|  | EL EVANGELIOCOMO ME HA SIDO REVELADO
 
 
   Autor: María Valtorta 
 « PARTE 2 de 7 »
PRIMER AÑO DE LAVIDA PUBLICA DE JESUS
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 44. Adiós a la Madrey salida de Nazaret.
 Llanto y oración de la Corredentora.
 45. Predicación de Juan el Bautista y Bautismo de Jesús. La manifestación divina.
 46. Jesús tentado por Satanás en el desierto. Cómo se vencen las tentaciones.  47. El encuentro con Juan y Santiago.   48. Juan y Santiago refieren a Pedro su encuentro con el Mesías.  49. El encuentro con Pedro y Andrés después de un
 discurso en la sinagoga
 50. En Betsaida, en casa de Pedro. Encuentro con Felipe y Natanael.
 51. María manda a Judas Tadeo a invitar a Jesús a las bodas de Cana.
 52. Las bodas de Caná. El Hijo, no sujeto ya a la Madre, lleva a cabo para Ella el primer milagro.  53. Los mercaderes expulsados del Templo.  54. El encuentro con Judas de Keriot y con Tomás. Simón Zelote curado de la lepra.  55. Un encargo confiadoa Tomás.
 56. Simón Zelote y Judas Tadeo unidos en común destino.  57. En Nazaret con Judas Tadeoy con otros seis discípulos.
 58. Curación de un ciego en Cafarnaúm.  59. Curación de un endemoniado en la sinagoga de Cafarnaúm.  60. Curación de la suegra de Simón Pedro.  61. Jesús agracia a los pobres después de exponer la parábola del caballo amado por el rey.  62. Los discípulos buscan a Jesús, que está orando en la noche.  63. El leproso curado cerca de Corazín.
 64. El paralítico curado en Cafarnaúm.  65. La pesca milagrosa y la elección de los primeros cuatro apóstoles.
 66. Judas de Keriot enGetsemaní se hace discípulo.
 67. El  milagro de los puñales partidos, en la Puerta de los Peces.  68. Jesús  enseña en el Templo estando con Judas Iscariote.  69. Jesús instruye a Judas Iscariote.  70. En Getsemaní con Juan de Zebedeo. Comparación entre el Predilecto y Judas de Keriot.  71. Judas Iscariote presentadoa Juan y a Simón Zelote.
 72. Hacia Belén con Juan, Simón Zelote y Judas Iscariote.  73. En Belén, en casa de un campesino y en la gruta de la Natividad.
 74. En la posada de Belén y en las ruinas de la casa de Ana.  75. Jesús  encuentraa los pastores Elías y Leví.
 76. En Yuttá, en casa del pastor Isaac. Sara y sus niños.  77. En Hebrón en casa de Zacarías. El encuentro con Áglae.  78. En  Keriot. Muertedel anciano Saúl.
 79. Volviendo donde los pastores.  80. En el monte del ayunoy en la peña de la tentación.
 81. En el vado del Jordán con los pastores Simeón, Juan y Matías. Un plan para liberar a Juan el Bautista.
 82. En Jericó. Judas Iscariote cuenta cómo ha vendido las joyas de Áglae.
 83. Jesús  sufre a causa de Judas, que es enseñanza viva para los apóstoles de todos los  tiempos.  84. El  encuentro con Lázaro de Betania.
 85. Antes de ir al Getsemaní, Jesús y el Zelote suben al Templo, donde está hablando Judas Iscariote.  86. El encuentro con el soldado Alejandro en la Puertade los Peces.
 87. Con pastores y discípulos en las cercanías de Doco.Isaac se queda en Judea.
 88. Donde el pastor Jonás, en la llanura de Esdrelón.  89. Adiós a Jonás y llegada de Jesús a Nazaret.  90. La  llegada a Nazaret de los discípulos con los pastores.  91. Primera lección a los discípulos en Nazaret, en un olivar.
 92. Segunda lección a los discípulos en Nazaret, junto a la casa.
 93. Tercera lección a los discípulos en Nazaret, en el huerto de la casa. Palabras de consuelo a Judas de Alfeo.  94. Curación de la Beldad de Corazín. Jesús habla en la sinagoga de Cafarnaúm.  95. Santiago de Alfeo recibido como discípulo. Jesús habla junto al banco de Mateo.  96. Jesús responde a la acusación de haber curado en sábado a la Beldad de Corazín.  97. La llamada de Mateo.  98. Encuentro con la Magdalena en el lago y lección a los discípulos cerca de Tiberíades.  99. En Tiberíadesen la casa de Cusa.
