LUIS COLLE
SUEÑO 116.—AÑO DE 1881. PARTE IV
XVII
En París se le apareció por segunda vez, de allí a pocos días, en la iglesia de Santa Clotilde. Habiendo venido [San] Juan Don Bosco a celebrar en ella, intentaba inútilmente librarse de la multitud para hacer la acción de gracias. En la sacristía le asediaban por todas partes.
—Déjenme un momento —decía—, déjenme que rece al menos un Pater.
Pero nadie le hacía caso. Al ver esto el párroco lo llevó a un cuartito contiguo.
Apenas hubo entrado en él, aquél se iluminó de luz celestial y vio a Luis ir de una a otra parte sin hacer ruido.
—¡Oh, Luis!, —exclamó [San] Juan Don Bosco—. ¿Por qué paseas de esa manera sin decirme nada?
—No es tiempo de hablar, sino de rezar.
—¡Oh!, habíame; dime algo, como lo has hecho siempre.
—Tengo algo importante que comunicarle pero no ha llegado el tiempo de hacerlo todavía.
—Pues, es necesario que me hables. Tengo que ver a tus padres, ¿y qué consuelos les puedo proporcionar?
—Consuelos, los tendrán. Que continúen rezando, sirviendo a Dios y a la Virgen María. Yo estoy preparando la felicidad de entrambos.
—¡Rezar! Ya no hay necesidad de hacerlo por ti. Sabemos que eres feliz. ¿Por qué quieres que tus padres continúen hasta cansarse haciendo oración?
—Con la oración damos gloria a Dios.
—¿Por qué no haces una visita a tus padres que tanto te aman?
—¿Por qué quiere saber lo que Dios se ha reservado para sí?
Dicho esto desapareció. [San] Juan Don Bosco hizo resaltar que Luis permaneció todo el tiempo con la cabeza descubierta.
XVIII
En el año de 1883, en la noche del 30 de agosto, [San] Juan Don Bosco tuvo un gran sueño que reseñaremos a su tiempo. Le pareció encontrarse en una espaciosa sala entre numerosos amigos que habían pasado ya a la eternidad. Uno de ellos como de unos quince años, de celestial belleza y más resplandeciente que el sol, se le acercó: era Luis. En un viaje rapidísimo le hizo ver al [Santo] la herencia espiritual reservada a los Salesianos de América; los sudores y sangre con que fecundarían aquellas tierras y la prosperidad material de las mismas.
El 15 de octubre pidió a Don Lemoyne una copia para enviarla a Tolón. «Ten la bondad —le decía— de ultimar el sueño de América y envíamelo inmediatamente. El Conde Colle está deseoso de leerlo, pero lo quiere traducido al francés, lo que procuraré hacer inmediatamente».
Escribiendo después al Conde el 11 de febrero de 1884, le decía: «El viaje realizado por mí con nuestro querido Luis se explica cada vez más. En estos momentos parece que se haya convertido en el centro de todos los asuntos. Se habla, se escribe, se publica mucho para explicar y poner en práctica nuestros proyectos. Si el Señor nos concede la gracia de una entrevista, tendremos muchas cosas qué contarnos».
Es interesante lo que en 1884 le sucedió al [Santo] en
Orte.
Regresando de Roma el 14 de mayo, hubo de parar en aquella estación unas cuatro horas.
XIX
Era de noche; en la sala de espera intentó dormir en un sillón, pero no lo conseguía. Y he aquí que ve delante de sí a Luis mientras desaparecían de su vista todos los demás objetos. [San] Juan Don Bosco se levantó y fue a su encuentro diciéndole:
—¿Eres tú, Luis?
—¿No me conoce? ¿No se recuerda ya del viaje que hemos hecho juntos?
—¡Oh, sí, me recuerdo muy bien! ¿Pero cómo se podrán realizar todas aquellas cosas? Yo estoy cansado y mi salud va de mal en peor.
—¿Su salud va mal? No es cierto... Mañana me dará la respuesta. La visión desapareció á la hora de la partida.
El día siguiente era el primero de la novena a María Auxiliadora. [San] Juan Don Bosco, que desde su regreso de Francia había ido siempre de mal en peor, experimentó improvisadamente una sensible mejoría, que de día en día se fue acentuando.
Cuando salió de la estación de Orte, eran las dos de la madrugada. Don Lemoyne, que acompañaba a [San] Juan Don Bosco, quedó impresionado al ver en su manera de proceder algo fuera de lo ordinario. En efecto, habiéndose encontrado con el jefe del tren que le invitaba a subir al coche, le dijo:
—¿Sabe quién soy yo?
