48- Juan y Santiago refieren a Pedro 
               su encuentro con el Mesías              
            
             Una  serenísima aurora sobre el Mar de Galilea. Cielo y agua presentan destellos  rosáceos, poco diferentes de los que  esplandecen  tenues entre los muros de los pequeños huertos del pueblecito lacustre, huertos  desde los que se alzan y se asoman, volcándose casi sobre las callecitas, copas  despeinadas y vaporosas de árboles frutales.
             El  pueblecito comienza a despertarse, con alguna mujer que va a la fuente o a una  pila a lavar y algunos pescadores que descargan las cestas de pescado y, con  vocerío, contratan con mercaderes venidos de fuera, o llevan pescado a sus  casas. He dicho pueblecito, pero no es tan pequeño; es, más bien, humilde (al  menos por el lado que estoy viendo); pero es vasto,               dilatado  en su mayor parte a lo largo del lago.
             Juan  sale de una callecita y va presuroso hacia el lago. Santiago le sigue, pero con  mucha más calma. Juan mira las barcas que han llegado ya a la orilla, pero no  ve la que busca. Sí la ve a todavía algunos cientos de metros de la orilla,  ocupada en las maniobras para regresar; y grita fuerte con las manos en la boca  un prolongado «¡o-e!», que debe ser el reclamo usado. Y               luego,  cuando ve que le han oído, agita los brazos con llamativos gestos que indican:  « ¡Venid, venid!».
             
             Los  hombres de la barca, imaginándose quién sabe qué, agarran los remos y la hacen  avanzar más deprisa que con la vela (de hecho la amainan, quizás para agilizar  la operación). Llegados a unos diez metros de la orilla, Juan no aguarda más. Se  quita el manto y la túnica larga, las arroja al arenal, se quita las sandalias,  se arremanga la segunda prenda, casi a la altura de la               ingle,  sujetándola con una mano, se mete en el agua, y va al encuentro de los que  llegan.
               
               -¿Por  qué no habéis venido, vosotros dos? - pregunta Andrés. Pedro, con gesto de  malhumor, no dice nada.
             -  Y tú, ¿por qué no has venido conmigo y con Santiago? - le responde Juan a  Andrés.
               
               -  He ido a pescar. No tengo tiempo que perder. Tú has desaparecido con ese  hombre...
               
               -  Te había sugerido claramente que vinieras. Es Él en persona. ¡Si vieras qué  palabras!... Hemos estado con Él todo el día y por la noche hasta tarde. Ahora  hemos venido a deciros: "Venid". 
             -¿Es  Él? ¿Estás completamente seguro? Apenas si le vimos entonces, cuando nos le  mostró el Bautista.
               
               -  Es Él. No lo ha negado.
               -  Cualquiera puede decir lo que le viene bien para imponerse a los crédulos. No  es la primera vez... - murmura Pedro malhumorado.
               
               -¡Oh,  Simón, no hables así! ¡Es el Mesías! ¡Sabe todo! ¡Te oye! - Juan está dolorido  y consternado por las palabras de Simón Pedro.
               
               -¡Ya!  ¡El Mesías! ¡Y se manifiesta precisamente a ti, a Santiago y a Andrés! ¡Tres  pobres ignorantes! ¡Requerirá algo muy distinto el Mesías! ¡Y me oye! ¡Pobre  muchacho! Los primeros soles de primavera te han hecho daño. ¡Venga, ven a  trabajar!
               
               Será  mejor. Y déjate de fábulas.
               
               -  Te digo que es el Mesías. Juan decía cosas santas, pero éste habla como Dios.  No puede, si no es el Cristo, decir semejantes palabras.
               
               -  Simón, yo no soy un muchacho. Tengo mis años y soy — lo sabes — reflexivo y de  carácter sosegado. He hablado poco, pero he escuchado mucho durante estas horas  que hemos estado con el Cordero de Dios, y te digo que verdaderamente no puede  ser sino el Mesías. ¿Por qué no creer? ¿Por qué no querer creerlo? Tú lo puedes  hacer porque no lo has escuchado.
               
