LA SEÑORA Y LOS CONFITES
SUEÑO 105.—AÑO DE 1877.
Tras los ejercicios espirituales celebrados por el personal salesiano en Lanzo, en el año de 1877 y precisamente en el sermón llamado de los Recuerdos, [San] Juan Don Bosco contó el siguiente sueño:
He venido a decirles cuatro palabras sustituyendo al predicador habitual de los ejercicios. Comenzaré comunicándoles que se han recibido hace poco, buenas noticias de América, que oirán leer en el comedor o en otro lugar.
Ahora yo, en vez de darles una plática les voy a contar una historieta. La pueden llamar como quieran: fábula, sueño, historia; pueden darle mucha o poca importancia. Júzguenla como quieran; mas tengo la seguridad de que lo que les voy a contar les enseñará alguna cosa.
Me parecía transitar por las calles de Porta Susa y delante del cuartel de los soldados vi a una mujer que me pareció una vendedora de castañas asadas, pues sobre el fuego hacía girar una especie de cilindro, metálico dentro del cual me parecía que estuviese cociendo castañas.
Admirado al ver aquel nuevo sistema de cocer castañas, me acerqué y observé cómo giraba aquel cilindro. Pregunté a la mujer qué estaba preparando en aquel extraño artefacto. Y ella me dijo:
—Estoy haciendo confituras para los Salesianos.
—¡Cómo!, —le dije—. ¿Confituras para los Salesianos?
—Sí —me respondió—. Y diciendo esto abre el cilindro y me lo enseña. Yo entonces pude ver dentro de aquel cilindro confituras de diversos colores, divididas y separadas las unas de las otras por una tela; unas eran blancas, otras rosas, otras negras. Sobre ellas vi una especie de azúcar pastoso o almíbar semejante a gotas de lluvia o de rocío recientemente caído, dicha lluvia se veía salpicada en algunos sitios de manchas rojas.
Yo entonces le pregunté a la mujer:
—¿Se pueden comer estos confites? —Sí— me dijo; y me ofreció de ellos.
Y yo:
—¿Cómo es que algunas de estas confituras son rojas, otras negras y otras blancas?
Y la mujer me contestó:
—Las blancas cuestan poco trabajo, pero se pueden manchar fácilmente; las rojas cuestan sangre; las negras cuestan la propia vida. El que gusta de éstas no conoce las fatigas, no conoce la muerte.
—¿Y el almíbar qué significa?
—Es símbolo de la dulzura del Santo que han tomado como modelo. Esa especie de rocío quiere decir que hay que sudar muchísimo para conservar esta dulzura y que tal vez sea necesario derramar la propia sangre para no perderla.
Grandemente maravillado quise continuar haciendo preguntas, pero ella no me respondió más, y sin decir esta boca es mía continué mi camino, preocupado por las cosas que había oído. Mas he aquí que apenas di unos pasos, me encuentro con Don Picco y con otros sacerdotes nuestros, aturdidos, amedrentados y con el cabello erizado en la cabeza.
—¿Qué ha sucedido?—, les pregunté.
—¡Si usted supiera!... ¡Si usted supiera!...
Y yo insistía preguntando qué novedad había; y Don Picco: —¡Si supiera!... ¿Ha visto a la mujer de las confituras?
—¡Sí! ¿Y qué?
—Pues bien —continuó lleno de espanto—, me ha recomendado que le diga que hagáis Vos de manera que sus hijos trabajen, que trabajen. Y añadió: Encontrarán muchas espinas, pero también muchas rosas; que le diga que la vida es breve y la mies es mucha; se entiende que la vida es breve comparada con Dios, pues comparado con su eternidad todo es como un instante, como nada.
—Pero... ¿acaso no se trabaja?—, dije yo.
Y él:
—Se trabaja, pero me dijo que se trabaje.
Y dicho esto ni lo vi a él más ni a los otros y más admirado que antes continué mi camino hacia el Oratorio, y al llegar a él me desperté.
Esta es la historieta que les quería contar. Llámenla apólogo, parábola, fantasía, esto poco importa; lo que desearía es que quedase bien grabado en la memoria lo que dijo aquella mujer a Don Picco y a los demás: o sea, que practiquemos la mansedumbre de nuestro San Francisco y que trabajemos mucho y siempre.
Después [San] Juan Don Bosco continuó explicando cuanto la mujer había dicho, sacando de, sus palabras argumentos de estímulo para practicar cuanto había sido recomendado. Habló extensamente también de lo mucho que había que hacer, de la necesidad de trabajar, concluyendo con estas palabras:
Procuremos ser amables con todos, recemos los unos por los otros a fin de que no sé falte a la moralidad; hagamos el propósito de ayudarnos mutuamente. Que el honor de uñó sea el honor del otro, la defensa de uno, la defensa de todos, todos debernos esforzarnos por honrar y defender a la Congregación en la persona de cada uno de sus componentes, porque el honor y la deshonra no caen sobre uno, sino sobre todos y sobre la Congregación entera.
Por eso procedamos con el mayor celo para que esta nuestra buena madre no sufra el menor menoscabó en su reputación. Procuremos todos defenderla y honrarla con denuedo.
Y prosiguió exponiendo y comentando este concepto hasta finalizar con las siguientes palabras:
—Seamos animosos, mis queridos hijos; encontraremos muchas espinas, pero recuerden que tampoco faltarán las rosas. No nos desanimemos ante los peligros y las dificultades; recemos con confianza y Dios nos prestará el auxilio prometido a quien trabaja por su santa causa. Permanezcamos todos unidos formando lo que dice lo Sagrada Escritura de los primeros cristianos: cor unum et anima una.