 100. En Nazaret en casa del anciano y enfermo Alfeo. No es fácil la vida del apóstol.
 101. Jesús pregunta a su Madre acerca de los discípulos.  102. Encuentro con el ex pastor Jonatán y curaciónde Juana  de Cusa.
 103. En los  altos del Líbano, donde los pastoresBenjamín y Daniel.
 104. Aava  reconciliada con su marido. Noticias sobre la muerte de Alfeo
 y sobre 
  el  rescate de Jonás.
 105. Los demás  hablan bajo para no turbar su dolor.  106. Expulsión de Nazaret. Jesús consuela a su Madre. Reflexiones sobre cuatro contemplaciones.  107. Jesús y  su Madre en casa de Juana de Cusa.
 108. Discurso a los vendimiadores y curación del niño paralítico.
 109. En los campos de Jocanán y en los de Doras. Muerte de Jonás.  110. En casa de Jacob en las cercanías del lago Merón.  111. Encuentro con Salomón en el vado del Jordán. Parábola sobre la conversión de los corazones.  112. De Jericó a Betania. El encuentro con Marta,
 que habla de María.
 113. Regreso a Betania después de la fiesta de los Tabernáculos.  114. En el convite de José de Arimatea. Encuentro con  Gamaliel y Nicodemo.
 115. Curación del niño arrollado por el caballo de Alejandro.Jesús expulsado del Templo.
 116. En Getsemaní con Jesús, los discípulos hablan de los paganos y de la "velada".El coloquio con Nicodemo.
 117. Lázaro  pone a disposición de Jesús una casita en el llano de Agua Especiosa.
 118. Comienzo de vida comúnen Agua Especiosa.
 Discurso  de apertura.
 119.  Los discursos en Agua Especiosa, Parte 1: Yo soy el Señor tu Dios. Jesús bautiza como Juan.  120. Los discursos en Agua Especiosa, Parte 2 : Yo soy el Señor tu Dios. Jesús bautiza como Juan.  121. Los discursos en Agua Especiosa: No profieras en vano mi Nombre. La visita de Manahén.  122. Los discursos en Agua Especiosa: Honra a tu padrey a tu madre. Curación de un deficiente mental.
 123. Los discursos en Agua Especiosa: No fornicarás. La afrenta de cinco hombres notables.  124. Se da alojamiento a la "velada" en la casita de Agua Especiosa.  125. Los discursos en Agua Especiosa: Santifica las fiestas. El niño de las piernas fracturadas.  126. Los discursos en Agua Especiosa: No matarás. Muerte de Doras.
 127. Los discursos en Agua Especiosa: No tentarás al Señor tu Dios. Testimoniode Juan el Bautista.
 128. Los discursos en Agua Especiosa: No desearás la mujer del prójimo. El joven lujurioso.  129. La  curación, en Agua Especiosa, de un romano endemoniado.  130. Los discursos en Agua Especiosa: No dirás falsos testimonios. El pequeño Asrael.  131. Los discursos en Agua Especiosa: No robes y no desees los bienes ajenos. El pecado de Herodes.  132. Discurso de conclusión, en Agua Especiosa, antes de la fiesta de la Purificación.  133. El trabajo oculto de Andrés. Una carta a Jesús de su Madre. Jesús debe dejar Agua Especiosa.  134. La  curación de Jerusaen Doco.
 135. Llegada a Betania. La Magdalena escucha el discurso de Jesús.
 136. En la fiesta de las Encenias, en casa de Lázaro, se hace memoria del nacimiento de Jesús.  137. Jesús regresa a Agua Especiosa, pero debeabandonar el  lugar.
 138. Despedida del encargado de Agua Especiosa, y del arquisinagogo Timoneo, que se hace discípulo.  139. En los  montes de las cercanías de Emaús. El carácter de Judas Iscariote y las  cualidades de los buenos.  140. En Emaús, en casa del arquisinagogo Cleofás. Un caso de incesto. Fin del primer año.      | 
      
