Tuesday April 23,2024
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LOS SUEÑOS DE
SAN JUAN BOSCO


San Juan Bosco

Fuente: Reina del Cielo

«PARTE 3 de 3

Partes: [ 1 ] [ 2 ] [ 3 ]


102.- La Filoxera

103.- Aparición de Santo Domingo Savio, parte I

103.- Aparición de Santo Domingo Savio, parte II

103.- Aparición de Santo Domingo Savio, parte III

104.- La muerte del Papa Beato Pío IX

105.- La señora y los confites

106.- Una Escuela Agrícola, Parte I

106.- Una Escuela Agrícola, Parte II

107.- Los perros y el gato

108.- Las vacaciones

109.- Las tres palomas

110.- Una receta contra el
mal de ojos

111.- La gran batalla

112.- Una lluvia misteriosa

113.- Un banquete misterioso

114.- Las casas Salesianas de Francia

115.- Una casa de Marsella

116.- Luis Colle, Parte I

116.- Luis Colle, Parte II

116.- Luis Colle, Parte III

116.- Luis Colle, Parte IV

117.- La Sociedad Salesiana, Parte I

117.- La Sociedad Salesiana, Parte II

118.- Las castañas

119.- El mensaje de don Provera

120.- A través de la América
del Sur, Parte I

120.- A través de la América
del Sur, Parte II

120.- A través de la América
del Sur, Parte III

121.- El nicho de san Pedro

122.- San Pedro y San Pablo

123.- Una plática y una misa

124.- Desde Roma, Parte I

124.- Desde Roma, Parte II

125.- La inocencia, parte I

125.- La inocencia, parte II

126.- Los jóvenes y la niebla

127.- Una visita a Léon XIII

128.- Las misiones Salesianas en America meridional
parte I

128.- Las misiones Salesianas en America meridional
parte II

129.- Trabajo, trabajo, trabajo

130.- El porvenir de la congregación

131.- El congreso de los diablos

132.- Las fieras con piel
de cordero

133.- La doncella vestida de blanco

134.- El demonio en Marsella

135.- Un Oratorio para jovencitas

136.- Muerte de un Clérigo y de un alumno del Oratorio

137.- Las misiones salesianas
de Asia, Africa y oceania

138.- El ramillete de flores

139.- Un jóven extraño

140.- El respeto al templo

141.- El Via Crucis

142.- Con Margarita en Becchi

143.- De Valparaíso a Pekín

144.- Soñando con el Oratorio

145.- En una sangrienta batalla

146.- Ricos y pobres

147.- Ludovico Olive

148.- Las cerezas

149.- La vendimia

150.- Las penas del infierno

151.- Sobre la obligación
de la limosna

152.- En compañía de San
José Don Cafasso

153.- La modestia Cristiana

 

LAS MISIONES SALESIANAS
EN AMERICA MERIDIONAL

SUEÑO 128.—AÑO DE 1885. PARTE II

La misma blancura del lino resplandecía y hacía visible y amena cada una de las partes del salón, su ornamentación, ¡as ventanas, la entrada, la salida. Se sentía en todo el ambiente una suave fragancia mezclada con todos los olores más gratos.

Un fenómeno se produjo en aquel momento. Una serie de pequeñas mesas formaban una de una longitud extraordinaria. Las había dispuestas en todas las direcciones y todas convergían en un único centro. Estaban cubiertas de elegantísimos manteles y sobre ellas se veían colocados hermosísimos floreros con multiformes y variadas flores.

La primera cosa que notó Monseñor Cagliero fue:

—Las mesas están aquí, pero ¿y los manjares?

En efecto, no había preparada comida alguna, ni bebida de ninguna especie, ni había tampoco platos, ni copas ni otros recipientes en los cuales se pudiesen colocar los manjares.

El intérprete replicó entonces:

—Los que vienen aquí neque sitient, neque esurient amplius.

Dicho esto, comenzó a entrar gente, vestida de blanco, con una sencilla cinta a manera de collar, de color de rosa recamada de hilos de oro que les ceñía el cuello y las espaldas. Los primeros en entrar formaban un número limitado, sólo un pequeño grupo.

Apenas penetraban en aquella gran sala se iban sentando en torno a la mesa para ellos preparada, cantando: ¡Viva! ¡Triunfo! Y entonces comenzó a aparecer una variedad de personas, grandes y pequeños, hombres y mujeres, de todo género, de diversos colores, formas y actitudes, resonando los cánticos por todas partes.

Los que estaban ya colocados en sus puestos cantaban: ¡Viva! Y los que iban entrando: ¡Triunfo! Cada turba que penetraba en aquel local representaba a una nación o sector de nación que sería convertida por los misioneros.

Di una ojeada a aquellas mesas interminables y comprobé que había sentadas junto a ellas muchas hermanas nuestras y gran número de nuestros hermanos. Estos no llevaban distintivo alguno que proclamase su calidad de sacerdotes, clérigos o religiosas, sino que, al igual de los demás, tenían la vestidura blanca y el manto color de rosa.

Pero mi admiración creció de pronto cuando vi a unos hombres de aspecto tosco, con el mismo vestido que los demás, cantando: ¡Viva! ¡Triunfo!

Entonces nuestro intérprete dijo:

—Los extranjeros y los salvajes que bebieron la leche de la palabra divina de sus educadores, se hicieron propagandistas de la palabra de Dios.