               Pero  yo creo. ¿Que somos pobres e ignorantes?: Él bien dice que ha venido para  anunciar la Buena Nueva  del Reino de Dios, del Reino de Paz, a los pobres, a los humildes, a los  pequeños, antes que a los grandes. Ha dicho: "Los grandes tienen ya sus  delicias,               no  envidiables respecto a las que Yo vengo a traer. Los grandes ya tienen la forma  de llegar a comprender por la sola eficacia de la cultura. Mas Yo vengo a los  'pequeños' de Israel y del mundo, a los que lloran y esperan, a los que buscan la Luz y tienen hambre del  verdadero Maná, y no reciben de los doctos luz y alimento, sino solamente peso,  oscuridad, cadenas y desprecio. Y llamo a los 'pequeños'. Yo he venido a  invertir el orden del mundo. Porque quitaré valor a lo que ahora se considera  grande y se lo daré a lo que ahora se desprecia. Quien quiera verdad y paz,  quien quiera vida eterna, venga a mí. Quien ama la Luz, venga.
               Yo  soy la Luz del  mundo". ¿No se ha expresado así, Juan? - Santiago ha hablado de forma  serena pero conmovida. 
             -Sí.  Y ha dicho: "El mundo no me amará. No me amará la alta sociedad, porque  está corrompida con vicios e idólatra comercio. El mundo, más aún, no me  querrá, porque siendo hijo de la   Tiniebla no ama la Luz. Pero la Tierra no está hecha sólo de alta sociedad. En  ella están también los que, a pesar de encontrarse mezclados con el mundo, no  son del mundo, y también algunos que son del mundo porque han quedado apresados  en él como peces en la red"; se ha expresado así porque hablábamos en la  orilla del lago y aludía a las redes que arrastraban con peces hasta la orilla.  Ha dicho incluso: 
               
               "Ved. Ninguno de esos peces quería caer en la red.  Asimismo, los hombres, intencionalmente, no querrían caer en manos de Satanás, ni  siquiera los más malvados, porque éstos, por la soberbia que los ciega, no  creen no tener derecho a hacer lo que hacen; su verdadero pecado es la  soberbia, sobre él nacen todos los demás. Menos aún, entonces, quienes no son  completamente malvados quisieran ser de Satanás, pero van a parar a él por  ligereza y por un peso (la culpa de Adán) que los arrastra al fondo.
             Yo  he venido a quitar esa culpa y a dar, en espera de la hora de la Redención, una fuerza  tal a quienes crean en mí, que será capaz de liberarlos del lazo que los tiene  sujetos y de hacerlos libres para seguirme a mí, Luz del mundo".
             -  Entonces, si es eso exactamente lo que ha dicho, hay que ir donde Él  enseguida». — Pedro, con sus impulsos tan genuinos que tanto me gustan, ha  tomado enseguida una decisión y ya se pone manos a la obra dándose prisa en  ultimar las operaciones de descarga, porque, entre tanto, la barca ha llegado  ya a la orilla y los peones casi la han sacado ya a lo seco,               descargando  redes, cuerdas y velamen.
               
               -  Y tú, Andrés, necio, ¿por qué no has ido con éstos?.
               
               -¡Pero...  Simón! Me has reprendido porque no los había convencido de venir conmigo...  Toda la noche has estado refunfuñando ¡¿y ahora me echas en cara el no haber  ido?!....
               
               -  Tienes razón... Pero yo no lo había visto... tú sí... y deberías haberte dado  cuenta que no es como nosotros... ¡Algo especial tendrá!....
             -¡Oh!,  sí — dice Juan —. ¡Tiene un rostro..., y unos ojos...! ¡¿Verdad, Santiago, qué  ojos?! ¡Y una voz...! ¡Ah, qué voz!
               
               Cuando  habla te parece soñar con el Paraíso.
               -¡Rápido!,  ¡rápido!, vamos donde Él. Vosotros — habla a los peones — llevad todo a Zebedeo  y decidle que se encargue él de ello. Nosotros volveremos esta noche para  pescar».
               