      
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             114- En el convite de José de Arimatea.Encuentro con  Gamaliel y Nicodemo
 Arimatea  es todavía montañosa. No sé por qué me la imaginaba llana. En realidad está  entre montes que van decreciendo hacia el llano fértil que en ciertas vueltas  del camino aparece a occidente, para difuminarse en el horizonte, en esta mañana  de Noviembre, en medio de una niebla baja que parece una extensión de agua sin  límite.
 
 Jesús  está con Simón y Tomás. No tiene otros apóstoles consigo. Tengo la impresión de  que valora sabiamente los efectos de los tipos de personas con que debe tratar,  llevando consigo, según los distintos ambientes, a aquellos que pueden ser  aceptados sin crear demasiado contraste en el huésped de que se trate. Estos  judíos deben ser más... susceptibles que mujercitas  románticas...
 Oigo  que están hablando de José de Arimatea. Tomás, que quizás lo conoce muy bien,  señala las posesiones de éste - vastas y valiosas- que se extienden por la  montaña, especialmente por la parte de Jerusalén, siguiendo el camino que desde  la capital viene hacia Arimatea y une después este lugar con Joppe. Oigo que  hablan de esto, y que Tomás hace un canto también a las tierras que José posee  a lo largo de los caminos de la llanura.
 -¡Al  menos aquí no se trata como animales a los hombres! ¡Oh.... ese Doras! - dice  Simón.
 
 Efectivamente,  aquí los trabajadores están bien nutridos y bien vestidos, y reflejan ese algo  que expresa satisfacción, propio de quien se encuentra a gusto. Los  trabajadores saludan respetuosamente: naturalmente ya saben quién es el que va  por los campos de Arimatea hacia la casa de su patrón; saben quién es ese  Hombre alto y apuesto, y, observándolo, hacen comentarios en voz baja.
 En  el punto en que ya se ve la casa, hay un servidor de José, que se postra y  pregunta:
 -¿Eres  Tú el Rabí esperado?
 
 -Soy  Yo - responde Jesús.
 El  hombre se despide con profundo respeto y se marcha corriendo para avisar a su  patrón.
 
 Efectivamente,  no ha llegado aún Jesús al límite de la casa - circundada completamente por un  alto seto de plantas de hoja perenne, que sustituye, en ésta, a la alta pared  que tiene la casa de Lázaro, y que la aísla de la calle, pero que no es más que  una continuación del jardín que rodea la casa, muy poblado de árboles, y ahora  también muy desnudo de hojas -, no ha llegado aún, cuando José de Arimatea,  vistiendo amplios indumentos de franjas, le sale al encuentro y se inclina  reverentemente con las manos cruzadas sobre el pecho. No es el saludo humilde  de quien reconoce en Jesús el Dios hecho Carne y que hace acto de
 sumisión  postrándose, besando sus pies y la orla de la túnica; no es esto, pero, de  todas formas, es un saludo de profundo  respeto.  Jesús, igualmente, se inclina y da su saludo de paz.
 -Entra,  Maestro. Me haces feliz aceptando la invitación. No esperaba en ti tanta  condescendencia.
 -¿Por  qué? Voy también a casa de Lázaro y...
 -Lázaro  es amigo tuyo... yo soy un desconocido.
 -Eres  un alma que busca la   Verdad. La Verdad, por tanto, no te rechaza.
 
 -¿Tú  eres la Verdad?
 -Yo  soy Camino, Vida y Verdad. Quien me ame y me siga tendrá en sí el Camino  cierto, la Vida  beata, y conocerá a Dios,
               porque  Dios además de ser Amor y Justicia, es Verdad.
 
 -Eres  un gran Doctor. Toda palabra tuya espira sabiduría.
 Luego  se vuelve a Simón:
 
 -Me  alegro de que tú también tornes, después de tanta ausencia, a mi casa.
 -No  he estado ausente por propia voluntad. Tú sabes cuál fue mi suerte y cuántas  lágrimas hubo en la vida del pequeño               Simón,  al que tu padre amaba.
 
 -Lo  sé. Y creo que no desconoces que jamás hubo en mi boca pa labra alguna que te  pudiera perjudicar.
 -Sé  todo. Mi fiel servidor me ha dicho que también a ti te debo el que me fueran  respetados los bienes. Que Dios te lo pague.
 
 -Yo  era algo en el Sanedrín, y lo usé esto para beneficiar, con justicia, a un  amigo de casa.
 -Muchos  eran los amigos de la mía, y muchos eran algo en el Sanedrín; pero, no tenían  tu justicia.
 -¿Y  éste, quién es? Me resulta conocido... pero no sé dónde...
 