—No lo sé replicó aquél.
—Soy [San] Juan Don Bosco.
—¿Y qué?
—Soy [San] Juan Don Bosco, de Turín.
El diálogo quedó interrumpido, porque el tren se puso en marcha.
En estas palabras y en la manera de proferirlas se adivinaba algo de singular, que Don Lemoyne no había advertido jamás en él; por lo que buscando una explicación e ignorando lo sucedido, llegó a hacer mil suposiciones, no comprobadas ni por él ni por nadie. El hecho de esta aparición fue narrado por el [Santo] a los esposos Colle el 1 de junio de 1885 en Turín.
Un segundo sueño, que tuvo el 1 de febrero de 1885, hizo ver a [San] Juan Don Bosco el porvenir de sus Misiones.
El 10 de agosto el [Santo] escribía al Conde:
XX
Nuestro amigo Luis me condujo a dar un paseo por Centro América, tierra de Cam, la llamaba él, y por las tierras de Arfaxad o de la China. Si Dios nos concede que nos veamos hablaremos largamente.
Esto nos aclara quién fuese el personaje que en cierto momento se le puso al lado, cuando desde América se encontró de pronto trasladado a África, de cuyo personaje había dicho al narrar el sueño: «Yo reconocí en él a mi intérprete».
Del mismo sueño encontramos también una alusión en otra carta fechada el 15 de enero de 1886: «Recibirán noticias —dice el [Santo]— del paseo realizado por la China con nuestro Luis. Cuando Dios nos conceda la gracia de encontrarnos juntos, tendremos muchas cosas que decirnos». De cuanto precede se deduce que en junio de 1885, no había dicho aún nada a los Condes Colle.
La última aparición de la cual hayamos tenido noticias tuvo lugar en la noche del 10 de marzo de 1885.
XXI
[San] Juan Don Bosco insistía a Luis para que le dijese alguna palabra y éste le respondió:
—En la sacristía de la Catedral de Tolón Vos rezasteis para que yo sanase.
—Sí, pedí por tu curación.
—Pues bien, fue mejor que yo no sanase.
—¿Cómo es posible? Habrías hecho muchas obras buenas, habrías proporcionado muchos consuelos a tus padres, te habrías dedicado enteramente a glorificar a Dios...
—¿Está seguro de ello? Vos mismo ha pronunciado una sentencia amarga para mí, amarga para mis padres; pero fue por mi bien. Cuando Vos pedisteis por mi salud, la Santísima Virgen decía a Nuestro Señor Jesucristo: Ahora es mi hijo; me lo quiero llevar ahora que es mío.
—¿Cuándo nos debemos preparar para ir al cielo?
—Se acerca el momento en el que le daré la explicación que desea.
[San] Juan Don Bosco contó a los Condes todo esto en la galería junto a su habitación el 1 de junio de 1885, vigilia aquel año de la festividad de María Auxiliadora. Terminado su relato, observó:
—Indecible era la belleza de los ornamentos que cubrían la persona de nuestro querido Luis. Solamente la corona que le ceñía la frente, habría requerido no días o meses, sino años para examinarla detenidamente, tal variedad de adornos ofrecía a la vista, haciéndose cada vez más brillante y haciéndose mayor a medida que se la contemplaba.
Los padres, antes de conocer todas las cosas sucedidas después del mes de marzo de 1883 y que les fueron contadas en el 1885, no estaban muy tranquilos sobre la suerte del hijo, por lo cual pedían a [San] Juan Don Bosco hiciese oraciones especiales en sufragio del alma del difunto. El [Santo] les respondió una vez:
—He comenzado ya la novena de Misas, comuniones, oraciones especiales por nuestro Luis, que creo se reirá de nosotros, porque rezamos por él para sufragar su alma, cuando, en realidad, es ya nuestro protector en el paraíso y continuará protegiéndonos hasta que nos acoja en la felicidad eterna.
La Condesa, al cerrar sus apuntes, anotaba: «Al confiar a dos corazones afligidos para su mayor consuelo estas sus comunicaciones con el mundo sobrenatural, [San] Juan Don Bosco parecía tan feliz que llegaba a decir que veía la Jerusalén celestial. La emoción le vencía y sus ojos se llenaban de lágrimas cuando repetía las acciones de gracias que Luis daba a Dios en el cielo».