               Se  visten de forma adecuada todos y se encaminan. Pero Pedro, después de algunos  metros, se detiene, coge a Juan  por un  brazo, y pregunta:
               
               -  Has dicho que sabe todo y que oye todo....
               
               -  Sí. Imagínate que cuando nosotros, viendo la Luna alta, dijimos: "¿Quién sabe lo que  estará haciendo Simón?", Él contestó: "Está echando la red y no sabe  resignarse a tener que estar haciéndolo solo, porque vosotros no habéis salido  con la barca gemela en una noche tan buena como ésta para pescar... No sabe que  dentro de poco ya no pescará sino con otras redes y no conseguirá sino otros  peces".
               
               -¡Misericordia  divina! ¡Es exactamente así! Entonces, habrá oído también... también que lo he  llamado poco menos que mentiroso... No puedo ir a Él.
               
               -¡Oh!,  es muy bueno. Ciertamente sabe que has pensado de esa forma. Ya lo sabía.  Efectivamente, cuando lo dejamos, diciendo que veníamos aquí, adonde tú  estabas, respondió:
               
               "Id, pero no os dejéis vencer por las primeras  palabras de burla.
               
               Quien  quiera venir conmigo debe saber no dejarse avasallar por los escarnios del  mundo y por las prohibiciones de los parientes; porque Yo estoy por encima de  la sangre y de la sociedad, y sobre ellos triunfo. Y quien esté conmigo  triunfará eternamente". Y añadió: "Sabed hablar sin miedo. Quien os  va a oír vendrá, porque es hombre de buena voluntad".
               
               -¿Ha  dicho eso? Entonces voy. Habla, habla más de Él mientras vamos. ¿Dónde está?
               -  En una casa pobre; deben de ser personas amigas suyas.
               -¿Pero  es pobre?
               -  Un obrero de Nazaret. Así dijo.
               -  Y ¿cómo vive ahora, si ya no trabaja?.
               -  No lo hemos preguntado. Quizá le ayudan los parientes.
               -  Sería mejor llevar algo de pescado, pan, o fruta..., algo. ¡Vamos a consultar a  un rabí — porque es como un rabí, y más que un rabí — con las manos vacías!...  Nuestros rabinos no quieren que se actúe así....
             -  Pero Él quiere. No teníamos más que veinte denarios entre yo y Santiago, y se  los ofrecimos, como es costumbre para con los rabinos. No los quería, pero ya  que insistíamos, dijo: "Dios os lo pague en bendiciones de los pobres.  Venid conmigo". Y enseguida los distribuyó entre algunos pobres que Él sabía  dónde vivían; y a nosotros, que preguntábamos: 
               
               "Y para ti, Maestro, ¿no  guardas nada?", nos respondió: "La alegría de hacer la voluntad de  Dios y de servir a su gloria". Dijimos también: 
               
               "Tú nos llamas,  Maestro, pero nosotros somos todos pobres. ¿Qué debemos traerte?".  Respondió con una sonrisa que realmente hace saborear el Paraíso: "Un gran  tesoro quiero de vosotros"; y nosotros: "¿Y si no tenemos  nada?"; y Él: 
               
               "Tenéis un tesoro que tiene siete nombres y que incluso  el más mísero puede poseer y el rey más rico no; lo tenéis y lo quiero. Oíd sus  nombres: caridad, fe, buena voluntad, recta intención, continencia, sinceridad,  espíritu de sacrificio. Esto quiero Yo de quien me sigue, esto sólo, y en vosotros  existe, duerme como la semilla bajo los terrones invernales, pero el sol de mi  primavera la hará nacer como espiga septenaria"  Eso dijo.
               
               -¡Ah!,  esto me asegura que es el Rabí verdadero, el Mesías prometido. No es duro para  con los pobres, no pide dinero...
             Es  suficiente para llamarle el Santo de Dios. Vamos con toda confianza.
             Y  todo termina.