 -Soy  Tomás, llamado Dídimo...
 -¡Ah,  eso es! ¿Vive aún tu anciano padre?
 -Vive.  En sus negocios, con mis hermanos. Yo lo he dejado por el Maestro. Pero él se  ha alegrado de ello.
 -Es  un verdadero israelita, y, puesto que ha creído que Jesús de Nazaret es el  Mesías, no puede sino sentirse feliz de que su hijo esté entre sus predilectos.
 Están  ya en el jardín, junto a la casa.
 
 -No  le he dejado a Lázaro que se marchara. Está en la biblioteca leyendo un  extracto de las últimas sesiones del Sanedrín. No quería detenerse porque... Sé  que ya sabes... Por eso no quería detenerse. Pero he dicho: "No. No es  justo que te avergüences de esa manera. En mi casa nadie te afrentará. Quédate.  Quien se aísla está solo contra todo un mundo. Y, dado que               el  mundo es más malo que bueno, al solo se le derriba y pisotea". ¿Es  correcto lo que he dicho?
 
 -Es  correcto lo que has dicho y has actuado bien - responde Jesús.
 -Maestro...  hoy va a estar aquí Nicodemo y... Gamaliel. ¿Te molesta?
 -¿Por  qué iba a sentirme molesto? Reconozco que es un hombre sabio.
 -Sí.  Deseaba verte y... y quería resistir firme en su posición. Ya sabes... ideas. Dice  que él ya ha visto al Mesías y que está esperando el signo que le prometió,  llegada la hora de su manifestación. Pero dice también que Tú eres "un  hombre de Dios".
 
 No  dice "el Hombre". Dice "un hombre de Dios". Sutilezas  rabínicas, ¿verdad? ¿No te sientes ofendido por ello, verdad?
 
 Jesús  responde:
 -Sutilezas.  Bien has dicho. Hay que dejarlos... Los mejores podarán por sí mismos todos los  inútiles ramojos que los hacen todo fronda y nada fruto; y vendrán a mí.
 
 -He  querido referirte sus palabras porque, sin duda, te las repetirá a ti. Es  auténtico - hace notar José.
 -Virtud  rara y que aprecio mucho - responde Jesús.
 -Sí.  Le he dicho también: "Pero, con el Maestro está Lázaro de Betania".  Se lo he dicho porque..., sí, en suma, por causa de su hermana. Pero Gamaliel  ha respondido:
 
 "¿Ella está presente? ¿No? ¿Y entonces? Del vestido que no  sigue en el fango el barro se desprende. Lázaro se lo ha sacudido de sí, y no  me contamina la túnica. Además, juzgo que si a su casa va un hombre de Dios,  puedo también tratarlo yo, doctor de la   Ley".
 
 -Gamaliel  juzga bien. Fariseo y doctor hasta la médula, pero todavía honesto y justo.
 
 -Me  alegra oírtelo decir. Maestro, mira, Lázaro.
 Lázaro  se inclina para besar la túnica de Jesús. Se siente dichoso de estar con Él,  pero también se ve claramente que, esperando a los convidados, está muy  agitado. Me es cierto que el pobre Lázaro, a sus conocidas torturas, conocidas  por los hombres por haber sido transmitidas por la historia, ha de añadir ésta  - desconocida y no meditada por la mayoría – del sufrimiento moral de ese  tremendo aguijón que supone el pensamiento: «¿Qué me dirá éste? ¿Qué piensa de  mí? ¿Cómo me considera? ¿Me herirá con palabras o mirada de desprecio?».  Aguijón éste que atormenta a todos aquellos que tienen alguna mancha en su  familia.
 Dentro  ya de la riquísima sala donde están dispuestas las mesas no esperan más que a  Gamaliel y Nicodemo, porque otros cuatro invitados han llegado ya. Oigo que los  presentan con los respectivos nombres de Félix, Juan, Simón y Cornelio.
 Se  produce un gran alboroto de servidores que acuden a la sala cuando llegan  Nicodemo y Gamaliel (el siempre  imponente  Gamaliel, con su espléndido indumento de nieve hilada, que endosa con  majestuosidad de rey). José, con toda premura, se dirige a su encuentro. El  saludo entre ambos es de una deferencia pomposa. También Jesús recibe un  reverente               saludo  y se inclina ante el gran rabino, que lo saluda así: «El Señor esté contigo»; a  lo que Jesús responde: «Y su paz sea siempre compañera tuya». Lázaro también se  inclina reverente, y así los demás.
 
