Thursday March 28,2024
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LOS SUEÑOS DE
SAN JUAN BOSCO


San Juan Bosco

Fuente: Reina del Cielo

«PARTE 3 de 3

Partes: [ 1 ] [ 2 ] [ 3 ]


102.- La Filoxera

103.- Aparición de Santo Domingo Savio, parte I

103.- Aparición de Santo Domingo Savio, parte II

103.- Aparición de Santo Domingo Savio, parte III

104.- La muerte del Papa Beato Pío IX

105.- La señora y los confites

106.- Una Escuela Agrícola, Parte I

106.- Una Escuela Agrícola, Parte II

107.- Los perros y el gato

108.- Las vacaciones

109.- Las tres palomas

110.- Una receta contra el
mal de ojos

111.- La gran batalla

112.- Una lluvia misteriosa

113.- Un banquete misterioso

114.- Las casas Salesianas de Francia

115.- Una casa de Marsella

116.- Luis Colle, Parte I

116.- Luis Colle, Parte II

116.- Luis Colle, Parte III

116.- Luis Colle, Parte IV

117.- La Sociedad Salesiana, Parte I

117.- La Sociedad Salesiana, Parte II

118.- Las castañas

119.- El mensaje de don Provera

120.- A través de la América
del Sur, Parte I

120.- A través de la América
del Sur, Parte II

120.- A través de la América
del Sur, Parte III

121.- El nicho de san Pedro

122.- San Pedro y San Pablo

123.- Una plática y una misa

124.- Desde Roma, Parte I

124.- Desde Roma, Parte II

125.- La inocencia, parte I

125.- La inocencia, parte II

126.- Los jóvenes y la niebla

127.- Una visita a Léon XIII

128.- Las misiones Salesianas en America meridional
parte I

128.- Las misiones Salesianas en America meridional
parte II

129.- Trabajo, trabajo, trabajo

130.- El porvenir de la congregación

131.- El congreso de los diablos

132.- Las fieras con piel
de cordero

133.- La doncella vestida de blanco

134.- El demonio en Marsella

135.- Un Oratorio para jovencitas

136.- Muerte de un Clérigo y de un alumno del Oratorio

137.- Las misiones salesianas
de Asia, Africa y oceania

138.- El ramillete de flores

139.- Un jóven extraño

140.- El respeto al templo

141.- El Via Crucis

142.- Con Margarita en Becchi

143.- De Valparaíso a Pekín

144.- Soñando con el Oratorio

145.- En una sangrienta batalla

146.- Ricos y pobres

147.- Ludovico Olive

148.- Las cerezas

149.- La vendimia

150.- Las penas del infierno

151.- Sobre la obligación
de la limosna

152.- En compañía de San
José Don Cafasso

153.- La modestia Cristiana

 

LA SEÑORA Y LOS CONFITES

SUEÑO 105.—AÑO DE 1877.

Tras los ejercicios espirituales celebrados por el personal salesiano en Lanzo, en el año de 1877 y precisamente en el ser­món llamado de los Recuerdos, [San] Juan Don Bosco contó el siguiente sueño:

He venido a decirles cuatro palabras sustituyendo al predica­dor habitual de los ejercicios. Comenzaré comunicándoles que se han recibido hace poco, buenas noticias de América, que oirán leer en el comedor o en otro lugar.

Ahora yo, en vez de darles una plática les voy a contar una historieta. La pueden llamar como quieran: fábula, sueño, historia; pueden darle mucha o poca importancia. Júzguenla como quieran; mas tengo la seguridad de que lo que les voy a contar les enseñará alguna cosa.

Me parecía transitar por las calles de Porta Susa y delante del cuartel de los soldados vi a una mujer que me pareció una vendedo­ra de castañas asadas, pues sobre el fuego hacía girar una especie de cilindro, metálico dentro del cual me parecía que estuviese cocien­do castañas.

Admirado al ver aquel nuevo sistema de cocer casta­ñas, me acerqué y observé cómo giraba aquel cilindro. Pregunté a la mujer qué estaba preparando en aquel extraño artefacto. Y ella me dijo:

—Estoy haciendo confituras para los Salesianos.