Vi en medio de la multitud grupos de muchachos con aspecto rudo y extraño, y pregunté:

—¿Y estos niños que tienen una piel tan áspera que parece la de los sapos, pero tan bella y de un color tan resplandeciente? ¿Quiénes son?

El intérprete respondió:

—Son los hijos de Cam que no han renunciado a la herencia de Leví. Estos reforzarán los ejércitos para defender el reino de Dios que ha llegado finalmente entre nosotros. Su número era reducido, pero los hijos de sus hijos lo han acrecentado. Ahora escucha y ve, pero no podrás entender los misterios que contemplarás.

Aquellos jovencitos pertenecían a la Patagonia y al África Meridional.

Entretanto aumentaron tanto las filas de los que penetraron en aquella sala extraordinaria, que todos los asientos aparecían ocupados. Sillas y escaños no tenían una forma determinada, sino que tomaban la que cada uno quería. Cada uno estaba contento del lugar que ocupaba y del que ocupaban los demás.

Y he aquí que, mientras de todas partes salían voces de: ¡Viva! ¡Triunfo!, llegó finalmente una gran turba que en actitud festiva venía al encuentro de los que ya habían entrado, cantando: ¡Alleluia, gloria, triunfo!

Cuando la sala apareció completamente llena y los millares de reunidos eran incontables, se hizo un profundo silencio y, seguidamente, aquella multitud comenzó a cantar dividida en coros diversos:

El primer coro: Appropinquavit in nos regnum Dei; laetentur Coeli et exultet térra; Dominus regnavit super nos; alleluia.

El segundo coro: Vicerunt; et ipse Dominus dabit edere de ligno vitae et non esurient in aeternum: alleluia.

Y un tercer coro: Laúdate Dominum omnes gentes, laúdate eum omnes populi.

Mientras estas y otras cosas cantaban, alternando los unos con los otros, de pronto se hizo por segunda vez un profundo silencio.

Después comenzaron a resonar voces que procedían de lo alto y de lejos. El sentido del cántico era este y la armonía que le acompañaba era difícil de expresar: Soli Deo honor et gloria in saecula saeculorum.

Otros coros que resonaban siempre en la altura y desde muy lejos, respondían a estas voces: Semper gratiarum actio illi qui erat, est, et venturus est. Illi eucharistia, illi soli honor sempiternus.                                

Pero en aquel momento los coros bajaron y se acercaron. Entre aquellos músicos celestes estaba Luis Colle. Los que estaban en la sala comenzaron entonces a cantar y se unieron, mezclándose las voces de manera que semejaban instrumentos músicos maravillosos, con unos sonidos cuya extensión no tenía límites. Aquella música parecía compuesta al mismo tiempo de mil notas y de mil grados de elevación que se unían formando un solo acorde. Las voces altas subían de una manera imposible de imaginar.

Las voces de los que estaban en la sala bajaban sonoras y alcanzaban escalas difícil de expresar. Todos formaban un coro único, una sola armonía, pero tanto los bajos como los contraltos eran de tal gusto y belleza y penetraban en los sentidos produciendo tal efecto, que el hombre se olvidaba de su propia existencia y yo caí de rodillas a los pies de Monseñor Cagliero exclamando:

—¡Oh, Cagliero! ¡Estamos en el Paraíso!

Monseñor Cagliero me tomó por la mano y me dijo:

—No es el Paraíso, es una sencilla, una débil figura de lo que en realidad será el Paraíso.
Entretanto las voces humanas de los dos grandiosos coros proseguían y cantaban con indecible armonía: Soli Deo honor et gloria et triumphus alleluia, in aeternum, in aeternum!

Aquí me olvidé de mí mismo y no sé qué fue de mí.

Por la mañana a duras penas me podía levantar del lecho: apenas me daba cuenta de lo que hacia cuando me dirigí a celebrar la Santa Misas.

El pensamiento principal que me quedó grabado después de este sueño, fue el de dar a Monseñor Cagliero y a mis queridos misioneros una aviso de suma importancia relacionado con la suerte futura de nuestras Misiones:

---Todas las solicitudes de ¡os Salesianos y de las Hijas de María Auxiliadora han de encaminarse a promover vocaciones eclesiásticas y religiosas.

Cada vez que al contar este sueño repetía las palabras: ¡Viva! ¡Triunfo!, la voz de [San] Juan Don Bosco, como nos asegura Don Lemoyne, asumía un acento tan vibrante qué hacía temblar. Cuando al final nombró a su querido Monseñor Cagliero, suspendió por unos instantes la narración, un sollozo le truncó la palabra y sus ojos se llenaron de lágrimas.

Don Costamagna, al darle las graciosa Don Lemovne que le había enviado copia de éste y de otro sueño, le decía: «Diga también a [San] Juan Don Bosco que no obedeceremos las palabras que nos escribió en su última carta: "No crean todo lo que expresan mis sueños", pues nosotros, contentos de hacer la profesión de fe de Urbano VIII, creemos en las visiones de nuestro Padre, el cual, nunca lo olvidaré, me dijo un día:

—Entre tantas Congregaciones y Ordenes religiosas, tal vez la nuestra fue la que recibió con más frecuencia la palabra de Dios».

   


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