 Gamaliel  toma asiento en el centro de la mesa, entre Jesús y José. Al lado de Jesús está  Lázaro; al lado de José, Nicodemo. Comienza la comida tras las preces rituales,  dirigidas por Gamaliel después de un intercambio de cortesías enteramente  oriental entre los tres principales personajes, o sea, Jesús, Gamaliel y José.
 
 Gamaliel  es hombre de porte muy digno, pero no es soberbio. Más que hablar, escucha. Se  ve que medita cada una de las palabras de Jesús, y frecuentemente lo mira con  sus profundos ojos oscuros y severos. Cuando Jesús calla por haberse agotado el  tema, es Gamaliel quien, con una oportuna pregunta, reanima las conversaciones.  Lázaro en un primer momento se encuentra un poco confuso, pero luego toma ánimos  y también habla.
 
 Alusiones  directas a la personalidad de Jesús no hay hasta casi terminada la comida. En  ese momento se enciende, entre el que se llamaba Félix y Lázaro - al cual luego  se une, apoyándole, Nicodemo y, en fin, el que se llamaba Juan -, una  discusión acerca de los milagros como prueba  a favor o en contra de un individuo. Jesús calla. De vez en cuando sonríe con  misteriosa sonrisa, pero calla.
 
 También Gamaliel calla. Tiene un codo apoyado
 sobre  el recostadero y la mirada intensamente fija en Jesús. Parece como si quisiera  descifrar alguna palabra sobrenatural incidida en la piel pálida y lisa del  rostro delgado de Jesús, rostro del que parece estar analizando cada una de las  fibras. Félix sostiene que la santidad de Juan es innegable, y de esta cierta e  indiscutible santidad deduce una consecuencia no favorable a Jesús Nazareno,  autor de muchos y conocidos milagros. Dice:
 
 -No es el milagro prueba de  santidad, porque no se ve en la vida del profeta Juan, y ninguno en Israel  lleva una vida               como  la suya: ni banquetes, ni amistades, ni comodidades; sí sufrimientos y  encarcelaciones por el honor de la   Ley; soledad, porque - sí - tiene discípulos, pero ni  siquiera con ellos convive, y encuentra culpas incluso en los más honestos, y a  todos alcanzan sus invectivas. Mientras que... la verdad es que el Maestro de  Nazaret, aquí presente, ha hecho milagros, es cierto, pero veo que aprecia como  los demás lo que la vida ofrece, y no rechaza amistades y - perdona si esto te  lo dice uno de los Ancianos del Sanedrín - se muestra demasiado dispuesto a  dar, en nombre de Dios, perdón y amor a pecadores públicos y anatematizados. No  deberías hacerlo, Jesús.
 
 Jesús  sonríe y guarda silencio. Lázaro responde por Él:
 
 -Nuestro  potente Señor es dueño de dirigir a sus siervos como quiere y a donde quiere. A  Moisés le concedió el milagro;               a  Aarón, su primer pontífice no se lo concedió. ¿Qué decir entonces? ¿Qué  conclusión sacas? ¿Más santo el uno que el otro?
 
 -Ciertamente»  responde Félix.
 -Entonces  el más santo es Jesús, que obra milagros.
 Félix  se encuentra desorientado, pero encuentra un punto donde agarrarse:
 
 -Aarón  había recibido ya el pontificado. Era suficiente.
 -No,  amigo - responde Nicodemo - El pontificado era una misión santa, pero no más  que una misión. No siempre y no todos los pontífices de Israel han sido santos;  lo cual no quita el que fueran pontífices aunque no fueran santos.
 -¡No  querrás decir que el Sumo Sacerdote es un hombre privado de gracia!..- exclama  Félix.
 -Félix...  no toquemos el fuego encendido. Yo, tú, Gamaliel, José, Nicodemo, todos,  sabemos muchas cosas... - dice el que lleva por nombre Juan.
 
 -¿Pero  qué dices?, ¿qué dices? ¡Gamaliel, interven!...». Félix está escandalizado.
 
 -Si  es justo, dirá la verdad que no quieres oír - dicen los tres que discuten  acaloradamente contra Félix.
 José  trata de poner paz. Jesús está callado, como también lo están Tomás, el Zelote,  y el otro Simón, amigo de José.
 Gamaliel  parece jugar con las franjas de su vestido, pero está mirando de abajo arriba a  Jesús.
 