—¡Cómo!, —le dije—. ¿Confituras para los Salesianos?
—Sí —me respondió—. Y diciendo esto abre el cilindro y me lo enseña. Yo entonces pude ver dentro de aquel cilindro confituras de diversos colores, divididas y separadas las unas de las otras por una tela; unas eran blancas, otras rosas, otras negras. Sobre ellas vi una especie de azúcar pastoso o almíbar semejante a gotas de lluvia o de rocío recientemente caído, dicha lluvia se veía salpicada en algunos sitios de manchas rojas.

Yo entonces le pregunté a la mujer:

—¿Se pueden comer estos confites? —Sí— me dijo; y me ofreció de ellos.

Y yo:

—¿Cómo es que algunas de estas confituras son rojas, otras ne­gras y otras blancas?

Y la mujer me contestó:

—Las blancas cuestan poco trabajo, pero se pueden manchar fácilmente; las rojas cuestan sangre; las negras cuestan la propia vida. El que gusta de éstas no conoce las fatigas, no conoce la muerte.

—¿Y el almíbar qué significa?

—Es símbolo de la dulzura del Santo que han tomado como modelo. Esa especie de rocío quiere decir que hay que sudar muchísi­mo para conservar esta dulzura y que tal vez sea necesario derramar la propia sangre para no perderla.

Grandemente maravillado quise continuar haciendo preguntas, pero ella no me respondió más, y sin decir esta boca es mía conti­nué mi camino, preocupado por las cosas que había oído. Mas he aquí que apenas di unos pasos, me encuentro con Don Picco y con otros sacerdotes nuestros, aturdidos, amedrentados y con el cabello erizado en la cabeza.

—¿Qué ha sucedido?—, les pregunté.

—¡Si usted supiera!... ¡Si usted supiera!...

Y yo insistía preguntando qué novedad había; y Don Picco: —¡Si supiera!... ¿Ha visto a la mujer de las confituras?

—¡Sí! ¿Y qué?

—Pues bien —continuó lleno de espanto—, me ha recomenda­do que le diga que hagáis Vos de manera que sus hijos trabajen, que trabajen. Y añadió: Encontrarán muchas espinas, pero también mu­chas rosas; que le diga que la vida es breve y la mies es mucha; se entiende que la vida es breve comparada con Dios, pues comparado con su eternidad todo es como un instante, como nada.

—Pero... ¿acaso no se trabaja?—, dije yo.

Y él:

—Se trabaja, pero me dijo que se trabaje.

Y dicho esto ni lo vi a él más ni a los otros y más admirado que an­tes continué mi camino hacia el Oratorio, y al llegar a él me desperté.

Esta es la historieta que les quería contar. Llámenla apólogo, parábola, fantasía, esto poco importa; lo que desearía es que quedase bien grabado en la memoria lo que dijo aquella mujer a Don Picco y a los demás: o sea, que practiquemos la mansedum­bre de nuestro San Francisco y que trabajemos mucho y siempre.

Después [San] Juan Don Bosco continuó explicando cuanto la mujer ha­bía dicho, sacando de, sus palabras argumentos de estímulo para practicar cuanto había sido recomendado. Habló extensamente también de lo mucho que había que hacer, de la necesidad de trabajar, concluyendo con estas palabras:

Procuremos ser amables con todos, recemos los unos por los otros a fin de que no sé falte a la moralidad; hagamos el propósi­to de ayudarnos mutuamente. Que el honor de uñó sea el honor del otro, la defensa de uno, la defensa de todos, todos debernos esforzarnos por honrar y defender a la Congregación en la per­sona de cada uno de sus componentes, porque el honor y la des­honra no caen sobre uno, sino sobre todos y sobre la Congregación entera.

Por eso procedamos con el mayor celo para que esta nuestra buena madre no sufra el menor menosca­bó en su reputación. Procuremos todos defenderla y honrarla con denuedo.

Y prosiguió exponiendo y comentando este concepto hasta fi­nalizar con las siguientes palabras:

—Seamos animosos, mis queridos hijos; encontraremos mu­chas espinas, pero recuerden que tampoco faltarán las rosas. No nos desanimemos ante los peligros y las dificultades; recemos con confianza y Dios nos prestará el auxilio prometido a quien trabaja por su santa causa. Permanezcamos todos unidos formando lo que dice lo Sagrada Escritura de los primeros cristia­nos: cor unum et anima una.

   


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