiendo sobre la frecuencia de la Comunión.
—¿Qué norma he de seguir en la aceptación de los Novicios?
—Excluir a los perezosos y a los golosos.
—¿Y al aceptar los votos?
—Vigila si ofrecen garantía sobre la castidad.
—¿Cuál será la mejor manera de conservar el buen espíritu en nuestras casas?
—Escribir, visitar, recibir y tratar con benevolencia; y esto muy frecuentemente por parte de los Superiores.
—¿Cómo hemos de Conducirnos en las Misiones?
—Enviando a ellas individuos de moralidad segura; haciendo volver a los dudosos; estudiando y cultivando las vocaciones indígenas.
—¿Marcha bien nuestra Congregación?
—Qui justus est, justificetur adhuc. Non progredi, est regredi. Qui perseveraverit, salvus erit.
—¿Se extenderá mucho?
—Mientras los superiores cumplan con su deber, se extenderá y nada podrá oponerse a su propagación.
—¿Durará mucho tiempo?
---Tu Congregación durará mientras sus socios amen el trabajo y la templanza. Si llega a faltar una de estas dos columnas, tu edificio se convertirá en minas, aplastando a los superiores, a los inferiores y a sus secuaces.
En aquel momento aparecieron cuatro individuos llevando una caja mortuoria. Se dirigieron hacia mí.
—¿Para quién es esto?—, pregunté yo.
—¡Para ti!
—¿Pronto?
—No lo preguntes; piensa solamente en que eres mortal.
—¿Qué me quieres decir con este ataúd?
—Que debes predicar en vida lo que deseas que tus hijos practiquen después de ti. Esta es la herencia, el testamento que debes dejar a tus hijos; pero has de prepararlo y dejarlo cumplido y practicado a la perfección.
—¿Abundarán más las flores o las espinas?
—Les aguardan muchas flores, muchas rosas, muchos consuelos; pero también es inminente la aparición de agudísimas espinas que causarán a todos grande amargura y pesar. Es necesario rezar mucho.
—¿Iremos a Roma?
—Sí, pero despacio, con la máxima prudencia y con extremada cautela.
—¿Es inminente el fin de mi vida mortal?
—No te preocupes de eso. Tienes las reglas, tienes los libros, práctica lo que enseñas a los demás. Vigila.
Quise hacer otras preguntas, pero estalló un trueno horrible acompañado de relámpagos y de rayos, mientras algunos hombres, mejor dicho, algunos monstruos horrendos, se arrojaron sobre mí para desbrozarme.
En aquel momento una densa oscuridad me privó de la visión de todo. Me creí morir y comencé a gritar frenéticamente. Pero me desperté encontrándome vivo. Eran las cuatro y tres cuartos de la mañana.
Y concluyó:
Si hay algo en todo esto que pueda servir de provecho para nuestras almas, aceptémoslo. Y en todo se dé gloria y honor a Dios por los siglos de los siglos.