 -¿No  hablas, Gamaliel? - grita Félix.
 -Sí.  Habla. Habla - dicen los tres.
 -Yo  digo que las debilidades de la familia se deben mantener celadas» responde  Gamaliel.
 
 -¡Eso  no es una respuesta! - grita Félix. ¡Parece como si confesaras que existen  culpas en casa del Pontífice!
 
 -Es  boca que dice verdad - replican los tres.
 Gamaliel  se pone derecho y se vuelve hacia Jesús:
 
 -Aquí  está el Maestro que eclipsa a los más doctos. Que dé su opinión.
 
 -Tú  lo deseas. Obedezco. Digo: el hombre es hombre; la misión va más allá del hombre;  pero el hombre, investido de una misión, es capaz de cumplirla como  superhombre cuando, por vivir una vida santa, tiene a Dios como amigo.
 
 Es Él  quien ha dicho: "Tú eres sacerdote según el orden que Yo he dado".  ¿Qué está escrito en el Racional:
 
 "Doctrina y Verdad". Esto deberían poseer  los pontífices.
 
 A la Doctrina  se llega con constante meditación, orientada a conocer al Sapientísimo; a la Verdad, con la fidelidad  absoluta al Bien. Quien se amanceba con el Mal entra en la Mentira y pierde Verdad.
 
 -¡Bien!  Has respondido como un gran rabino. Yo, Gamaliel, te lo digo. Me superas.
 
 -Que  explique entonces éste por qué Aarón no hizo milagros y Moisés sí - dice Félix  chillando.
 
 Jesús,  interpelado, responde solícito:
 
 -Porque  Moisés tenía que imponerse a la masa gris y pesada, e incluso contraria, de los  israelitas, y llegar a tener una autoridad moral sobre ellos que fuera capaz de  doblegarlos a la voluntad de Dios. El hombre es el eterno salvaje y el eterno
               niño.  Le impresiona lo que escapa a las reglas. Tal es el milagro. Es una luz agitada  ante las pupilas oscurecidas, es un sonido producido junto a los oídos tapados:  despierta, atrae la atención, hace decir: “Aquí está Dios".
 
 -Lo  dices en favor tuyo - replica Félix.
 
 -¿En  favor mío? ¿Y qué me añado obrando milagros? ¿Puedo parecer más alto si me meto  un filamento de hierba bajo los pies? Así es el milagro, en relación con la  santidad.
 
 Hay santos que jamás han obrado milagros. Hay magos y nigromantes que  con fuerzas oscuras los realizan, o sea, llevan a cabo cosas sobrehumanas pero  que no son santas, siendo ellos demonios. Yo seré Yo, aunque deje de obrar  milagros.
 
 -¡Muy  bien! ¡Eres grande, Jesús! - aprueba Gamaliel.
 -¿Y  quién es, según tu parecer, este "grande"? - insta Félix dirigiéndose  a Gamaliel.
 
 -El  mayor entre los profetas que yo conozco, tanto en sus obras como en sus  palabras - responde éste.
 -Yo  te digo que es el Mesías, Gamaliel. Créelo, tú, que eres sabio y justo - dice  José.
 -¿Cómo?  ¿Tú también, rector de judíos, tú, el Anciano, gloria nuestra, caes en esta  idolatría hacia un hombre? Dime quién te prueba que es el Cristo. Yo no lo  creeré ni siquiera viéndolo hacer milagros. ¿Y por qué ante nosotros no hace  uno?
 
 Díselo  tú, tú que lo alabas; díselo tú, que lo defiendes - dice Félix a Gamaliel y a  José.
 
 -No  lo he invitado para ser juguete de mis amigos, y te ruego que recuerdes que es  mi huésped - responde serio José.
 
 Félix  se levanta y se marcha, enfadado y grosero.
 Se  produce un silencio. Jesús se vuelve hacia Gamaliel:
 -¿Y  tú pides milagros para creer?
 -No  serán los milagros de un hombre de Dios los que me extraerán el aguijón que  llevo en el corazón, de tres preguntas               que  siempre quedan sin respuesta.
 
 -¿Qué  preguntas?
 -¿Está  vivo el Mesías? ¿Era aquél? ¿Es éste?
 -¡Te  digo que es Él, Gamaliel! - exclama José - ¿No lo sientes santo, distinto,  potente? ¿Sí? ¿Entonces? ¿A qué esperas para creer?
 
