LUIS COLLE
SUEÑO 116.—AÑO DE 1881. PARTE III
XI
Una vez entre [San] Juan Don Bosco y Luis se entabló este interesante diálogo:
—Mi querido Luis, ¿eres feliz?
—Felicísimo.
—¿Estás muerto o vivo?
—Estoy vivo.
—Y, sin embargo, has muerto.
—Mi cuerpo fue sepultado, pero yo estoy vivo.
—Pero ¿no es tu cuerpo lo que veo ?
—No es mi cuerpo, no.
—¿Es tu espíritu?
—No es mi espíritu.
—¿Es tu alma?
—No es mi alma.
—¿Qué es, pues, lo que veo?
—Es mi sombra.
—Pero ¿una sombra cómo puede hablar?
—Porque Dios lo permite.
—¿Y tu alma, dónde está?
—Mi alma está junto a Dios, está en Dios y Vos no la podéis ver.
—¿Y tú cómo nos puedes ver a nosotros?
—En Dios se ven todas las cosas; el pasado, el presente, el futuro, como en un espejo.
—¿Qué haces en el cielo?
—En el cielo repito siempre: ¡Gloria a Dios! ¡Sean dadas gracias a Dios! Gracias a Aquel que nos ha creado; a Aquel que es el dueño de la vida y de la muerte. ¡Gracias! ¡Alabanzas! ¡Alleluia! ¡Alleluia!
—¿Y tus padres? ¿Qué me dices para ellos?
—Que pido por ellos continuamente y así les correspondo. Los espero aquí en el Paraíso.
XII
En una nueva aparición, [San] Juan Don Bosco le preguntó nuevamente sobre el asunto de la sombra.
—Me has dicho que yo veo solamente tu sombra, porque tu alma está en Dios. ¿Cómo puede tener una sombra apariencia de cuerpo vivo?
—Pronto lo verás; presto lo podrás comprobar— respondió.
[San] Juan Don Bosco estuvo esperando esta prueba.
Algún tiempo después, como él contó, se le apareció una noche el difunto párroco de Castelnuovo, paseando bajo los pórticos del Oratorio. Parecía muy saludable y contento.
—¡Oh, señor párroco!, exclamó [San] Juan Don Bosco—.
¿Vos aquí? ¿Cómo está?
—Soy feliz, felicísimo. Pasee conmigo.
—¿No desea nada?
—En el cielo tiene uno todo cuanto desea. Pero pasee: vamos hablar.
—¿Me reconoce bien?
—¡Oh, maravillosamente!
—Míreme atentamente. ¿No ve que estoy en plena juventud y lleno de la más perfecta alegría?
—Sí, señor párroco, es Vos, no lo puedo poner en duda.
Después de haber paseado un rato, como solían hacer en otro tiempo el aparecido le dijo:
—¿Qué?, ¿ha aprendido la lección?
Y al decir esto desapareció.
Entonces [San] Juan Don Bosco comprendió que Luis se las había entendido con aquel sacerdote. Y después de contar esto, dijo a los señores Colle:
—Semejantes favores son tan extraordinarios, que aterran por la responsabilidad que recae sobre quien tiene la obligación de corresponder a tantas gracias.
Durante el viaje del [Santo] por Francia, en 1883, las apariciones se multiplicaron.
XIII
La dominica de Laetare, cuatro de marzo, desde las cuatro a las seis de la tarde, en el trayecto de Cannes a Tolón, Luis le hizo compañía en el tren desde la primera a la última estación. Le hablaba en latín, alabando las grandezas de las obras de Dios: Entre otras cosas le llamó la atención sobre las nebulosas y le dio lecciones de astronomía, para él completamente nuevas.
—Si tuviese que ir —le dijo— en tren de la tierra al sol, se emplearían no menos de trescientos cincuenta años. Y para llegar a la parte opuesta de este astro, habría que recorrer una distancia igual; empleándose en todo setecientos años. Ahora bien, cada nebulosa es cincuenta millones veces mayor que el sol y su luz para llegar a la tierra tarda diez millones de años. La luz del sol recorre trescientos cincuenta mil kilómetros por segundo...
Al llegar aquí, viendo que continuaba con semejantes cálculos astronómicos:
¡Basta, basta!, —le dijo el [Santo]—. Mi mente no te puede seguir. Me canso tanto que no puedo resistir.
—Y con todo, este es solamente el principio de la grandeza de las obras de Dios.
—¿Cómo es que estás en el cielo y aquí?
—Más veloz que la luz y con la rapidez del pensamiento puedo llegar aquí, a la casa de mis padres y a cualquier otro lugar.
XIV
Algunos días después en Hyéres, durante la Misa, he aquí que se le aparece nuevamente Luis.
—¿Qué hay de nuevo, Luis? Le preguntó [San] Juan Don Bosco.
Luis le señaló una región de América del Sur, donde era necesario enviar Misioneros y le mostró en las Cordilleras las fuentes del Chubut.
—Ahora —le dijo [San] Juan Don Bosco— déjame decir Misa. De otra manera las distracciones no me dejarán proseguir.
—Es necesario —continuó Luis-— que los niños comulguen con frecuencia. Debes admitirlos muy pronto a la santa comunión. Dios quiere que se alimenten de la Sagrada Eucaristía.
—Pero ¿cómo se les va a dar la comunión cuando son tan pequeños?
—Cuando tienen cuatro o cinco años se les debe enseñar la Hostia Santa y a que recen con la vista fija en Ella; esto será una especie de comunión. Los niños deben estar convencidos de tres cosas: de que han de amar a Dios, de que han de comulgar frecuentemente y de que han de profesar una sincera devoción al Sagrado Corazón de Jesús. Pero esta última encierra las otras dos primeras.
XV
En una visión precedente Luis le había señalado un pozo en medio del mar, diciendo:
—Mire aquel pozo. Las aguas del mar penetran en él continuamente y el mar no disminuye nunca. Lo mismo sucede con las gracias contenidas en el Sagrado Corazón de Jesús. Es fácil recibirlas: basta con pedírselas.
XVI
En abril del mismo año celebraba la Misa en París en la iglesia de Nuestra Señora de las Victorias. Luis se le apareció, mientras el [Santo] distribuía la Comunión. Lo vio, como siempre, circundado de gloria y llevando al pecho un collar de diversos colores, blanco, negro, rojo; pero además de estos tres había otros innumerables que no se podrían describir, La impresión subitánea experimentada por [San] Juan Don Bosco le detuvo la mano impidiéndole continuar distribuyendo las formas. Los coadjutores de la iglesia, creyendo que fuese cansancio, comenzaron a dar ellos la Comunión.
El [Santo] dijo a Luis:
—¿Cómo es que estás aquí? ¿Por qué has venido mientras doy la Comunión? ¿Ves cómo he quedado perplejo?
—Esta es —respondió— la casa de las gracias y de las bendiciones.
—Pero ¿dónde están los demás? No veo a nadie. ¿Qué debo hacer?
—Distribuya la Santa Comunión.
—¿Dónde están los que estaban al pie del altar?
—Distribuya la Sagrada Comunión. He ahí a los que quería ver.
Luis entonces desapareció y [San] Juan Don Bosco se encontró en el altar terminando la Misa.
[Contínua parte II]