UNA CASA DE MARSELLA
SUEÑO 115.—AÑO DE 1880.
Durante su permanencia en Marsella [San] Juan Don Bosco habló al canónigo Guiol entre broma y serio de algo que había visto en sueño poco antes de venir a Francia, tal vez en el otoño de 1880.
El canónigo Guiol estaba persuadido de que era necesario contar con una casa en el campo a la cual enviar a los jóvenes de San León durante los meses más calurosos. El [Santo] estaba de acuerdo con él; e incluso añadió que era conveniente preparar el lugar para que sirviese también de Noviciado.
—En cuanto a la casa —continuó--- la tengo ya a mi disposición. Es un edificio espacioso situado en una posición muy amena, rodeado de un gran pinar, al cual se llega por unas grandes avenidas de plátanos; una abundante acequia de agua atraviesa de parte a parte toda la finca.
El párroco sabía que [San] Juan Don Bosco no poseía nada en Marsella y que no contaba con otro inmueble más que con el colegio; faltó poco para que pensase que el [Santo] era víctima de un desequilibrio mental; por lo que un poco desconcertado le preguntó dónde estaba aquella quinta.
—Dónde esté, no sabría decirlo —replicó [San] Juan Don Bosco—, pero sé que existe y que se encuentra en los alrededores de Marsella.
—Esta sí que es buena —prosiguió el párroco—. ¿Y cómo puede saber que existe esa casa y que está destinada a Vos?
—Lo sé, porque lo he soñado— añadió [San] Juan Don Bosco.
—¿Y cómo lo ha soñado?
—Vi la casa, los árboles, la finca, el agua, todo tal cual yo se lo he descrito y además los jóvenes que correteaban y se divertían por los paseos.
El Padre Guiol, que cuando [San] Juan Don Bosco hablaba de sueños, no lo creía un iluso, no tomó a la ligera aquellas palabras, sino que las tuvo muy presentes y permaneció a la expectativa. No mucho tiempo después algunos bienhechores ofrecieron una casa para el fin que se deseaba; pero el [Santo] la rechazó, diciendo que no era aquélla.
Entretanto los años pasaban y el vaticinio no se cumplía. En todas las entrevistas los dos amigos volvían a hablar de la famosa finca que se había de trocar en Noviciado y el abate reía de buena gana.
Pero [San] Juan Don Bosco trató también del mismo asunto con otros. En efecto en septiembre de 1882 habló de ello al clérigo Cartier. Este, yendo de Marsella a San Benigno para recibir el subdiaconado, se detuvo en Niza, donde el [Santo] presidía los ejercicios espirituales de los Salesianos y celebró con él una prolongada entrevista, en la que le dijo:
—Nosotros llegaremos a tener en los alrededores de Marsella una gran casa, en la que pondremos el noviciado y el estudiantado filosófico. Tú serás destinado a ella, no el primer año, pues te necesitarán en San León para las clases; con todo irás allá para dar algunas lecciones hasta que al fin fijarás en ella tu residencia.
En Marsella algunos creían que la casa del sueño era la quinta de la señora Broquier, a poca distancia de Aubagne; incluso inducido a error por ciertas descripciones inexactas, [San] Juan Don Bosco llegó también a creerlo, escribiendo a su dueña para que le cediese la propiedad o el uso de la misma.
Envió la carta a Don Bologna para que le diese curso; pero como el [Santo] hacía la descripción de la finca que había visto en el sueño, la señora no se dio por enterada y Don Bologna se dio cuenta de que [San] Juan Don Bosco estaba en un error.
Otra oferta se la hizo en 1883 la señora Postré, opulenta viuda parisiense a la que el [Santo] había curado una hija. Se trataba del uso de una quinta junto a Santa Margarita, a poca distancia de Marsella; mas [San] Juan Don Bosco, por motivos de ciertos reparos personales, sin averiguar las condiciones de la casa, declinó la oferta.
Pasados algunos meses Don Bologna le escribió diciéndole que la señora insistía en su propuesta rogando que la aceptara.
El [Santo] contestó que si en la finca existían los pinos, los plátanos y la acequia del agua, que sí; de lo contrario no le interesaba. El Director, habiendo ido a visitar la quinta, le notificó que en ella había centenares de pinos, avenidas de plátanos, y, al fondo, abundancia de agua corriente. Entonces fue aceptada la casa de Santa Margarita en usufructo por quince años y en ella se estableció el Noviciado en el otoño de 1883, bajo la denominación de La Providencia.
El abate Guiol, habiéndose presentado en ella en 1884, observó con estupor que todo respondía exactamente a cuanto el [Santo] le había dicho repetidas veces que había visto en el sueño.