 Gamaliel  no responde a José. Se dirige a Jesús:
 -Una  vez - no te sientas molesto, Jesús, si soy tenaz en mis ideas -...una vez, en  vida aún del grande y sabio Hil-lel, yo creí, y él conmigo, que el Mesías  estaba en Israel. ¡Gran refulgir de sol divino en aquel frío día de un  insistente invierno! Era Pascua... Los hombres temían por las congeladas  mieses... Yo dije, después de oír aquellas palabras: "¡Israel está salvado!  ¡Desde hoy, copiosidad en los campos y bendiciones en los corazones! El  Esperado se ha manifestado con su primer fulgor". Y no me equivoqué. Todos  podéis recordar qué recolección hubo ese año embolismal, de trece meses, que en  éste se repite...
 
 -¿Qué  palabras oíste? ¿Quién las pronunció?
 -Uno...  poco más que un niño... pero Dios resplandecía en su rostro inocente y  delicado... Hace diecinueve años que lo pienso y lo recuerdo... y busco volver  a oír esa voz... que pronunciaba palabras de sabiduría... ¿Dónde estará? Yo  pienso:... "Era Dios. Bajo forma de niño para no aterrorizar al hombre. Y  como relámpago que atravesando los firmamentos velozmente aparece a oriente y a  poniente, a septentrión y a meridión, Él, el Divino, va de uno a otro lado de la Tierra, vestido de misericordiosa  belleza, con voz y rostro de niño y pensamiento divino, para decirles a los  hombres: `Yo soy"'. Pienso de esta forma... "¿Cuándo volverá a  Israel?... ¿Cuándo?". Y pienso: "Cuando Israel sea altar para su pie  de Dios"; y gime el corazón, viendo la abyección de Israel:  "Nunca". ¡Oh..., dura respuesta... y verdadera! ¿Puede acaso la Santidad descender en su  Mesías               estando  la abominación entre nosotros?
 
 -Puede  hacerlo y lo hace, porque es Misericordia - responde Jesús.
 Gamaliel  lo mira pensativo y pregunta:
 -¿Cuál  es tu verdadero Nombre?
 Y  Jesús se alza, majestuoso, y dice:
 -Yo  soy quien es. Soy el Pensamiento y la Palabra del Padre. Soy el Mesías del Señor.
 
 -¿Tú?...  No lo puedo creer. Grande es tu santidad. Pero aquel Niño en el cual yo creo  dijo entonces: "Daré un signo... Estas piedras se estremecerán cuando sea  mi hora". Yo espero ese signo para creer ¿Me lo puedes dar Tú para  persuadirme de que eres el Esperado?
 
 Los  dos - ahora en pie ambos - altos, solemnes - el uno con su amplio vestido de  lino cándido, el otro con su vestido sencillo de lana roja oscura; el uno  anciano, el otro joven; de ojos dominadores y profundos ambos- se miran  fijamente.
 
 Jesús  baja el brazo derecho, que había plegado sobre el pecho, y, como si estuviera haciendo  un juramento, exclama:
 -¿Ese  signo quieres? ¡Pues lo tendrás! Repito aquellas lejanas palabras: "Las  piedras del Templo del Señor se estremecerán con mis últimas palabras".  Espera ese signo, doctor de Israel, hombre justo, y luego cree si quieres ser  perdonado y recibir la salvación. ¡Bienaventurado anticipadamente si pudieras  creer antes! Pero, no puedes.
 
 Siglos de creencias erradas acerca de una promesa  acertada, y cúmulos de orgullo, te hacen baluarte ante la Verdad y ante la Fe.
 
 -Dices  bien. Esperaré ese signo. Adiós. El Señor esté contigo.
 
 -Adiós,  Gamaliel. Que el Espíritu te ilumine y te guíe.
 Todos  despiden a Gamaliel, que se va con Nicodemo y con Juan y Simón (miembro del  Sanedrín). Se quedan Jesús, José, Lázaro, Tomás, Simón Zelote y Cornelio.
 -¡No  cede!... Quisiera tenerlo entre tus discípulos. Sería un peso decisivo a tu  favor... pero no lo logro - dice José.
 -No  te aflijas por ello. No hay influencia capaz de salvarme de la tempestad que se  está preparando. Pero Gamaliel, si no se pliega a favor, tampoco lo hará contra  Cristo. Es de los que esperan...
 Todo  termina. 
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